Capítulo 8
Se marchó del campo, mordiendo su labio inferior y conteniendo el sentimiento que se le arremolinaba en el estómago. Quería llorar, quería gritar, quería liberar un poco la impotencia que sentía por no haber logrado detectar el colapso de Nolan a tiempo.
La sensación de fracaso le amargaba el paladar y hacía sus pasos cada vez, más pesados.
Le dio igual si la práctica de animadoras seguiría adelante o no. Tomó su mochila de la banca, montó su bicicleta, y se dirigió al estudio de ballet, porque aunque era demasiado temprano para su clase, pensó que sentir el dolor en las puntas de los pies y los ligamentos, podría distraerla del tormento en su pecho.
Y estiró como nunca, se forzó tanto que los músculos le ardieron, la frente se le perló de sudor, y el calor le incendiaba el rostro. Su entrenadora la felicitó por el esfuerzo dado, y le dijo que si seguía así, podría ser seleccionada para protagonizar el recital de verano.
Sonrió con esfuerzo, porque sí, era algo que deseaba, pero sentía pena porque la práctica duró demasiado poco, y ahora debía enfrentarse a un chico de cabello azabache y su madre a la que le falló.
Trató de alargar el trayecto lo más que pudo. Fingió interesarse demasiado en cada árbol y cada esquina, para postergar lo más que pudiera la batalla que le esperaba en casa. Dio vuelta en el último letrero, aquel que indicaba el nombre de su calle, y casi tropezó con sus pedales al ver el ajetreo en el patio de su casa.
Jude estaba de pie junto a su coche, con las puertas abiertas y un montón de maletas a su alrededor, mientras ella intentaba con esfuerzo, meter una en el auto.
Se le veía molesta, maldiciendo con las manos al aire a su hijo, que estaba por detrás con la mirada cabizbaja, y Anna, sujetándole los hombros por la espalda, en un inútil intento de consuelo.
Day sintió que su estómago cayó al suelo y lo había dejado tirado a media calle cuando llegó junto a ellos. Bajó de un salto, dejando que su transporte rodara unos cuantos metros y cayera estrepitosa en el pasto.
—¿Qué está pasando? —exigió temerosa.
—¿Qué está pasando? —respondió Jude irónica—. ¡Que a Nolan se le acabaron las oportunidades! ¡Eso pasó!
—Vamos, Jude —rogó su madre al borde de la histeria—. Estás siendo extrema.
—Ahora no puedo con tus condolencias, Anna. ¡Le ha roto el fémur a un crío, por el amor de Dios!
Anna se encogió de hombros, y Day intentó interceptar la mirada de Nolan sin éxito.
—¡Tengo que pagar la cuenta médica y rezar porque los padres de esa criatura no me demanden!
Anna y su hija cruzaron sentimientos a través de las pupilas, en una muda y cómplice súplica por intentar detener todo eso.
—Necesitas mano dura —demandó Jude a Nolan—. Y está claro que la mía no te hace ni cosquillas.
Tomó un par de maletas y las metió en la cajuela con esfuerzo.
Day sintió que los nervios le subían como una colonia de hormigas, le picó la piel y sintió la garganta tan seca que se le parecía a tragar un montón de cristales.
Se abalanzó a la cajuela con ambos brazos extendidos frente a Jude, impidiendo su paso a seguir metiendo el equipaje. Su rostro estaba tan consternado por no saber ni lo que hacía, ni lo que esperaba, pero desesperada por pararlo todo y dejar de sentir que la situación se les salía de las manos a pasos acelerados.
—Jude... p-por favor —rogó.
—Cariño, hazte a un lado —pidió bajando el tono de su voz de manera notoria.
—Por favor —suplicó con un leve temblor en su voz, que avisaba su quiebre emocional.
—Day, linda... No quiero ser dura contigo, pero tú tampoco pudiste hacer mucho. Está claro que necesita ayuda profesional.
Le tembló el labio inferior, temerosa de sentirse expuesta, juzgada, con el fracaso ante sus ojos. Bailando las pupilas entre Jude, su madre y Nolan, esperando encontrar una defensa en el rostro de alguno.
