Capítulo V | Will Turner
SELINA ESTABA DISPUESTA A HACER SACRIFICIOS CUANDO LA SITUACIÓN LO AMERITABA. El reciente secuestro de su amiga le parecía lo suficientemente importante como para recogerse el cabello en condiciones, colocarse el vestido blanco preferido de su padre y, con la más tierna de sus sonrisas, salir a la calle con la intención de que el grupo de hombres encargados de la búsqueda de Elizabeth le hiciera el más mínimo caso. No quería que esta vez la tratasen como a una niña caprichosa y, si para parecer más madura debía cuidar un poco más su aspecto, lo haría. Le parecía absurdo que gran parte de lo que opinaran de ella se basase en su vestimenta, aunque desgraciadamente, ella no imponía las normas.
La única ventaja que había traído consigo la desaparición de Elizabeth había sido que ella era la principal preocupación, por lo que Selina se había librado por fin de la presencia de los guardias que a cada segundo vigilaban sus espaldas y, en la medida de lo posible, podía ir a donde quisiera. Aunque, por supuesto, no se atrevía a abusar de este privilegio por temor a pasarse de la raya y que le pusieran el doble de vigilancia.
Se sabía de memoria el camino hasta el puerto porque desde que llegó a Port Royal había estado fantaseando con poder ir sola hasta allí. Sin embargo, le hubiera gustado cumplir su sueño en otras circunstancias, ya que en ese momento ni siquiera tenía unos minutos para contemplar el mar.
Su padre, el gobernador y James Norrington ideaban un plan rodeados de sus guardias. Habían colocado una mesa improvisada sobre la que habían dispuesto un montón de mapas junto con plumas y demás utensilios para escribir. Sin embargo, parecían tan tranquilos que Selina no pudo evitar preguntarse si realmente estaban preocupados.
David fue el primero en percatarse de su presencia cuando la chica estuvo lo suficientemente cerca de su posición. Aunque aquella era una de las pocas veces en las que se sentía completamente satisfecho con el aspecto de su hija, no pudo evitar ponerse alerta ya que, si Selina seguía las normas de etiqueta, era porque deseaba algo a cambio. Y, cuando quería algo, no descansaba hasta que lo lograba.
—Creí haberte dicho que no salieras de la mansión, Selina.
—Así es, padre —admitió la chica, con voz tranquila—. Pero no puedo permanecer encerrada sabiendo que nadie está buscando a Elizabeth.
—Estamos planeando cómo actuar. Sería absurdo salir al mar sin un rumbo fijo y tratar de encontrarla sin saber a dónde la han llevado.
—¿Habéis preguntado a los ciudadanos si saben algo? Quizá alguno escuchase a los piratas hablar sobre sus intenciones.
—Selina, querida, agradecemos mucho tu ayuda —interrumpió el gobernador con palabras amables, mientras se aproximaba a ella. Apreciaba muchísimo el cariño que la joven sentía hacia su hija, pero siendo sincero, no creía que una chiquilla de veintitrés años les fuera a servir de mucha utilidad—, pero nosotros podemos encargarnos de todo. Sabemos lo que hay que hacer.
—¿Ah, sí? —quiso saber ella irónicamente, dejando de lado toda la dulzura que había empleado anteriormente. Su padre puso los ojos en blanco, conociendo los arranques de ira que de vez en cuando azotaban a su hija— Pues cualquiera lo diría, porque lleváis toda la mañana perdiendo el tiempo y todavía no habéis conseguido nada.
El comodoro, que hasta ese momento la había ignorado por completo, alzó su mirada de los mapas y la posó sobre la chica. El gobernador se quedó estupefacto ante el atrevimiento de la muchacha mientras que su padre hacía todo lo posible para no golpearse la frente con la mano. Los guardias, por su parte, se miraron confusos entre ellos. De entre estos últimos, Selina casi pudo jurar que uno trataba de contener una sonrisa.
Nadie pudo reprenderla pues, tras unos segundos, apareció un chico de cabello castaño y largo hasta los hombros con la mirada más decidida que Selina había visto en todo el día. Recordaba haberle visto aquella mañana mientras caminaba hacia el puerto, pues le había pasado por encima mientras este estaba desmayado. En ese momento no le prestó atención, pues jamás se imaginó quien era en realidad.
—¡Se la han llevado! ¡Se han llevado a Elizabeth! —exclamó el chico.
