Capítulo 35




Siempre le pasaba lo mismo: se quedaba petrificado por horas frente a la pantalla como si eso fuera, de alguna manera, a cambiar el resultado. Se le olvidaba incluso parpadear, hasta que una lágrima rogando por un descanso lo alertaba que llevaba demasiado tiempo ahí.

    Stuart y Miles pasaron por detrás, y el último posó la mano en su hombro.

    —¿Nada? —preguntó cauteloso.

    No pudo responder. Su silencio fue suficiente respuesta, siempre lo era, al grado de que Miles había parado de contarle sobre los correos de Jessica, evitando recordarle lo que evidentemente, ya hacía por sí solo.

    Se quedó mirando nuevamente el correo de su madre. Sin fotografía. Una Navidad sin fotografía adjunta.

    Y lo supo. Lo sintió en los huesos. Ese tipo estuvo ahí, con ella.

    Todavía recordaba perfectamente cuando su madre le contó sobre la llegada de Day. Él se sentía feliz, a pesar de que ella no le hubiera respondido el correo. "Seguro estaba ocupada con la mudanza", dijo él, y Jude estuvo de acuerdo.

Preguntó por detalles, no por indagar, sino porque quería sentir que estuvo ahí, sentirse parte. Le reconfortó saber que Jessica estuvo para ella, a darle un poco de normalidad a esa casa que ya no era la misma. Y disfrutó de la minuciosa descripción que le dio su madre sobre el día.

Hasta que lo mencionó.

Lo hizo con inocencia, como si no hubiera ningún tipo de problema. Y desde sus ojos no lo había, pero desde los de Nolan, que sabía que Day no había hecho ningún amigo que no fuera Jessica durante años, le encendió todas las alarmas. Y sin conocer al tipo, sin tener ninguna clara señal de cómo lucía o se comportaba con ella, supo que no pretendía ser su amigo.

Respiró hondo, se mordió la lengua y no dijo nada a su madre al respecto. Se tragó el orgullo y se repitió que Day y él, tenían algo distinto, algo fuera del entendimiento de los demás, y una explicación debía de tener.

Pero los meses pasaron, y su bandeja de correos permaneció en silencio.

Buscó motivos. Todos los que se le ocurrieron. Se dijo que estaba disfrutando a su madre, que se estaba adaptando, que estaba sanando.

Y no se rindió. Escribía cada semana un correo contándole todo. Sin reclamos, sin preguntas. Solo eso, manteniendo el contacto para hacerle saber que él no la olvidaba, y que la llevaba siempre a donde sea que fuera.

Espero que estés bien, finalizaba siempre.

E intentaba preguntar muy poco a Jude, comenzando a temer la verdad.

¿Cómo está Day?, preguntaba nervioso, y siempre obtenía la misma respuesta desabrida: Bien, trabajando.

    Viviendo, pensaba. Sin él.

    Y se forzaba a sentirse gustoso por ello. Que tenía un trabajo que le gustaba, dando clases de ballet a niñas en la misma academia donde ella creció, que estaba viviendo junto a su madre, y disfrutando sus últimos días. Ella estaba bien, Anna estaba bien, y ese, era su motivo para seguir adelante.

Pero ese último correo. Ese sin foto. ¿Por qué no enviaría una foto de Navidad? Solo una explicación se le ocurría: el tipo salía en ella, y su madre no quería contárselo.

    Estaba claro, era evidente. Pero se negaba rotundamente a aceptarlo.

    —¿Ya terminaron de chismorrear? —ladró Rogers, interrumpiendo en la sala de computadoras—. Muévanse, señoritas. No tenemos todo el día.

    Stuart y Miles pusieron los ojos en blanco.

    —N-No entiendo cómo toleras a ese tipo.

    —Porque es un grano en el culo, igual que él —gruñó Miles.

    —Es un buen tipo —defendió Nolan cabizbajo—. Pero no la ha tenido fácil.

    —Todos aquí, hermano. No es pretexto para ser un gilipollas.

    Y sin ánimos de discutir ni de seguir hablando, le dio la razón, se puso de pie y siguió a sus compañeros, directo al autobús con destino al cuartel.

    Estaba distraído, mirando sus botas andar, y sumido en sus pensamientos, en el hueco que sentía en el pecho desde que ella había desaparecido sin explicación. Sintiendo el eco del agujero en cada paso, provocándole un vértigo que le complicaba el andar.

    Alzó la vista, para buscar un asiento, y se encontró con únicamente dos disponibles. Uno junto a un cadete, y otro junto a una de las enfermeras del cuartel: la señorita Milton. De quién huía tanto como de la verdad tras esos correos. Porque le había dejado claro, desde hace meses, que le interesaba.

Le sonrió con tensión y se dispuso a tomar el lugar junto al cadete, viéndose entorpecido por una mochila arrojada al asiento. Torció el cuello hacia las manos de quien la arrojó, y se encontró con su par de amigos burlescos.

    —M-Marvin me pidió reservarle un lugar —dijo Stuart, reprimiendo una carcajada.

—Pues resérvale el otro, imbécil —murmuró entre dientes, evitando hacer un escándalo.

