CAPÍTULO XIV: EL OLOR DE LA MUERTE

La noche acompañó el dolor de aquellos que lloraban por un caído sin saber de quién se trataba. El llanto desbordaba en las alma de aquellos que se encontraban encerrados en una isla, el corazón de un amigo en aquel lugar oscuro dejó de latir sin poder despedirse, en algún lugar frío y húmedo el cadáver de uno de ellos se hallaba tirado sobre el lodo y cada vez se hacía más fuerte el olor de la muerte.

—¿Quién pudo haber sido? — preguntaba desconsolada Nagisa en los brazos de Akemi — ¿Por qué tenía que ocurrir esto? — el joven lo único que podía hacer era que su mente y corazón se hicieran un puño cerrado rogando que ese lazo desvanecido no hubiera sido el de su hermana.

Las cinco horas cronometradas habían pasado y los minutos se juntaban para anunciar que la séptima hora estaba llegando.

Walquiria que por primera vez se asimilaba a su dios, daba vueltas por toda la casa como si fuera un animal enjaulado, Eskol sentado en la entrada olfateaba la muerte que se acercaba, Otto se encerraba en su cuarto lleno de miedo y de impotencia; Amateratsu, Akemi y Nagisa estaban en el comedor, mientras que Hikaru estaba recostado en la cama de su amada.

Hikaru obtenía la peor parte en todo esto, él sólo era un dios que tenía que encargarse de atrapar en un tiempo vacío a Discordia, pero en el proceso por primera vez, el amor había llegado a su existencia, pero lo prohibido tiene un precio que requiere de un costo elevado. Amara era amiga de las reencarnaciones de los dioses que Discordia buscaba, y su vida esa noche también corría peligro.

—¡Se acercan! — dijo Eskol sentado en la entrada de la casa — ¡Ya está aquí! ¡La muerte ha llegado! — gritó fuerte para que todos lo escucharan.

Al oír el grito del dios, todos abandonaron lo que estaban haciendo y corrieron a ver quiénes llegaban. Entre la maleza negra se podían escuchar pasos en diferentes direcciones, cada vez se oían más y más cerca.

—¡Son ellos! — dijo Walquiria oliendo el aroma y en ese momento cuatro personas se tendieron en la arena blanca en medio del silencio.

Nadie se acercaba, tenían miedo de lo que verían, sus corazones latían rápidamente. El silencio, dueño del lugar, susurraba lamentos; y uno de los cuatro hizo un último esfuerzo para arrastrar hasta la blanca arena algo que tenía forma humana pero que ya no respiraba, alguien que conocían yacía en el suelo como un simple bulto. Nadie respiró por un momento, y allí entre los cinco que esperaban el regreso de sus amigos, el alma de uno se hundió en el sufrimiento más cruel y en el llanto más desconsolado.

Corrió lo más rápido que pudo, pero el tiempo se desvanecía entre sus pies y le retardaba la hora del encuentro. Hikaru al fin llegó hasta donde estaban los cinco en el suelo, y con sus brazos temblando tomó el cuerpo muerto de Amara. La joven no parecía haber muerto de alguna herida, pero su rostro pálido reflejaba el sufrimiento de una muerte lenta y dolorosa. El dios comenzó a mecerla como si fuera un bebé que quisiera ser dormido, como un bebé que busca el dulce sueño en los brazos del ser amado.

—Duerme, duerme mi dulce y bella Amara. Duerme, duerme que yo estoy para ti — y lágrimas negras recorrían el surco de un rostro que bordeaba la locura — Duerme, duerme mi bello ángel, que mañana será otro día y yo podré ver tu sonrisa. Duerme. Duerme que yo te cuidaré el sueño, mi amor, mi amada — el joven lloraba amargamente con el alma deshecha, con el corazón en añicos, la voz de la joven retumbando por su cuerpo y sus besos en el aire le daban la despedida.

Al ver la desgarradora escena Nagisa y Bluma rompieron en llanto, pero extrañamente la reacción de Egmont fue más fría de lo que todos esperaban.

—Vamos a dentro. Hay que curar a Mitsuki y calmar los nervios de Bluma — dijo cargando en su espalda a la joven que lo miraba con compasión — ¡Vamos! Hay que darles tiempo para que se despidan — y entró a la casa.

