Capítulo 37
Nolan había participado en expediciones antes. Algunas rutinarias, y otras de emergencia. Había cargado heridos, trasladado a personas despojadas de su hogar, y apoyado a soldados heridos.
Algunas veces solamente, pero las suficientes como para sentir miedo de aquel día.
Creyó que la caravana iría en silencio. Con los rostros de sus compañeros hacia el suelo, en mudas plegarias, y rogando a la divinidad misericordia. Y esperaba rogar también, pues todo había sido tan repentino, que no le dio tiempo de contarle a su madre.
Aunque siendo honesto consigo mismo, tampoco lo habría hecho de tenerlo.
Fue una verdadera sorpresa encontrarse con aquella fiesta en el transporte. Las risotadas retumbaban, la camaradería se respiraba, y parecía que todos querían pasarlo lo mejor posible, dudosos de saber si volverían a convivir todos juntos.
Stuart bromeaba con otro cadete sobre las tías que se habían tirado la noche anterior. Un montón de chistes misóginos, referencias vulgares, y representaciones obscenas, tenían a la tropa completa y unida en carcajadas.
Rogers se puso de pie y carraspeó con firmeza.
—Soldados —llamó tajante, y todos callaron. Dejándole claro a Nolan, lo que ya sabía: que Rogers se había ganado el respeto de todos—. Estamos en la zona. Conocen el plan, Tate, tu vienes conmigo al frente, y la tropa A nos sigue detrás y atentos.
—Señor, sí, señor —corearon todos.
—Vean bien dónde ponen los pies, podría haber trampas. Tengan ojos en la espalda, y sean sigilosos, que no sabemos dónde mierda nos metemos hasta que Tate dé luz verde. ¿Entendido?
—Señor, sí, señor.
Rogers se dedicó un momento de silencio, y en cuanto el camión se detuvo, asintió una sola vez, se acomodó el casco y cuadró los hombros.
—Andando, señoritas —ladró.
—N-Nunca voy a entender que este tío te agrade —dijo Stuart a Nolan por lo bajo.
Marcharon en sus posiciones. Nolan iba justo detrás de Rogers, con un montón de planos enganchados a una pinza metálica sobre una delgada tabla de madera.
Iba concentrado. Mirando el plano, y después su alrededor, intentando encontrar algún camino o referencia que no hubiera detectado con las imágenes satelitales, mientras andaban por el camino que Marvin y él habían decidido como el más seguro. O al menos el más despoblado.
Rogers iba por unos pasos delante, atento como un felino, la mirada aguda a su redonda, y los músculos tensos, listos para saltar a la menor sorpresa. A su lado, lo custodiaba Stuart junto a otro cadete.
Y a unos pasos más alejados, haciéndolos apenas visibles desde su distancia, el resto de la tropa encabezada por Miles. Evitando reunirlos a todos en un mismo punto, y ser una enorme mancha de soldados, llamativa y concurrida.
Llevaban más de una hora andando cuando Nolan comenzó a relajarse un poco, satisfecho de haber logrado un plano casi completamente exacto. Si continuaban con esa suerte hasta el final, lograrían llegar a la guarida de esos rebeldes con la luz del día a su favor. Él se ocultaría tras alguna barrera natural, y dejaría que la tropa se hiciera cargo de los desgraciados que se encontraran ahí.
Con un poco de suerte, el tiroteo sería mínimo, pues sabían de buena fuente que, si bien eran unos bárbaros, eran menos de un tercio de su tropa, y nadie podía ser tan estúpido de dar batalla en una guerra tan claramente perdida.
Otra hora andando, y sus hombros estaban cayendo relajados, abrazando el sentimiento de casi haber triunfado.
—¿Cuánto nos falta? —preguntó Rogers en un susurro.
—Poco menos de media hora —respondió Nolan.
—S-Si logramos esto como lo planeado, tendremos que celebrar a lo grande —añadió Stuart por lo bajo.
—Estoy de acuerdo.
—Seguro q-que Olivia ya te espera para reconocerte el logro —canturreó con picardía y los cadetes cercanos, rieron entre susurros.
