Capítulo IX | Bienvenida a bordo
LOS OJOS OSCUROS DE LA PELIRROJA ESTABAN CONCENTRADOS EN SUS PROPIAS CARTAS. Tanto, que no era capaz de ver que Selina, justo delante de ella, le dirigía fugaces miradas tratando de llamar su atención. Malia parecía extremadamente segura de que ganaría aquella partida, aunque la francesa había aprendido a no fiarse de las expresiones de la pirata cuando había dinero de por medio. Justo a su derecha, uno de sus dos contrincantes miraba a su compañero de manera nerviosa sin tener muy claro qué hacer. Finalmente, decidió apostar diez monedas más. Ahora era el turno de Selina.
El juego se jugaba en parejas y no era demasiado complicado. La dificultad radicaba en que había que saber leer a tu compañero, ya que para ganar, ambos debían tener buenas cartas. Las de la castaña no eran las mejores, pero no podía fiarse completamente de la serenidad de Malia. Si no apostaba, no perderían nada más; pero, si lo hacía y las cartas de la capitana no eran mejores que las suyas, aquellos desconocidos se quedarían con todo su dinero.
Malia evitaba hacer contacto visual para que los hombres no se dieran cuenta de su estrategia. Al percatarse de las pocas opciones que tenía, Selina optó por ser fiel a su instinto y apostar todas las monedas que le quedaban, provocando que la pirata esbozase una leve sonrisa que trató de disimular. Esto dio lugar a que, en el siguiente turno, ambos varones compartiesen una mirada y negasen frustrados con la cabeza.
—Nos retiramos —escupió uno, justo antes de que ambos se levantasen y caminaran escaleras arriba, rumbo a las habitaciones.
Selina jamás había jugado una partida a primera hora de la mañana. Le sorprendió darse cuenta de que, cuando el sol acababa de salir, las tabernas parecían completamente distintas a las que conocía por la noche, pues todo estaba mucho más tranquilo y silencioso. Y, del mismo modo, las personas actuaban de manera distinta. Los pocos hombres que había o bien tenían que lidiar con una resaca y no salían de la habitación, o bien acababan de llegar; por lo que no eran ni la mitad de agresivos ni de valientes. La mejor prueba de esto era que, a pesar de haber perdido, ninguno de los dos piratas había montado ninguna escena.
—Menos mal que no han querido seguir —confesó Selina, una vez que se aseguró de que los hombres habían desaparecido por la puerta. La castaña había reunido todas las cartas y comenzaba a ordenarlas, mientras que Malia, por su parte, comenzaba a contar todas las monedas que se habían apostado durante el juego—. Mis cartas eran malísimas.
Al oír esto, la pelirroja se detuvo un segundo y, justo después de lanzar una fugaz mirada a su compañera, sonrió.
—Lo imaginaba. Las mías también. Nuestra única opción era fingir que contábamos con la victoria.
La francesa sonrió de regreso y, sin mediar más palabras, cada una continuó con su tarea. Puede que Selina fuese muy curiosa, pero en general, era una persona de pocas palabras. Podía estar con alguien en completo silencio sin que este se tornara incómodo y, dado que a Malia le sucedía algo similar, lo valoraba mucho.
Cuando Jack bajó aquella mañana a la sala principal de la taberna, encontró a las dos mujeres sentadas frente a la mesa. La menor barajaba las cartas distraídamente entre sus dedos mientras que Malia, con toda la seriedad que reunía cuando se trataba de dinero, dividía las monedas en dos montones. El capitán supo que habían ganado no solo porque eran las dos únicas personas —a excepción del dueño de la posada— que había en la estancia, sino también, porque era sumamente extraño que la pelirroja perdiese una partida teniendo en cuenta quiénes habían sido sus maestros.
Pensándolo bien, Jack debía haber supuesto que se conocían desde el momento en el que escuchó cómo la castaña le enseñaba aquel juego de cartas a Will el primer día en el que escaparon de Port Royal. Sin embargo, en su defensa, nadie hubiese imaginado que aquella muchacha pudiese tener relación con la pirata más arisca de todo el Caribe.