Otto y Akemi que eran los que se encontraban más calmados prestaban auxilio a los heridos como podían, mientras que los dioses conversaban entre ellos. Egmont que mostraba un caparazón alrededor de su corazón, veía como Hikaru lloraba la muerte de su preciada amiga. Se sentó en su cuarto y entre las cosas de la joven la veía sonreír, la veía reprochándolo, cuando agarraba un libro de historia la encontraba a su lado leyendo, vio un cuadro y ella estaba ahí junto a él en la sala de arte con su uniforme lleno de colores y con pintura en su rostro siempre vivo.

—¿Tenías que dejarme solo? — le preguntaba a una foto que encontró entre su equipaje donde salían los dos abrazados — ¿Tenías que partir de una manera tan triste y solitaria, tan distinta a lo que eras? — por la ventana veía al joven que abrazaba sin cordura el cuerpo sin vida de su amiga — Mira que irte y dejarnos a todos sin ti, en verdad nunca usas la cabeza — sus frases cada vez se entrecortaban más — Mira que eres una niña tonta ¿Qué haré sin nadie que me abrase constantemente? ¿Qué haré sin tu sonrisa en mis días? Mira que eres tonta al elegir de amigo a alguien tan gris, siendo tu tan brillante — y el corazón se sintió desgarrar y la voz se quebró dejando que dentro de la habitación lloviera — ¿Por qué me dejaste solo? Maldita sea — y Mitsuki que estuvo escuchando detrás de la puerta se alejó para que pudiera desahogarse en soledad como quería.

Mientras tanto en la sala se estaban reuniendo aquellos que recomponían la compostura junto con los dioses, era hora de poner el plan de ataque en marcha. Allí permanecían sentados Akemi y Nagisa; Yuki y Bluma en la parte central de la ronda; Walquiria, Otto e Imre continuaban a la derecha, y cerrándola Mitsuki que bajaba del cuarto de Amara.

—¿Y Egmont? — preguntó Otto.

—Se está despidiendo de su amiga a su manera — le respondió Mitsuki tomando asiento.

—¡Entonces comencemos! — dijo Bálder — En primer lugar es necesario ordenar los hechos, así que Tsukoyomi tienes la palabra.

—Gracias — respondió amablemente — Yo hablaré en nombre de nuestro grupo de búsqueda — y contó cómo fue que Mitsuki se separó de Egmont y Saga, cómo se lastimó y cómo tuvo que hacer él para evitar que siguiera avanzando.

—Así que la sangre que percibimos con Walquiria fue tuya — dijo Eskol mirando a la joven.

—Disculpen mi imprudencia y por haberlos preocupado — se disculpó apenada.

—Luego de eso — continuó relatando Tsukoyomi — esperamos alrededor de treinta minutos hasta que nos alcanzaron. Una vez que lo hicieron Egmont la cargó para devolvernos luego de improvisar una venda; y mientras nos volvíamos sentimos que uno de los diez lazos se cortó; y no fue hasta que nos vimos tirados en la arena que supimos de quien se trataba — terminó de explicar y quedó todo en silencio.

—Como ustedes no fueron con ninguno de nosotros tendrán que contarnos de su boca todo lo que sucedió desde que se separaron — comentó Eskol — Yuki tienes la palabra.

—Todo transcurría normalmente cuando nos separamos. El camino se hacía cada vez más espeso y tenebroso; los tres sentíamos miedo pero tratábamos de no decir nada. Mientras seguíamos avanzando Bluma y Amara sintieron que algo nos perseguía y se acercaba a nosotros, por lo que nos pusimos a correr lo más rápido posible. Cuando corríamos tratábamos de no separarnos, pero Amara tropezó con algo, así que nos detuvimos para ayudarla, y fue así que accidentalmente descubrimos donde se escondía Sakura, pero fue demasiado tarde. Mientras volvíamos aquello que nos estaba siguiendo nos alcanzó; tiró a Amara nuevamente al suelo y una sombra negra con forma indefinida se metió dentro de ella cuando respiraba. A partir de ahí comenzó a retorcer todo su cuerpo, pero sus huesos no se rompían. Amara gritaba de dolor, cada vez más fuerte y espeluznante se volvían sus gritos; pero por más que hiciéramos algo, nunca funcionaba. El suplicio duró al menos una hora y cuando dejó de moverse nuestro lazo se quebró, así supimos que había muerto. Como pude la cargué en mi espalda y corrimos para no ser perseguidos por el mismo destino cruel, hasta que llegamos acá — y al terminar el relato Walquiria, Nagisa, Bluma y Mitsuki no pudieron ocultar sus lágrimas por la muerte horrible que su amiga había tenido.