—¿Quieres dejar de involucrar a esa enfermera? —gruñó entre dientes, y se separó de los dos para analizar un camino, sin parar la marcha.
—A tu lugar, Tate —ladró Rogers.
—En un momento, estoy revisando algo.
—Bueno, s-si no es Olivia, que sea otra —replicó el castaño con ironía—. D-Da lo mismo la tía que sea.
—Ninguna puñetera tía.
—Vamos, Tate. Olivia está buena, t-tu soltero, y se muere por darte un repegón. ¿C-Cuál es el problema?
—Sabes perfectamente cuál es.
—Sí, yo sí. P-Pero dudo mucho que tú lo sepas —dijo frustrado, hablando un poco más fuerte que un murmuro—. D-Day no contesta tus correos desde hace más de un año.
—Luego chismean, señoritas —gruñó Rogers.
—Tiene un motivo, y hasta no escucharlo, yo no haré nada de lo que me pueda arrepentir.
—Un año, Tate —replicó burlón—. S-Si antes de eso no tenían una relación formal, a-ahora mucho menos.
—Si necesitas de una etiqueta para comprometer tu lealtad, tenemos ideas distintas.
—¡Abre los ojos!
—Soldado —bramó Rogers, ante el elevado tono de Stuart.
—Los tengo abiertos. Lo que tú quieres es que vea con los tuyos.
Rogers se cansó de la estúpida discusión que los tenía distraídos, especialmente a Nolan, que seguía alejado de sus escoltas.
—¿Quieren cerrar la puta boca?
Y Stuart, quien puso los ojos en blanco y continuó caminando distraído entre matorrales, irritando a su líder, quien le mostró los dientes y barrió con la mirada hasta llegar a sus botas que no paraban de andar, y se acercaban peligrosamente a un objeto en el suelo mal cubierto de hierba y tierra.
—¡¡Stuart!! —rugió horrorizado, al mismo tiempo que se lanzaba de prisa hacia él.
Y todo sucedió demasiado rápido.
Se lanzó con toda la fuerza que su par de musculosas piernas fueron capaz de tomar en un salto, empujó a Stuart, quien salió disparado unos metros, tanto por el empuje, como por la onda expansiva que desató al pisar junto a Rogers, el explosivo oculto.
El estallido aventó a todos y se repitió detrás, como si aquella granada activara otras más lejanas. Pero Nolan no lo pudo saber, porque se encontraba en el suelo, sin aire, por el duro golpe de su pecho contra el suelo, y un sonido agudo ensordeciendo sus oídos y todos los sentidos.
Quiso recomponerse, levantar un poco el rostro y poder ver algo, pero la nube de polvo y humo apenas si le dejaba ver sus propias manos.
Un muslo le ardía, en el pecho algo le quemaba, y se había golpeado tan fuerte la cabeza que una fuerte punzada le duplicaba la vista.
—Stuart —quiso gritar, pero le salió un alarido débil—. Rogers.
Su voz era patética, apenas un desfallecido sonido que ni él mismo escuchaba, opacado por el sonido agudo en sus orejas. Se arrastró por el suelo, y el muslo le reclamó en un ardor lazerante que lo hizo apretar los dientes.
Unas botas pasaron corriendo tan cerca de él que casi le aplastaron las manos.
—¡Emboscada! —rugieron a lo lejos. Tan lejos que la nube de polvo no le permitió ver quién.
Ponte de pie, se rugió a sí mismo. ¡Vamos! Ahora mismo. Respiró profundo,y contó: Uno, dos, tres...
Y se elevó de un fuerte empuje, pero inmediatamente cayó en un golpe sordo contra su hombro. Rodó sobre sí mismo y se sobresaltó horrorizado al ver un rostro de frente con los párpados abiertos y las pupilas apagadas.
Lo reconoció de inmediato, pues era el otro cadete que llevaba a su lado. Quiso gritar de pavor, pero se mordió la lengua. El terror por suponer el destino de Stuart, le provocó vértigo. Sintió nuevamente el ardor en el muslo, y buscó tembloroso la herida a tientas.
