Capítulo XXIII | Sangre





                SELINA SE HABÍA NEGADO A ABANDONAR LA CUBIERTA DEL BARCO. Harry le había propuesto que bajara a refugiarse en cualquier sala que no estuviese cerrada con llave, pero la muchacha no había querido hacerle caso. Al parecer, al hombre le preocupaba que el clima del exterior pudiera resfriarla, pero la chica de rizos apenas sentía la humedad del ambiente. Se dijo a sí misma que estaba tan preocupada que por eso no sentía el frío de su alrededor.

Pese a que su sugerencia había sido ignorada, el hombre había regresado unos minutos después con una manta de color beige que la castaña había depositado sobre sus hombros, envolviéndose con ella.

Sonrió para sus adentros al pensar en las similitudes que podía encontrar entre Harry y Gibbs. Ambas eran personas serias, centradas y amables; aunque era evidente que el pirata, gracias a sus años de experiencia y a su singular oficio, tenía historias bastante más interesantes que contar.

La francesa recorrió la cubierta con los ojos asimilando la tranquilidad que la rodeaba. Una tripulación pirata era completamente distinta a un grupo de marineros comunes. La prueba de ello era que, en lugar de pasar el rato bebiendo, jugando y riendo como lo harían los piratas, los hombres de Anastasia charlaban tranquilos disfrutando de aquella paz. Selina sintió casi como si estuviera rodeada de los amigos de su padre que, de vez en cuando, iban a su mansión a celebrar algún evento. Ella tenía prácticamente prohibido salir de su habitación cuando esto sucedía, pero en alguna ocasión —sobre todo de niña — había espiado lo que hacían por mera curiosidad.

Como cada vez que pensaba en él, se encontró echando de menos a su padre y deseando que se encontrara bien. Ni siquiera estaba segura de cuánto tiempo había transcurrido desde que huyó, pues había perdido la noción, pero calculaba que llevaba fuera de casa varios meses. Si todo salía según lo esperado, en menos de unas horas ya se encontraría rumbo a Port Royal para reencontrarse con su progenitor.

Tenía total confianza en que Jack y Anastasia lograrían su cometido. Pero, entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta de repente? Quizá fuese porque tanto silencio le estaba resultando extraño. No recordaba haber estado tan tranquila desde que salió de Francia.

Colocó sus brazos sobre la barandilla y dejó caer la cabeza sobre ellos mientras mantenía su mirada fija en la isla donde se encontraba su amiga. Solo era capaz de ver la silueta puntiaguda de aquel trozo de tierra, y, dado que la niebla se volvía cada vez más densa, parecía que poco a poco se iba desvaneciendo todavía más.

Cerró los ojos apenas se encontró preguntándose qué sucedería si sus compañeros no lograban salir de la isla con vida. Para mantener sus pensamientos a raya, cerró los ojos y se concentró en el leve vaivén del barco. El agua apenas se movía, pero era inevitable que la nave se balancease al encontrarse en una superficie tan inestable.

Fue entonces cuando, inexplicablemente, sintió un ligero cambio. No supo cómo explicarlo, pero de repente le dio la impresión de que el barco se volvía más pesado y, su movimiento, más lento. Quizá fueran imaginaciones suyas, pero algo le decía que aquello no era una buena señal.

Como acto reflejo, como si la madera de la baranda quemase de repente, Selina se alejó un par de pasos sin ser plenamente consciente de sus movimientos. Solo se estaba dejando guiar por su intuición.

Harry, que no había apartado la vista de ella desde que Anastasia se marchó, se acercó de inmediato para comprobar que todo fuera correctamente. Su capitana no solo le había dado la orden de que nada malo le sucediera durante su ausencia, sino que, además, le había pedido que le hiciera caso en todo lo que le dijera. Y, tras meses navegando con ella, había aprendido que la rubia nunca decía nada en vano.

—¿Va todo bien? —preguntó el hombre, sobresaltando a la chica. El silencio era tan denso que su voz pareció dos tonos más alta de lo que verdaderamente era.

—Sí. Es decir... Bueno, sí. No lo sé.

El hombre no quiso presionar. En su lugar, se aproximó al borde del barco y se asomó para observar lo tranquila que estaba el agua. En ese momento, dado que la luna llena era lo único que proporcionaba luz, el mar parecía un abismo de color negro que invitaba a cualquiera a perderse en su interior. Selina avanzó los centímetros que había retrocedido para colocarse a su lado. Lógicamente estaba siendo testigo de que no sucedía nada malo, pero una parte irracional de su cabeza le gritaba que estuviese alerta.

