Capítulo 1
El telón se abrió, dejando al descubierto a una gran orquesta; Angie miró a su alrededor con desconcierto al darse cuenta de que era la única persona entre el público. El director comenzó a hacer movimientos con la batuta, iniciando así la interpretación musical. La joven fijó su atención al escenario cuando el violín se hizo presente en la pieza; aunque había varios músicos, solo uno se encontraba enfocado por las luces de arriba. Se trataba de una silueta esbelta que reconoció al instante: Álex.
No lo creía, se frotó los ojos y sintió una aguda desesperación; necesitaba levantarse, hablarle y golpearlo en la cabeza por abandonarla así. Álex parecía imperturbable. Su fobia al escenario había desaparecido. Se le notaba soberbio y seguro. Los cabellos crespos y dorados del muchacho se agitaban a cada movimiento; incluso Angie descubrió una sonrisa ladina en su rostro. Él estaba tal y como solía ser en secundaria, cuando todavía no aparecían aquellos ataques de pánico que mataron su plan de estudiar música en el conservatorio y le arrebataron lo único para lo que se consideraba bueno.
La melodía interpretada era Danse Macabre de Camille Saint – Saëns, una de las piezas favoritas de su exnovio. Aunque ella deseaba levantarse, no podía; algo la mantenía pegada al asiento. Sus piernas dejaron de responderle y la voz también. Cuando trató de gritarle no salió sonido alguno. Cerró los ojos con fuerza y lo intentó de nuevo, pero al abrirlos otra vez, el escenario había desaparecido y lo que tenía enfrente era el techo de su habitación.
Secó sus lágrimas con el dorso de la mano. Tuvo de nuevo esa pesadilla de la que no sabía si le aliviaba despertar, pues estuvo a poco de conseguir gritar su nombre. Con ansiedad giró a los lados para confirmar que se encontraba en su alcoba, miró a la ventana y, a pesar de tener cerradas las persianas, finos rayos de sol se filtraban. Estiró con pereza el brazo para coger su móvil. Vio que eran las cinco de la tarde ya. Nunca le gustó que se le acumularan los mensajes, así que antes de saltar de la cama revisó las notificaciones. Al ver la burbuja de Tinder, se mordió el labio inferior y decidió pasar de estos y fue a WhatsApp.
Leyó por encima el mensaje que le dejó su madre donde le decía que estaría en casa de su madrina celebrando el cumpleaños de esta. Como siempre, sus padres no habían contemplado la idea de que Ángela fuese con ellos, ya que ambos sostenían la creencia de que lo que más necesitaba luego del suicidio de su novio era espacio. La joven prefirió no pensar en lo austero que se hallaba su hogar en ese momento y saltó de la cama. Era más que evidente que con su humor no pintaba nada en una comida familiar, pero tampoco le apetecía pasar el resto de la tarde encerrada en casa hablando con un desconocido de Tinder.
Una de las pocas cosas que le agradaba de Villa de Reinos era el hecho de que podía llegar a casi todos lados en bicicleta. En la capital se veía forzada a coger el metro o soportar el tráfico en un taxi. Montar en bicicleta la obligaba a concentrarse en la carretera y dejar de pensar en el pasado. Las calles del pueblo se encontraban tranquilas. Aún había actividad, pero no tanta como a la que estaba acostumbrada. Si miraba al frente, podía ver a lo lejos las montañas que caracterizaban el norte del país, y si observaba a un lado, encontraba un río. Después de ese recorrido por una de las avenidas principales del pueblo, terminó metiéndose entre calles y llegando hasta uno de los barrios más marginales. Las casas dejaron de ser grandes y coloridas para convertirse en edificios descuidados; el camino se llenó de baches y basura, cosa que le indicó que estaba por llegar a su destino. Frenó en seco cuando reconoció el edificio en el que le dijeron que estarían celebrando, buscó un poste cercano para encadenar su bicicleta y le pidió a su mala fortuna que nadie le robara.
El portón del inmueble se encontraba abierto, la pintura negra estaba desgastada por el óxido y los grafitis solo agregaban más decadencia. Angie recordó entonces por qué, ni siquiera cuando su madrina vivía en la misma ciudad, disfrutaba visitarla —por más que se llevara muy bien con uno de sus mellizos—; siempre preferían que fueran ellos quienes llegaran a su casa y no al revés.
Le extrañó el hecho de que estuviesen instalados en la planta baja. Según recordaba, ellos siempre habían preferido vivir en pisos altos. Por algo, Benny decía que lo único que iba a extrañar de la ciudad eran las panorámicas que el piso que rentaban les permitía. Él era el hijo de su madrina y el mejor amigo que pudo tener en la infancia; una que cada vez le parecía más lejana. La joven obvió aquello y decidió que lo mejor sería preguntárselo, aunque ahora ambos llevaran años sin hablar el uno con el otro más que para simples felicitaciones de cumpleaños publicadas en sus muros de Facebook.
