Capítulo 9

Los domingos eran los días en los que Valeria cerraba consulta y se pasaba todo el día en casa. Cuando vivían en la capital, la mujer ocupaba ese día para ir al gimnasio, hacer algunas compras e ir a tomar café con sus amigas, sin embargo, ahora, Valeria optaba por mantenerse pendiente de su hija, ya que no acababa por creer que se encontrara bien y pudiera prescindir de apoyo profesional.

No tenía mucho que se había convencido de que Angie necesitaba atención, que era imprescindible que estuvieran a su lado y le mostraran que podía confiar en ellos. Sin embargo, habían sido tantos años manteniéndose al margen de su vida que la mujer no hallaba la manera de acercarse a Angie sin que esta pusiera barreras de por medio. Por algo, aun estando en la misma casa, ambas se encontraban separadas por los escalones, el pasillo del piso de arriba y la puerta de su habitación.

Eran unos escasos metros, pero ella los sentía como si fueran cientos.

La joven había estado encerrada en su habitación desde que acabó de desayunar, en compañía del gato que le regaló Benny y tocando canciones en su guitarra acústica. El sonido del instrumento tranquilizaba a Valeria, también el hecho de que su hija al menos tuviera una mascota que le hiciera compañía y aliviara la soledad a la que se había sometido después de la muerte de Álex.

Mientras ella se encontraba a mitad de una videollamada con su marido, el timbre comenzó a sonar. Extrañada, le pidió al visitante que esperara y se levantó del sillón, sin embargo, no tardó en escuchar los ansiosos pasos de Angie bajando a velocidad por las escaleras.

—¡Yo abro! —le avisó su hija, dio un salto del último escalón y aterrizó con gracia cerca del pasillo que conducía a la puerta.

—¿Qué sucede? —preguntó desconcertada.

—Es Benny, viene a ver a Haru —informó, se detuvo a mitad del pasillo y giró para tener de frente a su madre.

Valeria comprendió el porqué de sus acciones una vez escuchó ese nombre. Aunque ella no lo externara, era evidente lo bien que ambos se llevaban y de lo mucho que él la reanimaba. Los dos eran adolescentes atravesando situaciones delicadas, apoyándose el uno en el otro como si fueran un par de pilares inestables en una construcción.

—¿Todo bien? —Valeria hizo la pregunta de rutina, era consciente de su nula eficiencia, sin embargo, no era capaz de articular otra. Lo que provocaba que se sintiera un fracaso como médico a momentos.

—Sí, ¿por qué?

El timbre empezó a sonar de nuevo, haciendo que la joven girara sobre sus talones en dirección a la entrada.

—¿Va todo bien? —Volvió a preguntar.

—Ah, eso... —Angie lanzó un largo suspiro—. No os preocupéis por mí.

—Si necesitas cualquier cosa o sientes que te abrumas, puedo hablar con un amigo que tengo en psicología para que te dé una cita.

—No lo necesito —interrumpió tajante—. Con el tiempo dejará de ser tan duro.

Y antes de que Valeria pudiera decir cualquier cosa, Angie desapareció en el pasillo; lo que la hizo arrepentirse por no haber sido capaz de expresar aquellas palabras de aliento que llevaba tragándose durante meses.

—Es curioso, antes tenías columpios en el jardín y una cama elástica —mencionó Benny, al mismo tiempo que se asomaba por la ventana de la habitación de Angie—. ¿Por qué lo quitaron todo?

La joven tragó saliva y enterró los dedos dentro de sus sábanas. La cama elástica donde besó por primera vez a su exnovio y los columpios en los que ambos solían perder el tiempo cada vez que la visitaba, provocaban memorias que la ahogaban, por eso sus padres decidieron venderlos antes de mudarse.

—Porque ya no hay niños viviendo aquí, solo estorbaban. —Se mordió el labio inferior debido a los nervios—. Los vendimos y con la pasta nos hemos comprado la mesa del jardín.

Benny se incorporó y se dejó caer en el taburete debajo de la ventana para tener de frente a Angie.

—Solo lo pregunté porque me pareció curioso —aclaró él—, no te pongas a la defensiva.

—No estoy a la defensiva —ladró, al mismo tiempo que cerraba los puños.

—Vale, haré como que te creo.

Haru caminaba por el suelo, perdiéndose por momentos en la textura de la alfombra gris.

—No eres el único que tiene días buenos y malos. —Encogió los hombros.

—¿Hoy es un buen día de Benjamín y un mal día de Ángela?

Ella asintió, se tiró de espaldas a su cama y miró al techo.

—¿Qué tal sería un mal día de Benjamín combinado con un mal día de Ángela? —pensó ella en voz alta.

—O no nos hablamos en todo el día o nos ponemos igual que en el cumpleaños de mi madre.

—No sería tan malo entonces.

La joven subió las comisuras de sus labios e imaginó que su tutor hacía exactamente lo mismo. Hubo un momento de silencio, uno que sentía como necesario. Cerró los ojos, se concentró en la textura de sus sábanas, en el aire frío que se colaba por la ventana, el aroma a tierra mojada y en el ruido que hacía Benny al escribir un mensaje en su móvil, después como Piledriver Waltz de Alex Turner empezó a escucharse dentro de la habitación.

