Capítulo 24

Un año antes

Aunque lo que tomó se combinó haciendo que viera el mundo distorsionado, su mente alcanzó a retener las palabras de Sara y analizarlas con detalle. Había mandado a su mejor amigo a follar con un joven que apenas conocía y sin encontrarse en cinco niveles de cordura. Álex tenía la desgracia de saber lo que implicaba eso y las secuelas que dejaba. Lo experimentó a los trece años, cuando se coló a una fiesta de los de último año de secundaria, y ellos creyeron que sería gracioso obligarlo a beber de todo y él pensó que así conseguiría sentirse parte de ese grupo.

Sara chasqueó los dedos delante de él, haciendo que saliera de aquellas memorias. Ella sostenía una botella de Vodka y la sacudía enfrente suyo. Álex quiso moverse para alejarse de ahí e ir en busca de Dani, sin embargo, Sara se aferró a su brazo y le sonrió con malicia. Giró a su alrededor, tenía las miradas de muchos de esos extraños encima y estos le aplaudían para que se empinaran en pareja lo que quedaba de alcohol.

Era una escena muy similar a la de su primera fiesta a los trece años.

La joven fue la primera en beber, recibiendo el aplauso del resto, Álex era preso de su propia ansiedad, veía los rostros de las personas que lo rodeaban distorsionados y se sentía incapaz de escapar. Ella le pasó la botella y bebió cuando todos gritaron «¡fondo!».

Al terminar el contenido, la joven lo cogió por una muñeca e hizo que alzara el brazo en señal de triunfo. El poco grado de conciencia de Álex le sirvió para recordar que tenía algo que ocultar en esa parte de su cuerpo, se quitó a la joven con brusquedad y pudo arreglárselas para inmiscuirse en la multitud y correr en dirección a las escaleras. Como tenía más sustancias dentro, el mareo le impedía subir muy rápido, por lo que tuvo que apoyarse del barandal para no caer.

Una vez arriba, se encontró con un grupo en el pasillo que compartía un porro mientras jugaban a preguntarse cosas sexuales. Buscó el baño con la mirada y parte de su malestar se atenuó al verlo abierto. Ayudándose de la pared, logró llegar hasta allá y después cerrar la puerta. Lo primero que hizo fue acercarse al lavabo y abrir la llave para mojarse la cara. Aunque eso no fue suficiente, porque el suelo seguía moviéndose bajo sus pies.

Caminó hasta la ducha, abrió ambas llaves y con todo y ropa, dejó que el agua le cayera encima. Sin querer, resbaló con una barra de jabón del suelo y se cayó de espaldas, la caída no fue brusca gracias a que se aferró a las cortinas. Terminó sentado en la ducha, mientras el líquido no dejaba de caer con violencia, así como los vívidos recuerdos de esa noche en la que creyó que podría sentirse mayor si hacía todo lo que le decían.

«¿Puedes caer más bajo?», se preguntó a sí mismo.

Afuera alguien tocaba la puerta con urgencia. Haciendo lo mejor que podía, se levantó, cerró la llave y después caminó con torpeza a abrir. Una joven entró, lo jaló hacia afuera y solo la escuchó dar arcadas por el vómito. Álex agradeció el haber recuperado niveles de consciencia y deambuló por los pasillos de esa mansión en busca de Dani. Cerca del final, se encontró con las escaleras a una terraza e incluso escuchó a algunos celebrando ahí.

Justo en la puerta de al lado, vio a Hugo salir con una sonrisa radiante y los cabellos rubios despeinados. Frustrado, Álex corrió hacia el cuarto para hallar a Dani sin camisa, acostado boca arriba y observando al techo.

—¡Perdóname, tío! —exclamó Álex con arrepentimiento—. ¡Hay que regresar a tu casa!

—¡No! —respondió efusivo—. ¡Esto es quizá lo mejor que me haya pasado en la vida!

Álex se dejó caer al suelo y puso una mano sobre su rostro.

