Capítulo 6


—Por millonésima vez, no, Jess, no hay nada entre nosotros. Nos conoces desde niños, ya deberías saber que lo nuestro es distinto.

—¡Exacto! Por eso lo digo. Y por si no lo has notado, Day —replicó sarcástica—. Ya no son unos niños. Tú ya tienes pechos, y él, estoy segura de que ya tiene pelos en...

—¡Oh, por favor! —interrumpió asqueada mientras soltaba su charola de comida sobre la mesa—. Harás que se me quite el hambre.

Jessica rio divertida y ella se unió a regañadientes.

Un trío de animadoras las hizo guardar silencio, estupefactas por su repentina llegada. Porque aunque Day era parte del equipo, su vestimenta pomposa y azucarada, seguía produciendo cierta extrañeza en la gente, manteniendo a raya, al grupo de bailarinas en lugares fuera del entrenamiento.

—¿Desde cuándo las animadoras comen con nosotras? —susurró Jess en el oído de Day, mientras fingía buscar algo detrás de ella.

—Entonces, Day... —canturreó una.

—Queremos saber algo —interrumpió otra.

—Chicas, esperen —ordenó Madison—. Dejen que coma su almuerzo, podemos hablar con ella después, ¿no es así, Day?

La rubia dedicó una mirada rápida a su amiga, esperando ver una pista en su rostro, pero encontrando nada más que su misma incertidumbre.

—No, por favor. Adelante —respondió Day con calidez—. Supongo que puedo hablar y comer...

—Buena chica —dijo con voz aterciopelada y convencida, como si, de hecho, hubiera esperado esa exacta respuesta de su parte.

 Madi entrecerró los ojos y sonrió de una manera que a Day le pareció que ocultaba algo más entre los dientes. Veneno, quizás.

Tomó asiento frente a ella y el otro par a su lado.

Comenzó a picarle la nuca por la incomodidad de tener tantas miradas atentas, mientras intentaba masticar un palito de apio.

—Hemos escuchado... cosas —comenzó Madison, haciendo círculos con el dedo índice para señalar su alrededor.

—¿Cosas?

—Sí. Cosas —replicó otra.

—Primero que nada —añadió exasperada—. Tú sabes que entre Nolan y yo siempre ha habido... algo.

Uno de los hilos del apio se le fue entero a la garganta y la hizo toser ahogada, mientras cubría su boca con la palma.

—¿Tú y Nolan? —cuestionó Jess incrédula y llevándose una mirada fulminante de Madi.

—Desde la secundaria —añadió una de las animadoras.

—La verdad es que... —comenzó Day con falta de aire y entre espasmos—. La vida personal de Nolan no es algo de lo que hablemos a menudo.

O más bien nunca, pensó.

—Ya —respondió la castaña tajante, mientras escudriñaba el rostro de Day, como si intentara descubrir la trampa inexistente de sus palabras.

Golpeó la mesa en una ola rítmica de dedos, uno tras otro, varias veces. Analizando su próxima pregunta.

—Seré directa, hermosa... Hemos oído que viven juntos.

—Así es —respondió Jess a la defensiva y Day pateó su tobillo como riña, por debajo de la mesa.

Madi abrió los ojos como si no hubiera esperado que esa fuera la respuesta y todo aquello se tratara de un chisme barato.

—No tienen el mismo apellido, no pueden ser hermanos, ¿o sí? —preguntó juiciosa.

—No lo somos —respondió sin inmutarse.

—¿Primos?

Negó con la cabeza.

—¿Primos lejanos?

—No son familia, cabezota —escupió Jess, recibiendo otra patada de Day de la que no pudo evitar liberar un quejido.

—¿Entonces? —preguntó repentinamente ofendida.

—Bueno, es... Complicado —respondió insegura.

—Tenemos tiempo —zanjó con firmeza.

Day tragó saliva, y bajó el rostro, convencida de que no tenía más salida que explicarlo.

—Nuestras madres se conocieron en la universidad, se casaron, nos tuvieron y se divorciaron cuando éramos apenas unos bebés. Como no tenían más apoyo, decidieron apoyarse entre ellas. Y, bueno... Hemos vivido juntos desde entonces.

—¿No sería más normal que los criaran por separado? —preguntó una de las animadoras.

—Lo normal no, —corrigió Day—. Lo común.

