Capítulo 13




La puerta del taxi azotó a lo lejos.

    Nolan acarició las mejillas de Day con sus pulgares, besó su frente, y la envolvió en un abrazo.

    Era momento de comenzar con el engaño. De despedirse de todas las noches compartidas y pasearse desnudos por los pasillos sin preocupación. De comerse a besos donde sea y como fuera. De explorar el sofá, el comedor, la barra de la cocina, y por supuesto, sus camas.

    —Nolan, cariño —llamó Jude desde el recibidor—. Ven a ayudar.

    Day soltó el aire de golpe, y lo miró a los ojos.

    —Nosotros podemos —susurró segura.

    —Solo no te pasees en bragas —dijo con una sonrisa pícara—. Porque no creo que pueda contenerme.

    Le dio un codazo en las costillas y se rio encantado de su nueva normalidad, íntima y bromista.

    Salieron de la habitación y bajaron las escaleras a saltitos.

    —¡Mamá! —chilló Day, quien se lanzó a los brazos de su madre.

    —¡Oh! Cariño, te eché de menos —lamentó mientras la estrujaba.

    Anna estiró su brazo hacia Nolan y le indicó que se acercara con un movimiento de mentón.

    —Ven acá tú también.

Nolan sonrió con timidez y obedeció, abrazando a ambas.

—Ah, claro, abrácense mientras la bruta de Jude mete todas las maletas —renegó mientras acomodaba el equipaje en el suelo.

—Cállate, cascarrabias, y ven aquí —replicó Anna, tirando de ella y envolviéndola en un abrazo con fuerza, al que se unió a regañadientes.

—Vale, suficiente —ordenó Jude mientras deshacía el nudo de brazos—. Afuera hace como treinta grados, como para estar uno encima del otro, por favor.

—Es la menopausia —bromeó Anna por lo bajo a los chicos, quienes contuvieron una carcajada.

—Tenemos la misma edad, listilla —respondió irónica.

Nolan y Day tomaron una maleta cada uno, y ella bufó al sentir el peso de la suya.

—¿Pero qué compraron en Japón? ¿Ladrillos?  —reclamó intentando abrir el cierre para echar un vistazo.

—¡No la abras! —chilló Anna—. Coño, niña. No dejas nada para las sorpresas.

—Lleva tu regalo de cumpleaños —dijo Jude burlona.

—Oh, gracias, menuda cotilla.

Day abrió los ojos, porque no se había dado cuenta de que faltaba menos de una semana para eso.

—Es el viernes... —dijo en un susurro, hablando sin pensar para sí misma.

    —¿Olvidaste tu propio cumpleaños? —señaló Jude—. Cariño, te tomas demasiado en serio los entrenamientos como para olvidarte de tus propias cosas.

    —Es el día del recital —anunció sorprendida.

    —Así es —continuó su madre.

    —¡Es el día del recital! —celebró extasiada—. ¡Papá va a estar aquí!

    Nolan intentó contener su mueca de desagrado con una sonrisa tensa. Porque no podía entender, cómo su padre no se había tomado jamás el tiempo de celebrar la vida de su única y maravillosa hija, pero nunca se perdía la oportunidad de atender sus competencias, fotografiarla y postear en alguna red social el exitoso padre que era con una hija medallista.

    Malnacido gilipollas.

    Pero por más hijo de puta que le pareciera, la alegría de Day al saber que lo vería, era algo en lo que no podría interferir, era solo que... deseaba que fuera más frecuente, y por motivos menos codiciosos.

    Por otro lado, Nolan tenía claro que quería obsequiarle a Day, lo supo desde aquel mágico día, que inició con un sueño y un recuerdo, casi como anunciándole lo que iban a vivir. Y es que, regalarle algo por su cumpleaños era algo que se tomaba demasiado en serio todos los años, y estaba claro, que ese sería especial, siendo el primero de muchos en los que compartirán mucho más que solo un presente.