Sentía la presión en cada músculo, la mirada filosa de Jude amenazándola que se quitara de su camino, y la angustia presionándole el pecho.
Nolan, quien no había alzado el rostro en ningún momento, cubriendo sus ojos con las cejas excesivamente fruncidas, alzó la vista de manera rápida y fulminante, pero al percatarse de que Day lo observaba, suavizó la mirada y tuvo que tragar saliva al verse atrapado entre sus iris celestes.
Day vio mucho en sus pupilas. No vio arrepentimiento, pero sí vio un ruego, un grito mudo de que no quería irse, una súplica por su ayuda, por ella. Tuvo que hacer un esfuerzo por desviar el rostro para enfrentar a Jude, quien comenzaba a respirar cada vez más agitada y molesta.
—No hice nada —dijo Day tajante, llevándose una ceja escéptica de Jude—. Y-Yo... dije que me ocuparía, pero no hice nada.
—Cariño, lamento haberte hecho sentir responsable, pero la verdad es que no eres su niñera, ni deberías serlo. Ya está lo bastante grandecito.
—Lo sé, no quiero ser su niñera. Voy a ser su amiga... Nosotros... Y-Yo, he estado distante.
Nolan entrecerró los ojos, entendiendo la culpa que se echaba sobre los hombros.
—P-Por la escuela, y todo eso... —explicó temerosa.
—Ay, Day —dijo conmovida—. Lo valoro, pero le quedaba una oportunidad y la tiró al caño.
—Él la tuvo, pero yo no. Dame la oportunidad —rogó en un hilo.
Puso las manos en jarras, bufó furiosa y negó con la cabeza. Anna aprovechó la distracción y se situó detrás de su amiga, para abrazarle los hombros.
—Vamos, Jude. Tú y yo sabemos que entre ellos siempre se han entendido mejor.
—No opines ahora, madre Teresa —gruñó.
Day bajó los brazos, viendo que el corazón de Jude se ablandaba de a poco. Se situó de un paso a lado de Nolan y le tomó la mano, haciendo que él contrajera los músculos sorprendido.
—Yo voy a encargarme de que no vuelva a suceder, ¿verdad, Nolan? —ordenó dedicándole una mirada y un imperceptible codazo que solo quedó entre ellos.
Él tragó saliva y asintió una sola vez.
—Ah, no —interrumpió Jude—. No solo no puede suceder otra vez, esto tiene que dar un giro completo.
—No seas cabezota —riñó Anna por lo bajo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Day.
—Quiero un chico ejemplar. Quiero buenas notas, y un comportamiento civilizado, no un jodido salvaje.
—Podemos hacer eso —aseguró y apretó su mano entrelazada.
—No habrá más oportunidades, Day —amenazó Jude—. Ni una sola. A la primera que estropee, se va directo al ejército, porque te juro que yo ya no puedo más.
Day asintió una vez, segura de sí misma, y apretando con todas sus fuerzas, la mano de Nolan. Como si de esa manera, lo estuviera alertando que se estaba poniendo la soga al cuello por él.
—No la necesitaré —dijo Nolan, rompiendo la tensión del ambiente.
Jude encañonó su dedo a escasos milímetros de la nariz de su hijo, frunció los labios y el ceño.
—Sé que no debería confiar en ti otra vez, Nolan. Te juro por lo más sagrado que será la última. No me decepciones.
Anna palmeó el hombro de su amiga, liberando el aire que había contenido ansiosa.
—Recoge todo esto —dijo señalando las maletas, mientras se marchaba a pasos tajantes a la casa—. ¡Y si los padres de ese crío me demandan venderé todas tus cosas para pagar mi abogado!
Nolan y Day se dedicaron una mirada rápida, y sin decir nada, se adentraron en su casa.
Day intentó con todas sus fuerzas airear el tema. Calmar su enojo, entender la situación. Pero no logró más que acrecentarlo todo por dentro.