Madi soltó una risa maliciosa e incrédula a la que se le unió su par de amigas.

—¿Pero qué es esto? ¿El club de las madres divorciadas? —dijo entre risas.

Day se encogió de hombros, sintiéndose demasiado pequeña frente a ellas, reducida.

—¿Y ustedes qué son? ¿El club de las animadoras de Sherlock? ¡Por favor! Sí, viven juntos, ¿y qué? ¿No dices que tienes "algo" con él? ¿Cómo es que no te contó esto? —dijo sarcástica, adornando al final doblando dos dedos en el aire un par de veces.

—Así es —respondió orgullosa, y divagó su siguiente respuesta.

—¿Te sientes amenazada por Day? —preguntó con picardía, provocando que el rostro de Madi se pusiera colorado en la fracción de medio segundo.

—Basta —interrumpió Day incómoda—. Él... N-Nolan y yo crecimos juntos. Y eso es todo. No tienes por qué sentirte insegura de eso.

—Pues debería, porque jamás la ha mencionado —agregó la pelirroja entre dientes, llevándose una tercera patada tan fuerte que la mesa se tambaleó frente a ellas.

Madison alzó una ceja, tan filosa que hizo sentir incómoda a Day. Bailó la mirada de ella a su amiga, un par de veces. Elevó el labio superior ligeramente en una mueca, como si lo que estaba viendo le produjera asco, y se puso de pie.

—Pues eso espero, Day. Porque ser parte de las porristas nos convierte en familia. Y las familias se dicen todo. Una mentira sería una mala jugarreta que se pagaría con cada día que te quede en este colegio —declaró amenazante, mientras, con un movimiento de mentón, indicó al par de porristas que la siguieran.

Jessica la fulminaba con la mirada y apretaba su botellín de agua más de la cuenta, mientras observaban cómo salían de la cafetería.

—¡Esa...! ¡Esa estirada! —quejó negando con la cabeza—. ¿No dijiste que era una chica encantadora?

—Lo es. O era... —confesó insegura.

—Mierda, Day. Si eso es encantador, Satán es un malvavisco.

 Day no quiso tomarle importancia. Quiso continuar su día con la misma calma que lo hacía siempre, pero las miradas de los estudiantes, los cotilleos a su espalda, y escuchar su nombre o el de Nolan entre risitas maliciosas, la tenía tan nerviosa que las manos le temblaban, y una presión en el estómago no le permitía respirar con comodidad.

Intentó mantenerse oculta, en los baños o en la biblioteca, hasta que la mayoría de estudiantes salieron de ahí. Envió a Jessica a asegurarse de que el pasillo estuviera libre de problemas para poder salir. Volvió de su revisión, y alzó un pulgar como señal.

—Sabes, Day... —comenzó diciendo mientras se dirigían a sus casilleros—. Esto solo prueba mi punto.

—¿Cuál punto?

—De que entre tú y Nolan pasa algo —respondió irónica.

—Eres una necia.

—Pasa, y los únicos que no se dan cuenta son ustedes dos.

Day rotó los ojos frustrada, sujetó su cabello rubio en una coleta alta y cerró la puertesilla de metal del casillero frente a ella.

—Me encantaría seguir hablando —dijo con sarcasmo—. Pero tengo práctica.

Caminó hacia la salida, mientras Jess la miraba con ojos entornados y los brazos en jarras.

—¡No podrás huir para siempre! —gritó antes de que la rubia se perdiera en el exterior.

Quería distraerse. Alejarse por un momento de todo el drama a su alrededor por un tema que no debería causar revuelo.

Era el jodido siglo veintiuno, y las familias ya no deberían tener el estereotipo de madre, padre e hijos. Hay muchos tipos distintos: con dos madres, con dos padres, o ninguno. Una abuela y un nieto, hijos que no comparten sangre entre ellos, o todos los puñeteros tíos bajo el mismo techo. ¿Qué más da con quién vivas? ¿Dónde estaba lo extraño? ¿Y por qué todos se comportaban como unos simios?

Casi aventó su mochila en las gradas donde estaban el resto de objetos de las animadoras, se dirigió al campo junto a ellas, manteniendo la suficiente distancia para evitar sus miradas escrutadoras.

Y quería meterse un puño de pasto en las orejas, porque no dejaban de murmurar sandeces que juraban imperceptibles.