    —Lo siento, pe-pero ya lo hice —respondió burlón.

    Nolan les gruñó entre dientes una maldición, y sus risitas tontas lo hicieron apretar los puños.

    —Siéntate, Tate. No seas maricón que no muerde.

    Y ambos se rieron como dos focas ahogadas.

    —Idiotas —refunfuñó Nolan, mientras tomaba asiento junto a la enfermera.

    —Buen día, Tate —saludó ella aterciopelada.

    —Señorita Milton —respondió con un gesto educado de cabeza.

    —Un año trabajando juntos y eres el único que se niega a llamarme solo Olivia.

    Le dedicó una sonrisa de labios cerrados, tan tensa como sus puños.

    —¿Está todo bien con su familia? —preguntó con curiosidad.

    —Sí, todo bien.

    No retiró la vista del frente, con firmeza. Pero sintió su mirada sobre él, la miró de reojo, a la miel de sus ojos y los cabellos lacios color avellana. Carraspeó la garganta, y le preguntó por la suya, arrepentido por su grosería de responder tan seco.

    —Todo bien, gracias por preguntar.

    Se revolvió en su asiento, incómodo. Dos horas debía pasar ahí, se maldijo por dentro, y también a los dos idiotas que tenía por amigos.

Y no debería tener problema, la chica era amable, simpática, con un inocente chiste a contar a cada soldado que pasaba por su servicio. No había ningún cadete que no la deseara, pues la alegría que emanaba, era algo que a todos les hacía falta en un lugar tan abrumador. Además de que, indiscutiblemente, era guapa.

Pero Nolan prefería mantener la sana distancia. Sabía que ella había preguntado su nombre a sus amigos, sabía también, que había hecho un comentario señalando algo positivo de su físico, algo de lo que ya no recordaba. Y él, ya tenía suficientes problemas encima como para ilusionar a la chica que podría confundir a la morfina con el veneno para ratas el día que se le ocurriera.

—¿De dónde me habías dicho que eras? —preguntó con interés.

Nada. Jamás le había dicho nada, pero sería muy gilipollas quedarse callado y fingir que ella no estaba ahí, con el codo a un centímetro del suyo.

—Del norte —respondió sin mirarla.

Ella asintió, disimulando la decepción con una tensa sonrisa.

—Yo soy de Alabama. De los campos y los caballos —dijo melancólica—. Aquí hay muy poco campo.

—Aquí no hay nada más que ruinas.

Frunció el ceño, claramente en desacuerdo, pero él intentó no hacer contacto visual.

—Hay más que ruinas. Yo he visto familias, he visto niños. He visto esperanza.

Soltó el aire derrotado.

—Supongo que sí —respondió antipático.

Ella movió los dedos en sus piernas, quizás incómoda, quizás pensando.

—Lo noto... Lo noto tenso, cadete. Nunca lo he visto en las noches de tarros, quizás le vendría bien unirse un día.

Las noches de tarros: aquellas en las que se reunían soldados y trabajadores frente a una fogata improvisada, a beber y liberar los horrores de la guerra. Tragó saliva ante su sutil invitación.

—No disfruto mucho de la bebida.

—¿Y de la compañía?

Su tono elocuente le hizo erizar la nuca, y bajó la mirada descolocado.

—Se me da mejor la soledad.

—Lo he notado, pero entonces... ¿Por qué está aquí? Los cadetes que vienen a Siria, vienen por algo que luchar.

Sus preguntas eran demasiado indagatorias para el gusto de Nolan. Podía contar con una mano las personas con las que se permitía abrirse, y le sobraban dedos. Pero sabía que no era intensional, o eso suponía él, pues había escuchado que la señorita Milton utilizaba la conversación como método de sanación.

Solo que a él no le gustaba ser sanado. Él era de los que se apartaba a una esquina para lamerse solo las heridas. Pero no le diría eso, no a una extraña de mirada coqueta.

—Supongo.

—¿Y por qué luchas?

Maldito seas, Stuart, gruñó en su interior. Y se prometió darle un puñetazo por cada jodida pregunta que le hiciera esa tía.

—Por nada. No tengo nada por qué luchar —dijo en un vergonzoso hilo del que se arrepintió al momento, por permitirse mostrar más de la cuenta de sí mismo.

—Esa es una debilidad, Tate. Quien no tiene por qué luchar, se rinde.

Y su comentario, fue suficiente para irritarlo lo suficiente como para fingir que estaba cansado y necesitaba dormir un poco. Asintió, dándole la jodida razón, y se disculpó por permitirse el sueño, así que se giró y viajó con los párpados cerrados, recordando una mirada celeste de mejillas aduraznadas.

    —Tate —gruñó una voz masculina—. ¡Tate!

    Brincó del susto, despertándose de golpe y viendo a Rogers frente a él, con el ceño fruncido.

    —Mueve el culo, Tate. No dejas pasar a Olivia.

    Nolan la buscó con la mirada adormilada, y la encontró a su lado con rostro divertido.

    —L-Lo lamento, señorita.

    Bajó apresurado, dispuesto a huir de cualquier otra pregunta que se le ocurriera hacerle.