Quiso olvidarlo al hacer sus deberes, disfrazarlo de problemas de álgebra y resúmenes de texto. Quiso sumergirlo en la leche de los cereales de la cena, y definitivamente quiso ahogarlo en el chorro hirviente de la ducha.
Se puso el pijama y se observó más de la cuenta en el espejo. Miró hacia su cama, y aceptó que sería inútil intentar dormir sin solventar la maraña de preguntas que llevaba por dentro.
Sabía que no era el momento. Que apenas se habían librado la bronca con Jude, y todo estaba demasiado reciente como para revolverlo de nuevo. Pero nada de eso tuvo la suficiente convicción de detener sus piernas, atravesar el pasillo, y abrir la puerta de su habitación sin dar aviso.
Nolan dio un sobresalto en cuanto la vio entrar sin tocar y cerrando la puerta rápidamente a su espalda. No pudo evitar intentar cubrir su dorso desnudo con el brazo.
—¿Se puede saber por qué no tocas? —reclamó molesto.
Day quiso responder, pero se distrajo por unos segundos por una gota húmeda que se deslizó de sus clavículas al centro de su pecho fornido. Tragó saliva y se obligó a alzar la vista con parpadeos forzados.
—Porque tengo que hablar contigo y no iba a darte la oportunidad de que no me abrieras.
Nolan bufó, sacó de sus cajones un pijama y se encaminó al baño.
—Jamás te he negado la entrada —dijo a regañadientes mientras entraba para cambiarse.
Day se abanicó con la palma, porque le pareció que la habitación estaba demasiado encerrada y bochornosa. Se sentó en la cama y tomó entre sus manos el mando de la consola, lo que le dio la idea de la primera medida a tomar para transformar a Nolan.
Cuando este salió del baño, sacudiendo sus mechones húmedos entre la toalla, se quedó pasmado al verla desconectar y enredar los cables de su equipo.
—¿Qué haces? —exigió confundido.
—Estás castigado, ¿recuerdas?
Elevó ambas cejas escépticas.
—¿No se supone que no serías mi niñera?
—Sí, pero te salvé el trasero y eso me da derecho a hacer lo que quiera.
Soltó un bufido furioso, lanzó la toalla a la silla giratoria de su escritorio, y se dejó caer en su cama.
—¿Qué sigue, mamá? ¿Hacer quinientas planas donde escriba "No volveré a portarme mal"? —dijo irónico.
—¿Te parece chistoso?
—Me parece innecesario.
—¿Innecesario? Nolan, ¡le rompiste el fémur! ¡Por Dios!
De pronto a Day le cayó encima toda la realidad como un balde de agua fría. Caminó alrededor de la habitación, intentando ventilar el enojo que la invadía de manera peligrosa, mientras Nolan la observaba sentado desde la cama, sin señas de arrepentimiento.
—Lo sé, una pena que solo haya sido el fémur —masculló por lo bajo.
Se quedó pasmada, con la mirada desorbitada, sin creerse el cinismo ante sus ojos. Nolan percibió la decepción de su rostro, e hizo una mueca asqueada de que le tuviera un mínimo de aprecio al imbécil de Iván.
Ella pasó saliva, sintiéndose herida, sin creerse que el mismo chico que la ha consolado toda su vida, sea el mismo salvaje descarado que tenía enfrente.
—Nolan, yo... —tomó aire, y desvió la mirada al suelo—. Yo te desconozco.
El tono afectado con lo que le dijo, le dolió muy dentro. Se revolvió en su lugar, y bajó la mirada también. Porque podría soportar cualquier cosa: la expulsión, los gritos de su madre, la decepción de Anna, pero eso... su mirada desencajada, ajena, con el rechazo pintando su expresión, era algo que lo mataba lento y doloroso.
—Yo también me desconozco —confesó en un hilo ahogado.
Day bajó la guardia, se sentó junto a él, alzó la mano para tomarle la suya, pero por alguna razón, se arrepintió y la devolvió a su regazo. Como si el chico a su lado, no fuera el mismo con el que creció y compartió tantos secretos y fantasías.
