Capítulo XXV | Aliados





                LA RUBIA QUISO ASEGURARSE DE QUE SU MEJOR AMIGA ESTABA BIEN. No era mucho más mayor que Selina, pero, por algún motivo, Elizabeth tenía un instinto maternal muy marcado macia ella. Esto había sido visible incluso a través de la correspondencia que se habían enviado durante años.

La mayor se tragó sus propias impresiones y buscó exteriorizar su fortaleza para que Selina pudiera apoyarse en ella si lo necesitaba, pero solo cruzaron un par de frases porque en seguida la castaña la instó a acercarse a Will. Selina no desconocía los sentimientos que Elizabeth albergaba hacia el muchacho y sabía que estaba deseando acercarse para ver cómo se encontraba. Es cierto que acababa de vivir hechos que no sucedían todos los días, pero podía gestionarlos ella sola.

—Te juro que estoy bien. No soy tan frágil como parezco. Pero, mira, Will está sangrando —evidenció la castaña por segunda vez, cuando la mayor se negó a dejarla sola—. ¿No te da lástima?

—Es solo un corte. No es nada que deba preocu...

—¿Y me vas a decir que no te haría ilusión curárselo?

Elizabeth abrió los ojos, sorprendida, justo antes de negar con la cabeza en señal de desaprobación; pero, al momento, sonrió. Aquel comentario le había recordado al día en el que Selina llegó a Port Royal y le preguntó en persona por su relación con Will. Había echado de menos a esa chica. A su mejor amiga.

—No digas tonterías —musitó la rubia, poniéndose al fin de pie para acercarse a Will.

Las comisuras de los labios de la francesa se curvaron en una sonrisa. Le hacía gracia cómo Elizabeth a veces decía una cosa pero luego realizaba otra completamente distinta.

Debido al cansancio acumulado, sus piernas comenzaron a sentirse cansadas. Caminó sin prisa hasta sentarse sobre una montaña de monedas doradas y tomó una en sus manos preguntándose si estaría maldita. A partir de ahora, cada vez que contemplase un doblón, recordaría aquella aventura que acababa de terminar para ella. Reconocía que pensarlo le resultaba doloroso. Deseaba volver a ver a su padre tanto como quedarse escondida en aquella cueva para siempre. Y, cuando sus orbes cafés recorrieron el espacio, se dio cuenta de que parecía que nadie quería irse.

Jack caminaba entre los montones de riquezas tomando algunas y examinándolas con desgana. Cualquiera imaginaría que estaba revisando el tesoro en busca de algo llamativo, pero la castaña, como persona curiosa que era, había aprendido a fijarse en los pequeños detalles. A pesar de que no conocía al capitán desde hacía mucho, había aprendido a distinguir cuándo estaba realmente interesado en algo y cuándo estaba sumido en sus pensamientos. Y, a pesar de la distancia, la chica estaba bastante segura de que este se trataba del segundo caso.

Lo meditó durante unos instantes. El pirata había pasado años deseando acabar con Barbossa y por fin lo había logrado. Seguro que estaba contento, pero ahora le tocaba buscar otro propósito que cumplir. Selina se sentía un poco del mismo modo. Su viaje había terminado y en este momento solo le quedaba contemplar qué le depararía el futuro.

Cuando la mirada de Jack se cruzó con la suya, la menor la desvió ligeramente avergonzada por haber sido descubierta observándolo.

Sus orbes viraron entonces hacia donde, a unos metros de distancia, se encontraba Gibbs. Tras derrotar a los piratas y enjaularlos en los calabozos de la Perla Negra, el hombre había tenido la brillante idea de subirse a uno de los botes y acercarse a la isla suponiendo que necesitarían al menos dos para regresar. Es cierto que solo eran cuatro las personas que debían volver al barco —sin contar a Anastasia y al propio Gibbs—, pero nunca venía mal tener espacio libre en caso de que quisieran añadir algunas piezas a su botín.

Al parecer, la ambición de los piratas no tenía fin.