La muchacha le escaneó de arriba abajo. Puede que el chico fuese más guapo que muchos de los hombres que había visto en su vida, pero a juzgar por sus ropas, no era alguien de gran importancia. De repente se encontró preguntándose quién era esa persona que no solo se creía con la libertad de poder acercarse tan bruscamente al gobernador o de hablar de esa manera a hombres socialmente más elevados que él, sino también, de llamar a su amiga por su nombre de pila.
Y una discreta sonrisa se abrió paso en sus labios cuando encontró la respuesta.
—Llevaos a este hombre —ordenó el comodoro con voz tranquila—. Y acompañad a la señorita Delacroix de vuelta a la mansión.
Ambos se miraron entre sí sin intención de ser arrastrados a ningún lado. Puede que no se conocieran, pero a los dos les unía el ferviente deseo de recuperar a Elizabeth. La chica, ignorando por completo sus palabras, se cruzó de brazos y miró a Norrington de manera desafiante. El chico, por su parte, optó por hablar de nuevo.
—¡Tenemos que ir tras ellos! ¡Hay que salvarla!
—¿Y por dónde proponéis que empecemos, señor Turner? Si disponéis de alguna información referente a mi hija, por favor, decídnosla.
El tono que el gobernador había utilizado con Will no era ni de lejos tan comprensivo como lo había sido cuando se había dirigido a Selina. Esa era una de las cosas que más odiaba la chica de la sociedad en la que vivía. Prefería mil veces que la tratasen de manera brusca, como estaban haciendo con Will, a que actuaran como si fuese una chica histérica que no tiene habilidades suficientes para razonar.
David, al menos, sabía que su hija era más inteligente de lo que a simple vista podría parecer. Aunque su padre y ella tuviesen muchas diferencias, Selina agradecía que el hombre fuese capaz de discutir con ella cuando era necesario en lugar de desacreditar sus opiniones sin ningún tipo de argumentación lógica.
Los hombres se negaban a prestarle atención. Pero, al menos, Selina albergó durante un segundo la esperanza de que escucharan a William.
—El pirata de la prisión habló de la Perla Negra —titubeó uno de los guardias, ganándose la atención de todos los presentes.
—Pues preguntadle dónde está —sugirió el herrero, leyendo la mente de la castaña—. Haced un trato con él y quizá nos ayude.
—No.
—¿Cómo que no? —rebatió Selina, enfureciéndose ante la escueta respuesta del comodoro— ¿Acaso tenéis una idea mejor?
—Señorita Delacroix —murmuró Norrington con voz amenazante, dirigiéndose por primera vez a ella—. Tanto el señor Turner como vos estáis opinando sobre temas que escapan a vuestra potestad. No tiene sentido hablar con ese hombre porque los piratas le dejaron en la celda, luego no son sus aliados.
La castaña bajó la mirada sopesando lo que el hombre de peluca blanca había pronunciado, puesto que por mucho que odiara admitirlo, sus palabras tenían sentido. Sin embargo, le frustraba saber que nadie estaba haciendo nada productivo por ayudar a Elizabeth. Cuando el comodoro se giró hacia David y el gobernador para continuar murmurando conjeturas sin sentido, Will estalló de nuevo y, clavando con fuerza un hacha sobre la mesa, se ganó la atención de todos los presentes, los cuales se sintieron atónitos y sorprendidos a partes iguales.
—¡Eso no es suficiente!
—Vos no sois militar, ni tampoco un marinero —se mofó Norrington—. Solo sois un herrero —desafió, justo antes de posar su mirada sobre Selina—. Ninguno de los dos tiene nada que hacer aquí y este no es momento para acciones temerarias.
La tensión entre los dos hombres se podía cortar con un cuchillo. Era más que evidente que ambos sentían algo por Elizabeth.
Selina se puso furiosa al darse cuenta de que el comodoro parecía no querer escuchar las palabras de Will para demostrar que él solo, sin ayuda de nadie, podía rescatarla. La chica estaba harta de que los hombres se empeñaran siempre en hacer las cosas solos solo para tratar de impresionar y de hacer ver que eran los más fuertes.
William se marchó con pasos enfadados. Y la castaña, tras lanzar una mirada de reproche a los tres varones, echó a caminar tras él.
El joven iba tan furioso que no fue consciente de que Selina le seguía hasta que ella gritó su nombre. Le parecía increíble la actitud que tanto el gobernador como el comodoro estaban teniendo con respecto al secuestro de Elizabeth. Entendía que tuvieran que meditar antes de actuar, pero habían tenido tiempo de sobra para hacerlo. Cada minuto que pasaba le alejaba un poco más del amor de su vida. De haber sido por él, ya habría cientos de flotas buscando en cada rincón del océano.
