Capítulo 17

Kari organizó los números del intercambio de regalos después de haber recibido la noticia de que Benny invitaría a Elisa y que Angie llevaría a Clara. No obstante, ella engañó a su amigo diciéndole que los números no se podían cambiar y que ellas tendrían que darse regalos mutuamente si es que deseaban hacer algo más que observar. Ni Clara ni Lis aceptaron esa proposición, así que esa tarde de principios de enero se limitaron a admirar con anhelo a los demás riendo y rompiendo el papel decorado que envolvía las cajas.

La joven incluso pensó en hacer trampas en el intercambio y arreglar los números para que a Benny le tocara darle regalo a Angie y viceversa, pero creyó que sería obvio y solo ocasionaría problemas. Lis no le agradaba y eso no era un secreto o algo que se molestara en ocultar, pero lo que menos deseaba era provocar un conflicto en aquella tradición.

Las cosas salieron igual de bien que en años anteriores, todos conformes con su regalo o al menos aceptando que les habían dado algo útil. El más afortunado ese año fue Tobías, quien recibió de parte de Angie una chaqueta nueva, una licorera de metal y una tarjeta de Amazon. La peor suerte se la llevó Kari, al recibir de parte de Benny un libro que ya tenía repetido en su colección, pero agradeció el detalle que se tomó él de conseguirle la versión de tapa dura.

Tobías vació los restos de las cervezas de todos en su licorera nueva, pero se emocionó tanto y tenía tan poca práctica que terminó por vaciar parte del contenido de las latas en la blusa de Clara. La joven despegó el rostro del móvil por primera vez en toda la tarde y observó indignada a Tobías.

Angie, preocupada, dejó de beber de su taza nueva —regalo de parte de Esteban—, y cogió una servilleta para ayudar a su amiga a limpiarse.

—Lo siento —mencionó Tobías, aunque fue obvio que era más por cortesía.

—Qué se le va a hacer —replicó Clara al tiempo que le arrebató una servilleta a Angie y la pasó por su blusa.

—¿Quieres que te preste una de mis camisas? —le ofreció la anfitriona.

—Vale —musitó resignada. Clara se levantó del sillón y dejó el montón de servilletas mojadas en la mesa.

Bel abandonó el asiento y caminó hasta donde las amigas se dirigían, tenía curiosidad por conocer el resto de esa enorme casa; para su sorpresa, Lis hizo lo mismo. Al parecer, no poseía deseo alguno de permanecer varios minutos sola con los amigos de su novio. Las jóvenes subieron por las escaleras. Clara enfrente, a pasos enfadados y todavía mirando el móvil. Angie detrás, avergonzada y nerviosa. Bel expectante por la amplitud de la casa y el enorme ventanal que había en las escaleras, el mismo que permitía admirar con plenitud el jardín delantero cubierto de nieve. Mientras tanto, Lis estaba callada, andando como un fantasma por un sitio desconocido.

Al entrar a la habitación de la anfitriona, lo primero que notó Bel fue la sobriedad de ese espacio, los muebles tenían un estilo diferente al del resto de la casa, más juveniles y de colores llamativos, pero había una ausencia casi total de personalización. Ninguna fotografía, cuadros o pósteres, tampoco peluches. Parecía una habitación de muestra de alguna tienda de muebles. Angie se dirigió a su armario y empezó a mostrarle a Clara lo que tenía para ofrecerle, mientras ella solo la ignoraba por estar escribiendo en el móvil, lo que tanto a Bel como a Lis les pareció grosero.

Lis, venciendo parte de su hostilidad hacia Angie, la ayudó a buscar en el armario algo que pudiera prestarle a su hermanastra. Bel, no muy fanática del estilo alternativo que usaba Angie para vestir, se quedó en el silencio por unos minutos, hasta que no soportó ver más a la poco interesada Clara y prefirió salir de la habitación antes de soltar algo que pudiera molestarla. Bajó a paso lento las escaleras y cuando llegó al salón lo halló vacío. Extrañada, fue a donde sabía estaba la puerta al patio y encontró a Benny sentado junto a la mesa de jardín, y a Tobías y Esteban tirándose bolas de nieve.

Escuchó los apresurados pasos de Angie detrás de ella y después sintió el empujón que le dio para que se integrara. Bel sonrió de lado al ver que la anfitriona prefirió sentarse junto a Benny a unirse a la guerrilla de nieve. Como hacía frío y Bel no tenía puesta su gabardina, fue de regreso al salón para ir por ella antes de unírseles. Mientras la cogía, observó cómo Elisa bajaba por las escaleras. Ambas se miraron con indiferencia y caminaron en silencio hasta la salida al jardín.

Sin embargo, lo que se encontraron tras la puerta de cristal fue a Angie y a Benny, recargados en la cabeza del otro. Tobías y Esteban se habían ido, dejando sus huellas marcadas en la nieve. Bel se giró a observar a su acompañante, dándose cuenta de la expresión fastidiada de esta y la forma en la que cerraba los puños. Era más que evidente que Lis estaba harta de observar cómo Angie le robaba toda la atención de su novio.

