Capítulo 19

—No lo creo —refutó Angie, dio media vuelta y apoyó la espalda en el enrejado.

Dani escondió las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero. Sabía que lo correcto era decírselo, porque así ya no cargaría con tanta culpa. Así lo que sucedió antes de esa pelea que tuvieron cuando terminaron tendría sentido. Sin embargo, también estaba la posibilidad de dañarla profundamente, de hundirla todavía más y de paso, perder su amistad.

—Si a esas nos vamos, creo que tú también me odiarás —agregó Angie.

—Dudo que exista algo que provoque mi odio hacia ti.

—Hagamos un trato. —Se permitió resbalarse por la reja y sentarse en la acera—. Si tú me dices qué hiciste, yo te diré lo que hice.

El joven abrió los ojos tanto como pudo y sintió su rostro enrojecerse por los nervios e internamente se debatía lo qué debería hacer.

—Mejor olvídalo —mencionó ella—, no me apetece odiarte y tampoco que tú lo hagas.

—¿No quieres que te diga la verdad?

—Ya sé que soy gilipollas, pero... siento que la verdad está sobrevalorada, prefiero vivir engañada y medio miserable a vivir con la verdad y todavía más infeliz.

Dani imitó a Angie y también se sentó en el suelo.

—¿Segura?

Asintió con la cabeza y después la apoyó en el hombro de su amigo.

—¿Álex te llegó a contar que fue en este pueblo cuando lo hicimos por primera vez? —Angie cerró los ojos.

—No —susurró, miró arriba, al cielo gris sobre sus cabezas e intentó controlar sus ansias. En parte agradecía poder seguir ocultándose—. Después de lo que pasó cuando llegasteis dejó de hablarme tanto, y tú también hiciste lo mismo. Además, me ocupé con la selectividad y eso.

—Te lo dije, soy gilipollas. Él pasaba por el peor momento de su vida y yo no lo sabía, no me di cuenta. Y lo que hicimos nada más empeoró las cosas.

—Álex no quería que le ayudaran.

—Lo sé —murmuró—. Solo que me perturba lo efímero que es todo. Me estaba engañando esa tarde, aquí mismo, y pensaba en lo genial que era todo, pero cuando volvimos, nos fuimos a la mierda.

—¿Por qué prefieres vivir entre mentiras? No logro entenderte.

—Ni siquiera yo lo hago —se separó de él—. Pero hubiera preferido seguir viviendo engañada a empezar a ver la realidad de las cosas. —Tomó una bocanada de aire—. Cuando nos acostamos por primera vez estaba tan emocionada que incluso subestimé lo mucho que dolió esa mierda y la enorme mancha de sangre que quedó en la sábana del hotel. Ignoré que me estaba muriendo de hambre y que habíamos gastado el dinero que íbamos a usar para comer.

—Pero esa tarde fue genial, al menos así lo dijisteis —aseguró él—. La droga de la felicidad podría ser.

—No me vengas con referencias de libros —objetó, apoyando la cabeza en la reja—. Una vez llegamos, y nuestros padres nos pillaron, me percaté del dolor entre mis piernas, de que tenía el estómago vacío y de lo vergonzoso que fue dejar así la sábana.

Un año antes

Regresaron más tarde de lo planeado, cuando ya era de noche, pero todavía había suficiente actividad en la calle. Para Angie aquello no era muy extraño, vivía cerca de varios restaurantes y cafeterías. Sin embargo, lo que sí le resultó raro fue ver el coche de Valeria aparcado junto a otro que reconocía bien: el de la madre de Álex.

Para el joven, ese fue el detonante de un sinfín de paranoias. Sabía que algo malo sucedería y que había arruinado las cosas por culpa de su impulsividad. Olvidó por completo el buen día que pasó junto a Angie; toda la nitidez de ese colorido recuerdo se perdió para ser cubierto por un manto oscuro.

Una vez se encontraron frente a la puerta de la casa de Angie, ambos se quedaron congelados, pues dos figuras discutían en el pórtico. Aunque los jóvenes intentaron esconderse detrás de un árbol, los acorralaron y no les fue muy difícil a sus progenitoras notarlos.

—¡Álex! —gritó Paola con furia.

—¡Ángela! —exclamó la madre de la joven segundos después.

Como si se tratase de dos presos, los dos salieron de su escondite, con las manos sobre la cabeza y manteniendo la distancia el uno del otro. Álex temblaba, el bochorno apareció en su rostro, junto con las veloces palpitaciones en su pecho. En realidad, no se preocupó por sí mismo, ya se había fugado de casa incontables veces, incluso por más tiempo, sin embargo, con Angie era diferente. Por algo nunca aceptó que lo siguiera cuando lo hacía, menos llevársela así después de un botellón.

—¿Qué os habéis creído? —preguntó la mujer enfadada. Agarró a su hija por la muñeca y la observó severamente.

