8. De canciones y corazones

Álex no me ha quitado los ojos de encima desde hace varios días. Cree que no me he dado cuenta de las miradas furtivas y sus sonrisas secretas. Es un poco perturbador, la verdad. No solo por el hecho en sí, sino también por lo rápido que me he acostumbrado a sus... cosas perturbadoras.

Mara, David y Nando, son los que han pasado más tiempo con él. En ocasiones, Álex y yo cruzamos palabras, pero no más allá de un rápido «hola, qué tal» y un «hasta mañana». Hay asignaturas en las que coincidimos. Como las obligatorias. Mientras que en las optativas, no. Mejor así, su presencia ya es demasiada como para querer añadir más.

Pese a que ahora lo conozco un poco más, hay algo en él que me impide tener esa rápida cercanía que tengo con cualquier otra persona. Desde mi primer año de universidad, no he tenido inconvenientes a la hora de socializar, incluso, la mayoría de las veces, soy yo la que se presenta primero y entabla conversación de inmediato. Creo que es su aura intrigante lo que me detiene. Aparte de Eric y mis pocos amigos, nunca he sentido esa atracción por querer conocer a nadie.

Definitivamente me pasa con Álex.

Eso me preocupa, porque no estoy segura de sus intenciones. Me considero bastante buena a la hora de conocer los verdaderos motivos de una persona, pero con Álex, se torna difícil saber lo que piensa. Nadie puede ser tan transparente y a la vez tan misterioso. Sus acciones corresponden con sus palabras, incluso sus gestos, pero no logro ver más allá de lo que él permite que se vea.

Hasta el momento, todo lo que sé de él, es porque los chicos vienen con el cotilleo al decir que: tiene la misma edad que nosotros, le gusta el surf, bucear e ir a la montaña. Se mudó a la ciudad un día antes de asistir a la universidad —es decir, hace dos semanas. El porqué de su repentino cambio de domicilio, aún no lo sabemos—. Vive solo en el centro de la ciudad, pero quiere recorrer todo Aristegui para conocer un poco más de sus habitantes, ambiente y mejores lugares nocturnos para pasarla bien con los amigos.

Se me hizo de lo más confuso que, al ser una persona que se lleva bien con todos sus compañeros de estudios, con los únicos chicos que va a todas partes, es con Mara, Nando y David. A veces siento que algo se trae entre manos, pero luego pienso que mis amigos son lo más increíble que existe, y entonces comprendo su decisión de querer pasar más tiempo con ellos que con el resto de estudiantes.

Alex continúa sentándose en el sitio prohibido. La razón del porqué no le he dicho nada, me lo sigo preguntando. Tampoco es que esté a gusto con que invada mi espacio, pero, al mismo tiempo, no me molesta. Es un tanto incómoda la situación porque durante cuatro años hemos estado yo y ese pupitre, solos. Ahora que alguien lo ocupa... no sé cómo sentirme, pero no está del todo mal.

Supongo que al fin y al cabo, Álex me cae un poco bien.

Una rubia de melena corta y ondulada con un lunar justo debajo del ojo izquierdo, se aproxima con lentitud hacia mi dirección: en un escalón de las escaleras que dan al parking de la facultad.

—¿Ya marchas a casa? —Mara se sienta a mi lado y saca una botella de agua de su bolso.

Es obsesiva cuando se trata de hidratarse. Yo le digo que en vez de sangre en las venas, lo que tiene es agua. Mucha agua.

—En un par de minutos. ¿Y los demás?

—Nando en apuros intentando zafarse de sus fans. David... bueno, básicamente lo mismo. Me pregunto cuándo es que dejarán de ser tan amables con todo el mundo. Y a Álex, creo que lo vi hablando con el director. Extraño, dado que el director nunca aparece por estos lares si no es por algún compromiso con la universidad. Que yo sepa no habrá ninguna actividad en los próximos días.

—Sus motivos tendrá, eso es seguro.

Mara asiente en acuerdo, guarda la botella y se gira para observarme.

—Me he dado cuenta de las miraditas de Álex.

—Oh, eso.

—Sí, oh, eso —se burla—. No sabía que también te habías fijado.

—El chico no es que sea muy sutil que digamos. Puedo creer que ni le importa ser sutil.

—Creo que le gustas.

—Sí, le gustaría verme a tres metros bajo tierra.