Elizabeth y Will se encontraban varios metros alejados de los demás y Selina hubiese sido capaz de dar lo que fuese por poder escuchar su conversación. Le parecía increíble que hace unos minutos hubiesen estado luchando tan sincronizados y que en este momento parecieran dos desconocidos avergonzados de estar el uno frente al otro. Todo el mundo se había dado cuenta de que sus sentimientos eran recíprocos excepto ellos. O, mejor dicho, ellos también lo sabían, pero se negaban a dar el primer paso.

La castaña sintió cómo alguien se acercaba y no le hizo falta moverse para saber que se trataba de Jack. El hombre, sin ningún tipo de cuidado, se desplomó a su lado hasta quedar sentado sobre los doblones, provocando que unas cuantas monedas de oro se desplazaran por la montaña.

—¿Debo llamarte tesoro, a partir de ahora? —sugirió el pirata, sonriendo de medio lado, haciendo referencia al lugar donde se hallaba sentada.

Selina hizo su mejor esfuerzo por no demostrar lo mucho que ese apodo le había gustado.

—Puedes hacer lo que quieras, aunque no sé si debería ofenderme —bromeó, sin despegar los ojos de sus amigos—. Ni soy de oro, ni estoy maldita.

—¿Y desde cuándo esos son requisitos indispensables? Los tesoros no son siempre de oro y diamantes, preciosa. Un tesoro puede ser cualquier cosa que tu corazón anhele: montañas de dinero, un vestido bonito o —Jack siguió su mirada e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pareja—, en este caso, una persona.

La muchacha sonrió, cómplice, entendiendo sus palabras a la perfección y celebrando internamente no ser la única del grupo que no estaba ciega.

—¿También te has dado cuenta?

—Por supuesto. Nadie cruza medio océano para rescatar a alguien que solo es una amiga —Selina frunció levemente las cejas.

—Yo lo he hecho.

—Te lo dije hace meses. Tú lo que querías era ser libre.

No sabía si ofenderse o darle la razón. Había emprendido esa aventura por Elizabeth y aquello era innegable. Prueba de ello era lo preocupada que había estado siempre por la rubia. Sin embargo, debía admitir que, de haberle surgido la oportunidad de viajar, la hubiese aceptado inventándose cualquier pretexto.

Ahora que lo pensaba, era increíble la facilidad que tenía Jack para calar a la gente. Bastaron dos frases en su primer encuentro para que comprendiera los deseos de la chica mucho mejor de lo que cualquier otra persona lo había hecho. Si repasaba sus conversaciones, se daba cuenta de que se había sentido más comprendida que cuando hablaba con cualquiera; incluso con Elizabeth.

En ese instante se dio cuenta de lo mucho que le iba a doler separarse de él.

—Pues parece que todo el mundo sabe que se aman excepto ellos —se quejó Selina—. Ambos tienen miedo de confesarlo.

—Hay piratas que anhelan un tesoro durante toda su vida, pero no se atreven a ir a por él. Saben dónde está y cómo conseguirlo, pero por miedo a perder lo que tienen, se niegan a adentrarse en el mar y permanecen en la costa. Puede que esos dos teman enfrentarse a las consecuencias de que sus sentimientos sean recíprocos. O puede que solo sean idiotas.

Quizá debería haberse indignado ante la última frase del pirata para defender a sus amigos, pero lo cierto es que a Selina le causó cierta gracia. Además, no quería romper el ambiente. Le encantaba cuando Jack hablaba de forma tan enigmática.

—Pues espero que se declaren y que su única consecuencia sea casarse apenas lleguen a Port Royal —espetó la castaña, recostando su espalda un poco más sobre el montón de monedas. Jack la imitó y relajó también su postura—. Si después de haber recorrido el mar por ella Will no ha demostrado su amor por Elizabeth, no sé qué lo hará.

—No sabía que las hijas de los gobernadores se casaban por amor —ironizó Jack. Selina sonrió con tristeza.

—Y no lo hacen, pero el padre de Elizabeth la quiere mucho. Sé que se lo permitirá.

—¿Y tú? ¿Qué harás cuando regreses? —la chica se congeló un segundo, antes de responder. Estuvo a punto de fingir optimismo, pero decidió que no merecía la pena mentirle a Jack.

—No lo sé. Prefiero no pensarlo.

