Prólogo

Un beso es todo lo que quiero. Un beso, y dejaré todo atrás, olvidaré este enamoramiento sin sentido que tengo por el mejor amigo de mi hermano mayor.

    Él lo sabe. Que la razón por la que ahora me muestro tan osada y desinhibida, es porque quiero sacarlo de mi sistema hasta que ya no pueda reconocer su voz. Así que, ¿por qué le cuesta tanto hacerlo? No es nada del otro mundo. Solo es un estúpido beso, ¿qué mas le da? No es como si realmente albergara algún sentimiento romántico hacia mí. Aunque quizás esa sea la razón. Sé que está mal, pero necesito ser egoísta por mi propio bien.

Tengo que olvidar a Eric.

    Vuelvo la vista hacia esos increíbles labios que tiene y humedezco los míos, sedienta. Quiero besarle ese labio inferior y morderlo fuerte. Quiero dejarle una marca que sea tan permanente como lo es él en mi vida. Desvío la mirada a sus ojos, a esos iris que me miran como si luchara una batalla interna. Me acerco aún más, juntando nuestros cuerpos sin dejar espacio entre nosotros, lo cojo de los bolsillos delanteros de sus jeans y me pongo de puntillas hasta llegar a su altura.

Nuestros labios están por tocarse. Puedo olerlo y casi saborearlo. Mi cabeza da vueltas. Con lentitud, voy a su cuello para aspirar su aroma. Me siento poderosa cuando da un respingo.

Eric no está acostumbrado a esta Mel, a esta niña de mami y papi, a esta pequeña hermana de su mejor amigo.

    Deslizo mi mano hasta su pecho de forma lenta y precisa, con deseos de saber si tengo algún tipo de efecto en él. No espero mucho, pero necesito saber por el bien de mi propio orgullo; si al menos en este momento él me ve como una mujer.

    Entonces sucede.

Su corazón se salta tantos latidos que creo que está por romper su caja torácica. Mierda. Eso me hace aún más osada. Sostengo la parte trasera de su cabeza y lo acerco como si le fuera a contar un secreto.

    —Bésame —susurro en la oscuridad de la noche.

    Eric niega con la cabeza sin dejar de observar mis ojos, luego mis labios y luego mis ojos, para volver a repetir el movimiento. Frunce el ceño de tal manera que pareciera como si le estuviera doliendo y no tuviera más opción que aplicar ungüento.

Entonces me doy cuenta que él también lo quiere. Al menos ahora. Justo en este momento.

    —No te tomaba por cobarde. Parece que después de todo no eres como te imaginé.

    No se lo traga. Esas palabras no tienen el efecto que esperaba. Joder. Necesito algo más fuerte, más contundente. Pero tampoco quiero que me bese por compromiso o como una tarea que aún no está completa. Quiero que lo quiera. Quiero que me desee.

    —¿Sabes? Creo que mi amigo Estefan estaría más que feliz de tenerme entre sus brazos. Quizás estoy apuntando hacia donde no debería.

No sé si fueron mis palabras o el tono de voz que empleé en ellas, pero algo de ese comentario hizo mella en Eric, porque me toma de la cintura y sostiene mi cuello entre sus dedos. Se ve furioso, me taladra con la mirada y aprieta la mandíbula sin ningún tipo de sutileza, pero en vez de atemorizarme, fuego ardiente corre por todo mi cuerpo dejándome casi sin respiración.

    —No sabes en dónde te estás metiendo —Advierte sin dejar de observar mis labios.

    Entreabro los míos, invitándolo a tomar todo de mí, como yo quiero todo de él. Entonces aplasta su boca contra la mía como si estuviese molesto. Toma mi cabello en un puño y da un suave pero decidido tirón hacia abajo buscando profundizar el beso. No lo detengo, quiero que haga conmigo lo que se le antoje. Busco sus labios con la misma fuerza que él busca los míos.

De un momento a otro, siento que me lleva hacia la pared más cercana y me retiene allí, presionando su cuerpo contra el mío. Ambos gemimos como si nos faltara el aire. Entonces detiene el ir y venir de sus manos sobre mi cuerpo, y me mira con tanta intensidad que quema.

Todo mi cuerpo se estremece por su mirada. Puedo sentir cuánto quiere esto, así que elevo mi pierna para rodear su cintura y darle más acceso a aquello que pulsa de necesidad.

    Error.

    Eric se aleja como si yo estuviera en llamas.

    —¡Mierda, mierda, mierda! —dice a la nada con la cabeza gacha mientras niega una y otra vez.

    Trago en seco porque sé lo que pasará ahora, pero nada se siente tan doloroso como la mirada de arrepentimiento que muestra en su rostro una vez se ha calmado.

    Fue un disparo directo al corazón.

    Dicen que el primer amor es el recuerdo de algo bonito. El mío nunca estuvo tan presente en vida.

    Se sintió eterno y a la vez fugaz.

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