Capítulo XVI | Cambios





              SELINA TARDÓ MENOS DE UNA HORA EN RODEAR LA ISLA EN LA QUE HABÍAN SIDO ABANDONADOS. Puede que desde lejos pareciera bastante amplia, pero en realidad, no era más que un pequeño pedazo de tierra cuya única decoración consistía en unos cuantos árboles plantados justo en el centro.

Supo que su pequeño paseo había terminado cuando volvió a encontrarse con Jack, quien permanecía sentado junto a la orilla limpiando la pistola que Barbossa había tenido la decencia de permitirle conservar. Sin embargo, de nada les serviría un arma con un único tiro para escapar con vida de aquella situación.

—No es tan grande como parece, ¿eh? —interrogó el capitán haciendo alusión a la isla, sin desviar sus orbes hacia la muchacha.

—Es un poco decepcionante —confesó la castaña—. Hubiera esperado... La verdad es que no lo sé.

—¿Encontrar un bote, quizá? —se burló el hombre, provocando que la chica sonriera tristemente.

—No. Desde luego no soy tan optimista. —y, recuperando su tan acostumbrada tozudez, añadió:— Pero me niego a creer que no podamos escapar de esta isla, Jack. ¿Cómo lo hiciste la primera vez? ¿Crees que podemos construir una barca con la madera de estos árboles?

El capitán sonrió cansado. Honestamente, su humor no era el mejor del mundo porque, al contrario que la muchacha, él sí se había resignado a perecer en aquella isla. La primera vez había escapado por pura suerte y dudaba mucho que aquella fortuna se volviera a repetir. Si hubiera una mínima posibilidad de sobrevivir se hubiera aferrado a ella con uñas y dientes, tal y como siempre lo hacía. Sin embargo, su única esperanza era que un barco se desviara de su rumbo y se topase con ellos.

—¿Alguna vez has construido un barco?

—Por supuesto que no.

—Es obvio —recalcó el hombre, justo antes de mirarla por primera vez—. Verás, para construir un barco hace falta mucho más que madera. Se necesita... ¿Se puede saber qué te ha pasado?

Selina entrecerró los ojos sin tener muy claro a qué se refería. Sin embargo, cuando siguió la mirada de Jack hasta sus propios brazos, entendió la pregunta del pirata. Un poco avergonzada, bajó la mirada y escondió instintivamente sus extremidades tras la espalda; gesto que provocó que Jack se pusiera en pie y agarrara sus malheridos brazos para examinarlos más de cerca.

—No es nada —prometió la chica, sintiéndose incómoda de repente mientras las yemas del capitán rozaban su piel—. Solo me picaban.

Durante su caminata, debido al estrés de las circunstancias y al espantoso calor que la asolaba, la francesa había rascado sus brazos con tanta fuerza que había dejado marcas rojas sobre la piel. Y, en ciertas partes, los arañazos se habían convertido en heridas que comenzaban a sangrar tenuemente.

Si se paraba a pensarlo, no era la primera vez que Jack la veía frotar sus brazos de esa manera. Si mal no recordaba, la había observado hacer este gesto justo antes de desmayarse por primera vez delante de él. Sin embargo, la brutalidad con la que se había arañado era casi preocupante. Y, lo que más le desconcertaba, era que la chica no parecía haberse dado cuenta de los daños hasta ahora.

—Por el amor del mar. Deja de rascarte —ordenó el hombre mientras las mano derecha de la chica amenazaba con emplear sus uñas sobre el brazo contrario.

—Es que escuece —se justificó ella—. El sol me está quemando.

Para ser sinceros, Selina estaba tan sorprendida como él. Ahora que las había visto, sentía el dolor que le producían las delgadas marcas recién abiertas. Sin embargo, apenas era capaz de reparar en ello porque los rayos de luz la estaban molestando mucho más. Nunca había tolerado bien el calor; y sentir el sol directamente sobre su piel durante tanto tiempo comenzaba a pasarle factura.

