II. Esa Niña
ADVERTENCIA:
Menciones de abuso infantil.
Con una nueva muda de ropa seca, Chizome seca su alborotado cabello y se dirige a su propia habitación. No hay mucha energía esta noche, por lo que mantiene iluminado el lugar con ayuda de veladoras en espacios seguros. Cuando termina de secar su peinado, avienta suavemente el trapo hacia un lado, y toma asiento frente a su cama.
¿Qué se supone que hará ahora? Se trajo consigo a una niña que no conoce y que posiblemente se va a asustar de él al despertar. Además, no solo le dio la única cama del departamento; también cambió el vendaje de sus piernas (cuyas heridas nunca deberían verse en un niño tan pequeño), desinfectó los ya notorios moretones y raspaduras en sus brazos y rostro, y la mantiene calientita con una sábana.
Dejarla en ese callejón no era una opción a tomar en cuenta. Dicen que los héroes están para ayudar a quien está en problemas, ¿no?.
Esta niña no parece haber sido protegida nunca en su vida. Sus padres, dos civiles fallecidos por causas desconocidas, nunca lo trataron mal, incluso al saber sobre su don y su convicción hacia el verdadero heroísmo. Así es como sabe que un infante nunca debe ser tratado de manera brutal a esa edad.
— Quizás tengas hambre —se aleja de la cama y comienza a caminar a la puerta—. No te muevas de allí, o bueno, no vayas a asustarte cuando vuelva.
¿En qué momento se había quedado dormida?, ¿y en qué momento dejó de llover? Bueno, lo segundo no es verdad, aún puede escuchar a las gotas de lluvia estrellarse contra los edificios y el techo. Cuando finalmente abre los ojos, descubre una nueva ubicación que no es ni la calle, ni su casa, afortunadamente tampoco es el orfanato.
Por primera vez abre sus ojos y no siente dolor o tristeza, solo calma. Aún tiene moretones y sus piernas mantienen las heridas, pero se siente mucho mejor a como se sentía antes. Toma asiento en la cama y talla sus ojos para quitar algún rastro de cansancio. Hace meses que no dormía así de bien.
Revisando debajo de la manta, descubre unos vendajes nuevos, sin rastro de manchas o suciedad. Aún está algo húmeda, parece que lo único que no hicieron fue secarla.
— Tengo hambre —murmura acariciando su barriga.
En ese momento, la puerta suena con un leve chirrido. Un hombre de gran estatura se le acerca, provocando que retroceda algo asustada. ¿Es su cama?, ¿se enojará porque se durmió en ella?, ¿va a golpearla con un cinturón?
Espera, no tiene cara de querer hacerle daño. Tampoco tiene cinturón.
— Toma, realmente no sé qué le gusta a los niños, pero se ve que lo necesitas.
Deposita en la cama una bandeja para desayunos, que contiene un vaso de leche fresca y un sándwich de jamón. Un rico emparedado de jamón.
Más específicamente: jamón, lechuga, queso, tomate, mayonesa y salsa de tomate.
Comida fresca después de mucho tiempo. Aún no puede creer que realmente podrá cenar bien.
Está por tomar el sándwich, a escasos centímetros de saborear el aperitivo, pero sus manos se detienen.
— ¿Puedo... comerlo?
—Para eso te lo traje —regresa al banco cerca de la mesa, cruzando los brazos mientras fija la mirada en la niña.
— ¿Qué trabajos voy a tener que hacer para pagárselo?
Si su control sobre las emociones no estuviera bien coordinado, su boca se abriría de sorpresa al escuchar su pregunta. ¿La hacían trabajar por comida?
Reprime un pequeño sentimiento deprimente en su garganta, tragando un poco de saliva de forma disimulada. No puede mostrarle algo negativo a esa niña mientras es la hora de comer. Eso arruina el ambiente. Y el apetito.
— Claro que no. Es hora de cenar, no de trabajar. No tienes que hacerlo ni hoy, ni mañana. Solo come.