—¿Sabes? —Dani se sentó en la cama—. Nunca había follado con un tío, y no sabía qué hacer, pero...

—¿Lo recuerdas todo? —interrumpió angustiado.

Aquello era de lo que más le preocupaba a Álex. No le deseaba a nadie el pasar por los mismos ejercicios de memoria que tuvo que hacer para recordar algo más que las súplicas que le hizo a la joven para que lo dejara en paz. Solo sabía que él fue un objeto desechable con el que divertirse.

—¡Todo! —Hizo una pausa y miró con estupor a su amigo—. ¿A ti qué te ha pasado?

—Nada importante. —Cerró los ojos y trató, por millonésima vez, el tomarse lo que sucedió esa noche a sus trece años como una broma y no como un hecho traumático.

—No sé qué va a pasar si es que mis padres llegan a enterarse de que follé con un tío —mencionó Dani con menos ánimo.

—A mí me parece que son bastante comprensivos. Por algo dejan que me quede cada vez que hay líos en mi casa.

—Lo sé —bufó—, pero tengo la sensación de que, si yo me salgo de su plan, habré arruinado todo.

—¿Ese plan con el que nos han engañado a todos cuando éramos críos?

—No sé si hablamos de lo mismo.

—¡Ya sabes! —Alzó los brazos con efusividad—. Cuando somos niños se nos promete la vida perfecta. Que al tener menos de dieciocho encontraríamos nuestra vocación perfecta, que entraríamos a la universidad perfecta, tendríamos el trabajo perfecto, una pareja perfecta, el coche perfecto y formaríamos una perfecta familia.

—¡Y es pura mierda! ¡Quiero hacer algo distinto a lo que me dijeron que debía de hacer!

Álex movió su cuerpo para acostarse de lado y acercó el pulgar a su boca.

—¿Crees que estoy loco? —le preguntó a su amigo.

—Desde la tarde que estás insistiendo con eso. No pienso que estés loco, solo no razonas bien las cosas, pero ya vi que no es como si yo las pensara mejor.

—Me quieren meter a uno de esos lugares para ya sabes... —Tomó una bocanada de aire— sanar mi cabeza.

Dani abrió los ojos, impresionado, y comprendió el porqué de la actitud de su amigo.

—Dicen que me haría bien, que voy a mejorar, pero ¿y si ni aun así mejoro?, ¿y si soy un desastre incorregible?

—Tío, no entiendo mucho de lo que puede pasar ahí, pero quizá te encuentres a ti mismo ahí o qué sé yo.

—Aunque si ni siquiera sé quién soy —expresó frustrado—, y dudo que algo así suceda. ¿Te has encontrado a ti mismo hoy?

—¿Será eso una falacia de la autoayuda? —se preguntó Dani.

—No lo sé y no quiero intentarlo.

Era de esperarse que una fiesta tan ruidosa a tales horas de la madrugada hiciera que los vecinos levantaran reclamos a la policía y que estos no tardaran en mandar una patrulla. Cuando Álex y el resto de los que celebraban en la terraza vieron el coche merodear la casa, bajaron corriendo por las escaleras. Por inercia, el joven permitió que Sara le cogiera la mano, ya que esta se encontraba más sobria y creyó que así no se perdería.

Ambos aprovecharon la confusión para encerrarse en una habitación. Lo primero que hizo ella fue tirarse sobre la cama, mientras Álex se asomó por la ventana, observando como otro de los tantos desconocidos de esa noche intercambiaba unas palabras con el oficial de policía y después como le entregó algo para que se marchara. Una combinación entre el hartazgo y la pesadez se había apoderado de él, cerró la cortina y se tiró en la cama junto a Sara. Estaba seguro de que no quería bajar otra vez a repetir el ciclo de emborracharse para evitar el bajón emocional, sin embargo, tampoco podía quedarse dormido.

—Hay algo raro en ti —dijo de repente Sara.

—Realmente nada, soy simplón —respondió, no dejó de mirar al techo.