Lo que menos deseaba Jack era que la castaña se desmayase otra vez. Por ello, en lugar de seguir hablando, agarró a la chica de la mano —pues quería evitar lastimar aún más su brazo— y la arrastró hasta el centro de la isla apenas notó que la respiración de la muchacha volvía a tornarse irregular. Bajo los árboles no se estaba mucho mejor que en la orilla. Sin embargo, la sombra que proporcionaban las escasas hojas de estos y la poca brisa que soplaba ayudaban bastante a que la temperatura descendiera al menos unos cuantos grados.

Las pocas veces en las que Jack había pisado una ciudad, Jack se había percatado de que rara vez se les permitía a las mujeres de clase alta exponerse a la luz solar. Normalmente, aquellas a las que se les concedía el derecho de poder salir de sus hogares se protegían del sol desplazándose en carruajes o, en su defecto, cubriéndose con sombreros o delicadas sombrillas de encaje. En gran parte, esto se hacía para diferenciar a las chicas de la clase obrera —que no tenían recursos para comprar elementos para cubrirse cada vez que se desplazaban o, en el peor de los casos, que debían trabajar directamente bajo el sol— de las señoritas de alto nivel. El capitán siempre había creído que tomar estas medidas era algo absurdo por parte de las familias ricas. No obstante, mientras conducía a Selina bajo el cobijo de los árboles y sentía cómo su piel parecía rozar los cincuenta grados, se dijo a sí mismo que, si todas las doncellas eran tan delicadas como la castaña, era normal que quisieran ocultarlas del sol.

Un suspiro involuntario escapó de los labios de la joven apenas la sombra de la primera palmera cayó sobre ella. Al verla bastante más aliviada, Jack soltó su mano pero no se detuvo, sino que continuó caminando, adentrándose más en la pequeña isla. Y, a pesar de que sabía que era prácticamente imposible perderle de vista —puesto que, como ya se ha mencionado anteriormente, el espacio del que disponían no era muy grande—, la muchacha sintió un repentino temor por quedarse sola y procedió a seguirle sin siquiera pensarlo.

Jack avanzó unos pocos metros más antes de detenerse en un lugar que, a simple vista, no tenía nada de especial. Con ojos curiosos, Selina observó cómo el hombre comenzaba a pisotear la arena hasta que ambos escucharon el sonido de la madera bajo su pie. Y, sin perder el tiempo, el pirata se agachó para levantar parte de la arena desvelando una trampilla.

—¿Qué es eso? —preguntó la chica, sin obtener respuesta por parte del contrario.

El capitán descendió por unas escaleras y, a pesar de que el sol estaba lejos de ocultarse, aquella especie de sótano era tan profundo que los ojos castaños de la chica no lograron distinguir qué había dentro. Probablemente, al cabo de unos minutos se hubiese acostumbrado a la oscuridad y hubiese logrado distinguir algunas formas. Sin embargo, Jack emergió tan rápido como había desaparecido con tres botellas de cristal en sus brazos.

Selina observó con desconfianza el líquido marrón que permanecía preso dentro de los recipientes. No sabía nada de alcohol, pero haber pasado semanas dentro de un barco pirata le había permitido aprender a distinguir el ron de cualquier otro licor. Con los dientes, Jack destapó el corcho de la botella más pequeña y, de repente —sorprendiendo a la castaña—, giró la cabeza con brusquedad y fijó su vista directamente en el mar.

—¿Eso que estoy viendo es una ballena gigante?

Los ojos oscuros de la chica se iluminaron de repente y se dirigieron al punto donde debía estar el inexistente animal. Sin embargo, un segundo después, justo cuando asimiló que Jack le había mentido y que no había nada en el agua, sintió cómo el alcohol salía disparado desde la botella hasta sus brazos, salpicando también parte de su ropa.

—¡Jack! —gritó la muchacha, sin tener del todo claro qué era lo que había sucedido.

