Epílogo
(Tres meses después)
Las baldosas del adoquinado acompañaban el ritmo de sus tacones con una danza de chispas húmedas que, juguetonas, le golpeaban los tobillos refrescando su caminar. Era tarde y la calle olía a lluvia recién caída.
Aunque la aglomeración de humos de las grandes urbes suele enturbiar la esencia de esa particular fragancia, el parque cercano a su casa, uno de los principales motivos por los que se decantó por ese apartamento a pesar del precio, conseguía salvaguardar esa frescura propia del campo, cual oasis, en aquella maraña de ladrillo y metal.
Después de una estresante semana yendo de un trabajo a otro, el viernes se presentaba como una bendición; por lo que, a diferencia de otros días, Asuna se tomó el paseo de regreso a casa con relativa tranquilidad.
Paró en varios escaparates a observar todas esas preciosidades que no se podía permitir y que en ese momento sentía que las quería con toda su alma, que le eran indispensables, pero que en realidad no tardaría en olvidar. Paró también en la tienda de ultramarinos de la esquina a comprar algo ligero para cenar, había pensado en ir a hacer compra la mañana del sábado, así que, para esa noche se conformaría con cuatro viandas con las que hacer unos sándwiches, ya que aún le quedaba algo de pan del que le había traído Yuki en su última visita. ¡Amaba esos panecillos estilo francés de la confitería de al lado de su casa!
Asuna agradecía enormemente el apoyo y compañía de Yuki, estos últimos meses se había comportado más que como una amiga, como una hermana. Cuando perdió su trabajo, Yuki trajo magdalenas y preparó té caliente con los que acompañar la búsqueda de un nuevo empleo por todas las páginas de internet. Fue ella la que más se alegró cuando Asuna fue contratada por aquella pequeña revista del barrio, a diferencia de la propia protagonista que lloraba porque sentía que era como descender en su carrera profesional. "¡Nunca sabes quién puede leerte y, al menos, tendrás libertad para escribir! ¡Es una buena señal Asuna, presiento que todo irá bien!"
Al final la propia Asuna se dejó contagiar por su entusiasmo y eso hizo que poco a poco aprendiera a amar aquel modesto puesto de redactora. Lo malo es que las facturas tenían que pagarse y la revista no daba para mucho, así que no le quedó más remedio que aceptar un segundo trabajo a tiempo parcial haciendo arreglos de ropa en una discreta boutique del centro. ¡Qué ironías las que maneja el destino, la misma habilidad que terminó por hacerla perder su anterior trabajo, ahora era la que llenaba su cuenta a principios de mes!
Ella, Yuki, era la única que sabía de "aquello" que acumulaba polvo bajo su cama. Esa caja sin remite, ese mensaje parpadeante que aún seguía ahí, esperando ser leído. Recordaba perfectamente su cara cuando se lo contó, sus pupilas se dilataron y tuvo que hacer un increíble esfuerzo por contenerse y no gritar como loca. Conocía muy bien a su pelirroja amiga, sabía que se cerraría en banda si montaba un espectáculo de "fangirl" y también sabía que algo más se escondía tras la mirada perdida de sus ojos de miel.
Y así era, cada vez que recordaba aquel día, Asuna notaba como algo golpeaba su pecho, ese algo que la había hecho mentir a Alice y perder su única oportunidad de prosperar en la revista y, a la larga, toda su vida.
No era propio de ella todo lo que sucedió. Ella, que siempre se vanagloriaba de su carácter metódico y pragmático, se había permitido soñar por primera vez en la vida.
Soñar con un cuento de hadas moderno, con un príncipe de cabello azabache y una sonrisa capaz de cobijarte entre sus brazos haciéndote sentir especial. Un príncipe en cuya mirada de acero podía perderse, mecerse en las olas del océano que se ocultaba tras sus iris. Pero al fin y al cabo un príncipe, irreal, lejano, con una habitación en lo alto de un castillo al que una chica como ella difícilmente podría acceder salvo como moza de las cocinas. Pues era lo que se sentía a su lado, pequeñita, y odiaba esa sensación. No, ella no era un capricho más, no podría permitirse serlo.