No gires la cabeza, no gires la cabeza, se repetía en bucle.

Decidió perder la vista en un punto, concentrarse en ese cono naranja chillante de enfrente. Y funcionó por unos minutos, hasta que un chico se posicionó en ese lugar y la hizo alzar la vista.

Se encontró con las rodillas cubiertas de lodo de Nolan, su jersey sucio, las hombreras sobresalidas, el mentón fuerte decorado de un tallón de tierra, el rostro enrojecido y un camino de sudor en su cien. El cabello negro empapado, cayéndole despreocupado sobre las cejas, y su ceño fruncido, atento al jugador con quien intercambiaba lanzamientos de balón.

 Lo observó al recibir el balón, y cómo los músculos de su antebrazo se tensaron al ejercer la fuerza para detenerlo. Notó que, con gracia, alzó una palma, lamió lentamente su pulgar y su índice en un movimiento que rozaba lo sensual, tomó el balón de piel, estiró el brazo hacia atrás, y lo lanzó con fuerza, haciendo bailar sus cabellos húmedos en una danza que tenía hipnotizaba a Day.

Sintió que se quedó sin aire cuando su cuerpo se tensó al lanzar el óvalo de piel. La garganta seca le hizo intentar tragar saliva, y cuando la mirada de Nolan cruzó con la suya, un vuelco al corazón y un agarre externo en sus costillas, la hizo dar un sobresalto.

—Uy, perdona. ¿Te asusté? —canturreó Iván, quien había presionado sus costados con dos dedos, en un vulgar intento por provocarle cosquillas.

Day lo fulminó con la mirada mientras presionaba su palma en el pecho, intentando calmar la arritmia eufórica que la tenía temblando.

—Ha sido una bromita, linda, no te enojes.

Rechinó los dientes y lo fusiló con las pupilas mientras él recargaba un brazo en la cerca que dividía el campo de juegos con las porristas, adoptando una pose relajada y coqueta ,que Day encontraba demasiado forzada y sosa.

—¿No te había dicho que no me llamaras así? —dijo despacio y amenazante.

—Dijiste guapa —corrigió con picardía.

—Tengo un nombre.

—Y también eres linda, y guapa. ¿Qué hay de malo que lo señale? —acentuó su mensaje guiñando un ojo con gracia.

—¿Por qué te comportas como un gilipollas?

Iván se puso rígido, recompuso su pose por una más sobria, sorprendido de la repentina reacción.

—¿Gilipollas? —preguntó confuso.

—Ignoras mis peticiones, me haces darte explicaciones de por qué demonios odio que me pongas apodos y no me llames por mi nombre, finges un tono jocoso y ridículo que no es tu manera de hablar habitual, y pasas guiñando el ojo como si tuvieras una jodida parálisis facial.

La mirada de Iván se hundió atónita, palideció de manera notoria, y pasó saliva con esfuerzo, liberando un ligero temblor en su labio inferior.

Day se arrepintió al momento, al ver su semblante afectado. Respiró hondo y abrió la boca para disculparse, pero un estruendo del lado del campo los distrajo e hizo que giraran sus rostros con agudeza.

—¡Tate! —riñó el entrenador con un rugido.

Nolan estaba sobre otro jugador, golpeando su rostro frenético mientras el sometido gritaba y chillaba que se lo quitaran de encima.

Day sintió que perdió la sangre del cuerpo en cuanto reparó en los hechos. Activó sus piernas, frenética, y corrió hacia el campo, saltando la valla con agilidad. Escuchó que Iván gritaba su nombre detrás, pero todos sus sentidos estaban fijos al frente, donde varios jugadores intentaron retirar a Nolan del herido, este logró zafarse a fuertes tirones y alcanzó de nuevo al pobre chico para embestirlo nuevamente.

—¡¡Nolan!! —chilló Day, que aún le faltaba espacio para llegar al lugar de la agresión.

El resto de los jugadores volvieron a separarlo, lo sujetaban entre cuatro, y él tiraba y gruñía que lo soltaran, como un rabioso.

Day llegó acelerada y aprovechó que lo tenían sujeto para interponerse entre él y el herido del suelo, que sujetaba su estómago adolorido.

—¡Nolan! —gritó histérica—. ¡¿Qué demonios te pasa?!