Sus ojos dorados regresan lentamente la vista hacia el emparedado. El hombre no parece mentirle, realmente comerá gratis. Se toma su tiempo para admirar el pan, como si fuera la comida más gloriosa del mundo, porque para ella, es eso.
El primer bocado es dulce, mágico, no sabe a vencido y el pan está blandito. Siente unas pequeñas lágrimas en sus párpados, así que deja la comida en el plato para secarse los ojos y masticar.
Mientras eso sucede, el asesino no puede dejar de hacer preguntas en su mente: ¿Qué le pasó a esa niña?, ¿Quién cuidaba de ella?, ¿por qué estaba en el callejón?
—Terminé —la voz de la niña lo saca de sus pensamientos—. Muchas gracias.
— Bien, que bueno que comiste todo —toma la bandeja y la deja a un lado de la cama—. Escucha niña...
—Eleanor.
— ¿Disculpa?
— Mi nombre es Eleanor —de la nada, sus ojos se asustan y sus brazos cubren su cabeza, con bastante miedo— ¡Perdón, no te quise interrumpir!
—Solo... solo me estabas diciendo tu nombre, no fue una falta de respeto para mí —le acerca la mano.
Como esperó (y temió), el gesto de su mano la hizo retroceder aún más. Son señales de abuso prolongado de algún mayor, quizás de unos años o algunos meses.
— Oye, baja las manos. No te voy a lastimar.
— ¿Lo... lo prometes? —lo observa con un ojo abierto aún en alerta.
—Sí, lo prometo. No te pienso lastimar, así que baja las manos.
Eleanor, como se presentó, baja las manos lentamente, depositando la poca confianza que le tiene a los adultos en ese hombre de ojos rojos.
— ¿Me dirás tu nombre?
— Puedes decirme Stain. Ahora dime, ¿Qué hacías en ese callejón?
La morena baja la mirada nuevamente, tratando de no hacer contacto visual con ese hombre de ojos rojos. Aprieta levemente las sábanas de la cama, y un poco de su mandíbula se tensa. Parece algo reacia a contestar.
"¡Te hice una pregunta!"
La voz de su cabeza resuena y la aterroriza.
—Eleanor, te hice una pregunta, ¿Qué hacías en ese callejón?
—S- si... si se lo digo... ¿no me llevará a mi casa?
— ¿Te escapaste de casa?
— No pero... —su voz se pone algo temblorosa— por favor, no me lleve con ella —sus ojos no aguantan más y dejan escapar un montón de lágrimas. Es obvio que de donde escapó no es precisamente un buen lugar.
Stain decide romper un poco su porte tan recto y se le acerca con lentitud. No puede evitar mostrar preocupación genuina por Eleanor. Se coloca a su lado y trata de calmarla verbalmente, sin éxito.
No tiene idea de que hacer, ya que jamás le tocó consolar a alguien tan pequeño y sensible. Solo es capaz de recordar a su madre dándole caricias en la cabeza cuando tenía un pequeño susto. No está seguro si funcionará con una pequeña ahora triste, pero vale la pena el intento.
Dirige su mano a los cabellos oscuros, y espera otro par de segundos antes de darle una suave caricia a Eleanor. Los llantos se detienen, pero los sollozos prosiguen. La pequeña seca sus ojos con cuidado y murmura un apenas audible "gracias". Eso es más que suficiente para Stain.
—Escucha... no pienso llevarte a tu casa Eleanor. No voy a llevarte a alguna parte que te de miedo. ¿Conoces algún lugar seguro? —mueve su cabeza en señal negativa—. ¿No tienes a dónde ir?, ¿tienes familia? —vuelve a negar.
—Estoy sola.
—También... también yo —agacha levemente la mirada—. Y... tal parece que necesitaré compañía.
Tarda unos segundos antes de hacer la pregunta que está a punto de cambiar su vida.
— ¿Quieres vivir aquí? Así no tendrás que irte a tu casa.
Con ese pequeño "sí", dio comienzo a un nuevo camino de su vida.
Lamento si no es bueno el separador, y también la demora.
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