ENTRE HILOS Y ALFILERES


"Tercer pasillo a la derecha según sales del ascensor, sigue recto hasta la quinta puerta, verás un cartel indicativo del camerino"

En su cabeza repetía una y otra vez las indicaciones para no perderse en aquel laberinto de pladur. Mucho menos glamoroso que lo que esperaba, para qué engañarse, ni siquiera encontró una flamante estrella al más estilo hollywoodense, tan solo un simple folio sujeto con dos tiras de celo que rezaba "KIRITO".

Ahí estaba, su objetivo, el modelo japonés más buscado en internet desde que se había convertido en reclamo internacional y, a la vez, el famoso con más incógnitas. Nunca daba una entrevista ni trataba con la prensa. Todo lo referente a su persona había sido un auténtico enigma hasta que llegó él: Eugeo de Rulid. Aquella joven promesa del modelaje era el único que había conseguido que, "el David de Hielo" como se le bautizó por los periodistas del mundillo abrumados por su profunda mirada gris y rictus impertérrito, fuera sorprendido y fotografiado en lugares públicos compartiendo su tiempo con su nuevo ¿amigo?

Tres golpes nada presuntuosos advirtieron de su presencia.

"Adelante" contestó una voz femenina desde el otro lado. Eso no lo esperaba.

El camerino era bastante discreto, nada fastuoso, muebles de líneas simples aparentemente sacados de un catálogo cualquiera de la típica cadena de mobiliario moderno y sin personalidad rellenaban un espacio de apenas cinco metros cuadrados. Un tablón que iba de esquina a esquina hacía las veces de mesa auxiliar y tocador, gracias al enorme espejo rodeado de bombillas de luz cálida que lo coronaban. Un sofá sencillo, dos sillas y un burro repleto de ropa, completaban la estampa y el reducido espacio que conectaba con una puerta que parecía dar a un baño, ya que se oía el ruido del agua de una ducha al caer al otro lado.

—Tú debes ser la modista que ha mandando la agencia –le dijo la joven de llamativas curvas y cabello oscuro y ojos azules que la había recibido, al tiempo que le ofrecía su mano en un gesto formal de saludo propiamente occidental pero que, en el mundillo de la farándula, habían comenzado a adoptar como costumbre.

—Sí, encantada —le contestó devolviéndole el saludo—, mi nombre es Yuuki, Asuna Yuuki.

—Yo soy Suguha, a secas, la representante de Kirito. –Soltó su mano mientras regresaba a la tarea de revisar los correos de su móvil que, al parecer, había dejado a medias con su intromisión—. Él se encuentra en la ducha ahora y estará a punto de salir, así que puedes esperarle aquí, ponte cómoda —añadió señalando una de las sillas frente al tocador.

Asuna no quiso profundizar en conversación alguna con la joven, le había quedado claro que no era lo que esperaba de ella, de modo que se limitó a sacar su instrumental de su bolsa colocándolo con mimo sobre el tocador mientras procuraba repasar su plan mentalmente.

—¡Oh, no me lo puedo creer, menuda panda de inútiles! —farfulló sorprendiéndola su "agradable" compañía—. He de irme, espero que os las arregléis sin mí –le indicó a Asuna sin siquiera levantar la vista de su terminal móvil.

—Pero... yo...

—Oh, tranquila querida, a pesar de los rumores, no muerde—le interrumpió adivinando sus pensamientos—. ¡KIRITO! –Se acercó a la puerta que continuaba cerrada golpeando sus nudillos con fuerza sobre el madero—. HE DE IRME, ¿VALE? LOS INÚTILES DE FIGURACIÓN HAN VUELTO A ESTROPEARLO TODO.

"OK" se oyó que respondían desde el otro lado.

Se dispuso a salir sin ni siquiera dirigir palabra alguna a Asuna. Sin embargo, mientras giraba el pomo de la puerta, se paró y gritó una última vez hacia el baño aunque con menos énfasis.

—¡Por cierto, ya llegó la modista! –sonrió con una mueca fingida a Asuna y se marchó sin mayores miramientos.

"Genial..., sola ante el peligro" pensó resignada la joven mientras terminaba de colocar sus cosas.

