Capítulo I | Sangre






CHASQUEÓ LA LENGUA ENFADADA CUANDO SE TROPEZÓ POR TERCERA VEZ CON UNA ROCA. Nunca le había apasionado caminar, pero su torpeza se incrementaba inexorablemente debido a que su vestido se enredaba cada dos por tres entre los arbustos que iba atravesando. Además, el hecho de que fuese de noche y que solo tuviera la luz las estrellas como guía no ayudaba. El maldito Aiden no podía vivir como una persona normal, no. Tenía que haberse encerrado medio de un bosque inexplorado colmado de vegetación salvaje.

Lo peor de todo era no saber siquiera si estaría en ese lugar. Malia se había negado a indicarle la ubicación exacta, por lo que se había visto obligada a interrogar a medio Caribe hasta que, por fin, había dado con una dirección. Por suerte, Anastasia era una mujer con recursos.

La rubia se obligó de dejar de pensar en su hermana porque aún estaba enfadada con ella. Visitarla no solo había resultado ser un esfuerzo inútil, sino que, además, había acabado tan estresada que había terminado confesándole algo que preferiría haberse guardado hasta hablar con su madre, con quien tampoco se llevaba bien en ese momento.

«Y ahora voy rumbo a conocer a alguien que seguro que también me cae fatal», pensó para sus adentros. «Vaya día».

Nunca había sido una persona con una larga lista de amistades y tampoco pretendía serlo. Esa fue la primera vez en la que echó en falta ser un poco más sociable por amabilidad y no por interés.

Tras unos minutos —que parecieron horas— detuvo sus pasos frustrada y sacó de mala gana el mapa que escondía en uno de los pliegues de la falda de su vestido. Puede que no fuese una sirena en todo el sentido estricto de la palabra, pero al igual que ellas, no tenía ningún tipo de sentido de la orientación cuando se encontraba en tierra firme, motivo por el cual había caminado en círculos durante más tiempo del que le gustaría. No le preocupaba no saber volver porque, en compensación, tenía un sexto sentido tanto para ubicarse en el mar como para llegar hasta él. Aunque estaba en el centro de la isla, escuchaba claramente cómo las olas la llamaban y conocía de sobra el camino de vuelta al océano. Sin embargo, no regresaría con las manos vacías.

Su poca paciencia se hizo presente cuando arrugó el mapa y lo lanzó a unos arbustos. Había llegado sin problema hasta aquel trozo de tierra, pero encontrar el camino correcto una vez dentro era un reto completamente distinto. Anastasia era una absoluta maravilla para identificar el cambio de las mareas, para analizar los movimientos de las criaturas marinas —algo extremadamente útil, sobre todo, en situaciones de peligro— y para predecir los cambios meteorológicos antes de su aparición; pero, en tierra firme, apenas era capaz de caminar sin cansarse. Y, dada su obsesión por la perfección, odiaba saber que era vulnerable en algo.

Decidió serenarse y cambiar de estrategia. La isla tampoco era tan grande, así que caminaría sin rumbo fijo hasta que se topara con algo que denotara que había un humano habitando el lugar. Dudaba que ese tal Aiden hubiera protegido su casa con medidas especiales ya que, debido al emplazamiento de la isla, son muy pocos los que podrían haber llegado hasta ahí.

El brujo había sido inteligente. Su hogar estaba rodeado de arrecifes afilados y seres marinos con los que nadie desearía encontrarse. No obstante, nada de eso podría detener a la hija de la diosa del mar.

«Excepto estas malditas rocas», pensó, justo después de tropezar con una que la hizo caer al suelo.

Cerró los ojos y controló su respiración inhalando y exhalando en ocho segundos. Mientras tanto, hizo algo que siempre le ayudaba a controlar su ira: enumerar a las personas a las que aborrecía en ese momento. Estaba harta de que Malia tuviera tan mal carácter y siempre terminaran discutiendo; cansada de que su madre nunca se comportara como tal y desapareciera cada vez que la necesitaba; y cabreada porque había intentado contactar con Selina desde hacía meses, pero nadie sabía nada de ella.

Miró a su alrededor recordando que había hecho todo aquel viaje por su hermana menor. Pensándolo bien, no podía estar enfadada con ella. Y debía saber cuanto antes si se encontraba bien porque se lo debía. Si le sucediera algo, Anastasia jamás se lo perdonaría.

