Capítulo 27




Nolan ya sabía que el ejército no sería lo mismo que el internado. Pero en cuanto llegó y notó que pudo sacar el móvil sin que algún sargento le gritoneara y lo enviara a hacer trescientas lagartijas, estuvo seguro.

    Claro que no tenían la misma libertad que un plantel universitario normal, pero después de ese último año, era la gloria para él.

    Así que ahí estaba, en el que sería su nuevo dormitorio, junto a otras diecinueve camas, sentado sobre la suya, rechinante y de colchón rígido, contándole en un mensaje a Day, la divertida discusión de esa mañana entre sus madres con respecto al uso de la secadora.

Una tontería, pero contárselo le daba la sensación de que ella hubiera estado allí, como la familia que ya no eran.

—¿C-Cómo identificar al soldado rico del cuartel? —canturreó Stuart, quien caminaba con aires divertidos en su dirección.

Nolan alzó el rostro divertido.

—Es el único con un m-móvil en las manos —y se lanzó para arrebatarle el objeto de las manos con diversión.

—¡Hey! —gritó Nolan.

—... A-Anna insiste en tender la ropa al sol y mamá la riñe por no usar la secadora que tan cara les costó... —leyó mientras huía de él por el dormitorio—. ¿Oyeron todos? ¡T-Tienen secadora! Este tío es mi-millonario.

—Devuélvelo, idiota —riñó Nolan.

—Oh, espera —dijo con picardía—. ¿E-Esta es Day?

—¡Qué la muestre! —rugió un cadete divertido desde su cama.

Stuart trepó a un armario, mientras huía de Nolan y hacía malabares para extender la imagen entre su palma.

—Es muy mona —dijo Stuart—. ¿Por qué mierda se fijó en un mo-mojón como tú?

Nolan atrapó un pie descuidado y tiró de él, haciéndolo caer de manera aparatosa en el suelo. Le quitó el móvil de un tirón y aprovechó que se retorcía de dolor para darle una amistosa patada en un hombro.

—Mojón tu abuela.

—S-Se te ve de mejor humor desde que la viste —replicó ahogado, aun recuperándose de la caída—. T-Te hacía falta un alivio.

Nolan empuñó la mano listo para golpearlo en serio, cuando un soldado lo llamó por su nombre.

El par de amigos se giraron para observar al tipo enorme de piel oscura y facciones toscas. Nolan tuvo que entrecerrar los ojos para identificarlo, y aunque le costó unos segundos reconocerle el rostro, más sobrio y maduro, supo que era él.

—¿Miles?

—¿No me reconoces? —respondió divertido.

—¡Miles! —repitió extasiado y se lanzó hacia él para envolverse en un efusivo abrazo, palmeándose las espaldas—. ¡Mierda! ¿Cuánto ha pasado?

—Un poco más de un año, cabrón.

Nolan se pasó una mano por el cabello rapado y sonrió a sus anchas.

—¡No lo puedo creer! ¿Qué haces aquí?

—Tú y yo sabemos que mis calificaciones no daban para otra cosa que el trabajo rudo.

Liberó una carcajada divertida y le palmeó un hombro.

—Bueno, no lo sé, pudiste ser entrenador de fútbol, jardinero, que sé yo.

—Jardinero —replicó divertido—. No digas idioteces. Además, después de que Jessi me dijera lo bien que estabas, no me pareció mala idea.

—¿Jessi?

—Jessi, la amiga de Day, tú sabes... Rojita.

—Claro que sé quién es Jessi, imbécil —y Miles se rio encantado de que retomará la normalidad de las ofensas entre ellos—. ¿Pero desde cuándo ustedes hablan?

—Bueno, creo que desde tu estúpido plan. Sucedieron... cosas.

Nolan arqueó una ceja incrédula. Y sintió un alivio al saber que Day había logrado perdonarla después de aquella cagada por la que aún se sentía culpable. Otra de las cosas que no habían podido conversar desde su reencuentro. Después de todo, había todo un año que explicar para terminar de ponerse al día.