No habían pasado ni cinco minutos cuando la puerta del baño se abrió y el famoso modelo Kirito salió con una toalla sobre su cabeza, con la que secaba con brío su cabello. Al ver el reflejo del joven en el espejo frente a ella, Asuna pegó un brinco y un ridículo gritito murió ahogado en su garganta mientras, asustada, cubría su boca con sus manos. Aquella toalla con la secaba su pelo... ¡era la única prenda que cubría su cuerpo!

El muchacho, que permanecía sorprendentemente ajeno a su presencia, terminó de secarse y, al retirar la toalla, se dio de bruces con dos enormes ojos color avellana que le miraban muertos de vergüenza.

—¿Quién eres tú? –le preguntó sin hacer el menor amago de cubrir sus desvergüenzas, estaba claro que no había oído el mensaje final de su representante, aunque no parecía especialmente sorprendido.

—La mo... mo... modista –acertó a decir atropelladamente Asuna, al tiempo que, volteándose para evitar mirarle de frente, sus manos pasaron de su boca a sus ojos para cubrir su mirada—. Kirito-sama... ¿podría, por favor, ponerse algo? –acertó a pedirle intentando disimular lo molesta que estaba ante su descaro, algo recuperada del impacto inicial.

—Ja, ja, ja... —la risa de él resonó en su cabeza como una estocada a su pudor frente a la falta del de él —. No sé qué me ha impresionado más, si oír mi seudónimo acompañado de tal solemnidad "-sama"—repitió modulando su voz— o que te sorprendas tanto por ver a un hombre desnudo. Quiero creer, señorita, que no he sido su "primero" ¿o sí? –si Asuna le hubiera mirado en ese momento, se hubiera percatado de la mueca divertida que asomaba en su rostro a pesar de la seriedad aparente del tono de su respuesta.

—Si lo prefiere podemos dejarlo en Kirito-kun —prefirió contestar la muchacha, evadiendo consciente la otra insinuación contenida en sus palabras—, siempre y cuando mantenga en sus pantalones su... ¡quiero decir, sus pantalones en su sitio! —sus nervios la traicionaron para el deleite del modelo que ya ni siquiera disimulaba su risa —. ¿Está ya visible?

—Dame un momento... —resistiéndose a la tentación de alargar más aquel juego, cogió unos calzoncillos y se cubrió —¡Ya!

Cuando Asuna volvió a sobresaltarse al verlo, le quedó claro que para aquella joven seguía siendo incómodo su escaso atuendo, así que, rindiéndose, no sin antes entornar la mirada en reprobación a su remilgada reacción, se puso un albornoz.

— De acuerdo, pero haz el favor de tratarme de tú, ¿ok? Me hace sentir viejo tanta cortesía.

En ese momento el látigo de la vergüenza cayó con aplomo sobre la joven. No una vergüenza por la inusual presentación, sino aquella con la que tu subconsciente te recrimina. Se suponía que era una profesional y que ver a un modelo con poca ropa no le debería ser extraño, tampoco es que como mujer lo fuera, aun así, su reacción fue terriblemente instintiva. Había visto al modelo en innumerables ocasiones protagonizar las portadas de las revistas de moda con mayor tirada luciendo poco más que su ropa interior; sin embargo, al tenerlo frente a frente, un escalofrío había recorrido su cuerpo anulando sus sentidos sin compasión. No podía permitirse un nuevo error de ese tipo. Cogió aire y se dispuso a reconducir la situación con profesionalidad.

—Por supuesto, discúlpame —respondió con una nueva actitud cargada de confianza—. ¿Qué tal si empezamos desde cero? Soy Yuuki, Asuna Yuuki —concluyó dando varios pasos al frente y extendiendo su mano en idéntico gesto al que su representante había tenido con ella; si bien, en su caso, parecía más una oferta de paz que un saludo cortés.

Para su apenas recuperada incomodidad, el joven frente a ella que atrapó su mano con decisión y mimo, quedó varado sin soltarla, mudo por un instante mientras mantenía el cruce de su mirada examinándola.

