Sentimientos calcinados.

Ambedo.

Esa palabra la leí en un libro de poesía que me fascinó, recuerdo que ocurrió en mi adolescencia cuando empecé a sentir algo más por mi mejor amigo y el chico problemático de la clase. Puedo utilizarla justo ahora, cuando estoy en un trance melancólico en el que solo le pongo atención al calor de mis manos al colocarlas cerca de la chimenea. Muchos decían que era demasiado extraño que Katsuki y yo tuviésemos ese vínculo, por su temperamento y lo volátil que es mientras que siempre me caractericé por ser una persona amable y tranquila, obviamente si no me sacaban de mis casillas. Él vio en mí una amiga fiel no porque lo presionara como solía hacer Midoriya, sino porque le tuve paciencia en todo momento y lo ayudé cuando se hallaba hundido en sus inseguridades. Fueron varios años de amistad en los que bastantes hechos acontecieron, nos obligaron a madurar y enfrentar la cruda realidad de ser parte del mundo de héroes.

Izuku y Ochako salieron a su cita semanal de pareja, les aseguré que estaría bien si me dejaban sola un rato. Que no debían estar pendiente de mí la mayor parte del tiempo, me quedo en su departamento porque fue el primer lugar que pensé y es que suena descabellado recurrir a Kirishima, el rubio sabría de mi paradero y quizás me hubiese buscado para aclarar este asunto... Aunque desde mi perspectiva, no hay nada que se pueda hacer al respecto. Él no corresponde estos sentimientos que se están incendiando en una hoguera como la de Juana de Arco y que quizás, se termine enfriando por el despiadado invierno que nos cala los huesos. Lo que temí es que algunos de esos dos le llamara para avisarle que me encuentro escondida y que no quiero escuchar nada de lo que exprese. Lo conozco y sé que es una caja de sorpresas.

—Roza en lo quimérico el hecho de que esto sea un amor recíproco, así que mantengo en pie la decisión. Fue lo más correcto —dije en voz alta, es una mala manía que tengo cuando me encuentro estrenada y sola en un sitio. No lo sé, una voz en mi interior me echa la culpa de que fue un error.

—Puede ser que así sea, (Nombre) pero decirle lo que sientes es valientes y tú lo eres —recalcó la de iris onix, quien entró con sigilo a la estancia. Tanta es mi actitud taciturna que no percibí el ruido de las llaves en la cerradura y me encogí de hombros, exhausta de esa carga en mi espalda—. Sé que le dejaste esa carta donde está plasmado todo lo que te tragaste por muchos meses, podría decir que por años, pero todavía tienes la oportunidad de ser sincera y al menos, eso es lo que haría mi mejor amiga que es una mujer independiente, segura de sí misma y valerosa.

Reí. Mina es una de las pocas personas que han permanecido aún luego de mucho tiempo y quien siempre hizo el papel de empujón para que me enfrentara a situaciones adversas, esas típicas que te inducen miedo y ganas de dar marcha atrás al comienzo de nuevo. Sus pupilas brillaron con la determinación que la simboliza y sonrió proporcionando ese incentivo que no hallo en las sombras de mi conciencia, el pulso me tiembla y mis orbes se nublan por las lágrimas... estoy cansada de huir, de tirar la toalla cuando la vida me está dando una paliza y la tempestad truena encima de mí; inconmensurable, majestuosa. Porque es el desenlace, trayendo consigo el final que colorea un arco iris, ese que quiero vislumbrar apesar de que estoy muriendo de amor por alguien que no sé si me vea con esos ojos.

Esos luceros carmesí que me trasladan a otra dimensión donde todo es inverosímil, la ataraxia nos abraza y esos emociones son acendrados. Enredo mis dedos en las hebras rubias suaves, dibujo arabescos invisibles en la líneas de su clavícula y me deslizo por sus facciones masculinas que me arrebatan suspiros.

—¿Te acuerdas cuando Todoroki tuvo la fantástica idea de tender una emboscada y hacerme entrar en razón? —recordé, escenas fugaces como cometas en el cielo. La vi apoyar el mentón en su mano atendiendo mis palabras— Creí que a lo mejor estaría bien tomar sus sugerencias y evitar lo esperado, sin saber que podría pasar algo más.

—Te lo dije y siempre lo hago cada vez que se presenta el caso de reiterar mi lema —logró atisbar a donde me dirigía con lo que comenté, peinando mi cabello y alejándome de la calidez del fuego—; no puedes actuar como si supieras con certeza que hará Bakugou cuando sepa la verdad. Es incierto y estás renunciando a la posibilidad de que esto vaya más allá de un amor unilateral.

