Capítulo 23
Un año antes
Álex controló las ganas de estrellar el teléfono contra la pared o de romper cualquier cosa que estuviera a su alcance. En lugar de hacer eso, apretó con fuerza los puños, enterrándose las uñas y causándose dolor. El aroma de la carne y los macarrones penetró su nariz. Abajo la familia que lo acogió cenaba, y pensó en que lo menos que debería hacer era ir para no angustiarlos. Antes de salir, entró al baño a mojarse el rostro, sin mirarse en el espejo, porque tenía pánico a encontrarse con un extraño en decadencia.
Como no se preocupó en secarse la cara, llegó al comedor escurriendo, lo que llamó la atención de la familia. Sin importarle las miradas, se sentó en la esquina, en el lugar que designaron como suyo. El padre de Dani ya había regresado de la oficina, saludó al invitado con una seña y dedujo el motivo de su visita con solo verle.
—¿Y cómo te va con el curso? —le preguntó la mujer a su hijo.
Dani se sirvió agua y bebió de ella para no responderle.
—Se ha decidido por estudiar Leyes —le explicó el hombre a Álex, se estiró para coger un pedazo de pan—. Le apasiona bastante.
Los jóvenes compartieron una mirada incómoda. Dani porque su padre afirmaba algo sin saberlo y Álex porque ya sospechaba.
—Sé que todavía no acabas el primer año, pero ¿en qué te matricularás cuando termines bachillerato? —cuestionó el padre.
Álex frunció los labios, maldiciendo el momento en el que el pánico le ganó en el escenario y dejó de ser tan fácil responder ese tipo de preguntas. Antes de ese incidente, ya tenía planeado su futuro: iría al conservatorio y lucharía por convertirse en un violinista destacado. Sin embargo, ahora solo veía su porvenir como un pasillo oscuro y sin fin, cuando pensaba en él, se volvía de nuevo el niño pequeño a quien le daba terror adentrarse.
—No sé qué me gustaría hacer en un futuro. —El joven ocultó sus ansias, jugando con la comida y moviendo los pies.
Ignoró la conversación, sus pensamientos continuaban torturándolo. Necesitaba distraerse y alejarse de estos, evadirse como ya sabía hacerlo, porque no se sentía capaz de soportarse a sí mismo.
—¿A qué hora nos vamos a la reunión en casa de tus amigos del curso? —Álex le preguntó a Dani.
El aludido lo observó con estupor. Ya conocía sus manías y trucos, y también lo que solía hacer en esos momentos de tensión.
—¿Tan rápido ya os lleváis tan bien? —inquirió la mujer, clavó el tenedor en un macarrón.
—He aprendido que no me vendría mal conocer mejor a mis compañeros —mintió Dani, forzó una sonrisa.
—Yo digo que no hay lío alguno si os vais —aseguró el padre.
Álex se sintió satisfecho, todavía tenía la capacidad de manipular las situaciones a su antojo.
El padre de Dani confiaba tanto en su hijo que le permitió llevarse el coche sin aún tener el carnet, pensó que se trataría de una distancia corta y que no tendrían que manejar muy tarde de regreso. Álex se encargó de mentirles con que la reunión sería una especie de pijamada para ver series y conocerse. Una chorrada que la inocente familia de su mejor amigo creyó a falta de experiencia con una persona tan falsa como él.
—No puedo creer que iremos a casa de ese tío que no conozco. —Dani tenía las manos sobre el volante y no despegaba la vista del frente, su postura era tensa.
Álex asomaba la cabeza por la ventana, dejando que el helado viento azotara su rostro. Las luces de la noche le abrumaban por el contraste entre el gris insípido que predominaba en la paleta de colores de su vida diaria.
—Ellos estaban tan pirados que me metieron a un grupo de WhatsApp en donde un tío invitaba a todo el que le apetecía —siguió relatando el joven que conducía.
—¿Me lo dices para que me dé miedo ir y te pida que regresemos? —Álex volvió dentro y cruzó los brazos.
—No sé cómo te has inventado ese cuento de la reunión, parecía que hablabas de una reunión de críos de primero de secundaria. En realidad, iremos a una fiesta en donde fijo que habrá más de ochenta personas.