—Hace un día espléndido, ¿no creéis? —exclamó mientras se aproximaba a ellas, tratando de llamar su atención. Malia se encogió de hombros justo antes de pasarle a Selina una bolsa con monedas que la castaña guardó en su bolsillo. Fue entonces cuando Jack se dio cuenta de que la chica se había cambiado de ropa— Es perfecto para que vayamos a conocer a mi nueva tripulación.
—¿Has conseguido reunir a una tripulación en un solo día? —preguntó la capitana.
—Gibbs es muy eficaz.
—No habrá sido muy selectivo, supongo —murmuró Malia, sabiendo que la gran mayoría de los piratas que buscaban integrarse a una tripulación en Tortuga no tenían muy buenas condiciones.
—Tonterías. Son una tripulación de primera —respondió Jack con fingida seguridad. Honestamente, sabía que mentía. No obstante, no deseaba pasar en aquella isla ni un minuto más. En condiciones normales no le hubiese importado, pero estaba demasiado ansioso por recuperar la Perla—. ¿Dónde está el chico?
—¿Turner? Salió poco después de que amaneciese.
—¿Has dormido algo en toda la noche? —preguntó Selina. Cuando ella había bajado a la sala principal, la pelirroja ya se encontraba allí; y sabía que no había regresado a la habitación en toda la noche.
—Duermo poco.
Ante aquella escueta respuesta, la castaña estuvo a punto de preguntar de nuevo, pero Jack vio sus intenciones y se adelantó.
—Movámonos entonces. ¿Por qué no te adelantas y vas a buscar a Will?
Selina sabía que la pregunta del capitán no era más que una orden y ella odiaba seguirlas. Sin embargo, no le disgustaba la idea de estar junto al herrero, puesto que era la única persona que parecía comprender del todo su modo de actuar. Malia y ella se llevaban muy bien, pero era más que evidente lo opuestas que eran sus vidas, y eso se reflejaba en que a veces sus comportamientos chocaban entre sí.
La castaña se levantó con la intención de ir a buscar al muchacho. Sin embargo, antes de avanzar cuatro pasos, sintió la mano del pirata posarse sobre su antebrazo, deteniendo su caminata. En voz más baja, Jack añadió:
«Y, por cierto, querida. Apostaría a que esa ropa os queda mejor que cualquiera de vuestros vestidos.
Contra todo pronóstico, Selina, quien estaba acostumbrada a mirar a las personas fijamente a los ojos, bajó la mirada rápidamente hacia el suelo y se marchó sin decir nada. Estaba acostumbrada a escuchar halagos por parte de hombres pero, normalmente, estos no eran tan directos, sino que eran mucho más enrevesados. Además, la vestimenta que llevaba difería mucho de lo que solía ponerse. Malia le había prestado unos pantalones negros, un corsé a juego del mismo color y una blusa de azul que dejaba sus hombros un poco al descubierto. A juzgar por la ropa que la capitana solía llevar —la cual era bastante parecida—, las mujeres que se ganaban la vida de manera ilegal en el mar debían estar acostumbradas a vestir así. Sin embargo, a Selina le resultaba terriblemente extraño.
El capitán no pudo evitar sonreír suspicazmente ante la repentina timidez de la chica. Malia, a pesar de no haber quitado la mirada de la bolsa de dinero con la que jugaba distraídamente, había prestado atención en todo momento y fue la primera en romper el silencio.
—Y yo que pensaba que querías quedarte a solas conmigo para pedirme matrimonio —ironizó la capitana con falsa desilusión.
—Como si no supiera que lo nuestro sería imposible —respondió el hombre del mismo modo, mientras ocupaba la silla en la que anteriormente había estado sentada la menor.
—¿Qué es lo que vienes a pedirme? —Jack rodó los ojos, simulando cansancio.
—¿Por qué siempre preguntas tanto? —la pelirroja sonrió, maliciosamente.
—Si crees que yo pregunto demasiado, es porque no has tenido ninguna conversación lo suficientemente larga con la chica que acaba de salir por la puerta. Espera a pasar más de dos día con ella. Apuesto a que agotará tu paciencia.