Hasta el momento la distancia y la tenue luz de las bombillas del tocador no le habían permitido observar bien a la joven frente a él. Le resultó muy bonita, terriblemente bonita para su sorpresa, y eso que él era un hombre acostumbrado a vivir rodeado de mujeres preciosas. Tenía la piel ligeramente rosada, lo que hacía que sus labios, de un ligero tono cereza, resaltaran como la jugosa fruta a la que habían robado su esencia. Un largo cabello castaño claro con brillos rojizos dejaba que dos traviesos mechones resbalaran por los laterales de su rostro enmarcándolo cual obra de arte, pero lo que, sin duda, le había hechizado fue su mirada. Decididos y poderosos sus dos orbes de color ambarino le observaban ignorantes del golpe que en su pecho su corazón había dado deseoso por admirarlos sin la barrera de piel, músculo y hueso que lo mantenía encarcelado. "Qué diablos..." pensó al tiempo que empezaba a ser consciente de lo inusual de su reacción.

Precisamente, el ligero rubor de sus mejillas delató la contrariedad de la muchacha ante su silencio.

—Eh... e...encantado, yo soy Kirigaya, Kazuto Kirigaya —fue lo único coherente que pudo decir al tiempo que, derrotado, soltaba su mano.

—Kiri-to... —la oyó susurrar aún sumido en su propio embobamiento—. Nunca pensé que un juego de palabras tan sencillo fuera el origen de tu "nombre".

Era cierto, sin darse cuenta, le había revelado uno de sus secretos mejor guardados, su auténtica identidad y, sin embargo, no sintió que fuera un problema, una parte de su subconsciente ya había decidido que necesitaba saberlo todo de ella, por lo que, aquella concesión de su privacidad no era más que un primer paso para ganar su confianza. Su plan inicial había cambiado por completo con el aleteo de aquellas pestañas.

—Ssshh, pero debes guardarme el secreto y yo prometo guardar el tuyo —bromeó al tiempo que le dedicaba una sonrisa cómplice.

Asuna no podía dar crédito a aquella naturalidad. Obviamente le había parecido más guapo en persona que a través de las lentes que a diario le inmortalizaban, sin embargo, aquella cercanía, aquella forma de hacerla sentir cómoda a pesar de lo "incómodo" de su encuentro... eso no se lo esperaba. Su descaro inicial había dejado paso a una inusitada dulzura y cercanía. No estaba preparada para eso, tendría que haber sido un bobo engreído, para eso sí lo estaba. ¿Qué haría ahora? Prefirió no pensarlo más.

—¿El mío? —respondió curiosa desde el tocador donde se había dirigido para hacer acopio de su material de labor: una pulsera alfiletero y una bolsa de hilos que ató a su cintura—. No recuerdo haberte contado ningún secreto.

—¡Oh no, y no lo hiciste! Fueron tus mejillas las que te delataron —su voz había recuperado el tono juguetón del principio.

—¿Mis mejillas?

—Sí, tus mejillas se sonrojaron al verme... al verme salir de la ducha. ¿Quizás no fue tan desagradable no? —un brillo fugaz resplandeció en su mirada.

"Menudo descarado" —pensó ella, aunque, en el fondo le había hecho gracia. Su atrevimiento, lejos de molestarla, algo que hubiera sido de prever, la animó a seguir su juego y relajarse. Sí, relajarse no era un mal plan—, "¡vas listo conmigo Sr. Kirigaya!"

—Quizás solo fue una reacción por sorpresa, como insinuaste, a lo mejor eres el primer hombre que veo desnudo. — "Asuna... ¡qué estás haciendo?, su conciencia golpeaba a su puerta, aquello distaba mucho de relajarse ¿Acaso pretendía tontear con el modelo? No, no era eso, tenía que centrarse. Estaba... ganándose su confianza. "Centrate Asuna".

Aquella salida pilló totalmente desprevenido a Kirito, más acostumbrado a que nadie le llevara la contraria ni cuestionara, lo que acrecentó su interés. Quizás había subestimado la inocencia inicial de los gestos de la joven, "me gusta...".

—Uhmm, ¿lo soy? —preguntó curioso e interesado en ahondar más en aquella nueva faceta de su modista.

—¿Puede? —le sonrió. Había cogido su provocación y le había dado la vuelta derrotándole, "chica lista" pensó—. ¿Qué tal si empezamos con el trabajo? —su sonrisa encontró reflejo en la del modelo, ya no quería jugar más, era el momento preciso para cambiar de táctica—. Me temo que he de pedirte que te quites la ropa... de nuevo.

En esta ocasión fue él el que se sonrojó al tiempo que una gran carcajada salió a borbotones de su boca. Si no hubiera estado de pie, se habría levantado a aplaudirla; tremenda manera la de esa chica de romper todos sus esquemas.

