CAPÍTULO I: EL ORIGEN

Incluso antes de que el mundo surja, incluso antes de que el aire recorriera libremente los extensos y bastos rincones, mucho antes, incluso de que el hombre aprendiera a caminar; ellos ya existían. Majestuosos dioses que dejarían su impronta en lo que luego serían sus naciones.

Son tantos los dioses que viven en la antigüedad de los pensamientos, que no existe una sola molécula del universo que recuerde el nacimiento de los mismos. Diferentes por costumbres, majestuosidad, egos e infinidad de características; que sólo los dioses nórdicos y los dioses del país del origen del sol logran el mayor reconocimiento.

Existían, hace mucho tiempo dos hermanos en el país del origen del sol; AMATERATSU, la diosa del sol; y su hermano TSUKOYOMI; el dios de la luna. Entre ellos existía una gran fraternidad, pasaban todo el tiempo juntos, organizaban banquetes para los dioses, disfrutaban el tiempo entre los inmensos bosques y recorriendo la inmensidad del cielo, que se regocijaba de alegría al verlos juntos.

Mientras tanto, entre los dioses nórdicos la situación era una poco distinta. Entre ellos no sólo estaban los dioses hijos de Odín, sino que existían los Bersekers, aquellos guerreros que formaban el ejército más fuerte de Odín. Entre los hijos de este dios, estaban BÁLDER, el dios de la belleza y de la sabiduría; SAGA la diosa de la historia y ESKOL, el dios lobo que perseguía la luna. Aunque estos dioses fueran diferentes a los dioses de País del Origen del Sol, su predominante deseo de guerra, hacía que se relacionaran bastante, esto conllevó que tanto Bálder como Eskol cayeran profundamente enamorados de Amateratsu. Sin embargo, ella no correspondía a ninguno de los amores ofrecidos, alegando que sólo podía amar a su hermano.

Discordia, hallándose enterada de la relación entre los dos Panteones, vio la oportunidad apropiada para cobrar la venganza que había jurado llevar a cabo. Un día en el cual el viento susurraba desgracias que nadie escuchaba, Discordia vio su oportunidad para abrirse paso entre las sombras.

Ya era tarde cuando Amateratsu y Tsukoyomi fueron a tomar sus respectivos baños para relajar el cuerpo luego de un agitado día. Mientras su dulce y bella hermana tomaba el primer turno para bañarse, Tuskoyomi se recostó por un instante y entre el divagar del pensamiento se durmió en un sumiso sueño, tiempo valioso que Discordia aprovechó para introducir en forma de brisa, un dulce perfume envenenado en los pensamientos del joven apuesto. Éste al despertar y ver a su querida hermana a los pies de su cama, sintió cómo el corazón se le retorcía de emoción; ante ese extraño y turbado sentimiento salió embestidamente hacia el baño.

Tsukoyomi sentía una rara sensación, cada vez que pensaba en su hermana, aparecían sentimientos que jamás había tenido y que lo atormentaban. Al acostarse, entrada ya la oscuridad, porque el tiempo se medía a través de la luz, cuando todo el mundo salía, y la oscuridad, cuando era hora de acostarse y dejar que el cuerpo descansara; se detuvo a pensar cómo haría para evitar que ese sentimiento inexplicable no le sobrepasara.

A la mañana siguiente, cuando Amateratsu fue en búsqueda de su hermano para comenzar juntos la rutina que los unía, se dio cuenta de que él no estaba. Perpleja decidió ir a su encuentro, pero por más que buscó no logró encontrarlo. Triste y con un sentimiento de soledad que le inundaba el pecho, fue a buscar en el lugar donde sólo ellos conocían. Emprendió la marcha a través de un inmenso valle lleno de flores de todos colores, hasta llegar a un templo edificado en la inmensidad, desafiando la altura del cielo, y rodeado de enormes y florecidos cerezos que el viento mecía suavemente impregnando de un dulce aire que rodeaba el templo. Al entrar en el antiguo templo, Amateratsu sintió una presencia y automáticamente se dio cuenta de que no estaba sola.