—Vayamos abajo por algo. —Sara sujetó su mano para jalarlo, sin embargo, él no se movió—. ¿Ya te vas a dormir?

—Ojalá pudiera.

Soltó su mano y se dispuso a levantarse de la cama, pero Álex se aferró a ella, necesitaba evitar que se fuera. Sara giró y lo observó con estupor.

—No me dejes —pronunció Álex, lo hizo en voz baja, pero con una melancolía tangible—, por favor, no te vayas.

Acomodándose de nuevo, Sara se las ingenió para ponerse encima, él se dejó llevar e incluso puso las manos en su espalda. Ella se agachó, Álex la abrazó con fuerza, necesitaba contacto, una muestra de cariño. Sara sonrió, ambos acercaron sus rostros y concretaron un lascivo beso. Las manos de Álex se deslizaron por la espalda desnuda de su compañera, la acarició bajo la ropa, y a pesar del frío, comenzó a abochornarse, mientras Sara puso las manos sobre su pecho y se frotó contra su pelvis, sintiendo el miembro erecto de él.

Álex se alejó, se dijo a sí mismo que era suficiente, sin embargo, la mano de Sara acariciando su entrepierna sobre el pantalón hizo que ignorara esos pensamientos.

Al despertar, Álex miró a su alrededor, a la soledad en la que se encontraba en esa habitación, confirmándose que Sara se fue, tal y como esa otra joven a sus trece años decidió abandonarlo después de solo utilizarlo. Al igual que esa vez, su cabeza dolía y pesaba, estaba sin más prenda encima que su bóxer y, a pesar de no tener fuerzas, los deseos de vomitar ganaron. De un salto corrió al baño y vació todo lo que ingirió en el escusado, acabó sosteniéndose de ahí, con las rodillas puestas en el suelo. Cuando se miró en el espejo después de enjuagarse el rostro, se encontró a sí mismo ojeroso y demacrado, como un auténtico despojo humano.

Salió del baño a pasos desganados, con el cabello escurriendo y con un sabor asqueroso en la boca. Cogió sus ropas del suelo y comenzó a vestirse, su mente estaba en todos lados y a la vez en nada. Tenía numerosos recuerdos de lo que pasó anoche, así como lagunas mentales.

«Doy asco».

Estaba arrepentido, ahora su cabeza dolía, tenía ascos y apostaba a que pronto volvería a vomitar. Ni siquiera sabía dónde estaba Dani y pensó él lo dejó varado ahí por ser patético. Álex revisó los bolsillos de sus vaqueros, y se extrañó al ver que tenía el móvil de su amigo. Presionó el botón de en medio, había mensajes de los padres de Dani, así como llamadas perdidas de estos. Y, por último, un mensaje de su novia.

[Angie C: ¡Tío! Dile a Álex que quiero hablar con él otra vez cuando estemos más calmados. ¿Sabes? Lo amo por siempre.]

Al leer la última oración, tuvo una ruptura interna provocada por la culpa, misma que después se transformó en una sensación de desesperación que impedía todo pensamiento lógico. Tenía ganas de arrancarse los cabellos o de golpear la pared hasta dejar sus nudillos sangrando, únicamente quería hacerse daño. Las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos azules, mismas que solo dejaba escapar durante las noches en las que sus pensamientos de odio podían más.

—La engañé... —musitó.

Aunque tenía ganas de gritar no podía hacerlo. Su voz interna le repitió lo mierda que era, lo poco que valía como persona y el favor que le haría al mundo si lo librara de su presencia. Siempre rechazó duramente a su padre por haber engañado a su madre, y ahora, él se encontraba en la misma posición.

«¡Lo único que sé hacer bien es dañar a los demás!».

Su llanto mutó en rabia, el odio a sí mismo estaba en su máximo nivel, los deseos de acabar consigo reaparecieron, ya no era capaz de contenerlos y saciarlos con notas que después desecharía. Tenía la aguda necesidad de escapar, disolverse y desaparecer de este mundo.

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