Capítulo 26
Anna se dio cuenta de que no conocía a su hija.
No sabía si por el tiempo separadas, o porque su necedad le nublaba el juicio. Pero la vio escuchar toda la explicación con serenidad. Sí, con lágrimas, pero enfrentándolo todo como una guerrera, con una valentía y firmeza que no sabía que tenía.
Sintió orgullo de verla así, con la frente levantada, con madurez. Y se pudo admitir, que ya no era más una niña. Quizás le faltara un poco más de un año para la adultez, pero estaba claro que la vida y las circunstancias, le habían adelantado la etapa.
—Desearía... que me lo hubieras contado —lamentó Day.
—Lo siento, cariño. Y-Yo... no sabía cómo reaccionar. Si no lo sabía yo, pensé que tú lo sabrías menos.
Se abrazaron fuerte, liberadas.
Day repitió una y otra vez mil disculpas, por no haberse dado cuenta de lo que le pasaba. Por haber estado tan sumida en sus chiquilladas como para no notar las señales de su enfermedad. Y aunque Anna, por supuesto, no la culpaba para nada, ella no pudo quitarse ese sentimiento del pecho.
—No seas tan dura con él... —rogó Anna más tarde, cambiando el tema drásticamente mientras tomaba un poco de té que Jude acababa de servirle—. Yo le he pedido que te mienta.
—No intentes ser su abogada —replicó Day.
—Ella no, pero yo sí —defendió Jude, que acercaba la azucarera a la mesa—. Nolan está lejos de ser perfecto. Es bruto, necio, impulsivo... Pero él ha pagado su condena.
Day las observó sin comprender, con la taza a medio camino de su boca.
—Estuvo en el internado militar —explicó Anna, mientras le acariciaba el cabello con cariño.
Abrió los ojos sorprendida, y de pronto todo tuvo sentido: la traición, las mentiras, el silencio durante ese tiempo. Todo.
Tuvo sentido, sí, pero no el perdón. Así que, incapaz de seguir con ese tema, decidió charlar de otra cosa.
Le explicaron que, por temas legales, debía regresar a Nueva York, pero la motivaron diciéndole que solo debía aguantar menos de dos años para hacerse cargo de sí misma.
Y Dios, iba a mandar a Murphy directo a la mierda en cuanto cumpliera la edad.
Cuando todo estuvo aclarado, explicado, y resuelto, Day supo que le quedaban pocas horas antes de que su padre llegara por ella para llevarla de vuelta, subió resignada a su habitación, y lo vio ahí, sintiendo como si fuera un completo extraño quien observaba rígido su mapa.
Se mordió el labio inferior, suspiró y se sentó a su lado, para admirar también el dibujo.
—Espero que no sea demasiado tarde... —dijo Nolan en un hilo, sin dejar de mirar el mapa—. Pero lo siento mucho.
—Sí —dijo tajante—. Si es tarde.
Él tragó saliva con amargura, y cerró los párpados herido.
—Pero si quieres enmendar un poco de tu gran cagada... —dijo hostil—. Dime la verdad.
Nolan le dirigió la mirada y se sintió mareado de ver el azul de sus ojos, que, aunque lo fulminaban furiosa, era ella, su Day. Ahí, frente a él. Y tuvo que respirar hondo para estabilizarse.
—Lo que quieras.
Day tragó saliva, y las pupilas le temblaron acuosas.
—Mamá dice que en año y medio seré libre, pero ella no... no se ve...
Paró de hablar para fruncir los labios, y parpadear varias veces, conteniendo el llanto.
—No crees que lo logre —completó Nolan.
Day dejó caer el rostro y liberó un sollozo, como si escucharlo en voz alta, lo convirtiera en realidad. Él alzó un brazo para cubrirla, pero se detuvo a medio camino, temeroso de cruzar esa línea bien marcada por ella.
Fue Day quien se dejó caer sobre su pecho decida, para liberarse sin cauce.