Por alguna razón, el que él no le hubiera pedido permiso para poner música, la hacía sentir satisfecha. Quizá porque era señal de la confianza que estaba surgiendo entre los dos, aunque una parte de sí misma no tardó en sentirse intranquila, ya que así fue como comenzó con Alexander; cuando su confianza llegó a tal grado en el que sus problemas se habían convertido también en los suyos.

Las reflexiones de Angie se vieron interrumpidas por el golpeteo de su puerta, después por la voz de su madre haciendo una pregunta del otro lado:

—¿Puedo pasar?

—Adelante —expresó Angie.

Benny bajó el volumen de la canción. La puerta se abrió causando un rechinido y la joven se sentó de nuevo en su cama, enfocó la atención en su madre, quien dejaba sobre la cómoda una charola que tenía galletas, una jarra de limonada y dos vasos.

—Gracias —mencionó Benny, se agachó para atrapar a Haru y cargarla.

—¿Todo bien? —les preguntó a ambos con las manos en su estrecha cintura, era claro que la delgadez de su hija fue un rasgo heredado—. Iré a ver una paciente que me pidió una consulta de urgencia —informó con pesadez—. Hay helado en la nevera y si quieres, puedes quedarte a comer cuando llegue —ofreció enfocándose en el joven.

—No hay necesidad, de hecho, iba a marcharme. —Benny respondió con una cortesía que le pareció inusual a Angie—. Nada más vine a ver a Haru.

La joven frunció los labios y, en un arrebato, le aventó uno de sus cojines a la cara, este se estampó en el rostro de Benny y él, en lugar de lanzarlo, siguió aparentando modales y lo colocó en su regazo.

—¿Te llevarás el coche? —interrogó Angie con doble intención.

—No tiene suficiente gasolina como para llegar hasta allí —resopló la mujer—. Pediré un taxi.

—Vale, suerte con la consulta —expresó la joven con media sonrisa.

Valeria salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí. Benny cogió el móvil, escribió un mensaje a un remitente que Angie desconocía y después volvió a poner la canción desde el principio.

—Me has leído la mente —dijo ella, al mismo tiempo que se levantaba de la cama y caminaba en dirección a la ventana.

—Esa canción no se puede escuchar a medias —completó él, se hizo a un lado cuando Angie llegó y le permitió asomarse—. ¿Cuál es tu doble intención con el coche?

La joven tenía la cabeza fuera de la ventana y los codos apoyados en el marco, admiraba con atención cómo su madre caminaba por el jardín hasta llegar al portón. Valeria salía de casa y estiraba la mano para que uno de los tantos vehículos que transitaban por esa calle se detuviera enfrente.

Angie esperó impaciente a que cogiera alguno y no se incorporó hasta que el vehículo se alejó.

—¿Quieres que te lleve a tu piso en el coche? —ofreció Angie, sacó la cabeza de la ventana y desenredó sus cabellos castaños con los dedos.

—¿Estás de coña? —preguntó con estupor—. Cogeré un autobús.

—El otro día dijiste que no te gustaba subirte a uno, si me vas a rechazar entonces coge un taxi. —Angie caminó para coger el plato de galletas y se metió una a la boca.

—Estoy ahorrando dinero. —Él estiró la mano, la metió en el plato y cogió una galleta—. Tobías y Esteban me han convencido para autorregalarme un bastón con una daga escondida. Lo cual se me hace una idea absurda y a la vez guay.

—Joder, sois tan maduros —replicó con sarcasmo—. Pero deberías conseguir uno que te haga parecer uno de esos mafiosos italianos. —Cambió su expresión por una sonrisa divertida—. Déjame llevarte a tu piso y te ayudo a ahorrarte ese dinero.

—Ni siquiera tienes carnet —objetó, cogiendo otra galleta—. ¿Qué me asegura que no terminaré jodiéndome la otra pierna? ¿O qué la policía no nos pille?

—Aunque no lo creas, aprendí a conducir cuando vivía en la ciudad —replicó con una galleta en la boca—. Mi mejor amigo nos enseñó a mi exnovio y a mí. —Agachó la cabeza y miró a la alfombra, fue algo que sintió que no debió haber dicho, pero que sin querer salió de sus labios.

Angie solía preguntarse cuál sería el momento correcto para poder mencionar delante de otros las memorias compartidas con Álex, ¿debería guardarlas nada más para sí y hacer que esa parte de su vida fuera desconocida para los demás?

—Vale, pero solo porque confío en ti —vaciló él—, y si un policía nos pilla, siempre podré fingir un desmayo o algo así.

La joven le dedicó una mirada arrogante, aunque en realidad le agradeció, echaba de menos esa sensación de intimidad que ofrece una relación en la que todas las partes confían entre sí.

