i.

El cigarro era algo que jamás le había gustado.

De chico siempre se preguntó porque su padre fumaba tanto, dejando que su cuerpo absorbiera aquel veneno sigiloso por cuenta propia.

Pero ahí estaba, sosteniendo uno común entre sus dedos. No la mierda que vendían ahora como los "mentolados", si no esos cigarros de verdad, que llevaban el sabor amargo a abrazar tus pulmones y a desprenderlo en forma de poema, dejando formas atractivas flotando en el aire del color más desesperanzador posible.

Supo de grande, que había razones muy justificadas como para que una persona adulta decidiera transitar aquel camino de una muerte lenta y silenciosa.

Podía decir que fumaba porque para ello debía usar la boca, algo que jamás utilizaba porque nunca decía ni una sola palabra. Fumaba para no gritar las injusticias y el desasosiego que la vida insulsa que llevaba le producía.

Fumaba porque le daba la puta gana.

Ese era él ahora, convertido en lo que más había odiado.

En el tipo de hombre que no pone atención a su hijo y discute con su mujer a las tres de la mañana. Del que tiene un hijo triste y un matrimonio sin futuro.

Ahora estaba allí, fumando cual chimenea y bebiendo en el bar de siempre. Igual que su padre.

Ah, cuanto tiempo le había odiado, cuánto.

Le odió por abandonar a su madre por otra mujer, por olvidarse de todos sus cumpleaños, por trabajar demasiado. Y ahora, le odiaba por ser tan parecido a él.

Golpeó levemente el cigarro sobre el cenicero, dejando que el exceso de basura quedara allí, imposibilitándole ensuciar la mesa gastada donde se apoyaba.

La cerveza seguía fría y en su botella a pesar de que le habían dejado un vaso al costado. El sabor le parecía mejor si venía del envase original, así que no le preocupo verse poco educado llevando aquel pedazo de vidrio rígido a sus labios, sorbiendo el elixir que le hacía compañía cada noche desde hacía exactamente medio año.

Sí, medio año era lo que llevaba discutiendo, evadiendo, escapando.

Todo porque una noche, exactamente seis meses atrás, uno de sus compañeros de trabajo decidió salir a festejar su cumpleaños en grupo a ese mismo lugar.

La celebración se extendió hasta la madrugada, entre risas, tragos y festejos al agasajado. No quería ir, debía ser sincero; le insistieron tanto que debió hacer caso, puesto que inclusive su mujer le pidió que saliera a despejarse.

Hacia todo lo que ella decía, siempre había sido así. No sabía escogerse la ropa, así que ella lo hacía por él. No sabía que le gustaba comer, así que ella cocinaba lo que quería. No sabía que nombres le gustaban, por lo cual la dejó escoger el nombre de su supuesto hijo sin reprocharle nada.

Tampoco sabía que música le gustaba, que aspiraba a ser o cual era su color favorito. No sabía nada, porque jamás le había interesado.

Así inició. Cervezas, tragos y cigarros que se negaba a tocar, teniendo que aspirar la desgracia que los demás dejaban flotar sobre su cabeza.

Habían pasado músicos por sobre el pequeño escenario iluminado con luces tristes, dejando que el ruido ambiental tuviese algo de sentido y no dejara entrever lo realmente silencioso que todo era cuando la madrugada caía sobre la ciudad.

Las risas cesaron y habían pasado a la etapa donde las personas que comenzaban a sentir los efectos del alcohol, iniciaban sus charlas serias sobre política, religión y moralismo basado en cuentos de hadas.

Él no estaba allí realmente, no con ellos. Pensaba en que mañana debía madrugar y que perdía horas de sueño allí, como un irresponsable.

Que tenía reunión de padres en la escuela de su hijo donde seguramente explicarían porque la cuota mensual aumentaba. Que debería complacer a su mujer de nuevo, aun si ya no se sentía en absoluto atraído por esta.

No era como si la odiara, pero tampoco la quería. No sentía nada.

