Capítulo 30

Irónicamente, los hospitales le causaban intranquilidad a Angie, quien no solo tenía padres que ejercían la profesión, sino que ella misma aspiraba a convertirse en una estudiante de medicina. Sin embargo, la razón de ese temor absurdo venía de la relación que hay entre un hospital y la muerte. Y lo primero con lo que la asociaba, era con su exnovio. Álex pasó sus últimos minutos en la sala de cuidados intensivos de un nosocomio, debatiéndose en un estado de inconsciencia si debía quedarse o no.

Por lo mismo, la joven llevaba días sintiéndose ansiosa y con paranoias revoloteando en su cabeza, a las que asimilaba con fastidiosos mosquitos que gozaban de un paseo por su podredumbre mental. Desde que habían internado a Benny, no podía conciliar el sueño, concentrarse en sus tareas del instituto o reírse con los comentarios subidos de tono que soltaba Tobías en su chat grupal. Lo único que la consolaba durante esos días era el mantenerse en constante comunicación con su tutor, además del hecho de que sus padres tuvieran horarios de trabajo más relajados.

Cuando Benny le mandó un mensaje para invitarla a estudiar en su habitación de hospital, un día antes de que fuera ingresado al quirófano, Angie lo dudó y llegó a la conclusión de que lo mejor que podría hacer era negarse. Aunque también recordó que el resto del grupo había ido a una corta visita antes y que tuvo que usar de pretexto el temor de sus padres a otro contagio. Pensó en lo desconsiderada que sería al no presentarse, y en lo mucho que eso desanimaría a un ya deprimido Benny.

Aquello la hizo cambiar de opinión, coger valor para encarar esos sentimientos abstractos, y también tener un motivo para volver a arreglarse como en los tiempos de Álex. Se maquilló los ojos a base de sombras oscuras, delineó la línea de agua con negro y se tintó los labios de rosa —aunque terminó cubriéndolos con una mascarilla—, sacó del fondo de su armario una minifalda a cuadros, un par de medias que le llegaban hasta los muslos y cambió las botas militares de siempre por un par de botines marrones.

Se gustaba a sí misma, era una Angie renovada que ya no parecía una muerta en vida, aunque se encontraba insegura ante la posibilidad de ya no gustarle a Benny. Y, de hecho, una vez estuvo frente a la puerta de su habitación en el hospital, calculó cuánto le tomaría ir al baño, quitarse todo lo que se puso encima, para después regresar y ser la versión que ya no le agradaba.

«Que te la sude, hoy te ves buenísima», se repitió. Antes de lo de Álex se sentía orgullosa de su estilo, de robar miradas de otras personas e incluso, se regocijaba en las bromas mal intencionadas que le hacían sobre consumir drogas.

Tomó una bocanada de aire y giró la perilla al mismo tiempo que recargaba su cuerpo en la madera para abrir la puerta. Lo que Angie se encontró fue a Benny sentado sobre una cama de sábanas blancas, él usaba el pijama, tenía el cabello alborotado y la cara sumergida en la pantalla de su móvil.

—Ni siquiera porque estamos en un hospital tocas la puerta antes de entrar —mencionó él con aire arrogante.

Ella frunció los labios detrás de la mascarilla, entró de lleno a la habitación y cerró la puerta con ayuda de su espalda. El sonido que hizo esta sacó a Benny de su burbuja y provocó que girara hacia su visitante. El joven abrió los ojos, sorprendido, e hizo una inspección rápida por la anatomía de su pupila, mientras, ella se encontraba tensa y reflexionaba sobre el método que debería usar para abrir la conversación.

—Estás hecho mierda —escupió Angie, después procesó sus propias palabras y cerró los ojos por la vergüenza.

—Gracias, me hiciste acordar que me operan en unas horas y que debo arreglarme para cuando me duerman con la anestesia —replicó sarcástico—. A ti te queda bien esa mascarilla púrpura.

—Pensé que sería mañana —expresó anonadada.

Ella se separó de la puerta, dejando atrás la inseguridad sobre su imagen y ocupando esa ansiedad en alimentar temores abstractos. Se sentó en la orilla de la cama y sin decirle nada a su tutor, colocó una mano en su mejilla y clavó los ojos en los suyos.

—Te he repetido infinidad de veces que no tienes que temer —mencionó con serenidad.

—De todos modos, me pone nerviosa. —Bajó su mano con pesadez y la azotó con la cama—. Te van a dopar por completo y lo que viene...

—Si sigues con eso voy a terminar arrepintiéndome —la interrumpió. Puso la mano encima de la de ella—. Y eso implica que no vuelva a caminar por mi cuenta, que no hagas selectividad y que te cabrees conmigo y dejemos de hablarnos.

