Capítulo 40
Day se sentía un nudo de dudas, agujeros, y más cosas incomprendidas de las que sí.
Sucedió tan rápido, que todavía no terminaba de asentar las cosas. La misma noche que su madre tuvo una crisis y la internaron de emergencia, Jude recibió una llamada que le descolocó por dentro.
Day lo supo, porque lloraba desbordante, aún y cuando estabilizaron a su madre. "Es por el susto, cariño", se había excusado. Pero ese llanto era de dolor, de incertidumbre. Ella lo supo, pero no insistió.
Era una de las muchas dudas que tenía, pero que se disipó en cuanto escuchó la historia de su compañero. Le quedó claro que Jude decidió cargar con el terror de perder a Nolan ella sola.
Y quiso reclamarle que no la considerara para ayudarla a sobrellevar la preocupación, pero pensándolo más, en realidad se lo agradeció. Porque unos días más tarde, el médico a cargo de su madre informó que el tratamiento ya no estaba surtiendo efecto, y su cuerpo comenzaría a fallar en cualquier momento.
La devastó.
La noticia la dejó tan deshecha que se olvidó de todo: de aquella oscura llamada, de Nate, lo que había dicho, y cómo lo había sabido.
Y sobre él... Sabía que seguía en la ciudad, pues iba a visitar a su madre todos los días. ¿Dónde se estaba quedando? No tenía ni la menor idea. Tampoco tenía ni las ganas, ni las fuerzas para preguntárselo. Y para su beneficio, tampoco él la había buscado.
"Sé que necesitas tiempo", le dijo una tarde al despedirse en el hospital. Cosa que no entendió muy bien cuando lo escuchó, pero después de pasar la noche en vela, pensando las cosas, se planteó que quizás Nate hubiera interpretado el espacio que ella interponía, por su madre.
Day sabía que no era por su madre, no enteramente al menos. No podía decir con exactitud qué era. Nate era un buen tipo, guapo si se ponía objetiva, agradable, atento, un buen partido por donde lo vieras. Incluso, había logrado lo imposible: agradarle a Murphy.
Pero ella creía que necesitaba tiempo para quererlo. Ir un poco más lento, acostumbrar a su pecho, y adaptarse a su nueva vida junto a su madre.
Y estaba reverentemente equivocada.
Tuvo la respuesta en cuanto abrió la puerta y lo vio de pie bajo el arco.
Después de casi ahogarse con su propia lengua, y esperar a que su cerebro decidiera dejar de tener una puñetera embolia, para permitirse respirar, y poder convencerse de que era él, que lo tenía enfrente, y que con solo verlo parado, sin hacer absolutamente nada más que respirar, supo que todo lo que quería, era a él.
Quería a Nolan. Con ella, sin ella, a la vuelta de la esquina, o a diez mil kilómetros. Pero vivo, compartiendo planeta, respirando el mismo aire.
Lo quería a él.
El sentimiento tan abundante que le despertó, como si hubiera puesto en marcha una máquina interna en ella que no sabía que llevaba apagada. Era algo que Nate no podría lograr jamás, porque si de una máquina hablaba, no lograba ni a tocar el apagador.
Y Day se dio cuenta de todo aquello mientras lo escuchaba hablar con su madre. Mientras se tomaba el tiempo de verlo a detalle, su espalda ancha, las manos poderosas, los músculos estirando su chaqueta, la imponente altura, los rasgos de su cara mucho más maduros, el cabello oscuro al ras, regalándole una versión mucho más rústica y varonil de lo que recordaba.
Atraída por su voz, por su monumental presencia dentro de la casa, se acercó lentamente, hasta que su vista reparó en el maldito anillo de su dedo.
Su mirada destruida fue un cristalazo a su realidad. Y no paró de maldecirse por dentro mientras lo veía marcharse.
¿Cómo pudo ser tan tonta? ¿Cómo permitió a Nate llegar tan lejos si sabía lo vacío que era el mundo a su lado? ¿Cómo se dejó olvidarse de Nolan y todo lo que la hacía sentir?