—Eso ya lo veremos —respondió el capitán de manera desinteresada, aunque ya se había percatado de lo curiosa que era Selina—. Lo que quería era comentarte que quizá, de aquí a algún tiempo, es posible que me pudiera venir bien que trabajáramos... en equipo.
—¿Me estás pidiendo ayuda para que Davy Jones se quede tranquilito? —preguntó asombrada, cuando consiguió entender lo que estaba sugiriendo el capitán.
Jack hizo una mueca al escuchar el nombre del pirata. Por orgullo, el capitán había tratado de endulzar la frase. Sin embargo, en términos generales, ese era el favor que deseaba pedirle a Malia. La mujer, por el contrario, era muy distinta a él; no obtenía lo que quería a través de la elocuencia, como lo hacía el capitán, sino que lo lograba por medio de fuerza y amenazas. Por eso estaba acostumbrada a no andarse con rodeos y a decir las cosas tal y como eran.
—Yo no diría...
—Jack, déjalo —cortó la pelirroja, intentando que el pirata no tratara de dulcificar sus palabras—. Me sorprende que estés pensando en él cuando aún quedan años para que reclame lo que es suyo. De momento, deberías enfocarte en recuperar la Perla. Y luego ya hablaremos.
—No pensé en él hasta que te vi aquí anoche —se defendió el hombre—. Si hay alguien que puede echarme una mano, eres tú. Pero normalmente los dos estamos viajando, así que es raro que nos encontremos. Lo que quiero es saber si de aquí a unos años podré contar contigo.
Malia suspiró derrotada. No le hacía ningún tipo de gracia tener que lidiar con Davy Jones, pero desde luego, tampoco abandonaría a Jack a su suerte después de todo lo que habían pasado.
—Qué remedio. Ya sabes que te debo una —del mismo modo que el orgullo de Jack se sentía reacio a pedir ayuda, el de Malia jamás admitiría que sentía un mínimo aprecio por alguien—. De aquí a unos años, te buscaré. Aunque no prometo encontrarte; no soy como mi hermana. Y, de hecho, tampoco te aseguro que vaya a ser de mucha ayuda. Ambos sabemos que Davy Jones es impredecible y que no me tiene demasiado aprecio.
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SELINA, JACK Y WILL NO REGRESARON SOLOS AL BARCO, sino que lo hicieron junto a un grupo de piratas cada uno más extraño que el anterior. Gibbs juraba que era lo mejor que había encontrado, pero aunque nadie lo dudaba, eso no era ningún consuelo. A juicio de Selina, el único miembro con dos dedos de frente era el loro del señor Cotton; un hombre que por motivos que la castaña no deseaba conocer había perdido la lengua y utilizaba al animal para que expresara sus pensamientos. Sin embargo, debía reconocer que Ana María se había ganado parte de su admiración tras haberle dado a Jack la tercera bofetada desde que estaban en la isla. La castaña ya comenzaba a acostumbrarse a ver cómo mujeres aleatorias se acercaban para pegar a su capitán.
Partieron muy temprano, y por primera vez, Selina pudo ver con sus propios ojos lo que era estar en un barco pirata. Sus tripulantes se movían de un lado a otro con la intención de que el barco fuese lo más rápido y seguro posible mientras reían, murmuraban frases fuera de lugar, gritaban e, incluso, en ocasiones discutían o bebían a escondidas. Teniendo en cuenta el ambiente en el que la chica había vivido, todo aquello le resultaba caótico. No obstante, se dio cuenta de que aquel era un caos completamente organizado donde todos los miembros parecían sentirse a gusto.
Selina habló un par de veces con Will, aunque no estaba demasiado comunicativo por dos motivos. En primer lugar, temía por Elizabeth, y, en segundo, se sentía tan fuera de lugar como un pez en medio de la arena. Sin embargo, aprovechó la fuerza que había adquirido trabajando en la herrería para ayudar a los demás tripulantes a desplazar barriles o a mover las velas del barco; algo que la francesa no podía hacer porque carecía de fuerza.
