Capítulo 3
Jude y Anna compartían un cigarro en el balcón. Sus carcajadas resonaban en la casa y las calles, y le produjo una sonrisa a Day que acababa de llegar de su práctica de ballet, dispuesta a correr y quitarse las prendas ceñidas.
Subió las escaleras y se dirigió directo a su alcoba, cuando sus voces pronunciaron algo que captó atención.
—Me da gusto que a Nolan le vaya tan bien en la preparatoria —dijo su madre empática.
—Por Dios, sí. Creí que jamás terminarían sus peleas.
—Quizás ocurría algo en la secundaria que ignorábamos, Jude. Algún crío molesto, ¿qué sé yo?
—También lo pensé —admitió mientras aspiraba su cigarro—. Pero Annie, intenté por todos los medios hablar con él. ¡Es imposible sacarle media palabra!
Day se deslizó con precaución escalera abajo para escuchar mejor. Y coincidía con Jude. Desde que Nolan había dejado de compartir plantel con ella, era muy difícil conversar sobre algo más que trivialidades. Y curiosa por saber si soltaban alguna novedad que ignorara, se colocó tras la pared y aguzó el oído.
Su madre chasqueó la lengua y deslizó el humo por sus labios.
—Sí, ya lo sé. Al menos ahora sabemos que está en paz.
—Seguro le dio un empujón de autoestima que lo admitieran en el equipo de fútbol siendo de primero. Ya sabes cómo son los chicos a esa edad.
—Bueno, es un gran logro. Qué pena que nos prohibiera ir a apoyarlo.
—Así será de ahora en adelante, mi querida Annie. Van a avergonzarse de nosotras —respondió divertida.
—¿Nolan juega hoy? —preguntó Day estupefacta desde el pasillo.
—Oh, Day, querida —dijo Jude sorprendida—. Nos asustaste.
Su madre levantó la muñeca para observar la hora de su reloj de cuero.
—Su partido debería comenzar en diez minutos —respondió despreocupada.
—¿Diez mi...? —maldijo entre dientes y echó a correr al porche.
Tomó rápidamente su bicicleta, y pedaleó con todas sus fuerzas hacia el campus.
Agradeció durante el trayecto, todos los años de ballet que habían fortalecido sus piernas para hacerla llegar solo un par de minutos tarde.
Nunca había estado en la preparatoria de Nolan, así que le costó un poco dar con la cancha. Llegó por un camino libre entre las gradas, miró para todos lados, observó el campo vacío de jugadores pero con unas porristas enérgicas bailando en sintonía con la música que atronaba el lugar. La gente en las gradas gritoneaba, y se preguntó si su madre se habría equivocado de hora y el partido ya había finalizado.
Se giró en reversa y casi se estampó con un pecho fornido vestido con el jersey del equipo.
Alzó el rostro espantada y reconoció al chico que la miraba desde una altura considerable.
—¿Day? —llamó Iván.
Pasó saliva sorprendida porque aunque estuvieron juntos desde la primaria, desde aquel catastrófico festival, había decidido ignorarlo y no le había prestado su completa atención, como no había notado lo mucho que había crecido, ni lo fortalecido que tendría el cuerpo, o lo cuadrado de su bien definido mentón.
—L-Lo siento —dijo avergonzada, mientras daba un paso hacia atrás y acomodaba un mechón de cabello tras su oreja.
—Pero niña, estás en la entrada de los jugadores —riñó divertido, mostrándole una perfecta y blanca dentadura.
Como un cervatillo asustado entre los cuerpos de varios jugadores enormes que la observaban, giró la cabeza para todos lados, y se dio cuenta de que las porristas habían terminado su número e ingresaban por el espacio en el que ella estaba parada, así que se recargó en el muro asustada, sintiéndose acorralada aunque no lo estuviera.
—Day —canturreó divertida una porrista—. La secundaria queda por allá, linda.
Observó a la chica de cabello castaño, coleta alta, y rostro sensual que le hablaba con diversión. A ella tardó mucho menos en reconocerla, pues le fue imposible olvidarla desde aquella tarde en las gradas de la secundaria.
—Y-Yo... —respondió nerviosa, pero las palabras se le ahogaron en la garganta.
Madison entrecerró los ojos al reparar en el mono rosa pastel que llevaba puesto, alzó una ceja escéptica y sonrió con malicia.
—¿Practicas ballet? —preguntó curiosa.
—S-Si.
—¿Desde cuándo?
—Desde... Desde siempre...
La mirada de Iván se deslizó por su cuerpo y ella casi sintió que sus pupilas podían palparla, porque la piel se le erizó y tensó cada uno de sus músculos, sintiéndose en alerta, con el temblor en las piernas deseosas por echarse a correr.
La sonrisa que ensanchó al terminar de admirar cada centímetro de ella, no terminó de gustarle, y bajó la mirada avergonzada.
