Capítulo XXVII | Cumple tu promesa





                LA NOCHE HABÍA CAÍDO Y TODO PARECÍA FUNCIONAR CORRECTAMENTE. El viento estaba en calma, el mar se mecía tranquilo y el único sonido perceptible era el de las olas. Los piratas habían arreglado un par de desperfectos que la Perla Negra había sufrido debido a su largo viaje y ahora esta se dirigía rumbo a Port Royal a dejar allí a los únicos tripulantes que no se hacían llamar piratas.

Jack se encontraba en su camarote pensando en la pereza que le daba ir hasta la sede británica. Sin embargo, no le quedaba otra, ya que Anastasia había partido con su barco mucho antes de que al capitán se le ocurriese la idea de pedirle que les llevara ella. Puede que él no tuviera ganas de acercarse a los mismos que le habían enjaulado —ignorando, por cierto, que había rescatado a Elizabeth de una muerte segura—, pero la rubia rechazaba completamente la idea de pisar tierra a menos que fuera una absoluta obligación.

La sirena, con el tiempo, había aprendido a tolerar a los humanos que habían optado por vivir navegando. No obstante, era innato en ella odiar a todos los demás.

El pirata se hartó de contemplar el océano a través del cristal de su ventana y se levantó del sillón para salir a cubierta. No le sorprendió en absoluto descubrir que la única persona que se hallaba fuera —a excepción del marinero encargado del timón— fuese Selina; la misma persona que había ocupado sus pensamientos durante las últimas horas.

Verla ahí le recordó a cuando iniciaron el viaje. En concreto, al momento en el que la encontró en el mismo sitio bajo la luz de las estrellas. En ese instante había creído que Selina era solo una chica más de la aristocracia; una niña presumida y caprichosa que había subido a un barco con dos desconocidos para llevarle la contraria a sus mayores. Ahora, sin embargo, sopesaba que sus decisiones podían haber estado condicionadas por algo más.

Ahora que conocía su historia —no sabía si todo lo que había descubierto era cierto, pero era innegable que había una parte real en todo aquello— le resultaba imposible no comparar a Selina con las demás féminas de su familia. Había heredado la valentía de Malia, la dulce y manipuladora belleza de Anastasia y la obsesión por el mar de Calypso. Y, por si fuera poco, también contaba con rasgos que la identificaban como sirena, como la mala reacción de su piel contra el sol o su nula tolerancia al alcohol. Aunque, tal y como había hablado con Anastasia, nadie podía asegurar que la castaña fuera una de esas criaturas. Puede que esos detalles se debieran simplemente a ser la hija de la diosa del mar.

«La hija de la diosa del mar», repitió el pirata, con escepticismo, para sus adentros. Por muy aristócrata que pareciese, aquel título le quedaba grande a cualquiera. Incluso a Anastasia, quien antaño lo había lucido con el mayor de los orgullos.

Jack se acercó a la distraída chica justificándose internamente. Se decía a sí mismo que le movían la curiosidad y la naturaleza de su persona, aunque en el fondo sabía que se estaba engañando. Llevaba bastante tiempo dándole vueltas a su conversación con Anastasia, y, aunque había intentado ignorar cierta parte, no podía negar que había algo de verdad: por el motivo que fuese, era obvia la atracción que el pirata sentía por la chica. Sin embargo, en lugar de preocuparse, prefirió pensar que era lo normal al ser un pirata. Eso es lo que hacían, ¿no? Viajaban en barco, bebían ron y se fijaban en las chicas. Y, sin duda, Selina era una.

—Observas el mar como si en cualquier momento fueras a saltar a él, querida —musitó el hombre, colocándose a su lado, lanzando una obvia indirecta entre líneas que pocos entenderían. Las palabras de Jack casi se convierten en ciertas debido al pequeño salto que dio al asustarse, lo que provocó que el pirata esbozara una sonrisa mostrando sus dientes mientras la castaña se sonrojaba—. Si tanto quieres quedarte, deberías haberte marchado con Anastasia.

La chica negó levemente con la cabeza. Siendo honesta, le había dado muchas vueltas a la proposición de Anastasia, especialmente cuando esta había abandonado el barco. Sin embargo, había tomado la decisión correcta. O, al menos, la más lógica y la que menos daño haría a sus seres queridos.