Cuando escuchó que le llamaban se detuvo en seco y dio la vuelta con cara de pocos amigos, aunque su expresión se tranquilizó cuando se dio cuenta de que quien reclamaba su atención era Selina. Elizabeth le había hablado de ella lo suficiente como para saber que la chica tenía un carácter muy impulsivo y temperamental, pero debió reconocer que le sorprendió ver cómo cuestionaba las decisiones de Norrington sin un ápice de temor. Internamente, se lo agradecía muchísimo, porque sin saberlo, la chica le había hecho sentir más comprendido.
No obstante, dudaba que aliando sus fuerzas pudieran conseguir algo.
La chica se detuvo frente a él con la respiración agitada. Aún sujetaba con fuerza la tela blanca de su falda, lo que causó que, cuando al fin la liberó de sus puños, parte del vestido quedó arrugado, aunque no fue algo que le importase. Selina tardó unos segundos en tomar el suficiente oxígeno para poder hablar, puesto que aunque la carrera había sido muy breve, no estaba acostumbrada a correr.
—¿Tienes...? —comenzó a preguntar, aún entre jadeos— ¿Tenéis alguna idea? —rectificó. Por instinto, Will desvió sus ojos castaños al robusto edificio de piedra que tenía frente a él— Pensáis hablar con el pirata —dedujo inmediatamente, al percatarse de que estaban frente a la cárcel.
—Así es.
A pesar de que a ella no se le había ocurrido nada mejor, no estaba segura de que Jack pudiera servir de mucho, pues tal y como había dicho Norrington, este no parecía tener relación con esos piratas en concreto. Y, en caso de que la tuviera, esta no parecía ser muy buena. Además, su opinión sobre los piratas había empeorado bastante desde que se había cruzado con ellos.
Era increíble cómo habían causado estragos en la ciudad. Habían hecho arder negocios, destrozado casas e, incluso, de vez en cuando aparecía el cadáver de algún ciudadano. Selina prefería no prestar atención a los detalles, puesto que sabía que si se detenía a observar, su valor se esfumaría y rescatar a Elizabeth le parecería mucho más complicado de lo que ya era de por sí. Eso por no hablar de las ganas de vomitar —tanto por repugnancia como por horror— que le produciría ver a alguien muerto.
Entonces, un recuerdo que aparentemente había bloqueado apareció de nuevo en su mente. Ella, según la teoría más sólida que había sido capaz de crear —pues la falta de información le dificultaba llegar a una conclusión clara—, ya había visto a alguien fallecido: el pirata con el que se había encontrado cara a cara la noche anterior.
—¿Crees que tendrá información?
—No lo sé. Pero no perderé nada por intentarlo —Selina asintió lentamente.
—Yo tengo que volver a hablar con mi padre. Antes olvidé decirle algo —confesó, mucho más angustiada que antes—. Si el pirata dice algo ven a contármelo. Y si no, también —ordenó. Y, antes de marcharse, le regaló una advertencia—. Ah, y ten cuidado con él.
—Lo sé. Ya hemos coincidido antes, y sé que puede ser peligroso.
—No —contradijo la chica—, no es eso. Lo que es, es un imbécil. Y lo sé porque yo también he hablado con el pirata.
Will observó atónito cómo la chica regresaba sobre sus pasos. No sabía qué le sorprendía más: si su forma de hablar tan a la ligera o que se las hubiese apañado para encontrarse con el pirata cuando, según tenía entendido, habían prohibido que nadie se acercara a él después de que tuvieran su encuentro en la herrería y Jack fuese encarcelado.
Decidiéndose finalmente, se introdujo en la prisión dispuesto a encontrar cualquier pista que le ayudase a descubrir el paradero de Elizabeth.
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SELINA NO ESTABA LOCA, y por ello, odiaba la expresión de preocupación que habían adoptado los rostros de aquellos tres hombres. Ninguno sabía qué decir, y, en lugar de mediar palabra, se limitaron a mirarla como si hubiese perdido la cabeza. Por el rabillo del ojo, la chica casi pudo jurar que incluso los guardias se sintieron incómodos tras escuchar su relato.