Los pequeños cortes de sus brazos comenzaron a escocerle aún más. Y, aunque su primer instinto fue enfadarse, en seguida comprendió lo que el pirata había hecho. Puede que el ron no fuese el medio más eficaz para desinfectar las heridas, pero en medio de una isla desierta, era mejor que nada.

El pirata, que había esperado iniciar una conversación absurda, se sorprendió gratamente al ver cómo la muchacha parecía entender su punto tan rápido. Teniendo en cuenta que en cuestión de días iban a morir, no tenía mucho sentido preocuparse por unas heridas tan nimias. Sin embargo, no deseaba pasar sus últimas semanas escuchando a Selina lloriquear porque sus arañazos se habían infectado. Y, aunque el daño había sido mínimo, Jack había visto cómo varios hombres se habían visto obligados a cortarse parte de sus brazos o de sus piernas por heridas aparentemente más inocentes que habían terminado infectándose.

—No ha sido para tanto, ¿verdad?

—Podrías haberme avisado. No tengo dos años, ¿sabes? No me hubiese quejado.

—Así era más divertido.

—Además, ese truco es viejísimo —acusó la chica, cruzando los brazos con cuidado y tratando de ignorar el ardor de estos—. Lo usaba mi madre.

—¿Tu madre curaba tus heridas cuando eras niña? —preguntó Jack alzando una ceja mientras trataba de aparentar indiferencia; a pesar de que, en el fondo, le resultaba extraño. Como respuesta, la chica alzó los hombros con desinterés mientras descruzaba sus brazos.

—No recuerdo mucho de ella, pero sí. Aunque ella no se inventaba ballenas, sino hadas.

—Apuesto a que hubieras mirado aunque hubiese fingido ver una roca.

Jack echó a andar abrazando sus dos botellas de cristal mientras Selina se quedaba en el sitio pensando en que, por mucho que quisiera negarlo, las palabras del hombre eran ciertas. No sería la primera vez que su curiosidad y su ansia de enterarse de todo le jugaran malas pasadas. Y, hasta algo tan insulso como una piedra, podría ganarse todo su interés si alguien redirigía su atención con el tono adecuado.

El motivo por el que al pirata le había asombrado saber que Selina y su madre tenían ese grado de cercanía había sido porque, según tenía entendido, las mujeres de la alta sociedad no acostumbraban a ejercer de madres. Eran las encargadas de educar a sus hijas, de encargarse de que su vestimenta fuese la más adecuada y de presentarlas en sociedad para que forjaran lazos con personas importantes. Sin embargo, la gran mayoría evitaba tareas tales como amamantar a sus bebés o leerles cuentos por las noches por falta de tiempo o interés. Era cierto que un pequeño porcentaje sí anhelaba tener hijos por el mero placer de cuidarlos y no solo por presión social; y, probablemente, la actitud intrépida y despreocupada de Selina se debía a haber conocido —aunque solo fuese durante unos pocos años— una figura que realmente se había interesado por protegerla.

Una parte de él se vio tentado a preguntar sobre el paradero de su madre, pero que la chica se hubiera referido a ella en pasado y que hubiera mencionado que apenas se acordaba de la mujer le daba a entender que ya no estaba en este mundo. No podía asegurarlo, pero por las dudas, prefería guardar silencio, pues no sabía qué sentimientos le despertaría hablar de su progenitora. Aquello, aunque pudiera parecerlo, no era un acto de consideración por parte de Jack; era simplemente que prefería ahorrarse la pregunta porque no ganaba nada con la respuesta.

Él, por su parte, tampoco tenía recuerdos muy nítidos de la mujer que le dio la vida. De hecho, solo la conocía por los relatos que Edward Teague, su padre, le había contado cuando era niño. Su madre había sido una camarera a la que había conocido en una isla similar a Tortuga, solo que un poco más grande y menos caótica. Jamás se habían enamorado, pero a diferencia de otras mujeres con las que el capitán había estado, Grace y Edward se habían convertido en muy buenos amigos. De hecho, en alguna ocasión, la mujer le había acompañado en alguno de sus viajes.