—Soy el mejor mentiroso del mundo —replicó, intentando aparentar orgullo, aunque su sonrisa era amarga.
Si bien nadie confiaba del todo en él, no dejaba de ser un experto en ponerse una máscara e interpretar un papel opuesto a quien era en realidad.
Dani tomó una bocanada de aire y se dejó guiar por su móvil hasta el punto de reunión, aunque, comenzaba a aterrarse por la ausencia de luces y por lo cerca que estaban de uno de los barrios marginales de la ciudad. Ya había salido de fiesta muchas veces antes, también a numerosos botellones de los que no recordaba casi nada, pero no conocía bien la zona y estaba por entrar a una fiesta llena de desconocidos.
Cuando la aplicación les indicó que habían llegado, el nerviosismo de Dani aumentó. Con pavor a un robo, estacionó el coche en el único poste que iluminaba la calle. Al bajar, se percataron de que no había nadie caminando y, de no ser por la música electrónica que se escuchaba en la esquina, ambos podrían jurar que se trataba de una broma.
Mientras Dani caminaba tenso, Álex lo hacía con los brazos cruzados, sin un ápice de temor o desconfianza. Incluso aceleró el paso por la urgencia de llegar a la fiesta. El joven corrió para alcanzarlo y no quedarse en la intemperie.
—Tío, ¿cómo lo haces? —preguntó confundido. Miró a todos lados con paranoia, para comprobarse que no hubiera algún delincuente.
—¿Hacer qué?
—Actuar como si no te interesara lo que pueda ocurrir aquí —mencionó, había una combinación de estupor y temor.
Si algo no lograba explicarse Dani, era cómo Álex podía andar por las calles oscuras de un lugar que desconocía y tenía pinta de ser inseguro; además de manipular y mentir sin que pareciera preocuparse. El padre de su amigo murió víctima de un delincuente, sería más que congruente que despertara una que otra paranoia.
—Cuando actúo así no pienso en mi seguridad —replicó sin titubeos, se giró y detuvo en seco—, en realidad me la suda lo que ocurra conmigo.
Era lo que le sucedía cada vez que tomaba una decisión al azar sin detenerse a pensar en las consecuencias. Era un impulso que no lograba controlar, solo lo hacía y ya. Se dejaba envolver por lo que deseaba y no por lo que de verdad necesitaba. Sin embargo, al darse cuenta después de que lastimaba a los que se preocupaban por él, una culpa atroz lo invadía.
Esa era la razón por la cual Álex se sentía miserable; porque vivía y se cuidaba por otros, no por él.
Un grupo de jóvenes en un sillón próximo les hicieron una seña. Eran compañeros de Dani y querían integrarlos. Álex señaló con la barbilla hacia el lugar que les aguardaban, pero al no ver iniciativa de su amigo, decidió caminar y ser quien guiara en esa ocasión. Muy distinto a sus primeras fiestas juntos, cuando era Dani el que le mostraba qué hacer o cómo beber sin lucir anormal.
El joven sintió los pasos de su amigo detrás, sonrió de lado y se detuvo en seco frente al sillón, donde un grupo de tres jóvenes compartían un Bong y bebían de una botella de Whisky.
—¿Quién ha seguido a quién? —interrogó uno de ellos, tenía un vaso rojo en la mano izquierda.
—Lo he traído para que transporte mi inconsciente ser a casa —replicó Dani, se sentó en la orilla del sillón.
—Tío, pero quedamos que sería al revés —intervino Álex, como ya no había donde sentarse, se acomodó en el brazo del sillón.
Sin preguntar, Álex se estiró para arrastrar el Bong y fumó de la boquilla. No sabía qué sustancia era, aunque tampoco le interesaba. A pesar de estar incómodo, su amigo hizo lo mismo, pero fumó con tal torpeza que acabó tosiendo.
—¿Y eso que te has dejado ver? —lo cuestionó otro joven, era obvio que se encontraba en menos de tres sentidos—. No creí que fueras a venir, siempre estás callado en clase.
Álex se extrañó al escucharlo, pues aquella descripción no coincidía con la del Dani que conocía, aquel que siempre tenía un plan para dejar de aburrirse.
—Qué va, solo la clase es muy cutre —contestó el aludido.