Nolan acarició círculos en su espalda, y con ella sobre su pecho, entre sus brazos, sintió que por fin respiraba. Como si todos los días previos a ese, hubiera estado ahogado, bajo el agua, respirando por un diminuto tubo, y ahora, por fin, salía a la superficie y era recibido por la luz del día y el aire fresco.
—Lo siento mucho —lamentó en un murmuro.
—¿Por qué? ¿Por qué? —sollozó ella.
Y la abrazó más fuerte, mientras Day liberaba espasmos y fuertes lamentos que le taladraban el pecho.
Pudo recoger sus pedazos por unos segundos, para mirarlo directo a la cara.
—Respóndeme —exigió deshecha—. ¿Va a lograrlo?
Nolan rechinó los dientes y respiró hondo, odiando a la vida por obligarlo a ser él quien tuviera que darle esa respuesta.
—Cada día que despierta, es un milagro.
Y ella volvió a sollozar, ahogada, y destrozada.
Se mecieron juntos, en llantos y lamentos, en un nudo de brazos. Lloraron por Anna, por su vida, por el futuro incierto, por lo miserable que se había vuelto todo en tan solo un año. Y, por último, por ellos. Porque aunque no lo dijeron, ambos sabían que sus sentimientos debieron ponerse en pausa, por las circunstancias que tuvieron que afrontar.
A Day comenzaba a temblarle el cuerpo del esfuerzo, como si padeciera fiebre. Y él, preocupado, ahogado de ver que las caricias en su espalda no ayudaban en nada. Después de todo, ¿qué consuelo podía haber ante la muerte?
Derrotado por comprender que no había mucho en lo que pudiera ayudar, salvo regalarle unos minutos de calma, e intentar encender una bombilla diminuta de esperanza, hizo lo único que sabía hacer.
—Había una vez... —susurró contra con su oreja.
Ella le dio un puñetazo en el pecho, riñéndolo por ponerse a fantasear en un momento como ese, y Nolan respondió con una larga caricia en su espalda.
—... Un hada que creaba antídotos.
—Ojalá existiera —sollozó Day.
—¿De qué hablas? Existe. No es un cuento, estamos demasiado grandes para ellos —respondió en un intento de gracia que no le llegó al semblante.
Day bufó poniendo los ojos en blanco, y acomodó su rostro rendida sobre su pecho.
—El hada tenía una idea para un antídoto, uno nuevo e innovador.
—¿Lo curaba todo?
—Aún no lo sabe, pero espera que sí.
—¿Por qué no lo hace?
—Porque necesita dinero.
—¿El hada necesita dinero? —preguntó irónica mientras enjugó las lágrimas de una mejilla —. Mientras más viejo te haces, más empeoras en esto de los cuentos.
—Los mundos mágicos también necesitan de una economía estable, Day. No pueden vivir de fantasías.
—Claro. Qué ignorante soy —y sonrió. Entre su rostro aún hinchado y humedecido en llanto, sonrió. Y Nolan supo que iba por buen camino.
—Entonces, un soldado decidió ayudar. Ya sabes, para mejorar al mundo.
—¿Cómo la va a ayudar?
—Pues... trabajando como soldado y ganando dinero de soldado.
Day se cubrió el rostro con ambas manos, y Nolan se preocupó por un segundo hasta que escuchó su melodiosa risa reventada. Él se unió a sus carcajadas, y ambos atronaron sus risas por la habitación.
—Vale, tienes razón. Estoy oxidado con los cuentos.
—Fue pésimo —respondió divertida.
—No hay lugar para cuentos en el ejército.
—Entonces ese no es tu lugar, Nolan.
Guardaron silencio, con las miradas imantadas. Viéndose por primera vez desde el reencuentro. Verse así, de verdad. Profundo y conocedor.
El color aduraznado subió a las mejillas de Day, y Nolan se mordió la lengua y el deseo por besarla.
Carraspeó la garganta y apretó su mano en la cintura de ella.
