Capítulo 19
A Nolan le costaba respirar como si el aire estuviera cubierto de púas. Le ardía en la nariz, le picaba en el pecho, y le subía el vértigo al cerebro.
Anna reaccionó, ocultó la parte del pijama que tenía manchas de sangre, y se acomodó el cabello tras la oreja con nerviosismo.
—N-Nolan... No es... No es lo que parece —adelantó con palabras atropelladas.
Abrió la boca de nuevo para hablar, pero su voz no logró salir. Se le quedó atascada a media garganta, a medio raciocinio. Porque de pronto, notó como Nolan conectaba todos los puntos en su cabeza: el tiempo que llevaba con esa tos, la coincidencia con sus problemas económicos, apartar a Day de su vida. No podía ser una coincidencia que todo ocurriera al mismo tiempo, porque para él, las coincidencias no existían, sino que evidenciaban.
Le dedicó una mirada penetrante, y cerró la boca con tensión.
—¿Desde cuándo? —preguntó en un hilo.
—¿D-Desde cuándo... qué?
—¿Desde cuándo lo sabes? —escupió con saña.
—¿Saber qué?
—Deja de tratarme como a un niño. ¿Desde cuándo sabes que estás enferma?
Anna bajó el rostro, completamente avergonzada y acorralada. Se mordió el labio inferior y encogió los hombros.
—Hace unos meses... —confesó apenas perceptible.
Nolan asintió, porque ya lo suponía. Ella parpadeó varias veces, intentando disipar el escozor de los ojos.
—Nolan, cariño... Necesito que...
—Es por eso, ¿verdad? —interrumpió tajante—. Es por eso que estás apartando a Day.
Hablaba entre dientes, como explicándoselo a sí mismo y no hablando con la mujer encorvada que tenía enfrente. Anna no sabía qué decir. De pronto, que la descubrieran, le hizo caer la realidad encima como un balde de agua fría.
Nolan la observó atento, y le pareció, que se veía más delgada, de más edad, evidenciando en los huesos, que llevaba tiempo luchando en su interior con aquello, y que ahora que lo tenían de frente, había decidido manifestarse en cada parte de su cuerpo, haciéndolo sentir como un tonto por no haberlo visto antes.
Verla así, como a una niña doliente, temerosa y con la mirada inundada de incertidumbre, le estrujó el corazón, y le dieron unas terribles ganas de abrazarla y consolarla.
Tragó saliva con esfuerzo, y respiró hondo.
—¿Q-Qué tan grave es? —pidió nervioso, encogiéndose, listo para recibir una respuesta que ya imaginaba.
—Day no puede saberlo —rogó Anna en un susurro.
—No me puedes pedir eso.
—Por favor, Nolan. Te ruego que no se lo digas.
—¿Por qué? —replicó molesto—. ¿Por qué quieres hacer así las cosas? Explícaselo, va a entenderlo, y juntos podemos...
—¡Porque no, Nolan! ¡Entiende!
Anna se quebró. Se rindió al llanto y se cubrió el rostro con ambas manos, sollozando sin control. Nolan sintió la culpa como un ácido en el estómago, y sin tener nada que decir por temor a herirla, enrolló su espalda y la abrazó contra su pecho. Le acarició el cabello y le dejó un beso en la coronilla en una silenciosa disculpa por haberla hecho perder la cordura.
—Sé que no lo entiendes —explicó entre sollozos—. Pero no quiero que me vea así.
—¿Así cómo?
—Así: apagándome poco a poco. Que me vea perder el cabello, hundirme en los huesos, no quiero verla angustiada por mí —dijo llorosa, entre sacudidas por el llanto desmedido.
—¿No crees que deberías dejarla elegir?
—Es mi elección. No puedo verme consumida desde sus ojos.
Hundió el rostro en el pecho de Nolan y lloró con todas sus fuerzas, sollozando con amargura, golpeando con su puño el músculo de su brazo, mientras rogaba una y otra vez: no se lo digas, no se lo digas. Y él le permitió que lo sacara todo, que le golpeara las veces que quisiera, porque en parte, sentía que lo merecía.