"Eres injusta Asuna, no sabes lo que siente en realidad. Tú misma confiaste en él y le has protegido guardando silencio sobre lo ocurrido. Si creyeras de verdad que solo eres un capricho no lo hubieras hecho. Son prejuicios y lo sabes." Ahí estaba, su conciencia de larga cabellera malva, la horma de su pragmático zapato de lazada perfecta. "¿No será más bien que vuelves a compadecerte de ti misma?" Solo Yuki era capaz de hablarle de esa manera, sin tapujos y con absoluta impunidad ante las miradas degolladoras que pudiera lanzarle su amiga y objeto de su critica. "Tienes que plantearte visitar un psicólogo amiga y te lo digo muy en serio, los traumas infantiles deben quedarse ahí, en la cajonera de los juguetes, te lo tengo dicho. Sé que tu madre fue muy agobiante y exigente pero.... ¡Vamos, mírate! ¡Eres una mujer increíble! ¿Por qué un chico como ese Kirito no podría enamorarse de ti?"
Camino de su casa esa conversación daba tumbos por su mente, algo que no era nuevo, pues todo lo concerniente al chico de ojos de acero, comenzaba a sentirse para Asuna como una serie o telenovela cuyas reposiciones no te cansas de ver aunque sabes que la historia está finalizada porque, en el fondo, amas a los protagonistas. Su extraña obsesión había llegado a tal punto que, en ocasiones, se había sorprendido a sí misma observando las vidas ajenas de los extraños que se cruzaban en su día a día y pensando "Y si él y yo...". Justo como en ese momento cuando, al doblar la esquina, distinguió a lo lejos la figura de un muchacho que observaba su teléfono apoyado en la barandilla de la jardinera de entrada al piso junto al suyo. Aquel podría ser él, un día cualquiera, en el que la esperaba mientras se preparaba para llevarla a dar un paseo romántico tras una dura semana de trabajo.
Era alto, como él, y su porte, algo atlético, también como el de él, lucía genial con su look, sencillo pero a la moda: unos jeans oscuros, deportivas blancas de aquella marca tan de moda y eslogan motivador - "Just do it"-, y una cazadora de cuero desde la que sobresalía la capucha de una sudadera estilo canguro con la que ocultaba su rostro de las miradas curiosas. Si, definitivamente, si Asuna tuviera que imaginar a Kirito en su día a día, sería así de natural, desgarbado pero con estilo.
Durante toda su ensoñación interior, analizando a aquel extraño, no se había dado cuenta que, al llegar a su altura, se había quedado junto a él, observándolo con atención, hasta que el muchacho pareció percatarse de ello. La pelirroja se asombró de su rapidez para girarse y subir un escalón en dirección a su portal antes de que los ojos del chico la descubrieran y tildaran de loca.
—¿Asuna?
Al oír aquella voz a su espalda su cuerpo se congeló al instante. No podía ser, no era posible... ¿Acaso su imaginación y obsesión había llegado a tal punto que no sólo soñaba despierta, sino que ya empezaba a sufrir alucinaciones auditivas?
—Asuna...
No, aquello no era una alucinación. Lentamente, su cintura fue girando al tiempo que la tensión en sus hombros se acumulaba. Ahí estaban, dos escalones más abajo, mirándola desde el cobijo que les daba aquella capucha, sus ojos acerados e incandescentes como la forja en la que el propio Hefesto los ideó.
—Kirito-kun... —fue lo único inteligente que sus balbuceantes labios pudieron pronunciar, de lo que dio gracias, pues en su cabeza se agolpaban miles de ideas sin sentido al azote del nudo que amarraba su estómago con fuerza.
—Creo recordar que te dije que no me gustaban esas formalidades —la sonrió y sus tobillos bailaron ligeramente.
