Capítulo 38
—¿Estás seguro? —preguntó Day en un eco lejano.
Él remaba, de pie, sobre una tabla en la que ella iba sentada al frente, con sus rubios cabellos desbaratados por el viento, las mejillas enrojecidas por el sol, y deslizando los dedos por el agua del lago.
—No pareces saber a dónde vamos, Nolan.
Se giró para verlo de frente. Su mirada infantil, inocente, la boca ligeramente entreabierta, permitiéndole ver el metal de los frenillos.
Nolan dejó el remo y se sentó frente a ella.
—Tienes razón, no sé a dónde voy.
—Ay, mi madre —lamentó—. Estamos perdidos, ¿no es así?
—No lo estamos.
—¡Claro que sí! —dijo temerosa—. ¡Ay Nolan! ¿¡Qué vamos a hacer!?
Él sonrió, mostrándole los brillantes aparatos de sus dientes, completamente divertido por su pánico.
—Llamar a la niña de los mapas en la piel —explicó con paciencia.
Day lo fulminó con la mirada.
—¿Te parece momento de hacer chistes? —replicó irritada.
Liberó una carcajada, y se acercó a su cuerpo, rozando su muslo con el de ella.
—Si estamos perdidos, alguien vendrá a buscarnos. Mientras, podemos divertirnos.
—No me puedo divertir en medio de un maldito lago.
—Por favor —rogó con picardía, y posó una mano en su abdomen manchado.
Day hizo un puchero, pero terminó cediendo, poniendo su palma en la misma zona.
—Cierra los ojos —invitó él.
—No estoy para cuentos —gruñó.
—No es un cuento.
—¿Y cuál es el punto de manosear mi lunar?
—Pediremos al mapa que nos lleve a nuestro destino —dijo entretenido.
—Dios mío, este es el fin.
—Dramatizas, Day. Solo hazlo.
—Solo si prometes echarte toda la culpa por esto y librarme del castigo.
—Hecho —dijo seguro, y entonces ella cerró los ojos.
El suave meneo del agua contra la tabla les serenó los sentidos, un viento fresco les revolvió los cabellos e inundó sus fosas nasales del aroma a hierba mojada.
Si bien la idea era una tontería, al menos Day se había relajado.
Parpadeó pesarosa, y al abrir los ojos, encontró a Nolan con la vista fija al frente. Siguió su mirada y encontró entre los árboles, muy dentro de tierra firme, una mansión monumental. Hermosa y elegante, pero de evidente abandono.
—¿Lo ves? —dijo Nolan orgulloso.
—¿Ver qué? Seguimos perdidos.
—Tu mapa nos llevó a un lugar secreto —dijo deteniendo la tabla junto a la orilla y bajando de ella.
—¿Qué haces? ¡No vamos a entrar ahí! —chilló horrorizada.
—Son los deseos del mapa, no podemos negarnos o estaremos malditos para siempre.
—Nolan, para ya, por favor. No es gracioso y tengo miedo —dijo con voz temblorosa.
Estiró la palma hacia ella, indicándole que la tomara. Lo miró temerosa, y él le sonrió con paciencia.
—Confía en mí.
E insegura, tomó su mano, y lo siguió en la aventura que los acompañaría en cada verano. Porque resultó que esa mansión, estaba justo a la vuelta de la casa que rentaban sus madres, solo que al darle la vuelta entera al lago, les dio la ilusión de estar demasiado lejos, cuando eran en realidad, solo unos pocos metros.
Esa tarde, volvieron extasiados, muertos de risa, y revolucionados por dentro. Como si en lugar de entrar en una propiedad abandonada, hubieran descubierto un nuevo mundo, su nuevo mundo, del que inventar historias.
—¡Tenemos que volver cada verano! —celebró maravillada.
Nolan reparó en su sonrisa ancha y luminosa, su mirada celeste entrecerrada y alegre, y sus mejillas rosadas, exquisitas.
Sonrió.
Por ella, y para ella.
Un llanto lo arrancaba de ese sueño al que se aferraba con garras. No quería irse, quería quedarse ahí, en un eterno verano, junto a ella.
Se revolvió en las sábanas que lo envolvían y apretó los párpados lo más que podía, intentando retener el sueño. Pero ya se había ido. El lago, el verano, Day, y ese Nolan también.
Se concentró en ese llanto, abrió un poco los párpados y gruñó encandilado. La luz del sol se le colaba como púas en las pupilas.
