41: Diversión asegurada

Como es nuestro último día aquí en Long Beach despertamos temprano para pasar un tiempo en la playa. Me pongo el bikini pequeño que mi hermana empacó apropósito y junto a Baxter salimos del hotel para disfrutar de la mañana. Tenemos que partir luego del almuerzo así, ahora mismo, el tiempo es nuestro enemigo. No queremos estar atrapados en el tráfico de la interestatal que seguro habrá en nuestra vuelta.

Me recuesto en la tumbona disfrutando del sol. Baxter ya me ha colocado el bloqueador y yo a él, por lo que permanecemos tumbados en nuestros lugares disfrutando de la brisa marina. Detrás de mis lentes de sol puedo ver que Baxter se levanta.

Me maravillo al ver su cuerpo bronceado por el sol de estos días.

—¿Vienes? —pregunta en dirección al mar.

Niego.

—Prefiero tomar el sol un poco más.

—Venga, Madie, nos queda pocas horas aquí. Vamos a bañarnos.

—En un ratito voy. —Cierro los ojos un momento, pero los abro como platos cuando de un momento a otro soy cargada sobre sus hombros. Se me caen los lentes del sol sobre la tumbona en la que segundos antes reposaba tranquilamente—. ¡Baxter, no! ¡Bájame!

Mis gritos no lo perturban. Camina por la arena mientras me carga sobre su hombro como si nada. Se detiene un segundo, en la orilla del mar.

No sé lo que está haciendo, no puedo ver nada más que la arena del mar de cabeza. Mi cabello cubre casi toda mi visión de las pocas personas que están en la playa privada. Aun así me siento avergonzada de ser cargada de aquella manera; como si fuera un saco de papas.

Siento un golpe en mi trasero, fuerte.

—¡Ay, serás idiota! —grito al sentir el azote. Mi nalga derecha arde con este toque.

—Lo siento, Mads, tu trasero desde aquí se ve increíble. —Alzo la cabeza solo un poco justo a tiempo para verlo mirar mi culo como si fuera comida. Empiezo a moverme frenéticamente como si fuera un gusano, tratando de soltarme—. Quieta. ¿O quieres otra nalgada?

Y me la da.

Como si nada.

—¡Baxter! —grito enrojecida.

—Oh sí, me gusta que grites mi nombre cuando te azoto.

Gracia al cielo no tengo que mirar a nadie a los ojos porque ahora mismo mi rostro está caliente y probablemente rojo, y no por estar de cabeza, sino por sus azotes y palabras que me queman más que el sol.

—Te voy a matar —replico entre dientes, amenazándolo.

Haciendo oídos sordos entra al agua y luego me suelta. Ni bien lo hace se zambulle en el agua y nada lejos de mí. Como una lunática hago lo mismo yendo tras él. Oh no, esto no se va a quedar así.

Nado y nado varios metros adentrándome al océano. Cuando saco la cabeza Baxter está a un par de metros lejos de mí. Ambos estamos flotando porque el agua nos llega hasta el cuello.

—No me vas a atrapar. —Se ríe él, provocándome.

Con toda la fuerza del mundo alzo un brazo y lo salpico de agua. Al ver mis intenciones solo tiene tiempo para cerrar los ojos antes que todo le caiga al rostro.

No es una venganza suficiente, pero me hace reír.

Aunque dejo de hacerlo cuando es él quien intenta atraparme. Me sumerjo en el agua y nado lejos de él.

Ambos comenzamos una guerra de agua, los dos alejándonos y acercándonos de nuevo solo para atacar. Acabo con agua hasta en los oídos y el cabello tan mojado que me pesa, pero estoy tan feliz que no paro de reír. Baxter muestra sus hoyuelos al verme así.

Seguimos persiguiéndonos y tirándonos agua como dos niños pequeños mientras el tiempo pasa. No logro alcanzarlo ni una sola vez, así que cuando está distraído sumergiendo su cabeza, aprovecho para llegar a él y subirme encima de sus hombros. No logro mi cometido porque él sale y me tira al agua. Caigo de bruces al mar tragando agua por las carcajadas que se me escapan.

