Capítulo 11
Cuando Day cumplió ocho años, su madre y Jude pensaron que ya era lo suficientemente grande para no tener terrores nocturnos. Aunque se mudaron de su pequeño apartamento, donde compartía cama con su madre, a una nueva casa donde Day tenía su propia habitación, la idea era que debía quedarse allí sin importar lo que ocurriera.
Nolan consideraba que era un cambio abrupto dado que llevaba toda su vida compartiendo cama, pero, ¿qué podría saber él de crianza? Era siempre la respuesta a sus réplicas.
—Day es una mujer fuerte —indicó Jude, zanjando el tema.
Y él hizo una mueca en desacuerdo, porque no le parecía que fuera una mujer, sino más bien una niña, pero se retiró derrotado, sabiendo que contra su madre, nunca tenía argumento válido para debatir. Al menos desde su perspectiva.
La primera noche bajo la nueva casa, el rechinido de su puerta lo hizo casi saltar de su cama.
—Hay una sombra en mi ventana —anunció Day llorosa.
Se armó de valor y se puso de pie, dispuesto a enfrentar a la sombra que la agobiaba. La acompañó a su habitación, y la fulminó con la mirada en cuando detectó que era una simple rama meciéndose por el viento.
—¿Puedes quedarte? —pidió en un susurro.
Él se encogió de hombros, sin estar muy seguro de su decisión, y temiendo, por supuesto, la reacción de su madre.
—Por favor —rogó con voz fracturada, terminando de ablandarle el corazón.
Hizo una mueca resignada al regaño, y asintió metiéndose en la cama con ella.
Así pasaron las noches, los años. A veces eran ramas, a veces sombras, en otras, algún trueno, y algunas más extrañas, como aquella vez que escuchó un ruido y juró que sonaba a una gallina. Nolan no comprendía cómo una gallina podría asustarla, pero igual durmió con ella.
Fue muy común compartir cama y sueños durante toda su niñez, incluso rozaba lo cotidiano, sobre todo en las noches de tormenta. Se podría decir que estaba acostumbrado, que ya debería ser algo ordinario en su vida, tan habitual como hacer las compras.
Pero desde aquella noche, desde que unieron sus labios y probó su sabor, todo le parecía nuevo, revelador. Y aunque siempre disfrutó estar con Day y siempre quiso compartirlo todo con ella, ahora lo anhelaba con euforia.
No solo deseaba estar con ella, sino que sentía que el aire le faltaba cuando no lo estaba. Y compartir con ella, ahora le parecía insuficiente, porque él quería pertenecerle, entero y para siempre.
Así que esa noche, él no durmió.
Quiso reponer cada día que no la vio por las últimas semanas, cada mirada que se perdió, y cada palabra que no escuchó. Y se permitió disfrutar de tenerla entre sus brazos.
Hundió la nariz en sus cabellos, aspirando su aroma para inundarse por dentro. Abrazaba su cintura, acariciaba su espalda, abría su palma para cubrir su cabeza y enterrarla más en su cuello. Deslizó el pulgar por sus hombros, por sus brazos, sus muñecas, recorrió sus nudillos, y regresó a su espalda en una amplia caricia.
Se llenó los dedos de su piel, de su cabello, los pulmones de su fragancia, el corazón de su esencia, y el pensamiento de su nombre.
Le pareció un momento eterno, grabado en un recuerdo que quedaría impreso en él, y al mismo tiempo, demasiado fugaz. Reducido a una noche que no sabría si podría repetirla, y trataba de aspirar de ella lo más que pudiera, para encapsularla en su memoria.
Un relámpago iluminó la habitación, el retumbe apareció unos segundos después, hizo vibrar los cristales, e hizo saltar a Day entre su abrazo. Él apretó los brazos a su alrededor y acarició su cabello, recordándole que estaba ahí.
Ella parpadeó varias veces adormilada, y cuando otro trueno atronó más fuerte que el anterior, se contrajo completa, quedando dolorida de un hombro y soltando un quejido por lo bajo.