Permanecer sentada en el suelo durante un instante y reflexionar sobre el motivo que la había llevado hasta allí le ayudó a serenar un poco su mente. Gracias a eso, fue capaz de escuchar algo que la puso alerta. A sus oídos sonaba como una llamada de auxilio, pero no era humano. Nadie salvo una sirena podría haber reconocido la angustia de un animal marino.

Aunque a veces se esforzaba por ocultarlo, Anastasia era inteligente. Sabía que aquello debía ser una trampa, pero al mismo tiempo, era la única pista que tenía. Sus ojos azules observaron un momento el cielo y, como si supiese que estaba siendo invocada, su lechuza blanca, Ebba, mostró su silueta entre los árboles. Puede que el pequeño animal no fuese tan fiero como un tigre, pero a la mujer le ayudaba saber que no se encontraba sola.

La rubia se puso en pie, sacudió su vestido y emprendió su viaje hacia aquel sonido cuyo emisor desconocía. No tardó mucho hasta llegar a un claro en cuyo centro había un vaso de cristal sobre un tronco de madera talado. En el interior del recipiente, tal y como había esperado, había un pez.

—Menudo truco barato —musitó en voz alta, sabiendo que el «cazasirenas» estaría lo suficientemente cerca de ella como para poder escucharla.

Lo que no esperó fue que, de pronto, una red emergiera del suelo encerrando todo su cuerpo. Sucedió tan deprisa que Anastasia apenas fue capaz de entender lo que había ocurrido. Solo supo que, de repente, estaba en el interior de una trampa alarmantemente resistente colgando de un árbol. Trató de controlar su respiración al sentir que un ataque de ansiedad estaba a punto de caer sobre ella. Puede que alardeara de no tenerle miedo a nada, pero sin duda ser atrapada por una red era la peor pesadilla de una sirena.

—Será barato, pero ha funcionado.

Dado que su madre era Calypso, Anastasia había adoptado, inevitablemente, ciertos rasgos característicos de las sirenas, como el pánico a estar encerrada o el desprecio hacia la mayor parte del género masculino. Al escuchar aquella voz grave sintió que ambos afloraban, pero su cólera fue mayor que su miedo.

—¿Quién demonios te crees que eres para hacerme esto? Atrévete a salir y sácame de aquí. Puede que si lo haces rápido me piense no matarte.

El pelinegro chasqueó la lengua en señal de disgusto mientras salía de entre los árboles, negando con la cabeza. En otras circunstancias, Anastasia hubiera hecho algún comentario al respecto de lo guapo que era. Sin embargo, en ese momento solo deseaba arrancarle su bonita cabeza.

—Te cuelas en mi casa sin ser invitada y encima amenazas con matarme. ¿No os enseñan modales a los bichos marinos?

—Los bichos marinos no debemos ningún respeto a los bichos terrestres.

—Lástima —ironizó el chico, sacando un cuchillo con el mango de color blanco de su cinturón—. Pensaba bajarte de ahí, pero en vista del mal genio que tienes, casi mejor que me voy.

Anastasia sintió cómo le hervía la sangre. Su orgullo, siempre presente, tomó el mando de la conversación y decidió no rogar al hombre que la bajara de allí. Al fin y al cabo, sería él quien lo lamentara más tarde cuando le encontrara. No obstante, había algo que no podía dejar pasar.

—Haz lo que te de la gana. Pero antes de irte saca al pez de ahí y llévalo de vuelta al mar. Secuestrar a alguien para atraer a una persona es un golpe muy bajo, ¿sabes?

El chico sonrió de lado, confirmando sus sospechas.

—Interesante.

—¿Interesante el qué? Tú, desde luego, no lo eres.

—Es interesante que mis suposiciones sean ciertas. Eres una sirena; solo una sentiría tanta empatía por un animal tan diminuto. Pero, si fueses una común, no estarías tan tranquila colgando dentro de una red. Las he visto encerradas y entran en pánico. Sacan sus garras, tratan de...

—Que sí, que vale —canturreó la mujer, poniendo la mirada en blanco—. Sabes mucho sobre sirenas, me queda claro. Sabes mucho sobre todo, si lo que cuentan sobre ti es cierto. Por eso he venido hasta aquí.

—No he terminado de hablar.

—Pero yo sí de escucharte.

Anastasia no era consciente de lo incoherente que estaba siendo, algo que le sucedía a menudo cuando se enfadaba y su ego tomaba las riendas de su mente. Sumado a eso, el carácter de Aiden era sarcástico por naturaleza, por lo que ambos se dieron cuenta de que la conversación no estaba teniendo demasiado sentido.