—Elisa, ¿me acompañas a la cocina? —pidió Bel—. Necesito ayuda para buscar las patatas fritas —sonrió con falsedad.

Lis torció la boca, pero giró sobre sus talones para ir en dirección a la cocina. Bel suspiró aliviada y colocó ambas manos en la espalda de ella, apresurándola. Dentro, se apoyó en la encimera, observando cómo Lis se estiraba y se ponía de puntillas para alcanzar una bolsa amarilla. Una vez consiguió aferrarse de una orilla, la lanzó con brusquedad, haciendo que esta crujiera al impactar contra la encimera.

Sin decir nada, Lis caminó rumbo a la salida, pero Bel la detuvo, sujetándola por la parte trasera de su vestido. Sin ser tosca, la de cabellos oscuros tiró de ella para que entrara de nuevo, se adelantó a llegar a la puerta de la cocina y la cerró con premura.

—¡¿Qué?! —preguntó Lis.

—Si vas y montas un espectáculo, lo arruinarás todo. Y con eso me refiero a tu relación con Ben —explicó Bel, apoyó la espalda en la puerta, obstruyendo la salida.

—Yo sé que no te agrado, pero Ben quiso volver conmigo, no controles su vida —contestó con una sonrisa cínica—. Él es mi novio y no tiene por qué estar así con ella.

—Me asquea tu cinismo —espetó—. Lo has engañado y ahora te crees con derecho de montarle una escena de celos.

—Fue un error —se justificó—. Yo lo amo, no lo volveré a hacer.

—Tú no estás con Ben porque lo amas, estás con él porque lo necesitas.

—Las dos cosas son lo mismo.

—No lo son. —Bel puso los ojos en blanco—. Ben volvió contigo porque así se siente un poco como el Ben que era antes de accidentarse. Y tú estás con él por costumbre —la señaló—. Vosotros no elegís estar juntos, solo lo hacéis porque no conocéis otra forma de estar.

Angie admiraba expectante todo lo que había a su alrededor; el viento invernal revolvía su cabello atado en dos trenzas deshechas, mientras fotografiaba con la mente cada uno de los detalles que sus ojos eran capaces de percibir. Ya había presenciado ese espectáculo por la mañana, pero no con las luces del atardecer matizando los elementos de la composición. El ambiente la empapaba con una sensación de tranquilidad que le parecía anormal, sobre todo por esa satisfacción ardiendo en su pecho, que le provocaba ver incluso el asiento en el que estaba como algo digno de recordar.

—Gracias por esto, Benny —soltó ella sin pensárselo mucho.

Tenía que reconocerlo: de no haberse acercado a él, no hubiera pasado un rato agradable en compañía de nuevos amigos que la hacían sentir parte de algo. Al menos, obtuvo fuerzas para poder volver a la ciudad con Dani durante algunos días y enfrentarse al aniversario de lo de Álex.

—Estoy aquí gracias a ti —retomó la joven con más timidez.

—De nada —pronunció extrañado—. No es para tanto, fue Kari la que te invitó —se excusó.

Ella le dio un leve empujón, mientras Benny ignoró aquel gesto y sacó su móvil. Él apuntó a Angie con la cámara trasera, y antes de que ella pudiera detenerlo, ya había conseguido sacarle una foto.

—¡Eh, eso es trampa! —exclamó enervada.

Como venganza, Angie reunió la escasa nieve que había sobre la mesa e hizo una esfera. Para eso, Benny ya contaba con su propia munición. Ella apuntó a su cabeza y él a su hombro, después del impacto, sacudieron los restos de nieve de sus ropas y sus cabellos, mientras se sonreían.

—Te debo una guerra de bolas de nieve —mencionó él con desaire.

—Ya te vas a operar pronto...

—Dije que iba a pensarlo —refutó—, no me insistas más con eso, por favor.

—Está bien, nada más agregaré que de momento pareces un mafioso, solo te hace falta un sombrero.

—Es el mejor cumplido que me han hecho.

—A veces no sé cómo me soportas.

—Es parte de vivir con las putadas que me impone la conspiración.

—Joder, eso sonó muy friki. —Hizo una mueca mostrando su vergüenza ajena—. Ahora en serio, ¿por qué lo haces?

—La verdad es que proyecté mis sueños frustrados en ti —contestó aparentando indiferencia.

—Qué va, yo sé que me estás mintiendo.

Benny se mordió el interior de la mejilla. Era lógico, ella lo conocía y hacerse el duro para desviar la charla no funcionaría.

—Tengo afinidad hacia ti —confesó él—. Desde niños te veía dando saltos y formando un auténtico escándalo y me parecías bastante adorable. —Angie juntó las cejas y lo miró enfadada—. Y cuando te veía llorar tenía la necesidad de ir a consolarte.

—Cuando Bel y yo peleábamos por algo, siempre llegabas a separarnos —agregó Angie—. Es como raro, nos alejamos y después volvemos a juntarnos.