Al terminar de escuchar el relato sobre la muerte de Amara, los dioses esperaron a que las chicas se calmaran un rato para luego preguntarle a Yuki, exactamente donde estaba escondida Sakura. Cuando el joven terminó de decir todo lo que se acordaba, Hikaru entró en la sala como un viento enfurecido, sus ojos casi no se veían de lo hinchado que estaban de tanto llorar, y el tono de su voz dulce y simpática había cambiado a una oscura y triste.

—Yo iré con ustedes — dijo el joven.

—¿Piensas intervenir? — le preguntó Amateratsu.

—Tengo que vengar la muerte de ella, así será la única manera en la que pueda verla otra vez con vida — dijo cegado por la ira.

—Tengo entendido que los que fueron y son guardianes del tiempo tienen prohibido intervenir en la historia. ¿Tienes acaso alguna dimensión de lo que podría pasarte si lo haces? — comentó Saga.

—Piensas que Amara podría descansar sabiendo que te puede pasar algo — trató de hacerlo entrar en razón Bálder, pero era un caso perdido.

—No me importa lo que me suceda, voy a matar a Discordia por Amara, le devolveré la sonrisa que nunca tuvo que ser borrada de su rostro. Discordia conocerá lo que es la ira del dios del tiempo — en sus ojos se podían ver el odio y la amargura que habitaban en aquel que controlaba el tiempo.

Los preparativos comenzaron para el equipo de exterminación. Los cinco tomaron todas las armas que pudieron encontrar en la despensa; el resto preparaba algo de comer y té para los que aún eran dominados por el miedo. Akemi y Nagisa, junto con Imre, Otto y Walquiria ya se encontraban vestidos y con sus respectivas armas. Hikaru retrocedió el tiempo en los ojos de Walquiria a cuando sus células estuvieran sanas, y de esa manera la joven pudo ver.

—Si sigues quebrantando las reglas de esa forma no tendrás perdón — le dijo Bálder al dios que se encontraba cegado por la ira.

—He dicho que no me importa — y cargó con él un arma mientras todos se alimentaban.

El plan consistía en llegar hasta Sakura sin ser descubiertos, luego todos se infiltrarían y Nagisa se quedaría junto con Otto a proteger al resto, mientras que Akemi y Walquiria irían por ella; Hikaru decidió actuar por su cuenta. Sin embargo, Imre sería quien tome su vida, el había decidido matarla con sus propias manos. Finalmente cuando terminaron de comer se pusieron en marcha, pero antes Egmont tenía que hacer algo.

—Pienso que lo mejor sería que te despidieras — le dijo Hikaru mirando al joven.

—¿Y tú que sabes? — preguntó hostigándolo.

—Se que te apreciaba más que a su propia vida, sé que no estarás tranquilo hasta que lo hagas. Está al lado de la cabaña recostada sobre una hamaca, no le gustaría estar encerrada siendo tan libre — y siguió su camino junto a los demás, dejando a Egmont atrás, solo y en silencio.

Egmont notó que se había quedado solo y decidió ir hasta donde Hikaru le había dicho que reposaba el cuerpo de su querida amiga. Cuando llegó y la vio sobre esa hamaca parecía realmente dormida, como si hubiera abandonado todas las preocupaciones y estuviera tranquila. Se acercó para darle un beso y la notó fría y la abrazó para transmitirle y devolverle un poco de todo el calor y el cariño que había recibido de ella.

—No te preocupes Amara, todo estará bien — dijo llorando mientras la abrazaba; y luego con sus puños se las secaba para que las demás no las vieran mientras caminaba para reunirse ellos.

Yuki iba delante de todos para guiarlos, detrás de él se encontraba Hikaru y los cinco correspondientes al grupo de exterminación; y detrás los tres restantes.

Ahora que conocían el camino todo resultaba más rápido, sólo necesitaban llegar antes de que Discordia notara su presencia. El avance se hacía más tedioso, las hierbas húmedas molestaban al punto de que todos tenían rasguños.