—Tengo miedo de que algo te suceda.

—Si un autobús que me pasó encima no me mató, menos lo hará una cirugía. Y te recuerdo que me han hecho montones de ellas —le dio un leve golpe en el hombro con el puño—, me tendrás puteándote mucho rato, cálmate.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —se tiró en la cama con violencia, haciendo sonar la hebilla de metal de su cinturón—, es como si yo te dijera: «¿Cómo que no puedes caminar sin un bastón? Eso está en tu mente, piensa que puedes hacerlo y estarás corriendo en segundos».

—Perdona. —Él también se acostó, giró su cuerpo y quedó frente a frente con Angie—. No debí haberte pedido que vinieras, si quieres, puedes volver a casa. Estoy un poco harto de solo estudiar y hacer tareas.

—Me la suda lo del insti, yo quería estar contigo. Es lo menos que puedo hacer. —Torció la boca, movió la mano y la acomodó en la cintura del chico.

—Antes me ganó el ego de tutor y por eso te llamé —vaciló, acarició con los dedos el rostro de Angie.

—Cállate, yo sé que es porque me quieres —objetó.

—¿Y tú te aprovechas de que te quiero?

—¿Insinúas que soy una cabrona y que te uso solo para tener mejores notas? —Fingió indignación.

—Quizá. —Apretó los labios y formó una mueca graciosa.

Angie le dio un empujón y frunció el entrecejo. No era un gesto hecho en broma, porque realmente le ofendía que no pudieran hablar en serio de lo que sentían. Ya había estado mucho tiempo reflexionándolo en el encierro, necesitaba poner toda esa paja mental en palabras.

—De que eres una cabrona lo eres, pero por pegarle a un convaleciente a punto de entrar al quirófano. —Benny picó una de sus mejillas.

—Somos un par de cabrones desdichados. —Encogió los hombros—. Por eso nos empezamos a hablar.

—¿Hubiera sido lo mismo con cualquier quejica dispuesto a acompañarte? —preguntó.

Fue un tono que ella no supo si interpretar como juego o duda real y se limitó a acomodarse para recargar la cabeza en el pecho de Benny y después cerró los ojos.

—Eso no quita el hecho de que te quiero de un modo inmencionable —susurró Angie, repitiendo las palabras de esa primera vez en la que se dijeron como se querían.

Benny lanzó un suspiro y acarició su mejilla. La joven se dejó llevar, se retiró la mascarilla y no hizo ningún movimiento, permitió que el contacto la relajara y la hiciera olvidar que se encontraba en un nosocomio. Siguiendo sus impulsos, ella abrió los ojos y miró fijamente a los de él, también abrió ligeramente los labios, indicándole que era el momento de besarse.

Y eso hizo el joven. Atrapó la boca de ella usando la suya y profundizó el beso tomando sus mejillas, mientras Angie se abrazó con fuerza a su cintura.

—¿Puedo pasar? —preguntaron del otro lado de la puerta. Era la voz de Bel.

Ambos detuvieron el contacto, pero antes de que pudieran responderle, Belén abrió. Angie empujó a Benny para alejarlo ante la mirada burlona de la melliza.

—Iré a comprar algo en la cafetería —mencionó Angie con prisas.

Ella bajó de la cama, sacudió su falda y prácticamente flotó hasta la salida, para después desaparecer sin dejar más que el halo de su presencia.

—Vuestro juego de somos, pero no somos pareja me cabrea —expresó Bel al mismo tiempo que miraba a la salida—. Vosotros os gustáis y eso es más que obvio.

—Todos me han estado jodiendo con eso desde hace meses .... —Él apretó el tabique de su nariz—. Tenéis razón, ella me mola y mucho. Joder, hoy está guapísima. Por eso creo que lo ideal es dejar morir esto para evitar que siga haciéndose más grande. No he terminado del todo con Lis.

—Eres un cabrón. —Bel le dio un golpe a su hermano—. Casi os besáis y siempre os miráis como si estuvierais a punto de follar. Deja de auto engañarte. Si te preocupa Elisa, solo déjala.

—¿Ya viste con quién estás hablando? —«Soy el puto rey del autoengaño»—. Es difícil enterrar algo que estuvo vivo mucho tiempo y Angie no está precisamente bien. —«Y yo tampoco».

—Entiendo que no quieras dar el siguiente paso, te da miedo su fragilidad y prefieres quedarte en el estatus quo de tu noviazgo en pausa, pero al menos deja la relación con Elisa definitivamente, es como si tuvieras dos novias a medias y eso te hace un saco de mierda. Y si puedes, dile a Angie lo que sientes. ¿Tanto te asusta ser rechazado por una tía a tus casi dieciocho?

«Todo tipo de rechazo en general», corrigió él en su mente.

