⸙ Serendipia.


Serendipia❜  un descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual.

Con cautela miraba pequeñas obras de arte que se encontraban colgadas en las paredes, donde demostraban obras de artes hechas por diferentes e increíbles autores reconocidos en el mundo, como Da Vinci. Sus brazos estaban cruzados y sus piernas danzaban en el suelo para poder así observar mejor las obras y estatuas de aquel lugar. Aquel museo al que visitaba era el más interesante que había visto, tenía mucha historia y pinturas que a muchos le encantaría; pero pocos le daban el tiempo que se merecía. Pero Ronnie era diferente, ella era apasionada por esto y aspiraba a tener una de sus obras colgadas en algún prestigioso museo.

Una curiosa sonrisa salió de sus labios color carmesí, al notar como dos manos se tocaban solamente con su dedo, en uno de los marcos que se encontraban colgados en la blanca pared. "La creación de Adán" leyó en una de sus esquinas, y supo que era de ese lugar la foto que salía en cada rincón del mundo. Ya sea en cuadros, pinturas, maquetas, fotos y libros. Aquella obra de arte se había vuelto su favorita, por los colores, por sus formas y su significado. Sin duda Miguel Ángel había creado una hermosa obra de arte que a muchos le había encantado, incluyendola. Siguió su recorrido por el largo pasillo y sus ojos se detuvieron en una de las estatuas que tanto le llamó la atención, una estatua de una mujer que demostraba autoridad y seguridad y lo que más le llamó la atención fue que en su mano, sostenía un bastón que era idéntico a los que llevaban los guerreros medievales, donde demostraban su ego, su naricismo, demostrando que allí mandaban ellos, la autoria del pueblo y su rey el cual deben de brindarle su respeto.

Los ojos de Ronnie paseaban por todo el museo, observando y admirando cada rincón de este. Hasta que en un momento dado estos miraron con curiosidad una melena pelirroja. Se saben que hay miles de personas con cabello pelirrojo, pero a la más baja le resultaba conocido. Esa melena era puesta para atrás de sus hombros por unos finos y sutiles dedos, dejándola ver con curiosidad el rostro que tenía aquella mujer dándose finalmente a conocer. De algún lado le resultaba conocida, de algún lado vio ese cabello, esa nariz delicada, y ese perfil tan delineado y perfecto, aquellas pecas que estaban salpicadas en su piel blanquecina. Por lo que pudo observar la susodicha se encontraba mirando una obra de los tantos autores que se encontraban en aquel museo, uno de sus dedos se posaba sobre su barbilla y su brazo se encontraba debajo del otro contra su pecho, y sin duda conocía a esa pelirroja... ¡Claro que la conocía! Era Samantha, aquella mujer la cual no había dejado de pensar, esa mujer que se metió en su mente y no tenía pensado salir, esa mujer que se robo las sonrisas de Ronnie a la medianoche y la ponía algo nerviosa cada vez que esta era recordada. Sus ojos se entrecerraron para descifrar si verdaderamente era ella y se acercó a pasos lentos, tan lentos que la ojimarron era idéntica a una tortuga, si se arrastraba por el suelo ya hasta era una. Cuando dio algunos largos pasos hasta la mujer, ya daba por hecho y confirmando que sí era ella.

Tenía planeado romper el hielo. Animarse a hablarle, pero una extraña sensación en su estómago estaba evitando que eso sucediera. Un hormigueo en sus manos daba indicios que se encontraba nerviosa y temía que las palabras no pudieran salir de boca. En su mente se reprochaba por ser tan idiota y llegar a estos niveles timidez. ¡Vamos es solo una mujer! Se decía ella tratando de convencerse y con un ligero ceño fruncido en su rostro. Cuando sus ojos se fueron una vez más a la susodicha, pudo darse cuenta que está observaba con admiración una de las obras de DaVinci. Con su inteligencia y sabiduría en el mundo del arte y en los cuadros, se decidió en ir a hablarle.

Este es mi momento, susurro para sí misma en una ayuda para tranquilizarla.