    —¡Tate! —ladró Rogers a su espalda—. Tú y yo tenemos temas pendientes, ¿dónde coño está el imbécil de Marvin?





La tienda de planeación era pequeña. Demasiado pequeña para dos tipos del tamaño de Rogers y Nolan. El flacucho de Marvin se sentía en medio de dos montañas, intentando explicar los pretextos del porqué era imposible crear un mapa completo al escondite de la pandilla de rebeldes que intentaban aniquilar.

    —Un maldito año, ¿Y no han podido completar un puñetero camino? —bramó furioso.

    —E-Es imposible, s-señor —replicó nervioso.

    —Me importa una mierda. Iremos así.

    —No puedes hacer eso —interrumpió Nolan, con tanta firmeza como la de Rogers.

    —No vas a decirme cómo liderar mi tropa, Tate.

    —¡Es territorio enemigo! Les estarás dando la ventaja al no conocer su terreno.

    —¡Tenemos un año dando largas por el jodido terreno! ¿Tienes idea de cuántos pueblos han desterrado? ¡Demasiados, Tate! ¡Hay cientos de muertos!

    —¡¿Y quieres unirte a esos cadáveres?! ¡No seas necio!

    —¡Haz tu maldito trabajo! —gruñó furioso empuñando la playera de Nolan, y perdiendo la paciencia.

    —¡Lo estoy haciendo, gilipollas! —empujó su pecho con fuerza, hirviendo la sangre de Rogers, quien se volvió para enfundarle un puñetazo en el estómago.

    Nolan lo tomó de los hombros, lo alejó de un empujón y le respondió el golpe con un gancho directo al mentón. Se hicieron un nudo de codazos, golpes y gruñidos, que los terminó tumbando en el piso, mientras se repartían porrazos. Marvin se alejó tembloroso e inseguro de intervenir.

    —¡Eh, chicos! ¡¿Si se matan, quién lidera la misión?! —chilló el flacucho.

    Pero ellos no dejaban de repartirse tortazos en donde podían. En un arranque desesperado por ver la sangre correrles a ambos, Marvin salió fuera por un cubo repleto de agua, lo sujetó con fuerza y lo arrojó a los dos como si fueran dos perros, dejándolos petrificados ante la intercepción del agua helada.

Dejó caer el cubo, cagándose encima por hacer semejante imprudencia.

    —L-Lo siento.

    Rogers se dejó caer en el suelo, y Nolan lo hizo igual, quedando juntos y rozando brazo con brazo. Tenían las miradas perdidas y las respiraciones agitadas. El rubio llevaba el labio inferior hinchado, y un hilo de sangre le deslizaba hasta el cuello. Y Nolan portaba una herida abierta en la ceja que iba a requerir de una gasa.

    —No lo entiendes, Tate. Ninguno de los dos —dijo ahogado—. La cantidad de... niños que he visto. Que ha visto toda mi tropa. Es... monstruoso.

    Nolan cerró los párpados, derrotado. Porque llevaba razón, no tenía ni idea. Pero él también la llevaba, pues estaba seguro de que la ubicación de esa guarida, no fue elegida al azar. La cantidad de objetos entorpeciendo el desarrollo de ese mapa estaba genuinamente planeado.

    Tragó saliva y empuñó las manos.

    —Iré contigo —declaró seguro.

    —¿Qué? —dijo Marvin en un hilo—. ¡Estás demente! Yo no pondré un pie en...

    —¿Y a ti quién te dio vela en este puto entierro? —gruñó Nolan, incorporándose para quedar sentado aún en el suelo.

    —Te escucho —respondió Rogers atento.

    —Iré con tu tropa, —demandó seguro—. Si el terreno no puede venir a mí, iré yo al terreno. Así podré verlo en persona y poder afinar más detalles sobre la marcha.

    —¡Perdiste la cabeza! —chilló Marvin mientras salía de la tienda desesperado.

    Rogers lo pensó, frunció el ceño y mascó el interior de su mejilla.

—¿Lo ves como un hecho? —preguntó severo.

—Lo veo probable —corrigió—. Pero tienes razón. No podemos dejar que sigan masacrando familias enteras.

Rogers respiró hondo y se pasó una mano por la barbilla, limpiando la sangre, y escupió un poco más al suelo.

    —Desde el internado quería partirte la cara —dijo Nolan, satisfecho.

    Le sonrió, una sonrisa amplia y canalla que acompañó con un amistoso puñetazo en el hombro.

—Si no fueras un cartógrafo maricón, serías un buen soldado —reconoció orgulloso.

    —La cartografía es para los cadetes con cerebro —replicó divertido.

    —Los insectos tienen cerebro, eso no significa que tengan uno decente.

    —Idiota.

    Ambos se carcajearon. Se pusieron de pie entre risas, ayudándose el uno al otro. Se dieron un fuerte apretón de manos, y Rogers tiró de él para abrazarlo con un brazo, y acentuar la camaradería con un par de palmadas imponentes en la espalda.

    —Venga, vamos por unas cervezas —invitó Rogers—. Porque saldremos mañana al amanecer.

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