—¿Qué te está pasando? ¿No te das cuenta de lo grave que es todo esto? —preguntó con cautela, mientras se esforzaba por mantener la mirada en sus rodillas, evitando verlo directo, porque sentía que se echaría a llorar, desesperada por traer de vuelta a su cómplice.
Soltó el aire, largo y tendido, mascando su pregunta e intentando digerir la respuesta.
Perdió la vista en sus delicadas manos sobre sus piernas, decoradas con las finas líneas verdosas de sus venas entre su piel clara y tersa, finalizando con las uñas cuidadas y pintadas de un rosa empalagoso.
—Me preocupas —expresó cabizbajo, en un susurro apenas perceptible.
—No, por favor, no hagas esto —rogó Day.
—¿Hacer qué?
—Esto... Hacerme sentir culpable.
—No he dicho eso, no es tu culpa. Pero eres demasiado... inocente, y me cabrea que se quieran aprovechar de eso.
Day cerró los párpados intentando contener la cólera.
—Soy perfectamente capaz de defenderme sola.
—De defenderte sí, de ver el mundo podrido cómo es, no. Igual y tengo culpa por llenarte la cabeza de cuentos, debí dejar de contártelos hace años.
—¿Todo esto por un estúpido muñeco de felpa?
Nolan apretó la mandíbula y tensó los puños, porque solo de acordarse se enfurecía de nuevo. Ella se puso de pie, incapaz de quedarse tan cerca del necio que la estaba sacando de sus casillas.
—El muñeco no tiene que ver, todo es culpa del fanfarrón de Estupiván —ladró exasperado.
—¡Carajo, Nolan! —chilló Day, perdiendo completamente la cordura, y liberando una voz fracturada y herida—. ¡Deja de culpar a todos de tus problemas!
—¡Te está viendo la cara y tú no te das ni cuenta! —defendió él, elevando el tono de su voz.
—¡¿Por qué?! —exigió desesperada, y él giró la vista hacia el muro, bufando como toro y pintando su rostro de furia.
Day buscó su mirada, la cual rechazó con esfuerzo, temblándole cada músculo de la cara, conteniendo una rabia visceral que le burbujeaba en la garganta.
—¡¿Por qué, Nolan?! —ordenó demandante.
—¡Porque es un idiota!
—¿Por darme un maldito regalo de San Valentín?
—¡Porque él no te envió ese puto muñeco! —gritó reventado.
Se quedó rígida frente a él, observando sus mejillas coloradas, sus cejas fruncidas, y la vena de su cuello marcarse con tensión.
—¿De qué hablas? —preguntó en un hilo.
—Él no te lo envió —confesó, bajando la mirada y descuadrando los hombros, completamente derrotado, como si gritar aquello lo hubiera liberado de algo pesado en el cuerpo.
—No puedes saber eso —dijo incrédula—. Solo es tu impulso innecesario por cuidarme...
—Lo sé, Day... —interrumpió, se mordió el labio inferior y soltó el aire con frustración—. Lo sé porque yo lo mandé.
Elevó la mirada, atravesando la de ella como una lanza ardiendo.
Day sintió que su saliva era un puño de arena imposible de tragar, los ojos le escocían con ardor, y la efervescencia del estómago subía a su pecho de manera riesgosa.
—No es cierto —dijo entre dientes.
—Yo te lo mandé —repitió sin despegar los ojos de los suyos, suavizando el gesto y bajando la guardia, como si de esta manera se asegurara de que el mensaje entrara fuerte y claro.
—¿Por qué? —preguntó entrecortada.
—Porque me apeteció.
—No tiene sentido.
—¿Qué no tiene sentido?
—Eso —dijo segura—. Que lo enviaras, ¿por qué lo mandaste en el carrito de los cobardes?
—Porque así me siento.
La honestidad con la que Nolan habló, erizó los vellos de Day.
Quería hablar, quería responder, pero el bombeo estridente en su pecho no se lo permitía. Temía que si abría la boca, él escucharía el estruendo que llevaba dentro, y sin saber cómo detenerlo, disminuirlo, o siquiera explicarlo, no fue capaz.