No sentía nada por su hijo más que aburrimiento y ni siquiera podía sentirse culpable por ello. No se creía mala persona, tampoco estaba enojado con la ligera sospecha que cargaba al ver sus ojos celestes, tan distintos a los suyos y a los de su madre.

Solo estaba cansado.

Mientras sus compañeros hablaban y debatían sobre temas que le sabían a nada, concentró su mente en la música que sonaba, intentando que su cabeza no comenzara a doler por tanto pensar.

Era un tango, nada distinto a lo que venía escuchando en las últimas horas.

No había anuncios de nada, tampoco decían el nombre de quienes se presentarían a bailar ahora. Sin tener nada mejor que hacer, se dio media vuelta para por lo menos darle algo de sentido al trabajo de aquellos dos aficionados.

No supo si fue la peor de sus tragedias o el mejor error de su vida.

Pero sí que todo cambio cuando le vio a él.

A él.

Era alto, muy hermoso. Llevaba aquellos trajes con estampado lineal en tonos grisáceos, los zapatos acharolados perfectamente calzados y un lindo sombrero. Él sabía de sombreros, porque era de las pocas cosas que siempre habían llamado su atención. Aquel bailarín llevaba un Chambergo Tanguero, como quienes practicaban esa danza debían vestir.

Sus movimientos le dejaron apartado del mundo, permitiendo que sus propios orbes ganaran un brillo circunstancial mientras le veía enredar las piernas ágiles con los de la bailarina contraria.

Esperaba que nadie se diera cuenta del calor que inundó su rostro por la sorpresa, el cosquilleo en la punta de sus dedos y el suspiro cargado de anhelo que se perdió entre el debate sin sentido de sus compañeros.

A partir de esa noche, comenzó a asistir a diario a aquel abandonado bar.

Su esposa le preguntaba a donde iba y él le respondía que a tomar algo. No le mentía, no hacía nada más. Lo único que sí, se le había pegado la asquerosa costumbre de fumar.

Todos en ese bar fumaban sin descanso, no hizo más que atenerse a ello para pasar desapercibido. Daba una calada por cada vez que veía sus pálidas manos pasarle por la espalda a aquella preciosa pelirroja. Cuando ella rozaba las piernas morenas decoradas en medias de red con sus rodillas. Cuando juntaban sus rostros en el estribillo final de la canción, culminando la pasional danza que siempre le dejaba con ganas de más.

Más de él.

"Yo siento que me provocas
Aunque no quieras hacerlo"

Y a pesar de que intentó pasar desapercibido, una de esas tantas noches logró conseguir una mirada suya. Una que se le grabó a fuego en la mente y le desarmó los sentidos, dejándole boqueando como un pez fuera del agua.

El chico le sonrió, dejando su mente en vilo varios segundos, donde más de uno pudo tener oportunidad de robarle todo lo que llevaba encima. No se hubiese defendido; no hubiese siquiera respirado si aquello significaba tenerle sonriendo siempre hacia su dirección.

"Está grabado en tu boca
Al rojo vivo el deseo"

No podía dejar de mirarle. La manera en que la coleta baja adornaba sus hombros y aquel sombrero enmarcaba su rostro, dejando una leve sombra de misterio sobre aquel verde casi iridiscente que prometía dejarle ciego.

Como las hombreras fingían darle porte y masculinidad a aquel cuello de cisne, el cual parecía jamás haber sido tocado por nada, por nadie. Cuando tragaba nervioso por cada presentación sintiéndose observado por él y su manzana de adán rebotaba entre sus preciosas cuerdas vocales.

"Y casi puedo tocarte
Como una fruta madura"

Fue a los tres meses que le descubrió mirándole de reojo entre cada danza, seguramente para confirmar que era a él quien miraba en vez de a su hermosa acompañante. Le gustaba pensar que también podía sentir aquella magnética atracción sin fin y que no deseaba quedar en ridículo fantaseando que era con él con quien bailaba.

