20: Castigos
—Sí, no soy Devan. —A pesar de haberlo confundido, sonríe mostrando sus hoyuelos. Aprieto la toalla anudada en mi cuerpo, que roza mis muslos desnudos, y lo miro con sorpresa cuando me tiende la caja en forma de corazón llena de rosas blancas—. Esto es para ti, y también el peluche de conejo.
Arqueo mis cejas.
—¿A qué se debe? —pregunto tomando el conejo de peluche con cierto recelo. Me siento intimidada con su escrutinio en mi rostro.
—Se parece a ti. —Arrugo el ceño, confundida—. Porque tienes un apetito sexual insaciable.
Aprieto el peluche entre mis brazos a punto de lanzárselo a la cabeza.
—No me jodas.
—Oh, eso planeo, bonita.
Lo golpeo en el brazo con el conejo, pero ni se inmuta.
—¿Qué haces aquí? —pregunto ignorando sus palabras, a pesar de que me he ruborizado. No solo por ello, sino también por haberme relacionado con un conejo. ¿De verdad? Quien tiene el apetito más insaciable es él.
Me entrega la caja de rosas, yo con desconfianza lo recibo, asegurándome que la toalla no me caiga. Por extraño que parezca, Baxter ni siquiera se fija en mi aspecto como otras veces, me mira a los ojos y noto en ellos una calidez que antes no había.
Mmm.
—Vengo a pedirte perdón, sé que lo que hice no tiene perdón. Pero estoy muy arrepentido y quise traerte estos regalos para...
—¿Para comprarme?
—Para que sepas que siempre pienso en ti. No en otra persona.
Sus palabras dichas en voz alta y con sus ojos mieles en los míos me causan ternura. Pero trato de mantenerme fría por fuera, alzo una ceja y miro los regalos en mis manos con expresión estoica.
—Pues muchas gracias —respondo—. Ahora, si me permites, tengo que ir a seguir relajándome. Nos vemos el lunes en el trabajo.
Intento cerrar la puerta, pero Baxter interfiere poniendo su mano extendida sobre ella.
—No tan rápido. —Hace un gesto hacia el departamento—. ¿Puedo pasar?
—Estaba a punto de relajarme en la bañera.
—Podemos hacerlo juntos.
Niego.
—Sí, eso no va a pasar.
—Juro que no te tocaré. —Levanta ambas manos, como si estuviera siendo apuntado por una pistola.
—Mantén ese juramento. —Lo señalo, pero aun así, lo hago pasar, con cierta reticencia. Veo su sonrisa aparecer antes que pase delante de mí y sentándose en el sofá con nerviosismo. De pronto, parece tímido en medio de mi sala—. Iré a cambiarme, ya vuelvo.
Antes que pueda responder yo ya estoy corriendo hacia mi habitación. Termino de secarme el cuerpo y me pongo ropa cómoda que consiste en unos leggins y una camiseta de manga corta. Dejo mi cabello tal y como está, luego voy hacia el baño para dejar pasar el agua.
Cojo mi teléfono antes de salir.
Adiós baño, adiós momento de relajarse.
Mientras me dirijo de vuelta a la sala haciendo sonar las pantuflas en mis pies, desbloqueo mi celular notando que tengo varias llamadas perdidas de mis padres y de Devan de minutos atrás. He puesto mi celular en silencio desde que salí de su casa y justo ahora noto todas las llamadas. Al ver la hora en aquellas llamadas sé han estado insistiendo desde que me metí a bañar.
Mi semblante cae.
—¿Qué pasa? —pregunta Baxter cuando dejo el celular con fuerza sobre el sofá individual, al lado de los regalos, y sentándome a su lado con una distancia prudencial.
—Mi familia —digo con un suspiro.
—¿Qué pasa con tu familia? —Vuelve a preguntar en tono bajo.
Bajo la cabeza a mi regazo, mis manos juegan torpemente entre ellas. Hablar de mis sentimientos, de lo que me sucede, nunca ha sido mi fuerte. Pero extrañamente Baxter me inspira confianza. Mi furor interno me dice que son los hoyuelos. Yo opino que es su rostro angelical, que de vez en cuando, es decir; la mayoría de las veces que se dirige a mí, suele adoptar una máscara infantil en donde me muestra su verdadero yo. Cuando con los demás es una persona autoritaria y de carácter fuerte.
