Capítulo 32

Además de creer en conspiraciones, Benny sostenía que La ley de la relatividad era una hija de puta, pues aquello que marca que el tiempo pasa más rápido o más lento dependiendo de la percepción, únicamente le provocaba un agudo sentimiento de frustración. Cuanto más disfrutase, menos tardaría el momento en escurrirse de sus manos, y cuanto más sufriese, más se extendería el período.

Para su sorpresa, las semanas en los que se vio forzado a dividirse entre clases en línea y sesiones extensas de terapia física se pasaron más rápido de lo que creía. Tenía la experiencia del verano pasado como referente y, mientras hace un año pensó en rendirse y aceptar confinarse a una silla de ruedas, ese año se encontraba absurdamente positivo, queriendo hacer de todo y proyectando constantemente ese escenario ideal que tanto anhelaba.

Como sus padres habían regresado a trabajar y tenían que hacer horas extras para compensar el tiempo de aislamiento, Angie y Valeria le insistieron a Ben para que aceptara que ambos lo llevaran al hospital. El joven cedió sin rechistar demasiado, aunque no le gustaba sentirse como una carga, sabía que no le quedaba otra alternativa si quería recuperarse. Tanto Angie como Ben acabaron compartiendo esos días en el hospital juntos. Ella obligándolo a acatar cada una de las reglas de protección contra el virus y él sintiéndose agradecido de tener una novia que se preocupara tanto.

La relación parecía avanzar, tonteaban como siempre, se aferraban a la mano del otro —después de habérselas desinfectado con gel—, y tenían largas charlas que comenzaban con cosas triviales y desembocaban en algo mucho más profundo. El miedo que tenía sobre haber acelerado las cosas al comenzar la relación comenzó a dispersarse, no tenía por qué empezar con sus dudas e inseguridades de siempre. Cuando ambos compartían habitación y se entregaban a estudiar para selectividad, llegaba a pensar que consiguió vencer a la conspiración en su contra o que esta se había aburrido de él.

El tiempo pudo haber volado junto con el aire cálido del verano, pero le fue imposible sentirlo así debido a los altibajos sociales que alborotaban el mundo, a las constantes represalias de su madre y, sobre todo, a los comentarios que esta hacía sobre las frecuentes visitas de Angie a su piso. La mujer afirmaba que la joven solo lo hacía perder el tiempo y que lo distraía de lo que de verdad importaba.

Además, ella le advirtió que ese año se abstuviera de presentar selectividad, lo que sembró la duda en el joven: ¿qué era lo que de verdad debía importarle?

—Puedo sacar un apoyo por discapacidad —objetó Benny, observó a su madre fijamente y cerró los puños—. Entiendo que estéis endeudados y que nos afectó lo de la cuarentena, pero, repito, existen apoyos para que pueda pagarme la vida allá.

—¿Vas a poder con selectividad después de lo mucho que has estado perdiendo el tiempo con Ángela? —escupió Silvia con cinismo, no se levantó del sillón y solo cogió el control para apagar la tele—. Ben, acéptalo. No puedes tenerlo todo. Tu hermana y tú tuvisteis la mala suerte de salir de bachillerato cuando todo este rollo de la pandemia y de la crisis se armó.

—Hay un mogollón de oportunidades en la ciudad. —El joven hizo el esfuerzo por disipar su enojo—. He estado mirando algunos apoyos y fijo que con alguno para sostener la vida allá.

—Ben, ya —susurró Bel, colocó una mano en su hombro.

—¿Hasta allá? —cuestionó con incredulidad la madre de ambos—. ¿Te van a dar todo el dinero que necesites o qué?

Benny tamborileaba en la mesa, torció la boca y pensó en el error que cometió al insinuar su plan.

—Vosotras no entendéis —gruñó él—, no quiero rendirme tan rápido si ni siquiera lo he intentado.

—Vale, supongamos que tienes el pase y un apoyo para ir allá. —La madre se levantó del sillón y caminó hasta encontrarse delante de la mesa—. ¿Quién carajo te dio permiso para irte a otra comunidad a estudiar?

—Ya lo hemos pillado —replicó Bel.

Algo que le dolió a Ben fue la rapidez con la que su hermana renunció al sueño de ser ingeniera mecánica y como se resignó a que, en cuanto cumpliera dieciocho y terminara el bachillerato, pasaría un año completo trabajando para poder ayudar a su familia y luego comenzar a estudiar en una universidad cercana.

Pero él no cedería a renunciar a la posibilidad de abandonar esa casa que tanto le enfermaba.