Amateratsu asustada, sabiendo que sólo dos personas conocían la existencia de ese lugar, tomó coraje y comenzó a caminar, preguntando a cada instante si alguien se encontraba con ella.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó tímidamente con voz temblorosa—. Salga, por favor, sé que no estoy sola, no le haré daño. —insistía sin obtener contestación, nadie contestaba.

Al acercarse a la parte trasera del templo que daba al mar, un extenso mar que acariciaba el cielo; notó una figura que reposaba sus pies en el agua cristalina; temblorosa se acercó y halló una figura oscura, un aroma familiar; por fin cuando estuvo de pie frente a esa figura sin rostro vio que era su hermano que no paraba de llorar.

Amateratsu tomó asiento a su lado y sin preguntar ni decir nada lo tomó fuerte entre sus brazos mientras secaba sus lágrimas.

—No hace falta que digas nada, yo siempre estaré a tu lado.

—Te amo hermana, pero de una manera que no nos está permitido. No se qué es lo que está pasando, pero ya no puedo contener mis ganas de estar contigo, de besarte y tomarte entre mis brazos.

Amateratsu simplemente dejó caer sus brazos sobre su cuerpo dejando desprotegido a Tsukoyomi.

—Si tanto me deseas sabes que sólo estoy para ti, y que no amo a nadie más en este mundo miserable que a ti, a lo mejor no de la misma manera, pero si ha alguien he de pertenecer yo decido que a ti sea.

Tsukoyomi apretó fuerte entre sus brazos a aquella a la que amaba más que a su vida; y en un impulso desenfrenado la tomo por la cara y la besó. El beso fue tan suave como el susurrar de las alas de un ángel, pero eso no importaba, porque mientras Amateratsu era besada por su pequeño rostro rodaban pequeñas lagrimillas rojas.

Ambos acordaron que nadie debería enterarse de lo sucedido ni de los sentimientos de Tsukoyomi; de manera que durante la luz continuarían con sus labores, mientras que durante la hora de la oscuridad Amateratsu dejaría que su hermano la amara.

Así prosiguió el paso del tiempo y aunque ellos en secreto se amaran, esto no impidió que tanto Bálder como Eskol continuaran con su política de cortesía. Bálder era muy apuesto, con su altura desplegaba elegancia por cada rincón donde pasara, sus cabellos rizados como pequeños resortes provocaban los suspiros de las demás diosas, y sólo con una palabra o un simple sonido emitido por aquella boca tan codiciada, generaba el rencor inusitado del resto de los dioses. Desde su existencia no supo más que amar a Amateratsu, pero ésta ignoraba completamente sus galanteos.

Bálder conoció a Amateratsu en una fiesta que su padre Odín había organizado para celebrar el período de paz en el que se encontraban todos los dioses. Amateratsu apareció con sus largos y rizados cabellos como el fuego de la llama eterna, con un vestido rojo como el cielo que los cubría; pero lo que enamoró profundamente a Bálder, además de la belleza indescriptible de la diosa, fueron sus ojos; esos ojos grandes y rasgados en los que se veía no sólo su alma sino el amor incondicional a sus súbditos. El dios nunca pensó sentir amor por nadie, él mismo se había condenado a ser venerado incansablemente por simple diosas de categorías inferiores y a ser envidiado por el resto de los hombres.

Mientras continuaba la fiesta éste quiso acercarse a la diosa, pero cuando estuvo tan cerca que pudo sentir su respiración, inmediatamente le salió al encuentro Tsukoyomi. Bálder retrocedió quedando congelado al ver la imagen de aquél hombre que se interpuso entre él y su amada; no sólo se quedó paralizado por eso, sino también por el gran parecido que había entre ellos. Bálder encontró en aquel joven los mismos grandes y rasgados ojos que su amada, el mismo cabello, pero de color plateado.