Por esa pequeña fracción de tiempo, Nolan dejó de pensar en él, en Day, en cualquier otra cosa, porque se inundó de un miedo visceral que le helaba hasta los huesos: perder a Anna para siempre.
Apretó los párpados intentando regresar al escozor, pero fue traicionado por una lágrima que se le escapó y recorrió su mejilla.
—¿Pero qué carajo has hecho ahora? —gruñó Jude desde el arco de la sala, llegando hacia ellos completamente a la defensiva.
Nolan y Anna deshicieron el abrazo, sorprendidos por la incomprendida llegada hostil.
—¿Te ha faltado el respeto? —preguntó a Anna, con tajante juicio.
—No, no, Jude... —adelantó mientras se sorbía la nariz e intentaba recomponerse.
—¡Por favor! ¡No lo defiendas! El griterío se escuchó hasta mi habitación.
Nolan tuvo que apretar los puños para aguantar la acidez que le provocaba su madre cuando se ponía en esa posición.
—Jude, por favor. Él no ha hecho nada, te lo prometo. Pero me siento cansada, ¿podemos dejar el tema para mañana?
—Mañana se casa tu exmarido —desafió cruzándose de brazos.
—Bueno, ya tenemos un tema con el que distraernos de semejante circo.
Anna se apretó la bata estirando los lazos en la cintura, se limpió las lágrimas de las mejillas, y al dar el primer paso, dio un leve tambaleo que asustó a Nolan y la tomó de los codos en un parpadeo.
—Cuidado, déjame ayudarte.
—Oh, cariño, por favor, no empieces a tratarme como una convaleciente. Solo he dado un paso en falso.
Jude abrió los ojos horrorizada y fulminó a Nolan.
—¡¿Lo sabe?!
—Bueno, acaba de descubrir...
—¡Dónde se te ocurra decirle media palabra a Day...! —amenazó furiosa.
—Deja de ser tan cascarrabias, por el amor de Dios —riñó irritada—. Ya lo hablamos, y me ha prometido que no dirá nada, ¿no es así, cielo?
Nolan la miró inquieto, porque sí, lo hablaron, pero ni de coña prometió eso.
Apartar a Day y ocultarle todo, le parecía una decisión horrible, egoísta, y le daban náuseas de imaginarse parte de todo eso. Pero su rostro agotado, su mirada suplicante, el amor familiar que le tenía, y el repentino terror de perderla, hizo tambalear sus ideales, y sus sentimientos.
Tragó saliva, bajó el rostro, y asintió una sola vez.
—No te escuché, Nolan —atacó Jude, oliendo una de sus mentiras disfrazadas.
Alzó el rostro y la observó con el ceño fruncido, odiando que de pronto, reconociera el hueco legal que estaba dejando con su silencio.
Anna tomó su brazo, erizándole la piel por su tacto helado y huesudo.
—Por favor... —rogó llorosa.
Y ante sus ojos irritados por el llanto, enrojecidos de sentimiento, a Nolan no le quedó más que prometerlo en voz alta, sintiendo como cada palabra que pronunció, le encajó una estaca directo al pecho, quedando allí, lista para enterrarse cada vez que vea a Day a la cara y tenga que fingir una normalidad que no existe.
Y aunque sospechaba que esa noche no dormiría, creyó que sería por los nervios de su plan, y no por darle vueltas a un problema nuevo y mucho más angustiante.
No quería volver a la cama de Day. Se sentía la persona más desleal y traicionera de la faz de la tierra. Incapaz de abrazarla de nuevo, con la piel impregnada de una mentira que no podía decir. Se sentía vil, se sentía pequeño, demasiado reducido como para compartir sábanas con semejante mujer.
Pero no hacerlo, levantaría más sospechas de las que podría manejar con mentiras. Por lo que se metió con esfuerzo bajo las mantas, y la abrazó con mucho trabajo, como si su brazo tuviera plomo y le costara moverlo.