Mientras caminaban Walquiria sintió un ruido, pero no podía describir de dónde venía. Eskol que estaba a su lado también lo había notado; su esencia animal le hacía saber que el mal le estaba tocando los talones y la muerte venía a reclamar otra alma para sus dominios.

—¡Algo viene! Puedo sentirlo — dijo Walquiria mientras todos paraban su caminar.

—Es cierto — dijo Eskol sintiendo que el olor se hacía más cercano no supo otra cosa que gritar — ¡Corran! ¡Rápido corran!

Algo los venía persiguiendo, pero no podían saber qué era. Los jóvenes corrían lo más rápido que sus piernas temblorosas les permitían. Bluma que era la segunda vez que hacía el recorrido se sentía cansada y por alguna razón tropezó y calló al suelo mientras los demás seguían corriendo sin darse cuenta.

La joven en el suelo notó que algo se había enredado en su tobillo, sentía que lo que fuera que los estaba persiguiendo se acercaba a ella. Por más que quisiera apurarse, aquello que la sostenía parecía no querer soltarla, y sus lágrimas corrían conforme aumentaba su desesperación.

Por otra parte los jóvenes que continuaron corriendo, cansados ya de tanto correr, se detuvieron por un momento.

—Parece como si se hubiera cansado de perseguirnos — dijo Walquiria.

—No — dijo Eskol mirando la dirección por donde habían estado corriendo — yo diría mejor que ya encontró a su presa.

—¡No puede ser! — comenzó a gritar desesperado Yuki.

—¿Qué pasa?

—Bluma no está por ningún lado — y en medio de la desesperación un grito de mujer se dejó oír a lo lejos.

Yuki no necesitó oír el grito de su amada, que ya lo encontraba a mitad del camino de regreso; al oírla el terror se apoderó completamente de su cuerpo, sus manos temblaban, sus piernas flaqueaban; pero su corazón albergaba la bella sonrisa de Bluma, lo dulce de sus besos y lo obstinado y caprichoso de su carácter; todo aquello hermoso que se hallaba en todo su corazón le permitía continuar avanzando, aunque fuera en contra de su propio cuerpo.

Yuki corría y corría, pero parecía nunca desandar el camino hecho. Una segunda vez se dejó oír el grito de horror de la joven, pero éste fue el peor de todos ya que la joven llamaba a su novio.

—¡Yuki...Yuki...! ¡Ayúdame por favor! — se oía a lo lejos, y el joven con todas sus fuerzas apresuró el paso.

Cuando el joven por fin pudo llegar hasta donde los gritos daban origen, sus ojos prefirieron parecerse a los ojos sin vida de Walquiria. Se arrodilló ante el espanto de lo que estaba viendo, tapó su boca para evitar vomitar, y las lágrimas se parecían más a gotas de sangre.

Un animal negro sostenía entre su hocico lleno de sangre el cuerpo de la joven que aún respiraba. Nunca antes Yuki había visto una bestia como esa; más alto incluso que un caballo o un camello, su pelaje negro sólo se distinguía por la llama roja que estaba encendida en sus seis largas colas; los ojos amarillos denotaban una vida en el averno, y el azufre que despedía su fétido aliento, sólo le hacían pensar que el diablo era el dueño de tan terrible monstruo.

Yuki trató de reponerse, y tanteando con sus manos el suelo lleno de sangre pudo hallar dos rocas de un tamaño considerable, y con un fuerte lanzamiento y un poco de suerte logró darle a los ojos de aquella bestia, que del dolor soltó el cuerpo de Bluma. Yuki corrió para alcanzarla y con todas sus fuerzas correr lo más que podía, pensando que así se alejarían de su destino. Corrió hasta que estuvo bastante lejos y lo que sus pies le permitieron. Cuando estuvo seguro de la distancia que distaba entre ellos y la bestia colocó a Bluma en el suelo para tratar de cubrir sus heridas y evitar que siguiera sangrando.

—Sabía que vendrías por mi — dijo con mucho esfuerzo la joven sosteniendo la mano de su amado.

—Calla por favor. No te esfuerces — decía el joven llorando, arrancando pedazos de su remera para improvisar unas vendas.

—No importa eso, amor mío — acariciando con su mano llena de sangre el rostro de Yuki.