Más tarde será, pensó.

—¿Qué veo? Miles Parker fue por fin domado.

Miles respondió con una carcajada melancólica.

—Bueno, ahora no lo sé. Está un poco cabreada con esta decisión, pero por el espectáculo que vi, parece que tú sí. ¿Es oficial entonces? ¿Tate tiene chica?

—No sé si es mi chica, pero yo sí soy suyo.

Stuart se acercó a ellos llevando un dedo a su boca abierta y fingiendo una arcada.

—Por Dios, Tate, cállate —riñó el castaño horrorizado—. N-No puedes ser tan maricón en voz alta.

—Coño, sí. Eso fue lo más homosexual que he escuchado en mi vida —respondió Miles.

—Me importa una mierda. Al menos yo no tengo que encerrarme dos horas en el retrete para pasar tiempo con mi propia mano.

—Hijo de puta —respondió Stuart divertido.

Los tres se rieron, y Nolan sujetó el hombro de Stuart con camaradería.

—Miles, este es Stuart. Stuart, este es Miles, estuvo conmigo casi todo el instituto.

—¿T-Tienes secretos vergonzosos de este pelmazo?

—Como para una serie televisiva —respondió con gracia.

—T-Tú y yo nos vamos a llevar mu-muy bien.

Stuart y Nolan se repartieron puñetazos amistosos, alegres y entretenidos, hasta que una figura reconocida pasó por su lado y tomó la cama frente a ellos. Se quedaron rígidos, como si mover una pestaña fuera a alertar a Rogers de su presencia.

Miles observaba la escena percibiendo la tensión, pero sin comprender el porqué.

—¿N-No dijo que no entraría al ejército? —murmuró Stuart hacia Nolan.

—Sí, eso dijo.

—¿Lo conocen? —preguntó el moreno.

—Se le ve mal —señaló Nolan.

Y sí. Se le veía el  rostro demacrado las noches sin dormir, y el semblante ya no era del ególatra e irritante que siempre tenía.

—Ojalá que la esté pasando mal —escupió Stuart.

—No seas cabrón —riñó Nolan.

—Cabrón él —replicó molesto—. Fu-Fue un grano en el culo todo el internado, me alegra verlo un poco jodido.

    —¡Cadetes! —gritó un sargento al llegar al dormitorio—. ¡Firmes!

    Todos en el lugar corrieron frente a su cama y se colocaron en posición.

    El sargento, al igual que Bennet, era un hijo de puta. Despreciable y mandón, pero para suerte de algunos, ya estaban más que acostumbrados. Pronto se adaptaron también a su nueva rutina, y a no compartir clases, pues los tres se enlistaron en cosas distintas.

Stuart quería ser general, liderar tropas, organizar pelotones. Quería ser respetado e imponer terror en los cadetes más jóvenes, aunque Nolan pensaba que, con los ojos encapotados de cachorro lastimero, y el evidente tartamudeo, no asustaría ni a una mosca.

    Miles, por su lado, quería algo cerca de la guerra, pero sin el peligro que conlleva. Quería ser estratega militar, es decir, lo bastante cerca de la batalla como para escuchar los fusiles, pero lo suficientemente lejos como para no recibir un tiro.

Pensar en la estrategia, analizar el conflicto, planear, y ordenar. Pero nunca, nunca, apretar el gatillo.

    Y Nolan, por supuesto, quería estar lo más lejos posible de eso. Y, ¿por qué no?, llevar un poco de su hogar, y de ella, entre ese ambiente hostil de gritos y armas. Permitirse tener su espacio entre mapas ahí también. Su pequeño escondite.

En pocos meses entendió que, si bien el ejército era un ambiente hosco, violento, brutal y salvaje, después del internado, para ellos era mucho más tolerable. Empezando porque Rogers estaba solo sin su par de chinches, y sobre todo, sin el sargento Bennet para lamerle las pelotas a cambio de poder.