—De acuerdo, pero... ¿no mires, eh? —la guiñó un ojo mientras se acercaba al burro en el que se apilaba toda la ropa.

Al final de aquella tarde Kirito participaría en un desfile benéfico en el Museo de Historia de Japón. Varios diseñadores de renombre presentarían piezas basadas en obras de arte, reliquias y tesoros del lugar. En concreto, Kirito cerraría el desfile de la diseñadora Rika Shinozaki, artista nobel que había recibido varios premios ese año por su originalidad en el uso de materiales como el metal y la madera en sus creaciones, ganándose el apodo de "la Artesana". Esa noche, Kirito luciría un diseño que evocaba una antigua armadura samurái.

Unidos entre sí, con un hilo especial de seda trenzada fina que la autora había mandado confeccionar siguiendo la técnica tradicional, ligeros paneles tejidos con hebras metálicas emularían las escamas o kozane de acero propias del atuendo bélico. Originariamente, aquellas placas que conformaban la armadura, estaban unidas a un paño o forro de cuero; sin embargo, aquello hubiera hecho muy tosco y aparatoso el atuendo, lejos de la fluidez y sensación etérea que buscaba. De modo que la diseñadora había ideado un traje de segunda piel que asemejaba más a los que podían verse en las recientes películas de superhéroes lo que, unido a la fragilidad de las kozane, exigía que algunas de aquellas escamas tuvieran que retocarse sobre la propia prenda cuando era portada por el modelo.

Concentrada y sumida en un silencio propio del que está absorto por su labor, Asuna comenzó a recorrer con sus dedos el cuerpo del modelo comenzando por su espalda desde su cuello. Aquella segunda piel tenía un tono similar al del tejido de las kozane de modo que, a simple vista, no era fácil discernir qué piezas necesitaban retoque, obligándola a valerse de su tacto.

Como pura "artesanía" el dibujo de sus movimientos era observado con disimulada atención por Kirito a través del espejo, el cual, con dificultad, conseguía retener el impulso natural que la caricia de sus dedos sobre su piel le causaba. ¿Qué tenía aquella chica para que, después de tanto tiempo, una sensación de vértigo que minaba su habitual seguridad se hubiera adueñado de él de aquella manera? Tenía que hacer algo para frenar sus pensamientos, esa necesidad de besarla que le ahogaba. Porque era eso, se había percatado al poco de que sus miradas se cruzasen, una flecha directa a su corazón le había convertido en su más ferviente adorador. Si bien, temeroso del riesgo que aquello suponía, luchaba por contenerse. Quizá si hablaba con ella, si descubría que aquella mirada llena de luz escondía una mujer vacía, sin interés, como las que habitualmente encontraba en las pasarelas, su inusitada "sed" se vería apaciguada.

—Asuna, yo...—se aventuró a decir.

—Kirito... —se sorprendió la joven, al tiempo que el modelo, cuando sus palabras coincidieron en el tiempo entrelazándose con las suyas. Ambos rieron —. Perdona, dime... —se apresuró a añadir algo avergonzada.

—No..., nada, solo me preguntaba si llevas mucho tiempo colaborando con Rika, nunca te había visto por los desfiles.

—En realidad, es la primera vez que trabajo para ella —respondió sorprendida ocultando el destello de júbilo que revoloteó en su tripa. Llevaba un rato intentando averiguar cómo iniciar una conversación con él, la fama del "David de Hielo" no era una invención mediática, toda la gente que había contactado para poder llevar a cabo su cometido aseveraba que el modelo rara vez hablaba con el staff, incluida la propia Rika lo afirmó con rotundidad, algún día tendía que agradecerle aquel favor. Sin embargo, aquel día parecía ser una excepción, ella era la excepción, por lo que no desaprovecharía la ocasión; decidió continuar la charla para satisfacer su curiosidad y generar la confianza necesaria para que él también acabara respondiendo a sus preguntas —. Rika y yo nos conocemos desde hace muchos años, en realidad, gran parte de los conocimientos sobre los samuráis que ha adquirido para esta colección los obtuvo de mi familia.

—¿Procedes de un linaje de guerreros Asuna? —ahí estaba, el interés, el hilo del que necesitaba seguir tirando.