Solo que el objeto que quería no sería sencillo de encontrar, especialmente en una ciudad tan pequeña como la suya. Por lo que cada tarde, se dedicó a recorrer todas las tiendas cercanas. Rindiéndose con las tiendas modernas, y reemplazándolas por las de antigüedades.

    Se maldijo por dentro los días que llegó demasiado tarde de su búsqueda, porque al llegar a casa, la encontraba ya dormida en su cama, y no le quedó más que besarle la frente y quedarse con las ganas de que le deseara dulces sueños, como lo hacía siempre antes de acostarse.

    Era jueves por la noche, y Nolan estaba ansioso, deseoso de escabullirse a su habitación y amanecer junto a ella en su día. Estaba alerta de lo que sus oídos captaban en el pasillo de afuera, y sabía que su madre se había acostado ya, porque escuchó el crujir de su cama cuando se recostó en ella. Pero de Anna, no había señales.

    Decidió salir de su habitación, echar un vistazo afuera, y encontró lo que sospechaba: a su figura humeando en el balcón de la sala. Se acercó a ella sin reparo, y cuanto estuvo a su lado, retiró su cigarro de los dedos con complicidad y le dio un jalón profundo.

    —¿Preocupada de convertirte en madre de una adolescente de dieciséis años? —bromeó mientras sacaba el humo en un fino hilo.

    —Le pregunté a Jude y dijo que es una putada.

    Nolan rio con amargura.

—Claro. La diferencia es que serás madre de la hija perfecta.

    Anna tomó el cigarro y fumó profundo, negando con la cabeza.

    —Tan perfecta que prefiere comerse sus problemas que molestar a los demás —argumentó con pena en su voz.

    —Esa es Day —reconoció él.

    —Ojalá hablara más de lo que le acongoja. Se toma demasiado en serio todo. ¿Cómo la viste estos días? —preguntó preocupada—. ¿No estuvo demasiado estresada por su recital?

    —Yo la vi bastante relajada —dijo Nolan, conteniendo una sonrisa pícara de recordarla entre sus sábanas.

    —Bueno, eso me tranquiliza —e interrumpió su calada al cigarro por el asalto de su tos ronca.

    Nolan palmeó su espalda, en un nulo intento por ayudarla.

    —Espero que no hayas abusado del cigarro en Japón. Tu tos suena cada vez peor, ¿no has ido a ver a un médico?

    —Lo siento, cariño —dijo recomponiendo su postura—. Y si, ya fui a revisarme, puedes estar tranquilo.

    Él asintió, aceptando su respuesta.

    —Pero sí, debo dejar esta mierda —dijo mientras lanzaba el objeto al suelo para pisarlo—. Y tú también.

    —Voy a intentarlo —respondió sereno.

    Anna le sonrió y palmeó su hombro con cariño.

    —¿Alguna novedad de tu chica misteriosa?

    Bajó el rostro y se mordió el labio inferior conteniendo una sonrisa. Anna se rio extasiada, y negó con la cabeza.

    —¡No bueno! Una se va unos días y te cambia el rostro completamente.

    —Qué dices... —bromeó por lo bajo.

—Bueno, vale, si no quieres contarme, ya está —dijo alzando ambas manos con rendición.

    —Quizás algún día te lo cuente.

    —Esperaré con ansias —respondió sonriente—. Ahora vamos a dormir, cariño. Es tarde y mañana será un día largo, especialmente si tengo que lidiar con la caradura de mi exmarido.

    Nolan se rio por lo bajo, y la siguió hasta su habitación. La vio entrar, dirigió la mano hacia la perilla de su alcoba, abrió la puerta y la cerró de nuevo, haciéndola creer que había entrado.

    Se giró con sigilo, y caminó con cuidado hacia la puerta de al lado. Contuvo la respiración mientras andaba en puntillas, abrió con cautela, logrando hacerlo sin producir ningún chirrido, se adentró y cerró con meticulosos movimientos. Caminó hacia ella, deslizando la mirada por el bulto cubierto de su cuerpo bajo las mantas.