Para evitar molestar, escogió un rincón del barco al que ningún pirata se acercaba y se sentó sobre la barandilla asegurándose de mantener los pies en el lado de la cubierta para evitar caer al mar. Parecía absurdo, pero cuanto más cerca estaba del agua, más en paz se sentía. Y, dado que el día estaba en completa calma, no corría ningún peligro. Inesperadamente, Gibbs se acercó a ella para pedirle que tuviera cuidado. Y, cuando desistió en sus intentos de que se pusiera en pie sobre la cubierta —porque Selina aseguraba que nada malo le sucedería—, pasó a contarle algunas de las leyendas que había escuchado, sorprendiéndose al descubrir que Selina conocía otras tantas.
La mayor parte del día estuvo sola, enfrascándose en sus pensamientos mientras contemplaba cómo los rayos del sol —los cuales odiaba, aunque prefería soportarlos en cubierta a volver a pasar otro viaje escondida dentro de un camarote— chocaban contra el océano, provocando que este adquiriese un color entre azul y verde muy brillante.
En este momento, el sol se había escondido y el agua parecía de color negro debido a la falta de luz. Sin embargo, Selina se sintió mucho mejor que por la mañana. El ambiente era más fresco y, dado que todo estaba en silencio, el sonido de las pequeñas olas rompiéndose contra la madera era mucho más audible.
Toda la tripulación se había ido a dormir hacía un rato. Ella también se había marchado, pero no había podido conciliar el sueño y había regresado de nuevo a la cubierta encontrándose con que esta vez estaba totalmente desierta exceptuando a un hombre que, medio dormido, controlaba el timón. Debido a que Selina había pasado gran parte de su vida trasnochando —ya fuese para leer a escondidas o para escapar de su mansión—, había ocasiones en las que le costaba caer en el mundo de los sueños. Por ese motivo, de nuevo, se encontraba sentada sobre la barandilla de la cubierta.
—¿Habéis armado tanto escándalo para pasar toda la noche aquí fuera?
Una repentina voz a sus espaldas hizo que se sobresaltara y, por un momento, creyó que se caería al agua. Probablemente, así hubiese sido de no ser porque el capitán logró sostenerla a tiempo.
Pese a que desde el momento en el que partieron Selina se había prometido no actuar como una señorita de la nobleza, poco a poco se daba cuenta de que no le resultaba tan sencillo dejar sus raíces atrás. Poco después de partir —antes de que Jack se encerrase en su camarote durante prácticamente todo el día—, no había podido evitar exigirle al capitán que le consiguiera una habitación para ella sola. Podía tolerar que le hiciesen entrar en una taberna cuyas condiciones salubres eran pésimas, pero se negaba a dormir junto a un grupo de hombres a los que había conocido hacía escasas horas.
El capitán, solo para que sus quejas cesaran, había aceptado y le había cedido un pequeño cuarto que había dentro del barco con un simple colchón. No obstante, le había dejado bien claro que el Interceptor contaba con aquella sala porque no era un barco pirata. Cuando recuperase la Perla Negra, solo habría un camarote y ese sería el del capitán. Y, según palabras de Jack, si quería llegar sana y salva en la Perla hasta alguna isla debía tener en cuenta que allí no contaría con el «lujo» de tener una habitación individual.
Para cuando aquello sucediera, Selina ya esperaba estar junto a Elizabeth, por lo que aceptó sabiendo que se sentiría mucho más segura con su amiga al lado.
—No me quedaré aquí hasta que amanezca. Planeo volver a mi cuarto.
El capitán no dijo nada. Simplemente dejó de sostener la cintura de la chica —pues ya se había recuperado del susto y estaba estable de nuevo— y se colocó a su lado, apoyando los codos sobre la barandilla.
—Parece que aún no os habéis dado cuenta, pero este lugar es peligroso.
—Es cómodo —respondió la chica con verdadera inocencia, mientras encogía sus hombros—. Y también tranquilo. Por lo menos cuando no aparece alguien por detrás y me asusta.
—No me refiero a vuestro asiento, sino a todo en general. Estáis muy lejos de vuestra casa, ma chérie.¹
—¿Cómo sabéis que vengo de Francia? —preguntó la chica algo sorprendida, con pura curiosidad, mientras bajaba del borde del barco y ponía los pies sobre el suelo. No creía que fuese fácil descubrirlo, pues al contrario que su padre, ella había aprendido inglés desde muy pequeña y podía ocultar fácilmente su acento.