—No seas así.

—Sabes que es cierto. La mayoría de las veces lo que hace es molestarme. Me pone de los nervios.

—Pues, el que te pone de los nervios está mirando hacia acá y creo que sus ojos están puestos en ti. Y puedo asegurarte que esa mirada no tiene nada que ver con hacerte sufrir. Al menos, no ese tipo de sufrimiento.

—¿Puedes dejar de observarlo? Es incómodo.

—Incómodo para ti,. Yo disfruto de las vistas, de ese andar tan animal que tiene: como de un leopardo cazando a una gacela. De ese cuerpo fuerte y grande que promete muchas cosas. De su cabello castaño y alborotado. De su mandíbula, nariz y pómulos perfectamente cincelados. Pero, sobre todo, de su boca. De esos labios que quieren ser besados...

—Bájale dos, Mara. ¡Jesús, cuánto hace que no...

—¡Calla, no quiero ni recordarlo! —suspira dramáticamente y me mira—. ¿Y tú?, ¿has tenido acción últimamente? No pareces relajada y mucho menos satisfecha.

—Para, deja de escanearme.

—O sea, que tú tampoco —dice en un tono desanimado—. Es tan difícil encontrar a alguien hoy en día que te genere un mínimo de interés.

—Y que lo digas...

—¡Hola, chicas! ¿Qué hacéis?

Una sonrisa se asoma en sus labios y puedo ver lo que dice Mara. Álex es realmente guapo.

—Estábamos hablando de ti —responde Mara.

—Espero que solo de cosas buenas —replica Álex socarrón.

—Oh, si, créeme, eran cosas muy buenas.

—Continúa. Quiero escuchar más.

—Pues te cuento, en cuanto vi que querías unirte a nosotras...

—Bueno, yo ya voy tirando a casa —interrumpo de inmediato. Me levanto y sacudo con las manos la parte trasera del pantalón.

Mara y Álex comparten risas por lo bajo.

Hasta ahora no había notado que eran más cercanos de lo que pensaba. Álex cautivó a mis amigos por completo.

—¡Joven Obregón! ¡Joven Obregón! —se escucha una voz a lo lejos.

Una voz que me irrita a grandes niveles. No hago caso, más bien busco con la mirada la forma más rápida y efectiva de huir. No quisiera que el director cambiase de parecer y decidiera mantener una pequeña plática conmigo en vez de con su pronta víctima. Le susurro a los chicos que nos marchemos de inmediato, pero Álex se remueve incómodo desde donde está. Lo taladro con la mirada porque no se está levantando, pero al ver que no tiene intenciones de escapar con nosotras, decido que debemos dejarlo atrás.

—Espera. Creo que el director está llamando a Álex —dice Mara con la vista a mis espaldas.

—Sí, es a mí a quien llama —confirma Álex con cierta incomodidad.

—¡Oh, pero si son nuestra querida Mara Alcázar y Melisa Torres! ¡Qué bueno verlas por aquí! ¿Qué tal la familia?

Mara y yo asentimos con una sonrisa a boca cerrada. Luego observo a Álex, en espera de que el director tome la indirecta y se concentre en la persona que vino a buscar.

Lo hace.

—Oh, joven Obregón, su padre me ha llamado con urgencia ya que al parecer usted no podía atender al teléfono. Me comentó que le esperara en la salida de la facultad porque vendrá a buscarlo.

—Mi padre no está en la ciudad —dice Álex con un tono de voz que nunca le había escuchado.

Su expresión facial también ha cambiado por completo. Es como si la persona que está frente a mí, no es el chico juguetón y arrogante que conozco, sino alguien totalmente distinto. Este nuevo Álex es una máscara de indiferencia, carente de emociones.

—Aterrizó esta mañana. Negocios, me comentó —el director muestra una gran sonrisa.

Lo más probable es que haya recibido una donación de parte del padre de Álex.

—Gracias por la información —dice Álex sin más, dando por finalizado el encuentro.

El director entiende que es hora de volver por donde vino y se despide educadamente y con halagos hacia nosotros.

—Obregón. Obregón. Obregón —repite Mara con los ojos cerrados—. ¿De qué me suena ese apellido?

Yo me pregunto lo mismo. Ese apellido lo he escuchado en alguna parte pero no recuerdo dónde o porqué. Diviso que Álex no se ha movido del sitio y su mirada se mantiene fija por donde el director marchó.