También había jerarquías. Demasiado marcadas y evidentes, pero ellos habían aprendido bien la lección de pasar desapercibidos y ocuparse solo de sus propias cosas. Por lo que, una vez que le mostraron a Miles cómo funcionaba todo, se encontraron sorpresivamente, disfrutando de su tiempo ahí.

Nolan contaba las horas para que dieran las cuatro de la tarde, y asistir a su clase de topografía. Estudiar, dibujar, y calcular superficies, se le daba de maravilla, y le permitía investigar lugares que pudieran encajar en el mapa de Day.

Además, que, en los últimos diez meses transcurridos, era el mejor de su clase.

    —Buen trabajo, Tate —reconoció su maestro por el último trabajo.

    Una representación perfectamente cuidada y elaborada por él mismo, del territorio de Gaza y  Siria, con los posibles caminos a tomar para entrar y salir del territorio sin ser detectados.

    —¿Crees poder hacerlo en computador? —preguntó curioso.

    —¿En computador?

    —Pídele ayuda a tu maestro de sistemas de representación.

    —Sí, yo... Eh... Estoy al tanto de cómo hacerlo, pero no comprendo...

    —¿Qué no comprendes? Necesito esto en digital —gruñó impaciente—. Hay una guerra en esa zona, muchacho, y este mapa sería de ayuda para nuestros hermanos allá luchando.

    —Sé de la guerra. Pero... ¿No tienen un cartógrafo para eso?

    Soltó un bufido agotado.

    —Marvin —dijo negando con la cabeza—. No comprendo cómo logró graduarse. Es una pena que estés en primer semestre. Un par más y te enviaría allá.

    ¿Un par...? ¿Enviarme?

Nolan tragó saliva, porque él se sintió más bien agradecido por eso.

    El profesor lo observó confundido, y frunció el ceño.

    —¿Qué está esperando, cadete? ¿No le acabo de asignar una tarea? —bramó enfadado.

    Se puso en firmes de un salto nervioso y asintió.

—Señor, sí, señor.

    Salió de ahí casi corriendo, buscó el móvil en el bolsillo de su pantalón mientras caminaba por el campo hacia la sala de computación, y fotografió su mapa para enviarlo en un mensaje.

    Nolan: tengo una buena y una mala.

    Day: ¿Qué nuestro mapa es un chiste al lado de los que haces ahora?

    Nolan: jaja, un chiste no, único sí.

    Day: cuéntame.

Nolan: saqué un sobresaliente.

    Day: es que tienes experiencia desde el colegio 😁 ¿cuál es la mala?

    Nolan: que esperaba que Siria encajara en nuestro mapa.

Day: gracias a Dios no lo hizo. ¿No se supone que visitaremos los lugares cuando lo completes? Casi preferiría que se quedara con el hueco.

    Nolan: buen punto.

    —¡Tate! —llamó Miles desde la lejanía.

Lo buscó con la mirada y lo encontró recargado en la entrada de enfermería. Caminó hacia él, y reparó en Stuart sobre la camilla, con un vendaje en el hombro.

    —¿Qué ha pasado?

    —El idiota de Stuart no tomó bien el rifle en la práctica de tiro.

    —N-No es verdad... La cantonera e-estaba floja.

    —¿No la revisaste antes de ponerla sobre ti? —dijo Nolan arqueando una ceja.

    Chasqueó la lengua frustrado como respuesta.

    —Me cago en todo —gruñó entre dientes—. A-Así no podré ser general nunca.

—No te desanimes.

—¿General? —burló Miles—. ¿Cuándo has visto un general tartamudo? ¡F-F-F-Firmes!

Stuart le lanzó la almohadilla con fuerza, y Miles la atrapó con diversión. Nolan se mordió la sonrisa de que sus dos amigos de universos tan distintos, hubieran congeniado tan bien al grado de burlarse sin temor ni ataduras.

—I-Imbécil —le ladró furioso.

—Busca algo más sencillo, como Tate y yo. ¿Quién coño quiere estar en medio de un tiroteo? Solo un lunático.

—Hablando de huir del tiroteo—interrumpió Nolan—. No creo que sea tan sencillo.