—Es cierto, perdón —estaba siendo demasiado parca en palabras, demasiado seca... "Asuna, ¡despierta! ¿Acaso no has soñado con algo así? Con ese paso... ¿ese plus que te demostrara que hay algo más?." Era la voz de Yuki adueñándose de su conciencia y retumbando en su cabeza.
—Estás muy guapa... —añadió el chico, ahora mostrando un atisbo de timidez, raro para el atrevido modelo que conoció, pero que le daba un aire encantador.
Pero era imposible, no era capaz de reaccionar, así que el silencio se coló en el espacio que los separaba observándolos a ambos con desdén.
— Lo siento —se atrevió a pronunciar finalmente el muchacho al tiempo que le retiraba la mirada derrotado—, soy un tonto y un egoísta por venir hasta aquí a perturbarte en tu vida nuevamente, o quizás demasiado egocéntrico, ¿típico de modelos no? —un mohín de falsa sonrisa se coló en su discurso al tiempo que rascaba su nuca, visiblemente nervioso —. Será mejor que me vaya...
— No... —alcanzó a decir, justo a tiempo, pues la derrota en la cara del muchacho se había extendido hasta sus pies que amenazaban con abandonar el lugar.
* * * * * * *
El chisporroteo de las gotas de agua ardiendo que acompañaban el silbido del vapor al salir anunció que la tetera ya estaba lista; sin embargo, aquel baile gaseoso pasaba desapercibido por las pupilas amieladas que se perdían en sus moléculas, del mismo modo que su mente buscaba una explicación a aquello que la aguardaba en su salón.
Cuando apareció con la bandeja que contenía dos tazas de té y dos sándwiches ligeros le encontró examinando la discreta biblioteca que ocupaba un pequeño rincón tras una de las dos butacas que conformaban su salón.
Asuna era una joven de buena familia, toda su infancia y juventud la pasó rodeada de cuantos lujos y caprichos eran deseables para cualquier niña. Sin embargo, a ella todo aquello la asfixiaba, puesto que la cara "b" era una vida sujeta a las exigencias de un apellido demasiado pretencioso para su sencillez. Así que, una vez pudo tomar las riendas de su vida, decoró su hogar y destino con modestia y sin ostentación, apreciaba más un espacio acogedor que uno digno de revista de decoración de lujo.
—Disculpa que no pueda ofrecerte algo más elaborado, me temo que a estas alturas de la semana mi nevera no está en su mejor momento —se justificó al tiempo que un ligero rubor decoraba sus mejillas sacando una sonrisa al modelo.
—No te preocupes por eso —la tranquilizó al tiempo que se acomodaba en la butaca más cercana a la biblioteca, quedando frente a Asuna. Cogió uno de los sandwiches y le dio un gran mordisco—. ¡Dios mío esto está delicioso! —gritó justo antes de devorarlo con avidez.
Asuna le miraba divertida. La gustaba mucho cocinar y disfrutaba mucho más cuando veía que otros se deleitaban con lo que preparaba, así que el gesto de Kirito de chuparse los dedos como un niño que acaba de descubrir el chocolate, le resultó encantador. Sin embargo, tenía muchas preguntas en su cabeza que la asediaban voraces.
—Kirito...-kun —se atrevió a decir al fin, advirtiendo con su tono al modelo de que no iban a hablar de ese maravilloso sandwich precisamente —¿por qué has venido?
—¿Cómo es el dicho...? "Si Mahoma no va a la montaña..." —contestó en un infructuoso intento de restar tensión al momento.
—Vamos... —le respondió suplicante Asuna en un gesto tan enternecedor que creyó derretirse por dentro.
—No contestaste a mi mensaje —dijo al fin.
Asuna apartó la mirada avergonzada, dejando que un incómodo silencio les engullera.