Selina comenzó a juguetear con la escama azul que aún conservaba en su mano. El pirata también era una persona observadora —una gran ayuda para salir ileso de las situaciones con las que se topaba— y se había dado cuenta de que la chica se entretenía con sus manos o con cualquier objeto que hubiese en ellas cada vez que estaba nerviosa. Su pregunta, al parecer, no había sido del todo acertada.

El capitán introdujo la mano en su bolsillo y sacó el objeto que había recogido justo antes de caminar hacia Selina: una daga compuesta por un mango de madera negro y una punta fabricada con un mineral negro y otro morado que se mezclaban entre sí. Dado lo afilada que estaba, Jack supuso que nadie la había usado antes.

—Sea lo que sea lo que te depare el futuro —habló, sacando a la muchacha de sus pensamientos y ganándose toda su atención—, quédate con esto. Puede que así seas capaz de defenderte y no termines a bordo de un barco desconocido.

Selina supo que aquel era el regalo más bonito que le habían hecho no solo por la belleza innegable del objeto, sino también porque era algo que jamás había pensado que recibiría. Los regalos que se hacían a las mujeres, normalmente, tenían que ver con su apariencia o con la decoración de sus hogares.

Podría haberle dado las gracias como una persona normal, pero ella no era alguien ordinario.

—¿Puedo aceptarla sin más o está hechizada? ¿Me convertiré en dragón si me voy de la cueva con ella? Porque, ahora que lo pienso, no me importaría —Jack sonrió y la miró fijamente a los ojos.

—Me temo que no lo descubrirás hasta que salgas de aquí. ¿Vas a arriesgarte? —ella no despegó los ojos de los suyos, mostrándose tan desafiante como él.

—Por supuesto.

El valor de Selina se desvaneció apenas sus dedos se rozaron al tomar el arma. Como pretexto, comenzó a observar la daga analizando cada uno de sus detalles. Era un poco más pequeña de lo normal. Dado su belleza, es probable que se hubiese fabricado con el fin de ser expuesta en lugar de utilizada. Sin embargo, se adaptaba perfectamente a la mano de la chica y era lo suficientemente puntiaguda como para servir en caso de necesidad.

Mientras la muchacha la hacía girar entre sus dedos, Jack vislumbró la escama que había estado toqueteando segundos antes.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad, señalando el reflejo azul. Selina ya se había olvidado de que la conservaba.

—¿El qué? Ah, esto. Es la escama que me dio Anastasia para llegar hasta aquí. Toma, quédatela —pidió, mientras se la extendía—. Te será más útil que a mí, a partir de ahora.

Jack examinó la lámina azul, casi transparente, sin notar nada especial.

—¿Para llegar hasta aquí? —repitió, sin comprender.

—Sí, ya sabes —murmuró la chica, analizando aún la daga—. Para respirar bajo el agua.

—Oh, claro, eso.

La respuesta del pirata no fue muy convincente, pero Selina estaba tan absorta contemplando el obsequio que no percibió nada raro en su tono. Mientras que la castaña hacía unos minutos había reflexionado acerca del final de su viaje, el pirata estaba cada vez más convencido de que algo mucho mas grande se avecinaba. Aunque, muy probablemente, sus pensamientos se debiesen a la aparición de cierto ser al que dentro de muy poco debería saldar una deuda.

Jack desvió aquel pensamiento. Había escapado de muchas situaciones en su vida y encontraría la manera de despistar a Davy Jones. Tenía tiempo de sobra para pensar en cómo hacerlo.

Las nuevas palabras de Selina interrumpieron el hilo de sus preocupaciones.

—Es preciosa, pero... siento que se me la quedo se desperdiciará. No sé usarla. Y aunque supiese, no sé si me atrevería a dañar a alguien.

El pirata colocó amablemente —tan amablemente que incluso se sorprendió a sí mismo— una mano sobre la de la chica, la cual había comenzado a moverse para devolverle el arma. Es cierto que llevarse el artefacto resultaría inútil si Selina no quería usarla, pero por algún motivo, Jack necesitaba saber que una parte de él había aportado algo a la seguridad de la chica. Su pensamiento no tenía ningún tipo de lógica, pero su instinto le empujaba a obligar a la castaña a que aceptara su regalo.