—Uhm, esa es una información muy personal, ¿no crees? Si te lo dijera igual tendría que matarte —le guiñó un ojo al tiempo que le indicaba que mantuviera el brazo en alto para poder seguir revisando su traje.

—¡Oh, qué malvada! No puedes despertar así mi curiosidad y al tiempo negarme una respuesta de esa manera...—un gracioso mohín despertó una carcajada en la muchacha que recorrió el cuerpo de Kirito como la honda del canto que rompe la calma del agua acariciando su superficie—. Si tú tuvieras curiosidad por algo que yo pudiera resolverte, te ofrecería sin dudar las respuestas, mujer cruel...

—Ah, ¿sí? ¿Sin apenas conocerme me desvelarías tus más escondidos secretos?

—Así que... ¿eso es lo que saciaría tu curiosidad? —con una mirada felina que la escudriñó envolviéndola del tono acerado de sus ojos, la piel de Asuna se erizó ante el susurro de su voz, obligándola a retirar la mirada avergonzada.

—Solo especulaba, no te emociones tanto —se apresuró a responder, aunque no pudo evitar despertar una nueva carcajada en el modelo—, si sigues moviéndote te acabaré pinchando por "accidente" con la aguja —le amenazó con sorna.

—Ok, ok, no quiero despertar tu ira samurái —recuperó su tono distendido—. Pero, a pesar de todo, podríamos tener una conversación normal, reconozco que me gustaría saber algo más sobre tu historia familiar y cómo acabó trayéndote a mi camerino.

La modista le indicó que levantara el otro brazo para continuar, al tiempo que una ligera sonrisa le daba a entender que no estaba del todo incómoda con su ofrecimiento a una charla amistosa mientras trabajaba.

—Siento decirte que tampoco es una historia muy espectacular —se aventuró a contestar al tiempo que continuaba repasando puntada a puntada las escamas de su traje que iba encontrando a punto de soltarse—. Por lo que sé, un tátara-tátara-abuelo mío fue un samurái importante en el periodo Sengoku, de hecho, en mi casa siempre se ha dicho que mi ancestro tuvo un gran protagonismo en la Cuarta Batalla de Kawanakajima, luchando al lado del mismísimo Uesugi Kenshin. Ese es el motivo por el que, generación tras generación, entre las mujeres de mi familia se ha heredado, o transmitido más bien, el conocimiento sobre la confección de las armaduras, somos lo que se denomina gusoku-shi, maestras artesanas de armaduras. Precisamente, lo que más le interesaba a Rika, era la técnica tradicional para coser las kozane —dijo esto último deslizando sus dedos por una de las escamas que quedaba a la altura del pecho del traje de Kirito, alzando su vista para encontrarse, a un escaso palmo de distancia, con esos profundos ojos grises que desde hacía un buen rato habían comenzado a hacer temblar sus rodillas—.Ya puedes bajar el brazo —le indicó con un leve temblor en su voz, buscando una salida que le permitiera retirar la mirada, temerosa de que fuera a ser capaz de ver a través de ella.

—Y... ¿cuál es esa técnica? —le preguntó en un tono de voz íntimo, casi seductor.

—Uhmm, creo que primero necesito confiar en ti, recuerda que este es un gran secreto de mi familia —sonrió consiguiendo así soltar el nudo que hasta ahora ataba sus miradas. —¿Estás dispuesto a contarme algo más sobre ti, Kirito?

El muchacho asintió, afianzando su postura en un gesto de firmeza con el que pretendió hacerla entender que estaba preparado.

—¿Quién eres Kirito? —la sinceridad de su mirada al hacerle esa pregunta le abrumó un poco— ¿Cómo un chico como tú llegó a convertirse en un modelo tan famoso? ¿Acaso siempre fuiste el más popular del instituto?

—Nada más lejos de la realidad... —le contestó con una ligera mueca, una sonrisa que rememoraba con nostalgia triste algo en su interior.

El modelo en realidad había sido un chico más bien introvertido, casi antisocial. Huérfano desde muy niño, nunca conoció a sus padres, de modo que sus tíos, los padres de Suguha su representante —información que, en cierto modo, tranquilizó a Asuna—, le habían adoptado como a un hijo. Sin embargo, cuando tuvo conocimiento de la verdad se aisló del mundo y se convirtió en un muchacho taciturno que pasaba el día encerrado en su habitación. El modelaje surgió por casualidad, una vía de escape, dinero fácil con el que salir de ese mundo que se le antojaba lleno de mentiras. Pronto fue consciente de que el mundo real no era el refugio que pensaba y que, su "familia", a pesar de todo, era lo único real en su mundo. Aun así, le costaba confiar, todavía sentía que había algo, una pieza que faltaba para poder ser él mismo, seguía sintiéndose solo.