—Encantado de conocerte soy Tsukoyomi el hermano gemelo de Amateratsu. —Extendió su mano en forma de saludo a Bálder con una sonrisa enorme en ese rostro que deslumbraba paz.

—Un gusto, soy Bálder hijo de Odín.

—Eso ya lo se. —contestó dejando escapar de entre sus labios una inocente risa.

Cuando la situación ya no podía ponerse más tensa aún apareció Saga, hermana de Bálder y Eskol. Saga a diferencia de sus hermanos poseía gran carisma, y aunque escaseaba en ella la belleza, era dueña de una gran dulzura y simpatía. Su cabello corto al cuello dejaba entrever su complicidad y aún más su simplicidad.

—Aquí está uno de los anfitriones, no deberías hacer esperar a las jóvenes que desean saludarte. —comentó sonriendo mientras apretaba el brazo de su hermano—. Mil disculpas joven si mi hermano lo esta incomodando, mi nombre es Saga.

—Encantado de conocerla, soy Tsukoyomi del País del Origen del Sol y ella es mi hermana Amateratsu.

—El placer es mío, por favor siéntansen a gusto.

Aquella noche Bálder no pudo dejar de mirar a Amateratsu, que no se desprendía del brazo de su hermano; y Saga aunque fuera un poco más cuidadosa que su hermano, no dejaba de suspirar por Tsukoyomi, que parecía estar disfrutando de la fiesta.

A la celebración sólo faltaron Discordia que no estuvo invitada y Eskol que durante la hora de la oscuridad le gustaba cazar animales.

Desde ese momento Bálder no dejo de cortejar a Amateratsu ni de amarla en silencio, aunque ella no respondiera a ninguno de sus sentimientos. Sin embargo; a diferencia de Bálder, Eskol no dejaba de hacerle saber a ella y al mundo que la amaba.

Un día durante la oscuridad, Amateratsu cansada de la cotidianidad del palacio, y harta de las doncellas que estaban a su cargo, decidió escabullirse por entre las sombras para dirigirse al lago que se hallaba en el corazón del bosque. El calor se hacía asfixiante, así que una vez que Amateratsu llegó al lago fue desprendiéndose de sus ropas cual rosa se despoja de sus pétalos en otoño, para zambullirse dentro del agua tibia y cristalina.

Eskol, que durante las horas de oscuridad le gustaba por instinto pasear por las afueras, se encontraba rodeando el bosque en busca de algún animal que cazar. El dios tenía afinado el oído, el olfato y la vista, se decía que era mitad bestia, criado por una familia de lobos, hasta que fuera hallado por Odín. Durante su andar, Eskol sintió a lo lejos una melodía que provenía del lago; al principio pensó que se podía tratar de alguna sirena que engañosamente le endulzaba el alma, pero su instinto animal no lo dejaba tranquilo y lo obligó a ir hasta el lugar para cerciorarse.

Al llegar al lago se escondió entre las ramas y pudo ver que una sombra nadaba como un ángel en el cielo, y al afinar su audición se percató que la melodía que escuchaba provenía de una mujer.

"Rueda, rueda en silencio la voz del viento.

Rueda, y rueda mi voz en tu sueño..."

Amateratsu, sin sospechar la presencia de Eskol entre los arbustos, salió del lago para vestirse al compás de su canción. El dios quedó deslumbrado por la figura de la mujer desnuda. Amateratsu pasó tan cerca de Eskol que éste logró verse reflejado en sus ojos, esos ojos como la luna en cuarto menguante. Desde esa noche en el lago, Eskol no ha parado de espiar a la diosa que sin siquiera sospecharlo sigue con su melodía.