—Voy a volver —anunció severo—, al ejército.
—¿Qué?
—Anna necesita ese tratamiento, no es seguro, pero... al menos es una oportunidad.
—Entonces es verdad —respondió en un hilo—. Hay esperanza.
—Para ganar tiempo, sí. Pero Day... —dijo en un hilo, con el rostro perturbado, y ella no necesitó más explicación que esa para saber a lo que se refería.
—Tengo miedo... De no poderme despedir.
—Lo sé.
—Nunca hicimos nuestro viaje a París —lamentó fracturada—. Nos queda mucho que compartir...
—Por eso haré lo que sea que nos dé la oportunidad de disfrutarla un poco más.
—¿Vas a arriesgar tu futuro?
—No lo estoy arriesgando. Ser soldado no es tan malo, y además, tienen la rama que me gustaría estudiar. Con ejército o sin él.
—¿Y cuál es esa?
Le sonrió, luminoso y abundante. Y el Nolan severo, tan maduro y rígido, desapareció en ese momento para volver a ser un crío.
—Cartografía.
Day reventó una carcajada deliciosa que Nolan devoró con la mirada, y hundió los dedos en sus caderas para sentirla más cerca.
—¿Hablas en serio? —preguntó entre risas.
—Muy en serio.
Ella se alejó un poco de su pecho para mirar a su espalda al mapa dibujado en la pared, y le sonrió radiante.
—Entonces debes llevártelo, para encontrar el lugar faltante. Y para... Bueno, para que me recuerdes.
Se permitió, en un movimiento lento y temeroso, posar su mano sobre su mejilla y acariciarla con el pulgar. Y no recordaba lo delicada y frágil que era Day, hasta que la vio entre su amplia palma.
—Yo siempre te recuerdo.
Day sintió que el estómago le subió hasta la garganta, y la picazón en los labios le punzaba por besarlo. El palpitar de su propio pecho ensordecía sus oídos. Y se admitió que quería besarlo, que se moría por hacerlo. Casi tanto como la respuesta que necesitaba conocer para sentirse tranquila.
Respiró hondo, intentando calmar y frenar a su cuerpo traicionero que reclamaba por él, y tragó saliva.
—¿Por qué me mentiste?
Abrió los ojos, sorprendido por el cambio drástico, pero entendió pronto que se sentía intranquila. Como si aún no terminara de saber, si a quién tenía enfrente era el Nolan de siempre, o aún existían secretos entre ellos.
—Porque me lo pidió.
—Eso dijo mamá —replicó tajante—. Pero yo quiero saber tus razones.
No necesitó pensarlo demasiado, porque muchas veces se lo preguntó a sí mismo en las noches frías del cuartel.
—Porque las amo a las dos. De maneras distintas, por supuesto —explicó irónico—. Y por idiota. Porque no supe encontrar una solución que no lastimara a ninguna, ni que funcionara para ambas.
—A mí no me diste la oportunidad de decidir. Puedo entender que mamá no me diera su voto de confianza, ¿pero tú?
—Te lo di, Day. Le rogué hasta el cansancio de que esa no era la manera, que merecías saber. Prácticamente, me obligaron a prometerlo ese par de tramposas. Juro que lo intenté, lo juro —rogó en un hilo—. Pero al final, era su secreto, no el mío.
Ella soltó el aire rendida, convencida pero aún herida. Por él, y por ellas.
—Odio que me traten como a una niña.
—Lo sé. Si hubiera dependido de mí, las cosas hubieran sido distintas. Y bueno, no hace falta decir que el plan salió como la mierda.
—Y que lo digas...
Nolan acarició sus hombros, su cuello, y se detuvo en su rostro, acariciando su oreja con un dedo, escudriñando, encontrando el mínimo cambio que hubiera tenido en ese tiempo. Se preocupó al notar sus pómulos filosos, y las clavículas saltadas.
Siempre había sido delgada, pero lo que tenía enfrente rozaba lo insano.