—No deberías sentirte así... solo—le interrumpió Asuna. Su voz estaba entristecida, accionando un resorte en el pecho de Kirito—, está claro que tu familia, aunque seas adoptado, te quiere. A veces, la sangre no es la que te determina, a veces... a veces es tu peor verdugo.

¿Qué historia ocultaba esa chica? ¿Acaso también sentía esa soledad que a él tanto le pesaba pero que, con el tiempo comenzó, se había convertido en su refugio de seguridad? Quería saber más, quería saberlo todo, pero el brillo que comenzaba a asomar en los ojos de la joven modista frenó su curiosidad.

—¿Qué tal si ahora me cuentas tú tus secretos? —tomó su mentón forzándola a elevar la mirada. Aquellos ojos grises y distantes que al principio la habían llegado a asustar, ahora eran cálidos y acogedores, protectores le abrazaban frente al recuerdo de aquellas decepciones sobre su propia vida que su historia había recuperado, golpeándola con fuerza. Soledad, soledad era lo único que había conocido desde niña.

Le sonrió con dulzura, fingiendo recomponerse de aquellas sensaciones nuevas para ella y que aquel chico había despertado en su interior.

—Observa, es más sencillo de lo que parece. —Con un alfiler sujetó con cuidado una pieza al traje, enhebró la aguja con uno de los hilos que colgaban del bolso atado a su cintura y comenzó a coser la pieza con destreza—. La urdimbre debe ser amplia y holgada, según el arte kebiki, este tipo de costura era propia de los soldados de bajo rango. Aunque el diseño de Rika pretende representar una armadura de un rango jerárquico mayor, diría que de un general, este tipo de entramado favorece la libertad de movimientos, algo mucho más necesario en este caso, para que puedas moverte con fluidez sobre la pasarela.

Su voz, casi un triste lamento, relataba tranquila el proceso de costura como un cántico hipnótico.

Cuando las manos de Kirito se posaron sobre las suyas, aferrándolas contra su pecho, pudo sentir sus latidos acelerados que buscaban unirse en armonía con los suyos que, hacía rato, resonaban con fuerza en su interior. Llegado el momento, ¿sería capaz de traicionarle?

—¡Ay! —Un pinchazo, un pinchazo traicionero de un alfiler extraviado había roto aquella magia que se les había rodeado por segundos —. Seré idiota...

Con rapidez, se soltó del agarre del muchacho, llevándose el dedo herido a la boca, atrapando entre sus labios una gota de sangre.

—Déjame ver...—Kirito cogió su mano herida—, eres una quejica —. Depositó un suave beso en la yema de su dedo erizando la piel de Asuna. Aquel gesto sencillo, casi maternal, se tornó sensual y enternecedor al hacerlo el muchacho. Soltó su mano para rozar con sus dedos los labios de Asuna, al tiempo que atrapaba su cintura acercándola a él, dispuesto a probar el sabor de aquellos labios que le estaban volviendo loco tan temblorosos ante su cercanía—. Eres tan...

—¡KIRITO!

Furiosa, Suguha había golpeado la puerta irrumpiendo en el camerino. Si no hubiera sido por los rápidos reflejos de Kirito, se hubiera percatado de que algo estaba a punto de ocurrir entre ellos.

—¡Aléjate de esa desgraciada! ¡Ya no sabéis que inventar, estoy harta de vuestras triquiñuelas por conseguir una exclusiva! —gritaba al tiempo que tomaba las cosas de Asuna arrojándolas contra su pecho y empujándola hacia la puerta —Vete de aquí y no vuelvas o... ¡o te juro que la próxima vez no seré tan condescendiente con las consecuencias, maldita prensa amarilla!