El tiempo que permanecemos allí es bastante porque empiezo a sentir que mi piel se pone de gallina. Los dedos de mis manos y pies se arrugan como pasas. A Baxter le pasa lo mismo así que decidimos salir.

Antes de llegar a la orilla, cuando ya estamos pisando la arena, aprovecho para cometer mi venganza y tirarle más agua sin que lo vea venir. Baxter en su sorpresa se tropieza y cae al agua. Instantes después gruñe.

—¡Mierda! —Se levanta tropezando y se aleja hacia la orilla, mirando su pierna. Me acerco asustada cuando lo veo esbozar una mueca de dolor. Se sienta sobre la arena sujetándose el tobillo.

—¿Qué pasó? —Me arrodillo a su lado.

—Algo me picó. —Extiende su pierna derecha y yo frunzo el ceño al notar que hay marcas rojas a la altura de su tobillo. Son irregulares, como arañazos, pero tan rojos que me asusto.

—Ay, Baxter, lo siento —digo preocupada porque he sido yo quien lo ha empujado—. ¿Puedes caminar? Tenemos que ponerte algo allí. Ay, mierda. Ven, ven conmigo, vamos a la habitación.

Él se levanta colocando un brazo sobre mi hombro mientras camina con dificultad, haciendo una mueca cada vez que pisa con el pie derecho. Cojo nuestras toallas y los lentes de sol para ir hacia nuestra habitación. Lo hago sentarse en la cama mientras busco el botiquín de primeros auxilios del baño.

Me arrodillo a su lado.

Coloco alcohol sobre sus heridas enrojecidas, como si fueran ronchas grandes, pero retiro el algodón rápidamente cuando lo oigo maldecir entre dientes con fuerza. Intenta rascarse, pero le quito la mato rápidamente.

—No te toques. Primero tenemos que saber qué te ha picado. ¿Ha sido un erizo de mar, una medusa? ¿Y si vamos al hospital? Mejor que te vea un médico.

—No —exclama tomándome el brazo para que no me levante—. No sé qué ha sido, pero no debe ser tan grave. Solo un momento.

Pero la picazón y el ardor punzante no le pasa, y los minutos corren dejándome asustada. Al final soy yo quien lo obliga ir al hospital. Lo ayudo a vestirse y luego me cambio yo. Guardo nuestras pocas cosas y meto todo a su auto. Como él no puede asentar el pie soy yo quien maneja. Con el GPS del auto vamos al hospital más cercano.

Nos demoramos quince minutos en llegar y media hora para que lo atiendan. Cuando el médico ve la herida inmediatamente sonríe.

—Es una picadura de medusa.

No le veo la gracia, así que no sé porque sonríe como si nada.

—Ya, pero ¿estará bien? —pregunto mientras Baxter recuesta su cabeza contra el respaldar. El doctor le ha pedido que meta su pie en agua mientras él escribe algo en una hoja.

—Sí, no es nada grave. Al principio es así; hinchazón, picazón y ardor, pero con estas pastillas que le voy a recetar se pondrá mejor, son corticoides. Se ve que la herida no es grave, menos mal porque hay medusas que pueden causar cosas peores. Pero no en esta época del año. Así que no te preocupes, tu novio estará bien. —Me entrega la receta—. Aplícale compresas alternando con hielo en la zona durante quince minutos. Procura que el hielo no toque directamente su piel, eso podría empeorar sus heridas, es mejor que envuelvas el hielo en una toalla.

—¿Y podrá caminar?

—Claro que sí, por el momento es mejor que descanse y se ponga esas compresas. Es importante para que la hinchazón baje.

El doctor canoso me mira con una sonrisa amable. Se despide de nosotros deseándonos lo mejor y luego nos deja solos en la camilla, a una esquina de todo el alboroto que es el ala de emergencias.