Sonrió. Disfrutó por unos segundos de verla en paz, respirando profundamente. Se sentó en su cama despacio, y se coló bajo el edredón, enredando sus brazos en su cintura. Ella se revolvió entre su abrazo, y se giró hacia él, con una sonrisa adormilada que no le llegó a los ojos entrecerrados.

—¿Qué haces aquí? —exigió en un ronco susurro.

—Ser el primero en desearte feliz cumpleaños —musitó junto a su oreja, y depositó un beso en su cuello que la hizo encoger los hombros.

—Siempre eres el primero, ¿no podías esperar a que amaneciera?

—No, lo siento. Últimamente se me da pésimo aguantar las ganas de colarme en tu cama.

Day se rio pesarosa, e intentó abrir los ojos con esfuerzo. Nolan la estrechó aún más contra su pecho, y le besó los párpados.

—Duerme. Tienes que descansar para que deslumbres mañana.

—Vale... —respondió con esfuerzo, dormitando.

Y, en menos de lo que Nolan dio un parpadeo, se volvió a quedar dormida. Dejándolo a él con la oportunidad de disfrutar de tenerla entre sus brazos. Sintiendo esa noche, algo distinto.

No sabía por qué, dado que durante el viaje durmieron juntos varias noches. Pero en aquel momento, Nolan sintió la necesidad de grabarse cada parte de ella con la mirada.

Admirar sus cabellos enredados en su brazo, su pierna de piel clara y tersa sobre la suya, su brazo reposado en su abdomen, y su rostro pacífico sobre su pecho. Acariciar con las yemas, sus mejillas aduraznadas, sus cejas castañas, y sus delicados labios ligeramente entreabiertos.

Sabía que una fotografía no le haría justicia, ni siquiera con la cámara más competente del mundo. Por lo que decidió dedicarse esa noche, a grabar en su memoria cada lunar, cada pliegue, cada curvatura de su cuerpo, y de cada una de sus pestañas.

No quiso perderse de nada, ni de su respiración serena, ni de su cuerpo retorcerse al percibir los primeros rayos del sol, de sus brazos estirarse en el aire, mientras sus párpados se abrían con esfuerzo. Mucho menos de su sonrisa ensancharse al verlo aún ahí, despierto y admirando cada parte de ella.

—Madrugaste —dijo sonriente mientras se volvía para abrazarle la cintura—. Buenos días.

—Buenos días —respondió besándole la punta de su nariz.

    —¡Day! —llamó Anna desde la cocina, dejándolos a ambos rígidos entre su abrazo—. ¡Ya está el desayuno!

Relajaron los músculos en sintonía, pero sus pechos quedaron reverendamente agitados.

    —Esto no puede hacerse costumbre —riñó Day.

    —Lo sé, pero hoy es un día especial.

    —Claro —dijo irónica—. Vamos a ver cómo me rompo una pierna.

    Nolan besó su coronilla, y se dirigió a la puerta, para después de dar un vistazo rápido al pasillo, salir con cautela hacia su alcoba.

    Fuera de amanecer juntos entre besos y sustos, el día transcurrió como cualquier otro. Asistieron a clases, donde Jessica la recibió con el mismo regalo que le daba cada cumpleaños: un libro envuelto con un mensaje empalagoso, y una fotografía reciente de ambas para que Day colgara en su muro junto al resto. Jess se disculpó con ella de nuevo por no poder acompañarla al recital, apesar de que era algo que suponiamos, dado que sus tardes las pasaba cuidando de sus hermanos.

    Se vieron en el entrenamiento, donde, como siempre, les costó demasiado trabajo mantener los ojos al frente, y no buscando sus miradas.

    Nolan la buscó después de salir de las duchas, aseado y cambiado para acompañarla a su recital, donde, para sorpresa de ninguno, Day estuvo espectacular. Siendo la bailarina de enfrente, la más destacada y elegante, como si ningún movimiento le costara ningún esfuerzo, y haciendo dudar a su público que se tratara de una persona y no de una muñeca de porcelana con movimientos programados.