—Yo no lo he hecho —expresó enfadado—, para cuando tenga que largarme ya habré cumplido dieciocho. No vengas a tirarme putos absurdos, joder.

Hubo un enfrentamiento visual entre madre e hijo, incluso Silvia hizo el ademán de querer abofetear a Benny, pero se contuvo al recordar que podría desatar un drama. Bel, por su parte, se limitó a levantarse de su asiento y ofrecerle la mano a su hermano para que pudiera pararse, pues todavía no era capaz de sostenerse por su cuenta.

—Así como eres y estás, no vas a poder vivir sin nosotros y tan lejos —concluyó Silvia—. Además, ¿serías tan hijo de puta como para dejarnos?

Benny quiso responder, pero, al ver el rostro de su hermana, prefirió callarse, cogerla de la mano y ayudarse de ella para poder ir de regreso a su habitación. No miró a su madre, no quería hacerlo, porque consideraba todo lo que ella pensaba un absurdo del cual debía librarse si no quería acabar pudriéndose.

El día que Benny y Bel cumplieron dieciocho llegó sin que sus padres lo notaran, ya que se encontraban demasiado ocupados trabajando. Además, tampoco ayudaba que Bel se encontrara fuera del piso buscando trabajo por todo el pueblo. Únicamente eran Benny y su padre. Mientras el hombre veía televisión en el salón, el joven estaba sentado en el sillón más pequeño, lo desolaba el ambiente de su hogar y el que nadie estuviese emocionado por felicitarlo, pero se recordaba a sí mismo la sorpresa que tenía para Angie y se motivaba imaginando su reacción.

Llevaba tiempo ocultándolo, por algo no había querido verla desde la semana pasada y preparó todo para que ella no sospechara. La esperaba con impaciencia, con los brazos cruzados y una expresión seria en el rostro. Cuando el timbre de su casa se manifestó, subió las comisuras de sus labios, giró a ver a su padre y le hizo una seña de súplica para que fuera él quien se levantara a abrir.

Él aceptó, caminó desganado hasta la puerta y la abrió. Benny se mantuvo al pendiente, tenía la cabeza estirada y quiso saltar del sillón en cuanto vio a su novia en el marco de la entrada. La joven usaba un vestido corto y calcetas grises que sobresalían solo unos centímetros por encima de sus botines marrones. El maquillaje ya era el usual: piel mate y sombras oscuras.

—Ben —su padre giró la cabeza y le hizo una seña para que se acercara.

El mencionado se levantó del sillón sin esfuerzo alguno y caminó rápidamente hasta la puerta. Lo hacía sin apoyo alguno, sin estar sosteniéndose de muebles —como lo estuvo haciendo los últimos días—, y sin erguir su postura. Padre e hijo cambiaron de posición, Benny se apoyó en el marco ante los ojos de una impresionada Angie, y el hombre regresó a su asiento.

—¿Estás de coña? —dijo ella con estupor—. Pero ¿cómo?

Él le hizo una seña para que no hablara, no quería que su padre los escuchara y se metiera a la charla. Se aferró a la mano de su novia y la condujo con la misma seguridad lejos de la puerta, luego, cerró esta. Angie caminaba detrás de él, sin soltar su mano; Benny se dirigía a la salida del inmueble, quería acelerar el paso, pero todavía no podía darse el lujo de hacer eso, debía ir lento si es que no quería que todo se quedase en falsas ilusiones.

—¿Recuerdas ese día que viniste a visitarme al hospital y pude caminar un buen tramo sin sostenerme? —le preguntó sin girarse.

Se encontraban en la acera frente al edificio, el sol golpeaba sus caras, pero el viento sacudía sus cabellos y elevaba la basura de la calle.

—Sí, estabas flipando —respondió Angie, tenía la mirada fija en los pasos que daba su novio—. ¿Seguiste probando?

Benny se detuvo y giró sobre sus talones para tener de frente a Angie.

—No te conté, pero el doctor me dijo que siguiera haciendo pruebas en casa hasta que cada vez me costara menos equilibrarme —sonrió con orgullo por debajo de la mascarilla—. Por eso no había querido que vinieras en las últimas sesiones.

La joven, en lugar de decir algo, se aferró a él en un abrazo violento y asfixiante. Aquel gesto lo tomó tan desprevenido que tuvo que sostenerse para no caer al suelo.

—Cuidado, tía —expresó vacilante—. Todavía es fácil que me tires, pero voy por buen camino, ¿no?

—Es que joder... no me lo creo.