Y con cada respiración que Day exhalaba junto a su pecho, él sentía cómo la estaca se enterraba más y más dentro, dejando astillas.
La noche entera fue una lucha, y para cuando los primeros rayos del sol molestaron a Day y se revolvió entre sus brazos hasta abrir los párpados, Nolan ya tenía bien organizado el día en su cabeza.
Ella giró y le sonrió en cuanto vio su rostro, enrolló las piernas a su alrededor como un koala.
—Madrugaste —canturreó.
Él se limitó a besar su frente como respuesta, evitando confesar que no pegó un ojo en toda la noche.
—¿Estás listo? —preguntó con picardía, provocando que se quedara rígido de recordar nuevamente el plan para ese día.
Le sonrió con tensión, y acarició su mejilla.
—Nunca había estado tan emocionada por una travesura —dijo extasiada.
Nolan sujetó su mentón, la guío hacia sus labios, y depositó un delicado beso.
—Debo irme antes de que a tu madre se le ocurra entrar aquí.
Hizo una mueca de decepción, pero asintió resignada.
No pudo probar bocado en todo el día, tampoco pudo mantener una conversación que incluyera más de un par de palabras. Sentía que el corazón se lo estrujaban entre espinas, y el estómago se reducía en ácido.
Se puso el traje con esfuerzo, como si la tela estuviera llena de garras y se le ciñera a la piel aferrada. Humedeció el cabello y aplicó un poco de cera para evitar que el flequillo le cubriera la frente como normalmente lo llevaba. Salió de casa a pasos pesados, subió al coche de su madre, giró la llave y escuchó el motor ronronear al encenderse.
Se quedó mirando al frente, con la vista fija al árbol de la esquina, pero la mente muy lejos de ahí. En ella, en su madre, en los mapas invisibles que llevaba pintados en los dedos desde anoche.
Dejó caer la cabeza contra el volante, apretó las palmas alrededor con tanta fuerza, que las venas se le saltaron y los dedos emblanquecieron.
Sintió que algo le subía desde muy dentro: un ardor, un calor peligroso, un monstruo violento. Intentó contenerlo, apretó los dientes lo más que pudo, cerró los ojos, temeroso de que pudiera liberarse a través de sus párpados. Lo intentó mucho, con todas sus fuerzas, hasta que no pudo más, y gritó.
Gritó tan fuerte que sintió la piel de la garganta desgarrarse. Gritó y golpeó el volante, una y otra, y otra vez. Se desquició por completo, liberando el demonio que lo estaba carcomiendo desde aquella conversación. Lo liberó y enrojeció sus ojos, rebeló lágrimas, y desató incontrolables rugidos.
Hasta que su cuerpo no pudo más, y derrotado, se desparramó sobre el asiento.
Se encontraba en un estado lamentable: su corbata desordenada, su rostro empapado de sudor y lágrimas, su cabello totalmente despeinado, y ningún producto de cera podía mantener los mechones alejados de su frente. Las palmas le temblaban, y sentía que le dolía todo. Los puños por los golpes, la garganta desgastada, y el pecho doliente, por el corazón que parecía querer escapar del sufrimiento que implicaba la decisión que estaba a punto de tomar.
Porque entre sus gritos y sollozos, entendió que en ese embrollo, no había caminos distintos, porque todos eran iguales y el que eligiera, iba a joder hasta la médula, a una persona.
Por lo que se eligió a sí mismo para perder esa batalla.
Se quedó tanto tiempo intentando mantener la compostura, la normalidad en su respiración y expresión, que cuando parpadeó y vio el cielo, se dio cuenta del tiempo que llevaba perdido mirando a la nada, y rogó que Day sus madres no hubieran acabado con el salón de belleza y estuvieran ya en el jardín de eventos.