—Los guardias que os escoltaban la primera vez que os vi solo hablaban en francés —confesó el capitán. Sus mentes retrocedieron hasta el momento en el que Jack amenazó a Elizabeth y ambos se preguntaron qué hubiese pasado si aquello no hubiera sucedido. Selina estaría más cerca de su zona de confort, y él, más lejos de su Perla.
—¿Conocéis el idioma?
—Hace unos años pasé unos días en Francia; me detuve allí después de marcharme de España. Desde entonces, no he vuelto a pisar esos países —explicó el capitán, rememorando aquella época de manera un poco melancólica—. Aprendí algunas palabras cuando estuve allí.
—Como Malia —meditó la chica, sin despegar su vista del mar—. Ella va a París a menudo. Por eso nos conocimos.
—Va cada cierto tiempo a visitar a alguien —Jack se dio cuenta de que estaba rememorando etapas que prefería dejar en el pasado. Intuía que Selina no se atrevería a preguntar sobre su vida personal, pero por si acaso, optó por cambiar de tema—. Aun así, no me has respondido. Este viaje no es seguro para ti, Selina.
La chica se dio cuenta de cómo el capitán resaltó cuidadosamente su nombre, así como tampoco le pasó inadvertido que aquella era la primera vez que lo pronunciaba. A decir verdad, esa era la primera conversación real que tenían.
—Estoy más a salvo que Elizabeth —respondió. Pero, siendo consciente de lo que el pirata diría a continuación, optó por ser totalmente sincera—. Además, vos mismo lo dijisteis. Una estúpida parte de mí sentía que se estaba ahogando a pesar de estar en tierra firme y, aunque sé que hubiese sido lo correcto, no hubiese rechazado este viaje ni por todo el oro del mundo. ¿Podéis imaginar a lo que me refiero? —el capitán esbozó una de sus típicas sonrisas.
—Cariño, mirad a qué me dedico —murmuró, mientras señalaba su sombrero—. Nadie lo sabe mejor que yo. Pero me sorprende que alguien como tú sienta la necesidad de embarcarse en este plan. O incluso de colarse en una celda para visitar a un peligroso pirata por mera curiosidad.
—No eres tan peligroso de cerca —alegó Selina, cruzándose de brazos e intentando dejar de lado el tema.
—¿Ya somos lo suficientemente cercanos como para tutearnos? Jamás me había pasado tan rápido con alguien de la nobleza —la francesa se dio cuenta de su error y desvió los ojos hacia el suelo, provocando que el pirata sonriese suspicazmente. Normalmente, a Selina le costaba mucho mantener conversaciones en tercera persona cuando estas se volvían más personales—. No me malinterpretes; me parece lógico. Vamos a pasar mucho tiempo sobre la misma cubierta, me temo.
«Además, es preferible que nos llevemos bien. Si crees que no soy tan peligroso, es porque no sabes de lo que soy capaz.
Durante largos minutos, ninguno dijo nada y todo se sumió en un profundo silencio. No había nadie más en cubierta a excepción del hombre que controlaba el timón del barco, aunque el mar estaba tan calmado que su presencia era innecesaria. Ambos habían tenido la idea de salir a cubierta aquella noche, pero aunque esperaban encontrarse con la soledad, a ninguno le incomodaba la presencia del otro.
Pasado un rato, Jack desvió los ojos de la botella de ron de la que se había adueñado —y en cuya presencia aún no había reparado Selina— para fijarlos en el mismo sitio al que se dirigían los castaños de la chica. Se sorprendió a comprobar que había pasado todo ese tiempo absorta contemplando el cielo; un lienzo completamente negro a excepción de una gran luna llena, cuyos rayos eran el mayor foco de luz en ese instante, y los pequeños puntos blancos que emitían destellos en la distancia.
—¿Acaso desde tu castillo no se ven las estrellas, princesa?