Tocó el timbre y esperó ansiosa. Una joven de cabellos azabaches y piel blanca abrió la puerta. Ambas se dedicaron un gesto sorprendido y se miraron la una a la otra, tratando de reconocer a ese par de niñas que años atrás solían pelear por juguetes.
—¡Angie! —exclamó ella con emoción—. Mírate, estás guapísima.
—Tú también has cambiado mucho, Belén. —Fingió una amplia sonrisa.
Se saludaron, dándose un beso en cada mejilla; después, entraron juntas al piso y Belén anunció su llegada, cosa que intimidó a Angie, pues estaba empezando a arrepentirse al ver que el tiempo también había pasado para ella. Últimamente, veía distintos a todos, a todos, excepto a sí misma, como si se hubiera quedado atrapada en una vieja fotografía de la que se negaba a salir.
El piso tenía una decoración austera, los muebles estaban percudidos por el uso, la madera de la repisa del televisor desgastada y había una mancha de humedad en las paredes. Sus padres se encontraban brindando junto con los anfitriones de la celebración. Angie, a pesar de estar fatigada, los saludó a todos con un beso en cada mejilla y respondió a las pocas interrogantes de sus padres con solo monosílabos.
Antes de ocupar un asiento en el comedor de madera, buscó con la mirada al muchacho que en su infancia fue su mejor amigo, pero no lo encontró en el salón.
—¿Y Benny? —preguntó.
Tanto su madrina como el esposo de esta se miraron nerviosos, mientras Belén solo empezó a tamborilear en la mesa.
—Se encuentra en su habitación —intervino Valeria, la madre de Angie, quien se encontraba bebiendo una lata de cerveza—. ¿Cómo llegaste? —le preguntó para cambiar el tema.
—Vine en bicicleta —respondió, cortante—. Ya sabéis que es muy sencillo llegar así a todos lados.
—Solo ten cuidado con los autobuses —le aconsejó su madrina; se trataba de una mujer maciza, de expresión severa y cabello cubierto por hilos blancos—. Esto no es tan seguro como crees.
Angie resopló y no dijo nada más. Sintió una mano tirando de su chaqueta de cuero; se trataba de la de su padre pidiéndole que se sentara y cortara la conversación. Esperó sentada y en silencio a que Benny se dignara a aparecer para poder hablar, ya que Belén tenía la vista fija en el móvil y los mayores habían entrado en una charla aburrida sobre lo mala que era la política del país.
Harta de atragantarse de snacks en lo que le preparaban algo de cenar, se levantó del asiento con la excusa de ir al baño a lavarse las manos. Belén nada más señaló al pasillo al fondo y le indicó que se trataba de la tercera puerta a la derecha. El piso solo contaba con dos habitaciones; una estaba cerrada y la otra semiabierta. Por curiosidad, la joven se asomó y alcanzó a notar el perfil de Benny. Reconocería en cualquier parte esa nariz recta, la palidez de su piel y el lunar debajo del ojo izquierdo. Tomó una bocanada de aire y, de paso, valor para golpear la puerta; prefería buscar a un viejo amigo a seguir castigándose con quejas ajenas en silencio.
—¿Qué? —exclamó con aire hostil el joven dentro de la habitación.
—¿Puedo pasar?
Hubo unos segundos de silencio en los que ella esperó a que él se dignara a abrirle.
—¿Ángela? —expresó anonadado.
—Ajá...
Cansada de charlar con la puerta semiabierta de por medio, la empujó para poder entrar a la alcoba. Lo que halló fueron dos camas separadas por un taburete, un viejo televisor encendido que proyectaba en su pantalla el menú de un videojuego y a un desalineado Benny sentado en un puf azul con el mando de la consola entre las manos.
—¿Qué haces aquí? —interrogó él sin mirarla.
—Esperando la hora a que tenga que largarme —replicó con sincero hastío, sin pedir permiso, ella se sentó en la orilla de una de las camas—. ¿Y tú?
Benny dejó el control en el puf y se giró.
—Lo mismo.
—¿Y cómo has estado? —Angie deseaba iniciar una conversación. Hacía tiempo que necesitaba una charla cargada de trivialidades.
—Jodido —escupió. Echó para atrás sus cabellos azabaches, que estaban despeinados y algo grasientos—. ¿Y tú? Se ve que te va bien.
Angie desvió la mirada y disimuló su sonrisa irónica. En sus adentros, les agradeció a sus padres por no haberles contado el asunto de Álex y respetar esa parte de su intimidad.
—Tío, si tú estás jodido, yo estoy hecha una mierda —intentó imitar su cinismo.
—Joder, ni que te hubiera ido tan mal como a mí.
Angie alzó la cabeza y buscó los ojos oscuros de Benny.
—¿Es un concurso para ver quién está peor? —ladró—. Pues yo dejé el ballet hace meses.
Fue una confesión impresionante para él, ya que todos los que llegaron a conocer a Angie antes de lo de Álex, sabían que la danza era parte importante de su vida. Tanto así que uno de los recuerdos más nítidos que Benny tenía de ella era aquel en el que la veía usando un tutú y un moño alto después de una presentación.
—Dejé el fútbol —soltó Benny.