—Lo siento —digo apenada al verlo así. Sé que no es mi culpa directamente, pero yo lo empujé hacia esa zona en donde aparentemente estaba la medusa.

—No es tu culpa, Madie —Como puede me abraza. Entierro mi cabeza en su cuello, sintiéndome mejor al saber que no me culpa, pero aun así; verlo con aquella herida tan horrible me pone mal.

Media hora después le dan de alta a Baxter por la nimiedad de la picadura. En el transcurso de vuelta a la ciudad manejo durante una hora y media mientras él se recuesta en el asiento y se queda frito. El cansancio y todo lo que sucedió le ha pasado factura. Ni bien estaciono el auto en la plaza de aparcamiento de su edificio me sacudo con fastidio el cabello. Al salir del hotel en Long Beach apresuradamente por llegar a Baxter a urgencias no he tenido tiempo de bañarme y el viaje de más de una hora me ha dejado agotada. Necesito una ducha urgentemente, pero lo más necesito es ayudar a Baxter a subir. Es imposible que pueda moverlo así que lo despierto con una leve sacudida.

—¿Bax? —Presiono su hombro, luego su mejilla—. Eh, despierta, ya hemos llegado.

Se toma su tiempo en despertarse, parpadea repetidamente hasta que enfoca sus ojos en mí. Me dedica una sonrisa adormilada, ambos olemos arena y agua salada, así que nos urge una ducha. Su cabello oscuro se le enrosca en la nuca, cuando lo acaricio en la zona del nacimiento de su cabello puedo notar que las hebras de su cabello están resecas por la arena y el mar. Sip, somos un desastre.

—Ya no me duele tanto —murmura irguiéndose en el asiento.

—Esa es una buena señal. Ahora vamos a lavarnos y quitarnos el resto de arena. ¿Puedes asentar el pie?

Me alejo de la puerta abierta del asiento del copiloto para darle espacio. Asienta el pie, y cuando nota que sí puede caminar, se levanta.

—Joder, menos mal. —Pero cuando da una paso hace una mueca, gruñe—: Mierda.

Me coloco ambas mochilas en mis hombros y luego hago que pase un brazo en mis hombros para apoyarse. El viaje desde ese punto hasta el ascensor se nos hace eterno, pero una vez que logramos subir hasta su piso, exhalo un suspiro de alivio. Baxter es como un niño malhumorado al no poder hacer nada. Puede asentar el pie, pero no caminar, así que se las ingenia para renegar por no poder andar libremente de un lugar a otro. Lo ayudo a entrar a la ducha, mientras se baña meto nuestra ropa sucia en la lavadora y luego espero a que termine para meterme yo.

Media hora después salgo de allí sintiéndome mil veces mejor que hace dos horas, con el cabello mojando mi espalda. Me coloco ropa cómoda para estar en casa y luego llevo a Baxter a su oficina mientras yo pido la comida. Por haber ido al hospital nos hemos perdido el almuerzo, el tiempo se ha pasado tan rápido ya casi es la hora de la cena.

Cuando el timbre de la recepción suena acepto el mensaje y dejo que el repartidor suba para dejar nuestra comida. Le doy su propina y con las cajas de pizzas en las manos, cojo platos y servilletas para llevarlo todo al despecho de Baxter. Cómo no, lo encuentro sentado tras su escritorio mirando atentamente la pantalla de su ordenador.

—Basta de trabajar —anuncio mi llegada dejando las dos cajas de pizza sobre la mesa desocupada. Baxter sonríe alejando su silla del escritorio.

—Gracias al cielo, moría de hambre.

Me siento en el sillón y nos sirvo rodajas de pizza en los platos correspondientes. Acabamos la primera caja en diez minutos, la segunda caja nos la terminamos en más tiempo, sobran dos pedazos, pero ninguno de los dos puede soportar comer más rebanada de pizza, así que la congelo para comerla mañana.

Me siento en su regazo cuando vuelvo, Bax no me quita la mirada de encima.

—¿Qué pasó? —Inmediatamente intuyo que algo ha pasado.