──...Mona lisa. ── exclamó la ojiazul al caminar hacia la mujer que se encontraba concentrada viendo la pintura. Se paro a su lado y sus manos, que se encontraban sudadas, se cruzaron delante de su abdomen tratando de disimular sus nervios. La mujer se dio vuelta para poder ver quién le estaba hablando y la miro con un rostro lleno de sorpresa; al parecer esta se había dado cuenta que era ni nada más, ni nada menos que Roonie, la chica que conoció en la biblioteca el otro día. También le pareció curioso que estuviera a su lado, aunque era obvio ya que la pelinegra le encantaban los cuadros y que en la mayoría de los tiempos pintaba algunos. Samantha recordó cuando en la última vez está se lo comunicó. Y al parecer le agradaba la coincidencia de encontrarse ya que una sonrisa se asomó por rostro, provocando que sus pómulos se elevarán hasta arriba. ──Así se llama la pintura. Mona Lisa, bueno en realidad se llama La Gioconda.── dijo la ojimarron devolviéndole la sonrisa y en cierto modo ambas se alegraban de haberse encontrado, de haber coincidido una vez más.

──Si, de hecho es una excelente pintura a mí parecer. Da Vinci es un gran artista sin duda.── Con una mano en su mentón desvío su mirada de la pintura y se enfocó en la pelinegra que tenía enfrente de ella, analizando cada centímetro de su rostro nuevamente, como si no lo hubiese hecho antes y una vez más se perdió en la cuenta de las pecas de la contraria. ── La última cena es una prueba de su excelente trabajo y talento.

Ronnie asintió ──Tiene unos colores muy estéticos y bellos.── Dándole un último vistazo a la pintura tratando de recordar toda la historia que llevaba aquella obra, toda esa historia que le habían contado en quinto de secundaria y que a sus veinticuatro no lograba recordar la mayoría, pero lo que si lograba hacer memoria en que está pintura era tan famosa por su misteriosa sonrisa y era que si mirabas hacia sus ojos está sonreía, pero si mirabas sus labios está no lo estaba haciendo. Era increíble lo que él pintor logró en un simple lienzo. Ella aspiraba a eso, quería demostrar todas sus habilidades en la materia. Causar curiosidad, emociones, sentimientos. ──Por lo que ya te venís dando cuenta, soy una gran admiradora del arte.── esta exclamó con una pequeña risa y elevó sus hombros con diversión, provocando un contagio de risa en la contraria.

──Si, me he dado cuenta, cariño.── dijo la ojimiel sin darle vergüenza en haberle dicho aquel apodo. Pero provocó en la contraria un sonrojo que hizo sonreír de oreja a oreja a Samantha. ──Te vez linda sonrojada ¿Te lo dije?── alzó una ceja con diversión y la otra negó viendo para otro lado y así no tener la mirada de la pelirroja clavada en su sonrojo.

──¿Es la primera vez que vienes aquí?── murmuró tratando en un intento fallido de simular lo avergonzada que estaba. Era obvio que sus mejillas la andaban delatando.

—Es la primera vez que visito este museo a decir verdad y me ha encantado. Tiene muchas cosas interesantes, me atrevo a decir que más que otros museos que he ido. Muchas obras y hay demasiado talento por acá y estoy fascinada de estar rodeada de tanto arte. Incluyendo usted señorita Ronnie. Sin duda es toda una obra de arte. ── guiño un ojo coqueta. Aunque no sabía bien la pelirroja de dónde salió ese impulso de tratar de hacerla sonrojar constantemente. Es que realmente se veía adorable, le parecía divertido hacerlo.

──Gracias, Samantha── susurro aunque aquello pareció ser más un murmuro. Sus manos se encontraban algo sudada y trató de secarlas frotandolas entre sí. ──Es el mejor museo del país ciertamente, por eso tiene muchas personas casi todos los días, los domingos claro que no, por ser...domingo.── con lo último que dijo soltó una pequeña risa contagiando a Samantha que admiraba nuevamente La Gioconda. ──Es bonito que este museo sea tan alabado, se lo merece por tanto esfuerzo que le metieron.

── Exacto.── asintio con su cabeza estando de acuerdo con ella.