Envuelto en ira, con las pupilas dilatadas y los dientes apretados, jadeó ajetreado y movió la mirada hacia la rubia frente a él, con una lentitud que pareció costarle mucho trabajo enfrentarse a ella.

—¡Deja de comportarte como una bestia! —chilló furiosa, y algo dentro de él pareció reaccionar, porque suavizó el ceño y ocultó los dientes, apretando sus labios.

Un brazo tiró de Day con brusquedad, haciendo que Nolan frunciera el ceño de nuevo.

—¿Cómo se te ocurre meterte en medio de una pelea de hombres? —riñó Iván—. ¡Pudieron lastimarte!

El chico que estaba en el suelo se incorporó lentamente y recibiendo el apoyo de otro jugador. Escupió sangre al pasto de manera vulgar, y le sonrió a Nolan con malicia.

—Escucha a tu noviecita y fórmate, que mi turno va después de Iván —dijo divertido, desdeñoso, y Nolan dio un tirón tan fuerte que logró deshacer el agarre de sus compañeros, quienes, acelerados, lo jalonearon de vuelta.

La nariz de Nolan casi rozó la del chico antes de volver, aprisionado por sus compañeros, y Day observó cómo se descomponía su rostro por la ira.

—Voy a dejarte sin dientes —rugió Nolan.

El tipo lanzó un beso ruidoso al aire, y el entrenador le dio un manotazo en la cabeza.

—¡Tate! ¡SinClair! Quedan los dos castigados una semana y se largan a la oficina del principal, ¡ahora mismo!

Nolan se zafó de un tirón, encañonó al herido con un dedo, le peló los dientes en una muda amenaza, y al girarse hacia Day e Iván, quien aún le sujetaba el brazo, se acercó a él tanto, que Iván debió dar un paso atrás.

—Y si vuelves a tirar de ella así, el próximo serás tú.

Golpeó su hombro con el suyo, y se fue trotando del campo.

—Puto loco... —dijo por lo bajo su contrincante, quien se fue en su misma dirección a pasos pesados.

Iván soltó el brazo de Day y tragó saliva temeroso. Ella le dedicó una mirada empática, intentando disculparse por su amigo, pero sus ojos se vieron distraídos por la de Madison, que se encontraba unos pasos detrás, fulminándola y escudriñando la situación con malicia.

Giró el rostro de golpe, y decidió correr tras Nolan, y solo cuando llegó a la oficina del director, se dio cuenta de que ignoró la indicación del entrenador deliberadamente, porque no estaba por ninguna parte.

Maldijo entre dientes, y corrió hacia la salida. Tomó su bicicleta en movimientos torpes, acelerados, y pedaleó tan fuerte que las piernas le quemaban.

Jadeaba ruidosa, agitada y acalorada cuando divisó el verde esmeralda del techo de su casa.

Aventó su transporte sin importarle las consecuencias, y corrió a la entrada, donde los gritos de Jude la sobresaltaron e hizo que se quedara estática en el umbral de la puerta.

Cerró con precaución, tratando de no alertar su presencia.

—¡¿Cómo es esto posible, Nolan?!

Encogió los hombros, tensa. Con sigilo cerró la puerta, caminó de puntillas, y estiró el cuello hacia la escalera, intentando percibir más de la discusión.

—¡Mírate nada más! ¡Sabes lo que pienso de darse tortazos por cualquier tontería!

La voz de Jude sonaba desesperada, angustiosa, estresada por no recibir ninguna respuesta.

—¿Qué te está pasando, hijo? —preguntó con voz fracturada—. ¡Dime algo!

Liberó un ruidoso bufido, escuchó pasos en el mismo lugar, como si Jude estuviera dando vueltas sobre su propio eje.

—Ya no peleabas, ¿te están haciendo algo en la escuela?

—No —respondió él por lo bajo.

—¿¡Entonces!? ¡Coño! ¡Es que si no me dices nada, no puedo ayudarte!

Silencio.

Day mordió su labio inferior nerviosa, y bajó la vista decaída a sus zapatos.

—No sé qué más hacer —confesó derrotada—. No me estás dejando más opción que enviarte al colegio militar si esto no mejora. Tienes suerte de que deba irme a trabajar ahora mismo, Nolan. Porque si no... Juro que te llevaba ahora mismo.

