Capítulo 21
A pesar de haber pasado un año, no dejaba de ser duro para Dani estar frente a esa lápida con el nombre de Álex grabado y ver cómo algunas personas se acercaban a dejar flores y a darles el pésame a él, a Angie y a Paola. En su mayoría se trataba de antiguos compañeros del instituto o de la escuela de música a la que asistía el joven en vida, todos acompañados por sus padres.
Muchos de ellos probablemente se presentaron al funeral el enero pasado, pero Dani estuvo con la mente ausente ese día, de modo que le era difícil recordar los hechos. Tenía una laguna mental enorme, solo sabía que estuvo ahí, pero todo parecía como si fuese parte de una película a la que no prestó atención.
Un detalle que no pasó desapercibido para el joven fue el hecho de que Álex tuviera esa cantidad de amigos en vida. Eran populares, tanto en secundaria como en bachillerato. Iban a fiestas a menudo y también a botellones, no faltaba quien quisiera estar con ellos, pero, a la hora de la verdad, él nunca dejó de sentirse como una estrella muerta en la nada, y ahora, Dani compartía esa sensación. Estaba solo. Sin nadie con quien hablar de cómo se sentía y del secreto que le había revelado a Paola.
Así como la máscara que Álex se puso para ocultar su vulnerabilidad nunca se cayó, la de él tampoco lo hizo. Dejó de ser el Dani fiestero y extrovertido, pero no por eso era transparente con su debilidad. Era más sencillo para él hacer lo que le aconsejó Angie y engañarse a sí mismo. Solo le quedaba eso, continuar aparentando fortaleza, mostrarse serio delante de la fosa en la que yacían los restos de quien fue su mejor amigo, y continuar saludando a viejos compañeros del instituto, que iban con la buena, pero vaga intención, de honrar su recuerdo dejando ramos de flores.
Al ver la cantidad de ramos y adornos colocados sobre la lápida, Dani se preguntó repetidas veces si a Álex le hubiesen gustado esas flores. La única vez que ambos tuvieron una charla relacionada con eso, fue cuando él le preguntó qué tipo de flores debería darle a Angie como regalo por haber cumplido seis meses juntos.
Dani le dijo que le llevara nueces en lugar de flores.
A la memoria del joven llegó la imagen de Álex con un gesto de estupor, dándose media vuelta y yendo en dirección al supermercado de la esquina para comprarle un paquete de nueces a su novia. Mientras, él lo observaba y se reía, se sostenía de una farola para no caer al suelo y pensaba en lo inocente que podría ser su mejor amigo.
El recuerdo terminó y con eso apareció el pensamiento de que pudo haber sido una buena idea llevarle a Álex un paquete de nueces y dejarlo sobre la lápida. Le sonó a algo patético y cursi, pero le veía más significado.
«Las rosas y las nueces eran la misma mierda para ti», pensó Dani, mientras observaba la lápida. Tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su gabardina, la postura erguida y cada vez le costaba más reprimir sus ganas de llorar.
Él viró la cabeza y observó con el rabillo del ojo a Angie sollozar en los brazos de su padre. Pensó entonces en lo estúpido que hubiese sido llevar ese paquete de nueces, pues aquello despertaría en su amiga recuerdos que en un pasado fueron motivo de risa, pero que ahora no le causaban más que una nostalgia tortuosa. Si había alguien sufriendo era ella. Angie fue quien tuvo que escuchar las últimas palabras de Álex. En cambio, lo último que él llegó a oír fue a Angie diciéndole que le odiaba y que no quería volver a verlo.
Dani exhaló un largo suspiro que creó una nube de vapor. Estaba helando. Enero era un mes mucho más frío que diciembre, por eso odiaba el inicio de año. El joven salió de sus reflexiones cuando percibió que alguien se aproximaba a él y sintió una delicada mano sobre la hombrera de su gabardina. Giró para encontrarse con una mujer de ojos azules y mirada cansada.
Paola lo saludó con una seña ambigua, cosa que perturbó a Dani, ya que creía haberse vuelto el blanco de odio de la madre de su mejor amigo. Después de contarle toda la historia, la mujer le pidió que se marchara mientras lloraba. No fue un grito o una exigencia, más bien una dolorosa súplica.