—¡Lo tengo! —grita Mara emocionada y, luego con sorpresa, se dirige a Álex—. ¿De casualidad eres pariente de Hugo Obregón?

En cuanto Mara formula la pregunta, la respuesta viene a mí en cuestión de segundos.

Mierda.

—Es mi padre —dice Álex.

Eso era lo que me temía. Hugo Obregón, el hombre más rico del país.

Mara y yo intercambiamos miradas de incredulidad y confusión. No sabemos qué hacer en esta situación. Álex continúa de pie con la vista en el infinito y las manos en puños cerrados que le hacen emblanquecer su piel de lo fuerte que está apretando. Es evidente que hay una historia entre Álex y su padre.

—Álex —lo llamo, pero él sigue en la nada. Me ubico frente a él, un escalón más arriba—. Álex —repito sin éxito.

La situación me preocupa. No sé qué hacer para llamar su atención. Tampoco quisiera recibir su enojo por interferir en sus pensamientos, pero, hay algo en él que me inquieta. Siento que debo hacer algo para sacarlo de esa bruma que lo rodea. Así que sin pensarlo, coloco mis manos sobre su rostro y le acaricio una mejilla.

Él parpadea como si estuviera somnoliento y luego, con lentitud, posa su mirada en mí. En ella veo una fragilidad que me sorprende, y solo quiero abrazarlo y decirle que todo irá bien, pero en lugar de eso, lo observo con impotencia.

—¿Todo bien en casa? —dice al cabo de un rato.

Y con esas simples palabras, respiro y sonrío con alivio porque sé que todo está bien porque él ha regresado.

Sin embargo, no estaba preparada para lo que vino a continuación.

Álex me envuelve entre sus brazos de forma tan repentina que abro los ojos en sorpresa por lo inesperado de su abrazo. Mis brazos están tiesos en sincronía con mi estupefacción. «Gracias», murmura, y en un rápido movimiento me libera de su apretón.

Al segundo, dos personas me miran con diferentes expresiones faciales. Mara, boquiabierta, Álex, como esperando una respuesta. No tengo una. Ni siquiera sé cómo comportarme en este momento. Abriría la boca de par en par como Mara si no estuviera en el lado receptor. Estos últimos minutos del día han sido muy extraños. Mi cabeza no sabe cómo reaccionar, parezco una ardilla asustada que ha dejado caer al río a su preciosa bellota.

—¡Vaya, pero mira que horas son! Meli, debemos irnos que llegamos tarde —acude Mara en ayuda.

Logra que salga de mi aturdimiento y reacciono. Giro la muñeca izquierda. El reloj marca las cinco y media.

—¡Uf, hay que salir pitando! ¿Nos vemos mañana? —me dirijo a Álex que nos observa con sospecha.

—Claro, aquí estaré.

Cuando nos despedimos, Mara y yo caminamos como si tuviéramos el culo en llamas. Nos dirigimos al parking.

—¡¿Qué mierda fue aquello?! —exclama Mara con la respiración agitada.

—No tengo ni idea.

—Joder.

—Sí, joder.

Vuelvo la vista hacia atrás y Álex sigue allí. De brazos cruzados y apoyado en la baranda con una gran sonrisa en el rostro.

Mierda. Sabía que no se había tragado nuestro teatro.

—Eh... ¿Melisa?

Mara y yo frenamos en seco. El coche de la familia y Eric, se encuentran a menos de un metro de nosotras, con la manos dentro de los bolsillos delanteros de unos jeans que le quedan como un guante. Lleva un polo blanco que se ajusta en todos los espacios correctos. Las Ray-Ban aviador completan su indumentaria.

—Joder —dice Mara en un susurro.

—Eric, ¿qué haces aquí? —pregunto.

—Oh, pensé que sabrías que vendría. Gabriel me dijo que tienes el coche en el taller y que necesitabas desplazarte. Que él estaba ocupado y no podría venir, al igual que Grecia y Briana porque se encuentran fuera de la ciudad por trabajo.

Sé toda esta información. Siempre hablo con Briana, Grecia y mi hermano. Lo que no sabía era que mi coche estaba en el taller y no a unos cuantos metros en la sombra del parking de la universidad.

Hermanito, hermanito. Cuando te vea tendremos una conversación.