Los pasos sonaron, alejándose de Nolan pero acercándose peligrosamente a Day. Rebuscó acelerada por todos lados, intentando ocultarse sin éxito, y encontrando la mirada vidriosa de Jude.

Negó con la cabeza derrotada y la envolvió entre sus brazos con fuerza.

Day le devolvió el abrazo, y trazó círculos en su espalda como apoyo.

Se permitieron disfrutar del abrazo, y a la chica le pareció que Jude se aferraba a ella como a un salvavidas en medio de alta mar.

Jude deshizo el abrazo con lentitud, se enjugó las lágrimas con ambas manos y le dedicó una mirada herida.

—Ayúdalo —le rogó—. No quiere hablar conmigo.

—Yo... —dijo Day, y bajó la mirada—. No sé cómo hacerlo.

—Ustedes tienen una conexión singular, si no te dice a ti lo que le pasa, no lo hará con nadie —suplicó desesperada.

—V-Voy... Voy a intentarlo.

Le sonrió con los labios cerrados, tensos y vulnerables, dejando en sus manos su mayor tesoro y su mayor temor.

Tomó su maletín de trabajo del sofá, y salió de la casa.

Day tragó saliva y valor, y subió por las escaleras. Se situó afuera de su puerta, y aunque le tomó unos minutos atreverse, tocó la madera con el puño.

No respondió, cosa que ya esperaba. Se tomó la libertad de abrir la puerta con precaución, y encontró la habitación vacía. Frunció el ceño y entró por completo, cerrando la puerta.

—¿Te ha enviado mi madre? —preguntó Nolan sombrío desde el baño.

Day no le respondió. Caminó con sigilo hasta colocarse detrás de él, frente al espejo de su baño, y observar atenta cómo ocultaba un quejido al intentar limpiarse su ceja herida.

Alzó las manos y tomó la suya, retirando el algodón con delicadeza. Nolan la miró a los ojos, siendo incapaz de descifrar sus pupilas.

Ella tomó su mentón con una mano, y comenzó a limpiar la zona con suaves toques.

—Sí, pero no he venido por eso —dijo por lo bajo.

—¿Entonces...? —preguntó con tintes de molestia, sin creerse por completo lo dicho.

Terminó de limpiar sus heridas, tomó la cinta médica, la cortó con cautela, y unió el corte de la ceja, escuchando un suave gruñido dolorido en su garganta.

—Te extraño —dijo con voz tersa, dando una caricia con su pulgar, recorriéndole el mentón, maravillada de su rostro hermoso, aún y con la tierra pegada por el sudor, y las heridas ensuciando sus facciones.

Nolan sintió que su corazón cayó hasta el suelo y lo dejó sin aire. Desvió la mirada, temiendo que pudiera descubrir sus sentimientos pintados en sus ojos.

—¿Qué dices? Si nos vemos todos los días —respondió vacilante. 

Day retiró la mano de su rostro, y él soltó el aire desanimado por dejar de recibir su caricia.

—Exacto. Solo te veo, Nolan. Hace mucho que no...

Se detuvo porque un temblor emocional hizo desvariar el tono de su voz. Bajó la mirada, y decidió que sería honesta con él, aunque eso la dejara desnuda y vulnerable.

—Hace mucho que no compartimos nada.

La voz fracturada con la que habló, rompió algo dentro de Nolan. Frunció el ceño, castigándose por hacerla sentir así.

Pero... ¿Cómo podía compartir algo, cuando él quería compartirlo todo? ¿Cómo podía darle un cacho, cuando él anhelaba darle cuanto pudiera?

Sentía que él mismo le pertenecía. Que nada de su ser valía para absolutamente nada, si ella no lo tomaba como suyo. Y no soportaba que fuera solo una parte, solo una fracción de él. Porque el resto reclamaban dolientes por ella.

Y se castigaba por eso.

Se castigaba, porque era egoísta quererlo todo o, en cambio, elegir la nada. Pero le dolía todavía más, que aunque quisieran, no podrían, por la situación de mierda en la que estaban, y que tampoco podían escapar.

Por lo que le parecía más sencillo, evitar todo lo que fuera a dolerle, alejarla, que acrecentar el sentimiento que le hardía por dentro.

