19: Conflictos personales

El sábado Megan se va al almuerzo mucho antes que yo vaya a la casa de mis padres. Johann la recoge y juntos se van a la casa de sus abuelos para un almuerzo junto a su familia, mientras yo me alisto para ver a la mía. En cuanto salgo del apartamento echo llave a la puerta y me meto en el auto de Megan. Es un privilegio que Johann la haya llevado en su auto, porque el viaje hasta la casa de mis padres es de una hora aproximadamente, y no quiero pasar sesenta minutos metida en un autobús cuando puedo manejar por la autopista y llegar más rápido.

En cuando llego a casa la nostalgia de haber vivido aquí en mis años de adolescencia se cuelan en mi mente, haciéndome recordar el pasado y cuando realmente éramos una familia.

Estaciono el auto al lado del de papá y bajo, sonriendo al ver la conocida casa de color blanco con cerca al frente que rodea el pequeño jardín que mamá cuida muy bien. El vecindario es tranquilo a esta hora de la tarde, hay pocas personas paseando a sus perros o trotando por la acera. Me pongo el bolso al hombro y camino por la vereda hasta llegar a la puerta algo descolorida. La casa de mis padres es de dos pisos, y aunque por fuera parezca pequeña, realmente es grande.

Toco el timbre sintiéndome nerviosa por volver a ver a mis padres luego de varias semanas.

Escucho pasos del otro lado hasta que alguien la abre.

Mis ojos se empañan brevemente al ver a mi padre, recibiéndome con los brazos abiertos. No lo he visto en más de un mes y eso para mí es una eternidad. Extraño sus abrazos y los consejos que siempre me daba cuando era una niña. Me siento como una cuando me estrecha contra su cuerpo, como si los años no hubieran pasado. Papá sigue manteniéndose igual, excepto por las patas de gallo alrededor de sus ojos, se mantiene con el cabello corto y el rostro libre de vello facial. Es alto, mucho más que yo, así que me siento una enana con su fuerte abrazo.

No me importa quedarme así por unos minutos más.

—Te extrañé, papá —susurro contra su cuello, haciendo todo lo posible para mantener mis lágrimas a raya. Papá soba mi espalda.

—Y yo a ti, mi nena.

Me hace pasar luego de aquel fuerte abrazo para cerrar la puerta a sus espaldas. Con disimulo parpadeo para apartar las lágrimas. Ni bien doy un paso más adentro, siento el inconfundible aroma a asado.

La casa es hogareña, con fotografías de mis padres cuando eran más jóvenes adornando las paredes empapeladas. Los pisos de maderas están brillando así que procuro caminar sin querer resbalarme por el suelo mientras me dirijo a la cocina en donde escucho el sonido de platos y cubiertos.

—Hola, mamá —digo entrando al desorden de la cocina. El vapor de las ollas me golpea por un breve momento, pero yo no le hago caso para mirar a mi madre, quien al verme, corre hacia mí para abrazarme con el mismo entusiasmo que papá.

—Mi amor, estás aquí —murmura con voz entrecortada contra mi cuello. La abrazo fuerte. Mi madre puede haber cometido mil errores, pero la sigo queriendo. Ella acaricia mi espalda mientas continúa apretándome contra ella—. Te extrañé tanto, Madie.

—Yo también, mamá. —Sonrío cuando se aleja para inspeccionar mi rostro. Me acaricia ambas mejillas antes de besarme la frente, empinándose solo un poco para alcanzarme.

Por pedido de ella nos movemos al amplio comedor de la casa que ya está con la mesa servida; cubiertos bonitos y decorados con servilletas de tela, incluso hay copas de vino. Alzo una ceja al ver el esmero que mis padres han puesto, pero mi cara decae cuando noto que hay un cuarto plato de vajilla al lado del que supongo es mi lugar.

Miro a papá, diciéndole con los ojos que obviamente Megan no vendrá, pero él no se anima a decir nada. Mamá tampoco.

Con reticencia los ayudo a llevar las bandejas de comida a la mesa. Cuando todo está listo nos sentamos en las sillas y bendecimos el almuerzo. Me sirvo una porción de comida en mi plato después de ellos, tratando de no mirar mi lado vacío. Ignoro aquello mientras conversamos de mí y mi nuevo trabajo. En todo momento mamá lleva una mueca en el rostro al oírme, pero por suerte no dice nada.