Los principales motivos por los que Jack apenas había estado en contacto con su madre habían sido dos. En primer lugar, aunque Grace jamás rechazó a su hijo, siempre esperó convertirse en una gran cantante y ser madre nunca estuvo en sus planes. Y, segundo, porque Edward —probablemente gracias a su amistad con la mujer— se prestó voluntario enseguida para cuidar a su hijo y se encargó de inculcarle todo lo que sabía sobre el mar. Desde que era un infante, la sangre pirata de Jack se manifestó desvelando que el niño sentía una gran fascinación por el océano. Y, por ello, los primeros recuerdos del castaño son en la cubierta del imponente barco pirata de su padre.

Grace, si bien es cierto que en un par de viajes había acompañado al capitán, no volvió a subir a un barco desde el nacimiento de Jack porque prefirió centrarse en su sueño. Probablemente, si hubiera logrado convertirse en cantante, su hijo hubiera ido a visitarla de vez en cuando —similar a lo que sucedía ahora con su padre— y hubieran tenido una buena relación. Sin embargo, el pirata jamás lo sabría porque Anastasia se encargó de asesinar a Grace antes de que pudiera rozar su gran anhelo.

Los pensamientos del castaño cesaron cuando la melodiosa voz de Selina se hizo de nuevo presente a sus espaldas.

—Pues que sepas que hay piedras que son preciosas —murmuró la mujer mientras corría para alcanzarle. El sonido de la arena arrastrándose delató que la chica se había tropezado, aunque no lo suficiente para caerse. Y, este detalle, provocó que Jack sonriera preguntándose cómo podía un ser humano ser tan torpe—. Mira...

La chica, que ya se había puesto al nivel del pirata, detuvo su discurso cuando llevó su mano al pecho y no halló nada. Jack, sabiendo lo que buscaba, metió la mano en su propio bolsillo y sacó de él los fragmentos del collar de Selina. Mientras la chica deambulaba por la isla, el hombre había tenido la decencia de recoger los pedazos del cristal.

—Aquí tienes —dijo el pirata, colocando las piezas en su mano—. Te doy la razón: era una piedra bonita. Pero demasiado frágil —la chica tomó uno de los trozos y se lo acercó mucho a los ojos, entrecerrándolos mientras fruncía levemente el ceño.

—Es mi piedra —admitió ella—. Pero es transparente. Cuando yo la llevaba, era morada.

El pirata se sentó sobre la arena de la playa y dejó las botellas de ron frente a él. Selina, por su parte, dudó un poco antes de hacer lo mismo, pues le disgustaba sentarse de nuevo bajo el sol. Jack abrió una de las botellas y, como si le acabase de leer la mente, habló.

—Si estás planeando volver a desmayarte, te ruego encarecidamente que regreses a la sombra.

—¿Para ser un pirata es un requisito indispensable ser un cretino? —el pirata sonrió, justo antes de echar un trago a su botella.

—Es una habilidad que se adquiere con los años, preciosa —alardeó, antes de hacer una inclinación con la cabeza fingiendo cortesía.

—No todas las habilidades son buenas, supongo.

Selina suspiró y ambos se sumieron en un silencio que pareció durar horas. Jack, sin prisa, acabó la primera de las botellas de licor mientras la muchacha trataba inútilmente de deshacerse de la arena que se había quedado pegada a su vestido. Ninguno de los dos emitía palabra porque ambos tenían cosas en las que pensar. Pero, irónicamente, lo único que parecía no querer pasar por su cabeza eran ideas para escapar de aquella isla.