Eskol de una personalidad más fuerte que la de su hermano, y con la rudeza propia de la bestia que lleva en su interior, le declara su amor a Amateratsu, aunque ella al igual a que los cortejos de su hermano, no hace en absoluto caso.

El amor de dos hermanos por la misma mujer logra que haya una rivalidad constante entre ellos, es una competencia día a día por demostrar que Amateratsu elige a uno de ellos; compiten por quien la hizo reír primero, por a quien miró primero, a quien saludó primero, y así son incansables las peleas sin sentido entre ellos. Justamente por estar tan pendiente de esas pequeñas y vanas situaciones es que nunca se dieron cuenta de lo que sucedía entre Amateratsu y su hermano.

Aunque el tiempo pasara nadie parecía notar el secreto que ocultaban los hermanos del país de origen del sol; y mientras más pasara el tiempo, Discordia más se enfurecía. Dentro de su castillo oscuro, alejado del resto de las residencias los demás dioses, despotricaba blasfemias contra todos aquellos que se enamoraban de Amateratsu. Su envidia la corroía de tal forma que se hallaba ciega ante cualquier cosa que significara disfrutar la vida, ella no tenía más propósito que destruir a Amateratsu.

Cansada de ver que nadie se daba cuenta de que tanto Amateratsu como Tsukoyomi escondían algo, Discordia decidió volver actuar para acelerar el plan que destruiría a su tan odiada rival.

Un día durante la hora de luz, Discordia decidió espiar a los dos hermanos del país de origen del sol. Ellos no hicieron nada que pudiera llamar la atención a los ojos de los demás dioses y mientras el tiempo corría más se envenenaba pensando que su plan anterior no había tenido resultado. Al caer la hora de la oscuridad, cuando los hermanos se dirigían a su castillo algo llamó la atención de la diosa que los había estado persiguiendo durante todo el día. Notó un murmullo sospecho entre ellos y vio luego que después de pasar por donde habitaban los últimos ciudadanos, Tsukoyomi, tomó a su hermana por la cintura y así sin más la besó en la boca. Discordia también observó como de los ojos de Amateratsu corrían lágrimas y ya con esto la diosa se dio por satisfecha y decidió retirarse a su castillo.

Recordando las imágenes que había visto, y con una leve y no tan disimulada sonrisa en su cara, Discordia ideó el plan que arruinaría por completo a Amateratsu.

Al día siguiente la diosa con marcado entusiasmo se dirigió hasta el país de los dioses nórdico a poner en marcha su tan ansiado plan final. Una vez que llegó al mismo, usó uno de sus hechizos para hacerse invisible; y así oculta entre las sombras se dirigió hasta los aposentos de Bálder y los de Eskol para dejar una nota:

"Ya no puedo evitar decir lo que siento, TE QUIERO. Necesito verte esta noche, cuando la oscuridad toca la puerta de todas las casas, en el camino que separa la tierra de los aldeanos de mi castillo.

Amateratsu".

Los dioses asistieron al lugar indicado en la nota, sin saber que solo tragedia les aguardaba. Discordia había citado a Bálder y a Eskol en aquel camino donde vio a los hermanos besarse, por fin se desharía de la diosa a la que tanto odiaba.

Amateratsu y Tsukoyomi actuaron normalmente durante el día, sin sospechar que ese seria la última vez que estarían juntos. Luego de hacer sus recorridos diarios, llegada la oscuridad, los dos hermanos retomaron a su castillo y en aquel camino, el que tantas noches los acobijos, hoy su olor era traición.

