Capítulo 15




Day le ganó al despertador aquella mañana por producto de una pesadilla.

    Buscó a Nolan entre sus sábanas, y decepcionada por no encontrarlo, lo buscó en su habitación.

    Se cambió de prisa, y bajó acelerada, dispuesta a buscarlo. Porque le parecía de lo más extraño que se marchara sin ella, especialmente después de semejante noche. Se quedó rígida antes de entrar por el arco de la cocina, al escuchar a Jude y su madre charlando:

    —Anna, quizás sí...

    —Jude, por favor, tú no —rogó agotada.

    —Deberíamos analizarlo un poco más, puede ser que...

    —Ya basta. Me siento agotada. Hace meses que lo decidimos, por favor, no me hagas sentir así tú también.

    Day movió su pie causando un crujido en la madera del suelo, y alertando a ambas que giraron el rostro hacia ella. La miraron endurecidas y en silencio, evaluando qué tanto había escuchado, para su suerte, lo que percibió no era suficiente para comprenderlo.

    —Day, cariño —dijo Jude aterciopelada—. ¿Quieres comer algo?

    —¿Dónde está Nolan?

    Anna apretó los labios y la mirada le tambaleó acuosa.

    —No sabemos. Cuando despertamos ya no estaba su mochila.

    Day se giró sin decir nada más y abrió la puerta de la entrada.

    —¿A dónde vas? Es demasiado temprano para el insti...

Y cerró más fuerte de lo normal, tomó su bicicleta y pedaleó tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Llegó al colegio desolado por la hora, y caminó acelerada hacia el campo de prácticas. Nolan estaba ahí, con una cuerda sujeta a su abdomen, arrastrando un montón de pesados sacos, mientras él corría con tanto esfuerzo que el rostro lo llevaba colorado y empapado en sudor. Mostrando sus dientes apretados, el ceño fruncido, y gruñendo furioso, mientras se forzaba a más y más.

    —¡Nolan! —gritó desde las gradas, sin recibir respuesta, o siquiera una señal de que la hubiera escuchado.

    Arrojó su mochila a la banca, y trotó hacia él, preocupada de verlo tan fuera de sí, con los músculos hinchados y las venas tan saltadas que parecían a punto explotar.

    —¡Nolan! —llamó de nuevo, estando a pocos pasos, pero él continuaba tirando entre gruñidos.

    Llegó junto a él, gritó su nombre un par de veces, y tomó su rostro empapado entre sus manos. Parpadeó sorprendido, como si hubiera estado en un trance alejado de ese campo, y no la hubiera visto ni escuchado en todo ese tiempo.

La observó examinando, respiraba entrecortado, cansado y agitado, con los ojos irritados, y las mejillas manchadas de tierra.

    —Day... —musitó desconcertado.

    —¿Qué haces? —cuestionó alarmada—. Mírate, te estás excediendo.

    —Necesitaba pensar —dijo jadeando.

    —¿Pensar en qué?

    —En nuestro plan B.

    —¿Qué? ¿Hablaste con mamá?

    —Sí, y algo no me cuadra.

    Resopló frustrada y se sentó en el pasto. Nolan se quitó la cuerda del abdomen, hizo círculos con los hombros, suavizando los músculos, y se sentó junto a ella.

    —A mí tampoco.   

    —¿Qué te dijo a ti? ¿Qué motivos te dio para tomar esa decisión?

    —Que estaba teniendo problemas económicos —dijo escéptica.

    —Ya. A mí también... Es raro que no notáramos antes ese problema.

    —Lo sé. Quizás disimuló para no preocuparnos.

    —O quizás es mentira —atacó filoso.

    —¿Por qué haría eso?

    —Ni idea, pero todo me parece demasiado raro.

    —Estás demasiado enérgico, lo que necesitas es una ducha.

    —¿No te gusto sudado? —dijo sonriendo con picardía.

    Divertido, se inclinó hacia ella, quien fingió una mueca dramática. Dejó un beso húmedo en su cuello, mientras le sujetaba la cadera con fuerza evitando que se alejara, y Day se mordió la sonrisa traviesa.