—Me ha llamado Tracy —dice rozando mis muslos, me estremezco, pero no por las razones correctas. Mi corazón tartamudea con pensar en que tal vez ella y Johann han solucionado con el abogado de Baxter el asunto de Sarah. Aprieto mis manos mirándolo expectante para que continúe. Lo hace—. Me ha confesado algo.

Parpadeo.

—Pues habla, Bax, no me dejes con el suspenso.

Se ríe, feliz, lo que significa que lo que me contará es algo bueno.

—Vale, pero prométeme que no te pondrás quisquillosa. Aún no he aceptado, pero es porque estoy esperando tu confirmación. —Muevo mi mano para que suelte la sopa de una vez por todas—. Tracy ha abierto la bocota frente a nuestros abuelos y les ha confesado que me he escapado unos días de vacaciones contigo. Ellos sabían que estoy saliendo con alguien, pero no quería presionarte así que no les dije quién eras, pero ahora Tracy les ha dicho y ellos quieren conocerte. Mañana domingo organizarán una parrillada en casa y quieren que vayas. ¿Qué dices?

Guau, creí que Tracy había conseguido lo otro, así que me desinflo como un globo, pero luego vuelvo a inflarme cuando capto las palabras de Baxter. Sus abuelos quieren conocerme, oficialmente. Ya los conocía desde aquella reunión que tuvieron en la editorial, pero ese día me presenté como una trabajadora más de la editorial. ¡Ahora quieren conocerme como su novia!

Empiezo a hiperventilar. No soy muy buena en encantar gente mayor, tal vez se deba a que no tengo abuelos porque todos murieron cuando era una niña muy pequeña y nunca tuve la experiencia de tratar con abuelos, y ahora estoy a punto de hacerlo en menos de veinticuatro horas.

—Dios mío, Bax —susurro bajo mi aliento, llevándome una mano al pecho. Esto se siente como cuando tu novio quiere presentarte a sus padres y tú quieres que les caigas bien. Asiento rápidamente al verlo dejar de sonreír. Me siento una niña cuando comienzo a balbucear—. Me has tomado por sorpresa, pero sí, sí quiero conocerlos. Es decir ya me conocen, pero bueno, sí, estará bien que lo hagan otra vez.

Baxter nota mi nerviosismo. Pone una mano en mi mejilla.

—No te preocupes, le caerás muy bien. ¡Más que bien! —Sonríe—. Te amarán como yo, bueno casi, porque nadie te ama como yo.

Suelto una risita, sin poder dejar del nerviosismo a un lado.

Pego un brinco en su regazo.

—¡Ay, Bax, voy a conocer a tus abuelos! —Asiente. Lo miro con horror—. Y tu me presentarás como tu novia. —Vuelve a asentir—. No recuerdo la última vez que estuve nerviosa de conocer a alguien.

—Relájate. —Acaricia mis brazos—. Yo estaré allí contigo, también estarán mis hermanos, y te aseguro que estará tu hermana, ella ya los conoce.

Eso no me calma para nada.

—Ya. —Miro el suelo pensando en qué me pondré para impresionarlo. ¿O cuál será nuestro tema de conversación? ¿Qué les diré cuando me pregunten cómo conocí a su nieto; que follamos aquella misma noche y que no volví a verlo hasta que me presenté en la editorial y resultó ser mi jefe? ¿Qué diré luego?

Baxter me quita mi mano de la boca que imperceptiblemente había puesto allí para morderme las uñas en una señal de nerviosismo.

Antes que pueda hacer otra cosa siento que Baxter me levanta sobre su regazo para bajar la cinturilla de mis pantalones cortos.

—Eh, ¿qué haces? —digo exaltada.

—Solo voy a relajarte —susurra—. Estás muy tensa.

Vale.

Ahora sí que tiene toda mi atención por completo, y por los siguientes minutos también mi cuerpo.