El pantalón no le permitía verla, pero estaba perdiendo sangre, pues la mancha rojiza se extendía por la tela. Tiró del cinturón en su pantalón, rodeó el muslo con él, y jaló con todas sus fuerzas, liberando un alarido de dolor. Apretó la mandíbula y fijó la hebilla en su lugar.
Cerró los ojos de su compañero caído con dos dedos en un acto de piedad, maldijo entre dientes, puso las palmas en el suelo, y con cuidado, logró ponerse de pie. Dio unos pasos cojeando, y gritó el nombre de su amigo.
El sonido en sus oídos comenzaba a disminuir, y era remplazado por el pánico y los tiros cortando el aire a su alrededor. Un soldado pasó corriendo despavorido a su lado y le golpeó el hombro, haciéndolo ahogar un grito de dolor.
—¡Tate! —llamó Stuart desde algún lugar.
—¡¡Stuart!! —rugió esperanzado.
Corrió desenfrenado, entre movimientos torpes y pesados por su pierna herida, los músculos magullados, y el montón de cadetes corriendo como un montón de hormigas envueltas en pánico.
El calor de un incendio se comenzaba a sentir en el ambiente y supo que estaba cerca del impacto.
—¡Tate! —llamó de nuevo, y buscó con la mirada de un lado a otro, hasta encontrar una figura lejana en el suelo, oculta entre el humo.
Corrió con los dientes apretados, obligándose a contener los gritos de dolor que quería rugir y alcanzar su figura encorvada. Se dejó caer a su lado, revoloteando las manos alrededor de su amigo terriblemente herido.
La cabeza le sangraba y reposaba en un charco espeso de sangre, la mitad de la cara tenía quemaduras graves, y un brazo estaba completamente desfigurado.
—¡¡Stuart!! —chilló aterrorizado—. ¿¡Puedes moverte!?
—¡Mi brazo! ¡No siento mi brazo!
—¡Necesito levantarte! —dijo desviando su atención del miembro seguramente irrecuperable.
Deslizó un brazo por su axila, le sujetó la espalda, y con la otra mano, apoyó su abdomen.
—Venga, Stuart. A la una, a las dos...
Lo levantó, escuchando su grito adolorido junto a la oreja.
—¡¡AYUDA!! —rugió Nolan—. ¡¡NECESITAMOS AYUDA!!
Un cadete con golpes menores en el rostro, llegó junto a ellos, examinó a Stuart, e imitó el agarre de Nolan para apoyarlo.
—¡¡De prisa!! —ladró el cadete—. ¡Son los últimos que quedan!
—Rogers —dijo Nolan en un hilo interrumpido por un alarido doliente de Stuart—. ¿¡Dónde está Rogers!?
—¡¡Tenemos que irnos!!
—¡¡No puedo dejar a Rogers!!
—¡¡No podemos llevar cadáveres, el transporte es para heridos!! ¡¡Andando!! —ladró el cadete furioso.
Pero Nolan dio un par de pasos con la vista hacia su espalda, como si pudiera ver la ubicación de Rogers que lo llamaba desde la bruma.
—¡Llévatelo! —ordenó al soldado.
—¡No podemos esperarte!
—¡No me esperen! —gritó Nolan mientras se alejaba.
El cadete maldijo al aire, pero obedeció, llevándose a rastras a Stuart, quien dejaba un camino de sangre en cada paso.
Nolan jadeaba y gruñía adolorido, buscando entre los cuerpos, al de su amigo.
Después de unos minutos que sintió eternos, lo encontró. No estaba demasiado lejos, puesto que se encontraba junto a Stuart en la explosión, pero en cuanto lo vio, supo por qué el soldado advirtió que lo dejaran.
Llevaba el abdomen reventado, con las entrañas salidas, y una pierna mutilada.
Nolan se sujetó el abdomen y contuvo una arcada. Se cubrió la boca y lo miró horrorizado, hasta que vio su mano moverse. Olvidándose de su cuerpo desmembrado, se lanzó junto a él y le tomó el rostro entre las manos.
—¡Rogers!
—¿Tate? —dijo en un hilo áspero.