—Hace un momento, Elizabeth y tú estuvisteis a punto de enfrentaros a un pirata con un par de palos para ayudar a Will. Si tu amiga estuviese en peligro ¿la ayudarías?

—Tendría que verme en la situación. Supongo que sí, pero...

A Jack aún le costaba comprender a Selina. La mayor parte del tiempo parecía directa, rebelde y desafiante. No obstante, en ocasiones como aquella, parecía mucho más inocente e insegura. El pirata aún no sabía si voluntariamente exageraba la primera faceta para sentirse alejada de aquel mundo que la mantenía encerrada en una jaula fabricada con rectitud y buenos modales; o si ambas formas de ser convivían en su interior y, dependiendo de la situación, sobresalía una u otra.

—Pues ya está —cortó el hombre, dándose por satisfecho con la respuesta—. La daga es lo de menos, es solo una herramienta. La única que puede defenderte eres tú misma. Guárdala como recordatorio. Cada vez que la mires, piensa que es un símbolo para dejar que tu alma te guíe y te proteja.

—A veces eres demasiado profundo, Jack.

—Es parte de mi encanto, querida.

El hombre le guiñó un ojo y Selina bajó de inmediato la cabeza permitiendo que su cabello cubriera parte de su rostro. Puede que ella pensara que su indiscreto movimiento había servido de algo, pero el pirata había estado con demasiadas mujeres y sabía que aquel gesto solo pretendía ocultar el rubor de sus mejillas.

¿Por qué le gustaba tanto jugar con ella? Aunque, siguiendo esta línea, otra pregunta posible sería: ¿por qué era tan sencillo ponerla nerviosa últimamente?

Mientras lo meditaba, por el rabillo del ojo, sintió cómo a su lado la chica se ponía tensa de repente. Solo le hizo falta alzar un poco la mirada para entender la nueva actitud de su compañera. Anastasia había entrado en su campo de visión, pero tan solo llevaba puesta una tela alrededor de su cuerpo que llegaba hasta sus rodillas. Eso, para la época, era como ir desnuda. Por si fuera poco, caminó sin ningún tipo de pudor hasta donde Will y Elizabeth se encontraban, provocando que el primero se pusiese completamente rojo y que la rubia, al ver su reacción, comenzara a bullir de cólera.

Desde su posición, podían ver las reacciones; pero estaban tan lejos que no podían escuchar lo que decían.

—¿Qué pretende? —preguntó Selina, alarmada, girándose hacia Jack. Su intriga se detuvo al observar cómo el pirata esbozaba una media sonrisa y la muchacha alzó una ceja mientras se cruzaba de brazos— Bueno, ¿qué? ¿Te gusta lo que ves? —el hombre le devolvió la mirada, sin modificar su expresión.

—¿Es que acaso estás celosa, encanto?

—Teniendo en cuenta que odias a Anastasia y que ella está enamorada de tu padre... No. No creo que tenga motivos para estarlo.

Anastasia murmuró algo y, como era de esperar, Elizabeth se marchó a paso rápido mientras Will no tardaba en seguirla. La sirena, mientras tanto, esbozó una sonrisa que se agrandó con orgullo cuando se dio cuenta de que tenía a dos espectadores contemplando su pequeño teatro. No dudó en acercarse a ellos a paso lento.

«No entiendo cómo puede estar tan tranquila.

El pirata comprendió perfectamente a qué se refería Selina. A todas las mujeres se les inculcaba que debían ser recatadas; mucho más a las que pertenecían a clases sociales altas como era el caso de la francesa. Dentro de lo que cabe, ella era bastante moderna, ya que a su carácter rebelde no le importaba mostrar su cuello, sus hombros o incluso parte de sus brazos. No obstante, enseñar las piernas era dar un paso demasiado grande. Jamás había visto a nadie hacerlo, salvo a Anastasia.

—Es una sirena —recordó Jack—. Para ella es natural. Pasa más tiempo desnuda bajo el agua que con ropa en la superficie.

Las palabras del hombre encerraban toda la razón. No cruzaron ninguna palabra más hasta que la rubia llegó al fin hacia ellos, sentándose junto a Selina.

—¿Y esto? ¿Has encontrado algo que te gusta? —preguntó, como si nada acabara de suceder, arrebatando la daga de las manos de la menor— Es bonita.