Se forzó a sí mismo para poder abrirlos y ver a su alrededor. Tardó un poco, pero identificó el lugar: el hospital del cuartel. Un hospital precario, en el que, en lugar de paredes, las camillas se dividían por tristes sábanas descoloridas y mal colgadas del techo.
En la camilla de al lado, una mujer lloraba, pero ignoraba la causa.
La cabeza le punzaba, se llevó una mano a la zona y descubrió un apretado vendaje. Se examinó los brazos y los encontró enteros. Suspiró aliviado, pero ese movimiento le provocó un dolor agudo en la caja torácica.
Se incorporó entre quejidos y maldiciones, pues le dolían incluso partes que no sabía que podían doler. Cada centímetro de él, le provocaba una punzada lacerante. Sentía como si lo hubiera arrollado un camión, y eso lo llevó a mirarse el cuerpo. Relajó los músculos al percatarse de que solo llevaba un apretado vendaje en el pecho, y una pierna rígida por un yeso.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y agradeció en silencio.
—¡Tate! —llamó Olivia alegre—. Qué gusto que estés despierto, ¿cómo te sientes?
—¿Dónde están Miles y Stuart? —cuestionó, envuelto en pánico.
Olivia frunció la boca en una mueca tensa.
—Mi paciente eres tú, ¿serías tan amable de responderme para poder llenar tu expediente?
—Bien —gruñó irritado—. Estoy bien. ¿Dónde están Miles y Stuart?
—Mierda, Tate... —replicó una voz del otro lado de la división.
Corrió la cortina y mostró a Stuart en su camilla, con un brazo tan enyesado que parecía un gusano blanco. Pero fuera de eso, estaba entero. Incluso, mucho menos herido que Nolan.
—... van a creer que somos maricas.
Nolan sonrió, y liberó todo el aire de un soplido aliviado.
—Suelo tener ese efecto, señoritas —bromeó Stuart a las enfermeras de alrededor—. Pero a mi no me vienen los tíos como a Tate.
—Idiota —replicó Nolan, dejándose caer en su camilla, sintiéndose liberado.
Olivia observaba todo con la mirada entrecerrada y una enternecida sonrisa, percibiendo que aquella acción, le decía mucho más de Nolan que sus ásperos silencios. Bajó la mirada y se mordió la sonrisa, porque después de eso, le gustó un poquito más.
—Miles Parker no requirió más que un simple ungüento para golpes —anunció ella, mientras escribía a lápiz en el expediente. Se puso de pie, y se acercó a él.
—Voy a revisarte —le anunció con precaución.
Nolan desvió la mirada, esforzándose por no hacer contacto visual, y Olivia le tomó el brazo musculoso para abrirlo y colocar el termómetro en él.
—Tate —llamó con cautela, y él le respondió con un simple sonido de garganta—. Necesito examinar tus pupilas.
Se giró incómodo y se quedó tan rígido como una estatua. Deslizó una lamparita por sus ojos, le alzó el rostro con un dedo, y Nolan sintió que cada músculo se le tensó.
—Tus reflejos están bien, Nolan —dijo aterciopelada—. ¿Está bien si te llamo Nolan?
Contuvo la respiración y tensó el mentón.
—¿Llamas por su nombre a todos los soldados?
—A mi me llama papucho —interrumpió Stuart del otro lado, y Olivia lo fulminó con la mirada.
—Veo que te hace falta otra inyección con calmantes, Henry.
—Vale, me callo.
Pero de igual manera, Olivia corrió la cortina como reprimenda.
—¿Cuándo podré irme? —preguntó Nolan con firmeza.
—Tranquilo, vaquero, acabas de despertar —dijo, mientras tomaba el expediente en sus manos y lo hojeaba—. Veamos... Tienes una fractura en el femoral derecho, dos costillas fisuradas...
Cambió de hoja y buscó entre las letras con el dedo.
—... y una contusión craneal.
Nolan la miró sin inmutarse, como si nada de lo dicho fuera explicación, ni mucho menos pretexto. Ella suspiró y puso una mano en la cadera despreocupada.
—Necesitas vigilancia médica... Al menos unos días.
Bufó frustrado, mientras Olivia releía el informe, en busca de alguna esperanza por darle una respuesta que le agradara más.
—En dos días entregan un estudio que te solicité. Con ese resultado quizás te demos el alta.
—¿Estudio de qué?
—Estudio cardíaco, nada importante. Solo para descartar algún daño.
La cortina se corrió de un tirón, mostrando la sonrisa pícara de Stuart.
—No tiene nada, Olivia, fue solo el susto por perderme.