—Pensé que me odiabas —susurró el joven.
Paola retiró su mano al instante, cerró los ojos y lanzó un suspiro.
—Lo hago —replicó ella. Dani giró sobre sus talones para mirarla—. Pero sé que no debería y trato de evitarlo.
—Estoy harto de estar aquí. ¿Damos un paseo?
Paola asintió con un leve gesto. Ambos se sentían agobiados, por lo que comenzaron a deambular sin un rumbo fijo, solamente guiándose por el camino de piedras a mitad del césped que cubría todo el terreno. El invierno seguía siendo frío, los árboles se habían quedado sin hojas, la hierba que pisaban era seca y, aunque el sol brillaba, Dani continuaba estremeciéndose.
—Me cuesta comprenderlo, ¿entiendes? —La mujer cortó el silencio, metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo—. Es que jamás imaginé que hubierais ido a una fiesta juntos.
—Es un absurdo, y en ese entonces también me lo parecía —contestó el joven—. Álex era casi tan buen mentiroso como yo y logró hacerme creer que se había escapado de casa para lo mismo de siempre.
—No nos toleraba y eso me queda claro. Prefería abandonar sus problemas en lugar de hacerles frente.
Dani pateó una piedra mientras continuaba caminando.
—Si yo hubiera dicho la verdad... ¿Crees que seguiría aquí? —preguntó él con la voz temblorosa, deteniéndose en seco.
—No lo sé. —Resopló, también se detuvo y agachó la cabeza—. Como dije antes, hay una posibilidad infinita de cosas que pudieron haber pasado.
—Unos días antes, estábamos en una fiesta con unos compañeros de clase y después... —Apretó los labios y cerró los ojos—. Pasó lo que pasó.
—No digas nada —ordenó Paola, colocando la palma de su mano enfrente del rostro de Dani—. Todavía me cuesta y nunca dejará de hacerlo.
—Lo siento, a mí también me cuesta. Por eso le supliqué a mis padres que me permitieran vivir en otro lado cuando empezaran las clases —musitó, pateó la piedra con fuerza y esta rebotó lejos—. No soportaba estar en ese piso y recordar lo que sucedió.
—E imagino que no te sientes mejor. Cambiar el escenario no cambia la situación. A donde sea que vayas, te llevarás eso que cargas —aseguró, alzó la cabeza y apoyó la espalda en el tronco de uno de los tantos árboles del cementerio—. ¿Le has dicho la verdad a Ángela?
—No puedo hacerlo... —Cubrió su rostro con ambas manos—. No creo que esté lista.
—Nunca lo va a estar —escupió—. Pero ¿acaso harás como Álex y vas a huir del problema en lugar de plantarle cara?
—Si le digo la verdad solo le haré daño y encima me odiará —refutó, quería impedir que saliera el llanto, por lo que seguía cubriéndose—. Sería un golpe muy duro para Ángela.
—¿Y no crees que ya es lo suficientemente duro que se vaya con la idea de que se suicidó por lo que ella le dijo? —Paola se agarró del cuello de la gabardina de Dani e hizo que se incorporara—. Claro que te va a odiar, pero quizás así le quitarías algo de culpa. Y si no es así, al menos sabrá lo que sucedió en realidad.
El joven se quedó mudo ante el regaño de Paola, su lengua había dejado de coordinarse con su cabeza, simplemente pensaba en un montón de cosas abstractas y era incapaz de aterrizar alguna de ellas. Aunque, de algo estaba seguro, seguir mintiéndole a Angie no los haría sentirse diferentes.
Una de las tantas manías de Álex fue el haber adoptado la casa de Dani como su lugar predilecto para todas las veces en las que deseaba huir de lo que pasaba en la suya. Los padres del joven solían dejarle la entrada libre y durante un tiempo lo habían adoptado como un inquilino casual. Aquella indulgencia de parte de los padres de Dani se debía a que en una de las primeras veces que Álex huyó, llegó a la puerta de su hogar con el ojo morado y al borde de una crisis ansiosa.
