Capítulo 41
Jude pasó más tarde por la habitación, y encontró aquella imagen tan nostálgica y hermosa, que tomó una fotografía. Le pareció que no había pintura que le hiciera justicia a la obra de arte que simbolizaba aquello.
Se detuvo a besar la mejilla de cada uno: su familia. Y se colocó en el sillón al otro lado de Anna, para dormir también junto a ellos.
Recuerda haber soñado mucho, y muy vívido. Pero ninguno de los sueños fue una fantasía, sino recuerdos.
Sobre aquellas noches de tormentas en las que Day todavía usaba pañales, y acababan los cuatro compartiendo cama por el miedo a los relámpagos. O aquella otra, en la que Nolan se rompió una pierna, y le hicieron compañía a su dolor.
Soñó también con su última charla:
—Te lo ruego, Jude. Trata bien al niño.
—Lo trato bien, Annie. Pero a ti todo esto te tiene demasiado blanda, ya no es un niño.
—No es verdad, lo tratas demasiado rudo.
—Lo preparo para el mundo, la vida no es fácil. Necesita quién le dé fortaleza —defendió molesta.
—No, Jude, necesita que lo quieras —replicó entre espasmos de tos—. Day lo tiene a él, pero si él no tiene a su madre, no tendrá nada.
Soñó también con la primera noche después de conocer el diagnóstico de Anna, en las que la acompañó en su tormento, en aquel viaje que se debían y disfrutaron como dos chiquillas, todas aquellas en las que sintieron que la cama estaba demasiado vacía sin sus dos pequeños, y en las que rogaron por un espacio decente en donde dormir.
Anna había sido su amiga, su hermana, la madre que su hijo necesitaba, la pata faltante de la mesa de su vida, y que, ahora, tendría que aprender a sostenerse sin ella.
Porque después de todas esas noches compartidas, aquella fue la última, y Anna no volvió a levantar los párpados.
Cayó en un estado crítico que la mantuvo inconsciente unos días, hasta que los órganos le empezaron a fallar uno a uno, y murió así, dormida, creyendo que tenía entre las manos a sus dos hijos, y en paz. Sin darse cuenta de su alrededor, ni de que todo se apagaba poco a poco, soñando con las noches vividas, y las que faltaron por vivir.
Cualquiera creería, que el hecho de haber tenido tanto tiempo extra, les dio la oportunidad de despedirse, de prepararse para lo inminente y recibirlo con entereza.
Si bien, no fue precisamente tan devastador como lo sería una muerte inesperada, aun así, cargaron con la sensación de haber perdido algo propio, algo interno, una extremidad de sus propios cuerpos, un fragmento del alma que se esfumó junto a la de ella.
Y como si el cielo hubiera perdido algo también, ese día llovió, desde el amanecer hasta que el sol se ocultó. No una lluvia intensa, sino un chisporroteo molesto y constante, en un llanto persistente e incontrolable del mundo, como si llorara también su muerte.
Los paraguas oscuros se amontonaban en el cementerio, en una mancha lúgubre entre el pasto empapado. Nate le dio el pésame a Day, y mantuvo su lugar con Murphy entre ambos, como una barrera humana.
Jude miraba a todos lados, preocupada de no ver a su hijo que ya llegaba tarde, pues el sacerdote ya había comenzado a hablar. Divisó su figura a lo lejos, enfundado en un elegante traje que pronunciaba todavía más lo imponente de su cuerpo, y unas gafas oscuras que no permitían ver más que su mandíbula fortalecida.
Caminó con firmeza, como si fuera el piso quien se adaptaba a sus pasos y no al revés. Nate dio un paso hacia atrás cuando le pasó por enfrente, ignorando de quién se trataba, pero intuyéndolo en los huesos.
Nolan saludó a Murphy con un áspero asentimiento, apenas dirigiéndole la mirada cubierta por las gafas. Pasó el brazo alrededor de Day sin mirarla, y le acarició la espalda en un rápido consuelo. Prosiguió besando la mejilla de su madre, y situándose a su lado sin inmutarse.
—¿No te enseñaron en el ejército a llegar puntual? —gruñó Murphy en un susurro.
—Papá, por favor... —riñó Day por lo bajo.
Nolan se limitó a meter una mano en el bolsillo del pantalón, apretar la mandíbula y mantener la vista al frente.
Era evidente quiénes eran los familiares de la difunta, pues se mantuvieron unidos en una línea, a excepción de Nolan, que mantenía una prudente distancia de ellos, como si fuera parte, pero a la vez no. Dejando entre él y su madre, el espacio exacto para que otra persona cupiera perfectamente.
