Capítulo 42
Aunque Jude insistió, a Nolan no le pareció apropiado quedarse para esperar a Day. Ella ya había pasado por demasiadas emociones en ese día. El cabrón de su padre no dejó ni que acabara de llorar a Anna, cuando ya estaba metiéndola en un aprieto.
Si por él fuera, le habría desfigurado la mandíbula lo suficiente, como para que no volviera a ladrarle una puñetera orden a Day en su vida.
Así que le dio su espacio, y al día siguiente, apareció temprano por la mañana con dos charolas repletas de panecillos y café.
Llamó a la puerta y su madre abrió irritada.
—Nolan, hijo, por Dios. Abre la maldita puerta, ni que fueras el cartero.
—Es educación básica, madre.
—Es necedad pura, esta es tu casa —gruñó.
Nolan entró y depositó las cosas en el comedor.
—Oh, has traído desayuno, gracias. No tengo cabeza para cocinar nada ahora.
—Lo imaginé.
Reparó en que su madre ya estaba vestida, con unos pantalones elegantes, una blusa de seda, y el bolso en la mano.
—¿Vas a salir?
—Sí, tengo unos pendientes que hacer con respecto a...
La muerte de Anna, completó en su cabeza.
—¿Ahora mismo? —respondió preocupado.
—Lo siento, cariño. Volveré por la tarde.
—Vale, entonces me voy también.
—No, no, quédate. Arriba está Day.
Pero Nolan tragó saliva, temeroso, y aún más convencido de salir corriendo de ahí.
—Le hará bien tener compañía —adelantó, antes de que se le ocurriera negarse en voz alta.
Se maldijo por dentro ante su comentario, porque sabía que sembrar esa idea en su cabeza sobre ella estando sola en casa, sería suficiente para mantenerse ahí hasta que lo echaran.
Su madre tomó un café, y le agradeció alzándolo al aire con un asentimiento de cabeza, mientras salía de casa.
Él se sentó y pellizcó un pedazo de pan mientras le daba un trago a su café. Observó a su alrededor, las paredes del mismo color, las mismas fotografías sobre la credenza de la pared, con los mismos niños sonrientes frente a un lago.
Sonrió también.
Continuó escudriñando a su alrededor, como si fuera la primera vez que veía su casa, reconociendo con melancolía, cada detalle.
Detuvo la mirada en el patio, y vio el tendedero a menos de la mitad, con solo un par de prendas de Day y Jude. Nada comparado con la cantidad de ropa que tenían que lavar con un enfermo en casa.
Y sintió un escalofrío de pensar, que la pena era tan visible que incluso se podía contar en prendas de ropa.
—¿Nolan? —preguntó Day desde la escalera, con unos mallones negros entallados, una sudadera tan grande que le cubría la mitad de los muslos, unas calcetas a la pantorrilla y sus pantuflas.
—Day —dijo en tono demasiado alto como para sonar tranquilo—. Y-Yo... Jude se...
—Sí, se fue. Me dijo anoche que tenía cosas que hacer —respondió tranquila mientras terminaba de bajar los escalones—. ¿Eso es café?
—Sí, toma uno. T-Traje desayuno también, por si quieres comer algo.
—No tengo mucho apetito —dijo mientras le daba un sorbo al vaso aislante de sus manos.
—Entiendo.
Day se quedó en la otra punta del comedor, mientras bebía en completo silencio y con la mirada perdida en la mesa.
Nolan se revolvió en su asiento, y tamborileó los dedos en las rodillas. Sentía que debía decir algo, lo que sea, algo que detuviera ese silencio que le taladraba la sien. Puso su atención en ella, y pudo notar un ligero temblor en sus dedos, su ceño ligeramente fruncido, esforzándose por no mirarlo de frente.
Suspiró. Era obvio que ninguno de los dos estaba cómodo, y lo último que quería, era ser una molestia en su propia casa.
Carraspeó la garganta y se puso de pie del comedor.
—Yo, eh... —musitó mientras se acomodaba la chaqueta, dispuesto a salir—. Solo vine a traer el desayuno y...
—¿Ya te vas? —preguntó descolocada.
—Vendré más tarde, así puedes desayunar a gusto.
—Estoy a gusto.
—Day...
Soltó un bufido con la mirada baja, sin ser lo suficientemente valiente para enfrentarla directo a los ojos.
—Sé que ha pasado mucho tiempo, pero no el suficiente como para no darme cuenta de que no estás cómoda conmigo aquí.
—Nolan, no...
—Está bien —interrumpió empático—. No es un reclamo en lo absoluto, pero apenas si puedes verme desde que llegué, y...
—Estaba en shock —atacó herida y en un arranque desesperado por evitar que se fuera—. Y cuando me acostumbraba a verte, resulta que alquilas en otro lado como si esta nunca hubiera sido tu casa, ¿cómo esperas que reaccione?