Como acto reflejo, mordió su labio sin recordar que aún continuaba herido debido al golpe que el pirata le propinó la noche anterior. Lo soltó de inmediato debido al dolor, pero no pudo evitar que la herida se abriese de nuevo y que una pequeña laguna de sangre comenzara a formarse.
—Yo también creo que es ilógico —espetó, rompiendo ella misma el silencio—, pero solo os estoy contando lo que vi. Os juro que aquel pirata era un esqueleto.
—Sin embargo, decís que la criada que se cruzó con vosotros no vio lo mismo.
—No. Ella no lo vio porque para cuando llegó, se había transformado de nuevo en humano —el gobernador, el comodoro y su padre se dirigieron otra mirada inquieta mientras Selina luchaba por mantener sus nervios a raya. Pocas cosas le resultaban más frustrante que no ser creída cuando decía la verdad—. Sé lo que parece, pero no estoy loca.
—Nadie cree que estés loca, hija —respondió su padre, aunque en parte mentía—, pero lo que dices no tiene sentido. Es imposible. Es normal que ahora tengas alucinaciones. Te diste un golpe muy fuerte y...
—¡No fue una alucinación! —el gobernador carraspeó, tratando de calmar la conversación.
—Y en caso de que esto fuera cierto, ¿de qué nos serviría para encontrar a mi hija?
—Si el pirata de la celda conocía el nombre del barco, quizá también conozca a la tripulación. De nada os servirá dar con el paradero del barco si luego tendréis que enfrentaros a hombres que no pueden morir, porque jugaríais con desventaja. Debéis preguntarle, al menos, qué sabe sobre ese barco.
—¿Y pedirle ayuda a un pirata? Jamás —los orbes castaños de la chica apuntaron furiosos al comodoro. Al percibir esto, su padre la agarró del brazo con cuidado, aunque también con firmeza, y la apartó un poco de los otros dos hombres antes de que hablara más de la cuenta.
—¿Te estás inventando esto para apoyar la idea del chico? Porque si es así... —insinuó en un tono más bajo de lo normal, para evitar ser escuchado por nadie más.
—No estoy mintiendo, padre —le cortó la chica, liberando su brazo con brusquedad—. Reconozco que si tuviera que hacerlo para encontrar a Elizabeth, lo haría, porque parece que de todos nosotros soy la única que se preocupa por ella. Pero te aseguro que todo lo que os he contado es cierto.
David se figuraba que su hija estaba siendo sincera, aunque no dio muestras de creer que su historia fuese real. Como había dicho antes, estaba convencido de que la transformación que Selina había visto había sido solo fruto de su imaginación. Probablemente, el golpe que provocó que se desmayara o el trauma de haber sido atacada por primera vez estarían jugándole una mala pasada. Y, sumado a eso, las historias y novelas de fantasía que tanto le gustaban estarían aumentando aún más sus delirios.
—Mira lo que te hizo ese pirata, Selina —habló su padre, con una voz comprensiva que no solía emplear a menudo, mientras limpiaba la sangre de su labio con el pulgar—. Sé que quieres ayudar, pero imagina lo que sucedería si te inmiscuyeras del todo en este asunto. Solo quiero protegerte, así que por favor, deja de entrometerte en cuestiones que no te corresponden. Nosotros podemos solucionar esto.
La chica estuvo a punto de responder algo de lo que muy probablemente se hubiese arrepentido, así que en lugar de hablar, se marchó enfadada hacia el puerto, dejando a su padre preguntándose si había empleado las palabras correctas. Ella sabía lo mucho que su padre la quería, y de hecho, ese sentimiento era recíproco. Pero, en ocasiones como esa, deseaba ser tratada como una igual y no como una figura de cristal que en cualquier momento podría romperse en pedazos.
Estaba tan agotada mentalmente que ni siquiera tuvo ganas de comprobar si William continuaba en la prisión. Se había hartado de que todos la tratasen como si no fuese capaz de tomar decisiones inteligentes. Puede que fuese joven, que no hubiese vivido mucho y que no pudiese sujetar una espada sin que le temblasen las manos; pero consideraba que tenía astucia e ingenio de sobra para poder aportar ideas sensatas. Sin embargo, cualquier intervención que hacía era rechazada sin ser mínimamente sopesada.
Le provocaba mucha impotencia no saber nada de Elizabeth. Muchos pensaban que aquella amistad no tenía sentido porque habían pasado años sin verse, y, cuando por fin se habían reencontrado, la rubia había desaparecido a los dos días. Sin embargo, quienes opinaban esto, desconocían lo puras que habían sido las cartas a través de las cuales se habían comunicado y lo sinceras que habían sido sus conversaciones.