—No lo digo por eso. D-Debemos pensar en el plan B y...

    —¿Y? —dijo acercándose aún más, casi rozando la nariz con la suya.   

—Nolan, por favor, estamos en público.

    —¿Cuál público si no hay nadie? —bromeó irónico y apretando uno de sus muslos.

    —N-Nolan...

    —¡Ven acá! —canturreó mientras se lanzaba encima, recibiendo un chillido de su parte y varios manotazos en su espalda, mientras él la acorralaba contra el suelo y la besuqueaba toda.

    Day pataleaba y manoteaba, mientras atronaba carcajadas al recibir sus besos en el cuello y el rostro.

    —¡Nolan! —aulló divertida.

    Se impulsó con fuerza hacia adelante, tomando ventaja sobre él, colocando ambas manos sobre su pecho, y él le permitió que lo girara hacia abajo, con sus mechones oscuros desperdigados por el pasto.

    Nolan le sonrió, y se dio cuenta de que su rostro estaba en el lugar justo para cubrirle el sol, o más bien, reemplazarlo. Y disfrutó de tenerla así, deslumbrándolo a él, y solo a él.

Llevó una mano a su rostro, acarició su mejilla, y acomodó un mechón tras su oreja.

    —No voy a permitir que te lleven, Day.

Ella sonrió tensa, temerosa del porvenir, e inquieta de imaginar no volver a verlo.

    —Sobre mi maldito cadáver —continuó tajante, tomando su rostro con la palma y guiándola hacia sus labios.

    —¿Tate? —llamó una voz ronca que los hizo separarse de un salto.

    Miles caminaba hacia ellos, sujetando una oreja de su mochila en un hombro. Miró a Day, luego a Nolan, y frunció el ceño. Ella se puso de pie agitada, se sacudió el pasto de su falda cuadriculada, y sintió cómo una gota de sudor frío le recorrió la espalda. La piel le causaba una picazón insoportable, y le temblaron las rodillas.

    —Y-Yo... —comenzó hablando nerviosa—. Nolan tenía... Y yo...

    —¿Qué hay, Parker? —saludó Nolan con una calma que a Day le puso los pelos de punta.

    —Nada, ¿qué hacen tan temprano aquí?

    —Necesitaba entrenar.

    —Eso veo —dijo haciendo una mueca de asco—. Vete a duchar, hermano. Hueles a toro.

    Nolan sonrió, alzó su puño para chocarlo con el de él, pero antes de hacerlo, se dedicaron una mirada comunicativa, que a Day le pareció que dijeron mucho a través de sus pupilas.

    —Te veo al rato —despidió Miles, continuando su camino—. Adiós, Day.

    —A-Adiós...

    Nolan recogió sus cosas, inspeccionó que no le faltara nada, y, una vez seguro, indicó a Day que lo siguiera con un movimiento de cabeza. Ella no comprendía lo que acababa de suceder, porque parecía que Miles los hubiera encontrado en una posición comprometedora, pero al mismo tiempo, como si no. Con una expresión tan serena, que parecía como si verlos así, fuera algo cotidiano, y no la sorpresa queella creía.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó estupefacta, dándole un codazo en las costillas a Nolan en una simpática riña.

—Nada. Que hemos sido unos imprudentes.

—¿Hemos? —replicó ofendida.

Bajó el rostro y sonrió con tensión, ligeramente avergonzado de reconocer que, en efecto, se dejó llevar por las ganas de tratarla como a su pareja, sin límites, ni miedos, solo ellos.

—No te preocupes por Miles, no dirá nada. Me debe varias.

—Debe deberte millones, porque su actuación merece un Óscar.

Nolan le sonrió con calidez, miró a ambos lados con cautela, y le dio un beso rápido en una mejilla.

—Tranquila. Miles es una tumba —le guiñó un ojo y comenzó el trote para alejarse.