Nolan bajó la cara, dándole un descanso. Jugueteó con sus pulgares, se mordió el interior de sus labios, y soltó el aire de golpe, admitiéndose que, si ya había comenzado, debía terminarlo. Pero sentía un terror animal, una verdad que temía se hiciera realidad ante sus ojos.
Una confesión, un sentimiento, y la posibilidad de un rechazo.
Alzó el rostro, la miró desencajado, y pasó saliva para tomar valor.
—Tengo miedo, Day —expresó en un hilo.
—No... —respondió enternecida, tomó su rostro entre sus manos y se sentó a su lado—. No tengas miedo.
Acarició sus mejillas con los pulgares, se distrajo observando sus labios rojizos por la tensión de los mordiscos ansiosos, y él cerró los párpados disfrutando de su roce, permitiéndole escudriñar su rostro sin disimulo.
—Cuando lo vi yo... —admitió Day—. Me recordó a Ginger.
—Porque es Ginger, creí que lo sabrías...
—Me pasó por la cabeza, pero Nolan... Llevas meses siendo un malhumorado, apenas si me hablas o me miras. No me hizo sentido, porque... ¿Por qué no me lo diste de frente? Como siempre, como antes.
Abrió los ojos, observó a Day con pupilas profundas, dilatadas. Y aunque ella siempre supo que él tenía una mirada intensa e imponente, los años lo habían acentuado con creces, haciéndola sentir en un abismo peligroso e hipnótico. Porque en ese momento le pareció, que en realidad esa mirada, solo le pertenecía a ella.
Nolan relajó los hombros, dejó caer sobre su piel la capa emocional que lo había mantenido oculto, y se dejó completamente vulnerable.
—Porque ya no me siento como antes.
Day sintió que se dejó caer en el agujero negro de sus ojos. Se sintió así, expendida en el espacio, sin nada a los costados, más que la sensación de su rostro entre sus manos.
Y aunque lo había sospechado, no por él, sino por ella, se lo había negado tanto, que había quedado enterrado por ahí. Y ahora, flotando en su espacio, sin nada que la cubra, lo tenía enfrente, al descubierto, observando a la cara el evidente sentimiento del que él hablaba, y ahora ella también se reconocía.
Un sentimiento que nada tenía que ver con la amistad, y mucho con el bombeo frenético en su pecho.
Ella nunca ha sido de las que toma la iniciativa. De hecho, dar el primer paso de cualquier cosa, era algo que la aterraba. Y no tenía idea de cómo fue capaz de hacer una cosa así, pero sintió que fue una fuerza ajena, descomunal, completamente desconocida, la que la empujó.
Quizás la llevaba oculta, quizás fue la atracción en los agujeros de su mirada, o quizás, solo fue porque nunca en su vida deseó tanto algo, como en ese momento acortar la distancia entre sus labios y los de él.
Cerró los párpados, y sin soltar su rostro de entre sus manos, le dio un beso casto. Sintiendo un calor abrazador en los labios que le recorrían la delicada piel.
Y disfrutó del hormigueo, de la sensación punzante y ferviente que le atravesaba el cuerpo.
Nolan ni siquiera cerró los ojos. Lo tomó por sorpresa y no fue capaz de parpadear, temeroso de romper aquel hechizo que lo hizo dudar de si estaba soñando. Tensó cada músculo y sintió que el corazón se detuvo, porque no escuchó nada, ni sus propios pensamientos.
Y aunque el beso era apenas una unión delicada de sus labios, Day se relajó tanto, que sintió el cuerpo desvalido, como si sus músculos se convirtieran en trapos.
Hasta que el cerebro la interrumpió, asaltándola con arrepentimiento. Se desprendió de golpe, lo miró a los ojos horrorizada de lo que había cometido. Le soltó el rostro, y llevó una mano a sus labios, avergonzada de haberlo invadido de esa manera.