Para Selina, Elizabeth era algo así como un diario. Había rellenado páginas y páginas describiendo sus acciones y sus pensamientos sin temor a ser juzgada, recibiendo a cambio consejos y apoyo. Se negaba a perder eso y por ello estaba tan dispuesta encontrar a su confidente costara lo que costase. De haber podido, ya estaría en camino. Pero era consciente de que partir ella sola era completamente imposible, primero, porque carecía de los conocimientos necesarios, y segundo, porque tampoco tenía transporte para marcharse en su búsqueda.
Se sentó bajo un árbol sin preocuparse de que su vestido blanco se llenase de tierra, pues no sabía qué más podía hacer. Cada vez tenía menos ideas y menos energía para llevarlas a cabo, pues además de triste, ahora se sentía sola y desmotivada. Permaneció largos minutos absorta, contemplando el mismo océano que parecía haberse tragado a su amiga. Y, por pura casualidad, sus ojos dieron a parar a un puente donde, medio escondidas, vislumbró dos cabezas; la de Will y la de Jack.
Selina no se había olvidado de ellos, pero jamás imaginó que el herrero estuviese tan desesperado como para liberar al pirata. Supuso que Turner se limitaría a sonsacarle información que le transmitiría más tarde al gobernador, pero era evidente que se había equivocado.
Sin ser capaz de dejar de lado su curiosidad, decidió aproximarse a ellos. Tuvo la precaución de dar un rodeo para acercarse por detrás no solo para no desvelar su posición ante los guardias, sino también para evitar que se alarmasen y huyesen de ella. Se detuvo a unos metros de los sujetos justo a tiempo para escuchar una frase de Jack.
—Requisar, señor Turner —explicó, recalcando la primera palabra—. Mi plan es requisar ese navío.
—¿Precisamente ese? ¿El Interceptor? ¿Y cómo planeáis hacerlo?
Ambos hombres, al reconocer su voz, giraron con la esperanza de que la chica no estuviese acompañada. Afortunadamente, estaba sola.
A Jack le pareció diferente a como la había visto el día anterior. Cuando amenazó a Elizabeth, llevaba puesto un vestido muy simple para alguien de la nobleza, y, cuando fue a visitarlo a su celda, portaba una capa que perfectamente podría haber sido propiedad de una fugitiva. En ambo casos, su cabello había estado libre pero, ahora, estaba recogido con una elegancia que iba acorde a su vestido blanco.
A simple vista parecía una chica normal. Mas, cuando Jack se fijó bien en ella, vio que la costosa tela de la falda estaba arrugada y llena de barro. El moño que se había hecho amenazaba con desmoronarse en cuestión de minutos. Y, para culminar su aspecto, su labio sangraba ligeramente. En ese momento, él mismo fue capaz de confirmar lo ciertas que habían sido las palabras que le había dedicado en su celda la noche anterior. Como sucedía con todas las jóvenes ricas con las que se había cruzado, Selina aparentaba haber sido diseñada para alcanzar unos cánones concretos de perfección. Sin embargo, parecía que era incapaz de mantener durante mucho tiempo aquella fachada artificial, pues cuando se quedaba sola, pequeños detalles como aquellos dejaban entrever un poco de su verdadera personalidad.
Aquello intrigaba a Jack, pero no lo suficiente como para desconcentrarle de su objetivo principal, es decir, el de encontrar a su amada Perla Negra. Lo bueno fue que ver a la chica le dio una idea. Solo necesitaba asegurarse de que estaba completamente de su lado.
—Señorita Delacroix, es mejor que no os vean aquí —habló Will. Le resultaba extraño referirse a ella con tanta naturalidad, ya que, a excepción de Elizabeth, estaba acostumbrado a mantener las distancias con la alta sociedad. Sin embargo, dado que en la conversación anterior a la chica no había parecido importarle la diferencia de clases, optó por tratarla con la mayor naturalidad posible—. Se metería en un problema si os involucraran con nosotros.
—¿Os conocéis? —preguntó el capitán, sonriendo con suspicacia.
—Buscamos a la misma persona —se limitó a responder Selina, de manera un poco tosca. Después de lo que había visto, prefería no fiarse demasiado de los piratas, aunque este pareciera mucho más civilizado que los que atacaron Port Royal la noche anterior—. Y deduzco que pretendéis ayudar.