El sol comenzó a descender poco a poco hasta convertirse en un semicírculo de color naranja intenso. Ahora que lo pensaba, era la primera vez que Selina observaba el atardecer con tanta claridad. Su casa de París estaba rodeada por tantos edificios que nunca había podido vislumbrarlo con esa nitidez. Y, si bien era cierto que había tenido varias oportunidades a bordo del Interceptor, les había prestado más atención a las estrellas que al sol. Hasta ese momento, no se le había ocurrido reparar en lo hermoso de aquel simple momento.

A su mente llegó el pasaje de una de sus novelas de amor. En él, la protagonista se sentaba en el jardín de su casa —pues vivía en un ambiente rural— y, mientras pensaba un plan para casarse con el hombre al que amaba desde hacía dos días, contemplaba el atardecer mientras disfrutaba de una taza de té. Aunque Selina siempre había rehuido del matrimonio y de las bodas, debía reconocer que adoraba las historias de amor y disfrutaba mucho leyéndolas. Y, en particular, siempre se había sentido muy identificada con esta protagonista por sus cambios repentinos de opinión, su testarudez y, por supuesto, por su amor por el té.

Este absurdo pensamiento fue el que le hizo romper el cómodo silencio que se había instaurado entre ella y Jack.

—Quiero una taza de té —murmuró sin contexto, provocando que el hombre la mirase algo extrañado—. Té con hierbabuena y mínimo cinco cucharadas de azúcar —aclaró, chocando su mirada directamente con la de Jack—. Dudo que encontremos nada de eso aquí, así que dime: ¿cuál es el plan para salir de aquí?

El pirata quiso responder, de nuevo, que no había nada que pudieran hacer para escapar de aquella isla. Sin embargo, se quedó callado durante unos segundos. Le sorprendía la determinación que había adquirido de repente la muchacha y, aunque le costara admitirlo, por primera vez desde que la conocía se sentía embelesado al mirarla. No podía negar que era una chica preciosa —más de una vez, malhumorado, se había visto obligado a cortar comentarios sobre su aspecto físico por parte de la tripulación—, sin embargo, esta era la primera ocasión en la que prácticamente se quedaba sin palabras con tan solo verla.

El ron, sin duda, estaba haciendo efecto en su cuerpo. Tan solo había consumido una botella, pero el calor, la falta de alimento y la desesperanzadora situación estaban provocando que los efectos del alcohol se hicieran presentes en su cuerpo con una anormal rapidez. Eso fue lo que se dijo a sí mismo.

Sin tener del todo claro el motivo, acercó su mano derecha —pues la izquierda ya estaba sujetando la segunda botella de licor— al rostro de la chica y, con cuidado, colocó tras su oreja el rizo castaño que siempre parecía querer revolotear sobre su rostro.

—Ya te lo dije. Lo único que podemos hacer es desear que la suerte juegue a nuestro favor —y, tras beber de su botella, retomó la palabra—. La primera vez que estuve aquí fui rescatado por Malia. Al parecer, jugó con unos contrabandistas de alcohol que lo apostaron todo, incluyendo la ubicación de su alijo de ron —explicó, mientras alzaba el recipiente justo antes de devolverlo a sus labios—. En aquel entonces, Malia no estaba pasando por una buena etapa y bebía mucho más que ahora, por lo que una botella de ron era para ella mejor que cualquiera de los tesoros. Y, sin pensárselo dos veces, vino hasta aquí en cuanto se enteró. Yo estaba aquí por casualidad.

—Eso es algo bueno, ¿no? Cabe la posibilidad de que Malia pase por aquí —murmuró la joven. El pirata casi quiso reír ante su ingenuidad.

—En ese entonces, sus prioridades eran otras. Ahora tiene cosas más importantes que hacer que visitar una isla desolada con la única intención de llevarse consigo un par de botellas de alcohol. Por muy buenas que sean estas botellas.

—¿Y los traficantes? Ellos también podrán venir.

—Créeme, querida, no te gustaría encontrarte con ellos —murmuró el pirata, logrando que un escalofrío recorriese el cuerpo de la joven. En ocasiones, la chica olvidaba que el mundo estaba compuesto por más gente mala que buena—. Además, solo podríamos ver a sus fantasmas. Malia se encargó de asesinarles a todos.