—Quizás deberíamos movernos a la cama —susurró Nolan en su oreja, acariciando su lóbulo con los labios al hablar.
Incapaz de emitir palabra, erizada por el calor de su aliento tan cercano, asintió con rigidez.
Se puso de pie, y la ayudó a levantarse deslizando su brazo bajo su hombro. Ella se tumbó en su cama y se hizo un ovillo. Nolan divagó la mirada, analizando si tomarse el atrevimiento de quedarse o marcharse a su habitación, por más que eso le jodiera. Pero Day tomó su mano segura, y la mirada cariñosa que le regaló, fue suficiente respuesta para que se atreviera a acurrucarse junto a ella.
Day abrazó su cintura, posó la mejilla en su pecho y enredó una pierna en la suya. Se quedó rígido por unos segundos al sentirla tan cómoda, uniendo su cuerpo sin reparo, cuando a él lo sacudía por dentro. Se forzó a tranquilizarse. A repetirse que debía encontrarlo cotidiano, que ya habían compartido cama cientos de veces, pero el corazón descolocado no le daba tregua.
Respiró profundo contra su cabello, intentando usar su aroma como calmante, y aunque debió hacerlo un par de veces más, comenzó a funcionarle.
Cuando creyó que lo había logrado, que había dominado el pensamiento sobre el pecho, Day reposó su nariz en su nuca y aspiró profundo sin disimulo, dejándolo rígido. Y es que a ella, olerlo a su lado mientras la habitación se iluminaba por los relámpagos, era algo que le recordaba su niñez, a su hogar, a algo demasiado propio como para ocultar su deleite.
Nolan hundió los dedos en su cintura y enterró aún más el rostro en su cabello. Tensó los músculos, contrajo la nuca, y liberó una tímida risa producto del cosquilleo de su aliento contra su piel.
Ella disfrutó de aquella reacción, y volvió a hacerlo para su propio entretenimiento. Le pareció demasiado tierno que intentaba contener las contracciones musculares y la risa, que sin planearlo ni pensarlo, dejó un beso en sus clavículas.
Nolan paró de reírse, para optar por una expresión seria. Hizo la cabeza hacia atrás, y buscó su mirada entre la oscuridad, desconcertado por su inesperado gesto.
La miró con firmeza, tratando de ver respuestas en sus pupilas, de descifrar si se trataba de una invitación como él deseaba, o lo estaba tergiversando. Le escudriñó el semblante, intentando ver qué pasaba por su cabeza, pero fue en vano, porque ni siquiera ella lo sabía. Lo único que podía decir, era que deseaba a Nolan de todas las formas posibles, de la misma manera que se prohibía desearlo.
Se lamió los labios y entornó los ojos, sintiéndose culpable por tomarse libertades con él. Pero en cuanto le sonrió conmovido y alzó su mano para posarla en su mejilla, sintió que el estómago le cayó a los pies.
El roce de sus yemas ásperas le erizaron la nuca, sus labios enrojecidos, ligeramente abiertos, tiraban de ella en una deliciosa invitación.
Tragó saliva, y al levantar las pupilas, el par de ojos oscuros de Nolan la miraban maravillados y dilatados, con el deseo pintado de manera imponente, como dos magnetos que la atrajeron con una fuerza descomunal.
Fue su cuerpo el que reaccionó a la atracción en un deseo primitivo y descontrolado, se inclinó hacia él y unió sus labios con nerviosismo en un beso torpe.
Separó su rostro, involuntaria y traicionada por su cerebro, que le gritaba una alerta, pero fue el cosquilleo en su pecho lo que la hizo sonreír.
Nolan abrió más los ojos para confirmar, una vez más, la aprobación en su semblante, y en cuanto ella le dedicó una mirada abrasadora, respondió en un beso hambriento, deseoso por recobrar el tiempo perdido. Tomó su rostro con firmeza para permitirse besarla más amplio, más ferviente, húmedo y explorador, y ella, siguió el ritmo en la misma medida. Como si el tiempo que estuvo evitándolo, en lugar de enfriar las cosas, las contuvo para liberarlas desbocadas e insaciables.