—La ha escogido Jack —Anastasia, ante la respuesta de la castaña, dejó de estudiar el arma un instante mientras formaba una sonrisa suspicaz. Acto seguido, miró al pirata.

—¿Te importaría volver a agarrar una moneda maldita de esas, Jackie? Ya no quiero matarte, pero me he quedado con las ganas de clavarte un cuchillo —el hombre puso los ojos en blanco.

—¡Oye! Ni se te ocurra —interrumpió Selina, arrebatándole el objeto.

—Gracias —expresó Jack; aunque su agradecimiento se esfumó apenas la joven volvió a abrir la boca.

—No quiero que me ensucies la daga. Busca otra arma por ahí.

—¿Pero por qué demonios queréis matarte?

Anastasia emitió una carcajada sincera mientras Selina sonreía. Al parecer, en ciertas ocasiones, tenían el mismo sentido del humor.

—Vamos, Jackie, solo era una broma.

—Sí. Además, con la moneda no podría haberte matado —al recordar la maldición, la castaña se acordó de sus amigos y se aventuró a formular la pregunta que rondaba en su cabeza—. Oye, Anastasia, ¿qué les has dicho a Will y a Elizabeth? ¿Por qué se ha ido tan enfadada?

La rubia soltó un dramático suspiro.

—Solo quería acercarme a saludar a Will.

—Lo dudo.

—Cállate, Jack. Lo cierto es que estoy harta de ellos. El chico ha recorrido medio mundo por ella y Elizabeth le mira con ojos de cervatillo cada vez que están juntos. Y aun así son capaces de admitir lo mucho que les gustaría darse besitos. De hecho, ¿os podéis creer que justo antes de que llegara estaban hablando del prometido de Elizabeth? Ridículo.

«He actuado como tenía que actuar. Supuse que Liza se pondría celosa si aparecía así frente a Will haciendo notal que nos conocemos, así que ahora solo hay dos finales posibles: o bien ella se enfada, Will se pone nervioso al darse cuenta de que no puede vivir sin ella y se declara; o bien la chica se da cuenta de lo guapo que es y confiesa sus sentimientos antes de que otra se lo quite.

En la cabeza enamoradiza, sin escrúpulos y soñadora de la sirena aquello tenía sentido. Anastasia creía de verdad que su intervención había sido imprescindible para mejorar la relación. Sin embargo, los dos restantes fueron capaces de ver que quizá solo había empeorado las cosas.

Selina se puso en pie, ganándose una mirada confusa por parte de la mayor.

—Voy a intentar arreglar esto —explicó, antes de que nadie le preguntase—. Elizabeth no querrá escuchar a Will si alguien no la tranquiliza. Espero que no hayan subido a ningún bote, porque solo tenemos dos.

La castaña, agradeciendo llevar pantalones y no uno de sus incómodos vestidos, echó a correr mientras su larga melena rizada se agitaba tras ella. Algunas gotas de agua salpicaban a su alrededor ya que su cabello aún estaba mojado. Anastasia guardó silencio unos segundos mientras pensaba.

—Siento que he hecho algo mal, pero no sé qué es.

Independientemente de los motivos que tenía Jack para aborrecer a Anastasia, una de las cosas que menos soportaba de la mujer era su extraña forma de percibir el mundo. Se metía en asuntos donde nadie la invitaba, daba por verdadera su opinión ignorando a cualquier persona que le dijera que estaba equivocada y era incapaz de no salirse con la suya.

—En esta ocasión... absolutamente todo —la mujer abrió la boca para responder, pero la cerró al instante porque encontró algo mejor que decir.

—Estoy harta de que nos llevemos tan mal, Jackie.

—Si quieres que nuestra relación mejore, quizá podrías empezar por dejar de llamarme Jackie.

—Vamos, hablo en serio. Llevas décadas deseando que desaparezca.

—¿Te recuerdo que fuiste tú quien quiso asesinarme primero? Te has ganado a pulso mi opinión sobre ti.

—Y he buscado saldar eso de todas las formas posibles.

—Hay cosas que no se perdonan.