—Consigo todo lo que me propongo —dijo con un aire arrogante—. A veces la rodilla se me traba y no voy a poder nadar o volver a jugar fútbol, pero te había hecho una promesa.

—No te esfuerces de más —regañó, pegó su frente a la de él.

—Lo tengo bajo control.

—¿Lograste controlar a la conspiración?

—Algo así, ahora siento como si pudiera bajar la guardia, porque todo parece ir bien.

El cielo se pintó de tonos anaranjados, combinados con un sutil morado y la brisa de verano sacudía los cabellos de Benny, quien se encontraba abrazando a Angie con una mano, mientras en la otra tenía una lata de cerveza. Los jóvenes observaban a Tobías rasgar las cuerdas de una guitarra acústica. Kari asaba una salchicha junto a Esteban en la fogata y ambos trataban de calcular el punto ideal para poder comerla.

—Tío, ¿me prestas tu guitarra? —le preguntó Angie a Tobías.

El joven hizo una mueca y después le entregó el instrumento a su amiga. Benny la observó con intriga, siempre le gustó verla tocar cuando se encontraban en la soledad de la habitación de esta.

—Toca la que habla de los grandes desastres —pidió Benny, le dio un sorbo a su cerveza.

Ella pasó sus dedos por las cuerdas de la guitarra, tragó saliva e hizo el intento por concentrarse en la interpretación y no en quien se la enseñó. Sus labios temblaban y sin querer, rememoró esa tarde en la que visitaron la playa y Alexander les mostró por primera vez esa composición.

—Todo se ha vuelvo inefable, me confunde. Puede que sea una estrella muerta y nadie se haya dado cuenta. Y es que esto es indescriptible e indecible, a veces todos nos sentimos así. —Angie cantó con la misma tonada que Álex le mostró, luchando contra sus emociones y sus deseos de llorar—. No lo entiendo, quizá solo yo me sienta así. Soy una experiencia desastrosa. Y solo sé que los grandes desastres tienen que desaparecer para dar paso a la calma.

Para su suerte, el móvil de Kari empezó a vibrar, provocando que el resto del grupo hiciera una buya y se distrajeran.

—¡Es mi mamá! —les gritó enfadada la pelirroja tras colgar.

—Dile que nos traiga más birras —expresó Tobías, le arrojó una rama a la fogata.

—O quizás un Whisky —añadió Angie, soltó el instrumento, dejándolo con cuidado en el tronco donde estaba sentado su dueño—. Hay que pensar en grande, tíos. —Miró a donde se encontraba el río, a sus aguas cristalinas reflejar el morado del cielo.

—Qué va, es mi cumpleaños y me apetece más Vodka. —Benny estrujó la lata en sus manos.

—Todavía ni sois universitarios y ya estáis pensando como unos. —Esteban sacó la salchicha del fuego y le sopló para enfriarla—. Aunque dudo que tengáis tiempo para chorradas como fiestas y eso.

—Ya lo sé —masculló el festejado—, por eso, hay que aprovechar.

Angie apoyó la cabeza en el hombro de su novio.

—Aún os queda tiempo —resopló Kari—, creo que todavía faltan semanas para selectividad, con eso de que se atrasó todo por la cuarentena, ya perdí noción del tiempo.

—Me estoy cagando de nervios. —Tobías se metió uno de los malvaviscos de la bolsa a la boca—. Aunque me quedaré aquí, ya nada será igual.

—¿Nos echarás de menos? —Esteban hizo un gesto tierno para incomodar a su amigo.

Tobías le arrojó cerveza en la cara para hacer que se alejara. El grupo comenzó a reír a carcajadas, sobre todo cuando Esteban decidió vengarse y lo mojó con un vaso lleno de Coca Cola.

—Yo sí os echaré de menos —mencionó Angie después de que las risas cesaran—, vosotros sois unos capullos, pero como me mola veros.

—Benny, qué cursi es tu novia —expresó Kari—, no es como si fuéramos a desaparecernos y no pudiéramos visitarnos.

—¿A dónde iréis vosotros? —les preguntó Tobías a Angie y a Benny—. Recordad que el amor a distancia es una gilipollez.

—A la capital —se adelantó a responder ella—, él irá a ingeniería y yo a medicina.

Aunque lo último lo hizo dudando, ya que aún no superaba todo lo que le tocó ver durante el confinamiento. Tal vez, esa vida no era para ella. Por su parte, Benny frunció los labios, si bien lucharía porque así fuera, no se encontraba tan a gusto con que Angie lo viera como un hecho y no una posibilidad.

—Estoy viendo apoyos y eso —agregó él—, todavía no es seguro.