—¿Por qué lo dices?

    Les contó lo sucedido, les mostró el mapa, y les anunció que tenía poco tiempo para parlotear, dado que debía hacer la tarea asignada.

    —Vaya —dijo Miles, sorprendido—. Siempre creí que lo tuyo sería hacer dibujitos desde miles de kilómetros de una guerra.

    —También yo —lamentó Nolan.

    —Y-Yo no. Sé bien los roles de la guerra, y e-estaba al tanto.

    —Una lástima que no sepas disparar.

Stuart le alzó el dedo medio y lo fulminó con la mirada.

    —S-Si yo fuera tú, movería cielo, mar y tierra por ir.

    —Claro, porque te mueres por ir a darte de porrazos con algún musulmán —bromeó Nolan.

    —No es eso. P-Pero sé de cadetes que los han graduado por un s-solo año de servicio.

    —¿Por estar en Gaza?

    —S-Sí.

    —¿En un año?

    —Q-Que sí.

    —Oh, sí —interrumpió Miles—. Escuché algo así en las pruebas para entrar, que era un atajo para graduarse pronto. Un atajo de mierda, si me lo preguntan.

    —U-Un atajo muy bien pagado.

    —¿Dan plata? —preguntó el moreno sorprendido.

    —Mucha. Y hasta m-más de dos años de baja laboral. Y-Ya  sabes, por el trauma de  la guerra y t-todo eso.

    —Vaya —dijo impresionado—. Graduación, plata y vacaciones.

    Miles puso los brazos en jarras y lanzó un salivazo al suelo.

    —Sigue siendo una oferta de mierda.

    —C-Cobarde.

    Miles le apretó el hombro herido y este soltó un chillido afeminado que hizo reír a Nolan.





Para cuando Nolan fue capaz de desprender la vista del computador, se dio cuenta en la hora de su reloj que se le había pasado la hora de la cena, y el comedor ya no estaría abierto a esas horas de la madrugada. Bufó molesto, y tomó el móvil en sus manos. Había un mensaje de Day en la pantalla, y rogó que no fuera demasiado tarde para charlar un poco con ella.

    Day: ¿Cómo va esa tarea?

    Nolan: como la mierda, ¿hablaste con Anna?

    Pero no aparecía en línea, por lo que se dispuso a buscar algo que comer en alguna máquina expendedora.

    Hacía casi un año desde la última vez que la vio. Pero gracias a la libertad que tenía con el móvil y el computador, se sentía cercano, parte de su vida. Aunque claro, todo lo parte que se puede ser desde una bandeja de mensajes y fotografías.

Sabía que ella odiaba Nueva York, con su ruido, su hedor y su ajetreo constante. Aunque Day nunca se lo había explicado así, él lo intuía. Después de todo, ella siempre había sido una chica tranquila y rutinaria, que encontraba emoción en pasar horas sumergida en las páginas de un libro, arropada en un grueso cárdigan.

Le confesó que no intentó unirse a las porristas en su nuevo instituto. El único motivo por el que lo había hecho antes era para admirar a cierto jugador durante las prácticas. Admirar y, de paso, molestarlo al negarse a escuchar sus consejos, un detalle que no pasó desapercibido.

Y agradeció al cielo que no iba a tener que preocuparse de que se paseara en minifalda y el ombligo al descubierto por su bendita escuela. Porque el mundo estaba lleno de Estupivanes. Él mismo vivía en la cuna de esa especie, sabía de lo que hablaba, y además le temía.

    Pero no lo mal entiendan. Nolan, por más contradictorio que parezca, no se consideraba particularmente celoso. Lo fue en el pasado, sí. Pero la raíz de aquello, no era por la atención de un varón hacia ella, sino la incertidumbre de no saber en qué posición se encontraba él.

    Se riñó por dentro. ¿Qué más daban las etiquetas? Si así, en la distancia, con los meses apartándolos, él veía en cada fotografía que le mandaba, que lo amaba. Lo llevaba en las pupilas, en cada sonrisa, y él lo sabía.