    Desde que tenía memoria, no había nada que encontrara más hipnótico y bello como verla bailar. Le parecía que lo hacía con una gracia sobrehumana, perteneciente a otra galaxia, místico y capaz de meterte en un trance donde todos tus sentidos se concentraran únicamente en ella.

    Y lo hubiera disfrutado mucho más, de no ser por el pelmazo de su padre, que llegó tarde, mantuvo la vista en el móvil la mayor parte del tiempo, y salió por unos minutos para atender una llamada.

Nolan tuvo que contar sus respiraciones, empuñar las manos en sus rodillas, y ahogar un grito cada vez que lo veía comportarse como el imbécil que sabía que era. Lo que no controlaba tan bien, eran las miradas filosas que le arrojaba al hombre cada que podía, llevándose un par de riñas mudas de su madre.

    Se dijo varias veces, que tenía que comportarse. Que ese día se trataba de ella, y que por más ganas que tuviera de gritarle que dejara de ser tan gilipollas, debía contenerse.

    Pero la vida parecía querer tocarle las pelotas ese día, porque en cuanto divisó al imbécil de pie a un costado del escenario, sosteniendo un ramo de flores, sintió la acidez subirle a la garganta.

    Notó de inmediato que ya no llevaba férula, y repasó las probabilidades de devolvérsela de una buena patada. Al fin y al cabo, a los heridos se les da más atención, y llamarla todo el tiempo es algo que a Estupiván le encantaba. Le haría un favor, pensaba Nolan. Pero dejó ir la idea con una sacudida de cabeza. Tuvo fe de que su padre se haría cargo de ese pobre diablo.

Cerraron el telón, Jude, Anna, y el idiota de su expareja, se pusieron de pie para ir a buscar a Day a los camerinos. Nolan no podía apartar la mirada de las flores que sostenía el tonto junto a su puerta, conteniendo una sonrisa, en espera de la reacción de Murphy de ver a semejante energúmeno cortejar a su princesa medallista.

—¿Esperas a alguien? —cuestionó Murphy con su imponente voz gruesa y enronquecida.

Iván abrió los ojos y se encogió de hombros.

—E-Estoy esperando a Day, señor. Una de las bailarinas.

—Lo sé, es mi hija —respondió tajante.

Y Nolan quiso reírse al ver cómo el color de su piel desapareció tan pronto de su rostro, como el reventar de una burbuja.

Jude murmuró algo a Anna, y ambas contuvieron una risita, y esperaba que estuvieran gozando tanto de la escena como él. Pero entonces, Murphy se acercó a Iván, observó su chaqueta con los dibujos del equipo de fútbol del instituto y los señaló con un dedo.

—¿Juegas?

—S-Si, señor —respondió entorpecido.

Murphy palmeó la espalda del chico tan fuerte que debió dar un paso adelante por el porrazo.

—Genial, genial. Espero que seas el mejor de tu equipo, porque Day es la mejor del suyo —dijo divertido.

Pero entonces Estupiván cruzó su mirada con la de él, porque sabía perfectamente, que el mejor no podía ser un simple defensa como él, sino un corredor, como lo era Nolan. Y que, en realidad, el único motivo por el que el capitán era Miles y no él, era por las múltiples peleas en las que se había metido durante la temporada.

Nolan le sonrió con malicia, dispuesto a no medir ninguna de sus palabras en expresar lo mal jugador que era, cuando Day salió y abrió los ojos sorprendida, al ver a todos esperándola.

—Feliz cumpleaños, preciosa —canturreó Murphy mientras le daba un rígido abrazo.

—Gracias, papá.

—Este joven ha venido a buscarte —añadió con picardía, señalando a Iván.