En realidad Baxter tiene varias matices. Supongo que así son la mayoría de personas. Yo... no tanto. Suelo adoptar la máscara de la frialdad fácilmente para no mostrar lo que realmente estoy sintiendo.
Ahora mismo esa máscara ha desaparecido.
—Tenemos problemas. —Levanto la cabeza para verlo sonreír de lado.
—¿No los tenemos todos?
—En mi caso es un problema que traspasa los años. Una tontería de mi madre que ha llegado demasiado lejos. —Baxter se queda en silencio. Intento no llenar el vacío, pero necesito sacarlo de mi pecho—. Verás, mi hermana es... ella tiene otro... No importa eso, lo que pasa es que nuestra madre jamás lo aprobó y la ha tratado muy mal desde entonces. Desde que me mudé de allí voy cada mes voy a su casa a visitarlos. Cuando vivía con mi ex íbamos los dos, pero ahora que ya no estamos juntos y yo estoy viviendo aquí, he tenido que ir sola. Y me duele saber que mamá sigue odiándola. Sigue ignorando que tiene una hija. Hoy mismo fui para almorzar con ellos, pero mamá invitó a mi ex sin mi consentimiento, lo llamó «hijo» frente a mí. Y a mi hermana ni siquiera le ha dirigido la palabra desde que se fue de casa.
Baxter se ha movido unos centímetros, noto el calor de su cuerpo a mi lado, pero aun así no me doy la vuelta. Cierro los ojos cuando las lágrimas pugnan por salir. Afortunadamente él no responde. Si lo hace, lloraré hasta quedarme seca. No se lo conté para que me diera conejos o palabras bonitas, se lo conté porque necesitaba decirlo en voz alta.
Y me gusta la sensación de su mano sobre mi espalda, acariciándome de arriba abajo sin hablar.
Cada vez que hablaba con Devan sobre este tema, él siempre intentaba adornar todo con pretextos hacia mamá, excusándola. Siempre me decía: «Ya verás que se le pasará la cólera, volverán a ser una familia como antes. Ella solo intenta entender a tu hermana a su manera». Odiaba aquellas palabras, empecé a agarrarle cólera a esas palabras porque jamás se cumplieron.
Hasta el día de hoy somos una familia rota. Y Megan sufre las consecuencias.
A mi lado Baxter termina por extender su brazo y rodearme para que me se acerque a su pecho. Se lo permito. Entierro mi rostro en su cuello percibiendo así el aroma de su colonia varonil. Trato de no suspirar mientras olisqueo disimuladamente.
Apoyo mi cabeza en su hombro mientras él continúa con sus toques delicados sobre mí.
—Extraño a mis padres —habla en un murmuro que se extiende en toda la casa luego de un momento. Intento erguirme para mirarlo a la cara, pero no me lo permite, continúa presionando mi cuerpo hacia él. Cierro los ojos oyendo su confesión. Supongo que he abierto el momento para que cada uno se confiese—. Siempre tengo los recuerdos de cuando estaban vivos, como cuando íbamos de paseo o viajábamos a otra ciudad. Mis padres tenían propiedades en varios lugares y siempre nos llevaban de vacaciones a Johann y a mí. Él era muy pequeño como para recordarlo, pero yo sí lo hago. Pero todo cambió con mi hermana. Dejamos de viajar porque la salud de mi madre era muy delicada. Luego cuando nació Tracy, la perdí. Perdí a mi madre. Luego a mi padre, fue un momento después, pero yo lo sentí rápido. Me los arrebataron a ambos y soy el único de mis hermanos que puede recordar los momentos junto a ellos. No sé si es una bendición recordarlos o una maldición, porque por supuesto soy el que sufre más sintiendo su pérdida. Tracy era una bebé cuando ellos murieron.
Decir «lo siento» jamás será suficiente. Pero es lo correcto de decir.