Angie forcejeó para que su madre la soltara, pero no tuvo éxito alguno. Mientras tanto, Paola observó decepcionada a su hijo. Los cuatro entraron en la casa, entre los quejidos de la joven por querer zafarse y el sonido que hacía Álex al jugar con las llaves dentro de sus bolsillos para intentar calmar su ansiedad.

Era una escena típica: Angie y Álex en el mismo sillón, y enfrente, las madres de ambos. Algo que indispuso a la joven fue la ausencia de su padre, quien estaba fuera de la ciudad y ajeno a lo que había hecho. Era como si sus progenitores se turnaran para estar pendientes de ella; cuando Nico no estaba fuera atendiendo pacientes de zonas marginadas, era su madre la que aprovechaba para hacer las guardias nocturnas.

Rara vez los tenía a ambos al mismo tiempo, solo en sus cumpleaños y si tenía suerte en Navidad o fin de año, a veces incluso el día de Reyes.

—¿Cómo se os ocurrió hacer algo así? —les preguntó con severidad Valeria—. ¿Lo planeasteis?

—Fue idea mía —murmuró Álex—. Solo lo hice.

—¡Joder! —espetó Paola—. ¿Nunca vas a pensar antes de actuar? ¿Tan difícil es para ti controlar el impulso de hacer una gilipollez tras otra?

El joven se pasó una mano por la cara, le costaba pasar el aire a sus pulmones. Desde el ataque de pánico en el recital había tenido ya varios, y cuando murió su padre optó por emborracharse en el funeral para no afrontar la situación a consciencia y lastimarse a sí mismo como forma de castigarse.

—Ángela —señaló con severidad Valeria—. Si Álex te dice que te tires de un maldito puente, ¿te tiras?

Paola notó la forma en la que su hijo respiraba y se comportaba, pero no tenía idea de cómo abordar la situación. Siempre creyó que era cuestión de que él quisiera dejar de llamar la atención y mejorar su actitud, tenía que entender que existían personas a las que les pasaban cosas peores y eran capaces de enfrentarlas. Sin embargo, una semana antes había recibido una llamada de parte de orientación escolar para informarle lo urgente que era que Álex buscara un psiquiatra.

—¡Ayer llegaste de madrugada apestando a alcohol y a cigarro! —completó la mujer—. ¡Hoy te desapareces durante todo el día! ¿Qué te está pasando?

Sin quererlo, Angie empezó a llorar. No era un sollozo estridente, era discreto y casi silencioso.

—¡Lo siento! —exclamó Álex, se levantó del sillón y golpeó la mesa—. Hago tonterías sin pensar en las consecuencias. Lo único que sé hacer es provocar problemas.

La fuerza y cosas que decía hicieron que lo observaran fijamente. Sobre todo Paola, quien empezaba a cuestionarse si su hijo en serio tenía un problema y si su actitud era causada por algo más que solo ser un malcriado.

—Nunca fui bueno para ti —continuó mientras señalaba a Angie, ella descubrió su rostro enrojecido—. No soy bueno para nadie. Perdonadme por ser así.

—Álex, basta —mencionó Paola, se levantó del sillón, dispuesta a actuar ante esa crisis—. Estás exagerando las cosas

Álex caminó a la salida, lo hizo prácticamente corriendo. Necesitaba escapar antes de empeorarlo todo.

—Vámonos, por favor —suplicó el joven cuando se encontró cerca de la puerta.

Valeria detectó una anomalía esa conducta. No conocía mucho a Álex, pero sí lo suficiente para saber que actuaba como otra persona. El joven siempre le había parecido amigable y perspicaz, no alguien que pudiera tener ese tipo de arranques. Intentó encontrar explicación en la reciente pérdida que sufrió, pero había algo que no le permitía encajar del todo sus suposiciones.

—Lo siento, a veces me pongo un poco rara —susurró Angie, pegó las rodillas al pecho y se abrazó a estas.

—No te disculpes por decir lo que sientes. Soy un hipócrita, pero callando todo no se llega a ningún sitio.

—Gracias. —Resopló—. No sé qué te ha pasado, pero te has vuelto mejor consejero.

—Quiero darle mejores consejos a la gente que me importa. Ya sé que suena como una cursilería, pero es una forma de redimirme.

—Creo que también necesito redención —admitió mordiéndose el labio inferior—. Te contaré algo que hará que me odies, pero me hace falta decirlo porque si no voy a explotar.

—Siempre y cuando no hayas quemado la cocina, no hay problema.

La joven sonrió y su amigo le respondió con el mismo gesto.

—Verás... —se preparó para coger valor—. Soy una puta traidora.

—Calma —expresó preocupado—. Fue solo un tío que conociste en Tinder y tú lo dijiste esa vez... Tienes todo el derecho de hacer tu vida de nuevo.

—Es que pasó algo más con otro chico. Fue solo un beso, pero aun así es mucho más complicado. Lo que ha pasado con Benny es muy distinto.