El timbre de inicio de clases retumbó en el lugar, y él alzó una mano para despedirse de ella mientras se perdía en la multitud de chicos que entraban en el edificio. 

Day llegó junto a su casillero, y comenzó a reordenar los libros que necesitaría, cuando Jessica llegó a su lado con rostro perturbado.

—Recibí tu mensaje —anunció con seriedad—. Y yo también quiero ayudarte para que te quedes.

—Yo creo que mientras menos te involucres, mejor. Buenos días, por cierto —replicó irónica.

—Ah no, ni de coña voy a quedarme sentada para ver cómo hacen travesuras ustedes dos... A menos que... —canturreó alzando una ceja con picardía—. Quieras hacerlas a solas con Nolan. Y buenos días.

La fulminó con la mirada sin dar más respuesta, y en cuanto terminó de empacar en su mochila lo necesario, cerró la puerta metálica y divagó una pregunta en el pensamiento.

—Cuando dijiste... —comenzó diciendo, y se detuvo a analizar de nuevo lo que iba a preguntar—. Cuando dijiste que todos veían que había algo entre Nolan y yo...

—Sí, había que ser muy bruto para no verlo.

—Pero... ¿Lo dijiste por algo? ¿Has escuchado algún cotilleo? —cuestionó temerosa.

—Bueno, Day, tú y yo sabemos que no somos las chicas más sociables del instituto como para que nos involucren en cotilleos, pero si tu miedo es que la gente esté especulando sobre ustedes, pues no, no he escuchado nada nunca. Salvo esa vez con Madi y su séquito de tontas, y sabemos que no le conviene que la gente sepa que viven juntos.

    —Vale...

    —¿Qué te preocupa?

    —Esta mañana... Miles...   

    —¿El capitán de fútbol?

    —Sí, él. Nos encontró en una situación...

    —¿¡Follaron aquí!?

    —¡Por Dios, Jess, Cállate! ¡Por supuesto que no!

    El rostro de Day se pintó de un notorio carmín, mientras se encogía de hombros e intentaba ocultarse entre el cabello por la imprudencia de su amiga.

—Perdón —susurró avergonzada.

    —Solo nos encontró en una posición que definitivamente no era de amigos...

    —¡No lo puedo creer! El cabezota de Miles ya los vio juntos, ¿y yo no?

    Day arqueó una ceja perpleja.

    —¿Cómo por qué querrías vernos? —sacudió la cabeza negando frenética—. El punto no es ese. El punto es... que no se ha sorprendido. En lo absoluto.

    —¿Nada?

    —Nada de nada.

    —Raro.

    —Lo sé... Y eso me tiene pensando.

    —¿En qué?

    Day hizo una mueca y desvió la mirada.

    —Que si Miles se lo esperaba... ¿Qué tal y mamá también? —confesó en un hilo.

    —Oh... —expresó Jess como si le hubieran golpeado el estómago—. ¿Crees que por eso quiere enviarte con tu padre?

    —Tiene más coherencia que su pretexto por dinero.

    —Cierto...

    Ambas se quedaron en silencio, viendo sus zapatos pensativas y con el estómago estrujado por la tensión.

    —Entonces... ¿Crees que tu idea de dar problemas pueda funcionar?

    —No me queda de otra, Jess. No quiero irme —dijo con voz fracturada.

Su amiga la estrujó en un abrazo temeroso.

    —Yo tampoco. Cuentas conmigo para lo que sea.

    Y aunque en el equipo de Day ya había tres personas ayudando, la idea base todavía no la tenían.

    Los días transcurrían, y a pesar de que el par de amigas habían propuesto varias cosas, Nolan desechaba todo: demasiado suave, demasiado bobo, demasiado no sirve. Day comenzaba a frustrarse, porque rechazaba todo, pero proponía nada. Incluso le parecía que Nolan, en realidad, no quería echar andar el plan como tal, como si tuviera miedo, como si no estuviera convencido.