—Si que importa. Si no freno tus hemorragias morirás — continuó vendándola — Se que duele pero aguanta, por favor amor, aguanta un poco más.

—Yuki mírame a los ojos — le pidió mientras tocía escupiendo sangre, señal de que la hemorragia también era interna — ¡Escúchame, no me queda mucho tiempo!

—Esta bien amor, pero no digas eso — y sostuvo el cuerpo de ella entre sus brazos.

—Nunca esperé viajar a un lugar tan lejano; nunca pensé en conocer Japón, quizás porque mi situación no me lo permitía, y tal vez, porque tampoco era mi ambición — se interrumpía cada tanto con un poco de tos ya que la sangre ahogaba sus palabras — Desde que conocí a Imre mi vida cambió, jamás pensé que mi mejor amigo seria un hombre, y mucho menos que tocaría en una banda — volvió a ahogarse.

—Te entiendo amor, pero por favor deja de hablar, necesitas descansar; luego cuando estemos a salvo hablaremos bien — trató de que Bluma guardara silencio para que no se agotara.

—Prometiste escucharme — trató de ponerse seria para que su novio le permitiera seguir hablando.

—¡Esta bien, esta bien! — dijo mientras miraba para todos lados esperando que la bestia no los alcanzara — Continúa no te interrumpiré más.

—Luego ganamos ese viaje hasta aquí y me entusiasmé, quizás mucho más que Imre porque sabía que algo inesperado me estaba esperando.

—¡Y valla que fue inesperado!

—Yuki prometiste no interrumpir.

—Lo siento.

—Cuando nos dieron el uniforme sentí vergüenza, pero todo desapareció cuando te vi el primer día de clase. Me había enamorado del joven de pelo plateado, pero no al que todos miraban, sino justo el que estaba a su lado. Me enamoré completamente de ti, te seguí a natación aún dándome cuenta de que amabas a otra persona que no te correspondía — Yuki desvió la mirada — Pero eso no me detuvo, nunca pensé que mis súplicas fueran escuchadas, e incluso con el primer beso yo te amaba más allá de lo imaginado.

—¡No te perderé! — y la besó tan suave que aún pensaba que la lastimaba — Gracias a ti conocí el amor verdadero, llenaste mi vida con una luz blanca haciéndome sentir completo en el más mínimo de los rincones. ¡No te dejaré ir! TE AMO — y su beso fue interrumpido por la bestia negra que finalmente los había alcanzado por el olor de la sangre; la bestia venía a cobrar venganza contra quien lo había lastimado.

Yuki se puso de pie frente a Bluma como escudo que protegería a su amada hasta el final. Su cuerpo delgado, sucio y blanco como la luna no hacían más que mostrar la firme resolución que se había propuesto: proteger a Bluma a costa de su propia vida.

Extendió sus manos para demostrarle a aquella bestia que no le temía. En una de sus manos tenía una rama gruesa que logró conseguir para defenderse, mientras trataba de curar las heridas de su novia.

Aquella escena era un duelo entre el hombre que amaba y la bestia que deseaba la muerte; los ojos amarillos penetraban la piel de Yuki, que un poco atemorizado hizo el primer movimiento. Impulsivamente avanzó un paso y movió rápidamente su palo para que la bestia retrocediera, pero ésta levantó su gran pata y con unas uñas afiladas le devolvió al joven el mismo movimiento. Yuki voló unos metros y chocó su espalda contra el tronco de un árbol seco, su arma improvisada calló unos metros lejos de él, quedando inconsciente.

La bestia dejó al joven para después y se dirigió hacia Bluma para terminar con lo que le fue arrebatado. La joven inmóvil, tendida en el suelo, supo que su destino final estaba en sus garras; miró fijo a su verdugo y vio la herida que Yuki había hecho en sus ojos, y a través de ella sintió el olor de la muerte y decidió no resistirse, pero a cambio de su alma pidió algo.

—Se que vienes por mi alma — dijo dirigiendo su voz hasta la bestia — y te la daré con gusto, pero a cambio quiero algo.

—¿Qué quieres? — dijo una voz escalofriante que retumbó en toda la isla — No te confundas — dijo mientras lentamente se acercaba — Tu alma siempre fue mía, sin embargo, escucharé tu dulce plegaria.

—Lo se... se que nos matarás a los dos, pero por favor te lo ruego, que su muerte sea rápida sin tanto Sufrimiento — pidió la joven.