—¿Cómo te trata Murphy?
—No hablemos de papá, por favor —dijo frustrada—. Lo conoces, puedes suponer la cagada que ha sido.
—Lo lamento.
Day metió una mano en el bolsillo de su pantalón, y sacó la brújula frente a los dos.
—Definitivamente, esta cosa no funciona —gruñó divertida.
—El internado era una jodida cárcel. El ejército será distinto, porque entraré por mi propio pie y no obligado por nadie. Tendré libertades, acceso a un móvil, al computador...
—¿Estás diciendo que no vas a volver a desaparecer? Porque ya lo habías prometido una vez y no lo cumpliste.
—Era un crío, dependía de Jude. Esta vez lo juro, Day. Juro que no voy a desaparecer jamás. Estaré para ti, para Anna. Para lo que sea que necesiten.
A Day le vibraron los párpados al llenarse de agua, y tragó saliva con amargura.
—Me hiciste mucha falta —confesó con voz rota, y Nolan se acercó a ella para unir la frente con la suya, acariciando su nuca con los dedos.
—Y tú a mí.
Day tomó su rostro, y ese gesto bastó para que sus labios se encontraran en un beso hambriento y exigente. Fue imposible discernir quién reclamó primero la boca del otro.
Entre besos y caricias, luchaban por saborearse cada vez más profundamente. Pronto, las prendas cayeron sin que pudieran notar quién dio el primer paso. Los cristales se empañaron mientras la sinfonía de sus jadeos y el roce de sus cuerpos unidos parecían iluminar la habitación.
Sus cuerpos, sudando ilusiones, iluminaban la lúgubre oscuridad causada por las cortinas cerradas y el color del cansancio.
Se permitieron sentirse, al menos por una última vez, como aquellos críos que podían amarse sin más temor que el de ser descubiertos entre besos.
Se entregaron como nunca, conscientes de un futuro incierto.
Y cuando acabaron, descansaron abrazos, compartiendo risas cómplices, anécdotas pasadas, y caricias delicadas que fueron recorriendo con disimulo, cada vez más lejos, calentando sus pieles hasta terminar por hacer el amor de nuevo.
Terminaron agotados. Con la espalda de Day perfectamente ensamblada al frente de Nolan, las piernas de ambos enredadas, y el rostro de él, cubierto de cabellos rubios, descansando en el hueco de ella entre su hombro y el cuello.
Respiraban profundo, en sintonía, a punto de dejarse vencer por el sueño, cuando Day recordó aquella espina que le estuvo punzando desde el día de su despedida. Lo llamó por su nombre sin siquiera terminar de abrir los párpados, y él le respondió con un sonido de garganta pesaroso.
—Yo también te amo.
Nolan se rio encantado contra su cuello, le depositó un beso húmedo y ella encogió un poco el hombro por las cosquillas. Apretó los brazos alrededor de su abdomen y la envolvió aún más fuerte contra él.
—Para siempre —respondió.
La luz se colaba a duras penas, por la estrecha abertura entre las cortinas de la habitación. Nolan la percibió entre el sueño, pero no fue eso lo que lo alentó a despertar, sino la voz del hombre que hablaba en el piso de abajo.
Se revolvió sin disimulo para despertarla a ella, quien al percibir el sonido también, saltó de la cama y se encerró en el baño para darse una ducha.
Nolan fue a su habitación, y le sorprendió encontrarla exactamente como la dejó, sin ni un solo clavo movido. Se refrescó bajo la regadera, y se colocó unos pantalones relajados de algodón y una playera de resaque.
Para cuando llegó a las escaleras, Day ya se encontraba ahí abajo, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Espérame afuera —ordenó Murphy, recibiendo como respuesta sus ojos en blanco y una mueca de disgusto mientras se daba la vuelta para salir.
Jude puso los brazos en jarras y entrecerró la mirada, al acecho y con el semblante de una pantera lista para lanzar un zarpazo, lo que alertó a Nolan y decidió bajar a la vista de todos.