La muchacha pensó que la falta de sueño y el estrés estaban haciendo mella en su sentido común. Con eso en mente, hizo el amago de retroceder con el propósito de sentarse sobre los escalones que daban acceso al timón. Sin embargo, sus intenciones se desvanecieron al observar por el rabillo del ojo cómo Harry posaba la mano sobre el mango de su espada, pues el hombre había visto ciertas siluetas bajo el agua que no le habían gustado nada.

Tras eso, solo hicieron falta unos segundos para que el caos comenzara.

El silencio de la noche se vio perturbado por el sonido de los tripulantes de la Perla Negra, quienes comenzaron a abordar el barco emergiendo desde las profundidades del mar. Anastasia se había encargado de encallar el barco a varios metros de la isla, pero, desafortunadamente, no lo alejó lo suficiente como para que los piratas no pudiesen acceder a él.

Desde su posición, Selina observó espantada cómo la horda de esqueletos comenzaba a subir hacia la cubierta. Algunos de ellos trepaban por la cadena que sujetaba el ancla, pero la mayor parte optó por escalar las paredes del navío para poder rodear a la tripulación. Era imposible que escaparan porque había enemigos desde todos los puntos.

—¡Nos están atacando! —exclamó Harry, llamando la atención de sus hombres.

Estos ya habían intuido que algo sucedía porque los piratas no buscaban ser sigilosos. De hecho, todo lo contrario. Disfrutaban del temor que infringían, por lo que no acallaron sus gritos de júbilo ni siquiera cuando sus pies se posaron en cubierta.

La castaña, una vez más, no supo cómo reaccionar. Recordó la primera vez que se topó con uno de estos piratas en Port Royal y lo mucho que le había asustado ver su forma maldita bajo la luz de la luna. Sin embargo, aquella visión no era nada en comparación con más de una docena de esqueletos alzando las espadas en su contra.

Los navegantes de Anastasia tampoco estaban preparados para semejante lucha. La sirena buscaba siempre a los mejores marineros; aquellos que demostraban su buena orientación, que amaban el mar, que sabían reparar navíos... No se molestaba en buscar a los mejores guerreros porque ella era la primera que no deseaba ver su barco envuelto en ningún conflicto. No obstante, pese a que el miedo calaba sus huesos, todos ellos desenvainaron sus armas y se colocaron en guardia del mejor modo que supieron.

Harry agarró el brazo de Selina y la apartó unos metros del borde del barco al darse cuenta de que se había quedado congelada.

—No se preocupe. Nosotros nos encargamos —tranquilizó el hombre—. Vaya a esconderse al camarote de la capitana.

Selina dudó de sus palabras. No encontraba las frases adecuadas para exteriorizar sus pensamientos, pero, aunque hubiera podido hablar, no hubiese servido de nada, ya que Harry echó a correr de nuevo hacia la barandilla del barco con la intención de empujar a los enemigos al agua antes de que terminaran de posar sus pies en cubierta. Algunos de sus compañeros le imitaron y varios piratas cayeron al agua. Sin embargo, su acción servía solo para que los bucaneros volvieran a escalar el barco mucho más enfadados.

Todos tenían conocimiento de la maldición porque Anastasia había sido lo suficientemente precavida como para advertirles de ello. El problema era que debido a eso, el mismo pensamiento rondaba por la mente de toda la tripulación. ¿Cómo saldrían con vida de esa situación cuando eran los únicos que podían morir?

Cada vez más piratas lograban atravesar la barrera de marineros y entrar en la cubierta. La angustia que sentían los habitantes del Argyros era indescriptible. No estaban preparados para enfrentarse a esa amenaza, pero su honor les obligaba a intentarlo.

Selina se encontraba en una situación similar. Por un lado, era consciente de que no tenía ni los medios ni las herramientas para luchar y de que, en medio de un campo de batalla, solo molestaba. Ese había sido el motivo por el que no había ido a la isla junto a Jack. Sin embargo, su parte más obstinada y valiente se negaba a acatar las órdenes de Harry. No deseaba esconderse mientras su bando perdía y, aunque lo hiciese, ¿de qué serviría? Tarde o temprano, los piratas se harían con el control del barco y terminarían encontrándola.