    Ella, por su cuenta, hizo algunas extravagancias, al menos desde su perspectiva. Como faltar a ballet, reprobar un examen, e incluso hizo novillos a una clase que, aunque lloró en un baño por la tensión de ser descubierta, parecía que a nadie le importaba, o nadie se daba cuenta. Y la frustración porque nadie notara sus patéticos intentos de rebeldía, la tenía de un humor pesado y notorio.

    Ya habían perdido más de una semana sin avanzar nada, cuando Jessica tuvo una idea fantástica: incluía la ceremonia de clausura del instituto, pintura, y un desastre que quedaría guardado en la memoria de todos los estudiantes. Llegó extasiada a casa para contárselo a Nolan, subió acelerada, saltando los escalones de dos en dos, entró en su habitación sin tocar, y él reaccionó dando un salto y retirando los auriculares de la consola que estaba jugando.

Le explicó entre palabras atropelladas, vibrante, convencida de haber dado en el clavo esta vez, y esperando ilusionada la reacción positiva de él.

    —No haremos eso —dijo tajante, girando el rostro con indiferencia a la pantalla para continuar su partida.

    —¿Qué? —cuestionó con desilusión—. P-Pero... Nolan...

    —He dicho que no —dijo con firmeza, provocando que Day se enfureciera y le arrebatara el mando para arrojarlo a la cama—. ¡Oye!

    Day dilataba sus fosas nasales molesta y apretaba los puños a sus costados.

    —¡No estás ayudando en nada! —chilló cabreada.

    —Estoy ayudando, pero no haremos eso.

    —¿Por qué no?

    —Porque no.

    —¡Esa no es una respuesta! —respondió excedida.

    —Porque no, Day. Punto. —explicó más calmado, y Day chilló un grito para después lanzarse a la cama de Nolan y ahogarlo contra una almohada.

    Él se sentó a su lado, y acarició su espalda, intentando calmarla.

    —La semana pasada falté al ballet, suspendí un examen, y me escapé de la clase de historia, ¿y sabes qué pasó?

    —¿Qué?

    —¡Nada! ¡Nadie se dio cuenta de nada!

    Llevó ambas manos a la cabeza completamente frustrada.

—¡¿Por qué es tan difícil dar problemas?!

    —Al fin alguien que valora mi arte —bromeó él, mientras se tiraba sobre un costado para quedar frente a ella—. Ven aquí.

    Dijo contento, mientras rodeaba su cintura con un brazo y la arrastraba hacia él hasta unir sus frentes.

    —Tengo miedo —susurró Day—. Los días pasan y no hemos logrado ni una sola riña.

    Nolan besó su frente y liberó una risita enternecida.

    —Eres adorable —dijo bromista—. Hasta para dar problemas.

    —Ayúdame, Nolan. No me quiero ir —confesó con la voz temblorosa. 

    Él acarició su mejilla para retirar un mechón de cabello y situarlo tras su oreja.

—Te dije que no permitiría que te llevaran, pero no haremos nada que afecte tu historial académico.

    —No me importa —declaró segura.

    —Sí importa. Eres la chica más inteligente que conozco, el mundo necesita que estudies la universidad, y ninguna universidad va a becar a una alumna problemática, por más adorable que sea.

    —¿Y cómo voy a dar problemas si no es en la escuela?

    —Tengo una idea, y perdona que no te lo dijera antes, pero estaba esperando por algo para estar seguro del tiempo que teníamos.

    —¿En serio? —respondió ilusionada.

    Asintió una vez, retiró su mano del rostro de Day para llevarlo a su bolsillo trasero y sacó un papel grueso de textura abrillantada, que colocó frente a los dos.

    Ella lo tomó entre sus manos, escudriñó los textos, alzó la mirada de golpe y sorprendida.

    —¿La boda? —preguntó en un hilo, como si le costara hablar.

    Él asintió y abrazó sus manos con las suyas.

    —Si vamos a dar problemas, tenemos que tener claro el objetivo.

    —Y ese es mi padre —respondió estupefacta.

    —Si cree que vamos a permitir que disfrute de esa boda mientras tú sufres sus decisiones de mierda, está jodido.

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