—Murphy —dijo serio, como saludo.
El hombre rubio, de elegante porte, giró de golpe y no pudo disimular la sorpresa que se llevó al verlo de frente. Nolan sonrió de lado y satisfecho, al darse cuenta de que ahora debía mirar hacia abajo para poder verle la cara de imbécil.
Murphy se limpió la garganta y lo escudriñó con la mirada.
—Te queda bien el corte de cadete, como el delincuente que eres.
—Siempre es un placer verte —respondió irónico.
—¿Con qué rompiendo el convenio legal, eh, Anna? —canturreó malicioso, desviando la vista hacia las dos mujeres a su lado.
—Oh, por favor —replicó Jude—. No se puede ser tan miserable.
—Se puede —dijo bromista, con la acidez pintando su lúgubre chiste—. Pero no lo haré, dado que todo esto ha sido un error de mi esposa.
A Nolan casi le pareció escuchar el rechinar de los dientes de su madre.
Murphy salió de la casa y los tres lo siguieron. Le ordenó a Day despedirse, quien se lanzó a los brazos de Anna y la besuqueó hasta el cansancio. Jude le dio un abrazo fuerte y firme, le repitió palabras de aliento, le recordó que era una mujer fuerte, y que ahí tendría un hogar siempre.
Se puso frente a Nolan, y le sonrió con una complicidad que ninguno de los presentes pasó por alto. Enredó los brazos por su nuca, le besó la mejilla y cerró los párpados mientras respiraba hondo su aroma una última vez.
—Escríbeme —dijo un murmuro.
—Cada día —respondió él.
Y cuando deshicieron el abrazo, Nolan le dio un último apretón en la mano como despedida.
Caminó hacia el auto y se encerró azotando la puerta con evidente fuerza, zanjando su molestia con su padre.
Murphy sacó unas gafas de sol, que limpiaba despreocupado mientras se despidió del par de damas diciendo únicamente sus nombres, y ellas, no se molestaron en responderle.
Se acercó a Nolan, lo suficiente para quedar a su lado y muy cerca de su oído, para murmurarle:
—Ya eres mayor de edad, Nolan. Cuida en dónde pones las manos, porque tendría el pretexto perfecto para enviarte preso.
—Para tu tranquilidad, Murphy, voy a volver a la armada.
—Bien —dijo alzando el tono—. Me alegro de que encontraras el lugar para las bestias como tú.
Nolan apretó los puños, porque pensó, que no había nada más bestia que prohibirle un hijo a una madre, y no se diga a una con la muerte sobre los hombros.
Sintió la ira subirle hasta la garganta, se mordió la lengua y se obligó a empujarla hasta dentro, por donde vino. Obligándose a mantener la boca cerrada con prudencia.
Se dio una palmada imaginaria y orgullosa en la espalda a sí mismo, por contener las ganas de machacarlo a puños. Al parecer, el animal de Bennet y su internado del demonio le habían dado, sin querer, las herramientas para serenarse.
Y pensó, qué igual y Murphy no estaba tan errado y aquel lugar sí era para los tipos como él. Las bestias, como le gustaba llamarlo.
Murphy caminó sin mirar atrás, subió al auto con la cara de idiota altanero oculta tras las gafas, encendió el motor, y antes de que se marcharan, Nolan le guiñó un ojo a Day, quien respondió con una sonrisa luminosa que le calentó el pecho.
—Idiota —gruñó Jude, mientras entraba en la casa
Anna empujó las ruedas de su silla para colocarse al lado de Nolan, quien miraba el coche perderse en la última curva de la calle.
—¿Y esa sonrisa? —preguntó con picardía, y Nolan le sonrió mientras le apretaba el hombro con complicidad, en un mudo secreto que ambos comprendieron.
Ella le tomó la mano y le acarició el dorso, mientras la mirada se le tornaba melancólica.
—Nunca dejes de quererla, Nolan —rogó en un hilo.
—Nunca.
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