La diferencia entre un grupo y otro se hacía más notable conforme pasaban los segundos. Los piratas tenían tanta confianza en que ganarían que era evidente que estaban jugando con sus contrincantes. Permitían que de vez en cuando una espada atravesara sus cuerpos, reían mientras peleaban mostrando que era una tarea sencilla para ellos y, aprovechándose de su tétrica apariencia, no dudaban en asustar a los marineros cada vez que tenían ocasión. Todo ello estaba acabando no solo con la resistencia física de la tripulación de Anastasia, sino también con la mental.

La escena comenzó a tornarse más seria cuando los piratas empezaron a cansarse y a arremeter con toda su fuerza. Selina había pasado desapercibida en una esquina del barco durante aquellos minutos, pero delató su posición al exhalar un grito de impresión cuando uno de los hombres fue asesinado. Trató de cubrir su boca con las manos, pero lo hizo demasiado tarde.

Uno de los piratas se hartó de su rival y no dudó en clavar la espada en su pecho, acabando al instante con su vida. Selina sabía que existía la muerte pero nunca había sido testigo de una; mucho menos de una tan brutal. La sangre manchando la camisa del inocente, el sonido del arma deslizándose en su cuerpo y la mirada de impresión de la víctima fueron más de lo que pudo soportar.

El pirata limpió el filo de la espada con su raída camisa y su lúgubre figura se giró hacia Selina mientras esbozaba una maquiavélica sonrisa. La situación era horrible, pero empeoraba teniendo en cuenta el cadavérico aspecto del bando contrario que, por desgracia, también era el ganador.

—Fíjate —exclamó el hombre, mientras se acercaba a la chica. El lado positivo del rincón en el que estaba Selina era que no había nadie alrededor, pero ahora eso jugaba en su contra ya que ninguno de los navegantes de Anastasia estaba siendo testigo de la escena—. ¿Tú no eras la chiquilla a la que abandonamos con Sparrow? Oye —ronroneó, colocando el filo del arma sobre su mejilla derecha—, tengo curiosidad por cómo escapasteis. ¿Me lo vas a contar?

La muchacha se percató de que no estaba respirando. Estaba completamente aterrada, pero se dio cuenta de que el hombre quería divertirse a su costa y no estaba dispuesta a dejar que se rieran de ella. No era el mono de feria de nadie.

«Llevo toda la vida rebatiendo comentarios de personas nobles que me juzgan hasta por la ropa que llevo y nunca me he preocupado por las consecuencias», pensó para sus adentros. «Perfectamente puedo contestar a este imbécil».

—Te iría mejor con las mujeres si no entablaras conversación con ellas mientras las apuntas con un arma.

El pirata lució contrariado ante su respuesta, pero en seguida su expresión de asombro se vio sustituida por una sádica sonrisa. Su huesuda mano siguió sosteniendo la espada y haciendo un poco más de presión mientras avanzaba un paso en dirección a la chica. La castaña supo que haber emitido palabra no la había beneficiado, pero tampoco sentía que hubiese sido un error. No se arrepentía de lo que había hecho porque, en aquella ocasión, su voz era su única arma. Y, si acababan con ella, no se dejaría matar en silencio.

—Ahora que lo mencionas, me has dado una idea. Quizá quiera guardarte para cuando acabe la maldición. Aunque calladita me gustas más. ¿Sabes? Creo que no necesitas tu lengua para nada. Cortártela no arruinaría tu precioso rostro.

Selina estaba tan asustada que, a pesar de que no sabía si el pirata hablaba en serio o solo pretendía intimidar, se decantaba por pensar lo primero. Sin embargo, el hombre no pudo avanzar más porque de repente se vio impulsado a varios metros de distancia.

La adrenalina del momento contribuyó a que los sentidos de Selina estuviesen mucho más desarrollados, por lo que fue capaz de ver con claridad cómo la figura de sirena de Anastasia surgía desde el océano como si de un delfín se tratase y arremetía contra el hombre con una fuerza indescriptible, quedando los dos tendidos sobre la cubierta.

Era la primera vez que la francesa la veía con esa forma fuera del agua. Su aleta era unos diez centímetros más larga de lo que eran sus piernas y estaba recubierta de una cadena de escamas azules que relucían a la luz de la luna como si de pequeños espejos se tratasen. Estas escamas también rodeaban su pecho, así como parte de su cuello, de sus brazos y de sus muñecas. Estas últimas eran las zonas donde se encontraban las branquias que le permitían respirar bajo el agua.

