28: Algo bizarro
A pesar de que el color blanco simboliza «paz», cuando lo veo siento todo lo contrario a ello. Pósters de la gestación de un embarazo y las semanas del feto hasta formarse en un bebé muy grande no hacen más que ponerme nerviosa. ¿Mi panza estará igual de gigante a los ocho meses? ¿Y eso saldrá de mí? Mi cabeza da vueltas solo de pensarlo.
En este momento mi pierna rebota nerviosamente sobre el suelo. Baxter tiene que poner una mano sobre mi rodilla para tranquilizarme. Por el rabillo del ojo lo veo sonreír con entusiasmo a la doctora, quien es lo suficiente mayor como mi madre, quien está sentada detrás de la mesa de escritorio respondiendo las preguntas que Baxter le está haciendo, una tras otra, acribillándola con todas sus dudas. Ella responde con paciencia y tranquilidad, como si lidiara todos los días con padres primerizos. Pero por supuesto, ella es doctora y debe estar acostumbrada a ello.
La doctora me hace preguntas tales como cuándo fue la última fecha de mi menstruación y la última relación sexual. No tengo el día exacto de aquellas dos preguntas así que no estoy segura de cuándo rayos Baxter me embarazó.
Luego de aquello me quedo muda, intentando no entrar en pánico cuando pasamos a una sala y la doctora se retira para darme privacidad. Está a punto de hacerme un ultrasonido para saber la cantidad exacta de semanas de embarazo y para ver cómo le está yendo al feto. Espero que muy bien.
Me siento sobre la camilla mientras Baxter me sonríe divertido, yo estoy hiperventilando.
—¿Qué es tan gracioso? —espeto cuando me levanto la blusa y bajo la cinturilla de mi pantalón dejando mi vientre ligeramente redondeado al aire. Me echo con cuidado.
—Tu tripita apenas se nota —dice él colocando una mano bajo mi estómago.
Todas estas semanas creí que aquel abultamiento tan diminuto en mi vientre era por todo lo que comí en aquellos dos meses en los que estuve separada con Baxter, pero ahora sé que es por el embarazo.
Le sonrío a Baxter al oírlo hablar así. Mi respiración se entrecorta al notar que sus dedos están peligrosamente acercándose a mi...
La puerta se abre a nuestras espaldas.
—¿Ya estás lista, mamita? —dice la doctora entrando a la habitación levantando sus manos recubiertas con guantes de látex.
—Sí, ya está lista —responde Baxter haciéndose a un lado para dejarla pasar, se sienta en la silla al lado de la camilla y toma mi mano.
Me crispo al ver a la doctora tomar un envase y untarlo sobre mi vientre desnudo. El líquido, que tiene la textura de un gel, es casi helado y me hace sobresaltar.
—Mierda —susurro.
Baxter se ríe apretando mi mano.
—¿Están listos? —pregunta la doctora.
—Ajá —murmuro más pendiente en la pantalla de la maquina de ultrasonido que en cualquier otra cosa.
Esta vez no me muevo cuando la doctora coloca algo parecido a una bola que empieza a rodar sobre mi vientre. El aparato podría ser un poco cálido, pero esparce el líquido helado sobre mi vientre bajo y eso me inquieta. La doctora aprieta un par de botones en la máquina antes que aparezca algo en blanco y negro en la pantalla.
—Ah, ahí está. —Señala ella hacia la pantalla, presionando un par de botones más—. Bueno, Madison, al parecer estás de nueve semanas. El embrión está allí, dentro del saco gestacional. ¿Pueden verlo?
Congela la pantalla.
Mi corazón late fuertemente. Quiero creerle a la doctora, ya que ella sabe de estas cosas, pero no logro diferenciar absolutamente nada de la imagen granulada que se ve en la pantalla.
Giro mi cabeza para ver la expresión de Baxter. Arrugo el ceño al verlo sonreír mientras sus ojos se cristalizan.
—Es... hermoso —susurra.
—No noto nada —digo sintiéndome mal por no ver la diferencia. Todo es negro con líneas blancas y manchas extrañas.