Alguien del grupo les sirvió a ambos Whisky en vasos rojos con algo de Coca Cola. Mientras Álex se bebió la mitad de golpe, Dani solo dio un sorbo y miró con un aire melancólico a una pareja bailando encima de una mesa antigua.
—¡Tío, se te va a caer la baba! —expresó el más borracho—. ¿Te mola Sara?
Dani giró y sintió cómo su rostro se tornó colorado. Mientras tanto, Álex dirigió la mirada hacia la mencionada, dándose cuenta de que se trataba de una muchacha de cabellos pelirrojos y rizados, sin embargo, no tardó en mover su atención al rubio que compartía con ella.
—Que no —negó Dani—, ¿por qué lo decís? —intentó defenderse, después se empinó el vaso.
—No te desanimes, tío. —El joven del vaso rojo lo rodeó con el hombre—. El chaval que está con ella no es su novio, es su mejor amigo y ya todos aquí sabemos que es gay.
Álex bebió lo que quedó en su vaso, giró hacia Dani y dedujo que aquellas miradas no se dirigían a la pelirroja, sino al rubio que bailaba y movía la cabeza en un interminable frenesí. Las luces neón empapaban sus figuras haciendo que estas se fundieran y adquirieran un aspecto casi fantástico. De nuevo, preso de una decisión impulsiva, le dio un golpe a su amigo con el codo y después se levantó del sillón.
Dani prefirió seguirlo, aunque tenía un gesto relajado en su rostro por haber fumado del Bong, pronto este desapareció al ver que su amigo se subía a la mesa a acompañar a esa pareja. Álex le hizo una seña para que también subiera, y aunque se negó al principio, al ver que el joven de cabellos rubios lo animaba, tragó saliva e hizo como pudo.
Se sentía ridículo y lo era, pero Álex había subido con la intención de ayudarle a su amigo, y con la de perderse haciendo absurdos. No sabía bailar bien, pero empujó a Dani para que se acercara a su objetivo, mientras él prefirió entretenerse moviéndose al compás de las luces y compartiendo risas con la pelirroja. Después de un rato, acabó con las manos sobre sus hombros, observando como su amigo saltaba de la plataforma junto con el rubio.
Sabía que debía darle seguimiento a lo que había provocado, por lo que bajó también y caminó hasta donde ellos se dirigían, eso sí, tenía detrás a Sara pisándole los talones. Dani y el rubio se habían arrinconado en una pared, charlaban con vasos rojos en manos y reían. Álex se les unió una vez acabó de servirse también y una persistente Sara apoyó la barbilla en su hombro.
—Álex, él es Hugo —los presentó Dani, movía con tal ansiedad el vaso que dejó caer unas gotas.
Ambos se saludaron con un apretón de manos y Sara solo se burló de la torpeza reflejada por ellos. Para evadir su participación en la charla, Álex invitó a la joven a una competencia en la que ambos debían beberse de fondo el contenido de sus vasos. Mientras, Dani continuaba evadiendo la mirada de Hugo.
—¿Tengo algo en la cara? —preguntó Hugo entre risas.
Álex y Sara abrieron los ojos tanto como pudieron, intentaron ser discretos para no arruinar el ambiente, pero se les complicaba reprimir sus risas. No se notaba el colorado del rostro de Dani por las luces, sin embargo, era un hecho que se encontraba avergonzado.
—¡Qué pringado! —expresó Sara—. ¡Le pareces mono, joder! —respondió por su amigo y se soltó a reír.
Dani se quedó catatónico y Álex solo le dio un empujón para que reaccionara.
—Fijo que sí —pronunció con timidez, aunque, parte de lo que había tomado le hizo perder algo de inseguridad a mostrarse como en realidad era.
Sara y Álex hicieron un gesto triunfante al ver que Hugo le ofrecía su mano a Dani. Los jóvenes caminaron entre aquellos que jugaban beer pong y pasaron junto a una pareja de heterosexuales que se tocaba cerca de la escalera. Relajándose por el éxito de su movida, el joven compartió un cigarro con Sara y dejó que esta continuara recargándose en él.
—Coño, no puedo creer que Hugo haya conseguido con quién follar tan rápido —mencionó la joven entre risas.
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