Angie y Benny afrontaban el tráfico en la avenida principal del pueblo. Este era pesado, pero al menos el coche era cómodo. Aunque el otoño ya había llegado, el sol era más intenso, por eso ambos llevaban gafas oscuras para no cegarse con la luz. La conversación no fluía como siempre, y era porque Benny no deseaba distraerla y provocar otro accidente, que, conociendo a la conspiración en su contra, seguro que le atrofiaría la otra pierna o de nuevo la cadera.

En su lugar, contestaba mensajes de Lis, sonreía al leerlos y mientras escribía, su humor y motivación crecían. Angie se giraba hacia él de vez en cuando y se preguntaba la razón por la cual el amargado Benny estaba de tan de buen humor. La parte en la que la avenida se terminaba y debían entrar a las calles le resultaba complicada por la estrechez del camino, por lo que puso toda su concentración en eso y no en interrogarlo. Cuando consiguió aparcar justo enfrente del edificio en el que vivía Benny, hizo un ademán con la mano como forma de celebrar su triunfo. Mientras el joven respiraba aliviado.

—¿Has conseguido algún apoyo para la universidad ya o qué? —preguntó Angie con curiosidad, puso el freno y apagó el coche.

—Aún no, todavía es muy pronto. —Él retiró sus gafas y las guardó en el bolsillo de sus vaqueros oscuros—. ¿A qué se debe la pregunta?

—Te has quejado menos que de costumbre. —Subió sus gafas y las colocó en su cabeza, simulando una diadema.

Aunque dubitativo, Benny bufó y después sonrió.

—Tengo novia —confesó.

—¿Qué? —cuestionó impresionada—. ¿Cómo? ¿Quién? ¿Te liaste con Kari?

—Joder, no. Ella es solo una amiga —negó ansioso—. Verás yo... —Respiró hondo, había llegado el momento de sincerarse—. Volví con Lis.

Angie abrió sus ojos castaños, sorprendida, para después cambiar su expresión a una severa.

—¡Benjamín! ¡¿No decías que ya no volverías a confiar en ella?!

—Eso creía, pero hablamos y aclaramos las cosas.

—¡Estás dejando que pisotee tu dignidad! —expresó decepcionada—. ¡Dijiste que ella era tu pasado!

Una parte de sí misma no comprendía por qué se preocupaba tanto por lo que hacía o dejaba de hacer Benny, una cosa era que estuvieran estrechando su amistad y otra el hecho de que hace apenas unos meses no tenía el menor interés en su vida.

—Era mi dignidad o mi felicidad —repuso con dureza—. Es como si de la nada todos mis problemas tuvieran solución.

—¡Qué va! —ladró—. ¡Solo te crees muy listo, pero todavía te tragas el cuento de las soluciones mágicas!

Hablar de soluciones mágicas le recordó a Álex, quien se burlaba de sí mismo por creer que con conseguir algo todos sus dilemas desaparecerían.

—Entiendo que la eches de menos, pero la hubieras dejado en el pasado —retomó, aunque la fuerza en sus palabras bajó.

—Y lo dice la que folló con un tío que conoció en Tinder solo porque se parecía un poco a su ex.

Angie empezó a jugar con su pelo en señal de nerviosismo, reconoció parte de su hipocresía en los consejos que daba, pero no era mentira que a veces le era más fácil apoyar a otros a entrar en razón que a sí misma.

—Es diferente —se defendió ella—. Al menos reconocí mi error. Y tal parece que solo eres bueno aconsejando a otros, pero tú eres un desastre.

—¿No lo harías si pudieras?

—¿De qué hablas? —interrogó confundida.

—Si tú pudieras volver con Alexander, ¿lo harías? —Benny preguntó mordaz, pero no entendía por qué necesitaba conseguir la aprobación de Angie—. Si él te buscara y te dijera: «deberíamos darnos otra oportunidad». ¿Aceptarías?

Esas palabras dejaron a la joven catatónica, si bien era capaz de asimilar la información, la pregunta fue una apuñalada a sus heridas sin cerrar.

—No —musitó ella, bajó la cabeza y sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Ni siquiera has borrado vuestras fotos juntos. Y tampoco pudiste contarme el problema que tuvisteis, incluso después de que te dije lo de Lis.

—¡Porque Alexander no va a volver! —gritó desesperada y golpeó el volante con el puño.

El llanto involuntario se acumuló en sus ojos, convirtiéndose en gotas de agua salada que bajaban por sus mejillas, ella tenía las emociones a flor de piel, se sintió frágil y completamente vulnerable. Mientras tanto, Benny se encontraba anonadado, buscaba la manera de atar los cabos y entender lo que trataba de comunicarle.

—¿Es que no sabes que los muertos no reviven? —admitió en medio de un sollozo. Todo ella era un caos, uno como los que describía Álex.

—¡¿Qué?! —preguntó conmocionado.

—¡Yo le dije que lo odiaba y que no quería verlo nunca más! ¡Él se mató por mi culpa!

¡Hola, conspiranoicos!

¿Por qué creen que Angie sienta que mató a Álex?

¿Qué creen que pase ahora entre estos chicos?


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