Tsukoyomi se detuvo en medio del camino y sin pensarlo tomo a su hermana entre sus brazos, como un hombre toma a su amada, y ella sumisa ante los ruines deseos de su hermano se dejo besar. Mientras el la besaba con sus manos corría de su cuerpo la ropa que ya le molestaba, y a los pies de un viejo cerezo, un poco vivo un poco muerto, Amateratsu se dejo consumir por el deseo de Tsukoyomi. Y entre el frío de la noche y el calor de sus cuerpos moviéndose lentamente al compás del viento, Bálder y Eskol los encontraron como dos ramas entrelazadas por el viento, a la vez que algo se rompía en el corazón de los dos dioses. Bálder se sintió burlado y sus lágrimas confirmaban su dolor, a Eskol la rabia lo consumía, y el odio brotaba por su mano, que con su puño cerrado traspiraba tinta roja, aquélla tinta que sellaría su final.

Los hermanos sintiéndose burlados se marcharon para que sus almas no siguieran viendo aquella maldita tortura. Discordia habiéndose dado por satisfecha acompañó con una marcada sonrisa su marcha triunfal.

Al llegar al castillo Bálder y Eskol rompieron todo a lo que a su paso hallaban, y una vez medianamente satisfecho su impulso de destrucción, se sentaron alrededor de aquella vieja chimenea que se elevaba hacia el techo soberbio, y juraron vengarse de los hermanos que tanto sufrimiento les estaban causando. Así, lucubrando en la penumbra, los dioses nórdicos trazaron la venganza sobre los hilos del destino. Hoy la oscuridad seria lenta y tortuosa, pero mañana durante la luz la oscuridad seria eterna.

Al llegar la luz hasta los ojos cegados por el odio de los dioses nórdicos, llegó también el momento de la Muerte que esperaba sentada de brazos cruzados a los pies de la puerta principal. Bálder ordenó a los bersekers que fueran hasta el castillo de los dioses del país del origen del sol y capturaran a los dos hermanos. Eskol, que aun no calmaba su sed de odio le ordenó a la guardia de su padre que al detener a Amateratsu la hicieran sufrir las peores desgracias en público. Y así en un grito unánime y aterrador, los bersekers como lobos furiosos, con fuego entre sus hocicos, comenzaron la última marcha.

Los bersekers fueron destruyendo todo a su paso, buscaban saciar su sed de sangre, ya que por mucho tiempo solo habían permanecido como guardia personal de Odín, y ellos estaban hechos para la guerra cruel. No dejaban nada a su paso, el miedo se había apoderado de los aldeanos, que pagan con sus vidas el odio de los dioses injustamente.

En su castillo Discordia pudo sentir el aroma a sangre, y desde el balcón de su alcoba divisó a lo lejos el humo que provenía de los hogares de los aldeanos que vivían en las cercanías del castillo de Amateratsu y Tsukoyomi. Fue imposible acallar en aquélla marchita alma el gozo que sentía ante los hechos ocurridos, y con una lágrima que expresaba no otra cosa que alegría se recostó nuevamente a la espera de nuevas noticias.

Amteratsu y Tsukoyomi se despertaron al sentir los gritos desesperados de la gente y el llanto desconsolado de los niños que habían perdido a sus padres a mano de los bersekers. Un sirviente llegó hasta los aposentos de Tsukoyomi y le informó que los dioses nórdicos habían mandado a capturar lo junto a su hermana, pero que nadie sabía el motivo. Tsukoyomi temiendo por la vida de su hermana y amada, corrió hasta su cuarto y de una embestida abrió la puerta que comunicaba sus habitaciones, al entrar la encontró vistiéndose para salir.

—Rápido hay que apurarnos a salir del castillo ante de que nos atrapen.

—Jamás huiría y dejaría así a mi pueblo. —contestó ella con una entereza que sorprendió a Tsukoyomi y emocionó hasta las lágrimas al sirviente que lo acompañaba.

—¿Qué piensas hacer? —Desconcertado preguntó su hermano—. Los soldados podrían llegar en cualquier momento.

—No ha de importarme. —Y salió corriendo con su kimono rojo, como la sangre que bautizaba las calles de su reino.