Era solo un niño de trece años que logró salvarse del resto del castigo físico por suspender una materia. Como era de esperarse, le dieron refugio por algunos días, le ayudaron a sanar el ojo y tranquilizarse. Pero, eso acabó cuando los padres de Álex decidieron ir a buscarle, no hubo gritos o peleas, solo la falsa promesa de estos de cambiar su actitud. Incluso se llegó a debatir en casa de Dani si debieran ir a algún sitio de protección de menores para notificarles, sin embargo, se quedó solo como una charla que no se volvió a tocar.
Álex continuó por años siendo recibido por la familia de su mejor amigo, ocupaba el sillón o se hacía un ovillo en el suelo de la habitación de Dani. Por lo mismo, al joven le costaba trabajo mantenerse en calma usando todavía ese cuarto o jugando Wii en el mismo sillón en el que solía competir con él. Todo lo inundaba de recuerdos y prefería aislarse de ellos a aprender a apreciar esas memorias.
El joven pensaba que algo parecido sucedía con Angie, quien se quejaba de haberse mudado, pero mostró un poco de mejoría luego de mantenerse separada de todos esos recuerdos. Había una Angie después de lo de Álex, una que volvería a las montañas luego de días compartiendo piso, una que esperaba que no lo odiara tras decirle la verdad.
Dani observaba a Angie acomodando sus ropas en la maleta y presionando las telas para que le permitieran cerrar la cremallera. Ella vestía con pantalones negros y holgados, haciendo más evidente la esbeltez de sus piernas, también llevaba encima una chaqueta vaquera deslavada y el cabello amarrado en un moño alto.
—¿Me ayudas a cerrar? —le preguntó Angie a Dani.
Él se levantó de su asiento, se acercó a la maleta y presionó con todas sus fuerzas la ropa, mientras, su amiga tiraba de la cremallera. Como solo pudieron cerrarla por la mitad, la joven optó por sentarse encima de la maleta y, con su peso, hacer que la ropa se asentara.
—Joder, cuántas prendas —expresó él, tiró de la cremallera una vez más y alcanzó a completar la tarea.
—Ya sé, mira tío, la próxima vez que venga de visita, juro no volver a traer tanta. —Angie saltó de la maleta al suelo—. Creo que vendré a visitarte en verano, tengo que venir para cuando me mude por la universidad.
—Dudo que haya próxima vez —pensó en voz alta. Agachó la cabeza y mordió el interior de su mejilla.
—¿No crees que me vaya bien en selectividad? —inquirió enfadada.
—Me vas a odiar después de que te cuente esto, pero tengo que hacerlo...
—¡Basta! —exclamó, empujó a su amigo—. ¡He dicho que no quiero escuchar lo que me vas a decir!
—¡Joder, Ángela! ¡No podemos seguir engañándonos! —se incorporó, cogió a la joven por los hombros e hizo que la mirara—. ¡Tengo que decirte lo que hice!
—¡Suéltame! —Ella usó todas sus fuerzas para librarse del agarre—. Me ha costado mucho estar bien después de la visita al cementerio, he estado muy nerviosa y no quiero seguir abriendo la herida.
—Álex y yo fuimos a una fiesta con unos chavales del curso que hacía para selectividad, nos largamos justo después de que él se peleara contigo por teléfono —relató rápidamente, lo decía con tanta ansiedad que era apenas comprensible—. Pasó de todo ahí y...
—¡Ya! —gritó—. ¡No me interesa saberlo! —Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Por favor, no lo digas.
Dani se sentía el peor amigo del mundo. Había callado a tal grado de hacer imposible que su voz fuese escuchada por una de las personas que más lo necesitaba. Por impulso, abrazó con fuerza a Angie, dejó escapar unas lágrimas desesperadas y le pidió perdón entre susurros.
—Déjalo así —musitó ella, limpió sus ojos con el dorso de la mano y acurrucó su cabeza en el pecho de Dani—. Ya me hice una idea de qué pasó y no me apetece cambiarla.
—¡Os he fallado como amigo!
—Para nada...
—¡Álex ya había intentado suicidarse antes! —la interrumpió con un grito desesperado. Bajó la cabeza y estampó el rostro contra el hombro de Angie.
—¡¿Qué?!
—¡Yo lo impedí esa vez y me callé porque confié en él! ¡Soy lo peor que existe, Ángela!
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