Antes de que pudiera reaccionar Asuna se encontraba al otro lado de la puerta, dejando tras de sí un fuerte portazo que casi la deja sin nariz. Todavía se oían los gritos de la representante increpándola y recriminando al modelo su actitud, retumbando en su cabeza como látigos que la abrasaban con cada golpe. Sintió que las lágrimas estaban a punto de invadirla y corrió, corrió hacia la salida, buscando un refugio para su propia vergüenza ¿qué pensaría él? Seguro que la odiaba... Ese pensamiento la frenó en seco a escasos metros de la salida ¿por qué le importaba tanto? Hasta esa tarde apenas se conocían, sin embargo... sin embargo no podía negarse a sí misma lo que había sentido ahí dentro, hacía escasos minutos. ¿Y si todo había sido un juego del modelo? ¿Y si en realidad era un experto seductor y ella había sido su víctima? No. Él parecía sincero, había sido cercano y amable y ella... ella le había mentido sin compasión. Se lo merecía, merecía ser sacada de allí a patadas y que él la odiara, o peor, que la olvidara...

Apoyó su mano en el pomo de la última puerta y comenzó a girarlo con lentitud, quería huir de allí, de lo ocurrido, de su mentira; sin embargo, dar ese último paso implicaba mucho más, algo que apenas empezaba a comprender pero que apretaba en su pecho y dolía. Dolía hasta el punto que las lágrimas comenzaron a empañar su visión, ni siquiera fue consciente de su presencia hasta que su mano se apoyó sobre la de ella retirándola del pomo y haciéndola girar. Jadeaba, era evidente que había corrido para alcanzarla, pero eso no era lo más sorprendente, era su mirada, lejos de contener rabia o decepción, mostraba miedo y... ¿arrepentimiento?

—Lo siento...—acertó a susurrar al tiempo que daba un paso atrás poniendo distancia entre ellos—, lo siento mucho, mi hermana a veces... Ella es muy protectora.

¿Se estaba disculpando? Aquello le hizo a Asuna sentirse aún más ruin, a pesar de todo él estaba confiando en ella, en una falsa inocencia que se había encargado de fingir en todo momento. ¿Cómo podía ser tan horrible? Se sentía mal, sentía que no merecía pasar más tiempo a su lado, él no lo merecía, él no la merecía...Se derrumbó.

—¡No Kirito para! —le gritó al tiempo que rompía a llorar contra su pecho—. Ella tiene razón soy una persona horrible...—su congoja apenas le permitía hablar— yo... yo...

—Lo sé, Asuna, siempre lo he sabido.

Para su sorpresa, él mantenía la calma y la acurrucaba en su pecho protegiéndola entre sus brazos.

—Yo también te mentí y... lo siento. Quizá si no lo hubiera hecho, quizá todo sería... diferente.

Asuna se liberó de su abrazo para mirarle a los ojos, a aquellos ojos grises que imploraban redención.

—Tú... ¿qué?

—Asuna... yo ya sabía que eras periodista, lo supe desde antes de que vinieras. Si he conseguido mantener mi intimidad en el más absoluto secreto hasta ahora no ha sido solo por... por el genio que se gasta mi hermana, siempre investigo a todo aquel con el que trabajo, y así lo hice contigo.

—Entonces... ¿todo fue una farsa? —se sentía ridícula, avergonzada, ¿humillada? —pero tú... pero tú parecías sincero.

—¡Oh, Dios! —exclamó en un susurro al tiempo que volvía a atraerla hacia su pecho arrepentido y consciente de que las fuerzas de la muchacha comenzaban a flojear—. Lo fui Asuna, te prometo que lo fui. Al principio mi intención era bromear, hacerte creer que me tenías engañado e inventarme alguna extraña historia que alimentara esa sed de noticia que hay sobre mi supuesta relación con Eugeo para después descubrirte y... avergonzarte. Pero cuando te vi frente a mí, simplemente no pude, quería confiar en ti, confiártelo todo y... y creo sinceramente que tú también sentiste que había algo especial, algo difícil de explicar entre nosotros ¿no es así Asuna? Dime, por favor, que no estoy equivocado.

La sujetaba por los hombros mirándola fijamente, implorando por aquella respuesta que tanto anhelaba; sin embargo, Asuna era incapaz de decir una palabra.

"¡Kirito!"

La voz de Suguha retumbó al fondo del pasillo, pronto les descubriría.

—He de irme, lo siento lo siento mucho —se disculpó Asuna.

—¿Volveré a verte?

—¿De verdad quieres volver a ver a alguien tan despreciable como yo? Iba atraicionarte.