Era su maldita culpa, y merecía la expresión de rechazo que le lanzó antes de partir definitivamente de la casa. Se vio en la penosa necesidad de limpiarse las lágrimas en más de una ocasión por la culpa que eso le comía por dentro.
Sentada en las sillas de espera en el hospital, sus piernas temblaban, y sentía más frío del habitual por los nervios.
Se sentía una tonta por descolocarse así. Por sentir la asfixiante necesidad por decirle que nada de lo que pensaba era la verdad, y que no lo había olvidado, aunque atontadamente, casi le sucedió.
Cada paso que escuchaba cercano, le aceleraba el corazón y le hacía sudar las manos. Hasta que lo que apareció fue un chico elegante, de cabellos rubios y semblante ensombrecido, que le provocó una acidez en el estómago.
Llevaba una bolsa de papel en la mano, y un batido en la otra.
—Day —saludó—. ¿Cómo estás? ¿Ya comiste? —y acentuó estirando los objetos de sus manos hacia ella.
—No, gracias —musitó abrazándose el estómago—. No tengo hambre.
—Deberías comer algo...
—¿Qué haces aquí, Nate? —cuestionó a la defensiva—. Y no hablo de aquí en el hospital. Si no de aquí, en la ciudad, ¿no tienes trabajo por hacer con papá?
—¿Cómo que qué hago? Acompañándote —respondió descolocado—. ¿Quieres... que me vaya?
—Nunca te pregunté —interrumpió ella con saña—. Lo que ocurrió aquella noche.
—¿De qué hablas?
—¿De dónde sacaste que Nolan estaba en la guerra? —preguntó en un hilo.
Se quedó de piedra. Porque el pobre diablo creía que lo había dejado pasar. Pero se dio cuenta, de que solo debía adaptarse a la catástrofe para recordar su pequeño desliz.
—Yo jamás te mencioné su nombre —dijo juiciosa, y él tragó saliva—. Estoy segura de ello. Y mucho menos mencioné la guerra.
Bajó la mirada y tensó los hombros.
—Jude, por cierto, lo diría mucho menos.
—Y-Yo... —comenzó, pero su cerebro acorralado no fue capaz de inventar una rápida salida.
—Te lo dijo papá, ¿verdad? —dijo entrecerrando la mirada con decepción.
Se encogió de hombros y asintió una sola vez. Day rechinó los dientes y apretó los puños.
—¿Con qué...? —comenzó nauseabunda—. ¿Con qué frecuencia hablaban de mi maldita vida?
—Day... —rogó—. No es como crees. Murphy cree que Nolan te envenena la cabez...
—No te atrevas —gruñó—. A asumir cualquier cosa, ni de él, ni de mi. No soy tan estúpida.
—No he dicho eso. Pero Murphy dijo...
—¿Se te ocurrió preguntarme, Nate? Se te ocurrió pensar... "Diablos, ¿por qué Day nunca visita a su madre al borde de la muerte?"
Nate tragó saliva nervioso.
—¡Porque mi jodido padre nunca lo permitió! —ladró furiosa—. Si hay una persona venenosa aquí, es él. ¡¡Y si mi madre sigue viva es porque Nolan se refundió en la maldita guerra para pagar su tratamiento!!
Volteó para todos lados, avergonzado de la escena tan visible para todos, y sintiéndose tan culpable como tan idiota de ni siquiera habérselo planteado.
Day se limpió una lágrima rabiosa de la mejilla y respiró con esfuerzo.
—Te agradezco las atenciones que has tenido conmigo, de verdad...
—Day, vamos... —suplicó desesperado.
—Pero has lastimado a mamá, a mí, y al honor de Nolan.
—Lo lamento, n-no tenía ni idea, pero tienes que entender que...
—No puedo —ladró tajante—. Ahora mismo, Nate, no puedo entenderlo.