—Cuando entres al bachillerato, búscame —ordenó Madison—. Tu flexibilidad nos serviría mucho en el equipo.
Le guiñó un ojo y se retiró meneando las caderas, como si acabara de ofrecerle el mayor trato del mundo, cuando en realidad, a Day no le provocó ni una pizca de interés.
No terminó de observarla perderse entre el público cuando su voz la hizo sobresaltar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Nolan con molestia.
—¡Nolan! —celebró de un suspiro, sintiéndose aliviada de ver un rostro con el que se sintiera cómoda—. Vine a ver tu primer partido.
Le dedicó una mirada profunda, tan penetrante, que rozaba lo hostil. Giró el rostro a sus compañeros y frunció el ceño irritado.
—¿Qué están viendo? Largo de aquí.
Los jugadores fingieron encontrar demasiado interesante la arena del suelo, y se giraron hacia otros lados para ignorar a la chica del mono rosado.
—Vete —impuso Nolan.
—P-Pero...
—¿No fue suficiente señal no haber dicho nada en casa? —dijo con los dientes apretados, intentando evitar que sus compañeros tras él escucharan.
Day parpadeó varias veces sin creerse lo que escuchaba. Se encogió de hombros, avergonzada, sintiéndose pequeña de pronto, ajena también, ante quien consideraba su hogar.
Retumbó en el campo el voceo del equipo de Nolan, quien se ensartó el casco con saña, y corrió tras el resto de jugadores al centro del campo, no sin antes decirle una última vez, que volviera a casa.
Ella se abrazó el estómago, sintiendo de pronto un frío glacial que se le colaba por debajo de la piel. Porque no era ajena al rechazo, estaba de hecho, más o menos acostumbrada, y le daba igual, porque sabía que tenía a Jessica, que tenía a su madre y a Jude, y sobre todo, porque tenía con quien compartir cuentos y secretos. Si es que seguía siendo así... La verdad era que, no lo sabía.
Pero el simple planteamiento de su repentina lejanía, le hizo sentir un malestar en todo el cuerpo.
Decidió marcharse. Pero la energía se le había reducido a tal grado de llevar la bicicleta a empujes y caminar a pasos pesados por la calle.
Aprovechó el camino para pensar. Y recordó haber leído en múltiples libros sobre la adolescencia y los cambios que traía. Que era normal que un adolescente alejara a su familia, se avergonzara de ella, se sintiera lo suficiente maduro para no necesitar de nada ni de nadie. Pensó que no era regla, pues ella también era una adolescente, y no creía compartir ese raciocinio ni un poco.
Aunque Nolan jamás había seguido el estándar de las edades, ni de nada.
Meneó la cabeza frustrada. Cuando se trataba de él, todo le parecía confuso, porque sentía que lo conocía tan bien como la palma de su mano, como ignoraba lo que pasaba por su vida.
Pensó que, nunca lo veía tan auténtico y tan él, como cuando se encerraban a fantasear historias o trabajar en su mapa. Pero, ¿quién le aseguraba que ese era Nolan y no el papel que interpretaba con ella?
Quizá era así, porque abrazaba la actitud del hermano protector que Jude y su madre han intentado inculcarles desde siempre.
Solo que, al menos desde su perspectiva, Nolan jamás estuvo cerca de ser un hermano. Era diferente, lejano y, al mismo tiempo, íntimo. En un equilibrio extraño entre el todo y la nada, como lo era todo en él.
Exhausta de divagar, concluyó que fuera como fuera, solo tenía la certeza de que no lo conocía tanto como creía.
Le tomó casi una hora en llegar a su casa, exhausta y con una ligera punzada en la sien que amenazaba una jaqueca.
Entró a su alcoba, se retiró las medias, el mono, y se encerró a tomar una ducha larga y vaporosa, esperando lavar también el sentimiento de rechazo que ensuciaba su piel.
Tomó con calma su rutina: se colocó el pijama de algodón, cepilló su largo cabello dorado, untó su cuerpo en crema, y se acostó a leer el libro que llevaba a poco más de la mitad de avance.
Después de leer una buena cantidad de páginas y comenzar a sentir los párpados pesados, escuchó la puerta de la entrada cerrarse. Tensó tanto los músculos de la espalda, que le dolió un omoplato.
Se quedó rígida, observando la ranura iluminada debajo de su puerta. Los ojos le escocieron por la falta de parpadeo, pero sentía que si lo hacía, se perdería de sus pasos al cruzar por la ranura.
Y aparecieron las dos sombras gemelas de sus pies. Para su sorpresa, se quedaron ahí, de pie, cubriendo parte de la luz que entraba por el reducido espacio. Observó que se movieron un par de veces, pareció irse, pero se arrepintió y volvió a colocarse en el mismo lugar.