—Sólo por ser mí cena después de tanto tiempo, y porque reconozco que aquel insecto tiene agallas, haré realidad tu petición, pero luego de que devore tu alma primero — y el animal oscuro fue incrustando lentamente sus afilados colmillos al mal gastado cuerpo de la joven, que con la poca fuerza que le quedaba trataba de no gritar.

Yuki fue recuperando la consciencia sin poder moverse; al principio su visión era algo borrosa pero cuando por fin se aclaró, vio el cuerpo de Bluma sin movimiento en el hocico del animal salvaje.

—¡Te amo! — dijo Bluma mirando a los ojos llenos de lágrimas de Yuki.

—¡Nooooo...! — gritó él y la bestia tiró el cuerpo sin vida de la joven que seguía mirándolo con inmenso amor.

La bestia se acercaba lentamente hasta su presa que no paraba de llorar tirado en el suelo.

—Mátalo al lado de su Amada — se escuchó la voz de Discordia, y el perro obedeció. Tomó entre sus colmillos al muchacho y lo colocó al lado de la joven muerta. Yuki pudo alcanzar a tomar la mano, todavía cálida, de su novia, y cuando la bestia lo soltó, sus dientes desgarraron completamente su cuello, dejándolo desangrarse.

La imagen de Bluma a su lado fue desapareciendo lentamente, no sintió dolor alguno, y con el último aliento dijo:

—Te amo vida mía, te dije que no te dejaría sola amor mío, me voy contigo  — y agarró, con la fuerza que le quedaba, la mano de Bluma que se la extendía para invitarlo a un lugar mejor.

Mientras tanto, los chicos al ver correr tan desesperado a Yuki decidieron seguirlo, pero en alguna parte del camino le perdieron. Desde ese momento Walquiria, paradójicamente, y Eskol se convirtieron en los ojos del grupo para encontrar a Bluma y a Yuki.

—¿Sintieron eso? — dijo Nagisa asustada y prendida al brazo de Akemi.

—¡Si! — dijeron todos

—Lo mejor será darnos prisa — comentó Walquiria — La muerte se vuelve a sentir.

—¡Adiós amigo! — dijo una voz susurrando al oído de Imre mientras seguían caminando bajo la dirección que les marcaba Eskol.

—¿La escucharon? — preguntó inquieto el joven.

—¿Escuchar qué? — preguntó Mitsuki.

—Esa voz despidiéndose.

—No Imre, debes estar imaginando cosas a esta altura — le respondió Otto.

—Ha venido a despedirse de ti hermano — dijo Walquiria llorando.

—¿Quién? ¿Qué dices Walquiria? ¿Por qué lloras?

—Ya es tarde, la muerte se ha llevado sus almas — continuó diciendo la joven mientras sus lágrimas corrían en abundancia.

—Ella tiene razón — dijo Eskol volviendo a su forma humana.

—¿Qué estas diciendo? Es mi amiga la que está allá afuera, es mi hermana del alma y su novio los que están siendo cazados como animales. No me rendiré — y corrió sin darse cuenta de que no hacía falta, porque su tan preciada amiga se encontraba a unos cuantos pasos.

Imre en la oscuridad chocó con algo blando pero pesado, sintió que cayó sobre un charco de barro, y ahí sentado comenzó a tantear, cuando sus amigos lo alcanzaron alumbrando con las linternas.

—¡Espera Imre! No vayas tan rápido — dijo Egmont que al alumbrar y ver sobre qué y con qué había tropezado su hermano, tapó inmediatamente los ojos a Mitsuki.

La escena era indescriptible, los cuerpos de Bluma y Yuki bañados en sangre, con marcas de colmillos por todos sus cuerpos; el cabello plateado de Yuki se tiñó de rojo intenso como las rosas que tanto le gustaban a Bluma. Sin embargo, extrañamente ambos sonreían y sostenían unidas sus manos, pareciera que más allá del dolor hubiesen muerto felices, en paz.

—¡Adiós amigos! — se volvió a escuchar la voz, pero esta vez todos pudieron oírla; y al lado del cuerpo de los amantes dos figuras resplandecientes se marchaban de la mano — Los estaremos esperando — y desaparecieron en la oscuridad del llanto de los que quedaban con vida.

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