—Así es. El señor Turner y yo hemos hecho un trato. Y vos podéis formar parte de él, si así lo deseáis.
—Jack... —amenazó el herrero.
—Continuad —interrumpió la castaña, mientras se cruzaba de brazos y alzaba una deja escéptica.
—Si vos lográis entretener a los guardias, os doy mi palabra de que encontraremos a vuestra amiga.
—No me basta solo con que la encontréis. Quiero que también jures que llegará aquí sana y salva —especificó. El pirata rodó los ojos ante tanta desconfianza, pero estuvo dispuesto a aceptar. Sin embargo, Selina, casi sin pensar, se adelantó a su contestación—. Rectifico. Lo que deseo es acompañaros.
Ambos hombres se quedaron callados y, casi como si se conociesen de toda la vida, se dirigieron la misma mirada. Puede que tuvieran motivos distintos, pero ninguno quería que la muchacha navegase junto a ellos. William estaba convencido de que si Selina sufría el más mínimo rasguño, Elizabeth jamás le perdonaría. Jack, por su parte, sabía por experiencia propia que llevar una mujer a bordo solo servía para distraer a la tripulación —y, aunque prefiriese no pensarlo, también al capitán—. Y ambos coincidían en que aquella chica de aspecto tan delicado solo sería un estorbo si las cosas se complicaban.
El motivo que Selina tenía para ir era sencillo: no se creía capaz de permanecer meses en tierra esperando noticias. Además, por mucho que Jack le jurara que regresaría con su amiga, no cometería el error de fiarse de la palabra de un pirata. Ella era de la opinión de que si quieres hacer algo bien, debes hacerlo tú misma. Por eso le gustaba valerse por sí sola.
—Creedme, no acostumbro a rechazar la compañía de mujeres hermosas —dijo el pirata tras unos segundos, acercándose peligrosamente a ella, hasta quedar a tan solo unos centímetros—. Pero, solo por esta vez, es necesario que lo haga. Quizá en unos años, y en otras circunstancias, volvamos a encontrarnos.
Si el pirata pensó que Selina retrocedería ante su tono sugerente, se equivocaba. En lugar de eso, permaneció estática en el sitio, con los brazos cruzados y manteniendo una mirada desafiante. Reconocía —aunque jamás en voz alta— que le ponía nerviosa que el pirata invadiese de ese modo su espacio personal, aunque trató de que su expresión fuese lo más neutra posible para que no se notase.
—¿Y por qué debería confiar en vuestra palabra de que traeréis a Elizabeth con vida? Os recuerdo que si estamos en esta situación es por culpa de unos piratas.
—Puede que sea un pirata, pero también tengo honor.
—¿Y qué argumentos te avalan? Todo el mundo sabe que los piratas mienten. ¿Por qué se supone que debería creerte a ti? ¿Porque me caes bien?
—¿Eso fue ironía? ¿Por qué no os debería caer bien? —preguntó el hombre desconcertado.
—Esto no nos va a llevar a ninguna parte —intervino Will, cortando desde la raíz aquella conversación que se estaba yendo por las ramas—. Entiendo que no le creáis a él, pero creedme a mí. Os juro que no descansaremos hasta encontrar a Elizabeth y traerla con vida.
Selina lo pensó durante unos instantes. Will, junto a ella, había sido el único en enfrentarse al gobernador y exigirle que actuara de manera más rápida. Lo único que conocía del chico eran las descripciones que Elizabeth le había dado de él, pero pese a eso, algo en los sinceros ojos marrones del chico le impulsaba a confiar en su persona. No sabía si era capaz de sentir el amor que el herrero le profesaba a su amiga o si, simplemente, estaba desesperada, pero finalmente tomó una decisión.
—El tiempo corre —apuró Jack, con el constante tono irónico de su voz, justo cuando los pensamientos de Selina llegaron a su fin.
—Está bien —concedió, con un suspiro resignado—. Os ayudaré.
Os dejo aquí abajo una foto del collar que siempre lleva Selina y del colgante que —con suerte 🤣— le pretende llevar a Elizabeth.
Ya que estoy aquí, aprovecho para preguntar: ¿os está gustando la historia? Creo que este capítulo ha sido un poco «de relleno», pero también era necesario. A partir del próximo empieza lo interesante, lo prometo.
Y, ya de paso, quiero agradeceros a todas las personitas que estáis leyendo por pasaros por aquí ♡
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