Aceleró un poco más de la cuenta, cuando dio vuelta al parqueadero del lugar y no identificó el auto de Anna, suspiró aliviado. Se dio un último chequeo en el cristal del auto, y al ver una cabellera rebelde y rojiza junto al enorme cuerpo de Miles pasarle por detrás, se giró desesperado para seguirla.
—¡Jessi! —llamó agitado, cerrando la puerta de un azotón, y corría para alcanzarlos.
—Nolan, ¿dónde está Day?
—Me parece que todavía no llegan.
—Oh, vaya... —respondió decepcionada.
—Necesito su ayuda —ordenó tajante.
—¿Con qué? —preguntó Jess.
—Un cambio de planes.
—¿Cambio de planes? Pero si ayer lo repasé todo con Day, y...
—Sí. Ella no debe saberlo.
—¿Qué? —cuestionó en un hilo.
—Jess —interrumpió con firmeza—. Tú nos conoces desde hace años.
—Desde la escuela primaria, sí.
—Tú más que nadie sabe que yo no haría nada para lastimar a Day.
Se cruzó de brazos y los escudriñó con la mirada.
—¿Qué hay de la vez que metiste una lagartija en su mochila?
—Tenía siete años —replicó irritado.
—¿Y la vez que escondiste su alcancía y le hiciste creer que habían entrado a robar a su casa?
—Tenía trece, y quería sus ahorros para comprarle algo al idiota de Dan. Fue por su propio bien.
—¡Dan! Cierto, lo había olvidado. A Day le gustaba mucho.
—Y era un imbécil, no merecía ni su dinero ni su esfuerzo.
—¿Pero tú te estás oyendo?
—El punto —interrumpió molesto—. Es que te juro, por lo más sagrado que tengo, que esta vez es por su bien.
Deslizó la mirada desde sus pies hasta el último mechón de su cabello con semblante juicioso. Miles los observaba temeroso, oliendo en Nolan su miedo y la incertidumbre de lo que iba a revelar.
—¿Y lo más sagrado que tienes es...?
Nolan tragó saliva, se mordió la lengua y bajó la mirada. Porque quería gritarle que era Day, pero en ese momento, se sentía la rata más vil y rastrera que ella podía tener cerca.
Sabía que no la merecía, y después de ese día, la merecería todavía menos, y eso lo hacía sentir avergonzado de confesar un sentimiento incongruente con sus acciones.
Jessica lo observó con empatía al ver su semblante turbado, e hizo una mueca resignada.
—Te ayudaremos —dijo Miles con firmeza, llevándose un asentimiento de Jess como afirmación.
Cuando Day por fin apareció en el jardín, iba agitada y acelerada por la hora tardía. Maldijo por quinta vez en esa tarde, a la estilista parlanchina que las retuvo más de la cuenta.
Su amiga estaba atenta de su llegada, y entonces la vio corriendo con dificultades por los tacones hundiéndose en el pasto, con una mano recogiendo el vestido de satín para evitar pisarlo y medio matarse, y con la otra, sujetando a Miles.
—¡Day! —llamó eufórica.
—¡Jess! ¡Miles! Gracias a Dios, ¡se me ha hecho tardísimo! ¿Dónde está Nolan?
—Hubo un cambio de planes... —comenzó a explicar, intentando camuflar su ansiedad con una tensa sonrisa que parecía más bien una mueca.
—¿Cambio de planes? No, ni de coña. Voy a buscarlo.
—¡Day, espera!
El llamado por micrófono para todos los presentes al arco ceremonial, hizo que la gente se encaminara contra ellos, entorpeciendo que el cuerpo curvilíneo de Jessica lograra seguirle el paso a la rubia. La llamó entre gritos un par de veces, pero terminó por perderla al dar la vuelta en una de las carpas, y desapareciendo por completo.
Jessica maldijo al aire, y continuó decidida su búsqueda junto a Miles.
Day, en cambio, husmeaba en cada carpa buscando el cabello azabache de Nolan.
Se suponía que ella debía cambiarse con el uniforme del staff para pasar desapercibida, elemento que se suponía que él ya debería de tener consigo.