Los tres se rieron, y entonces Nolan recordó. Le llegó como un balde de agua fría y se quedó petrificado en su cama. Lo leyeron en su semblante, pues cesaron las risas, y lo miraron expectantes.
—Rogers... —dijo en un hilo.
Stuart tensó los labios y frunció las cejas, bajó la mirada, optanto un semblante agraviado que jamás le habían visto. Negó una sola vez, y el silencio espesó a su alrededor.
Nolan cerró los párpados, empuñó las sábanas en sus manos, e intentó pasar saliva.
—No fue tu culpa —añadió empático.
—Llegué tarde —dijo entre dientes.
—Hermano...
La mano delicada de la enfermera se posó sobre la suya que temblaba en un puño. Levantó el rostro sorprendido por la intromisión, y la miró perplejo.
—¿Sabes cuántos cadáveres llegaron de esa emboscada? —preguntó aterciopelada.
Su respuesta fue un lento parpadeo.
—Ninguno, Nolan —dijo con firmeza—. Más que el de él. Porque fuiste el único que se atrevió a cargar con su cuerpo en medio de un tiroteo.
Bajó el rostro, porque no encontraba consuelo en eso, sino el mismo sentimiento de insuficiencia.
—¿Qué...? —empezó Nolan, pero se interrumpió para tomar aire, y valor—. ¿Qué van a hacer con él?
—Esperar a que su familia reclame el cuerpo —respondió Olivia, confundida, puesto que le parecía obvio.
—Nadie lo va a reclamar... —dijo en un hilo.
"No me dejes aquí, Tate", retumbó en su cabeza. "No quiero morir solo".
Se llevó una mano a la cabeza y empuñó las vendas, con frustración y conteniendo las lágrimas.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó Olivia alarmada, acercándose para revisarlo, pero él rápidamente la alejó, poniendo la palma extendida hacia ella.
—¿Qué pasa si nadie lo reclama? —preguntó con voz queda.
—El ejército tiene un panteón para cadetes como él, o para los que no cuentan con los medios para un entierro por su cuenta.
—¿Lo enterrarán?
—Evidentemente.
—¿S-Solo...?
Olivia frunció el ceño, pues no entendía el sentido de su pregunta, y se preocupó porque estuviera delirando.
Retiró el termómetro acelerada, pero descartó la fiebre, pues los números estaban normales.
—No pueden... —masculló entre dientes.
—¿Qué cosa?
—No pueden enterrarlo ahí.
—Tate —llamó Stuart, consternado—. ¿Por qué no dices claramente lo que pasa?
Y Nolan se tomó un respiro para ordenar las ideas.
—No pueden enterrarlo solo —lanzó de una—. Su madre está muerta, deben enterrarla con ella.
Olivia y Stuart se dedicaron una mirada comunicativa y lastimera.
—No creo que el ejército tenga el tiempo de buscarla...
—Lo haré yo mismo —ladró.
—Vale, creo que... creo que debes descansar —frenó preocupada.
—No dejes que lo entierren solo, por favor —rogó, con la mirada acuosa y completamente vulnerable, como un niño herido. Moviendo algo dentro de Olivia que la hizo sonreírle con pena y empatía.
—Veré qué puedo hacer, Nolan —respondió sincera—. Pero si no te recuperas, no podrás hacer ni eso, ni nada más.
—Pero...
—No seas necio, Tate. Descansa —interrumpió Stuart—. A mi me dan la alta mañana. Me aseguraré junto a Olivia de que no suceda.
Nolan le agradeció con la mirada.
—Y luego tú y yo nos encargaremos de que tenga un descanso digno junto a su madre.
Asintió, con una sonrisa forzada en el rostro.
—Gracias, hermano. De verdad.
—No me agradezcas —respondió tajante, incluso agrio—. Es lo menos que puedo hacer. Me salvó la vida.
Y con la paz de saber que no lo dejaría solo, como se lo prometió en sus últimos momentos de vida, se permitió descansar.
Pero los siguientes días fueron una pesadilla tras otra. Repetía ese día en sueños, y se despertaba jadeando, entre sudor y gritos. Con la sensación húmeda de sus entrañas entre los dedos. Y Olivia había tenido que aumentar la dosis de somníferos para poder darle tregua.
Aun así, cuando no soñaba con la guerra, soñaba con ella.
Quizás no gritaba, ni jadeaba. Pero se despertaba con un vacío en el pecho que le dolía más que cualquier fractura del cuerpo.