☾ ☾ ☾

Estoy tan nerviosa que podría caerme de bruces si Baxter no me sujetara de la cintura mientras caminamos hacia le enorme casa blanca con jardín delantero. Me maravillo ante la majestuosidad del lugar, no es una mansión, pero la casa es tan grande que parece una. El nerviosismo que me recorre el cuerpo es demasiado como para que esté tan centrada en los pasos que doy y no en la hermosa casa. Cuando llegamos al porche y subimos los escalones de madera respiro hondo. Baxter acaricia mi espalda baja en un movimiento relajante.

En cuanto la puerta se abre y sale Tracy, respiro hondo.

—¡Chicos, los estábamos esperando! —grita abrazándome—. Megan y Johann ya están aquí.

Saluda a Baxter y luego nos hace una seña para entrar. En cuando lo hago trato de cerrar la boca para no dejarla abierta luego ver por dentro la lujosa casa. El piso es de una madera tan brillante que parece un espejo, los techos son altos y de vigas, las paredes están revestidas de madera hasta la mitad, la otra mitad hasta el techo está pintado de un color semejante al coral. Toda la estancia se ve rústica, incluyendo los sofás y sillones de la sala.

Tracy camina detrás de nosotros mientras Baxter me guía por un pasadizo ancho hasta la cocina. Sonrío al ver lo grande y lujosa que se ve con la decoración minimalista, con los artefactos electrodomésticos de última tecnología. En la inmensa cocina hay una puerta que lleva al jardín. Desde la ventana se puede ver que es grande y ya todos están allí.

Salimos al exterior mientras yo pego una sonrisa educada en mi rostro.

En medio del gran jardín verde rodeado de plantas y flores hermosas de todos los colores, hay una mesa con mantel con varias sillas ocupadas. Mi hermana está sentada al lado de Johann conversando con sus abuelos. Ni bien nuestra presencia es anunciada entre gritos por Tracy los cuatro dejan de conversar para mirarnos.

Me siento tensa estar bajo el escrutinio de los abuelos de Baxter, pero hago todo lo posible para no dejar de sonreír. No es difícil porque ambos tienen sonrisas en sus rostros.

Baxter me lleva de la mano hacia sus abuelos.

—Abuelos, esta es Madison, mi novia. —Siento una corriente de felicidad al oír esa palabra. Así que cuando le tiendo la mano primero a su abuela, y luego a su abuelo, lo hago con una sonrisa genuina.

—Mucho gusto, señores Cole.

—El gusto es nuestro, Madison, ya te conocemos de la editorial, pero es genial saber que nuestro Baxter ha sentado cabeza. —La abuela de los Cole me abraza y luego palmea mis mejillas con cariño. No puedo dejar de sonreír.

—Sí, ya era hora —murmura el abuelo, haciendo reír a todos. Nos hace una seña hacia las dos sillas vacías—. Siéntate, Madison. Ahora los chicos van a preparar la parrillada. Y cuéntame, ¿cómo te va en la editorial, te gusta? Tu hermana me estaba contando su progreso.

Mientras Johann se levanta, Baxter besa mi mejilla para unirse a su hermano y caminar juntos hacia la parrilla a varios metros de nosotros. Se ponen a trabajar mientras sus abuelos, Tracy, mi hermana y yo conversamos. Luego nos ponemos en pie para ayudar a poner la mesa.

Cada uno tiene una función, incluso los abuelos ayudan en lo que pueden para que el almuerzo sea pronto. Una vez que todos tenemos todo tipo de carnes en nuestros platos nos sentamos en la mesa para comer y continuar nuestra charla. Johann trae vino y nos sirve copas para hacer más amena la tarde.

En los minutos que ayudaba a la abuela a alistar la mesa me he relajado tanto que incluso dirijo algunas conversaciones. Me doy cuenta rápidamente que me han aceptado así, sin más, con solo verme. Me alegra saberlo porque he estado tan nerviosa que apenas he podido dormir. Nunca he sido buena en impresionar a las madres de mis ex parejas, de ahí por qué mi nerviosismo. Pero esta vez ha sido distinto.

