Prólogo

Alexy Boan volvió a casa, sintiéndose realmente agotado luego de una larga jornada en el trabajo, con un sinfín de pacientes que atender, luego de que un accidente dejara a muchos mal heridos. Se dejó caer sobre el sofá de su sala de estar y resopló, pensando en que había días en los que simplemente perdía la pasión.

Especializado en Cirugía general y de Traumas, el médico apenas contaba con el tiempo suficiente para descansar, y volver a casa.

—¡Hasta que llegas! —escuchó una voz suave, pero llena de reproche.

Arqueó una ceja en dirección a la persona que le hablaba, encontrándose a su hija de quince años de pie frente a él. La chica mantenía una expresión seria, con las manos sobre sus caderas, como toda una madre lista para reprender a un hijo que se había portado mal.

—Lo siento, sé que prometí que volvería temprano, pero fue imposible... hubo un accidente.

La joven de tez pálida guio la mano hacia su rostro y se sujetó del puente de la nariz con algo de irritación, antes de proceder a negar con la cabeza.

—Siempre hay un accidente, papá —se quejó, antes de verlo con sus esferas azules, idénticas a las suyas. —. Ya no tienes tiempo para mí, siempre estás trabajando.

—Lo sé —la interrumpió. —. Y de verdad lo siento, Valentina. Te juro que hago lo posible.

Ella suspiró rendida, reflejando mucha tristeza y decepción. Y él entendía el motivo, su hija tenía la idea de que evitaba estar en casa desde que su esposa muriera a causa de un cáncer maligno que la devoró lentamente, sin que se pudiera hacer nada para salvarla.

La verdad era que no podía negar aquel pensamiento del todo, porque en parte estaba en lo correcto; le dolía en gran manera volver a casa y no encontrar a quien fue su mejor amiga y compañera durante años, su verdadero amor. Y el recordar como la vida de su amada se le escurría entre los dedos sin que pudiera hacer nada, solo lo empeoraba.

El trabajo le distraía, realizar cirugías y salvar otras vidas le distraía. Aquella era la realidad.

¿Qué era lo peor para aquel médico? Que, a pesar de haber salvado un sinfín de vidas, hubiese sido incapaz de librar de la muerte a la persona que más amaba en el mundo.

—¿Me acompañas a la tienda a comprar la despensa? —le preguntó Valentina, procurando que su voz no reflejara su tristeza.

—No, hija mía. No puedo hacerlo —negó lento. —. Estoy exhausto.

Ella asintió con la cabeza, comprendiendo.

—Mejor voy a recostarme un momento, y luego, cuando despierte, te haré una cena espectacular. Disfrutaremos la noche juntos, veamos algo en tu... ¿cómo era? ... Netflix. ¿Te parece? —cuestionó, poniéndose de pie.

Avanzó hacia ella y depositó un tierno beso en su frente.

—Está bien, papá —respondió, suspirando. —. Descansa, te amo.

Alexy asintió con la cabeza, mientras caminaba por el pasillo para dirigirse hacia su habitación. No sentía la fuerza suficiente como para detenerse a responderle a su hija, o si quiera verla a los ojos y despedirse de ella con un gesto de mano. Solo se limitó a susurrar un "También te amo", en tanto iba de camino.




De haber sabido que esa sería la última vez que escucharía su voz, hubiera preferido quedarse junto a ella el resto de la noche, en lugar de acostarse a dormir.

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