Comenzó a sentirse frustrada después de revisar la última carpa y darse cuenta de que no estaba por ningún lado. Se mordisqueó el interior de una mejilla e intentó tranquilizar su respiración nerviosa. Las ideas se le agotaban, y el complicado andar con el par de agujas que llevaba por zapatos, le complicaba todo aún más.
Se recargó contra unas cajas enormes a su espalda, y se apoyó en ellas para retirarse, por un momento, los zapatos incómodos.
Al alzar el faldón, vio la correa en su tobillo, sujetando la delicada brújula dorada que le había regalado de cumpleaños.
Sonrió recordando que había decidido llevarlo como un amuleto de la suerte, y decidió como una niña, que intentaría, como último esfuerzo, rogar a la magia de sus cuentos.
Tomó el artefacto entre las manos y observó fijamente a la flecha que señalaba su letra. Cerró los ojos con fuerza y apretó las manos con su contenido en el pecho.
Por favor, por favor, repitió en su mente.
Pero, por supuesto, nada sucedió.
Abrió los ojos, le sonrió a la pieza fina y delicada, agradeciéndole por al menos hacerla sonreír unos segundos. Apretó la brújula en su mano y salió de la carpa, negando frustrada con la cabeza.
Partió disparada con destino a la ceremonia, teniendo fe de que, aunque era el último lugar donde esperaba encontrarlo, pudiera estar ahí, sentado, quizás arrepentido, quizás planeando mucho más de lo que dijo. Pero al cruzar la siguiente carpa, el olor ácido al tabaco le alertó de una presencia cercana.
Alzó el rostro buscando la proveniencia del aroma entre los cachivaches apilados, y logró ver sus largos mechones revueltos sobresalir de las cajas llenas del pan para la cena.
Mientras caminaba hacia él, apretó la correa de la brújula, y la liberó en el aire, dejándola menearse de un lado a otro.
—Esta cosa no sirve, llevo buscándote una eternidad —dijo sarcástica.
—Day... —llamó desconcertado, dando un pequeño salto de sorpresa al verla ahí, junto a él, y no con Jess como suponía.
—¿Qué haces aquí? Hubo un...
—Cambio de planes —interrumpió irónica—. Sí, me lo dijo Jessi, pero yo quería escuchar ese nuevo plan. No me fío de nada ahora mismo.
Nolan arrojó el cigarro al suelo y lo pisó preocupado. Tomó con ambas manos los hombros de Day y le dedicó una mirada penetrante, esperando que así le quedara más claro el mensaje que iba a darle.
—Necesito que vayas a la ceremonia.
—¡No! ¿Cómo voy a activar los fuegos artificiales estando allí?
—Lo haré yo.
—Pero entonces, ¿cómo sabrán que fui yo?
—Yo voy a avisarte para que te coloques en la posición y quedes en evidencia.
Day se cruzó de brazos y analizó el nuevo plan.
—No sé, Nolan. No me convence.
—Confía en mí.
—Y-Yo...
Day quería decirle que confiaba. Quería decirle que siempre lo haría. Pero había algo en su mirada que la tenía alerta. Algo ajeno, algo que reconoció tan suyo como impropio. Llevaba una mentira en las pupilas. Podía notarla en el enrojecimiento disimulado de sus ojos, en los labios tensos conteniendo una vibración, en su ceja ocultando un temblor. Y en lugar de confiar, sintió miedo.
Miedo de comprender que Nolan estaba ocultando algo y su cuerpo entero se lo estaba gritando.
—Voy a quedarme contigo —dijo en un hilo que para nada sonó a la firmeza que esperaba.
Nolan desencajó el rostro y parecía estar a punto de echarse a llorar. Day no tenía idea de lo que pasaba, pero las ganas de consolarlo le ablandaron el cuerpo y tomó su rostro entre sus manos para unir las puntas de sus narices.
—Estamos juntos en esto —dijo en un hilo, intentando calmarlo.