—¿Y qué pretendías que hiciera? —contestó al fin mientras, disimulando su evidente nerviosismo, se disponía a recoger los platos de la mesa —. La vida no es como "Cincuenta sombras de Grey", ¿sabes? No soy de ese tipo de chicas que esperan que un autoritario, sadomasoquista y celoso multimillonario la "rescate" de su vida ordinaria, me gusta mi vida tal y como es.
Kirito agarró su muñeca justo en el momento en el que se disponía a levantarse para regresar los platos a la cocina.
—¿Autoritario, sadomasoquista y celoso? —repitió divertido, provocando que la vergüenza coloreara el rostro de la muchacha sin compasión.
—Bueno, quizá exageré un poco... —se corrigió —, pero entiéndeme, todo fue muy... rápido e intenso. Y encontrarme ese teléfono en mi casa ese mismo día... ¿me investigaste?—. Dejó los platos, desplomándose sobre el sofá.
—En eso debo darte la razón, puede que fuera algo... precipitado —Asuna le lanzó una mirada de reprobación—, vale, quizá fue "muy" precipitado. Pero... —su mirada se oscureció ligeramente, escurriéndose de los dos orbes ambarinos que lo observaban atentos.
—Sí, fue algo "avasallador", la verdad —mintió ligeramente, no podía decirle que en el fondo ver aquella caja la había hecho inmensamente feliz y que, en realidad, fueron sus inseguridades las que la llevaron a esconderla bajo su cama —. Sin embargo, eso no contesta a mi pregunta, ¿por qué estás aquí Kirito?
Una pícara sonrisa se adivinó entre los mechones de su pelo que caían sin rumbo por su rostro, elevó la vista para encontrarse con la de ella.
—¿Acaso no es obvio? —su seguridad resurgía con fuerza, desatando un escalofrío que recorrió la espalda de la pelirroja—. Porque me gustas, me gustas mucho y no he podido sacarte de mi cabeza en todos estos meses.
Asuna sintió aquellas palabras atravesarla sin anestesia mientras su corazón daba un vuelco en su sitio, rascando las paredes de su tórax deseoso de salir y respirar el mismo aire que el del hombre que le hacía latir con tanta fuerza.
—Asuna... — con delicadeza cogió las manos de ella entre las suyas, acariciando su dorso con sus pulgares, lo que no ayudó a calmar los nervios de la muchacha —, ¿querrías cenar conmigo? Podría reservar en un sitio discreto, incluso cerrarlo para nosotros y que estemos tranquilos. Me apetece tanto seguir conociéndote...
—No—. La respuesta salió como un resorte de sus labios.
—¿No? Y... ¿ya está? —Kirito soltó sus manos casi instintivamente. Aquello dolió, a ambos—. He de reconocer que no esperaba esa respuesta tan rotunda —rascó su nuca avergonzado—, a ver, no me malinterpretes, no es que sea un creído o nada por el estilo, solo pensaba que tú... vamos que hubo química entre ambos.
Asuna aún conservaba una mirada asustada ante su propia reacción, de hecho, al tiempo que Kirito soltó sus manos, las ocupó en tapar su bocaza.
—¡Y la hubo! —se apresuró a decir—. Solo que... solo que no quiero que cierres un restaurante por mí, todo eso... me abruma un poco.
—Pues haremos lo que tu quieras entonces —un brillo de esperanza resurgió en la mirada del modelo.
—¿Qué te parece si solo hablamos?
Asuna le sonrió tímida y Kirito creyó morir en ese momento.
Pasaron horas uno frente al otro conversando sobre sus vidas. Asuna descubrió que todo lo que Kirito le contó sobre sí mismo aquel día era cierto, en el fondo era un chico introvertido que no tuvo una vida fácil, al que el éxito le pilló de sorpresa. Kirito se sorprendió al conocer los orígenes de Asuna, al tiempo que agradeció que ella fuera tan auténtica como para decidir tomar las riendas de su vida. Aquel día en el camerino creyó ver una mujer decidida y audaz bajo su fachada de cordialidad que le fascinó y, según avanzaba su conversación, le agradó confirmar que así era. Asuna era inteligente, divertida y tremendamente dulce, además de la mujer más bella que hubiera conocido nunca. Desde su sencillez, su porte la encumbraba cual diosa. Él sería el "David de hielo", pero aquella alegoría sobre su persona no era más que una ficción inventada por la prensa; frente a aquella mujer sentía que todas sus barreras comenzaban a desplomarse dejando entrar una luz cálida y acogedora que llenaba todo su interior.