—¿Sientes algo por él?

Ella asintió y hundió la cara en sus rodillas para ahogar un grito de frustración.

—Pero eso no tiene nada de malo, Angie —le dijo Dani, poniéndole una mano en la espalda—. Nadie te odiaría por algo así, tu vida tiene que seguir.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —señaló incorporándose—. Y llevo días sin hablarle desde que nos besamos. Le echo de menos, él quiere volver a hablar conmigo y fingir que eso nunca pasó, porque él tiene una novia que me odia.

—Aunque temo que te haga daño, creo que deberías volver a hablar con él. Arreglar las cosas, aclarar tu cabeza y dejar que pase el tiempo.

—¿Dejar que pase el tiempo para que todo se complique aún más? —preguntó con cinismo.

—Tal vez... —le dio un leve golpe con el puño a su amiga en el hombro—. ¿Estás segura de que no quieres odiarme?

—Déjalo así. —Negó—. Como dijo Benny: será mejor que finjamos que esto nunca pasó. Y también culpemos de todo a una puta conspiración imaginaria.

Las palabras de Dani rondaban por la cabeza de Angie, quien había decidido seguir su consejo y mantenerse bajo control para solucionar uno de los tantos asuntos que le robaban la calma. Observó con semblante serio el lugar donde se encontraba su amigo, quien dormitaba sobre el césped con la chaqueta sobre su cabeza. Miró al frente, a ese río sucio que estaba empezando a odiar y se tumbó también. Sacó el móvil de su bolso y marcó el número de Benny. Lo hizo con prisas, temía que la motivación se le escapara y volviera la idea de alejarse.

—¡Angie! —dijo él del otro lado del teléfono—. Joder, lamento lo de la otra vez. Es complicado y...

—Está bien. Bueno, en realidad no, pero no importa.

—Volví a ser un capullo contigo, lo siento.

—No te disculpes, no es como si me hubieras obligado —repuso al instante.

—¿Quieres que hablemos de eso?

—¿De lo que nunca sucedió? —respondió abruptamente.

—Vale... entonces sigamos fingiendo que nunca sucedió.

—¡Eso! —exclamó con una sonrisa—. No tenemos una máquina del tiempo para borrarlo definitivamente, pero con algo de imaginación...

—Mucha imaginación —interrumpió él.

—Podemos hacer como que no pasó —masculló, frunció el entrecejo y colocó una mano en el césped para arrancarlo.

—Me suena a autoengaño, pero me gusta. De todos modos, yo te lo había sugerido ese día.

—Lo sé, es solo que no quiero que nos distanciemos otra vez.

—Yo tampoco, tienes a Haru y dudo que Lis quiera volver a tenerla en su casa. Me di cuenta de que no sabe tratar con gatos.

—Interesado —gruñó. Aunque después soltó una leve risilla—. No has ido a ver a Haru, ¿verdad?

—No veo muy coherente ir a la casa de mi amiga, la cual está cabreada conmigo, a visitar a mi gata.

—Si te digo la verdad, creo que mi padre se encariñó con ella. Esta mañana me envió una foto y fijo que es de Haru, luego te la reenvío.

—Qué guay. Aunque esto me hace sentir como si fuéramos señoras que se mandan fotos de gatos y cotillean en cafeterías.

—Cambiando de tema, ¿cómo vas con tu medicación? La otra vez me contaste que la habías dejado por unos días. —Angie se percató de lo angustiada que sonó y frunció el ceño.

—¿Desde cuándo estás tan preocupada por mí? Empiezas a parecerte a Bel.

Ella se quedó callada, enfocó su atención en el cielo, mismo que empezaba a tornarse oscuro. Rememoró las palabras de Dani, quien seguía dormido. No tenía por qué avergonzarse de enfrentar la situación con la verdad. Solo se lo diría para desahogarse, se autoengañaría para que las cosas se quedaran tal cual y estaría a la espera de pronto olvidar.

—Me las he tomado como se debe —retomó Benny—. Y es una putada, todavía no he cumplido los dieciocho y ya me tomo un montón de pastillas.

—Más te vale no dejarlas —lo amenazó—. Has hecho de todo por mí, aunque de vez en cuando la cagues, pero ¿sabes? Creo que estoy empezando a quererte —admitió con dificultad. Cerró los ojos, apretó la mandíbula y esperó a que lo peor sucediera.

—Ya lo sabía —contestó con aire altanero—. A este paso le quitaré el papel de tu mejor amigo a Dani.

—¡No es lo mismo! A ti te quiero de un modo diferente.

—Yo también te quiero —dijo extrañado—. Y creo que de la misma forma particular.

—¿De qué modo?

—Diría que es algo inmencionable por ser a la vez difuso y excelso —vaciló.

—¡No seas pedante! —ladró—. Aunque creo que entiendo qué quieres decir.

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