—¿Que Malia qué? —interrogó la chica, abriendo mucho los ojos. Era cierto que apenas conocía a la pelirroja y que, al ser pirata, su historial delictivo debía ser bastante alto. Sin embargo, jamás había pensado en ella como una asesina a sangre fría— Si ya había ganado, ¿para qué querría acabar con sus vidas? —preguntó algo desconfiada, negándose a creer las palabras del capitán.

—Ya te lo he dicho: no pasaba por un buen momento y solo pensaba en beber y matar. Era el estereotipo pirata perfecto. Sin sentimientos, sin amigos y sin objetivos. Solo se limitaba a existir y a actuar según sus impulsos.

«Cuando me encontró aquí, también estuvo a punto de acabar conmigo. Sin embargo, no lo hizo porque descubrimos que teníamos un enemigo común.

—Anastasia —supuso Selina, ganándose una mirada de aprobación por parte del hombre.

—Chica lista —sonrió el pirata—. Ella también era diferente en aquel entonces. Ahora es irritante; antes era despiadada. Mucho más que Malia.

Probablemente debido al exceso de información, la francesa comenzó a sentir un ligero dolor de cabeza. Le costaba pensar en la pelirroja como una asesina. Pero, más aún, le resultaba imposible creer que Anastasia —con su aspecto dulce, sofisticado y calculador— fuese más sanguinaria que cualquier pirata.

—Para que luego digan que las mujeres solo servimos para bailar y cuidar de nuestros hijos... —pensó en voz alta para sí misma.

—No te imagino bailando. Solo tropezándote —aunque no fue su intención, Selina no pudo evitar reír, dando a entender que las palabras del hombre eran ciertas.

—Odio los bailes. Pero odio mucho más estar aquí, Jack —confesó, observando al hombre directamente a los ojos y, aún sentados sobre la arena, aproximándose bastante más a él—. Sácame de esta isla.

—Si estuviese en mi mano, ya lo habría hecho —aseguró el capitán, mientras rodeaba los hombros de la chica con su brazo.

—Sé que puedes. Se te ocurrirá algo, ¿verdad? —preguntó, sin despegar la mirada del pirata, y colocando la cabeza sobre el hombro de este.

La noche, poco a poco, se hacía cada vez más presente. El anaranjado astro que hasta hacía poco les alumbraba lo suficiente había descendido hasta convertirse en una fina rendija y, en este momento, la mayor fuente de luz provenía de la luna llena que se había adueñado del cielo. También había estrellas, pero en esta ocasión, ninguno de los dos quiso prestarles atención.

El pirata suspiró. Por mucho que lo deseara, no podía darle una respuesta afirmativa.

—No sé qué sucederá a partir de mañana —murmuró el hombre. La actitud de Selina pareció cambiar de repente, pues sus ojos se entrecerraron y Jack creyó ver en ellos un destello de furia que sintió la necesidad de aplacar—. Sin embargo, lo importante es que ahora estamos aquí. Y deberíamos aprovecharlo.

El castaño alzó la botella de ron y la expresión de Selina varió de nuevo. La chica pareció olvidar sus ruegos y frustración anteriores y, todo ello, fue sustituido por una repentina curiosidad. Jamás había probado el alcohol, pues su padre siempre se lo había prohibido. Ni siquiera había podido catarlo en las reuniones formales a las que asistía. Por ello, aunque nunca había sentido la necesidad de degustarlo, de repente tuvo ganas de actuar de manera distinta.

Lentamente, se despegó unos milímetros del capitán y sostuvo la botella con ambas manos. Nunca había sido muy fuerte, sin embargo, aquella botella pareció pesarle mucho más de lo que debería. Y, casi con temor, acercó el amargo líquido a sus labios justo antes de volver a despegarlo con la misma brusquedad.