    Lo amaba. Y no había sentimiento que lo llenara más que estar seguro de ello.

Así que debía darle igual quién se fijara en ella, porque sabía que habría quien lo hiciera. Después de todo, le parecía la mujer más hermosa que había visto en su vida. Lo que no le daba igual era que la molestaran, que algún cretino se sintiera con el derecho de pasarle el brazo por los hombros con falsa camaradería y fingiera que era normal hablarle demasiado cerca del rostro.

Pero no, no era celoso. O eso se repetía él.

    La acidez por pensar todo aquello, lo hizo lanzar con ahínco las monedas dentro de la máquina. E hizo una mueca de disgusto cuando solo encontró disponibles esas donas azucaradas con sabor a rancio que no toleraba. Le dio el primer mordisco y se arrepintió al momento. Tragó asqueado y lanzó el resto del pan a un cubo de basura.

La vibración del móvil le alertó en la mano, y cuando vio su nombre, tomó asiento donde pudo y desbloqueó el teléfono.

    Day: justo acabo de colgar la llamada con ella.

    Nolan: ¿Cómo la escuchaste?

    Day: ¡De maravilla! Le está sentando muy bien el tratamiento.

    Nolan: me da mucho gusto, Day.

    Day: el doctor dice que aumentando dos dosis a la semana, la mejoría sería más acelerada.

    Tragó saliva.

    Dos dosis, repitió en su cabeza.

    Había tenido que pedir un préstamo para poder pagar los medicamentos. Un préstamo de pagos condenadamente altos.

    Y eso no le importaba. Pero a duras penas le alcanzaba para cubrir sus tres comidas diarias, sin contar con ningún tipo de lujos, como unas botas nuevas, o alguna gorra que no estuviera medio roída, o siquiera un caramelo.

Llevaba meses sin visitar a Anna y su madre, no por gusto, sino porque no podía permitirse el pasaje.

Le importaba una mierda de todas maneras. Sus comidas, su calzado, lo que sea. Lo que lo tenía acongojado, era que el jodido problema radicaba, en que no habría ninguna institución lo suficientemente idiota como para liberarle otro préstamo. No con esos números tan bajos, y una deuda que sobrepasaba con creces su retribución mensual.

    Maldijo entre dientes por haberse gastado unos centavos en esas puñeteras donas añejas.

    Day: gracias de nuevo. No podré terminar jamás de agradecerte por todo lo que haces.

    Nolan: un beso sería suficiente.

    Day: para mí no. La próxima vez que te vea, no dejaré que salgas de la habitación en días.

    Nolan liberó una carcajada al cielo estrellado y negó con la cabeza. Se lamió los labios y se talló el pecho adolorido. Porque carajo, cómo la extrañaba.

    Nolan: te extraño.

    Su respuesta llegó en una fotografía, donde le sonreía luminosa, mostrándole la brújula con diversión en la mirada, y un mensaje en el pie de la imagen:

    Day: ¿Ya te dije que esta cosa no funciona? Apunta la N, pero no te veo por ningún lado.

    Suspiró melancólico y parpadeó con pesadez.

    Nolan: pronto, muy pronto.

    Day: descansa 😘

    Nolan: te quiero.

Dejó caer la cabeza y los hombros. Volvió a ver la fotografía, la extendió al máximo y deslizó con lentitud para admirar cada detalle de su rostro. Las pestañas rizadas, tan rubias, que parecían finas plumas sobre sus ojos azules. La mirada entrecerrada, decorada de las arruguitas divertidas provocadas por la sonrisa. Los diminutos pliegues en su nariz fruncida, y las apenas perceptibles pecas del color de la arena.

    Se detuvo más tiempo en sus mejillas, de color aduraznado, rebosantes, ilusionadas. Con una alegría que hacía mucho no le veía. Llevaba esperanza en cada diente brillante que le sonreía resplandeciente.

    Anna estaba mejorando, y Day lo gritaba en cada poro.

    Y por un momento... Solo por unos cuantos minutos, ir a Siria no le pareció una idea tan terrible.

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