Él jadeaba. Le estaba costando un mundo todo eso, y ella no entendía cómo el rey de las travesuras, se podía descolocar así por una rebeldía más.
—Day, yo... —comenzó doliente, y debió tragar saliva para continuar—. Eres lo mejor que tengo.
—Nolan... —consoló ella.
Sujetó también su rostro y acarició sus mejillas.
—No quiero que dudes de eso jamás. Eres lo mejor que tengo, y con brújula o sin ella, yo siempre estaré cerca para que puedas verme —se lamió los labios y cerró los párpados con esfuerzo—. Yo siempre marcaré tu norte, porque no pienso moverme jamás si no es contigo.
Day no soportó más y le besó los labios, acarició su rostro y subió las manos para hundir los dedos en sus mechones.
—No vas a perderme, Nolan. Todo va a salir bien.
Asintió una sola vez con pesadez. Su semblante se transformó en cuanto captó algo a espaldas de Day, asintió con firmeza y, antes de que ella girara el rostro para ver de que se trataba, Nolan tomó sus mejillas y besó su frente con una fuerza descomunal, como si quisiera que el gesto le atravesara la piel para llegarle al alma.
—Te amo, Day.
Se alejó de golpe y corrió lejos de ella, quien no terminó de gritar su nombre cuando unas manos le cubrieron la boca y tiraron de ella tan fuerte que cayó al suelo.
—¡Perdóname amiga! —chilló Jessica, que se acercaba con una tira de tela dispuesta a sujetarla.
Day pataleó, chilló y arañó el pasto intentando zafarse de los brazos de Miles. Las lágrimas le corrieron por el rostro, y decidida, mordió la palma del chico. Aulló de dolor y eso le permitió correr un par de pasos torpes, que se vieron interrumpidos cuando pisó su propio vestido y cayó al suelo. Jessica se lanzó sobre ella y la sujetó de nuevo, gritándole mil veces que se calmara y se lo explicaría. Pero Day no escuchaba razones, porque algo en su pecho le gritaba y reclamaba, alarmado, que acompañara a su amado.
Patalearon, se dieron manotazos, tirones de cabello, y se gritaban la una a la otra en una batalla campal, feroz y visceral, que, por un momento, ambas olvidaron por qué lo hacían.
Hasta que Miles las alcanzó, sujetó mejor y con más fuerza a la rubia.
El olor ácido de objetos chamuscados las hizo detenerse completamente sobresaltados. Giraron los rostros hacia los lados, intentando captar la proveniencia, cuando un montón de tacones y zapatos de charol, corrían descontrolados a su lado.
—¡Fuego! —chillaron voces a lo lejos.
Ambas se pusieron de pie de golpe y se dedicaron una mirada alarmada y comunicativa.
—Nolan... —dijo Day en un hilo, y todos echaron a correr en su búsqueda.
Cuando llegaron al lugar de la ceremonia, encontraron el lugar vacío, destrozado como si una estampida de toros hubiera pasado por encima de todo. Las telas decorativas sobre los árboles ardían en fuego, liberando diminutas motas de ceniza en el aire.
Murphy, junto a otros invitados trajeados, sacudían sus chaquetas entre las llamas en un intento inútil por reducir las llamas. Day sabía que no lograrían nada con eso, porque esas telas estaban empapadas en solventes. Líquidos que ella misma, junto a Jessica y Miles, habían humedecido con cautela el día anterior.
Y lucían vívidas, ardiendo furiosas, creando un espectáculo expendido de oleajes rojizos sobre el lugar, y emanando curvaturas de vapor por el ambiente.
Recorrió el lugar deshecho, destinado a quedar reducido a las cenizas, hasta que detuvo la vista al frente, en el cuerpo esbelto, de espalda ancha que se mantenía de pie, con expresión ausente y la mirada perdida en el encendedor que sujetaba en su mano.
Y Day sintió que su pecho también se convertía en cenizas, cuando su mirada cruzó el lugar para atravesar la de ella, y notar la traición en las pupilas de Nolan.
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