Alzó el rostro hacia ella, quien tenía la expresión herida y dispuesta a lanzar reclamos guardados.
—Deja de empeñarte en vivir en otro lado y ven a casa. Si ya no puedes estar conmigo aquí, soy yo quien debe irse. Jude es tu madre, no la mía.
—No me conoces si crees que permitiría que vivas en otra parte.
—Puedo cuidarme sola.
—No he dicho lo contrario —gruñó—. Pero le prometí a tu madre...
—¡Claro! —explotó ella—. ¡Esa es la maldita razón por la que te importa una mierda!
Day no se dio cuenta de que la cólera le había liberado el llanto y la había hecho dar pasos inconscientes hacia él, quedando a una zancada de distancia. Nolan frunció el ceño, apenado de provocar ese sentimiento en ella.
—No es así... —confesó cabizbajo, avergonzado, y desviando la vista—. Pero... No pudiste ni saludarme, Day. Supuse que no esperabas verme de nuevo.
—Pues tienes toda la razón. No esperaba verte. Después de más de un año de no saber nada de ti, Nolan... —detuvo el reclamo para negar frenética, herida, confusa, repitiéndose la pregunta que la ahogaba desde entonces—. ¿Por qué?
—¿De qué hablas?
—Me abandonaste —recriminó fracturada, liberando una lágrima herida.
—¿Qué dices? ¡Eso jamás! —rugió potente y ella abrió los ojos ante su arrebato—. ¡Jamás te abandoné!
—¡Desapareciste! —reclamó afectada.
—¡Fueron solo unas semanas!
—¿Unas semanas? ¡Más de un año ignoraste mis correos, Nolan!
Se cubrió la boca con una mano y sollozó. Nolan no entendía nada, pero el corazón le galopaba frenético y angustiado. Parpadeó la incertidumbre y buscó acelerado su móvil en el bolsillo del pantalón. Deslizó el dedo entre temblores, mientras Day lloraba sin control.
—Mira —ordenó, mostrándole la pantalla de sus correos enviados, deslizó el dedo y le mostró todos los mensajes que habían salido desde su bandeja.
El último tenía fecha de esa misma semana, y salvo por algunos altercados durante su estadía, como el tiroteo, había una constancia semanal de correspondencia enviada. Day intentó parpadear, sorprendida, pero solo logró un movimiento en los párpados apenas perceptibles, liberando más lágrimas.
—Te escribí —gruñó Nolan, con los dientes apretados y cediendo a la emoción—. Cada maldita semana, te escribí.
Day negó, y las lágrimas siguieron cayendo.
—Y a pesar de que no me respondías, seguí escribiendo, y seguí, y seguí. Para que supieras que no importaba la circunstancia, yo me quedaría siempre, ¡porque te lo prometí a tí!
Su voz se rompió al final, y apretó los labios para contener la rabia y el llanto herido, tratando de mantener a raya el sentimiento de rechazo que había guardado hasta entonces.
—Y-Yo...
—Y me dije que debías tener un motivo —bramó herido, hablando con esfuerzo, como si las palabras le estuvieran rajando la garganta—. Me repetía cada vez que encontraba vacía la bandeja de correo, que debía haber un motivo. Me obligué a creerlo, Day. Y luego llego y veo...veo... Ese puñetero anillo...
—¡No! —chilló ella—. ¡No te atrevas!
Ambos se dieron la espalda, y cada uno trató de amarrar sus pedazos que amenazaban con explotar ahí, lastimados y resentidos. Nolan se pasó una mano por el cabello, frustrado y dolido. Se rascó el pecho como si fuera posible que el corazón le estuviera sangrando de verdad.
Ella se enjugó las mejillas y respiraba agitada, intentando mantener la compostura.
El primero en girarse fue Nolan, puso los brazos en jarras y respiraba con dificultad, como si le doliera inflar el pecho. Day no entendía nada, salvo que él se sentía tan abandonado como ella, por lo que repitió su acción. Buscó su móvil, fue directo a la bandeja y extendió la pantalla hacia él.
—Yo tampoco dejé de escribirte —dijo en un lamento a palabras atropelladas.
Frunció el ceño y tomó el móvil para analizarlo, deslizó el dedo, y entre sus lágrimas, sonrió con amargura de ver la verdad ante sus ojos.
—No hubo semana que no lo hiciera, Nolan.
Alzó la mirada, y dejó caer sus barreras. Se dejó ver así, vulnerable, con las mejillas humedecidas y el rostro deshecho. Day no pudo retener la vista demasiado, bajó el rostro avergonzada, y se sorbió la nariz.