La doctora nos sonríe.
—Aquí está su cabeza —Señala ella hacia un punto donde no es más que una mancha grande y granulada—. Estos son sus pies y este su cuerpo. Este de aquí es el cordón umbilical.
—Guau —digo con voz impresionada. No puedo creer que esta mujer vea todo aquello en una imagen tan mal y pixeleada. ¿Acaso yo estaré ciega? Sonrío con entusiasmo porque por lo menos, Baxter sí lo ve.
Hasta parece conmovido con aquello.
—¿Quieren que les imprima una imagen?
—Sí, por favor —dice inmediatamente Baxter con voz ronca.
La doctora aprieta un par de botones más hasta que de la máquina sale un rollo de imágenes y se las pasa a Baxter. Luego quita el aparato de mi vientre y me tiende papel higiénico para limpiarme todo el gel.
—El embrión está en perfectas condiciones —asegura la doctora entrelazando sus manos—. En estas nueve semanas de gestación que llevas mide aproximadamente veintidós milímetros. El corazón está ya casi formado, pero al parecer aún no será posible oírlo porque no termina de formarse. Yo creo que en la próxima cita podrán oír el latido del corazón con mayor claridad.
—¿Y cuándo podremos saber el sexo del bebé? —pregunta Baxter bajando la imagen que tiene frente a su rostro hasta mirar a la doctora.
—Eso puede ser alrededor de las veinte semanas. Se podría revisar a partir de la semana dieciséis, pero muchas veces no es muy claro. Pero no se preocupen, aún les falta mucho. —Sonríe.
Baxter escucha, asiente y vuelve a preguntar. Todo mientras yo me siento allí, sobre la camilla y los observo hablar.
—¿Cuándo será la próxima cita?
—El próximo mes. —Nos hace una seña para que la seguimos nuevamente hasta su consultorio. Se sienta tras el escritorio mientras Baxter y yo nos sentamos lado a lado en las sillas. La doctora teclea algo en la computadora—. Les sugiero que vengan cada mes a partir de ahora, acabo de programarles una cita dentro de cuatro semanas. Debo llevar un control del tamaño de tu abdomen para determinar el tamaño del embrión y controlar el latido cardíaco. —Coge unos papeles de su escritorio y los comprueba antes de colocarlos sobre la mesa en nuestra dirección—. Esta una lista de las cosas que debes comer para fortalecer a tu bebé. Empezando con dieta balanceada y algunos ejercicios que puedes hacer en casa. Estos son los síntomas normales que tendrás en este primer trimestre, no debes preocuparte por nada. Pero si tienes algún otro síntoma, no dudes en llamarme. Allí está mi teléfono para cualquier consulta. ¿Tienen alguna duda?
Niego fervientemente tomando la hoja que me tiende con su tarjeta.
Baxter inclina la cabeza.
—¿Las relaciones sexuales podrían afectar al bebé? —Su pregunta hecha tan a la ligera hace que mi rostro se caliente.
La doctora parpadea.
—Por supuesto que no —asevera, mirándolo a él y luego a mí. —No se preocupen. El bebé está muy bien protegido en el útero por varias capas de músculo, además está acolchonado por el líquido amniótico que lo rodea. No hay nada de qué preocuparse, las relaciones sexuales están permitidas.
Baxter asiente sonriendo, satisfecho con la respuesta.
Yo coloco una pierna encima de la otra.
—Eso sería todo, doctora —murmuro aclarándome la garganta—. Nos estaremos viendo dentro de un mes.
Me despido de ella antes que Baxter pueda hacer otra pregunta igual de bochornosa, poniéndome de pie luego de estrechar su mano. Salimos del consultorio en completo silencio. Él aún está aferrado a la imagen del ultrasonido, en donde se ven muchas manchas. Tiene la sonrisa más idiotizada del mundo. Incluso cuando nos metemos a su auto, deja las llaves puestas en el contacto, pero no arranca. Se queda mirando la fotografía por varios largos segundos.