Cuando terminamos de almorzar papá se pone de pie para traer el vino que ha estado guardando en el refrigerador para brindar. En ese momento el timbre de la casa suena y yo miro extrañada a mamá.         

—¿Puedes abrir, hija? —dice ella señalando la puerta.

Camino hacia ella y la abro, imaginando que es algún vecino de ellos o a alguien a quien esperan, pero mis ojos se abren de más al ver al hombre frente a mí.

—¿Devan? —murmuro su nombre con un tono de voz seco, parpadeando para asegurarme que es real. Sus ojos me observan temerosos de mi reacción, pero aun así me sonríe. En sus manos lleva un ramo de rosas rojas que me extiende. Las tomo, estupefacta—. ¿Qué haces aquí?

Se le ve nervioso. Ahora que no tiene nada que agarrar, se mete las manos en los bolsillos de su oscuro pantalón.

—Tú mamá me invitó —dice como si nada. Oigo pasos detrás de mí y en un momento mi mamá está abrazándolo como si no lo hubiera visto en años.

—¡Devan, hijo, qué alegría que pudiste unírtenos! —exclama ella. Devan le devuelve el abrazo con entusiasmo mientras me sonríe alegre.

Doy un paso atrás, y en cuanto tengo oportunidad, dejo las rosas en la mesa del comedor. Papá sale de la cocina con una botella de vino en la mano y el corcho para abrirla en la otra, sonriendo. Cuando se percata que Devan está aquí me mira, y al ver que en sus ojos hay temor, sé que estoy ha sido premeditado por ellos.

¿Invitar a mi ex a casa? Eso es rebasar los límites.

No me importa estar en su presencia, esto tiene que acabar.

—Mamá, ¿por qué lo invitaste? —digo empezando a ponerme furiosa.

Mamá relaja su expresión a una de inocencia.

—¿No puedo invitar a Devan? Han estado juntos por más de seis años y estaban a punto de casarse. Ya es parte de la familia.

Sus palabras me enfurecen a un nivel en el que nunca he estado.

Papá ve la tormenta en mis ojos porque se apresura a hablar.

—Creímos que sería buena idea invitarlo a almorzar con nosotros. Ustedes siempre venían juntos y nos apenó saber que este mes sería diferente.

—Pero, papá, Devan y yo ya no estamos juntos.

—Pero siguen siendo amigos, ¿no? —insiste mamá, poniéndose al lado de mi exnovio como si realmente fuera parte de la familia.

—¡No, claro que no! Ya no somos nada.

—¡Madison! —me reprende ella, horrorizada con mis palabras—. No hables así, ustedes han podido tener problemas, pero verán que lo solucionarán. Ha sido una pelea de nada, estaban a punto de casarse, por Dios.

La miro, confundida.

—¿Te estás oyendo, mamá? —digo con un tono de voz fuerte—. Devan y yo terminamos hace varios meses. No importa quién tuvo la culpa, terminamos y ya. Yo no quiero volver con él, ni siquiera quiero ser su amiga.

El rostro de Devan se transforma en decaimiento, pero es la verdad. Se lo dejé bien claro cuando me mudé de su apartamento. Él en aquel momento estuvo muy de acuerdo con ello, no sé por qué ahora se pone así.

Mamá insiste.

—No digas eso, él es familia y por eso lo hemos invitado. No tienes por qué tratarlo así o decirle esas cosas.

Mi nivel de furia estalla.

—¡Por Dios, las cosas que tengo que oír! —digo exaltada. Llego al sillón donde está mi bolso y me lo pongo al hombro—. ¿Te estás oyendo, Mery? Dices que Devan, un desconocido hasta hace algunos años, es tu hijo, es parte de la familia y que no debo tratarlo así cuando tú, sin embargo, has despreciado a Megan por varios años. Las has tratado como si no fuera tu hija, menospreciándola y diciéndole cosas feas, aborreciéndola solo por su orientación, cuando es tu hija. ¡Tu hija! La tuviste en tu vientre por meses, la pariste, y aun así dices que ella no es nada. No entiendo, Mery. Pero francamente si sigues así, ni siquiera me tendrás a mí. Sigue disfrutando tu velada con tu querido hijo Devan. Nunca debí venir aquí sin Megan. Me largo. —Paso por el lado de papá y le doy un beso en su mejilla, despidiéndome de él con cariño—. Nos vemos otro día, papá. Lo siento mucho.