—Es posible. Pero como tienes dos orejas y ninguna escapatoria, te va a tocar fastidiarte —la rubia siseó mientras, voluntariamente, alargaba los colmillos de su boca, pero aquello no pareció impresionar al hombre. Era lo más que podía hacer, ya que se había dado cuenta de que los hilos de aquella red eran de un material tan resistente que sus garras no harían nada contra ellas—. Eres la hermana de Malia, ¿verdad?

Eso sí pilló desprevenida a la mujer.

—¿Cómo lo sabes?

—Sois sirenas, pero no lo sois —respondió ambiguamente, aunque la rubia comprendió lo que quería decir—. De todas las que he visto, Malia es la única sirena que ha demostrado saber controlar sus instintos.

Era —apuntó la rubia—. Ya no lo es —ahora fue el turno de Aiden de mostrarse sorprendido.

—Quizá eso sea una buena señal. ¿Eso significa que ya no siente tantas ganas de matarme?

Anastasia rio sinceramente y Aiden, por primera vez en toda la conversación, se sintió incómodo. Era bien sabido que, si a una sirena le hacía gracia algo, no era una buena señal.

—Bueno... digamos que sus ganas de asesinar se intensificaron durante un tiempo. Ya está más tranquila, si te sirve de consuelo, aunque tú sigues encabezando su lista negra. Le pregunté si sabía dónde estabas y casi me lanza una mesa encima. En fin, así es la vida. Oye, ¿te importaría sacarme de aquí de una maldita vez? Soy una dama. Deja que me presente en condiciones.

Aiden la analizó. Cualquiera había creído sus palabras, pues tanto su apariencia como su forma de actuar la hacían parecer una persona no solo civilizada, sino también importante. No obstante, había aprendido la lección varias veces y no pensaba repetir sus errores.

—No sé porqué debería consolarme que ahora esté calmada, si esa calma no va dirigida a mí.

—Está lo suficientemente tranquila como para no buscarte con el fin de degollarte. Confórmate con eso. Y me he dado cuenta de que me has ignorado ¿sabes? Bájame ya.

—¿Por qué debería hacerte caso y no dejar que te quedes ahí mientras amanece?

Mantener aquella charla había calmado a Anastasia, pero de nuevo sintió el pánico que la había amenazado justo tras la captura. No había contado con que, si el hombre no la sacaba, se vería obligada a pasar prácticamente todo el día siguiente bajo el sol. Si eso no la mataba de deshidratación, sí la dejaría al borde del abismo.

—Porque quiero hacer un trato contigo.

Esta vez, fue el turno de Aiden de reír.

—Está bien, déjame pensar... —musitó el hombre, fingiendo que sopesaba la situación—. Una vez conocí a una sirena y casi me mata. Después hice un trato con tu madre y casi me mata. Aunque debo reconocer que, años más tarde, quise hacerle un favor a tu hermana y salió bastante bien. Ah, no, espera. Casi me mata.

La rubia puso los ojos en blanco.

—Ya, ya. Entiendo tu punto. Y en mi defensa, diré que en todo el asunto de mi hermana siempre estuve de tu parte. Ella sola se lo buscó.

A Anastasia le resultó curioso leer en la expresión de Aiden lo poco que le había gustado su comentario. Era evidente que el chico se sentía aún ligeramente culpable con todo lo que había sucedido hacía décadas. La rubia se guardó esa información, en caso de que la necesitara más adelante. Puede que se mostrara fuerte, pero el pelinegro tenía más corazón del que pretendía aparentar.

El chico carraspeó incómodo, antes de hablar de nuevo.

—He de reconocer que, en su situación, quizá yo hubiese actuado del mismo modo. No puedo juzgarla.

—Si te es tan fácil ponerte en el lugar de Malia, esfuérzate un poco y ponte también en el mío. He venido en son de paz a pedirte ayuda y ahora estoy colgando de una red como si fuese un murciélago —el chico sonrió.

—Los murciélagos cuelgan del revés. Tú pareces más bien una trucha.

—¡Ebba!

El brujo había agotado su paciencia y, peor aún, había provocado que se sintiera denigrada. Anastasia sabía que invocar a su fiel lechuza blanca no le supondría una ayuda real, pero algo era algo. Obedientemente, el ave emergió de entre los árboles, haciendo destacar su plumaje en la oscuridad de la noche. Como no se lo esperaba, el animal fue lo suficientemente rápido como para hacerle un arañazo en la mejilla con una de sus garras.