—Solo pensaba en mi padre. No logro decidir si se alegrará de verme o si me exiliará a una isla abandonada.

La mención de su padre adoptivo sonó rara a oídos del capitán. Después de saber que era una semidiosa, resultaba extraño pensar que se hubiera criado entre humanos comunes.

—Si terminas en una isla, tesoro, llámame —la chica sonrió. Parecía que habían pasado años desde el día en que creyeron que morirían en una.

—Creo que ha quedado claro que, como equipo, no valemos para escapar de una, capitán —señaló ella, girando un poco sobre sí misma para quedar directamente de frente al hombre.

—¿Y quién ha dicho que vayamos a escapar?

Selina se había acostumbrado lo suficiente a las insinuaciones de Jack como para saber que no iban en serio, pero aún se ponía nerviosa con este tipo de afirmaciones. Pese a eso, quiso continuar la broma preguntándole cómo se supone que podría llamarle si estaba atrapada en medio del mar sin manera de comunicarse con nadie. No obstante, una nueva pregunta, más seria y a la vez más soñadora, invadió su mente.

—¿Crees que volveremos a vernos, Jack?

La pregunta le pilló por sorpresa. Si la teoría de Anastasia era cierta —cosa que no le convenía en absoluto— estarían destinados a reencontrarse tarde o temprano. Por la parte que le tocaba, Jack deseaba que no fuese verdad. O, al menos, que no le involucrara a él. Optó por no responder lo que verdaderamente pensaba; en su lugar, pronunció lo que anhelaba que se volviese realidad.

—Lo dudo. El mar es inmenso y quién sabe si volveremos a cruzarnos. Quizá solo seamos desconocidos que una vez compartieron barco.

Un atisbo de tristeza para nada disimulado se reflejó en la expresión de Selina. La única amiga que había tenido en su vida había sido Elizabeth no porque fuera una persona solitaria, sino porque no tenía opción de encontrar a nadie más. Las personas que la rodeaban, pese a compartir su estilo de vida, no encajaban con sus ideales. Irónicamente, había encontrado más cosas en común con Jack y con Will que con cualquiera de los invitados que su padre había llevado a casa.

Sabía que no había pasado tanto tiempo con ellos como para considerarlos amigos en el sentido estricto de la palabra, pero pasar un día en el mar unía mucho más que compartir un mes en tierra firme. Al escuchar las palabras del capitán, la castaña volvió a la realidad de inmediato. Anastasia ya se había marchado, el pirata continuaría su camino apenas llegaran a Port Royal y, aunque esperaba que Will y Elizabeth se casaran pronto —pues pondría todo el esfuerzo posible para lograr que eso sucediese—, era un hecho que ella regresaría a Francia y que la pareja permanecería en Gran Bretaña. A pesar de que no se había despedido de nadie, su corazón, en ese instante, se sintió más solo que nunca.

Volvió a girar su cuerpo levemente para orientarlo totalmente hacia el mar, quedándose de perfil a Jack y apoyando sus manos sobre la barandilla de madera.

—En tal caso —comenzó a decir ella, posando los ojos directamente en el horizonte y sintiendo los del capitán directamente sobre ella— prometo no olvidarte nunca, desconocido. Creo que aún no te he agradecido por llevarme contigo. Sé que en un primer lugar no querías que viniese, pero pudiste echarme de todas formas y no lo hiciste.

El pirata podría haber respondido muchas cosas. Podría haber dicho que, conociendo a Anastasia, no hubiese sido tan sencillo dejarla tirada y no sufrir represalias por ello. Podría haber sacado su lado más egocéntrico y haberse regodeado en el agradecimiento. Podría, en el mejor de los casos, haberle hecho saber que su compañía había sido agradable en determinados momentos. Sin embargo, en lugar de ello, optó por besarla.

Selina no se dio cuenta de cómo ocurrió, pero mentiría si dijese que, de haber sabido lo que sucedería, lo hubiese evitado. El capitán colocó su mano encima de la de la castaña y, cuando esta giró el rostro para preguntar qué sucedía, se encontró con los labios de Jack.