—¿Y si me cortan las alas? Aunque, bueno, ya debe estar enterado de lo que siento porque le escribí. Sin embargo, no sé si está buscándome o simplemente no le interesa en absoluto —aclaré, abrazando la almohada que la chica rosa me extendió.

—Exacto, así que ve a tocar su puerta y plantarte cara a cara, no creo que lance una explosión en tus narices —bromeó haciendo alusión a la agresividad que posee el susodicho y asentí, decidiendo que así sería. Pero primero reuniría fuerzas.

Un soplo de verano zarandeó mis cabellos sueltos, el sol yacía radiante en el manto celeste rodeado de nubes esponjosas y una sonrisa se formó en mis labios rojos. Guardé el libro de romance que me obsequió Eijirou para mi cumpleaños, quien había acertado en su elección ya que está enterado de mi afición a la literatura y me puse las gafas de cristales café para que los rayos dorados no hicieran daño a mis sensibles retinas, más bien ya empezaba a tener leves señales de miopía y tenía que conseguirme unos lentes que tuviesen la fórmula necesaria. Ráfagas de brisa iban y venían cual vendavales, refrescando el caluroso ambiente que se había creado al ser la época más caliente del año; por eso llevaba un vestido rojo vaporoso y unas sandalias con estampado floral. Se suponía que vería a Shoto enfrente de una cafetería, la cual posee la mejor tarta de frambuesas de la ciudad.

—Por un instante pensé que ya no vendrías —remarcó, su cabello bicolor pulcro y su vestimenta acorde a la ocasión. Su semblante estoico y sosegado nunca lo abandonó, no obstante, percibí la amargura en su voz—, así que me alivia verte aquí. Es de suma importancia lo que estoy por mencionarte, (Nombre).

Ocupamos asiento en la mesa ubicada en una esquina, olía a granos de café y el delicioso aroma a postres recién hechos me deleitó el paladar, admito que asistí por la comida y no exclusivamente por el asunto secreto que el de iris heterocrómaticos había recalcado que es relevante. Aunque una sensación de acidez me albergó cuando me atreví a indagar en que era algo malo y me arrepentí, aún lo sigo haciendo en realidad. Expresé con un amago de manos que empezara a hablar mientras que esperábamos nuestros pedidos, la mesera especificó que no se demoraría.

—Es sobre Bakugou y quiero que te tomes las cosas con calma, de verdad...

Mis cuencas se abrieron sorprendidas, tuve la impresión de que él no sabía de mis sentimientos hacia Katsuki por lo que me confundí. Una de mis cejas se arqueó, interrogante y fruncí el ceño segundos después, la rivalidad que hubo en la preparatoria no era un misterio para nadie, mucho menos que competían para definir quien sería el número uno. Por eso no tocaba el tema de mi amor en presencia de Todoroki, intentando ser lo más minuciosa y discreta posible para ahorrarme palabrería fastidiosa sobre lo imposible que es que él me ame como yo lo hago. Su mano derecha sostuvo la mía, acariciando los dedos y nudillos con sutiles círculos elaborados por sus yemas, instantáneamente su fisionomía se ablandó, la tensión mudándose de sus rasgos y me sonrió como solo él sabe hacerlo. Esto me desconcertó, sin embargo, callé.

—¿Que sucede con Katsuki? —no conseguí abstenerme de tantear, el desagrado pulsando el timbre y mi estómago apretando el nudo que se había formado.

—No deberías contarle de tus sentimientos, porque evidentemente él solo te ve como una amiga —sentenció, encestando un puñetazo donde está mi diafragma y contuve la respiración unos breves instantes. No titubeó en ningún momento— y no es merecedor de ellos, tú muy bien haz visto que anda detrás de otra mujer. Te lo digo porque me preocupas y quiero que evites a toda costa que te rompan el corazón noble que posees.

—Te agradezco tu honestidad, Shoto pero... la elección que yo haga no te incumbe, eso es un asunto que me ha dado vueltas en el tren de pensamiento por varias semanas y quiero hacerlo —expliqué, alejándome de su tacto y arrugando la nariz por la aspereza de su opinión—. Es mi riesgo, mi historia y quiero escucharlo brotar de su boca, así podré estar tranquila. Discúlpame si soy demasiado terca y no cedo a lo que piensas.

»Esto no puede clasificarse en blanco o negro, cuando existe una amplia gama de colores. Desde que fui lo suficientemente madura para asimilar mis sentimientos por él, comprendí que ya era bastante tarde para retractarse. Quizás para algunos es extraño e incoherente, pero Katsuki grabó en mi relieves y matices que nadie, escucha con atención, nadie más logrará borrar; son bonitas flores que decido conservar y cuidar apesar de que me lastime.