Le encontró mordiéndose levemente el labio inferior en muchas ocasiones luego de cruzar miradas, intentando concentrarse en su trabajo. Nadie lo habría notado, pero llevaba observándole sin parpadear durante demasiadas madrugadas como para no darse cuenta de aquel sensual detalle.

"Presiento que voy a amarte
Más allá de la locura"

Por cada noche que pasaba allí, más fumaba. Más ansioso se ponía. Más discutía con su mujer.

Ella no le creía, claro.

No le creía que solo iba a tomar una cerveza desde que volvía a la casa con el cabello apestando a nicotina. Cuando volvía con el rostro lleno de color a pesar del cansancio y con una sonrisa que ella calificó como "estúpida".

No le importaba. Aún si le amenazó con el divorcio miles de veces, seguía tomando su nueva chaqueta de cuero y se largaba de allí, dejándola furiosa. Pero estaba bien, no era idiota. Él se sabía engañado, porque no usaba corbatas azules. Y la que había encontrado bajo la cama cuando tanteaba en búsqueda de sus zapatos para ir a trabajar, era del azul más brillante que había visto.

No le tenía lástima a ella, tampoco a un niño que jamás supo si era suyo.

Solo quería verle bailar a él.

"Voy a comerte el corazón a besos
A recorrer sin límites tu cuerpo"

Así que allí estaba, como cada noche. El humo flotaba en el escenario... y él no estaba.

Su mujer había armado un escándalo digno de telenovela y había tomado sus cosas, al niño y se despidió de él con un portazo, avisándole entre gritos que su abogado le enviaría los papeles del divorcio. Irónico.

Eso le tomó más tiempo de lo planeado y le hizo llegar tarde al único evento importante en su vida. Le buscó por los alrededores y nada, tampoco.

Fue la primera vez que la maldijo mentalmente, deseando que perderse aquella visión digna de un pedazo de su alma, valiera la pena.

Salió afuera, dejando que el frío de la noche erizara los vellos de sus brazos y cuello, contagiándo a cada nervio de su cuerpo. El piso brillaba gracias a las farolas y la humedad que la lluvia había dejado a su paso, dándole una bella visión de la plaza silenciosa que posaba en frente suyo, mostrándole lo bonita que era en las noches cuando nadie arruinaba el paisaje con su presencia.

Pensó en su padre.

En cómo podía comprender las decisiones que le habían llevado a abandonarle. Tal vez había sido encontrar el amor demasiado tarde; viéndose obligatoriamente apresurado a conseguir con quien iniciar una familia, sin pensar en las consecuencias.

El pequeño que había sido desprendido de su vida hacía solo unas horas, sufriría demasiado su pérdida, aún si nunca le había dado suficiente atención. Era una mierda, pero esperaba que algún día, teniendo treinta y cinco años y fumando fuera de un bar en la madrugada, pudiera finalmente comprenderle.

—La casa invita.

La refrescante bebida que siempre pedía estaba en frente suyo, aún en el envase de vidrio oscuro. Sus manos pálidas le parecían más reales y bonitas de cerca, pero no se atrevió a tocarlas al tomar aquel objeto helado entre las suyas.

—Llegaste tarde para ver a Mila.

Su voz le sorprendió una vez más, dejándole al borde de los nervios. Le había imaginado con una voz demasiado gruesa, tal vez con otra demasiado aguda. Ahora le parecía perfecta, adecuada. Tan ideal que jamás hubiese podido crearla por sí mismo con aquella caja cuadrada que tenía por cerebro. Su hemisferio derecho era una desgracia para el artista que descansaba a su lado.

—¿Cómo se llama el compañero de Mila?

Le oyó sonreír. Era posible, porque de tanto estudiarle, le había aprendido de memoria.

—Yuri.

Al fin le miró. No había vuelta atrás, estaba seguro de ello. Extendió su mano sudada de impresión en forma de saludo, intentando no sucumbir a su lado animal cuando sus pieles hicieron contacto por primera vez.

—Otabek.