—Lo siento —susurro.
Él se ríe bajo, hinchando su pecho y por ende, moviendo mi cabeza ligeramente.
—Yo lo siento más —dice, y luego aclara—: Por ti, por tu hermana. Daría lo que fuera para seguir teniendo a mis padres con vida.
Lamento escuchar aquello, porque aunque todos estemos vivos, mi madre trata a Megan como si no existiera.
La historia de Baxter me conmueve, y aunque quiera preguntarle cómo murieron sus padres, aquello sería una indiscreción.
—Yo creo que es una bendición que los recuerdes —digo cambiando de rumbo, asegurando el tema de sus padres para que se olvide de los míos—. Seguro tus hermanos al no recordar nada, te piden que les cuentes las cosas que ustedes hacían cuando eran mucho más pequeños. Es bonito que tengas esos recuerdos, es lo único que te queda de ellos.
—Sí, supongo —murmura con voz ronca, tan melancólico como yo. Pongo mi mano sobre la suya, que está recostada en una rodilla y la aprieto. Su otra mano que acariciaba mi brazo se congela cuando nuestra piel entra en contacto.
—Los extrañas demasiado —digo, pero no es una pregunta, así que no responde, solo hace una mueca que noto por el rabillo del ojo—. Yo también extraño a mis padres, a la familia que éramos.
Esta vez no se detiene cuando se aleja de mí y voltea mi rostro para mirarlo a los ojos. Veo en ellos determinación y anhelo. Me duele el corazón por él. Tal vez yo no tenga una relación estrecha con mis padres, pero no podría vivir si ellos ya no estuvieran aquí.
—Tienes el privilegio de remediar eso —dice con voz llena de vida, entusiasmada—. Lo que sea que haya pasado, se solucionará. Y no te lo digo como forma de apoyo o palabra de aliento, te lo digo como un hecho. Eso pasará, Madison, confía en mí. Solo tienes que hacer tu parte.
—¿Y eso es...? —pregunto, dejando las palabras al aire para que continúe.
Lo he intentado de todo por años, no sé qué más podría hacer. Se me ha ocurrido de todo. Desde hablar con ellos por separado, hasta juntarlos obligatoriamente en una reunión. Ninguna ha funcionado.
—Ten fe. Si algo he aprendido desde que era un niño y tenía a mis padres conmigo, es que por muy mal que vayan las cosas, siempre se tendrán el uno al otro. Tu madre puede estar molesta, haber repudiado a tu hermana o dejado de hablarle por mucho tiempo, pero al final se arrepentirá. Es su hija, no puede no quererla.
Me encojo de hombros.
—Supongo que en el fondo lo hace.
—Toda madre ama a sus hijos. No olvides eso.
a pesar de que una parte de mí quiere creerle, la otra parte no lo hace. No después de haber visto el maltrato verbal hace años.
Nos quedamos en silencio. Yo mirando mi regazo, y él acariciando mi cabello. Se inclina sobre mí para besar mi frente. Noto con una sonrisa aliviada que el labio que mordí ya está casi sano.
—Lo siento —murmuro de corazón, en un intento por sacar de mi pecho las últimas emociones que siento en este momento. Rozo con mi pulgar la cicatriz casi invisible en su labio inferior y hago una mueca al recordar cómo se veía aquel día en la sala de juntas. Ahora casi ni se nota, solo lo hago porque estoy demasiado cerca de él y hasta puedo ver cómo sus ojos mieles se oscurecen cuando su mirada baja a mis labios. Continúo hablando—. No quise morderte así, fue una estupidez. No quiero que pienses que soy violenta ni mucho menos una desquiciada. Fue un momento de calentura, no volverá a pasar.
—¿Momento de calentura, eh? —repite, haciéndome exasperar.
—¿De todo lo que he dicho es lo único que dirás?
Su sonrisa infantil me hace querer reír, aprieto mis labios para mantener mi expresión seria. De un momento a otro hemos pasado de melancolía a diversión.
