Capítulo 1
¡Cómo podía haberme hecho esto!
¡Le odio! ¡La odio!
Cogí un cojín que tenía encima de mi cama y lo tiré contra la pared, mi padre entreabrió la puerta mientras entraba con una pequeña sonrisa. Intenté calmarme pero me era imposible ante la noticia que me había dado.
–Hija. –empezó a hablar con voz suave.
–¿Cómo has podido? –le miré mientras con mi lengua jugaba con mis colmillos. –De todas las personas que hay en el mundo, de todas las razas o especies...¿¡Tenía que ser una mujer lobo!?
–El trato lo hizo tu abuelo. Ya sabes lo que él quería.
–Lo sé, pero así no es la manera. No pienso casarme con esa perra pulgosa.
–Que ironía, ella dijo algo parecido. –mi padre respondió entre risas. –Si no funciona siempre podéis intentar toleraros, además, intenta conocerla. A lo mejor te sorprende.
–Lo intentaré, padre.
Caminé hacia el baño para relajarme sentí que mis ojos me picaban sabiendo que estarían pasando de un rojo cuando me enfadaba a mi color de ojos verde. Me miré en el espejo viendo como sólo estaba mi ropa, más no mi reflejo. Comencé a hacer tonterías viendo como la ropa parecía moverse sola, era algo que me divertía desde que era pequeña. Luego activé una función especial del espejo para poder ver mi reflejo, ahí vi como mi pelo rubio ondulado caía sobre mis hombros.
Decidí darme una ducha para relajarme, estuve al menos quince minutos jugando con mi patito de goma hasta que decidí salir para cenar. Rodeé mi cuerpo con una toalla y salí a mi habitación, lo bueno es que en mi habitación tenía mi propio baño privado. Abrí mi armario observando como la mayoría de ropa que tenía era de cuero, por lo que opté por lo que siempre vestía; una chaqueta de cuero con una camisa blanca, pantalones negros y unas botas que me sobrepasaban los tobillos.
–Buenas hija, me alegra verte tan bien arreglada. –dijo mi madre con una sonrisa. Ella como siempre vestía unos largos vestidos de tela, esta vez de color café con detalles blancos.
–¿Por qué lo dices? –pregunté sentándome en el sofá para coger el mando y encender la televisión.
–Iremos a cenar a casa de los Grimmwolf. –dejé caer el mando al suelo mientras giraba la cabeza para ver a mi padre. –He hablado con él y hemos pensado que sería bueno que ambas os conozcáis.
Después de discutir con mis padres me resigné a ir, al salir de la mansión nos tranformamos en nuestra forma de murciélagos y sobrevolamos todo el bosque de Blackwoods hasta llegar al territorio de los lobos. Por los que sabía, los hombres y mujeres lobo se dividían en manadas, y entre ellas la más fuerte era la de los Grimmwolf, los cuáles mandaban. Eran como los líderes de todos, por así decirlo.
En los vampiros no teníamos aquello, todos éramos del mismo grupo tan sólo que mi familia al ser la más poderosa durante todos los siglos pues éramos los que mandábamos sobre el resto de vampiros, los cuáles debían acatar nuestras órdenes o eran asesinados.
El viaje terminó al llegar a una gran mansión construida completamente de madera, al igual que las decoraciones. Una vez llegamos al suelo adoptamos nuestra forma humana y mi padre se acercó a llamar al timbre, luego de arreglarse la ropa.
Observé el lugar y noté un gran olor a lobo, algo que me incomodó pero al menos no es tan desagradable como yo pensaba. En el jardín podía ver que tenían varios columpios, pelotas enormes y lo que parecían sacos de boxeo pero eran completamente de madera, imagino que ahí entrenaban.
Los vampiros nos valíamos de nuestra fuerza sobrehumana y de nuestros poderes, por lo que realmente no necesitábamos entrenar tanto. Pero a mí me gustaba ejercitarme, por lo que aprendí diversa técnicas de lucha.
La puerta se abrió con un sonido chirriante, un hombre alto y fornido vestido con una chaqueta andrajosa separó frente a mi padre y le tendió la mano mientras sonreía. Mi padre parecía algo incómodo pero aceptó la mano, luego saludó a mi madre y por último a mí. Intenté poner mi mejor sonrisa pero salió más una mueca.