—Creo que más bien, todo evoluciona. —Encogió los hombros—. ¿Sabes? Fuiste mi primer amor. —Giró hacia ella, Angie hizo lo mismo, encontrándoselo de frente—. Pero de eso hace ya mucho y ahora eres como mi mejor amiga.

Sus manos estaban cerca. Los dedos de Benny comenzaron a moverse por mera inercia y rozaron los de Angie, pero se dio cuenta de lo que estuvo a punto de hacer y se detuvo. El joven la percibía diferente, por lo que analizó cada detalle en ella para descifrar qué tenía de distinto esa Angie en comparación con la que vio esa noche en el cumpleaños de su madre.

Mientras hacía esa discreta inspección, ella cerró los ojos, lo que provocó que Benny se percatase de que cerca de su mejilla reposaba una pequeña pestaña que se le había caído. Sin vergüenza alguna, él acercó uno de sus dedos para retirarla; la joven no hizo más que quedarse quieta. Aunque dentro de su estómago sentía un cosquilleo anormal, no se alejó, por el contrario, cortó centímetros de distancia. Cuando Benny logró quitarle aquello del rostro, se percató de lo peligrosamente cerca que se encontraban.

El joven colocó la palma completa en su mejilla, se aproximó todavía más y rozó la nariz de ella con la suya. Angie se dejó llevar por su primer instinto, separó los labios y buscó los de él con urgencia, concretando un beso. La joven mantuvo los ojos abiertos al principio, sintiéndose extrañada por ese tipo de contacto, aunque después se relajó al sentir cómo las puntas de sus dedos alcanzaban los nudillos de Benny.

Sin embargo, Angie no tardó en reaccionar y controlar el impulso. Cayó en cuenta de lo que estaba haciendo y, asustada, puso una mano en el pecho de Benny para apartarlo. Él se giró y ocultó el enrojecimiento en su cara, mientras una sensación de culpabilidad oscurecía todo a su alrededor.

—¿Qué fue eso? —interrogó perturbada, tenía los dedos muy cerca de su labio inferior.

—Será mejor que finjamos que esto no ha sucedido —mencionó Benny, ansioso.

Angie asintió, intentando tranquilizar su ritmo cardíaco. El corazón le latía con fuerza y el sonrojo gobernaba su rostro. No se sentía así desde que Álex entró en su vida; cuando estuvo con Raúl se forzó a sentir algo, en cambio, con Benny, tuvo que forzarse a hacer lo contrario. Lo de su tutor fue un beso a medias, no había punto de comparación, pero a veces las emociones pesaban más que lo carnal.

«¿Es una traición todavía mayor a la memoria de Álex?», se preguntó ella.

Clara se tumbó de espaldas sobre una cama que no era la suya y sacó del bolsillo de sus vaqueros el móvil. Ella escuchó un par de gritos estruendosos y se levantó con rapidez de la cama, pensando que alguien subía y la forzaría de nuevo a convivir. Llegó hasta la ventana y se asomó por ahí, contemplando como Tobías y Esteban corrían el uno detrás del otro por el césped cubierto de nieve. Torció la boca y pensó en cuán infantil era la actitud de ese par y en cómo podían llevarse tan bien con alguien tan juicioso como Benny.

Odiaba a las personas como ellos que se esforzaban en ser graciosos. También a quienes eran como Angie y eran exageradamente amables. O a quienes eran como Kari o Bel, que disfrutaban de convertirse en la contraparte racional de un grupo. Pero, sobre todo, a las que se comportaban como Elisa y se creían mejor que el resto.

Se alejó de la ventana y caminó hasta el espejo de su amiga, quería admirar su imagen usando la ropa de ella con la ilusión de gustarse más a sí misma. El resultado no fue el esperado, el jersey le quedaba entallado y marcaba las pocas curvas que su figura tenía; la propietaria original nadaba en este y la hacía parecer alguien con un estilo alternativo.

Fastidiada, Clara salió de la habitación con las manos dentro de los bolsillos del jersey y cuidó de ocultar sus pasos del padre de Angie. No deseaba tener que darle una explicación del porqué se encontraba sola cuando el resto estaba disfrutando de la nieve como un montón de niños. Una vez logró llegar al descanso de las escaleras, se detuvo, pues el enorme ventanal despertó su curiosidad. Retiró con cuidado las cortinas, limpió con la manga el cristal y palpó con las yemas el acabado de los barrotes de metal.

Abrió parte de la ventana para poder admirar con mejor resolución quiénes se hallaban en ese espacio del patio. No tuvo que buscar mucho para dar con la mesa de jardín en la que Angie y Benny se encontraban, pero sí se vio obligada a entrecerrar los ojos para confirmar lo que ambos hacían. Un escalofrío recorrió su cuerpo entero cuando los vio besarse, mientras una serie de sensaciones negativas se le acumulaban dentro.

«Traidora», pensó Clara.

¡Hola, conspiranoicos!

¿Creen que cambie algo de la relación de Angie y Ben con ese beso?


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