Todos conversamos, reímos y contamos anécdotas. Johann sigue sirviéndonos copas de vino. Al terminar de comer seguimos con el pastel de manzana que ha hecho Tracy. No nos levantamos de esa mesa casi en dos horas. Y nadie parece querer hacerlo. Lo estamos pasando tan bien que el tiempo se pasa muy rápido.

Baxter a mi lado, pone una mano en mi rodilla desnuda mientras habla del breve viaje que hizo hace semanas para abrir una nueva sucursal de la editorial. Todos los escuchan atentamente, pero yo aprieto mi mano en la copa mientras siento de todo cuando el pulgar de Bax sube por mi muslo mientras él continúa conversando como si nada.

Empujo su mano y me cruzo de piernas, él sonríe de lado. Cuando termina de responder las preguntas de sus abuelos deja la copa vacía de vino sobre la mesa con un fuerte sonido, llamando la atención de todos.

—Abuelo, ¿puedo enseñarle la biblioteca a Madison? —pregunta rodeando mis hombros con su brazo—. Le prometí enseñarle todos los libros que tengo ahí.

Johann ríe. Su abuelo asiente, entusiasmado.

—Claro que sí, muéstrale a la jovencita Madison la biblioteca. —Me mira—. Te aseguro que te encantará. Vayan, vayan.

Nos apremia a irnos, así que con una sonrisa de disculpas me levanto, tambaleándome un poco por las copas de vino. Baxter entrelaza nuestras manos y me lleva a la cocina. Recorremos el mismo pasadizo y luego se detiene en una puerta de madera.

Me aprieta la mano.

—Esto te encantará —susurra. Abre la puerta y suelta mi mano para que entre primero.

Cuando lo hago, me quedo paralizada bajo el marco de la puerta.

Ahogo un jadeo.

Lo primero que noto es que la habitación es tan grande que tengo que dar media vuelta para que mis ojos abarquen todo. Lo segundo que noto, es que no se ven las paredes porque estas están tapadas por libreros del piso al techo con libros. Libros de todos los tamaños, colores y ediciones.

En el medio hay un par de sillones para sentarse y leer, lo esquivo mientras voy hacia el librero más cercano. Está hecho de madera y está tan lleno de libros que tengo que echar la cabeza atrás.

—Guau —susurro boquiabierta. Baxter se planta detrás de mí—. Este lugar es increíble. Más que eso, es... perfecto.

—Esa es la sección de clásicos —murmura señalando donde estoy mirando. Hay libros de todos los autores clásicos, noto que están ordenados alfabéticamente. Mi corazón está apunto de salirse de mi pecho.

Toco el lomo de los libros sonriendo al ver que la gran mayoría de los clásicos son de tapa dura y de ediciones limitadas, con letras doradas.

Maldita sea, moriría por tener un lugar así.

Sigo avanzando recorriendo los libros con mis dedos, sintiendo la textura de cada uno. Aquí hay un librero exclusivo donde están todos los libros publicados por la editorial Coleman. Me maravillo ante eso. Sigo avanzando hasta detenerme frente a la sección de thriller, luego continúo a la de misterio. Noto que en el librero están todos los libros de Agatha Christie, ordenados por fechas de publicación. También tiene libros sobre Sherlock Holmes y algunos del escritor Stephen King. Sigo mi recorrido con Baxter detrás de mí, en silencio.

Cuando llego a la sección de romance sonrío al ver algunos clásicos allí.

—No te tomé por romántico —murmuro tocando los lomos de las portadas. Cuando me doy la vuelta para mirarlo está tan cerca a mí que compartimos el mismo aire.

—Mi mamá me hizo leer algunos, luego le tomé el gusto. Aunque prefiero los contemporáneos, en donde hay mucho sexo.

Parpadeo.

—Hasta en la literatura eres un pervertido. —Me empino para estar a su altura—. ¿Y cuál libro me recomiendas? Quiero leer uno.

—¿Por qué quieres leer un libro con mucho sexo cuando me tienes a mí? Tienes tu propia experiencia. Y dicen que la realidad supera la ficción.