—Lo lograréis. —Kari alzó su cerveza, convocando un brindis de latas con sus amigos—. Y dejemos este tema que me causa una tirria asquerosa.

El grupo chocó sus latas, había sonrisas en sus labios, pero también una mirada que mostraba su incertidumbre hacia el futuro.

—Algo más —habló Esteban—, creo que como aspiramos a convertirnos en unos viejos aburridos y a todos creo que nos da miedo, podríamos aprovechar que todavía nos la pueden sudar algunas cosas. Ya estuvimos al borde de un coma por aburrimiento por culpa del encierro estos meses y a veces me pongo a pensar que ya nos vamos a extinguir.

—Vale, entonces como ya nos vamos a extinguir puedes irte a nadar al río con todo y ropa —bromeó Benny, sostuvo la mano de Angie.

El joven de ojos verdes observó dubitativo al manto acuífero, todavía había suficiente iluminación para poder hacerlo. Él, en un impulso, se retiró la camiseta y se zafó las zapatillas, acto seguido corrió al río y caminó en el agua hasta que esta le cubrió los hombros. Les hizo una seña a los demás para que se le unieran, era un absurdo y lo sabían, sin embargo, Tobías no tardó en dejar de lado su parte racional e hizo exactamente lo mismo.

Mientras, la fogata continuaba ardiendo, danzando al ritmo del viento del bosque y manteniéndose viva, así como el espíritu erróneo de una juventud confundida y atormentada por la incertidumbre.

—Si te apetece ve tú. No puedo nadar y no quisiera estorbaros —mencionó Benny señalando a la pelirroja—, ya sé que te mueres de ganas de nadar en ese río de agua helada.

—Yo solo lo iba a hacer si os animáis —objetó Kari—, es un absurdo si no somos todos.

—No vas a soportar estar con nosotros en lugar de con el tío que te mola. —Angie le lanzó una mirada burlona—. Ya sé que te mola Esteban.

Kari casi se ahogó con la cerveza que bebía, lo que hizo que Benny soltara una carcajada. Los amigos chocaron botellas una vez más, haciendo que la espuma subiera y tuvieran que beberlas rápidamente. Angie sacó su móvil y tomó una foto en donde aparecían los tres brindando con lo que quedó. Pronto la pelirroja se convenció de lo que realmente quería hacer, cogió valor y se retiró los zapatos al mismo tiempo que corría al lago.

Sintiéndose satisfecho, Benny se tiró en el césped, miró hacia arriba y se perdió un rato en un cielo que lentamente adquiría tonalidades más obscuras. El móvil del joven empezó a vibrar, brillaba dentro de su bolsillo y esperó un rato a que parara, no le apetecía responder las llamadas de su furiosa madre.

A pesar de la curva en sus labios, pronto una nube negra le pasó encima. Era la voz que se alimentaba de su autoodio, la que le gritaba cuán inútil y patético era, la que lo castigaba cada vez que hacía algo que no debía y la que le dijo: «¿Cuánto tiempo te durará este cuento de hadas? Las personas como tú no tienen finales felices».

—¿Qué tan cobarde sería irme a la universidad sin antes avisarles a mis padres? —preguntó él con desaire, prefirió hablar a seguir pensando.

—Mazo —musitó ella, se encontraba acostada también en el césped—, aunque también dudo si debería avisarlos o simplemente irme.

—¿Sabes? Nadie está de acuerdo con el modo en el que hago las cosas y eso me cabrea. —Cerró los ojos, permitiendo que su mente hiciera el trabajo de ensombrecerle el momento—. Mi madre quiere que me quede en esta comunidad y que pierda el año, a mi padre se la suda lo que pase, él solo está para obedecer y Belén solo quiere paz y por eso se dejó vencer a pesar de que todo el confinamiento estuvo peleándose con nuestra madre. Mis padres creen que todavía somos unos niños, pero hemos crecido y ya somos dueños de lo que nos pase.

—Crecer es una mierda.

—O lo asumes o esperas eternamente a que alguien coja ese lugar por ti.

—Nada tiene sentido —se levantó del césped y pegó las rodillas al pecho.

—No vale la pena afirmar que nada tiene sentido, este puto año me lo demostró. —Hizo lo mismo que ella, solo que estiró las piernas—. Los buenos momentos duran poco, lo malo una eternidad y no puedo detenerme a pensar en ese absurdo porque parece que hay una conspiración contra mi generación. Una que no solo nos mandó una pandemia, nos puso en aislamiento y trajo un montón de caos por todo el mundo, sino que también nos hace sentirnos insuficientes.

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