—No lo ibas a hacer —le respondió con firmeza.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le inquirió confundida y abrumada por su fiel confianza en su persona.

—Estoy tan seguro de ello, como lo estoy de esto...

Cuando sus labios atraparon los de ella su primera reacción fue un pequeño sobresalto, pero apenas duró un segundo, su templanza y la suavidad de su roce la hicieron entregarse a él en rendida pleitesía, respondiendo con pasión su beso y permitiéndole acariciar su lengua mientras saboreaba aquel beso robado.

—Te buscaré... —le susurró al oído justo antes de despedirse.

* * * * *

Caminó largo rato por las calles sin rumbo, intentando poner orden a la vorágine de sentimientos encontrados que avasallaban su mente sin compasión. ¿Había sido un sueño? ¿Era posible enamorarse de alguien que acababas de conocer? La vida le había enseñado a no creer en cuentos de hada, ella no era digna de ellos, su madre se había encargado durante años de recordarle lo poco que valía. Las chicas como ella no tenían derecho a soñar con alguien como Kirito. Tenía que asumirlo, aún así...

El timbre histriónico de su celular la sacó de su ensoñación, era Alice, su jefa y la editora principal de la revista.

—¿Sí? —respondió casi autómata.

—¿Cómo que sí? ¡Debías haberme llamado hace horas! ¿Y? Dime al menos que confiar en ti no fue una mala idea Asuna... —Alice era dura, una mujer sin sentimientos a veces. Asuna había aceptado ese encargo a cambio de que ella confiara en su capacidad como profesional y le permitiera escribir un artículo de opinión, algo con más caché que las banalidades del famoseo en las que hasta ahora había dedicado su tiempo.

—Veras Alice yo... —temblaba.

—¿Tú qué? ¿Pudiste hablar con él? —le insistía desde el otro lado cual perro de caza hambriento.

—No, no pude —las palabras salieron casi sin pensar de su boca —. En todo momento estuvimos rodeados por su gente de confianza y, tal y como nos advirtieron..., ni siquiera me miró a la cara —mintió.

—Arggg —gruñó al otro lado de la línea— debía darme cuenta que no estarías a la altura Asuna, contigo es una decepción tras otra... —colgó sin despedirse.

Asuna guardó su teléfono en el bolso y se sentó en un banco. Frente a ella, en la pared de un alto edificio de oficinas, colgaba una imagen del comercial de Kirito para Calvin Klein. Rio.

Por primera vez en toda la tarde se sintió bien consigo misma. Había hecho lo correcto, había seguido a su corazón y había confiado en él como antes lo hizo él con ella. Quizá no volviera a verle nunca más, aun así, estaba a gusto con su decisión, prefería creer, prefería soñar que todo era posible y, sobre todo, quería sentirse fiel a sí misma. Ya fuera un amor fugaz o el amor de su vida, ella no era ese tipo de personas que traicionan, ella era más y no había sido hasta que lo vio a través de aquellos ojos grises que la miraron con sinceridad y sin máscaras que fue consciente de ello. Sonrió.

Poco después decidió que era el momento de regresar a su casa, aquel pequeño apartamento nada pretencioso pero céntrico, su hogar. Al llegar a la entrada algo la sorprendió, había un paquete sobre el felpudo de la entrada, no tenía remitente.

Lo cogió al tiempo que miraba a ambos lados del pasillo esperando encontrar una pista sobre cómo había llegado allí. Finalmente entró y se sentó en el sofá para abrirlo. El paquete contenía un teléfono móvil, estaba encendido y el símbolo del sobre de un mensaje sin leer parpadeaba en la pantalla.

Sonrió, las chicas sencillas también pueden creer en los cuentos de hadas.

FIN

Aquí está mi aportación al reto de la página SwordArtOnline Fickers #ChallengeAccepted.

Querida Emily, un honor que decidieras retarme y espero de corazón haber alcanzado un poquito tus expectativas.

Quiero dar las gracias de todo corazón a mi Beta Sumi_Chan que, aún malita, ha dedicado un tiempo valioso a corregir mis horrores y ahora está con la portada. Mil gracias bella, no sé qué haría sin ti.

Y a todos los demás que se pasen por aquí a leer esta locura, solo agradeceros de corazón vuestro tiempo e interés.

Namasté.

Iri/Kira

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