Bajó el rostro, abochornado y amostazado.
—Lo lamento mucho —imploró—. Lamento haberte lastimado... A ti y a tu madre.
—Yo también —aunque no dejó pasar que evitó mencionar también a Nolan.
Alzó la vista y frunció los labios.
—¿Crees que... algún día puedas perdonarme?
—Espero comprendas que es demasiado pronto para responderte eso.
Soltó el aire arrepentido.
—Entiendo. Supongo que... Supongo que debo irme.
No le respondió, pero su silencio fue suficiente dictamen.
Nate se acercó a ella, inseguro e incómodo pero con toda la intención de despedirse con el abrazo que acostumbraban darse.
—¿Puedo...?
Lo pensó. Pero, a decir verdad, le pareció honesto, y conociendo lo manipulador y convincente que podía llegar a ser Murphy, no le pareció tan descabellado que el pobre viviera en la ignorancia.
Sintió pena, pues estaba segura de que no era una mala persona, pero le había arruinado la confianza que se tenían. Así que, dudosa por lograr permitir un perdón en el futuro, decidió que al menos se merecían un último abrazo, y accedió con tensión.
Nate lo disfrutó con melancolía, pues sospechaba que no habría otro. Deshizo el abrazo, y deslizó las manos por sus brazos en una última caricia. Se despidió de nuevo, y se marchó por el pasillo, dejando a Day con una revolución de sentimientos que no podía gestionar.
Había rabia, decepción, tristeza, traición, y culpa, mucha culpa, por haber caído también.
Desde el pasillo contrario, y testigo de aquel abrazo, Nolan apareció con la mirada baja. Vestía unos jeans oscuros, y un suéter color vino de cuello alto, que parecía bastante suave a la vista.
Caminó con la vista fija al suelo y una mano metida en un bolsillo del pantalón. Se detuvo, pronunció su nombre con firmeza, en un tono frío y ajeno, e hizo una disimulada reverencia con la cabeza como saludo.
—Ya te espera —anunció Day con voz temblorosa.
—¿Cómo está?
Y supo a lo que se refería. La verdadera duda tras esa pregunta: ¿Cómo luce? ¿Va a asustarme? ¿Debo prepararme para lo que veré?
—Tiene... muchos tubos conectados...
—Entiendo.
—Pero no pierde la sonrisa.
Bajó la mirada y sonrió.
—Tenía que ser —dijo irónico—. ¿Entras también?
Le sorprendió que no quisiera entrar solo, pero pensó, que quizás tenía miedo, de no tener la fuerza para enfrentar aquel cuadro. Asintió con tensión, ambos miraron la puerta con el papel membretado que llevaba su nombre, y Nolan tragó saliva para abrir la perilla.
Primero entró él, y Day le siguió los pasos con precaución.
—Nolan —intento exclamar Anna, en un hilo pesado, rasposo, pero alegre—. Cariño.
—Anna —replicó deshecho, y se lanzó a sus brazos.
Day tomó asiento en el sofá de la esquina, se revolvió incómoda, y se giró hacia la pared, intentando darles privacidad, porque los sollozos de ambos empezaron a atronar enérgicos por la habitación.
—Oh, Nolan —lloriqueó Anna—. Déjame verte, hijo.
Nolan buscó la silla detrás de él para sentarse junto a la camilla, mientras Anna tomaba su rostro entre sus dedos huesudos y fríos.
—Dios mío, estás tan diferente —dijo casi imperceptible.
Day ya estaba acostumbrada a escuchar la voz de su madre tan apagada, como si le doliera emitir cualquier sonido, pero Nolan no pudo disimular demasiado su mueca afligida al notarlo.
Llevó una mano a su rostro, y le limpió una lágrima con el pulgar
—Te extrañé demasiado —expresó en un susurro.
—Yo también, cariño, yo también.
Se quedaron así, acariciándose el rostro, asegurándose de palpar una realidad y no un sueño. El rostro de Anna se arrugó herido, y habló:
—Lamento tanto que hayas tenido que pasar por todo esto, Nolan.