Casi a la fuerza, Asuna le contó que había perdido su trabajo cuando su redactora jefa se enteró que la había mentido ocultando su verdadero encuentro con Kirito. Al parece Suguha llamó y puso el grito en el cielo, descubriendo su mentira. Kirito se sintió muy culpable por lo sucedido, pero ella le convenció de que fue lo mejor y de que ahora era mucho más feliz en su actual puesto de redactora en la pequeña revista de barrio. También le hizo prometer que no se inmiscuiría al ver la reacción de enfado del muchacho.
Poco a poco la noche fue agotando la cera de las estrellas que la alumbraban, dando paso a un cristalino amanecer que recogió las últimas gotas de la lluvia del día anterior. En su cambio, la luna le contó al sol que esa noche había descubierto a dos nuevos amantes, pero que, aún tímidos se limitaban a observarse con ojos de anhelo.
Al tiempo que la luna se deleitaba con aquel romance floreciente los protagonistas iban dejando de lado la timidez inicial y, con cada caricia de sus palabras, sus cuerpos se iban buscando. Al alba, Kirito estaba sentado junto a Asuna, jugaba con un mechón de su cabello mientras la escuchaba relatar con emoción algunos episodios curiosos que había vivido con su amiga Yuki, embriagado por el dulce tono de su voz.
—Asuna... —la interrumpió sorprendiéndola—, me muero por besarte.
Apenas un suave balbuceo salió de sus labios, le había dejado sin palabras, aunque sus ojos recogieron el testigo con un brillo que le invitó a acercarse. Con una caricia tímida sujetó su mentón de modo que sus labios quedaron a la misma altura.
—Dímelo —le pidió en un susurro mientras su vista se perdía en las curvas de sus labios.
—¿El qué? — El cuerpo de la muchacha cedía ante su presencia, embebida de la atmósfera de deseo que comenzaba a turbar su razón.
—Dime que también quieres besarme —le suplicó.
—Eres un pervertido Kirito-kun —le respondió divertida.
—Eso es porque tú eres una adorable perversión —rió, sin darle más opción de réplica, con un ligero impulso unió sus labios a los de ella que le esperaban húmedos. Kirito enredó sus dedos en los cabellos de su nuca atrayéndola hacía sí, buscando profundidad en su encuentro, rogando por sentir las caricias de sus manos bordeando su cuello hasta la eternidad. Sus lenguas se rozaron tímidas al inicio y con delicadeza y curiosidad según se sentían cómodas con el contacto, recorriéndose, demandándose y saboreando el momento que tantas veces había viajado por sus sueños durante esos meses desde su primer encuentro.
Se hizo completamente de día, pero para ellos ya daba igual. Quizá todo empezó como un juego, un desfile, una cuartada, una historia que buscaba llenar las primeras planas. Ya todo daba igual, si había una historia que escribir, sería entonces la de una gran historia de amor.
- FIN -
¡¡¡Querida Emi, feliz feliz cumpleaños!!! Finalmente me decanté por darte el epílogo de esta historia, si bien, no descarto retomar la idea que comentamos.
Espero que te guste el reencuentro de estos dos.
No puedo mas que desear felicitarte por tu cumple por muchos años más, eres una personita maravillosa y una escritora genial, no lo olvides ;-).
Aprovecho ya estos renglones finales para agradecer a Sumi, mi querida Beta, que revisara y corrigiera esos horrores que siempre se le escapan a una. Gracias Sister!
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