La sirena sonrió complacida mientras Aiden siseaba más de sorpresa que de dolor. Una fina línea de sangre se hizo presente en su mejilla mientras la agresora se ocultaba de nuevo entre los árboles. Anastasia anotó mentalmente que, cuando volvieran a estar solas, recompensaría al ave.

Contra todo pronóstico, el pelinegro también sonrió. Acababa de ocurrírsele algo que podría usar como forma de pago.

El chico usó su cuchillo para rasgar las cuerdas que mantenían cautiva a la mujer provocando que esta cayera al suelo por segunda vez en la noche. Estuvo a punto de quejarse, pero se detuvo al darse cuenta de que el arma había sido fabricada con un colmillo de dragón, los cuales debían estar ya extintos. Lo sabía porque, cuando era pequeña, su madre le había mostrado uno y el brillo de esos dientes era más que característico. Al palpar la red con sus manos, se dio cuenta de que el material también pertenecía a alguna criatura mitológica que no supo reconocer, pero que sin duda, tenía propiedades mágicas. Estaba claro que las leyendas que contaban sobre él eran ciertas, por lo que no se atrevió a hacer ningún comentario irónico y se puso mucho más en guardia de lo que debería; algo extraño en una persona que creía que el mundo comía de la palma de su mano.

—Un trato, ¿eh? —preguntó el chico.

—Eso he dicho —asintió la contraria, a la defensiva, mientras se ponía en pie con toda la elegancia que fue capaz de reunir.

—¿Qué es lo que quieres?

El hecho de que Aiden hubiera cambiado de opinión tan rápido no le hacía ni pizca de gracia. Ahora sentía que era él quien deseaba hacer el trato, cosa que no le gustaba en absoluto porque quería ser ella quien manejara los hilos de la situación. Podría tratar de mentirle, pero no estaba segura de que fuera a ser tan fácil engañar a un hombre que la había apresado en cuestión de minutos y que la habría liberado con el colmillo de un ser extinto. Si hubiese sido un hombre común, con una red normal y un arma ordinaria, ya estaría muerto. Sin embargo, sabía que debía tener mucho cuidado con los brujos porque su hermana y su propia madre lo eran, en cierto modo.

Por una vez en su vida, escogió decir la verdad sin tapujos.

—Encontrar a mi hermana. Yo no puedo hacerlo y creo saber porqué, pero tú no deberías tener ningún inconveniente.

—¿Le ha pasado algo a Malia?

El leve tono de preocupación que dejó entrever agradó a Anastasia. El hombre trató de disimularlo y lo hizo bastante bien, pero no lo suficiente como para convencer a una criatura que prácticamente vivía a base de embaucar a los demás y jugar con sus sentimientos.

—No hablo de esa hermana —el hombre silbó, tan sorprendido como divertido por la confesión.

—La élite marina tiene más dramas de los que parece, ¿eh?

—Te estrangularé con un alga si sigues con tus idioteces. No voy a darte más detalles de los que necesitas. He perdido a alguien y quiero que lo recuperes. Punto. Dime qué quieres a cambio y terminemos con esto de una vez.

La mujer estaba en su límite. Si Aiden fuese un hombre común, hubiera podido convencerle fácilmente. Incluso, si hubiese sido necesario, hubiera usado el principal arma de las su especie: cantar; herramienta que prefería evitar porque trataba de diferenciarse lo máximo posible de las sirenas ordinarias. Pero olía a kilómetros que al chico le rodeaba una especie de aura —un hechizo que actuaba de escudo, probablemente— que le volvía invulnerable a sus encantos naturales.

—Hecho. Yo encuentro a quien quieras y tú me das tu sangre.

Los ojos color océano de la mujer se abrieron desmesuradamente. Durante un segundo, creyó que el muchacho estaba tomándole el pelo. No obstante, por primera vez en toda la conversación, había abandonado su actitud burlesca. Anastasia había creído erróneamente que la conversación terminaría en ese punto, pero parecía ser que solo acababa de comenzar.

—Estás loco.



Como me he propuesto actualizar cada sábado, pensaba guardar este capítulo para el siguiente. Sin embargo, estoy tan absolutamente enamorada de estos dos personajes que no he podido -ni querido- esperar. Aquí os presento a Aiden 🩵.

¿Tenéis alguna teoría sobre porqué conoce a Malia o a Calipso? ¿O de la relación que tendrá con Anastasia?


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