Sus uñas se habían alargado y afilado hasta alcanzar la longitud de tres centímetros. Y, aunque en este momento tenía la boca cerrada, sus colmillos también habían crecido. Estos dos últimos elementos fueron los que la mujer utilizó para atacar de nuevo al hombre.

Usó su mano izquierda para agarrar los largos mechones negros del pirata y clavó las uñas de la mano restante en su pecho. Tiró de ellas hacia cada lado y, clavando sus dientes en la garganta al descubierto del malnacido, logró separar su cabeza del resto del cuerpo. Sabía que no lo había matado, pero al menos lo mantendría a raya el tiempo suficiente.

Aún presa de la furia e hirviendo de rabia, empujó el cuerpo del hombre hacia el borde del barco con tanta brusquedad que cayó al mar. La figura trató de resistirse durante unos instantes, pero le fue imposible ya que la fuerza de la sirena era demasiada. Acto seguido, se deshizo de la cabeza lanzándola con fuerza hacia el pecho del pirata que en ese momento estaba atacando a Harry, quien obtuvo la ventaja sobre el combate cuando el contrario se desequilibró y cayó al suelo.

Anastasia se detuvo medio segundo a admirar el desastre que reinaba en la cubierta de su barco. Iba a matar al infeliz de Jack apenas se topase con él.

La rubia dejó que sus escamas se desvanecieran al captar que Selina estaba tan afectada que no podía moverse del sitio en el que se encontraba. Tras recuperar sus piernas, se puso en pie y caminó hacia la castaña rápidamente, provocando que esta abriese mucho los ojos al encontrar a Anastasia frente a ella.

La mayor no se dio cuenta de a qué venía su sorpresa hasta que la francesa se agachó a recoger la manta que anteriormente le había dado Harry para resguardarse del frío y colocarla sobre los hombros de Anastasia, cubriendo su desnudez. En otras circunstancias, la sirena hubiese reído ante la inocencia de la chica. Estaban en medio de una batalla perdida pero, aun así, Selina tenía tan arraigadas ciertas conductas de comportamiento que le era impensable que alguien estuviese sin ropa en público.

—¿Estás bien? —preguntó la rubia, ajustando la manta. A pesar de que se dirigía a la muchacha, sus ojos no dejaban de vagar desesperados por el campo de batalla— No, claro que no estás bien. Nadie lo está —refunfuñó, para sí misma—. Escuché lo que ese indeseable te dijo, pero no te preocupes. Nadie va a ponerte una mano encima.

Sin esperar respuesta, la rubia presiono la cubierta del barco con sus manos y, con una fuerza impresionante, se impulsó hasta dar un increíble salto que la llevó de regreso al mar. Una vez allí, rodeó el navío por debajo a toda velocidad y saltó de nuevo desde el agua apareciendo por la otra punta del barco. Repitió el proceso tres veces invalidando a los piratas que se cruzaban en su camino. Realmente deseaba matarlos, pero sacarlos de la pelea era mejor que nada. Sin embargo, eran demasiados para ella sola. Y, sumado a eso, debía asegurarse de que Selina y Harry estuviesen bien.

Se le pasó por la cabeza la misma idea que había tenido Harry: encerrar a la chica en su camarote. Sin embargo, prefería poder ver con sus propios ojos dónde estaba, ya que si algún pirata se colaba en el barco podría acorralarla y, en tal caso, la muchacha sí que estaría perdida.

Sumado a todo eso, estaba siendo un poco menos ágil que en otras ocasiones porque el hecho de ver morir a sus marineros la estaba agobiando un poco. No tenía especial relación con ninguno y debía admitir que sus muertes no le afectaban en absoluto. Esa era una ventaja de no pasar apenas tiempo en el barco, a pesar de ser la capitana. Pero ver cómo su precioso navío se tenía con su sangre le estaba dando ganas de vomitar. Pasarían horas hasta que la cubierta volviera a estar reluciente.

El único punto divertido de la situación era que le hacía gracia pensar que esos simples piratas tuvieran la esperanza de robar su barco. Podían estar malditos y ser inmortales, pero no dejaban de ser humanos que no podrían vencerla ni mediante un pacto con el hechicero más poderoso de la tierra.

«Casi siento lástima por ellos», pensó.