Mi mirada se posa en sus ojos, preguntándome si en cualquier momento se pondrá a llorar. Parece emocionado. Más que eso, parece conmovido.
—Vamos a tener un hijo, Madie —dice con la voz ronca.
Asiento. La ecografía en su mano lo confirma.
—Pues claro que sí.
Niega, claramente sin saber qué más decir. Cierra los ojos un momento colocando sus brazos sobre el volante. Pongo mi mano en su espalda, dándole tiempo, pero reconfortándolo con lo que sea que parece estar lidiando.
Cuando voltea a verme sus ojos están claramente brillosos.
—Me has dado el mejor regalo del mundo. Te amo. —Se inclina para besarme, dejando caer una mano sobre mi vientre, mi corazón corre a toda velocidad dentro de mi pecho. Cuando se separa mi respiración agitada acompasa la suya. Baja la cabeza sin dejar de acariciar mi vientre, mirándolo fijamente como si estuviera muy abultado cuando no es así, sino solo una pequeña imperceptible protuberancia. Para él, aquello es lo mejor—. A ti también te amo.
Al oírlo hago todo lo posible para que mis ojos no se empañen de lágrimas, pero es inevitable, se me escapa una.
Genial. Ya empezaron las hormonas del embarazo a joderme.
☾ ☾ ☾
—¡Es tan hermoso! —chilla Megan con la mirada puesta en la ecografía. Trevor y Susie se apilan detrás de mi hermana mientras se turnan para observar con detenimiento la imagen granulada. Aún no puedo ser capaz de visibilizar nada cuando todo el mundo sí. Me siento molesta por ese hecho.
—¡Sí, es una cosita tan hermosa! —grita Susie tomando la ecografía en sus manos.
Cuando se la pasa a Trevor, él frunce el ceño.
—Pero no se puede ver una mierda.
Bueno, al perecer no soy la única. Igual me siento mal porque yo soy la madre y ni por eso soy capaz de visualizar algo.
—¿Cómo que no? —Megan le quita la imagen. Señala algo que parece una mancha deforme—. Esa es su cabeza, aquí están sus piececitos y estos que parecen mini culebras son sus bracitos.
—Ahhh, ya lo vi —dice Trevor. Mis hombros se hunden. De nuevo soy la única que no puede diferenciar algo—. Parece un alíen bebé.
—¡Cierto! —grita Susie analizando la imagen.
Antes que alguien pueda decir algo más le arrebato la ecografía de las manos a mi hermana y la guardo en mi bolso. No quiero ser una aguafiestas, pero la cafetería está comenzando a llenarse y no quiero que nadie se entere de mi embarazo por ahora.
Todo el día de ayer Baxter ha estado frustrado cuando le dije que no quiero que nadie se entere de nuestra relación por el momento. El ambiente en el trabajo ya está demasiado tenso y lleno de chismes con lo de Johann y Megan como para querer añadirle más drama al asunto. Tal vez no es justo, pero quiero pasar mis semanas de embarazo en paz, por lo menos hasta que no se me note.
Mis amigos están de acuerdo con no divulgar nada ni hablar de mi relación con el jefe hasta que yo elija el momento.
Y ahora que la cafetería está llenándose de personas a esta hora del almuerzo no quiero especulaciones ni chismes, así que guardo la imagen del ultrasonido bien escondido en mi bolso.
Minutos después llega Baxter junto a su hermana, Tracy, quien al verme sentada en la mesa con nuestros amigos corre a abrazarme. Ella grita y chilla sus felicidades. Baxter ya le ha mostrado la imagen de nuestro alíen, y aunque ambos queremos que ella sea discreta en este tema, parece imposible porque no hace nada más que saltar de alegría, llamando la atención de todos mientras se cuelga de mi cuello.
—Basta, Trace, puedes ahorcarla y eso afectará... —susurra Baxter en el oído de su hermana—, ya sabes, puedes asfixiar al bebé.
Inmediatamente Tracy me suelta. Yo me río con lo que ha dicho, pero al ver su rostro serio sé que no ha sido una broma.