El museo era de tener tantos buenos comentarios después de que lo restauraron y lo mejoraron. Antes este tenía goteras en los techos que por suerte lo arreglaron, y además tenía varias grietas en algunas paredes del museo. Luego de un año pudieron arreglarlo, traer nuevas pinturas y se atrevieron a traer estatuas griegas que a la gente le encantaba y recibía buenas críticas por eso. Este museo merecía tener visitas, tener gente que lo admire, lo recomiende y lo cuide. Ya eran pocas personas las que les importaba verdaderamente las obras que habitaban en un museo.

──Creo que ya es hora de irme. ─── Ronnie miro su reloj de mano que daban las 8:30 pm dándose cuenta que ya era demasiado tarde como para seguir en el museo, aunque la compañía le agradaba bastante ─Y vaya que bastante...─ ya era hora de irse o luego le daría mucho miedo ir sola con el auto, por miedo que le robaran o algo peor.

──Oh, si cierto, es tarde.── miro su celular confirmando lo que Ronnie decía y sus ojos se fijaron nuevamente en ella. ──Fue un placer volverte a ver Ronnie.

── Igualmente, Samantha.── sonrió de forma cálida y sincera. Su compañia lograba que se sintiera segura, cómoda, con confianza y agradeció que esta no le haya preguntado nada sobre sus baches en el arte. Sino en cualquier momento a esta se le escaparía aquel detalle de su última pintura.

──¡Espera, Ronnie!── dijo con un tono de voz más alto de lo normal y tratando de llamar la atención de Roonie, ya que se estaba dando la vuelta donde daría comienzo a su salida. Cuando la contraria la escucho, se dio vuelta a su dirección con un rostro lleno de curiosidad.

──¿Que sucede?── dio unos pasos más hasta la pelirroja y guardo sus manos en los bolsillo de su saco, esperando a que esta hablara.

──Es que...yo quería ── comenzó la más alta rascándose su nuca y con una leve mueca. ¡Vamos tu puedes! ¡Tu puedes! Se decía para ella misma y poder soltarle de una vez la petición que le haría a la más baja. ── Quería invitarte a tomar un café, claro si aceptas.── Al fin pudo decir aquellas palabras que tanto le costaba, sólo necesitaba una confirmación y estaría satisfecha.

Una sorprendida ojimarron la miraba a la contraria. No podía ser que a ella la estuviese invitando a una salida. ¿Será que se equivoco? No, no puede ser. Se trataba de decir ella misma. ──¡Claro! Acepto.── entusiasmada exclamó Ronnie haciendo que Samantha sonreirá feliz por el resultado de su petición.

── Entonces...Nos vemos en la cafetería que se encuentra a unos pasos de mi biblioteca.── aún con una sonrisa plasmada en su rostro, se acercó hasta la chica, quedando frente a frente. Ronnie sentía como un hormigueo en su estómago comenzaba a nacer. Trataba lo más posible de no posar sus ojos en los labios de Samantha o comenzaría su perdición. La ojimiel acercó lentamente sus brazos a la cintura de la contraria, y con delicadeza como si esta fuese una pluma, la abrazo con cuidado y con cariño, acercandola lentamente hasta ella. Y en ese entonces todo paso a ser segundo plano. Solo eran ellas dos sumidas en un abrazo. Ronnie se encontraba sorprendida ante tal acto que estaba ocurriendo, pero claro que no lo iba a desaprovechar y con sus brazos rodeo los hombros de la pelirroja, cerrando sus ojos y dejandose llevar, notando como esta forzaba aquel abrazo. Y como Samantha era más alta, Ronnie tuvo que alzar sus pies para poder así llegar un poco más arriba. En ese momento el museo era testigo del acto más dulce que jamás se vio. ──Adiós.── susurro en su oído, y antes de despegarse dejó un delicado beso en su mejilla para después marcharse, dejando a una pelinegra confundida, sorprendida y anonadada por aquel beso. La vio marcharse, pero realmente está quería que aquel abrazo nunca se hubiese terminado. Y con una mano en su mejilla y una espléndida sonrisa en su rostro, se marchó dejando el museo atrás.

Sin duda la mejor coincidencia que tuvo en su vida.

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