El muchacho estudiaba la magnitud de lo que afirmé con mis orbes centelleantes por la candidez de mis entrañas, queriendo cerciorarse de que no cambiaría de idea por más que me diese mil contras. Un tinte de resignación se esparció por su atractiva —para que negarlo— faz, pasándose una mano por los cabellos y desordenándolos, suspirando frustrado por no hallar un argumento contundente que me motivara a desistir. No estaba acostumbrado a exponer sus emociones, develar lo que dictaba aquel órgano en su pecho y por eso se encontraba enojado y triste al mismo tiempo, meses transcurrieron para darme cuenta que se había enamorado de la persona menos indicada... todo porque ya le pertenezco a alguien más, aunque fuese loco e increíble el chico de carácter duro y vocabulario vulgar se robó mi corazón de la manera que ningún otro se imaginó.

Con la misma rapidez que usó el invierno para visitarnos, así lo hizo el fin de semana y yo me hallo caminando por el parque que está cerca del cojunto residencial, inhalando aire fresco luego de que la cocina fuese incendiada por un descuido de parte del brocolí. Mis botas negras pisan la capa de nieve, extrañando el crujir de las hojas anaranjadas y observando la escarcha cubrirlo todo a mi alrededor; ramas, rocas, bancas, fuentes. No deseé quejarme de la corriente de viento frío que se coló en mi piel por la ausencia de bufanda, por alguna singular razón que desconozco una calidez crecía en mi interior y mandaba esa energía a través de ondas al resto de mis extremidades, así que tuve la libertad de moverme con facilidad y disfrutar el clima antes de que la primavera tocara la puerta. Lo único que extraño son las flores de cerezo y el rocío que atrae a los coloridos colibríes.

Metí mis manos en los bolsillos de mi abrigo de tonalidad mostaza, admirando el paisaje que se alzaba ante mí y me sonrojé al compararlo con la escena de una película de Disney donde las hadas viajan a la tierra para despedir esa blanca estación. No me sentía tan mal como en los días previos, quizás mi estado de ánimo tornaba a la normalidad y ese dolorcito en mi pecho va disminuyendo con cada latido, hago un gran esfuerzo para enfocarme en las cosas positivas que tengo en mi vida; conseguí el trabajo de mis sueños, mis amistades están ahí cuando los necesito y debo sentirme feliz por ello. Tal vez esa concepción de la felicidad perfecta es una farsa, no es real y por eso se denomina como algo inalcanzable para el ser humano, sin embargo, quiero creer que está en la cima de la montaña y que falta poco para poder atesorarlo.

Mi nariz captó una fragancia que se me hizo familiar, un perfume fuerte y embriagante que me daba el lujo de afirmar que nadie más utiliza. Imitando las acciones de un canino observé mi entorno, únicamente vislumbrando a los niños corretear y jugar, otras personas paseando por el sendero de caico pero no conseguí aquello que me da curiosidad. Hasta que sentí la mirada de alguien sobre mí, taladrando mi nuca y magullando la seguridad que poseía, claro está, soy una héroe profesional y no puedo experimentar intimidación con esa sencillez; por lo que miré de hito a hito, en busca del dueño de esos ojos y poderme esclarecer.

—Espero que esta vez no salgas corriendo y me obligues a perseguirte a donde quiera que vayas, (Nombre) —musitó una voz que distinguiría aún diez metros bajo tierra, su cabellera ceniza oculta por el gorro de lana gris y sus afilados iris clavados en mi figura que resulta bastante pequeña a diferencia de la suya.

La piel se me erizó, un escalofrío recorriendo mi columna vertebral cuando percibí el tono que empleó para referirse y sus labios apretados en una mueca que deduje es de enfado. El escarlata de sus luceros parece lava hirviendo que amenaza con derretir los muros de piedra que construí para que nadie me hiciera daño, ahí está y no es como si tuviera la habilidad de volverme trasparente o en su defecto, desaparecer. No obstante, se mantuvo sereno en comparación con la oleada de insultos y gritos que pensé, soltaría cuando me encontrase. Me llamaron la atención los círculos púrpuras casi imperceptibles debajo de sus cuencas, el cansancio visible en su expresión y que no frunció el entrecejo, sino que ocupó el lugar a mi lado en silencio. Por la cara que tiene, supongo que estoy orillada a preparar mi corazón para el golpe fulminante que traerá el final.

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