—Lo siento. —Se lamenta Tracy aferrándose a mi mano—. ¿Estás bien, puedes respirar?
—Baxter está exagerando —le aclaro antes que le crea todo lo que dice—. Puedes abrazarme todo lo que quieras, pero trata de no hablar de... eso.
Ella me guiña el ojo sin dejar de sonreír y se sienta al lado de Baxter en el extremo opuesto de la mesa. Mis amigos aún no se acostumbran a vernos juntos, nos miran como si fuéramos un espécimen extinto. Yo hago todo lo posible por ignorar sus miradas curiosas.
—¿Y? —pregunta Tracy en un murmullo alto solo para que nosotros escuchemos mientras se inclina sobre la mesa—. ¿Ya pensaron en un nombre?
—Primero queremos saber el sexo del bebé —susurra Baxter.
—Oh, sí, seguro. Pero deben de tener algunos nombres en mente, ¿no?
Meto una papa frita a mi boca, termino de masticar y niego.
—La verdad es que aún no. Todos los nombres nos parecen malos. Queremos esperar más para decidir. —Todos mis amigos asienten, pero Baxter me mira frunciendo el ceño. Le devuelvo la expresión—. ¿Qué?
Señala mi plato.
—La doctora dijo que debes comer comida balanceada, nada de comida frita. Y mucho menos café.
Miro mi plato de almuerzo y mi taza de café con culpabilidad.
Esto del embarazo se me va a ser eterno si no consumo mi dosis de café diaria. Megan me retira la taza y yo hago puchero como una niña mientras veo con horror que se lo toma ella.
—Esto es una mierda —murmuro empujando mi plato. Los antojos son reales, y a ellos no les importa que no deba comer aquello, solo exigen.
Baxter se levanta para comprarme algo más saludable, minutos después vuelve con un plato de lo que parece ser legumbres con arroz integral y un par de rodajas de camote. Luego me tiene un envase de yogurt griego.
Miro mi nuevo almuerzo con reticencia.
—Eso está mejor —dice él sonriéndome.
Aprieto el tenedor que me tiende y apuñalo las rodajas de camote con fuerza. Todos en la mesa están callados observándome comer mi nuevo almuerzo mientras ellos comen comida llenas de grasa, entre hamburguesas, papas fritas y pizza, acompañando todo con gaseosas o cafés.
Los odio.
Incluso a Baxter, quien está comiendo elegantemente su hamburguesa.
Bajo su atenta mirada meto en mi boca un par de bocados de comida. Al principio, la comida se me hace desabrida, pero cuando estoy en el cuarto bocado sonrío.
Esto no está tan mal.
Termino mi almuerzo más rápido que todos, porque soy la única que no habla, el almuerzo está tan delicioso que me lo engullo apresuradamente.
Cuando mis amigos terminan su almuerzo y la hora finaliza, todos se retiran de la cafetería hacia sus puestos. Baxter me guiña el ojo antes de levantarse y retirarse de allí. Yo también lo hago, pero no me dirijo a mi cubículo de la oficina, sino que voy a los baños privados que utilizan los jefes en la planta de la editorial.
Sonrío cuando veo a Baxter esperándome en el pasillo. Sin decir nada nos metemos en el baño. Me tiende mi neceser que ha traído de su apartamento, ya que ayer luego de la cita con la obstetra me quedé a dormir con él de nuevo. Ya son dos noches que las paso fuera de casa, pero siempre estoy calentita, en la cama de Baxter.
Me apoyo en el lavabo de manos mientras me cepillo los dientes. Baxter imita mi acción en el lavabo de al lado. Nos sonreímos como dos tontos a través del espejo.
—¿Tespuej vendasami caja? —pregunta sin dejar de cepillarse los dientes. El cepillo dental impide que hable con claridad, pero creo que logro entender su pregunta. Y la respuesta siempre será la misma.
Asiento.
Nos terminamos de lavar y nos enjuagamos, nos secamos con el papel toalla que hay en el dispensador y ponemos todo de vuelta al neceser.