Ninguno de ellos escuchó la cantaleta del sacerdote, Nate estaba rígido, con la mirada hacia el frente, pero ausente, Murphy tecleaba en su teléfono desinteresado, Day escurría lágrimas y las limpiaba con un pañuelo, Jude parecía un cascarón, vacío y olvidado en la misma posición desde que llegó, y Nolan parecía una estatua, firme y severo, sin ningún movimiento perceptible a la vista, hasta que una lágrima se le escapó de las gafas y la limpió con el hombro en un movimiento disimulado.
Solo supieron cuándo había terminado, todo una vez que la gente se movió de sus lugares y se dispusieron a charlar. Algunos se acercaron a Day para darle el pésame, después de todo, y ante los ojos de la sociedad, ella era la única familiar directa a quien dárselo.
Jude recargó la mejilla en el hombro de su hijo, quien no se había movido ni un centímetro desde que llegó.
—Lo lamento mucho, hijo.
Nolan no dijo nada, se sorbió la nariz y asintió.
—Lo lamento por todo.
—No fue tu culpa —respondió cabizbajo, acomodando las gafas con un dedo.
—No hablo de Annie.
Nolan torció la cara hacia ella, pero su semblante permanecía severo e inescrutable, a pesar de ver a su madre con el rostro hinchado, los ojos irritados por el llanto, y las ojeras bien pronunciadas.
—Estoy muy orgullosa de ti, Nolan. Mucho.
Tensó los músculos, evidenciando que no esperaba aquello.
—Crie a un hombre de bien, respetuoso, centrado... Aunque eso me costara perder su cariño.
—No digas eso —replicó él, negando con la cabeza.
—Lo sé, sé que he sido muy dura contigo. Sé que logré a un buen hombre, pero me costó que dejara de llamarme madre.
Nolan le deslizó el brazo por la espalda y la atrajo hacia él, envolviendo su cabeza entre su nuca y su hombro.
—No es verdad —consoló mientras ella lloraba—. Pero a veces siento que no me escuchas hasta que te llamo por tu nombre.
—Lo lamento, lo lamento —sollozó—. Anna fue más una madre que yo.
Y la apretó aún más consigo, acariciando su espalda.
—Ambas lo fueron, mamá. Si nos hubieras criado solo tú, Day y yo seríamos unos androides, y si lo hubiera hecho Anna, seríamos unos mimados inútiles.
Jude liberó una carcajada entre el llanto.
—Diablos, sí, se empeñaba en tratarlos como a unos niños.
—Esa era ella. Me hará mucha falta que le corte las orillas a mis sándwiches.
—Yo lo haré, hijo.
Se dedicaron una mirada expresiva, en una muda conexión que los hizo liberar una lágrima y abrazarse nuevamente.
—Jude —llamó Murphy, interrumpiendo el gesto—. Debemos irnos, nuestro vuelo sale en unas horas.
Y al escuchar el plural de su oración, Nolan reparó en el tipo pulcro y rubio a su lado. Frunció los labios, y un sentimiento amargo, envidioso, se le asentó en el estómago. Todo brillaba en ese sujeto, como si hubiera comprado nuevo hasta los tornillos de su reloj, para verse así ese día: impecable.
No podía decir lo mismo de su aspecto áspero, que, aún y con traje, sentía que la mugre de la guerra todavía era perceptible en su rostro y en las uñas.
—Gracias por venir, Ronald —respondió Jude tajante.
—Anda a buscar a Day —ordenó al rubio—. Que termine de despedirse para poder irnos.
Como un rayo, Nolan torció el gesto.
—¿Qué dices? —preguntó Jude.
—¿No pretenderás que Day siga viviendo contigo? No eres su pariente.
—Day puede quedarse el tiempo que le dé la gana —gruñó ella.
—Jude —dijo Murphy como advertencia, mientras se quitaba las gafas y las limpiaba con un pañuelo—. Dejemos de pretender que la situación no ha sido un maldito caos desde el principio. Mi hija no puede vivir con un hombre adulto que no sea su marido.
—Nolan no vive conmigo —atacó Jude.
Y Nolan ocultó una sonrisa bajando el rostro, satisfecho de haberse anticipado aquello.
—Ella tiene su propia casa, no tiene por qué vivir con una extraña.
—Una extraña —rugió incrédula—. ¡¿Una extraña?!
—Anda, Nathaniel —ordenó de nuevo con impaciencia.
Nate divagó la vista entre Jude y Murphy, y asintiendo incómodo, se giró para buscarla.
Una mano fuerte, rasposa y contundente le tomó el brazo con firmeza. Nolan lo observó por encima de los lentes, y la mirada filosa que le dio, le heló la sangre. Bufó como un toro y dirigió el rostro hacia Murphy sin soltar el brazo del rubio.
—Ninguno de nosotros va a decidir por ella.