–Tú debes ser Elnora. Encantado de conocerte. Soy Wolfang Grimmwolf. –le estreché la mano por cordialidad.
–Encantada señor.
–Pasad, familia. Como si estuvierais en vuestra casa.
Al entrar a la casa vi que la decoración era muy rural, típica de alguna casa de pueblo. Nunca lo admitiría en voz alta pero se notaba acogedora a diferencia de la nuestra, en la que todo estaba decorado de un estilo gótico y de mármol.
El señor Gimmwolf nos guio hasta el salón donde esperaban la que supuse que sería su mujer, con un vestido verdoso con adornos florales, y una chica de mi edad, la cuál supuse que sería con quién me casaría. Ella al verme bufó molesta y caminó al lado de su madre con los brazos cruzados, algo que imité también.
–Encantada de conocerles señores Vatore, soy Mildred Grimmwolf. –nos saludó con una sonrisa cariñosa. Después de eso rodeó con uno de sus brazos a su hija, quién nos sonrió con una sonrisa forzada. –Ella es mi hija Kaira.
–Un placer. Yo soy Vladimirio Vatore y ella es mi esposa Daniala. –se presentaron con una sonrisa.
–Elnora Vatore, un gusto. –me presenté al recibir la mirada de todos.
–Acabadas las presentaciones, vamos a cenar.
Fuimos al salón donde vi una larga mesa de madera con sillas recubiertas con terciopelo rojo, las paredes estaban adornadas de cuadros o artilugios antiguos. Por idea del señor Grimmwolf, Kaira y yo nos sentamos juntas, ella me miró con asco y dirigió su atención al plato.
La comida que la señora Grimmwolf había preparado era carne al horno con salsa y verduras. Miré a mis padres asqueada, era imposible que nosotros nos comiéramos esta comida. Ellos me miraron incómodos pero aún así me sonrieron y se sirvieron comida en su plato.
–Espero que les guste, es una receta familiar. –comentó Mildred con una sonrisa.
Mis padres comieron lentamente la comida mientras que los Grimmwolf pareciera que les iban a robar la comida por la energía con la que comían. Miré mi plato aún sin probar y sentí como el estómago se me removió, hacía siglos que no sentí angustia.
–¿No te gusta, querida? –me preguntó Mildred al ver que no había tocado nada.
–Elnora, no seas irrespetuosa. –dijo mi padre alentándome a comer.
Vi a mi madre haciéndome un ademán para que comiera, así que con cierto desdén corté un trozo del filete y con cierto recelo me lo comí. E inmediatamente sentí unas grandes ganas de vomitar causados por la comida, hice mi mayor es fuerzo y me la tragué, mostrándole una sonrisa a la señora Grimmwolf.
–Está buenísimo. –dije en voz baja intentando no vomitar, a la vez comencé a sentir como comenzaba a sudar.
–Me alegro cielo, Kaira sabe la receta así que te la podrá cocinar. –dijo con una sonrisa.
Tras terminar la cena sentía cada vez más las ganas de vomitar, no sabía como mis padres no estaban igual de mal que yo. Imagino que será por los siglos de diferencia que llevamos. Mi madre alargó la mano y cogió la mía mientras me daba cariño, haciéndome sonreír y olvidar las náuseas.
–Bien, ya que los señores Vatore han venido, será bueno dar la noticia. –comenzó a hablar el señor Grimmwolf haciendo que todos le prestásemos atención. –Como ya sabemos, para que la paz reine entre nuestras especies hemos decidido unirlas mediante el matrimonio de Kaira Grimmwolf y Elnora Vatore. Y para que no haya ningún problema el día de la boda, hemos decidido ambas familias que las dos os vayáis a vivir juntas.
–¿¡Qué!? –gritó Kaira levantándose de la silla mientras apoyaba sus manos en la mesa y miraba a sus padres.
Por mi parte no pude evitar que sucediera, volví a sentir aquellas náuseas de nuevo y vomité la cena en el suelo, escuchando un sonido de asco proveniente de Kaira quién estaba a mi lado.
Esto no puede ir a peor, ¿no?
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