Antes que pueda moverme para salir, Bax coloca sus manos detrás de mi espalda y me acerca a él para besarme. Sus labios suaves y su aliento a menta hacen que besarlo sea aún más rico. Sonrío contra sus labios cuando intenta bajar sus manos por mi trasero.
—No, señor, estamos un baño dentro de la editorial. No es correcto —digo, a pesar de que mi cuerpo me pide a gritos un ronda de sexo duro y rápido contra la pared del baño.
—Mmm, es que sabes tan delicioso que quiero probarte de nuevo —murmura contra mi cuello, repartiendo besos a lo largo de mi piel sensible.
Por muy buena que esa idea suene, hay trabajo que hacer.
Pero no me quejo cuando me levanta en volandas y me deposita sobre la encimera entre los dos lavabos. Gracias al cielo que está seca y mis pantalones no se mojan.
Sonrío contra sus labios.
—Tendrías que quitarme los pantalones para eso.
Frunce el ceño.
—¿Quién habla de quitarse los pantalones? —Suena contrariado—. Solo quiero probar tu boca.
Mi rostro se pone colorado al haber pensando otra cosa.
—Como sea —refunfuño—. Bésame antes que las hormonas locas tomen el control y sea yo quien te saboree, y no la boca.
Satisfecho con mi respuesta, vuelve a la carga. Arremete contra mis labios, abriendo su boca y sin esperar nada entierra su lengua hasta que choca con la mía. Empuño su cabello con ambas manos para sostenerlo contra mí mientras devoro sus labios con el mismo fervor que él ataca los míos.
Puedo sentir mi corazón palpitar a una velocidad que no creo que sea saludable, pero no puedo sentirme más viva que ahora. Rodeo sus caderas con mis piernas y de inmediato siento su dureza contra mi centro.
Suelto un jadeo que Baxter aprovecha para aumentar la velocidad de nuestras lenguas. Abre la cremallera de mi pantalón y baja el cierre.
Antes que la escena se convierta en una para mayores de dieciocho años, la puerta se abre y yo grito cuando oigo una exclamación. Baxter se da la vuelta dejándome ver quién es.
Casi me caigo de espaldas al ver a Heidi, la rubia despampanante. Nos mira con asombro, incrédula al ver la escena que tiene frente a sus narices.
Adiós a la privacidad de nuestra relación.
—Yo... vaya, lo siento, no sabía... —balbucea comenzando a ponerse roja.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Baxter acomodándose al pantalón. Le doy un toque en su brazo por detrás. Aprieta mi rodilla, porque aún sigo de piernas abiertas sentada sobre la encimera.
—Vine aquí porque el otro baño está muy ocupado y..., lo siento, no sabía que este también lo estaba. —Se ríe.
No entiendo cuál es el chiste. En ningún momento me mira, se ha dado cuenta de que soy yo a quien Baxter besaba, pero ni siquiera se digna a darme un vistazo. Yo en cambio, la miro con el ceño fruncido preguntándome qué mierda hace ella aquí. Tiene un baño para ella en la segunda planta, donde está su oficina. No hay un motivo concreto de por qué esté aquí, a menos que haya querido ver a Baxter y esta sea su patética excusa.
—Adiós, Heidi —dice Baxter, despidiéndola.
Por suerte ella capta la indirecta-muy-directa.
—Eh... sí, lo siento de nuevo. Adiós, chicos. Sigue en lo tuyo, Bax. —Me lanza una mirada indescifrable antes de salir. Aprieto mis manos en puños al saber que esta mujer está provocándome. No exactamente. Pero odio que intente acercarse a Baxter aún cuando él no le muestra ni el más mínimo interés.
—¿Debería importarme? —pregunto, señalando la puerta.
Baxter me ayuda a bajar del lavabo.
—Claro que no. Ella está mucho más allá del pasado, Madie, no tienes nada de qué preocuparte. —Me besa la frente—. Tú eres mi presente, y mi futuro.
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