—El anillo no... No es lo que parece —confesó apenada—. Es decir... Sí, Nate quería que tuviéramos algo, —reflexionó e hizo una mueca abatida—. Y bueno, la verdad es que... Yo también...
Nolan apretó la boca con desagrado y cerró los párpados.
—Pero no pude —reveló sin aire—. No pude...
La observó expectante, queriendo escuchar sus razones, desconfiado de la respuesta que su corazón bombeaba frenético.
—Le pedí tiempo, porque no podía dejar de pensar en ti. No podía olvidarte, y él... Me dio el anillo como promesa de que me esperaría.
Nolan soltó el aire, como si un peso invisible que estuvo cargando de pronto desapareciera de sus hombros. Y la miró, percibió el arrepentimiento en su rostro, el dolor, el rechazo, todo lo que ambos ignoraban y que ahora afloraba entre los dos.
Su vista viajó hasta su mano que posaba en el comedor, ahora libre de joyas. Puso la suya encima, cubriéndola por completo en su ancha y áspera palma, y la sujetó decidido.
—Yo tampoco te olvidé, —admitió con el asomo de una sonrisa en las comisuras—. Ni un solo segundo.
Se quedaron en silencio, intentando procesar todo aquello. Tenían mucho que desmenuzar, muchos años arrebatados, muchos quizás, despojados.
—¿A dónde nos lleva esto, Day?
Una lágrima recorrió la mejilla rozagante de Day, y él no pudo contenerse más. Se acercó precavido, recargó la frente en la suya, y aspiró su aliento con ímpetu, sintiendo el aire en su pecho, como delicadas plumas provocándole cosquillas, y tuvo que esforzarse por no poner los ojos en blanco por el deleite de tener su aroma llenándole los pulmones de nuevo.
Day negó, despedazada, y dejó correr otra lágrima.
—¿Cómo? —imploró derrotada—. ¿Cómo sucedió esto?
—No lo sé —susurró, y acarició su mejilla con el pulgar—. Pero esto apesta a Murphy.
—No, por favor... —suplicó agotada—. No más problemas con mi padre.
—No haré nada que tú no quieras.
Day cerró los ojos y se dejó acariciar el rostro por su aliento.
—No me puedo creer nada de esto... —admitió destrozada.
—¿Qué cosa?
—Esto —repitió con énfasis—. Que ninguno haya dejado de esperar.
Sonrió, esperanzado y anhelante.
—Algo en mí siempre lo supo.
Day separó su frente para arquear una ceja incrédula.
—No me digas —respondió sarcástica y Nolan se rio por lo bajo—. Por lo que vi, tú me saludaste tan poco como yo a ti.
—Porque soy un gallina y estaba intimidado por lo preciosa que estás. Mis recuerdos no te hacen justicia.
Sonrió con ironía.
—Bien, tomo tu excusa solo porque admitiste ser un gallina.
Se rio eufórico, liberado. Agradecido de por fin estar rompiendo los muros que los dividían y volvían a ser ellos, como si el tiempo no hubiera pasado, ni la guerra, ni su ausencia, ni la enfermedad, ni nada.
Nolan elevó una mano para limpiar una lágrima de su mejilla. Day sintió un ligero vértigo al sentir el roce de su yema, y debió buscar sostenerse de la mesa para no flaquear, pero su mano se vio entorpecida al sujetar un material acartonado. Giró el rostro con sorpresa al percibirlo, y vio el rollo de papeles que llevaba ahí unos cuantos días.
—Había olvidado que los dejé aquí —explicó Nolan.
—No los había visto —reconoció ella, y no le quedó duda, puesto que los últimos días habían sido demasiado lúgubres como para ver cualquier cosa—. ¿Qué son?
—Nada interesante. Papeles médicos, y, bueno... —se interrumpe para carraspear incómodo—. Nuestro mapa.
A Day se le iluminó la mirada, y deshizo el cilindro rápidamente, para expandir aquella hoja amarillenta y malgastada sobre la mesa.
—Quiero enmarcarlo —dijo él—. Porque ya comienza a romperse de los bordes.
No respondió. Deslizó los dedos por el dibujo y resopló con melancolía al recorrer el espacio sin pintar. Nolan frunció los labios y dejó caer el rostro.
—Lo lamento —murmuró—. Te fallé en eso también.
—No —excusó a prisa—. No has fallado en nada. Estabas en medio de una guerra, no había tiempo para chiquilladas.
Se acercó a ella, con su nariz acariciándole la oreja, y le escudriñó el rostro.
—Yo siempre tengo tiempo para ti —dijo acercándose aún más, incapaz de contener sus deseos por sujetarla contra su pecho, y deslizó una mano por su cintura.
Le sonrió con la mirada acuosa, aun comprendiendo que todo aquello no era un sueño, y ambos estaban ahí, frente a frente, con el amor en las pupilas, y la verdad en el ambiente.