Él sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Ni estaba siendo coaccionado, ni se trataba de una apuesta, ni estaba bajo el embrujo de ninguna sirena. Decidió besarla por impulso: porque era lo que deseaba en ese momento, porque quería despedirse de ella y, sobre todo, porque necesitaba demostrarse a sí mismo que Selina y él no estaba hechos el uno para el otro. Quería probar que era capaz de probar sus labios y continuar su vida lejos de ella, ya que eso demostraría que Anastasia no estaba en lo cierto y que no le gustaba Selina. Simplemente, sentía atracción hacia ella del mismo modo que podía sentirla hacia cualquier otra mujer.

No obstante, en contraposición a sus duros pensamientos, sus labios fueron mucho más suaves de lo que normalmente eran. A pesar de que la castaña nunca había besado a nadie, supo, por lo que había leído, que aquel beso distaba mucho de los que se detallaban en sus novelas. Era muy diferente a los besos apasionados que los amantes se dan tras mucho tiempo sin verse. Sintió que era tranquilo y sutil. Incluso el sabor a ron que percibió en la boca de Jack —sabor que había aprendido a aborrecer— le supo dulce.

No podía comparar, pero estaba segura de que no lo cambiaría por ningún otro beso.

Cuando se separaron, Selina se dio cuenta de que en algún momento una de las manos del pirata había ido a parar a su mejilla. Esta se mantuvo ahí apoyada durante un instante antes de que Jack se alejara un paso de ella. La chica sentía que debía decir algo, pero no sabía el qué. Jack, suponiendo esto, fue quien tomó la palabra.

—Toma esto como una ayuda para cumplir tu promesa.

El hombre se marchó y Selina no apartó la mirada de su cuerpo hasta que desapareció tras la puerta de su camarote. Una vez que su silueta ya no estuvo a la vista, fue consciente de lo que había ocurrido y miró frenéticamente por toda la cubierta sintiendo que toda la tripulación había presenciado la escena. Sin embargo, no fue así. Hacía no mucho habían sido partícipes de una batalla y la mayoría estaba o bien descansando, o bien recuperándose de sus heridas. Y los pocos que subían de vez en cuando al exterior del barco estaban demasiado ocupados en sus asuntos como para haber puesto su atención sobre ellos.

Probablemente el beso no había durado más de tres segundos, pero Selina sintió que había pasado días enteros rozando sus labios con los de Jack. Tampoco supo cuánto pasó desde que el pirata se marchó hasta que apareció Elizabeth, pero cuando lo hizo, llegó con una noticia agridulce.

—¿Cómo no me has avisado de que casi estamos en casa? —interrogó la rubia, con una sonrisa. Su amiga la miró confusa.

—¿Qué? —Elizabeth, al escuchar la pregunta, señaló un enorme trozo de tierra que se oteaba desde la distancia.

—Port Royal. Está ahí, justo delante. ¿No lo ves?

Selina siguió la dirección hacia la que apuntaba su dedo comprobando que lo que decía era cierto. Había estado tan sumida en sus pensamientos que no se había percatado de ello. Estaban tan lejos que apenas se vislumbraba una silueta rectangular a lo lejos, pero reconoció que se trataba del lugar exacto porque anteriormente había contemplado la misma figura desde su barco francés. Era un poco triste pensar que el lugar que tanto había ansiado visitar hacía unos meses fuese el mismo al que ahora no deseaba regresar. Para ser honesta, no le importaba volver. Echaba de menos a su padre y a algunos de los lujos con los que contaba, como poder darse un baño caliente cuando quisiera o tener a personas encargadas de lavar su ropa. Lo que no deseaba era dejar atrás la nueva vida que comenzaba a conocer; una vida libre, más allá de las etiquetas y de las formalidades.

—Ah, es cierto —fue lo único capaz de responder. Ante la escueta respuesta, la rubia colocó una mano sobre la frente de su amiga.

—Selina, ¿estás bien? Creo que has pasado demasiado tiempo debajo del sol. Tus mejillas están un poco rojas.

Sin poder evitarlo, la castaña comenzó a reír. El rostro desconcertado de Elizabeth solo aumentó su risa y, mentalmente, Selina se prometió no volver a burlarse de su amiga la próxima vez que se mostrara tímida ante cualquier gesto tierno que Will tuviera con ella. La acción de Jack había resultado vacía teniendo en cuenta que no volverían a verse y Selina era consciente de ello. Sin embargo, trató de ignorar la voz racional de su cabeza y se permitió disfrutar de su primer beso durante unos minutos. Al menos, hasta que pusiera un pie en tierra firme.

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