Nolan apretó tanto la mandíbula que le pareció escuchar el rechinido de sus dientes. No se podía creer que apoyara al primer pendejo que se le intentaba acercar a Day, especialmente si ese pendejo era Iván. Un creído, mentiroso, a quien le importaba muy poco su hija.

Respiró hondo, y tragó con fuerza las ganas de hundirle el puño en la cara.

—¿Qué haces aquí? —respondió Day, frunciéndole el ceño y mal disimulando su mueca de horror al ver las flores.

—Day, cariño, tus modales —riñó Anna.

Ella puso los ojos en blanco, tomó el ramo y le sonrió tan exagerado, que todos notamos que fingía.

—Gracias, Iván.

—Feliz cumpleaños —respondió avergonzado.

—Nos contaba tu amigo que es jugador de fútbol —dijo su padre, intentando romper la tención de la situación.

—Bueno —respondió Day—. Jugaba en realidad.

—Si... Este... Yo me... Me lesioné, señor —admitió encogido de hombros, dirigiéndole una mirada filosa a Nolan, quien sonreía satisfecho antes de añadir:

—Una suerte esa lesión... Atrae más gente a cotillear su herida que para ver sus jugadas de pena.

—Tú... —gruñó Iván, dilatando sus fosas nasales y empuñando las palmas.

—Lo mejor que has hecho por el equipo, eh, Estupiván.

—¡Nolan! —riñó Jude, que lo sujetó del brazo y lo apretó con fuerza para alejarlo unos pasos del lugar.

—Y-Yo creo que... será mejor que vayamos a casa, ¿no? —añadió Anna con nerviosismo, invitándolos a seguir a Nolan y Jude—. El pastel nos espera.

—Ignóralo, hijo —dijo Murphy con empatía, comenzando la marcha—. A ese chico le encantan los problemas.

—Lo sé —admitió furioso.

Nolan quiso volver para reventarle la cara, pero su madre le enterró las uñas en la piel, como si pudiera leerle las ideas.

—¿Nos acompañas? —invitó Murphy, y su hija casi lo fusiló con las pupilas.

—Papá... —riñó Day por lo bajo, con el rostro desencajado, completamente incómoda.

—Yo... eh... —vaciló él—. Gracias por la invitación, pero en realidad solo quería traerle esto a Day, ya sabes, para hacer las pases.

—Bueno, ha sido un detallazo, ¿no, querida?

—Por favor... —balbuceó Nolan en un tono tan alto que fue imposible que no lo escucharan.

—C-Claro —respondió tensa—. Gracias, Iván.

—Por nada... Yo... Te veo luego, ¿vale?

Ella asintió, e Iván desapareció a paso apresurado.

Jude jaloneó a su hija molesta.

—Qué vergüenza, Nolan —refunfuñó en un murmuro.

—Vergüenza Murphy, que apoya a semejante imbécil.

Jude no dijo nada más, pero maldijo entre dientes y estuvo tensa todo el camino directo a casa. Y Nolan no hubiera sentido ni una pizca de remordimiento de no ser por el rostro perturbado de Day mientras avanzaban en el coche, con la mirada perdida hacia el cristal.

Colocó su mano tan cerca de la suya, que se atrevió a darle una cautelosa caricia con el dedo meñique. Giró el rostro para cruzar su mirada, Nolan le hizo saber que lo lamentaba en una muda disculpa, y ella asintió una vez, sin ser capaz de disfrazar por completo su incomodidad.

Llegaron a casa, y Nolan se ofreció a llevar las cosas de Day, mientras el resto entraban y se situaban en el comedor. Jude abrió la nevera para sacar un pastel de nata blanca y decoraciones con fresas brillantes. Lo colocó frente a ella, y depositó un beso en su coronilla, mientras Anna la abrazaba por el otro lado, sacando el encendedor para prender la única vela al centro.

El fuego bailaba iluminando el rostro de Day, quien sopló después de que todos terminaron de cantarle.

—Feliz cumpleaños, cariño —canturreó Jude.

—Por otro año de éxitos —declaró Murphy.