Angie abrió los ojos, sorprendida. A él le apasionaba tanto ese deporte que estaba inscrito en el equipo representativo del instituto y llegó a viajar a otras comunidades para jugar torneos.
—Voy a perder el bachillerato entero si suspendo otra asignatura —replicó Angie, que, por alguna razón, no deseaba rendirse, aunque sabía que una competencia de miserias no le haría bien—. Es mi último año; imagina la gravedad del asunto si tengo que empezar desde primero.
—Eso ni siquiera se puede en este país —señaló, estupefacto—. Y al menos tus padres tienen pasta; no vas a tener que pelear en selectividad como yo; tienes la ventaja de ser pija.
—Dudo llegar tan lejos —cruzó los brazos y lo señaló con la mirada—. Seguro que tú te graduarás con honores y tendrás opciones hasta para escoger, cuando yo con suerte tendré mi certificado si logro recuperar Mates de primero en las extraordinarias.
—Es lo menos que debo hacer —repuso, irritado. La señaló con su dedo índice. Mis padres tienen que currar casi todo el día para sacar algo de pasta y que podamos vivir en este piso de mierda.
Angie sintió la agresividad en sus palabras. Comprendía ese sentimiento porque también tenía ganas de expresarse así de todo lo que la rodeaba. Ambos se quedaron callados durante unos segundos; estaban sorprendidos por lo bocazas que se volvían el uno con el otro, como si la confianza de su vieja amistad no se hubiera esfumado y solo mutado en algo distinto.
—¿Sabes? Si esto continúa, voy a terminar contándote asuntos más privados que no te incumben —Angie revoloteó su cabello, en un intento por parecer soberbia y no vulnerable.
—Me mola el cotilleo, pero hasta aquí, de todos modos, ya sabemos que yo gané —añadió él.
—Benny, tú no tienes idea de lo que me ha pasado.
—Y tú tampoco sabes nada —espetó—, y deja de llamarme Benny, soy Benjamín o solo Ben, ¿vale?
—Bueno, ya está bien —Angie estiró la mano para llegar a su hombro—. Vamos a comernos la mitad de la tarta de tu madre con los dedos —hizo el esfuerzo por sonreír y se levantó de la cama—. Y también podemos robar unas birras de la cocina.
—Tráeme la tarta y también la birra —se giró de nuevo hacia el televisor y cogió el control—. Aquí te espero.
—Coño, Ben. No seas perezoso.
Él suspiró y bajó la mirada.
—Anda, se nota que has estado encerrado aquí por horas —insistió ella, se paró enfrente de él y lo observó desafiante.
—No es pereza —refutó—, solo ve por la tarta y las birras.
Angie rodó los ojos; después agarró la mano de Ben casi a la fuerza.
—Venga, te ayudo a levantarte si tan atascado tienes el culo en esa cosa —bromeó.
Entrelazó sus dedos con los de él y tiró para que se pusiera en pie. Su intención era sacarlo de ahí por la fuerza. Cuando eran un par de niños, solían llevarse así. Había empujones, mordidas y pucheros, pero también carcajadas y conversaciones largas sobre cualquier cosa.
—¡Coño! ¡No hagas eso! —exigió él.
A Angie no le parecía que él luchase por quedarse sentado, más bien, se le hizo sencillo sacarlo de ahí, como si no estuviera poniendo fuerza en sus piernas. Llegó un momento en el que Ben se rindió y solo esperó a que lo peor sucediera.
Ella seguía ensimismada en el juego y acabó por lograr que se alejara del puf. Creyendo que consiguió lo que quería, lo soltó rápidamente; en lugar de que Ben se pusiera de pie y reclamara por sacarlo de la comodidad de su asiento, él hizo el nulo intento de sostenerse de la perilla de su armario para no caerse, pero al no conseguirlo, perdió el equilibrio y cayó al suelo.
La joven cerró los ojos y quedó catatónica al ver lo que sucedió. Antes de que pudiera ayudarle a levantarse, la puerta se abrió rápidamente. Quienes habían entrado eran Bel y su padre, claramente preocupados por la caída. El hombre ayudó a su hijo a ponerse en pie y dejó que se apoyara en su hombro para poder equilibrarse, mientras Bel le reprochaba a su hermano con la mirada y le reclamaba en voz baja.
Angie sentía el resentimiento en la mirada de Ben, pero también notó una chispa de vergüenza. Dejó que la culpa fluyera por su cuerpo, se mordió el interior de la mejilla y ató los cabos. Desde su ausencia en la cena, el comentario de su madre sobre los autobuses, el que hubiera abandonado el fútbol y también la pinta y el mal humor en el que se encontraba. Aquella conclusión quedó confirmada cuando vio como Bel obligó a su hermano a usar un bastón para sostenerse en pie sin que hubiera otro accidente.
¡Hola, conspiranoicos, coralitos!
Si leyeron la versión anterior, no notarán muchos cambios aquí, más allá de un re orden de algunos hechos, nada relevante la verdad. En fin, ¿qué les parece la relación que formarán estos dos?
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