Se permitió parpadear una sola vez, para garantizar no estar imaginando su figura tras su puerta.
Day sintió que sus pies duraron una eternidad parados, rígidos como una estatua, hasta que por fin tocó con dos rítmicos repiques a la madera.
Los músculos se le atirantaron todavía más, rechinó los dientes, y tuvo que tragar saliva para emitir palabra entre sus labios temblorosos.
—Adelante —dijo con fragilidad.
Se mordió el labio inferior, frustrada del sonido que emitió su voz, porque hubiera querido que saliera mucho más segura que ese hilo de voz blandengue y lastimoso.
La puerta se abrió despacio, mostrándole una melena oscura y humedecida, que con precaución, terminó mostrando su rostro indeciso.
La mirada que le dedicó, era casi tan oscura como el par de líneas borroneadas de grasa negra en sus mejillas. Frunció los labios tan fuerte que a Day le pareció ver arrepentimiento en su semblante.
—¿Puedo? —preguntó con seriedad.
Asintió una sola vez, desviando la mirada a sus sábanas floreadas. Y se maldijo por dentro por ser tan débil e incapaz de correrlo como había hecho él.
Nolan entró y cerró la puerta con cautela, como temiendo que el mundo se enterara de que había ingresado a esa habitación. Sin atreverse a mirarla directo a los ojos, tomó asiento en su cama, recargó los codos en las rodillas y miró al suelo, con dureza.
Day se tomó la libertad de aprovechar que no la observaba para percibir detalles. Porque ahí sentado, con el uniforme cubierto de tierra, las anchas hombreras, la piel brillante de sudor, y el fleco crecido cayéndole despreocupado por el rostro, le parecía... imponente. Imponente y demasiado maduro.
Reparó en sus manos toscas y firmes, en los cayos de sus dedos por la sujeción del balón, su antebrazo tonificado y las venas saltadas decorando su piel lechosa.
Parpadeó lento, sin llegar a chocar las pestañas, y deslizó la vista a sus marcadas clavículas, al hundimiento entre ellas y la gota de sudor que le acariciaba el pecho para perderse dentro de la camiseta. Caminó las pupilas a su sólido cuello, acatando la vena del costado que palpitaba vistosa entre los músculos recios.
Tragó con esfuerzo, y continuó con la ojeada delicada que estaba realizando, hasta que dos ojos negros fruncidos por un par de cejas azabaches, largas y espesas, se encontraron con los suyos.
Day sintió que el aire había salido de la habitación, el corazón le dio un vuelco, y sintió sus palpitaciones hasta en los oídos.
El silencio era inquietante, la mirada de Nolan inescrutable, y ella sentía que le atravesaba el cerebro.
Le pareció percibir que él también había dejado de respirar por unos segundos, cuando lo vio lamerse con disimulo el labio inferior, y desviar el rostro.
—Lo lamento —confesó en un hilo, con la mirada penetrante y segura.
No esperaba una disculpa de su parte. Al menos no tan pronto, y mucho menos por su iniciativa. Le pareció inesperado, sorpresivo, y se quedó de piedra sin saber qué decir.
Nolan por su parte, sentía que el silencio le taladraba la sien. Habían perdido el partido por una diferencia considerable, y varios puntos se perdieron por su culpa y su distraída conciencia, que no dejó de darle vueltas al rostro desencajado de Day.
Ni a su rostro, ni al hueco que sintió abrirse paso con garras y colmillos en su pecho.
Pero por más vueltas que le daba, no imaginaba una resolución diferente que aquella, aún y si pudiera regresar el tiempo.
Porque él había hecho el cálculo.
Sabía perfectamente la hora en la que salía Day del ballet. Sabía también el tiempo que le daría llegar al campus, y sobre todo sabía, que a ella le daba completamente igual pasearse con ese leotardo ceñido al cuerpo y las medias traslúcidas rosadas ,que trataba de ocultar sin ningún éxito, bajo un short de algodón del mismo color.
Ese maldito traje que usaba no dejaba nada a la imaginación, la tela era tan delgada que parecía otra capa dce piel, y le enfurecía pensar que alguien más que no fueran sus compañeras de baile o sus madres, la vieran así.
No podía, no lo permitiría, no mientras pudiera evitarlo.
Y muy a su pesar, tampoco tenía el valor moral de pedirle que se pusiera otra cosa y dejara de andar así por la calle.
Así que optó por no decirle nada, y negarle a Anna y su madre tajante, que no asistieran a verlo, porque sabía que donde fueran ellas, estaría Day. Y ni siquiera en compañía de sus madres, se sentiría remotamente cómodo de que otros la vieran con ropa tan ceñida, como si solo se hubiera pasado un brochazo de pintura rosada por su abdomen plano y marcado.
Se revolvió incómodo y rascó su nuca avergonzado.