—Mierda, Rogers —maldijo entre lágrimas.
—No me dejes aquí, Tate —rogó en un susurro—. No quiero morir solo.
—¡No estás solo, Rogers!
Nolan se quitó la chaqueta, después la playera, y la rasgó con los dientes. Consiguió hacer tiras anchas de tela que enrolló en su compañero, apretó los párpados y los dientes, y con las manos, empujó los órganos expuestos. Envolvió el abdomen con una de las tiras, y la apretó lo más que pudo para mantener todo en su lugar, en un burdo intento por no desparramar a su compañero en el camino.
Utilizó otra tira para cubrir el muslo mutilado, y la otra, trabajó en una improvisada correa junto a su chamarra, con la que sujetó a Rogers en su espalda.
Gritó de dolor al levantarlo del suelo con toda la fuerza que pudo conseguir.
Sentía el rostro hirviendo, chorreándole en cascadas, y no sabía si se trataba de sudor o de sangre, pero iba corriendo con su compañero en la espalda, en movimientos tan torpes como un potrillo recién nacido. Dando lo que podía con una pierna herida y un tipo tan grande desparramado como una losa, sobre los hombros.
El silencio en su espalda le erizaba la columna.
—¡Háblame, Rogers! —chilló angustiado—. ¡Dime lo que sea!
Nada. Ni un suspiro.
—¡¡Rogers!! —bramó desesperado.
—Marisa —logró responder Rogers, en un sonido apenas audible—. Marisa Rogers.
—¡¿Quién es Marisa?! —gritaba sin parar de correr.
—M-Mi... Mi madre.
Un mosquito tenía más potencia que su voz en ese momento, pero Nolan no lo iba a dejar apagarse.
—¡Te llevaré con ella, Rogers! ¡Aguanta un poco más!
—Solo... No quiero... morir solo.
—¡No vas a morir, Rogers! ¡Ya casi llegamos!
Pero era mentira. No veía nada más que humo, soldados caídos y piedras.
—No... —dijo, y pareció apagarse.
—¡¿No, qué?! ¡¡Háblame!! —rugió desesperado—. ¡¡Háblame, Rogers!!
—No... quiero... solo...
—¡¡ESTOY CONTIGO!! ¡¡NO ESTÁS SOLO Y NO VAS A MORIR!!
Las lágrimas de Nolan le ardían en la mirada y se entremezclaban con el líquido tibio y espeso en su rostro. Jadeaba y gruñía, y hacía un esfuerzo sobrehumano para continuar corriendo, aún y con las punzadas electrizantes que le recorrían el muslo.
—¡¡ESTOY CONTIGO, ROGERS!!
Un sonido.
Un motor.
Nolan sintió aquel ruido como un golpe de aire fresco directo en los pulmones, y corrió más fuerte. Corrió, y corrió, y gritó como un desquiciado.
Y logró ver la parte trasera de su autobús que se marchaba. Empujó las piernas, le ardían los muslos, el fuego corría por sus músculos, el aire entraba en sus pulmones como un ácido en cada jadeo, y comenzó a sacudir su mano libre en el aire y a gritar con todas sus fuerzas.
—¡¡ESPEREN!! —rugió sacudiendo una mano, sin dejar de sujetar a Rogers con la otra.
No sabía si era un sueño, una ilusión. Si quizás ya se encontraba en el limbo, en ese filo entre la vida y la muerte, pero vio al autobús detenerse y abrir sus puertas. Llegó a su entrada y se arrojó con fuerza, aullando un alarido de dolor ante el golpe de la caída.
Un montón de manos lo movieron, examinaron, e intentaron retirarle el cuerpo amarrado en su espalda, pero con sus ojos cerrándose voluntariosos, se aferró a él en un abrazo, con uñas y cuerpo.
—No estás solo, no estás solo... —decía entre lágrimas, incapaz de aflojar los brazos.
No estás solo, repitió por dentro. Una y otra, y otra vez, sin aflojar los brazos alrededor de Rogers.
Hasta que sus sentidos vencidos le ganaron y lo privaron de todo. Dejándolo completamente inconsciente.
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