Epílogo
4 años después...
Joder con los eventos sociales. Joder con las personas que invaden tu casa. Joder con las sonrisas. Joder con los toqueteos de las personas que invaden tu casa. Joder con las sonrisas y los toqueteos de las personas que invaden tu casa.
Joder con todos los que están en mi casa en este momento.
Decido esconderme en la cocina, mirando por todos lados para escapar del lío que hay ahora mismo en el jardín trasero de nuestra casa. Mientras camino puedo escuchar el ruido de la música y el murmullo de las personas riendo y conversando. Me escapo de ello y voy al único lugar que en los últimos meses se ha vuelto mi santuario: la cocina.
Con las pocas fuerzas que me quedan, me empino sobre mis pies y estiro mis manos, en un intento de alcanzar la alacena. Mi única medicina está allí, pero es imposible alcanzarla.
¿En qué momento la han puesto más arriba?
Joder con la persona que ha cambiado de lugar mi medicina: mis preciadas galletas.
—¿Necesitas ayuda con eso? —Escucho una voz ronca a mis espaldas. Me doy la vuelta rápidamente y sonrío, aparentando inocencia.
Baxter parece saber qué estoy buscando exactamente, tiene los brazos por detrás del cuerpo, mirándome divertido.
Joder con él.
—No, solo estaba ordenando —miento descaradamente. Me cruzo de brazos, pero la blusa que llevo es tan ceñida y tengo las tetas tan grandes que se me desbordan por el escote. Baxter mira atentamente la piel expuesta.
Descruzo mis brazos. Por muchas ganas que tenga de tirarme sobre él, tenemos invitados y en cualquier momento podrían invadir esta parte de la casa también.
Obviamente Baxter no cree mi mentira.
—Vamos, gordita. Sé de hecho que hay galletas en la alacena y las estabas buscando.
Parpadeo.
Joder con Baxter por esconder mis galletas. Y joder con él por llamarme «gordita». Ya no me llama «bonita» desde que mi panza empezó a creer como una sandía a punto de explotar. Cuando llevaba a Zed en mi vientre sucedió lo mismo, pero en aquel entonces mi panza no era tan gigante como la que tengo ahora. Esta bebé ha hecho que engorde demasiado, mucho más que mi primer embarazo.
Joder con ella también.
Estoy tan furiosa con todo el mundo que no dejo de fruncir el ceño.
—No estaba buscando las galletas, solo... ordenaba. Alguien ha cambiado el orden de la alacena, y dado que Zed no alcanza, has sido tú —lo culpo. En parte porque tengo razón, y también para cambiar de tema.
Odio que siempre esconda mis galletas.
Bueno, técnicamente son de Zed porque las compramos para él en el supermercado, pero también son mis favoritas así que cada vez que tengo antojo –lo cual es todos los días–, vengo a aquí a comer sin que nadie lo sepa. Pero en todo este tiempo Baxter siempre lo ha sabido.
—Estás tratando de ocultar el hecho que te atiborrabas de galletas. Todos los días. Yo las escondo porque Zed se queja que sus galletas siempre desaparecen.
Me sonrojo furiosamente.
No puedo creer que Zed se queje con su padre. ¿Acaso no tengo derecho a comer galletas que yo misma he comprado?
—No puedes juzgarme. —Golpeo el aire con mi dedo—. ¡Tengo hambre! No he comida nada en las tres horas que pasé en esta maldita cocina preparando los bocaditos para hoy. Solo vine aquí a comer un poco de galletas porque ya estoy harta de que la gente me pinche la grasa todo el rato.
—Esa grasa es nuestra hija.
—¡Sigue siendo grasa! —Pincho mi bulto/panza para probar mi punto. Inmediatamente siento la patada más fuerte que alguna vez tuve por mis molestias—. ¡Oye! —le riño a mi estómago—. ¿Qué fue eso?
Baxter jadea.
—¿Te pateó?
—Me pateó —afirmo asombrada mirando mi panza—. Esta niña intenta escapar.
Se acerca y apoya su mano en mi estómago.
—Hazlo otra vez —susurra—. Pínchala. Suavemente.
Empujo el frente de mi estómago y ella patea. Justo ahí donde se encuentra la punta de nuestros dedos. Una sonrisa demasiado alegre se desliza por su rostro. Sus ojos brillan de emoción.
—Madie... —Tiene la voz rota, como si estuviera a punto de llorar.
—¡Mami, mami! —Escucho la voz de mi pequeño de tres años. Zed entra corriendo en la cocina—. Papá te está bus... ¡Aquí estás!
Rápidamente aparto la mirada de Baxter para posarla en mi niño. Sus mejillas regordetas y su amplia sonrisa, mostrando esos pequeños hoyuelos iguales a los de su padre, me sacan una gran sonrisa.
—Ya me encontró —digo, a sabiendas de que está aquí por eso. Nadie me puede culpar por esconderme en mi propio baby shower luego de haber aguantado los tocamientos de casi todos los invitados sobre mi panza. Es tan molesto que realmente necesitaba un respiro.
Baxter carga a Zed besándolo en toda la cara, despeinando su cabello castaño y sedoso, del mismo color que el mío. Sus ojos mieles se cierran al sentir las cosquillas de su padre por la barba incipiente que lleva.