—¿Hablamos luego? —me dirijo a Mara mientras me preparo para entrar al coche.

Eric asiente a Mara a modo de despedida y bordea el auto para sentarse en el lado del conductor. Mi amiga le sonríe pícara y luego me mira y levanta el pulgar guiñando un ojo. Niego con la cabeza y me uno a Eric en el lado del copiloto.

Minutos después, en el tráfico de la ciudad, la melodía de Nuvole Bianche de Ludovico, nos acompaña. Sé que es su melodía y pianista favorito. Le gustaba escucharlo cuando pintaba.

Quisiera ver alguno de sus cuadros al completo. Desde pequeña solo pude captar trazos y lienzos a medio terminar. Siempre me pregunté qué estilo y forma de pintar tenía Eric. Me hubiese gustado verlo a través de sus pinturas. Era una obra de arte contemplarlo mientras movía el pincel. Sus ojos brillaban de emoción y alegría apenas contenida, se podía notar que pintar era su pasión, su vida.

—¿Has cenado? Podemos ir a algún sitio, si te apetece—lo veo tragar con dureza y no puedo evitar que se dibuje una sonrisa en mis labios.

Me imagino lo mucho que le ha costado decir eso.

—No son ni las seis —río por lo bajo.

—Oh, claro, yo... no me había fijado en la hora.

Sus manos aprietan el volante y las venas y músculos de sus brazos sobresalen.

—Podemos dar una vuelta y luego ir a comer algo —propongo.

Eric emite un sonido en acuerdo y luego respira hondo, como si estuviera calmando sus nervios. Yo misma lo estoy haciendo. Desde su cumpleaños y ese beso que compartimos, no hemos vuelto a hablar, ni siquiera cruzar palabras o encontrarnos en algún lugar social. Aquel día del beso, de su cambio radical de personalidad y de todo; cuando llegué a casa, no pude conciliar el sueño. Me quedé sentada en la cama, aturdida, enumerando los momentos que se sintieron tan irreales para mí.

«¿Quién eres, Eric?», es lo que quiero preguntarle pero no me atrevo. Tengo miedo de saber algo que me hará cuestionar lo que siento por él. Sin embargo, no sé de qué otra forma puedo llegar a conocerlo. Conocerlo de verdad. No esas pequeñas cosas como su música favorita.

Aunque existe esa variable que tanto me asusta: la verdad.

Sé que Eric oculta algo más no me atrevo a averiguar el qué. No ahora, no en este momento. No es un misterio saber que le estoy dando largas al asunto, incluso creo que Eric también lo hace.

Aún no estoy segura de qué es lo que siente Eric por mí más allá de una atracción física. Algo me dice que es posible que sus sentimientos por mí sobrepasen esa atracción física. O tal vez es lo que quiero creer, no lo sé.

¿Me estoy aferrando a un imposible?

Soy una cobarde por no desear una respuesta.
Eric aparca el coche, se desabrocha el cinturón de seguridad y se queda allí sentado con la vista al frente. No sé en qué estará pensando, hace un tiempo que ya no lo sé. Él es un impenetrable muro custodiado por un centenar de soldados que lo protegen de cualquier persona que intente siquiera hacer una grieta en la muralla. Detrás de ese muro se encuentra su corazón, guardado en un cofre sin cerradura. ¿Seré yo quién logre liberarlo? O tal vez es allí donde pertenece su corazón.

Hago acopio de todas mis fuerzas y lo miro. Necesito intentarlo, lograr algo, lo que sea; o quizás después de todo, lo que debo hacer es darme por vencida. Eric se percata de mi movimiento y hace lo mismo. Me observa con esos ojos tan negros como el mismo cielo en una noche sin luna pero inundado de estrellas.

La intensidad con la que sus ojos me contemplan hace que mi corazón tropiece y se salte varios latidos.

Es doloroso, tanto que me corta la respiración, así que, ¿por qué quiero seguir sintiendo esta punzada que me hace sangrar?

No quiero llegar a un punto en donde ya no pueda razonar, en donde pierda por completo todo raciocinio y solo pueda funcionar con la voluntad de mi corazón.

No puedo permitirlo.

Cuanto más rápido termine todo, más fácil será recoger los pedazos.

—¿Qué estamos haciendo, Eric? —pregunto decidida a obtener una respuesta.

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