Divagó la mirada en el suelo, le tembló cada músculo, y jadeó preocupada, como un cervatillo asustado. Castigándose con todas las ofensas posibles en el subconsciente.
¿En qué demonios estaba pensando?, divagó. En nada, por supuesto. Estaba enloqueciendo, no tuvo duda. Entregada a un trastorno que la hizo actuar por un instinto tan animal e imprudente, como incoherente.
—Nolan... —jadeó desconcertada—. L-Lo siento muchísimo. Yo no... No sé qué...
Él sonrió.
La ternura que le provocó verla tan repentinamente perdida, le dio un cosquilleo en las comisuras de los labios que lo hizo sonreír, y también las ganas efervescentes de comerse sus nervios de un mordisco.
Así que, decidido, tomó su rostro entre sus manos ásperas, y la besó.
Al principio, Day tensó los hombros en un encogimiento, pero al reconocer de nuevo el hormigueo, y la demencia que la desconectaba para volverla un animal instintivo, se dejó llevar. Abrió la boca y se permitió saborear a Nolan, conociendo esa parte de él tan nueva y exquisita. Su parte más cálida, blanda, y que sintió completamente suya.
Le sujetó también el rostro, liberando, sin disimulo, sus repentinas ganas por probarlo completo. Adentrándose los dos, en una exploración tan nueva como estimulante.
Porque entre besos, lamidas y dientes, se dieron cuenta de que no importa cuántos años lleves conociendo a una persona, siempre habrá una parte desconocida por encontrar.
Day liberó un gemido contra sus labios, deleitada con la cercanía de sus cuerpos, y el estímulo que despertó en él, lo hizo besarla con más ímpetu y enrollar su cintura con fuerza.
Una puerta del exterior resonó su cerradura y los hizo dar un salto a ambos. Alejaron los rostros sin separar las manos de sus cuerpos, y se miraron petrificados, en espera de que los descubrieran.
Unos pasos recorrieron el pasillo lentamente y cerraron otra puerta lejana a la de ellos.
Day tragó saliva con esfuerzo, liberó un jadeo, retiró las manos de Nolan, y parpadeó varias veces asimilando los hechos.
—Nolan, no... esto... no... T-Tengo que irme —balbuceaba nerviosa, culpable, palideciendo con cada palabra que tartamudeaba.
Nolan tomó su rostro con decisión, la miró a los ojos y la llamó por su nombre.
—Está mal, está mal —susurró ella temerosa, fuera de sí.
—Quédate —rogó él con la mirada suavizada.
—Eso es todavía peor.
—¿Por qué? —preguntó irónico mientras rozaba la punta de su nariz con la de Day, negándose a dejar ir esa maravilla que acababan de descubrir—. Solo somos nosotros compartiendo cama para ver una película, no es nada nuevo.
—¿Me estás diciendo que mienta?
—Estoy diciendo que compartas cama conmigo para ver una película —respondió con voz aterciopelada—. Nada que no hayamos hecho antes.
Day soltó el aire con frustración, envolviéndolo en su aliento que lo hizo apretar la mandíbula deseoso.
—Esto no puede repetirse —resopló derrotada.
—Solo vamos a ver una película, ¿no acabas de decir que querías volver a ser los de antes?
Tuvo el valor de mirarlo a los ojos, y fue lo suficiente para ablandarse y sentir que sus músculos se derritieran. Sonrió con esfuerzo, porque sabía en el problema que se estaban metiendo rompiendo los límites como acababan de hacerlo, pero la idea de despegarse de él, le desagradaba todavía más.
Tal parecía que los agujeros de sus ojos la habían absorbido entera, y no sería tan fácil salir de sus órbitas. Por lo que, imantada por la punta de su nariz, unió su frente a la de él y asintió una sola vez.
—Con una condición —murmuró.
—La que tú quieras —dijo, cerrando los párpados.
—Promete que no dejarás de contarme cuentos jamás.
Liberó una risa muda, exhalando un aliento que le envolvió el rostro y la hizo temblar de deseos por probarlo.
—Lo prometo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top