Los tacones bajos que usaba Lis generaban un ruido que Ben era capaz de reconocer. El zapateado no era algo especialmente peculiar, pero él había pasado tanto tiempo caminando a su lado que volvía una tarea difícil no identificarlo. Era gracias a ese tipo de calzado que Lis podía igualarlo en estatura, diferenciándose por completo de Angie, quien, a pesar de la discapacidad de Ben, solo le llegaba un poco más arriba del pecho, eso hacía que cada vez que ella se recargara pudiera escuchar el frenesí de su corazón.

La joven abrió la puerta de la habitación con una calma que sorprendió a Ben. Aunque, él se lo atañó al hecho de que yacía en una cama de hospital a horas de entrar al quirófano. Se llamó a sí mismo aprovechado y cobarde, pero era lo que le quedaba para hacer menos dramático el asunto. En un nosocomio, no podrían hacer el mismo caos que la primera vez que se dejaron.

En lugar de saludarse con un beso en los labios o con uno en cada mejilla, Lis solo le hizo una seña con la mano y achicó los ojos, como forma de mostrarle una sonrisa aun debajo de su mascarilla rosa.

—¿Cómo sigues? —preguntó ella, se sentó en el taburete junto a la cama.

—Creo que bien, aunque me estoy empezando a aburrir y ya sabes cómo me pongo cuando pasa eso, no sé cómo no enloquecí en la cuarentena.

—Toda una contradicción que te enfade pensar. —Rodó los ojos—. ¿Me hiciste caso y buscaste un psicólogo? ¿Al menos uno que diera consultas en línea?

Ben resopló y hundió la cabeza en la almohada.

La última vez que hablaron él se puso bastante fatalista con respecto a su futuro, a su presente y también a su pasado. Llegó a mencionarle lo mucho que le gustaría disolverse dentro de un vaso de agua para no volver a estar solo con sus pensamientos. Al final del monólogo, él le dijo a Lis que se encontraba demasiado roto y le propuso darse un tiempo con la relación, cosa que ella aceptó, agregándole la recomendación de tomar terapia.

—Eso no es problema —respondió fastidiado—, ya estoy tomando antidepresivos. Ese día solo estaba raro, fue un mal día de Ben.

—No soy experta, pero creo que deberías completar una cosa con otra —sugirió preocupada—, me sigue angustiando que suceda contigo.

—Te has encariñado conmigo, así como lo haces con un juguete viejo y que no quieres tirar, aunque no tenga más utilidad que ser un adorno.

—Con esa frase solo me das la razón.

—Las cosas volverán a acomodarse a cómo eran antes —afirmó con fingida motivación—. Además, creo que yo también te he tratado como un juguete viejo.

—Me halagas. —Puso una mano en su pecho e hizo un gesto dramático—. Siendo seria... ya sabía que me pediste que viniera para eso.

—Tenemos el cadáver putrefacto de lo que fue nuestra relación.

—Y hay que sepultarlo antes de que el hedor sea insoportable o nos pase una enfermedad —completó—. Terminemos con esto y juremos no volver a buscarnos, tú quieres a Ángela.

—¿De dónde sacas eso?

—Sé reconocer cuando te gusta una tía, porque yo también estuve en ese sitio.

—No te dejo para ir corriendo detrás de Angie, ni siquiera podré estar de pie durante un par de semanas.

—Benjamín Franco, sé serio —le reclamó—, ya sé que te mola ella, casi os vi besaros el otro día. Solo no tomes lo que puede pasar a la ligera, digo: ¿crees que estar con Angie ahora sea lo ideal?

—¿Clara te contó lo de Álex? —cuestionó incómodo.

Lis asintió. No era algo que ella quisiera saber y, de hecho, se sentía mal consigo misma al tener esa información, porque era perpetrar su intimidad.

—He podido ayudarla todo este tiempo —respondió la pregunta de su exnovia.

—Si no tratas tu problema se te va a hacer un lío.

—Lis, no tengo un problema. La cirugía va a salir bien, voy a caminar como antes otra vez, podré ayudar mejor a Angie, me irá de puta madre en selectividad y dejaré mi casa para irme a la ciudad a estudiar.

—De momento haré como que te creo.

—Gracias. —Alzó los brazos, mostrando su hartazgo.

—Entonces, ¿este es el adiós? —se levantó del taburete.

—Tenemos que desechar este muerto viviente.

—A pesar de todo no fue tan malo, ¿verdad?

—Para nada, excepto por la parte en la que te follaste al exnovio de tu ex mejor amiga.

—Tú me has estado engañando todo este tiempo con Angie, tuviste una mejor venganza. —Subió una ceja—. Se equilibró la balanza. Adiós, Benjamín.

—Adiós, Elisa.

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