Todos miraron a Nolan, esperando una pizca de modales. Pero a él le dieron igual sus expectativas, porque estaba centrado en la mirada apagada de la chica frente al pastel. Se detestó por dentro, por permitirse, de nuevo, ceder ante su ira. Hizo una mueca, avergonzado por hacerla sentir así, y mierda, justo en su cumpleaños. Por lo que decidió adelantar su regalo, para al menos intentar remendar un poco las cosas.

Se llevó nervioso la mano al bolsillo, y sacó una caja del tamaño de su palma envuelta en un papel metálico rosado, con un moño coqueto blanco en la tapa. Lo colocó en la mesa, y metió ambas manos en los bolsillos con timidez.

—Feliz cumpleaños, Day—dijo apacible.

Ella levantó el rostro para mirarlo, y sonrió, pintando poco a poco su rostro, de una curiosidad casi infantil que enterneció a Nolan y le dio un poco de tregua a su culpa.

—¿Qué es? —preguntó Anna interesada.

Day tomó la cajita entre sus manos, respiró profundo, sonrió sincera, reluciente y emocionada. Retiró el listón, y abrió la tapa. Borrando, al momento, la sonrisa de su rostro.

Murphy al ver la seriedad en su semblante, estiró el cuello para ver su interior.

—¿Es una... brújula? —preguntó confundido, y Nolan asintió con la cabeza.

Ella respiraba con esfuerzo, apretaba los labios y la mirada se le puso acuosa. Buscó los ojos de Nolan, y no se permitió sonreír completa, temerosa de liberar alguna lágrima conmovida.

—Es para que siempre sepa dónde está su norte —explicó Nolan a Murphy, sin dejar de mirarla a ella.

Day no pudo contenerse, y se rio enternecida, limpiando rápidamente sus ojos, antes de que escurrieran lágrimas.

—¿Y por qué no revisar la aplicación en su móvil? —respondió su padre escéptico.

—Me encanta, Nolan, es preciosa. Gracias —añadió ella con voz aterciopelada.

—¿Puedo verla? —preguntó Jude.

Y le respondió entregando la caja en sus manos.

—No entiendo a los jóvenes de hoy —gruñó Murphy.

—Vaya, es hermosa —dijo Jude sorprendida, recorriendo con las yemas, los delicados y finos detalles en oro de la tapa del artefacto.

—Lo es —dijo Nolan sin dejar de mirar a Day, quien le sonreía radiante, gritándole mucho más desde las pupilas, y él, comprendiendo cada una de sus mudas palabras, respondiéndolo de la misma manera, en una muda, cómplice, y emocionante conversación.

Le sonrió conmovido, de saber que entendía su mensaje, que él sería siempre su brújula, y estaría para ella siempre que lo buscase. Que sería su norte y no podría moverse ni aunque quisiera. Porque sabía que él estaba anclado a Day, a sus labios rosáceos, a su mirada celeste, y a los mapas de su cuerpo.

Le escocieron los ojos, y lamentó que Murphy la distrajera, pidiéndole salir de casa para charlar un poco. Pero aunque ella ya no lo miraba, se permitió seguirla con la mirada, contemplando a la única que lo había hecho sentir en casa. A la que le quitó el sentimiento de estar perdido y desorientado, porque Day no solo llevaba mapas en la piel, también los llevaba en el alma, y junto a ella, sabía quién era y dónde quería estar.

Sus ojos recorrieron cada paso que dio hacia el exterior junto a su padre, las pupilas se detuvieron al detectar la mirada de Anna que lo veía fijamente, con el rostro desencajado, y los labios abiertos, sorprendida, con los ojos sumidos, y la respiración entre cortada, con la verdad descolocando cada músculo facial.

Y Nolan sintió que el estómago le cayó hasta los pies. Porque no necesitó indagar para saber perfectamente, que Anna lo supo todo en ese momento, como si él llevara escrito los sentimientos en las pupilas y no fue capaz de ocultarlos a tiempo.

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