Day suspiró y miró de nuevo a los papeles. Demasiados estudios médicos, análisis, y una lámina radiográfica. Frunció el ceño y no pudo disfrazar el galope temeroso que se le desataba en el pecho.
—¿Estás... bien? —preguntó temblorosa.
—Sí —respondió enternecido, mientras acomodaba un mechón de su cabello tras su oreja—. Son solo estudios rutinarios. Aunque debo llevar esa radiografía con un cardiólogo para una segunda opinión.
—¿Esta? —dijo alzando la lámina con las manos, y el aliento de Day al hablar, inundó las fosas nasales de Nolan, provocándole un estremecimiento que terminó por apretar los dedos sobre su cintura.
Le respondió con un asentimiento gutural en la garganta, pues le estaba costando mucho contener las ganas de besarla.
Day extendió la película oscura a contraluz, y él no podía dejar de mirar su perfil delicado. Deseando por empezar ya mismo a reponer el tiempo perdido.
—Day, ¿podrías... dejar esos papeles?
—Nolan... —dijo en un hilo, sin dejar de ver la radiografía.
—No son importantes —protestó aspirando con disimulo el aroma de su cabello—. Pero ahora, yo...
—Nolan... —repitió con rigidez.
—Lo prometo, estoy bien de salud. Ahora, ¿podrías...?
—Nolan —zanjó impaciente, y él alejó el rostro de su cuello para mirarla a los ojos confundido.
Lucía incrédula, como si enfrente tuviera un elefante rosa y no una lámina aburrida con la fotografía de su tórax. Miró una vez más la imagen, intentando comprender el semblante desencajado de Day.
—E-es... Es igual —dijo en un hilo.
La miró a ella, y después al pliego. Y después otra vez, como si hubiera algo entre medio que se estuviera perdiendo. Torció el ceño, dándose por vencido y resopló.
Day no podía reunir las neuronas para decir algo, sentía que se ahogaba, y la garganta le picaba reseca. Tragó saliva e intentó, sin éxito, respirar con normalidad. Bajó la radiografía, y acelerada, la colocó sobre el mapa deteriorado extendido en la mesa. Sus movimientos eran tan torpes y temblorosos, que parecía sentirse presionada por algo.
Nolan sujetó uno de sus codos, intentando calmar los nervios por verla tan descolocada.
Ella logró detener su acomodo entre los dos papeles, y los ojos desorbitados ante lo que tenía enfrente, hizo que él intentara de nuevo interpretar su pensar. Miró nuevamente a la mesa, y al igual que ella, se quedó sin palabras, sin pensamientos, sintió que incluso, su pecho dejó de palpitar por una corta fracción de tiempo.
Lo miró, acuosa, sonriente, y tan deslumbrante como nunca la había visto.
—¿Lo ves? —preguntó luminosa.
Asintió sin aire, sin retirar la vista hacia el frente, al par de papeles ensamblados. A la lámina oscura pero traslúcida, permitiendo una tenue visión del mapa debajo.
Ambos quedaron estupefactos, ante el recuerdo, ante la forma de un mapa sin completar. De una circunferencia que habían visto durante tantos años como para tenerla memorizada, y saber, que la forma que tenían enfrente, aunque era un poco más grande, su contorno ensamblaba perfecto en aquel espacio faltante, impecable, como si hubiera sido hecho a la medida.
Y algo en ellos les aseguró que, en efecto, así era.
Nolan asintió enternecido, y a ella se le erizó la columna.
—Ensambla perfecto —dijo Day en un hilo.
—Sí —respondió a su lado, calentando su mejilla con su aliento al hablar—. Pero sería hacer trampa, no es un lugar.
Day sonrió, parpadeó lento y se giró para verlo, tan cerca, que sus pestañas casi se rozaban.
—Eres el mío.
Nolan sintió que el estómago le subió a la garganta, y que explotaría de llanto y risa.
Deslizó la vista a sus labios delineados, subió a su nariz perfilada, recorriendo el puente como si pudiera acariciarlo con las pupilas, y se detuvo nuevamente en sus ojos. Alzó la mano, abrazó su mejilla con la palma, y la guió con sutileza hacia su boca.
Se fundieron en un beso abrasador, intenso, desesperado por encontrar aquellos detalles nuevos que habían surgido durante la ausencia, en una bienvenida, a su hogar, a su futuro.
Se convirtieron en un nudo, de lágrimas y risas liberadas. De caricias, jadeos, y mordiscos desmedidos.
Y cuando sintieron que sus cuerpos se habían saciado y terminado la travesía por conocer los nuevos caminos de sus cuerpos, buscaron unos viejos crayones, y rellenaron juntos su mapa.
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