Tuvo que quedarse más días de lo dicho, puesto que Olivia quiso asegurarse que sus pesadillas no eran represalia del golpe en la cabeza. Cosa que, le dio el tiempo suficiente de replantearse qué hacer cuando le dieran el alta.
Debía volver a casa. Su servicio terminó junto con ese altercado. Había logrado lo que quería: su graduación, su trabajo, dinero, todo. Pero la realidad se avistaba tan cerca de su camino, que le aterraba.
La realidad de un hogar que ya no estaba seguro de que fuera el suyo. De enfrentarse a su madre, a Anna, y sobre todo, a Day.
De solo imaginarla junto a otro tío, le daban ganas de correr directo a esa guarida de rebeldes y entregarse como ofrenda. Porque podría estar listo para un tiroteo, para un encuentro mano a mano contra uno de ellos, pasar días en un desierto sin agua, pero para eso... No tenía los cojones. Y sentía más miedo que nunca.
Cuando Olivia estuvo segura de que no había peligro, apareció en su camilla junto a una radiografía en las manos, y le sonrió anunciante.
—Mañana vamos a liberarte, Nolan —chilló entusiasmada, y él dejó caer la cabeza en la almohada con la mirada perdida en el techo.
Ella procedió con la revisión diaria de vendajes, signos vitales, y todo el protocolo. Era algo a lo que ya se había acostumbrado, pero en ese momento, la bruma en Nolan captó su atención.
—Creí que te daría más gusto saber que ya irás a casa.
Suspiró pesaroso.
—Yo también.
—¿A quién tienes miedo de ver? —cuestionó bromista, pero él frunció los labios en una línea tensa.
Olivia intentó ignorar el rostro afectado que había optado Nolan mientras maniobraba los vendajes, pero se maldijo por dentro al no lograr contener su curiosidad por más de unos minutos.
—¿Cómo se llama?
La miró de reojo y frunció el ceño, fingiendo que no comprendía su pregunta, en un intento ordinario por desviar el tema.
—La chica que te espera, ¿cómo se llama?
Torció la vista hacia otro lado, y se mordió la lengua para evitar mostrarse demasiado vulnerable.
—No me espera nadie —dijo tajante.
—¿Y tú? —dijo tranquila, mientras enrollaba una venda en su abdomen con delicadeza—. ¿A quién esperas?
Gruñó con la garganta y tensó la mandíbula, reacio a continuar con esa conversación.
—Llevas su nombre en los ojos, Nolan. Y te diré algo, aunque me consideres una entrometida...
Sí, es una entrometida, se dijo por dentro.
—... Por estas camillas pasan cientos de cadetes, y a muy pocos hombres se les ve.
Apretó los puños y no se inmutó ni un poco, firme en su decisión por no ceder.
—Hasta llegué a pensar que eras casado —confesó irónica.
Casado no, pensó, peor... con el corazón entregado.
—Aunque no tenía mucho sentido, dado que no luces muy mayor. Pero no sé... Se te ve. O al menos yo lo veo.
Suspiró profundo, derrotado.
¿Tan evidente era su expresión que podía leerle el pensamiento tan fácil? Sintió vergüenza por dejarse tan expuesto, como si Olivia hubiera abierto su pecho en dos, y mostrado al mundo el nombre de Day ahí dentro.
—Más de un año —confesó en un hilo—. Hace más de un año que no sé nada de ella. Supongo que... significa que se acabó.
—La vida no se acaba hasta que se acaba. Y para tu mala suerte, tienes los signos vitales para muchos años más. Lo que me recuerda...
Levantó la radiografía enrollada hacia él y Nolan la tomó con las manos.
—¿Qué debo hacer con ella?
—¿Tú?, no mucho. Pero te recomiendo que, en cuanto te establezcas en tu ciudad, asistas con un cardiólogo y la revise. Tus estudios salieron bien, y no es por menospreciar el equipo médico de aquí, pero podría no ser demasiado preciso...
—Si es como el campamento, debe ser rudimentario.
—Por no decirle de un modo más feo —dijo sonriendo—. De cualquier modo, tu corazón está bien. Sería solo para darle un seguimiento a las heridas.
Asintió y guardó el plástico enrollado junto al resto de su expediente. Olivia sonrió satisfecha, le palmeó la rodilla, y se puso de pie.
—Ve a casa, Nolan, ya has luchado bastante.
Y él, no fue capaz de devolverle la mirada, sintiendo que se ahogaba, porque ella no tenía idea, no había manera de que dimensionara, lo preciso que era su comentario.
Nolan, estaba cansado de luchar.
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