Apretó sus amplias manos alrededor de su cintura, comenzando una contienda por quien saboreaba más del otro. Una contienda de mordidas y ávidas lamidas.
Day envolvió su cabeza con ambas manos y tiró de su cabello con fuerza, haciendo que Nolan ahogara un gruñido en la garganta, despegara los labios de los suyos, y bajara por su barbilla, dejando un camino de besos por todo su mentón, recorriendo su cuello, y llegando a sus clavículas.
Y mientras más saboreaba, y más deslizaba la lengua por su piel, más hambre sentía. Recorriendo más, bajando más. Se estaba dando un festín repartiendo mordidas y estrujones entre sus pechos y su abdomen.
Deslizó las palmas, dejando caricias ásperas en sus muslos y asentaderas, dando apretones esporádicos que la hacían arquear la espalda.
Day empujaba sus caderas, su cuerpo, todo de ella, intentando meterse en la piel de Nolan. Porque el sentimiento codicioso de que no era suficiente, le estaba ardiendo en la piel, entre los muslos, y agitado en el pecho. Arañó su espalda, en una súplica disfrazada de exigencia, y él respondió hambriento, enterrando los dedos en sus posaderas contra su cuerpo con fuerza desmesurada. Day liberó un quejido como respuesta que lo dejó rígido. Alejó su rostro para observar el de ella, preocupado de haberla lastimado, pero su semblante le dejó claro que no.
Tenía la mirada centelleante, acuosa, los labios hinchados y rojizos por los mordiscos, las mejillas encendidas, y un ligero temblor en sus músculos. Se acercó a ella, le besó la mejilla, y habló:
—¿Te lastimé? —susurró contra su boca.
Day negó con lentitud, pasando saliva como si de un puño de arena se tratara. Intentó regular su respiración temblorosa, maldijo por dentro por haber roto la mágica atmósfera, y darle paso a los pensamientos divididos que le envenenaban el pecho.
Nolan subió las manos a su cabeza, haciendo caricias circulares en su cuero cabelludo y uniendo su frente con la de ella.
—Perdóname —rogó por lo bajo.
—No... —se apresuró a responder—. No te disculpes.
—Si debo, fui muy brusco. Tienes que decirme si soy muy rudo. Yo no... No sé bien cómo tratar con... —divagó el pensamiento, y bailó la mirada entre los ojos de Day y sus labios.
—¿Con qué? —preguntó confundida.
—Pues... —carraspeó la garganta, como si hablar le llenara la boca de ácido y le costara trabajo pronunciarlas—. Con esto.
A Day le sorprendió tanto la revelación, que dejó de lado su propio juicio.
—¿Estás diciendo que nunca...?
Nolan negó una sola vez.
—¿Qué? —preguntó estupefacta, más para sí misma que para él—. No te creo.
Alzó una ceja escéptica, ligeramente ofendido.
—¿Estás diciendo que tú sí?
—Claro que no, pero de mí es algo que se esperaba. En cambio, tú... Es decir, por favor, Nolan. Siempre estás rodeado de chicas, y... ¿Y qué hay de Madison?
Soltó un bufido nefasto y desvió la mirada.
—Madi es tonta y cansona.
—Pero si se la pasa contando historias asquerosas contigo, ¿por qué no las desmientes?
—Porque descubrí que la mejor manera de que los tíos dejen de joderte con que pruebes el sexo, es haciéndolos creer que lo tienes.
Day alzó ambas cejas, porque le pareció que tenía mucho sentido, aunque no terminara de creérselo
Solo hizo falta que se tomara unos minutos para rememorar todas las veces que vio a Nolan entre amigos, entre mujeres, y se dio cuenta, de que jamás lo vio tomado de la mano con alguien, enrollándole la cintura, o tonteando con alguna. Sino que, sí, se le veía siempre rodeado, recibiendo de su atención, pero jamás devolviéndola.
Hizo una mueca desencantada, sintiéndose demasiado bruta por no haber sido más atenta.
—¿Qué pasa? —preguntó él, al ver su expresión frustrada.