—Hablas como si tú nunca hubieses asesinado a alguien —respondió la mujer, enfurruñada, mientras se cruzaba de brazos—. Hay cosas peores. Y si yo no cumplí mi objetivo fue porque decidí no hacerlo, no porque nadie me obligara. Entiendo que no quieras ser mi amigo, pero no perdemos nada por convertirnos en aliados. Te beneficiarías más tú que yo.

—Bonita melodía la tuya, Anastasia, pero no me fío de ti. Aunque ahora tengas forma humana, no me olvido de que eres un bicho de mar. Si los marineros se cubren las orejas cuando ven a una sirena, por algo será. Vuestra voz es dulce, pero vuestros dientes afilados.

—Voy a fingir que no me estás comparando con una de esas vulgares sirenas comunes para no enfadarme. Jack, juro por los mares que no te traicionaré. Podría haberte asesinado mientras luchabas contra Barbossa y no lo he hecho. No tengo motivos para mentirte.

—Tampoco para querer formar una alianza.

Exteriormente, su conversación eran solo palabras. Sin embargo, entre líneas se podía leer claramente la desconfianza, la curiosidad y el interés que les embriagaba a ambos. Es cierto que Jack ya no la veía como una amenaza directa y que su ayuda podría ser de utilidad en el futuro, pero no hubiera sobrevivido tanto tiempo siendo un pirata si no fuese porque era una persona recelosa por naturaleza.

—¿Tan difícil es creer que busco redimirme?

—Sí, pero últimamente estás tan pesada que voy a darte el beneficio de la duda. ¿Quieres que no te mande fuera de mi vista cada vez que apareces? Perfecto. Sin embargo, no soy una persona fácil de convencer. Si intentas traicionarme, te aseguro que será la última vez. Y ya no soy como cuando nos conocimos, Anastasia. Ahora tengo muchos más recursos.

La rubia mordió su labio rojizo para evitar que su sonrisa se agrandara. Por fin había conseguido ganarse un poco de su aprecio. Además, en cierto sentido, le gustaba que la amenazara, ya que demostraba que su aliado era una persona tan fuerte como ella.

No hablaron más porque Gibbs se acercó decidido hacia ellos. El hombre llevaba una corona de oro en la cabeza, una veintena de collares y pulseras a juego, dos enormes copas llenas de monedas y gemas preciosas y una sonrisa imborrable en la cara.

—¿Es hora de marcharse, capitán? Si cargo más oro en los botes, se hundirán antes de que nos subamos.

El aludido se puso en pie decidido, siendo imitado por su recién adquirida socia.

—¡Nos marchamos, Gibbs! —respondió enérgico— Aunque, antes de irnos, quería que me resolvieses una duda. ¿Te sabes la leyenda de las escamas de sirena?

El hombre esbozó una mueca confusa y usó todos los recursos con los que contaba su memoria para encontrar alguna historia al respecto. Por su parte, Anastasia tragó saliva imaginando a qué se debía la repentina pregunta del capitán.

—Eh... no. No recuerdo haber escuchado ninguna.

—Bien. Era solo curiosidad. ¿Por qué no vas a cargar todo eso a los botes? —preguntó, señalando el pequeño botín con el que había decorado su cuerpo. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de agarrar la corona y colocársela sobre su propia cabeza.

—Eso está hecho, capitán.

El mayor de los dos hombres, ajeno a la situación, asintió con la cabeza y caminó emocionado hacia las embarcaciones. Hacía unas semanas estaba mendigando para conseguir ron en Tortuga y ahora no solo había conseguido cumplir con éxito una misión, sino que además había podido requisar parte de uno de los tesoros más grandes que había visto en su vida.

Anastasia se hizo la desentendida y fingió que se acercaba a examinar el tesoro. No le importaba que se fuesen sin ella porque tenía sus propios medios para salir de la isla. Sin embargo, Jack no se lo permitió. La agarró de la muñeca antes de que pudiera moverse y emitió un bufido exasperado al sentirse acorralada.

—Las sirenas pueden luchar de muchas maneras: pueden atacar con algas, con sus dientes, con sus garras e incluso con su voz. Pero, más allá de eso, lo único que puede usarse en hechicería son sus lágrimas, ya que solo aparecen cuando sienten alguna emoción. Lo único mágico que hay en ellas son sus sentimientos. El resto de su cuerpo es tan inútil como el de un humano. Gibbs no conoce ninguna leyenda sobre sus escamas porque no la hay.