La castaña salió de repente de su ensoñación, dándose cuenta de que llevaba demasiado tiempo admirando el cielo distraída y sin mediar palabra. Debía reconocer que jamás había visto aquellas luces brillar con tanta intensidad. Al final, optó por responder ignorando aquellas irónicas palabras que la vinculaban con la realeza.
—Desde luego que sí. Pero jamás había visto un cielo tan bonito como este.
—Entonces supongo que jamás te habrás parado a observar la forma que tienen.
—¿Forma? No te entiendo. Son redondas —habló extrañada. Pero, dos segundos después, se dio cuenta de a qué se refería el hombre y no pudo evitar sonrojarse levemente mientras agradecía que hubiese la suficiente oscuridad como para que el pirata no se percatase de ello—. Oh, ya sé a qué te refieres. Una vez vi un libro de astrología, pero no me lo llevé porque no lo consideré útil. Las estrellas no me interesan demasiado porque son demasiado frías y distantes, pero reconozco que es bonito mirarlas desde aquí.
—Te equivocas. Por supuesto que son útiles.
—¿De qué me va a servir saber que... esas estrellas, por ejemplo, parecen un cazo?
—¿Un qué? —preguntó Jack extrañado, dirigiendo una fugaz mirada a la chica antes de apuntar sus ojos en la misma dirección que ella— Selina, esa es la Osa Mayor.
—Pues quien le puso el nombre tenía mucha imaginación —se quejó la chica, entrecerrando los ojos con la intención de ver la forma de oso en algún lado—. ¿Y esas?
—Esa constelación es Orión.
—Es una persona con un arco.
—¿Y qué ves ahí? —cuestionó el hombre.
—Eso solo son rayas. ¿Cómo se llama?
—Cassiopea.
Selina se cruzó de brazos y alzó las cejas levemente sorprendida, girándose un poco para colocarse de frente al capitán. Cuando en pensó en salir a cubierta no esperaba —ni deseaba— recibir una lección de astronomía, pero debía reconocer que aquella situación le estaba resultando más interesante de lo que había esperado.
Le encantaba hablar con gente que sabía acerca de temas que ella desconocía. Normalmente, cuando su padre le presentaba a personas así, no la creían lo suficientemente inteligente como para comprender lo que le explicaban. Esa era una de las cosas que más detestaba de la sociedad en la que vivía.
—Bien, capitán, pues ilústrame. ¿De qué sirve saber todo esto?
—Un pirata ha de conocer todas y cada una de las estrellas del cielo —la castaña arqueó una ceja, instándole a continuar—. Verás, son importantes porque indican tu posición. En medio del mar, son en lo único en lo que puedes confiar para saber hacia dónde te diriges. Cassiopea, por ejemplo, o la Osa Mayor, siempre apuntan al norte.
—Vale, entiendo tu punto. Pero ¿para eso no se inventaron las brújulas?
—Las brújulas son objetos que se rompen o que a veces no funcionan. E, incluso, hay algunas tan especiales que no apuntan al norte.
—Deja el ron, Jack —bromeó la chica, señalando con la cabeza la botella de cristal de la que no se había despegado—. Cuando una brújula no apunta al norte también está rota, porque ya no sirve para nada.
—Una brújula es una brújula siempre y cuando te lleve a tu destino —sentenció el capitán, mientras comenzaba a pasear por cubierta con su característica forma de caminar, siendo seguido por Selina—. He conocido a muchas damiselas como tú, querida —cambió de tema, sin detenerse—. Inocentes, escépticas e increíblemente irritantes cuando se lo proponen. Además de caprichosas —añadió deteniéndose junto al mástil—. Pero admito que ninguna de ellas ha tenido la osadía de subir sola a un barco lleno de piratas.
—Debo recordarte que Will no es un pirata. Y respecto a lo demás, creo que ambos coincidimos en que soy mucho más de lo que acabas de decir —aclaró, haciendo alarde de todo su orgullo—. Aunque sospecho que eso ya lo sabes, porque de lo contrario, me hubieses lanzado por la borda hace mucho.
—Créeme, encanto, he llegado a pensarlo —los pasos del pirata se acercaron aún más a la chica, quien lejos de apartarse, alzó la cabeza lo suficiente como para mirarle directamente a los ojos—. Pero Anastasia me mataría si se llegase a enterar.