Day no entendía lo que pasaba por la cabeza de Nolan. Pero al verlo ahí, con la mirada hacia el suelo y ausente, respirando agitado y su ceño fruncido, deseó tener el valor de abrazarlo y decirle que estaría para él, fuese cual fuese la situación.

Soltó el aire derrotada, y decidió intentar algo más sencillo.

—¿Por qué no... Hacemos algo? Cómo lo hacíamos antes.

Obtuvo su atención, porque la observó de reojo con precaución.

—¿Cómo qué? —preguntó curioso.

—Hagamos un fuerte de mantas —dijo ilusionada, y se arrepintió al momento, sintiéndose una tonta por sugerir una chiquillada como esa.

Pero Nolan... Nolan le sonrió con una calidez que hacía mucho no veía en él. Le pareció verlo más inocente, más niño. Liberando un poco, la tortura silenciosa que llevaba dentro.

Salió del baño sin decir nada. Day le siguió los pasos y lo vio entrar en su habitación. Abrió el armario y extendió un par de sábanas. Le entregó un par a ella y él abrazó otro par.

Pronto y en silencio, entendió que harían El Fuerte.

No quiso romper la muda complicidad que habían conseguido, así que imitó sus acciones: le ayudó a atar las cuerdas que detendrían las sábanas, tomó las almohadas que le faltaron, y las acomodaron juntos en el suelo.

Conociendo bien los pasos, sujetaron de cada lado la extensión de diminutas luces que posaba sobre la cabecera de la cama, y la colgaron en el techo de la tienda.

Afinaban los detalles de su estructura improvisada, cruzando miradas tiernas y sonrisas dulces.

Day se retiró las pantuflas y entró a gatas en el cuartel de algodón, recostándose sobre su espalda. Nolan siguió su camino, se acostó por su lado, recargando un codo en una almohada y posando su mentón en la palma, para mirarla a los ojos.

El ambiente que habían creado, les pareció a ambos, mucho más que una carpa mal hecha de sábanas traslúcidas y luces parpadeantes.

Les pareció, más bien, una máquina del tiempo.

Porque ahí dentro, entre almohadas, el reducido espacio, y sus miradas ancladas: volvieron a ser niños.

Day vio en las pupilas de Nolan, aquella vez en el festival de primavera.

Vio cuando corrió junto a ella sujetando su bicicleta, y cómo celebró una vez que fue capaz de pedalear y mantener el equilibrio al mismo tiempo.

Vio a Ginger. Su hámster mágico que desafió las leyes de la naturaleza, viviendo por ocho años. Y lo vio confesar, avergonzado y obligado por su madre, que Ginger era el hámster número doce que llevaba reemplazando cada vez que uno moría, para que ella no se diera cuenta de que había muerto por alguna situación ridícula, como que había saltado de la jaula mientras ella dormía.

Vio todas las veces que la defendió de las burlas por su lunar, y todas las veces que acompañó su llanto con cuentos y fantasías.

Lo vio a través de los años, lo vio de amigo, de confidente, de defensor, y de cómplice. Lo vio niño, lo vio joven, y le pareció verlo, también suyo.

Porque en ese momento, lo sintió así: suyo.

Buscó su mano, palpando entre las almohadas, sin interrumpir sus miradas ancladas.

Nolan sintió sus dedos buscándolo, y movió la palma hasta tocarlos y entrelazarlos con seguridad. Acarició su dorso con el pulgar, y ella le sonrió enternecida.

Dentro de su máquina del tiempo, no se percataron de cómo ni quién comenzó, pero sus narices se rozaron con la punta en una caricia apenas perceptible. Dos magnetos que, instintivos, se unieron, buscándose el uno al otro. Day cerró los ojos, y sonrió, se permitió disfrutar de su cercanía, y del aliento de Nolan acariciarle las mejillas.

Estando con ella así, con sus frentes unidas, las narices cruzadas, aspirando su aroma, devorando su vaho en cada respiración, acariciando su palma, pudo darse una tregua.

Se dio cuenta del enojo que llevaba arrastrando hace demasiado tiempo. Porque arraigado a sus ojos azules, sintió la paz, que, sin saber, tanto buscaba.

Sus músculos emblandecieron, su mandíbula se relajó, los párpados se le pusieron pesados, y sus comisuras sonrieron.

Y con la paz de quien acepta su sentir, ambos se quedaron dormidos. 

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