En segundos ya me tiene a su merced.

Es un maldito que sabe qué botones tocar para encenderme.

El vestido que llevo se levanta ligeramente cuando me toma de la cintura bruscamente.

—Me gusta cómo trabaja tu mente —susurro sonriendo.

Baja la cabeza y me besa, cortado cualquier pensamiento coherente que estaba teniendo. Me sumerjo en ese beso disfrutando de la lentitud de sus caricias mientras me aprisiona contra el librero a mis espaldas.

La puerta está semi-abierta, cualquiera podría entrar, pero yo estoy en la nubes, disfrutando de nuestros labios fundirse. Nos separamos solo para respirar.

—Te deseo. —Son sus primeras palabras. Ya está respirando agitadamente, como yo.

—¿Aquí? —pregunto exaltada. Señalo la puerta—. Cualquiera podría entrar.

—Por eso seré rápido.

Gimoteo cuando alza mi vestido y me baja las bragas de un tirón dejándolas en mis rodillas. Se desliza hacia abajo con un rápido movimiento, mientras espero abro mis piernas, siento un beso justo contra mi clítoris. Me estremezco tanto que mi espalda se arquea contra el librero generándome dolor, que ignoro totalmente para concentrarme en los labios de Baxter tan cerca a mi centro.

—Ahh —jadeo.

Se coloca debajo de mí alzando una de mis piernas para ponerla en su hombro. Así tiene todo el acceso hacia mi intimidad. Me siento expuesta, totalmente a su merced.

Me dejó hacer.

Acaricia mi clítoris, tanteando, rozándome con lentitud. Torturándome.

Lloriqueo cuando roza mi botón y luego aleja su pulgar.

—Shhh, ahora tendrás que ser silenciosa. ¿No quiere que nos atrapen, verdad?

Ni siquiera puedo negar o asentir. Así que impulso mis caderas hacia su boca, invitándolo a tocarme.

—Baxter —me quejo cuando no hace nada, solo mira mi centro.

—Joder —murmura con voz ronca—. Luces deliciosa, muy comestible.

Lame, primero dando un lengüetazo y luego chupando. Grito, pero al recordar que no debo hacer ruido me tapo la boca y aprieto mis labios.

Es imposible no soltar algún ruido. Jadeo, gimoteo y me retuerzo mientras él rodea mi clítoris con su pulgar mientras mantiene un ritmo acelerado. Intercala su boca en mi intimidad con sus dedos, pero cuando mete dos de lleno y luego lame mi clítoris, siento que me pierdo.

Mis piernas tiemblan cuando siento la oleada de placer llegar con fuerza a mi cuerpo. Lo que dijo, es cierto, es rápido. Pero muy intenso. Sabe dónde tocar porque conoce mi placer a la perfección.

Me corro en sus dedos cuando lo siento tocar mi punto G sin dejar de acariciar mis clítoris. Me siento en las nubes cuando el orgasmo me golpea con fuerza. Me desplomo contra el libero golpeando mi cabeza, pero ignoro el dolor porque el placer es tan intenso que no puedo pensar en nada más.

Baxter coge papel higiénico del bolsillo de su pantalón y me limpia, luego lo bota en la basura. Me ayuda a ponerme mis bragas de vuelta.

—Tenías razón, ha sido rápido —digo acaloradamente. Seguro mi rostro está rojo, así que juntos vamos al baño. Él se lava las manos y yo me echo agua a la cara para refrescarme.

Acomodo mi vestido y mi cabello antes de salir agarrada de su mano.

Cuando volvemos al patio todos siguen riendo y conversando. Nos ven llegar con una sonrisa emociona en el rostro.

—¿Ah, y te gustó la biblioteca, Madison? —pregunta la abuela.

Mi rostro se calienta, miro a Baxter con una sonrisa.

—Sí, me encantó.

Lo cierto es que su biblioteca es increíble, pero lo que ha sucedido allí es lo que me gusta más.

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