Inmediatamente después, soltó una delicada, melódica y malévola risa. No, por supuesto que no se compadecía de esos piratas.

Selina siempre había creído que las mujeres con las que coincidía en las reuniones de nobles exageraban cuando se desmayaban cada vez que veían sangre; pero, aquella noche, pudo llegar a comprenderlas. Sin embargo, cuando retiró la mirada de la escena al ver cómo otro hombre caía derrotado, se dio cuenta de que el problema no era solo la vista. Todos sus sentidos parecían sufrir la batalla.

El olor de la sangre se colaba en sus fosas nasales hasta tal punto que sentía el gusto amargo en su paladar. Y los gritos, tanto los de victoria como los de dolor, se escuchaban tan alto que en más de una ocasión tuvo la tentación de cubrirse las orejas con sus temblorosas manos. No obstante, estuvo lo suficientemente lúcida como para agarrar lo mejor que pudo una espada que fue a parar dentro de su espacio relativamente seguro. Estaba claro que había pertenecido a un marinero fallecido, pero evitó pensar en ello.

No se atrevía a matar a nadie, pero dado que eran inmortales, no dudaría en clavar la espada sobre el primero que osara acercarse a ella. No entraría a la pelea porque era consciente de que sería una carga, pero tampoco deseaba que los demás tuvieran que estar pendientes de su integridad.

Todo parecía perdido. Anastasia no recordaba haberse sentido nunca tan agobiada porque no era su salud la que le preocupaba. Ella podía defenderse perfectamente, pero le estresaba tener que estar pendiente de cuidar de su barco y de Selina. Aunque, aun en esta situación, esbozó una sonrisa de orgullo cuando desde la distancia observó que la castaña había tomado la determinación de agarrar un arma para usarla en su propio beneficio.

Llevaban menos de diez minutos combatiendo y parecía que había pasado una eternidad. No sabían qué era peor: si ver el fin de la pelea cerca o lejos, ya que, en el primer caso, el resultado no sería favorable para ellos. Sin embargo, de entre la niebla, su salvación se acercó.

La Perla Negra apareció entre la atmósfera blanca como una nube a punto de desatar una tormenta. Lo primero que hizo Anastasia fue mostrar sus colmillos y soltar un bufido de pura frustración, a la defensiva, como si de un gato se tratase. Pero, al instante, recapacitó y supuso que los tripulantes a bordo estaban de su lado.

El navío oscuro dejó caer la pasarela sobre el plateado y la tripulación recién liberada corrió hacia el Argyros emitiendo alaridos para darse valor y confianza a sí mismos. Y, sin perder ni un segundo, comenzaron a embestir a los hombres malditos tomándolos bastante desprevenidos, ya que hasta ese instante habían supuesto que continuaban enjaulados.

Gibbs fue el primero en saltar y, abriéndose paso mediante estocadas, caminó hasta llegar a Anastasia, que se encontraba sobre el suelo analizando y calculando la situación. Ahora el número de los bandos era más parejo y las fuerzas estaban mucho más igualadas.

—Espero que no le moleste que hayamos decidido venir —murmuró Gibbs, alerta a todo lo que sucedía para evitar que un pirata le pillase desprevenido—. Vimos desde lejos que necesitabais ayuda y decidimos intervenir.

Anastasia dudó de sus palabras porque ella no estaba acostumbrada a hacer cosas por generosidad. Siempre esperaba algo a cambio de sus buenas acciones o las realizaba cuando eran imprescindibles para alcanzar un fin. Rara vez actuaba de manera altruista.

—¿Y eso por qué?

—Usted nos liberó a pesar de que no tenía porqué. De no haber sido así, seguiríamos en los calabozos de la Perla, así que os lo debemos.

Eso tenía más sentido para ella.

—Sabes que os enfrentáis a una muerte segura, ¿no es así? Estos piratas no pueden morir.

—Ahora no, pero en unos minutos sí. Confío en mi capitán y sé que acabará con esto —la rubia rechinó los dientes al escuchar la mención de Jack y señaló la escena con sus ojos azules.

—Todo esto es por su culpa, estoy segura. Es imposible que estos imbéciles hayan tomado la decisión de venir hasta aquí ellos solos. No son tan listos —Gibbs esbozó una mueca comprensiva.