—Bien, Jackie. Veo que has estudiado —replicó ella sarcástica, buscando sin éxito librarse de su agarre.

—Selina ha llegado hasta aquí empapada. No le di importancia porque es tan torpe que supuse que se habría resbalado viniendo hacia aquí y se habría caído al río. Me he sorprendido mucho cuando me ha contado que habéis llegado buceando, pero más aún cuando me ha dicho que no se ha ahogado porque esto —Jack enseñó la escama azul que aún llevaba en sus manos— le ha permitido respirar.

—Deja de darle vueltas al asunto —espetó la rubia entre dientes—. Haz la maldita pregunta de una vez.

—¿Cómo es posible que haya pasado tantos minutos sin respirar bajo el agua? Sé que esto está relacionado con la obsesión que tienes con ella desde que la viste por primera vez. ¿Qué demonios es Selina?

El capitán recibió una bofetada que apenas fue capaz de procesar. Anastasia estaba furiosa y Jack no comprendía su reacción. Ni siquiera ella sabía exactamente porqué estaba tan indignada.

—¿Por qué me molesto en escribir nada si luego no vas a leerlo?

—¿Esto de pegarme se va a convertir en algo cotidiano? —pregunto, mientras se sobaba el golpe— No es algo común entre aliados, querida.

—Si hubieses leído el dichoso papel que te entregué sabrías absolutamente toda la historia. No tienes ni idea de la cantidad de horas que he pasado buscando e investigando leyendas. ¿Y todo para qué? Para que el gran Jack Sparrow —dramatizó con ironía—, una vez más, ignore completamente lo que le pido.

—Eso me ha gustado. Pero ¿podrías añadir «capitán» a la frase? El gran capitán Jack Sparrow suena mejor.

—Si tu padre no fuese el amor de mi vida, pensaría que tu idiotez es genética.

El pirata esbozó una mueca de desagrado. Odiaba que Anastasia, que parecía más joven que él, fuera por la vida mencionando a su padre de esa manera. Técnicamente ella era mucho mayor de lo que aparentaba, pero aun así era extraño.

—Deja de hablar de mi padre y respóndeme de una vez. Ahora somos aliados, ¿no? Deberíamos contarnos este tipo de cosas.

—Eres mi aliado, Jackie, no mi diario. No se te ocurra chantajearme para sacarme información porque no tengo porqué contarte toda mi vida. Y, por última vez: te he dejado por escrito todo lo que necesitas saber. Si no entiendes algo, pregúntame al respecto y ya veré si te respondo. Pero es inútil tratar de explicarte nada si no sabes ciertas cosas.

Anastasia vio sobrepasada su paciencia y saltó al agua. Había tratado de quedarse en la isla el mayor tiempo posible para evitar enfrentarse al número de muertos de su tripulación y a los destrozos que habría sufrido su barco, pero todo eso junto era mejor que continuar hablando con Jack de ese tema concreto.

Había errores que la perseguirían toda su vida. Aquel parecía ser uno de ellos.

—Eso. Huye —dijo Jack a la nada.

Se había quedado solo en la cueva. Estaba rodeado del tesoro más grande que había visto en su vida, pero eso no era nada comparado con la satisfacción que sentía al saber que había recuperado su preciado barco. Eso le confirmaba algo que sabía desde la primera vez que navegó. No era pirata por ambición, sino porque lo llevaba en la sangre. Amaba los tesoros, las riquezas y las piedras preciosas, pero prefería coleccionar momentos e historias. No había escogido ese camino por el prestigio, sino porque no concebía otra vida que no fuese la de un pirata.

Aunque, como todo buen pirata, que su nombre fuese escuchado y temido en los siete mares tampoco sonaba nada mal.

Echó un último vistazo, desdela lejanía, al cuerpo inerte de Barbossa. Había colmado su paciencia y se había ganado a pulso su odio, pero debía reconocer que había sido su mejor adversario asta el momento. Jack se alegró de que su cuerpo fuera a permanecer por siempre rodeado de riquezas porque, en cierto sentido, era lo que deseaban los piratas. Y Héctor había sido uno de los mejores.

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