—¿Qué diablos es esto? —se quejó la chica, haciendo una mueca de disgusto— ¿De verdad Malia asesinó a personas por este brebaje? Es lo más asqueroso que he probado en mi vida. ¿Por qué todos los piratas estáis obsesionados con el ron?

—Las personas ricas como tú jamás apreciáis las buenas cosas que ofrece la vida. Os mantenéis alejados de Tortuga, desprestigiáis el ron... ¿cómo se supone que os divertís?

Ne vous avisez pas ¹a compararme con otras personas —amenazó la chica apuntándole con un dedo. Para reafirmar su postura, dio otro trago a la botella, esta vez un poco más largo. Sin embargo, el resultado fue el mismo—. Odio los bailes y me gusta el té. Y odio el ron pero me gusta el mar. ¿Por qué tendría que encasillarme en ninguna parte? Es... Quiero decir, estoy... —comenzó a titubear— J'en ai marre de ne pas m'intégrer... en ningún sitio. Tu le comprends?  ²

Selina bebió de nuevo de la botella justo antes de que el mayor se la arrebatase.

—Querida, si beber va a provocar que cambies de idioma, será mejor que no lo hagas —se burló el hombre—. Lo único bueno de haber regresado a esta isla es que la compañía es infinitamente mejor. Pero si no comprendo la mitad de lo que dices, lo estropearás.

La castaña sonrió mientras se erguía un poco. Y, dirigiendo a Jack una mirada que jamás había esperado ver en ella, habló.

—¿Y quién ha dicho que solo podamos hablar?

Todas las respuestas que pudieron ocurrírsele al capitán desaparecieron por completo de su cabeza. De repente, olvidó dónde y en qué situación se encontraba, pues todo en lo que pudo pensar fue en la muchacha que tenía delante. Sin embargo, no se atrevió a mover un músculo porque algo dentro de él sabía que algo no estaba funcionando correctamente. Deseaba acercarse a Selina como jamás había deseado acercarse a otra mujer. Sin embargo, una especie de sexto sentido le gritaba que, en ese momento, debía alejarse de ella.

Jack se quedó congelado. Pero, por suerte o por desgracia, aquella sensación solo duró un par de segundos porque, tras pronunciar aquellas palabras, Selina cerró pesadamente los párpados y cayó desmayada por segunda vez en el día. El capitán tuvo el tiempo justo para sujetar sus hombros y evitar que impactase de lleno sobre la arena. Y, tras cerciorarse de que estaba dormida, la acostó lentamente sobre la arena.

No cabía duda de que la chica que yacía plácidamente con la respiración pausada no era ni por asomo la misma que le había rogado que la sacara de allí. Mientras la observaba, Jack se dio cuenta de que la actitud de Selina había cambiado mínimo dos veces. La primera, cuando se había encaprichado de la taza de té y había querido marcharse; y, la segunda, cuando se había frustrado por sentirse desplazada tanto del mundo de la aristocracia como del de la piratería.

El capitán sabía mejor que nadie que, en el mundo, había personas muy temperamentales, puesto que viajar tanto le había permitido toparse con personas muy peculiares. Sin embargo, no creía que la castaña fuese una de ellas pues, después de tantas semanas viajando en el mismo barco, era la primera vez que la veía actuar de ese modo. Algo extraño sucedía y, en ese instante, se propuso descubrirlo. Pues, si bien es cierto que Selina no le había interesado especialmente hasta ese momento, sentía que, fuera lo que fuese lo que ocurría, le involucraba a él de alguna manera.


___


¹ No te atrevas a compararme con otras personas.

² Estoy cansada de no encajar... en ningún sitio. ¿Lo comprendes?




En España son casi las tres y media de la mañana. Voy a ir a trabajar habiendo dormido cuatro horas PERO creo que ha merecido la pena. Estoy muy contenta con este capítulo y tengo muchísimas ganas de continuar con los siguientes 🥰

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