Paso por el lado de Devan y antes que la furia me abandone, cojo el ramo de rosas del sillón y se lo aviento a la cara.

—Nunca más vuelvas a buscarme.

Salgo de allí sin darle otra mirada a mamá, a pesar de que llama mi nombre hasta que estoy en la acera. Me subo al auto de Megan y dejo mi bolso en el asiento de al lado.

Antes que pueda salir pitando de allí la puerta se abre y sale de allí Devan, detrás sale mamá pero no se aproxima a mí como lo hace él. Se queda en el porche de la casa con papá detrás de ella, protegiéndola.

Mis manos aprietan con fuerza el volante.

—No te vayas, Madie —dice él tocando la ventana con sus nudillos. La abro solo para oírlo, pero sigo con la mirada al frente—. Hablemos. Sabes que tu madre no tenía malas intenciones. Me invitó porque quería que pasáramos un sábado tranquilo en familia. Ya sabes, como antes.

Lo miro enfurecida.

—Oh, claro, por supuesto. Un sábado en familia sin Megan, ¿no? Estoy harta de su actitud. Si tanto quiere un día en familia que vaya a mi hermana y le pida perdón, mientras tanto, puede olvidarse de mí así como ella se olvidó de Megan. Dile eso.

Devan niega.

—Tu mamá las quiere, a su manera... pero lo hace.

—No me vengas con mierdas. Piérdete tú también, no sé por qué has venido. Pero entiende que nunca volveremos a estar juntos, no quiero a un niño que sigue creyendo que no lo quise solo porque no acepté casarme con él, y que por despecho, me botó del trabajo, del departamento y de su vida solo porque no estaba lista.

—Sé que me equivoqué...

—Ya no importa. No quiero oírte. —Cierro la ventana y me largo de allí sin mirar atrás.

Por mucha furia que tenga, conduzco con cuidado de vuelta a mi apartamento. Llego en más de una hora, debido al tráfico que hay en aquel momento, pero ni bien entro a mi casa tiro el bolso al sofá y me echo en el de tres cuerpos estirando mis piernas.

Estoy más tensa que las cuerdas de una guitarra, y todo por culpa de mi madre y Devan.

Me desnudo en mi habitación y con las mismas ganas voy hacia el baño. Ahora que estoy sola puedo disfrutar con total plenitud la tina de baño que he querido usar desde la semana pasada.

La lleno, y mientras espero, pongo música en mi celular. Una vez que el agua llena casi por completo la bañera, le echo encima algunos aromas y burbujas al agua y luego entro, sonriendo al sentir el agua tibia engullir mi cuerpo. Inmediatamente me siento mucho mejor cuando echo la cabeza atrás y extiendo mis piernas en su totalidad a lo largo de la tina. Relajo mis músculos y cierro los ojos para disfrutar más de la sensación de las burbujas rodearme.

Momento después en donde estoy tan relajada que estoy casi por quedarme dormida, salto en el agua al oír el timbre retumbar en las paredes del amplio baño. Con el ceño fruncido miro el techo con furia, Megan tiene sus propias llaves así que ella no tocaría.

Me levanto sin ganas, por tener que dejar mi baño relajante, y me envuelvo rápidamente en una toalla al oír de nuevo el sonido estridente del timbre. Me encamino hacia la puerta sintiendo las gotitas de mi cuerpo caer por mis piernas. Me miro al espejo de la sala unos segundos, estoy a punto de abrir la puerta con una toalla que apenas me cubre las piernas y con el cabello anudado en un moño en lo alto de mi cabeza, y aun así, no me importa.

Quien sea que esté al otro lado de la puerta, estoy a punto de matarlo por interrumpir mi paz.

Abro la puerta y lo único que avisto es un cuerpo cubierto por una caja grande llena de rosas blancas, y un peluche de conejo, aquellos dos objetos sujetados en una misma mano.

Miro los pantalones vaqueros oscuros e inmediatamente me pongo recta.

—No me jodas, Devan, ¿me has seguido hasta aquí? —El individuo baja la caja roja llena de rosas y el conejo de peluche revelando su rostro. Abro los ojos, sorprendida—. ¿Baxter?

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