Se había quitado aquel saco lleno de engaños, dejando a la vista la verdadera forma de sus hombros redondeados. El sombrero ya no estaba y su cabello rubio parecía de mentira de tan bonito que era. Seguro combinaba bien con la funda blanca de su almohada.

"Y por el suelo nuestra ropa, suave
Gota a gota, voy a emborracharte de pasión"

Le ofreció un cigarro por pura cortesía, el cual le fue rechazado. Supo que el que había fumado en aquella mesa gastada esperando por su aparición, había sido el último. No necesitaba más vicio que su baile, que sus ojos buscándole en la oscuridad y que aquella sonrisa oculta entre sus mofletes deliciosamente tímidos.

"Voy a comerte el corazón a besos
A recorrer sin límites tu cuerpo
Voy a dejar por tus rincones pájaros y flores
Como una semilla de pasión"

—Entonces quieres aprender tango—dedujo con engañosa inocencia destilando por cada parpadeo coqueto—, por eso vienes aquí a verme bailar cada noche.

Pudo sentir el sarcasmo oculto en sus últimas palabras, dándole vértigo. No era un secreto entre ellos, aun si jamás habían cruzado palabras hasta esa noche.

—Quiero aprender tango, sí.

Él sonrió más y dio un asentimiento torpe.

—No doy clases; soy un simple aficionado que quiere ganar un poco de dinero extra luego de pasársela sirviendo café a gente triste todo el día— comentó mientras se soltaba la coleta y se despeinaba con la otra mano, dejando a la vista la naturalidad de su esencia y permitiendo que el aroma escondido en sus hebras llegara hasta él, haciéndole abandonar poco a poco la calma que como ser humano siempre optaba por mantener.

—Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

"Ahora te sueltas el pelo, y así descalza caminas
Voy a morder el anzuelo, pues quiero lo que imaginas"

—Ah, ¿sí?— dio un bufido que se le antojo adorable y volvió a mirarle, sabiendo que, si lo hacía de esa manera, le diría que sí a todo—. Mi apartamento está libre por hoy. Podemos discutirlo allí, si quieres.

Por esa noche, no supo realmente si su cabello rubio combinaría con las sabanas de su cama matrimonial, pero sí pudo descubrir, que su tono tostado se veía bien en aquella colcha individual de color turquesa.

Fue un error pensar que una simple noche podría compensar aquel medio año de locura, donde no dejaba de pensar en él siquiera en su trabajo.

Ahora sabía que su música favorita era el tango, su color favorito el verde y su comida favorita la madurez pasional de sus labios.

Yuri era su nombre favorito en el mundo. Le gustaban las chaquetas de cuero original como las que él usaba y las motocicletas cómodas donde imaginaba algún día poder llevarle. Donde definitivamente, le llevaría.

Las madrugadas tangueras continuaron, donde le provocaba mil fantasías con solo deslizarse por aquella madera vieja en aquel triste escenario. Donde el sudor que su danza generaba le recordaba explícitamente a cuando le tenía debajo suyo, suplicando que calmara aquel descontrol hormonal que no le dejaba recitar ni una oración decente.

Las cervezas frías se convirtieron en cafés las tardes luego del trabajo y los trajes de tango en un pijama los domingos por la mañana.

No permitieron que la pasión desbordante que les caracterizaba quedara en el olvido, permitiéndose noches como esa donde hablaron por primera vez, o en las que Otabek le desnudaba con los ojos.

En las que Yuri fantaseaba ser despojado de aquel molesto saco de un tirón y consumirse por algo más que su evidente mirada.

Porque sí había algo que tenían ambos en claro, era que no existía nada prohibido entre la tierra y el cielo.

Traje nuevo os después de meses bloqueada, milagro.

Éste participa en #YOIRegionalMusic, donde me fue asignada la canción "Entre la tierra y el cielo" de Los Nocheros; voy a dejar el video con la canción acá abajo por si les interesa escucharla.

Bueno, espero que les gustara, me despido hasta el próximo

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