Malia era la persona más alta que Selina había conocido nunca. Sin embargo, estando frente a ella, jamás se había sentido ni la mitad de nerviosa de lo que se sintió al tener a Jack tan cerca; aunque en ese momento no supo darse cuenta de que aquello no se debía a que se estuviera sintiendo intimidada.
—Hablando de ella, ¿cómo pudo marcharse del barco antes de que llegáramos a...?
—No busques a esa mujer. Evítala.
—¿No te produce intriga no saberlo? Era casi imposible que se marchara sin que ninguno nos diésemos cuenta.
—Podrás preguntarle tú misma cuando la vuelvas a ver. Porque, créeme, siempre vuelve.
El tono de voz de Jack era mucho más amargo que el de hacía unos segundos. Selina ya se había dado cuenta de que hablar de Anastasia no era del agrado de Jack, pero aunque sabía que probablemente era más sensato guardar silencio, no pudo evitar indagar más sobre aquella misteriosa mujer de la que difícilmente lograba sacar información.
—Pero ¿quién es?
—Un mal bicho —espetó, mientras caminaba de nuevo hacia uno de los extremos del barco—. Un demonio con rostro de ángel que por algún motivo desconocido, parece querer ayudarte. Y no hagas más preguntas —advirtió, deteniéndose de repente y apuntando con el dedo índice en su dirección—. ¿Nunca te han dicho que haces demasiadas?
—Malia —confesó ella, despreocupada—. Más de una vez.
El hombre recordó que la pelirroja le había advertido sobre la curiosidad de la castaña. Y, de manera algo maliciosa, decidió continuar la conversación.
—Si tienes demasiadas dudas y la situación te supera, siempre puedo dejarte en la próxima isla en la que...
—Deténgase ahí, señor Sparrow. Ni yo planeo bajarme del barco, ni pienso dejar que me abandones en una isla de mala muerte. Y mucho menos ahora que sé a quién recurrir si no me gusta el trato que me das.
Era evidente que la chica se refería a Anastasia, y aunque Jack apenas soportaba que la mencionaran, no pudo evitar corresponder a la sonrisa astuta de que Selina le estaba dedicando. Odiaba el hecho de que le estuviese desafiando, pero por otro lado, le gustaba que demostrase que podía cuidarse sola, puesto que lo que menos deseaba era tener que cargar con ella hasta encontrar la Perla Negra.
—Capitán. Capitán Sparrow, si no te importa. Hace mucho tiempo que el título de «señor» dejó de ser una opción para mí —dio un último trago a su botella justo antes de lanzar el recipiente vacío al mar—. Oh, y bienvenida a bordo —añadió, tanto a modo de saludo como de despedida, justo antes de regresar a su camarote.
Selina echó un último vistazo a la luna antes de imitar al capitán y entrar en el cuarto que le había sido asignado como habitación. No era demasiado grande, y desde luego, carecía de todo tipo de lujos —puesto que aunque el Interceptor era uno de los mejores navíos que habían pasado por Port Royal, este no dejaba de ser un barco—. Simplemente contaba con un colchón cubierto con algunas sábanas amarillas y un baúl vacío; pero aquello era mil veces mejor que dormir con el resto de la tripulación sobre una hamaca improvisada.
Selina había abandonado en Tortuga los restos del vestido blanco con el que había salido de Port Royal. Sin embargo, había tenido la brillante idea de traerse consigo el vestido interior del mismo color para emplearlo a modo de camisón. De este modo, se lo colocó justo después de dejar cuidadosamente doblada sobre el suelo la ropa que Malia había tenido la bondad de regalarle. Supuso que ni siquiera era suya porque, sorprendentemente, la ropa le estaba perfecta a pesar de que la pelirroja era más de treinta centímetros más alta que Selina.
Sin dar más vueltas a sus pensamientos, se introdujo entre las sábanas siendo consciente de que no dormir le pasaría factura al día siguiente. Y, a pesar de que estaba inquieta por todas las nuevas experiencias que estaba recibiendo tan de golpe, logró quedarse dormida entre el silencio y el vaivén de las olas.
___
¹ Querida mía.
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