—Sé que no eres violenta, bonita. —Me toma de la mano entrelazando nuestros dedos sobre su regazo. Se me escarapela el cuerpo al sentir su palma cálida en contacto con la mía—. Pero tienes que mostrar de otras maneras tu momento de calentura.
Arqueo mis cejas.
—Aún no te he perdonado. —Lo señalo con un dedo cuando intenta poner sus manos en mis muslos—. Lo digo en serio, Baxter, lo que dijiste me dolió.
—¿No crees que a estas alturas ya me has castigado lo suficiente?
Escondo mi sonrisa con una mueca sorprendida.
—¡No te he castigado!
Sus ojos brillan con picardía.
—¿Dejarme con una erección en mi propia oficina luego de probarte no es castigo suficiente? —Me río, inclinado la cabeza a un lado. Él continúa—. Oh claro, síguete riendo, pero me debes un orgasmo. Con tu boca. Tal y como yo lo hice.
Mi risa se corta.
—¿Perdón?
—Lo que oíste. Una con otra, bonita. Ya te di tu orgasmo, me debes uno.
Aunque su idea me parece terrible, mientras más me lo pienso más me animo.
—Si quieres que te perdone, tendrás que hacer más méritos. —Señalo el conejo de peluche y las rosas blancas sobre el brazo del sofá—. Eso es nada en comparación con lo que te falta.
—¿Qué clase de mérito necesito? —pregunta entusiasmado con la idea. Sus ojos ya están encendidos, mirándome con el mismo deseo que siento yo.
—Oh, no sé. Una con otra, Baxter —digo utilizando sus propias palabras con una sonrisa maliciosa—. Me gustó que utilizaras tu boca en mí, ¿lo harías de nuevo?
Entrecierra sus ojos.
—Quien me debe un orgasmo eres tú.
Sus ojos no se despegan de los míos aguardando mi respuesta. No le contesto, pero lo que hago es ponerme de pie y quitarme la camiseta que llevo. Sus ojos se abren mientras recorre mi pecho con la mirada. Me quito el sostén deportivo y lo tiro al suelo. Una vez que estoy desnuda de cintura para arriba, pateo mis leggins por mis piernas hasta quitármelas.
Quedo solamente en ropa interior frente a él. El bulto en sus pantalones delata lo ansioso que está. Cuando levanta y extiende un brazo hacia mi pecho para tocarme, niego, alejándome. Me palpo los pezones dándoles tirones.
—No vas tocarme —digo con autoridad, sonriendo cuando él entrecierra sus ojos—. Si me tocas, estás perdido. Ese es tu castigo hoy, ¿entendiste, Baxter?
—Pero si quiero saborearte...
—Lo harás —lo interrumpo—. Solo puedes utilizar tu lengua, no tus manos.
—¿Cómo pretendes que no te toque? —alza la voz mientras sus ojos no dejan de mirarme con ansias.
—¿Quieres que te perdone o no? —lanzo de vuelta sin responder su pregunta.
—Sí —responde de inmediato.
—Entonces lograrás el reto, solo si deseas que te perdone.
Me agacho frente a él ayudándolo a quitarse el cinturón y los pantalones. Una vez que solo está con su bóxer se lo bajo de un tirón sonriendo alegremente al verlo duro, excitado y mojado en la punta. Su glande reluce ante la luz y a mí se me hace agua la boca.
Baxter intenta no tocarme, aunque veo que le cuesta.
Lo empujo por el pecho hasta sentarlo nuevamente en el sillón. Me arrodillo frente a él sintiendo mis piernas rozando la alfombra a mis pies. Cojo el cojín que reposa en el sofá y lo pongo bajo mis rodillas. Una vez que alcanzo mi objetivo, me inclino sobre su gloriosa erección y lo tomo en mi boca.
Su sabor salado inmediatamente inunda mis labios. Mojo con mi saliva todo el grande abriendo la boca y bajando despacio hasta sentirlo empujándose en mi garganta. Cuando enreda una mano en mi cabello para llevarlo más profundo, me retiro, mirándolo desde abajo y sintiéndome poderosa a sus pies.
—Nada de tocar —le advierto. Sus ojos echan chispas por mis palabras.