Pero ya era demasiado tarde, los bersekers habían interrumpido en su castillo, tomando por la fuerza a Amateratsu y a Tsukoyomi que no paraba de poner resistencia. Los soldados de un golpe en la cabeza dejaron inconsciente a Tuskoyomi, mientras que a su hermana con una de sus espadas le cortaron su largo cabello, para luego llevarla hasta donde se encontraban Balder y Eskol.

Los dioses nórdicos los esperaban con ansias, esperaban verlos totalmente derrotados ante sus poderes; pero al llegar no vieron más que sus sueños hecho añicos. Tsukoyomi al despertar y al ver a su hermana indefensa trató a toda costa de luchar contra ellos; logró soltarse del bersekers que lo cubría y robó de su captor una espada que atravesó lentamente el cuerpo de Bálder.

Bálder al notar la herida punzante en su estómago no supo más que soltar un grito desgarrante de dolor, inmediatamente el cuerpo se tiñó de rojo cielo y la sangre empapó el rostro de su hermano. La sangre en el rostro de Eskol hizo que despertar a la bestia que dormía en su interior y que esperaba impaciente poder salir. El cuerpo del dios comenzó a sufrir cambios, sus uñas se alargaron como las de una bestia que espera agarrar su presa, su cabello creció en abundancia sobre su espalda, su aliento se mezcló con el perfume de la muerte, había perdido toda cordura.

Lo primero que hizo fue lanzarse sobre Amateratsu debido a el olor que su cuerpo despedía, con su nariz recorría cada parte de ella, como si algo lo estuviera llamando, la diosa que todavía yacía inconsciente empezó a moverse lentamente al ritmo de la respiración de Eskol; al abrir los ojos y encontrarse con semejante bestia frente a ella no supo como reaccionar, y finalmente gritó.

—¡Amateratsu...! —gritó su hermano desde la espalda de Eskol, pero ya era demasiado tarde, el dios se había asustado y sin quererlo apretó con fuerza entre sus garras a la diosa que se encontraba desangrándose en el suelo.

El cabello de Amateratsu se volvió más rojo incluso que el fuego mismo, sus ojos llenos de lágrimas no hallaban el consuelo que buscaba, y su mano extendida sólo encontró las manos frías de su hermano, aquellas manos que la habían amado en la infinidad, aquellas manos que la recorrieron como el surco del río que busca incansablemente desembocar en el mar. Tsukoyomi había logrado derribar a Eskol para poder acercarse hasta su amada.

—No hables, sólo calla, no hay nada más que el silencio pueda decir entre nosotros. No importa si es aquí o en otra vida donde podremos estar juntos, donde nuestro amor pueda ser permitido, donde nadie nos juzgue.

—Hermano, me alegra haber sido tu hermana. —Mientras tocía un poco de sangre que ya la estaba ahogando—. No se si mi amor pudo corresponderte, o si mis miedos fueron más fuertes, pero me alegra poder morir hoy en tus brazos. —Y sus ojos se perdieron en la eterna mirada de su hermano.

Tsukoyomi no pudo resistir la muerte de su amada, y tomó entre sus manos la espada con la que había matado a Bálder y él mismo se quitó la vida. Eskol que no podía controlar su conciencia salió de cacería convertido en el animal que lo atrapaba.

Odín habiéndose enterado de todo, conociendo la envidia de la diosa no nombrada, al llegar a su castillo y ver lo sucedido no pudo más que maldecir a Discordia, que se regocijaba de alegría. Éste mandó a los bersekers hasta el lugar donde habitaba la diosa y les encargó que la mataran y que su cuerpo fuera descuartizado y empalados en el camino que unía los castillos de los que habrían sufrido la muerte, de ésta manera el pueblo sabría quien hubo de tener la culpa.

Será que este incidente sea el origen de algo más, será acaso que todos pagarán por los pecados cometidos y por los omitidos. El origen es algo que se desconoce, algo incierto que acecha en todo momento y que reclama resurgir; pues aquí el origen cobra vida.

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