—Si algo he aprendido en estos años es que Jack no hace las cosas por nada. Siempre hay un plan detrás —el hombre observó preocupado cómo la escena se tornaba más violenta, ya que los piratas malditos se volvieron más fieros al tener que enfrentarse a una verdadera amenaza—. Escuche, tengo completa fe en mi capitán, pero supongo que su plan se completará antes si usted va con él. No se preocupe por todo esto. Nosotros nos encargamos.

Anastasia mordió su labio mientras sus orbes azules viajaban hasta la esquina donde Selina, en ese momento, trataba de alejar con su arma a un pirata que empezaba a acercarse. Gibbs siguió su mirada.

«También cuidaremos de Selina. Lo prometo —la rubia se volvió hacia él.

—No. A Selina me la llevo yo —espetó posesiva. Acto seguido, saltó al agua en el momento justo en el que un pirata enemigo trataba de atacar a Gibbs.

La castaña, hasta el momento, no había sido atacada porque nadie la consideraba una amenaza. Algunos enemigos se fijaron en ella, pero se dijeron a sí mismos que ya verían qué hacer cuando acabaran con los tripulantes del Argyros. Solo dos tuvieron el atrevimiento de acercarse a la muchacha en medio de la batalla; y este último, tal y como había sucedido con el anterior, no acabó muy bien.

Selina se armó de valor y alzó su arma instintivamente, pero Anastasia no tardó en aparecer y aniquilarle de una forma tan feroz como al resto. La francesa se dijo a sí misma que ahora entendía todo lo que había escuchado sobre ella. En medio de una batalla, la dulce rubia adoptaba la forma de una bestia salvaje. Y, si era cierto lo que Jack había comentado y ahora estaba más tranquila, Selina no quiso imaginar cómo habría sido hacía años.

A la joven ya apenas le impresionaban las muertes. En menos de dos minutos parecía haberse acostumbrado a ellas, pero supuso que eso se debía a que su cerebro estaba tratando de protegerla con algún mecanismo de defensa. Es muy posible que, cuando estuviese a salvo y pensara en la batalla desde fuera —desde una tercera persona—, se diera cuenta de lo atroz que había sido y su cabeza colapsase.

Pero no era el momento de pensar en ello.

—Nos vamos. Sígueme —espetó la rubia, pero la contraria la detuvo con su voz al observar que presionaba sus brazos contra el suelo para volver a saltar al agua.

—¿Qué? ¿A dónde?

—A la isla. Voy a asegurarme de que todo esto acaba de una vez y tú vas a venir conmigo.

Aunque la idea de permanecer allí, sin poder moverse y observando horrorizada todo aquello, no le agradaba en absoluto, tampoco se sentía capaz de llegar hasta la isla a través del agua.

—Es imposible —confesó la de rizos—. Ni siquiera sé nadar. La última vez que caí al agua casi me ahogo de no ser porque Jack me sacó —Anastasia frunció el ceño, pero tras unos segundos, mostró una expresión de comprensión.

—Ya, claro —murmuró. Acto seguido, cerró los ojos para pensar con claridad e ignorar lo que sucedía a su alrededor y, de repente, abrió los ojos de golpe—. Vale, tengo una idea.

Selina se sorprendió cuando la sirena utilizo sus largas uñas para arrancar una de sus escamas. Esbozó una mueca de dolor pero no emitió queja alguna y, sin mediar palabra, se la extendió a la menor.

—¿Qué haces?

—Las escamas de sirena pueden hacer que los humanos sean capaces de contener la respiración durante varios minutos —explicó, mientras colocaba el objeto en la mano de la chica y cerraba sus dedos en torno a ella—. Tú salta al agua y no respires. Mientras no pierdas la escama, todo irá bien.

Anastasia regresó al agua y Selina, en ese momento, se dio cuenta de lo mucho que había aprendido a confiar en la rubia. No se lo pensó dos veces y siguió los pasos de la mujer hasta caer en el océano. Mantuvo sus ojos cerrados en todo momento por miedo a que el agua salada irritase sus orbes. Lo único que sintió fue como el brazo de la mujer se enroscaba en torno al suyo y como el agua comenzó a deslizarse entre su cuerpo cuando Anastasia empezó a nadar hacia la isla.



Creo que no se me da especialmente bien narrar batallas, pero prometo trabajar en ello de aquí en adelante 🫶🏼. Para compensar, os dejo el adelanto de que en el siguiente capítulo Jack y Selina vuelven a encontrarse 🤭.

Calculo que nos quedan dos capítulos más para terminar la primera película.

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