Vuelvo a engullirme su miembro. Cojo la base con mis manos y empleo movimientos lentos mientras dejo que toda mi saliva se esparza en su polla. Sus jadeos y gruñidos son música para mis oídos.
Veo que aprieta las manos en mi sillón, sus nudillos se ponen blancos mientras yo lamo y chupo su glande como si tratase de una deliciosa paleta que he esperado mucho saborear.
Adoro su sabor, y se lo dejo saber lamiendo con apremio, chupando con destreza de arriba abajo con movimientos que poco a poco se van acelerando. Baxter empuja sus caderas encontrándose con el fondo de mi garganta, le excita que lo tenga tan dentro en mi garganta. Lo cual también me excita a mí porque siento que mis bragas están empapadas. Mis ojos se empañan cuando lo siento tan profundo que un par de arcadas me atraviesan, pero logro aguantar mientras subo y bajo mi cabeza con rapidez.
—Ahh, Madison —gruñe Baxter con voz ronca mientras sigue sacudiendo sus caderas al son de mis movimientos. Se nota que quiere colocar sus manos en mi cabello y enterrar más profunda su polla en mi garganta, pero se aguanta. Lo cual agradezco, porque está cumpliendo con su castigo. Suelta otro par de gruñidos y jadeos, sonidos que me vuelven loca—. Me voy a correr...
Inmediatamente me detengo, sacando su miembro de mi boca notando lo brilloso que está por mi saliva. Baxter me mira consternado.
—Uy, ¿de verdad te ibas a venir? —pregunto sintiendo mis labios hinchados y mojados, los lamo. Su miembro está a centímetros de mi cara, lo ignoro, ignoro su glande rosado y apetitoso para mirarlo a la cara—. Lo siento, creí que me estabas advirtiendo para parar.
Su expresión es todo un poema. Quiero reírme cuando trata de relajar su expresión.
—No pasa nada —dice con la respiración agitada. Se nota que está a rabiar por haberle negado el orgasmo ansiado, pero desde mi punto de vista, es otro castigo por haber dicho el nombre de su ex. Lo cierto es que también es mi castigo porque no probaré su semen, pero tengo otra manera de hacerlo.
—Siéntate más al borde, quiero intentar algo —señalo el sofá. Baxter está confundido, con la frente perlada de sudor hace una mueca, extrañado con mi petición, pero me hace caso. Cuando hago que sus caderas se inclinen hacia mí, aprieto mis pechos en su dirección.
Inmediatamente lo entiende.
Y ahora está más animado que nunca. Coge su miembro resbaladizo y lo encaja entre mis senos, con mis manos aprieto su dureza y subo, bajando con delicadeza para que mis pechos se mojen con su miembro.
Es la primera vez que hago esto, pero es algo que siempre he querido probar.
Baxter no solo saca mi lado más cachondo, sino mi lado sucio. Más perverso.
Con la poca experiencia que tengo en esto, subo y bajo mis senos apretándolos entre su polla. Es una tarea un poco difícil, pero me las ingenio para lograrlo. A los pocos segundos Baxter jadea y se muerde el labio inferior, el mismo lado que días atrás yo mordí. Si le duele, no lo demuestra.
Su rostro se contrae en una expresión que solo puede ser de excitación. Mis propias bragas se mojan más al sentir su dura polla resbalando entre mis pechos húmedos. Aquella visión es suficiente para que en segundos Baxter vuelva a sentir que el inminente orgasmo está llegando.
Suelta un par de maldiciones mientras sus ojos se entrecierran por el placer. Su expresión de plenitud es suficiente para que me mueva más rápido y con más destreza. Antes que Baxter incluso pueda llegar a correrse, escucho un sonido estrepitoso y luego un grito.
Retrocedo rápidamente y me tapo los pechos al mismo tiempo que Baxter come otro cojín y se tapa.
En la puerta están Johann y mi hermana, mirando con demasiado asombro la escena frente a ellos.
La interrupción ha hecho que Baxter vuelva a perderse su segundo orgasmo. Y fue cosa del destino.
Bajo la atenta mirada de todos, me echo a reír y ya no puedo parar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top