—No se te ocurra decir eso. Lo volvería a hacer, mil veces.
—No debiste, hijo. Nada de esto era tu responsabilidad.
—No me sentí obligado, Anna. Pero haría lo que fuera para darte un día más.
—Cariño... —sollozó y volvió a abrazarlo.
Anna reparó en su hija sentada en una esquina, y extendió su mano hacia ella, indicándole con un gesto que se acercara.
Day, con precaución y pasos inseguros, avanzó hasta situarse a un lado de Nolan y tomó la mano extendida de su madre. Con su mano libre, Anna acarició suavemente el cabello de Nolan, quien mantenía su mirada fija en ella, como si intentara grabar su imagen en su memoria.
—¿Ustedes ya se pusieron al día? —preguntó con cautela.
—Apenas llegué hoy, Anna. No hemos tenido tiempo.
—El tiempo, hijo, es algo que nunca se tiene. El tiempo se busca —dijo entre espasmos de tos que acompañó con un gemido de dolor.
Se detuvo para respirar, y acarició su mejilla con una mano, y el dorso de Day con la otra.
—Mírame aquí, no solo no lo tengo, sino que cada segundo es un regalo.
—No digas eso —lamentó él.
—Es peor negarlo. Si no fuera por ti y ese tratamiento, hubiera muerto hace años.
—Debe haber más, voy a buscarlos, y oportunidades...
—No, cariño —interrumpió Anna enronquecida—. Ya basta, te lo ruego.
Nolan apretó los labios y los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas.
—No me pidas eso.
—Ya me has cuidado suficiente —dijo adolorida—. Necesito que ahora cuides de ella.
Bajó la mirada, incapaz de mirarla, y los nervios de Day se hicieron evidentes en su cuerpo.
—Mamá, yo no...
—Ustedes siempre se han cuidado el uno al otro —interrumpió—. Sé que, por las eventualidades, eso ha cambiado. Pero no lo permitan más... No permitan que las circunstancias los alejen.
Nolan asintió, aun sin ser capaz de enfrentarse a la chica a su lado, y ni siquiera se permitió observar su mano.
Al ver que ninguno de los dos podía dar tregua a su lucha interna y confrontar al otro, tomó las manos de ambos, y colocó la de Nolan encima de la de ella.
Los dos dieron un respingo, y por reacción, se miraron a los ojos pasmados.
—Tienen mucho de que hablar —interrumpió para carraspear y contener una mueca doliente—. Dejen el orgullo de lado, es peor que el cáncer, hijos. Y miren que yo padezco las dos y puedo decirles con certeza, cuál me ha hecho sufrir más.
No despegaron las miradas, y aunque no dijeron nada, absorbieron sus palabras. Nolan movió su pulgar, y dejó, una apenas perceptible caricia en el dorso de su mano que le erizó la nuca, y le detuvo el corazón por un segundo.
Anna liberó unas lágrimas enternecida, con una punzada de culpa por el espacio que ahora separaba sus almas, y esperaba de verdad, que no fuera demasiado tarde.
—Los amo. Los amo a los dos.
Nolan dejó caer su cabeza en el regazo de Anna, y Day sobre sus muslos. Y ella, como una madre cariñosa, acarició los cabellos de los dos por horas, mientras entre ellos se aferraban a sus manos entrelazadas, y compartían miradas penetrantes, melancólicas, humedecidas en lágrimas.
Durmieron así, en la representación perfecta de la maternidad, con Anna quedándose dormida, dejando en sus caricias, un pedacito trascendental en cada uno de ellos.
Nolan nunca supo si lo soñó, si fue real, o, de serlo, si ella lo repitió dormida o estuvo consciente. Pero antes de que pudiera ceder al sueño, y sin soltar la mano de Day, escuchó su susurro enronquecido decirle:
—Nunca dejes de quererla.
Y balbuceó entre sueños, "Nunca".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top