—No, nada... es solo... que no lo entiendo.
—¿Qué cosa? ¿Qué no haya tenido sexo como un adolescente normal? —dijo, conteniendo una risa en una mueca torcida.
—Dicho así, suena mal.
—Porque lo está. ¿Por qué es más normal que uno se revuelque todo el tiempo a que no lo haga?
—No dije eso —gruñó fastidiada.
Liberó una risa enternecida y besó su frente para después atrapar su mirada.
—Lo sé. Pero a mí me parece algo importante.
—¡A mí también! —replicó ofendida—. Ahora tengo vergüenza.
—Debería darte —dijo sonriendo con ironía—. No pareces criada por el club de las madres divorciadas.
Day reventó una carcajada melódica que le agitó el pecho, y él tuvo que respirar profundo para no besarla completa.
—Pues la tonta y cansona de Madi ha dicho un buen chiste —dijo divertida.
—Podemos dejar de hablar de Madi, ¿por favor?
—Si, lo siento, tienes razón.
—De Madi y de cualquier otra burra que se te ocurra.
—Vale. Prometido.
Deslizó su brazo por la cintura de Nolan y recostó su cabeza en su hombro sonriente.
—Supongo que nunca terminas de conocer a una persona —añadió pensativa, retomando el tema anterior.
—Nos quedan muchas primeras veces, Day.
Nolan alzó los dedos y acarició su cabello, desde la raíz, hasta las puntas, disfrutando de la suavidad y los brillos de su color dorado. Suspiró, sintiéndose dichoso, y buscó su mirada, que ya se encontraba posada en él, lo que le extendió una sonrisa en el rostro.
—Además... —comenzó a decir con sonrisa luminosa—. Hace mucho que dejo ese privilegio solo para tí. Así sea regalar un muñeco... o a mí mismo.
Day no fue capaz de desviar la mirada de la de él, aun y con el escozor que sintió al oír su confesión. Apretó los labios y con ellos, las ganas de llorar.
Porque lo sabía, lo sentía. Estaba segura de que, en cuanto eso, ambos estaban en la misma sintonía. Que ella también quería regalarse a sí misma, dárselo todo, y ser suya. Pero la rivalidad en su cabeza le amargaba el sentimiento, y no la dejaba disfrutar enteramente de todo eso tan maravilloso que tenía enfrente.
Nolan percibió la pelea interna que estaba viviendo, y quiso darle calma acariciando su mejilla con el pulgar. No dijo nada, más que dedicarle unas caricias y una mirada tranquilizadora que le dejara claro, que no la dejaría nunca. Ni esa noche, ni esa vida.
—¿Qué estamos haciendo, Nolan? —dijo en un lamento.
—Ser nosotros —respondió aterciopelado.
—Está mal.
—El amor no puede estar mal.
—Lo es si está bajo el mismo techo y regido por un maldito sistema que no funciona.
—Sí, no funciona. Pero no es eterno tampoco.
—¿A qué te refieres?
—Te quedan solo dos años de instituto —explicó seguro—. Después de eso, cada uno irá a una universidad distinta...
—Y vivirá en un lugar distinto —reflexionó maravillada.
Él asintió una sola vez, y le sonrió enternecido.
—Dos años no es mucho —dijo por lo bajo—. ¿Cierto?
—No lo es —aseguró deslumbrado.
—¿Crees que podamos ocultarlo por ese tiempo?
Él fingió pensarlo conteniendo una risa.
—Hemos ocultado secretos por más tiempo que eso —alardeó seguro y ella rio.
Su sonrisa desbocó el pecho de Nolan y estrujó los brazos a su alrededor, uniendo su cuerpo al suyo hasta que sus frentes se tocaron. Day lo miró encendida, con la sonrisa pícara de quien piensa en una travesura que le provoca un éxtasis corporal.
—Un secreto más, un secreto menos —dijo divertida, rozando sus labios con los de él al hablar.
—Trato hecho —sentenció, rematando con un beso húmedo que compartieron bajo las sábanas.
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