—¿Por qué? —preguntó ella.
Alzó el rostro y la observó con firmeza, porque sabía que quería una respuesta, y él había sido lo suficiente tonto como para, en lugar de pensar en una, autocastigarse reproduciendo varias veces su rostro desilusionado.
—Yo... —comenzó a decir, y se detuvo para morder su labio inferior.
Al notar la acción, Day dirigió la mirada hacia el lugar, reparando en lo rojizos y húmedos que los tenía. Lamió los suyos con tensión.
—... no quería que me vieran perder —dijo de pronto, desviando su mirada.
Ella frunció el ceño y lo fulminó.
—No había manera de saber el resultado de un partido.
—La hay si ves las prácticas de todos los días y tus compañeros apestan.
—Ya te hemos visto perder antes, ¿cuál era la diferencia?
Dejó caer los hombros, derrotado ante su argumento. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—No lo sé. Era el primero, supongo —dijo despreocupado, y Day pudo percibir el tinte de la mentira en ese "supongo", disfrazando en esa palabra una puerta de escape.
Porque Nolan siempre hacía eso.
Cuando quería mentir, atacaba con una verdad a medias, disfrazándose con frases como "supongo", "quizás", lo que sea que dejara un mínimo margen de error y pudiera escudarse más tarde con que no estaba seguro y tampoco dijo un hecho.
Así que apretó la mandíbula y respiró profundo, tomando paciencia.
—Pues no tiene sentido —atacó segura.
—No dije que lo tuviera —dijo con seriedad.
Ella tensó los labios con fuerza, y Nolan no pudo evitar mirarlos con atención, sintiendo de pronto la garganta demasiado seca.
—¿Crees que sea la adolescencia? —preguntó insegura.
—¿Qué cosa?
—Ya sabes, tu repentino desagrado porque te vean perder.
Soltó un bufido y ocultó una risa bajando el rostro, dejando caer su oscura melena.
—Por Dios, Day. Deja ya de leer esos libros.
Ella rio con timidez, y le dio un amistoso codazo en el brazo.
Se quedaron en silencio. Ambos con la mirada perdida en sus pensamientos.
Nolan alzó las cejas de repente, y rebuscó algo en su bolsillo.
—Casi lo olvidaba... —comenzó diciendo mientras sacaba un papel arrugado—. ¿Sabes contra quién jugamos hoy?
—No tuve tiempo de ver porque me echaron del partido.
Le dedicó una mirada irónica, y extendió el pliego frente a ellos, mostrándole un panfleto con una figura dibujada y las letras en mayúsculas diciendo "Maine".
—¿Jugaron contra Maine? —preguntó confusa, a lo que Nolan asintió una sola vez.
—Es un estado recóndito del sur, y esta... —dijo señalando la silueta dibujada—. Es la figura de su territorio.
Day frunció el ceño y rascó la copa de su cabeza.
—Ya, pero es que no... —se interrumpió sorprendida, comprendiendo. Alzó la vista ilusionada, y al recibir como respuesta la sonrisa tímida de Nolan, corrió hacia el mapa pegado en su pared.
Dejó caer las rodillas en la alfombra y extendió el pliego en el suelo, y lanzó las crayolas a su alrededor.
—¡Ay por Dios! ¡Que sí sea! ¡Que si sea! —chilló ella mientras él liberaba una carcajada aterciopelada.
Nolan se puso en cuclillas también y colocó el panfleto en el mapa para descubrir si podría encajar. Y en cuanto lo vieron, supieron que sí, que ahí era su lugar.
Day le dedicó una mirada brillante, expresiva, gritando mil cosas, y encajando otras tantas por dentro.
Nolan tuvo que preocuparse por el ritmo de sus respiraciones, porque el éxtasis que ella emanaba mientras coloreaba el área descubierta, le recordaba la sensación de vacío y hundimiento en el centro de las costillas que le rozaba el estómago.
Quiso concentrarse en el mapa, en su misión infantil, y no en el agujero que sentía abrirse más y más, en medio del cuerpo.
Los brazos de Day se enrollaron en su nuca con potencia, hundiendo su rostro en el hueco entre su hombro y su cuello.
—¡Gracias! —dijo ella, sintiendo sus labios cosquillearle el cuello.
Nolan tragó saliva. Sintió que los brazos pesaban como el concreto, la piel le picaba, y jamás le había causado tanto esfuerzo realizar una tarea.
La había abrazado un millón de veces. No podría contarlas ni aunque quisiera. Pero ese... Ese se sintió diferente.
Quizás por el agujero que sentía entre las costillas, quizás porque ella lo apretó tanto, que sintió llenar ese hueco de pronto.
Se quedó sin aire, sin habla, y sin razón.
Lo único que pudo sentir, fue el peso de su sonrisa en el pecho.
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