—¡Ahí estás! —grita Tracy correteando al interior de la cocina. Nos sonríe mientras Zed se baja para tomar la mano de Tracy, ella está tan feliz de ser tía que probablemente es la favorita de nuestro hijo. Aunque ella y Megan se pelean por esa posición, Tracy es quien le lleva ventaja porque en este momento Zed toma su mano y la jala de vuelta al jardín luego de sonreírnos infantilmente. Tracy le grita algo, los dos se ríen al salir.
Aprieto mis manos detrás de mi espalda. Estoy nerviosa, no sé por qué lo estoy pero lo estoy, joder.
Baxter me besa con fuerza, luego pega su frente a la mía, suspirando de felicidad.
—Gracias, amor. —No tiene que decir nada más porque sé a lo que se refiere. Aplasto mi mano en mi vientre y me acaricio a mí misma. No vuelvo a sentir las pataditas así que me inclino sobre la encimera.
Sé que Baxter ha entrado porque es momento de partir el pastel. Ya luego de los juegos y abrir el regalo ha llegado la hora de repartir el pastel a todos los invitados. Él ha comprado dos pasteles, sabiendo los antojos de dulce que tengo en este embarazo, ha previsto mis caprichos y ha comprado un pastel de chocolate para mí sola –para comerla en el transcurso de la semana– y otra para los invitados de hoy.
Antes que pueda cargar con el pastel para hoy, también de chocolate, lo detengo.
—Quiero decirte algo.
Me mira, ceñudo.
—¿Quieres comer tu pastel de chocolate ahora?
—¡Hola, chicos! —interrumpe alguien. Nos volteamos para ver a Kayden Havort, mi más grande amigo escritor, entrando por la puerta que da al jardín. Lleva consigo una gran caja de regalo envuelta en papel rosa, encima, hay un gran moño del mismo color—. Perdón por llegar tarde. Aquí tengo tu regalo, Madie, espero que les guste. Lo compré yo mismo.
El orgullo en su voz me hace sonreír. Baxter le tiende la mano, saludándolo, para luego tomar el regalo porque es grande y yo no podría cargarlo.
—¡Gracias! —le agradezco aun cuando no sé qué es. Tenerlo como amigo ha sido un gran paso en nuestra relación de editora-escritor. Los años que he pasado a su lado corrigiendo sus novelas ha sido un gran paso en mi vida como editora. Le estaré eternamente agradecida por haberme escogido cuando decidió publicar sus siguientes novelas. En los cuatro años que tenemos trabajando juntos, aparte de convertirse en mi amigo, también se convirtió en uno de mis escritores favoritos. Lleva cuatro libros publicados hasta el momento por la editorial, y en unos meses el quinto saldrá a la venta.
—Vaya, esto pesa —gruñe Bax dejando la caja sobre la isla de la cocina. Kayden se ríe.
—Iré a saludar a los demás —dice Kayden señalando el jardín.
—Ve —murmuro—. En un rato saldremos para servir el pastel.
Kayden se relame los labios graciosamente y luego se retira, dejándonos a Baxter y a mí solos.
Por fin, joder.
Baxter se gira para sacar de los cajones un cuchillo para cortar el pastel y varias cucharitas para los invitados.
Me acerco.
—¿Bax?
—¿Sí? —pregunta distraídamente, contando por la ventana cuántos invitados hay exactamente.
—La respuesta es sí.
—¿Sí qué? —pregunta confundido—. ¿Sí quieres el pastel chocolate?
Río divertida, pero es más por los nervios que por otra cosa. Mis dedos de los pies se curvan.
—Sí quiero casarme contigo.
Baxter suelta las cucharas con un gran estrépito sobre la isla de la cocina. Mi corazón late tan rápido que podría morir ahí mismo.
—Madie... —Sus ojos me miran con adoración.
Me toma de las manos, apretándomelas con nerviosismo. El anillo que me regaló años atrás aún destella en mi dedo.
—En todos estos años me he dado cuenta de que quiero una vida contigo, a tu lado. Ni siquiera me importa la boda, el vestido o la ceremonia. Quiero casarme contigo porque no me imagino una vida sin ti. Quiero que sepa todo el mundo que tú eres mío y que yo soy tuya. Que somos esposos en la práctica y en la ley. Quiero pronunciar mis votos ante ti y ante todo el mundo para anunciar lo mucho que te amo, y que esa promesa jamás va a romperse. Quiero unirme a ti de una forma que nunca creí posible. —Sonrío, con lágrimas en los ojos—. Así que sí, me quiero casar contigo.
—Joder, Madison... —murmura con voz ronca, con los ojos vidriosos—. ¿Esto es un sueño? Mierda. He esperado muchísimo para oírte decir eso.
—Lo sé. Quiero ser tu esposa.
—Ya lo eres.
Me río.
—Quiero que sea oficial, quiero que lo sepa todo el mundo. Y también quiero tu apellido.
Se ríe, tan fuerte y con tantas ganas que echa la cabeza hacia atrás. Sus hoyuelos se marcan tanto que acaricio su rostro empinándome para mirarlo más cerca. Con esta panza es casi imposible, pero nosotros lo hacemos posible.
Nunca creí posible que llegaría este momento; el querer casarme con alguien. Pero ahora me doy cuenta de que es por él. Porque Baxter es la persona indicada para mí. Es mío.
—Te amo —susurro rozando sus labios.
—También te amo, Madison. Más de lo que nunca sabrás.
FIN
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