Murphy se dio cuenta de que no había escuchado a Nolan hablar desde hace demasiado tiempo. Porque lo áspero y maduro de su tono, le pareció más cercano a un rugido, que a una voz.
Tragó saliva y frunció el ceño.
—¿Ah, no? —retó.
—No —respondió tajante—. Es una mujer adulta, y a menos que consideres tener una hija incapaz de tomar una decisión inteligente, lo hará sola.
—No me digas —canturreó venenoso.
Nate se mordió la lengua, e intentó con esfuerzo no demostrar miedo ante la imponente presencia de ese tipo.
Porque aunque Nate, no era ni bajito ni flacucho, tenía el aspecto de un modelito de aparador. En cambio, Nolan era monumentalmente grande, y sentía que sería muy estúpido iniciar una pelea ahí mismo, pues los haría cagada a él y a Murphy de un aplauso. Además, que, siendo objetivo, el motivo de la pelea no lo compartía del todo, pero no era ni el momento ni el lugar de contradecirlo.
Para su fortuna, Day apareció y caminaba hacia ellos con su bolso en mano, mientras Nolan deshacía el fuerte agarre del brazo de Nathaniel. Llevaba el rostro hinchado y caminos salados por sus mejillas enrojecidas.
—Day, cariño —adelantó Murphy—. Qué bueno que llegas, justo iba a buscarte para irnos.
—¿Irnos? Papá... Te dije que iba a pensarlo.
—No hay mucho que pensar, cariño, ya pasaron unos días. Anda, vamos.
—Fueron días ocupados en el hospital, no tuve tiempo de analizarlo.
—Pues entonces te vienes, y piensas conmigo si quieres volver.
Day perturbó la mirada y respiró agitada, sintiéndose acorralada como una niña castigada.
—P-Papá, yo... Yo no alisté nada... Yo no...
—Luego venimos por ellas —interrumpió él.
—Dijo que no —bramó Nolan filoso.
—Dijo que no tenía sus cosas —respondió irónico.
—Basta —interrumpió Jude—. Day, cariño. No sientas la presión de nadie. Tu padre cree que es mejor si vas a vivir con él, pero quiero dejarte claro, que mi casa es tanto mía como tuya, y puedes quedarte el tiempo que tú decidas.
—Yo... —Trastabilló temerosa—. Y-Yo... Quisiera quedarme un poco más...
—No digas tonterías, Day —gruñó Murphy.
—Ya decidió —atacó Nolan tajante, y dando un paso hacia Murphy quién tragó saliva nervioso.
—Estoy hablando con mi hija, ahora si no te importa...
—Me importa —interrumpió furioso, apretando los dientes como si estuviera conteniéndose de agredirlo.
Day se puso en medio de ambos, temerosa de que la riña se agravara demasiado. Miró a su padre molesta y gruñó su nombre, haciéndolo dar un respingo de sorpresa.
—Ya decidí —dijo tajante.
Y el rostro de Murphy se pintó de carmín en medio segundo, frunció el ceño y bufó mostrando los dientes, fulminando a Nolan, que mantenía un aspecto a la defensiva en los músculos, pero sereno en el rostro.
Murphy se acomodó el saco de un tirón presuntuoso, arqueó una sola ceja, y dibujó una mueca asqueada en sus labios.
—Bien, nos vamos —dijo a Nate, y miró a Nolan con desprecio—. ¿Cuándo es tu siguiente servicio, Nolan? Me gustaría venir a despedirte, con suerte, esta vez no regresas.
—¡Pedazo de...! —ladró Jude, y su hijo detuvo su colérico arranque tomándola del hombro.
Day se tapó la boca horrorizada y encogió los hombros temerosa de la reacción de Nolan. Esperando que se le fuera encima, acostumbrada a sus reacciones del pasado. Pero se quedó de pie, sereno, incluso con el atisbo de una sonrisa oculta en los labios.
—Te envío la invitación de mi despedida —respondió aterciopelado, y Murphy se retiró, sin despedirse, gruñendo entre dientes.
Nate articuló una muda disculpa hacia Day, y se marchó también, con los hombros caídos y la culpa de comprender un poco más de todo aquello, y desencantado de plantearse que, quizá, se había aliado con el villano.
Day se quedó temblorosa en medio de todos, sin saber a dónde ir, o qué hacer.
—Jude, y-yo...
—Ve a despedirlos, cariño. Nosotros te esperaremos en casa.
Le agradeció con la mirada que no la hiciera escoger, se limpió una lágrima rápida, y caminó hacia su padre y Nathaniel.
Nolan los observó caminar al igual que Jude, tan rígidos como dos lápidas más del cementerio.
—Voy a bailar sobre la maldita tumba de ese pendejo —masculló él.
—Es una cita, hijo.
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