Trece de Abril
En el sepulcro silencio de la habitación por la noche, un leve ruidito se oyò lejos de su mente. Era insistente, molesto, y de a poco, logró menguar su profundo estado de inconsciencia.
—Mh... —se quejó, abriendo los ojos, lentamente, y topándose con una habitación oscura, que solo era iluminada por la leve luz exterior, pasando a través de las cortinas—. ¿Què pasa...? —susurrò Manuel, aun escuchando el ruidito de un objeto que vibraba.
Cuando se incorporó un poco, observó a Miguel; este dormía tan profundamente, que ni el molesto ruidito le distraía de su descanso. Manuel sonrió al verlo, y le depósito un fugaz beso en la frente.
El objeto volvió a vibrar.
—¿Qué rayos? —dijo Manuel en un susurro, y se volteó hacia el velador; allí, observó su celular con la pantalla encendida; lo tomó, y leyó lo que allí decía.
Alguien lo llamaba.
—¿Quién llama a esta hora? —se preguntó, percatándose de que su reloj marcaba las 5:15 am—. Es muy temprano... ¿quién molestaría? Tanta imprudencia...
La llamada volvió a apagarse, y de nuevo, entonces comenzó a vibrar.
Alguien llamaba insistentemente, y Manuel, decidió contestar.
—¿Hola? —susurró, extrañado; a su lado, Miguel lanzó un leve suspiro entre el sueño, y siguió durmiendo.
Una voz femenina resonó al otro lado de la línea. Se oyò un escándalo en el fondo, y la angustia era palpable en la voz.
Manuel quedó helado.
—¿Señorita? —dijo, notando que se trataba de una de las enfermeras de turno en la clínica—. ¿Qué ocurre?
La mujer, al otro de la línea, explicó la situación de forma rápida, con la voz temblándole. Manuel se levantó de la cama, abrió los ojos muy grandes, y sostuvo el celular con fuerza contra su oreja.
Sintió que la angustia se le posó de pronto en la boca del estómago. Vaya forma de despertar por la madrugada.
—¿Fue una colisión múltiple? —preguntó, sabiendo, después de la breve explicación de la enfermera, que se trataba de un accidente vehicular de gran escala. La señorita respondió afirmativamente—. ¿Cuántos pacientes se están trasladando en este momento a la clínica?
La señorita respondió.
—Doce pacientes, bien —contestó Manuel, y se sentó en los pies de la cama—. ¿Cuántos en riesgo vital? —la enfermera contestó; Manuel caminó hacia el living, tomó su maleta, y comenzó a desvestirse rápidamente—. Entendido. Iré de inmediato. Dé la orden a mi equipo médico. Preparen el quirófano. Esperen con todo listo, apenas yo llegue, iniciamos las cirugías. Llame al doctor Gutiérrez, por favor. Avise que se requiere otro médico en urgencias.
La mujer habló al otro lado de la línea, y Manuel echó un bufido de desesperación.
—¿Cómo que no está? —respondió, exasperado. Con la cabeza ladeada, sujetando el celular, comenzó a ponerse la camisa, abrochándola con torpeza—. ¿Salió de la ciudad? Maldición... entonces solo seré yo y el doctor Barraza. Envíen de inmediato las solicitudes al banco de sangre, necesitaremos un procedimiento expedito para estos pacientes. —Se puso el pantalón, y luego los zapatos; guardó su otra ropa en el mismo bolso—. También dé las órdenes al laboratorio clínico. Me voy ahora mismo, nos vemos.
Y colgó el celular.
Manuel se quedó estático por un instante, con la respiración agitada, y el sudor frío surcándole las sienes.
Era una maldita tragedia.
—Dios mío... —susurró, perplejo, no creyendo la magnitud de víctimas que llegaban a urgencias de la clínica, por la tragedia desatada en esa noche—. Es horrible...
Se quedó otro instante perplejo, y entonces sacudió la cabeza. Con la mano tensa, tomó su maletín con sus indumentarias, y su uniforme de trabajo.
Se dirigió a la puerta de salida, y antes de abrirla siquiera, paró en seco.
Miguel...
Manuel se mordió los labios, y bajó la mirada.
Y de forma rápida, se volteó, y se dirigió a la habitación. Al entrar, todo yacía oscuro. Miguel dormía plácidamente en la cama, y no mostraba ningún ápice de molestarse en despertar.
Manuel se acercó en silencio.
—Lo siento, Miguel... —le susurró, y posó su mano en la cabeza de Miguel, dando pequeñas caricias—. No podré quedarme a desayunar, como te prometí... —dijo, melancólico—. Ha pasado una tragedia terrible. Hay muchas víctimas y personas en riesgo vital; muchos de ellos llegaron a la clínica...
Guardó silencio por un instante, y continuó:
—Habría amado quedarme contigo, pero no puedo. Te contaré todo en cuánto todo esto termine. —Eva, que acababa de llegar desde el living, saltó a la cama, e hizo un sonidito muy tierno; Manuel sonrió triste—. Estaré muchísimas horas fuera, pero Eva te acompañará.
Dijo eso, y depósito un tierno beso en la frente de Miguel.
—Te quiero...
Y se alejó, yéndose rápidamente con destino a la clínica.
(...)
Cuando el reloj marcó casi el medio día, Miguel despertó. De forma lenta abrió sus ojos, y sintió que la luz que traspasó las cortinas, le cegaron de pronto.
Lanzó un sonoro quejido, y se tapó la vista con el antebrazo. Cuando se incorporó, sentándose en la cama, una fuerte punzada le cruzò por las sienes; se tomò la cabeza con ambas manos.
—A-agh... —se quejò, sintiendo todo el cuerpo entumecido y adolorido.
A su lado, Eva le maullò; despacio, Miguel le dirigió la vista, y de reojo, pudo observar a lo lejos su reflejo en el espejo.
Se mirò por un instante, y contrajo sus pupilas. ¿Què es lo que había pasado?
—Me... me siento terrible —susurró, y salió de la cama, despacio—. Me duele hasta la cara...
Caminò en dirección al espejo, y se observó màs de cerca.
Quedò perplejo.
—M-mi cara... —dijo, y se llevó, despacio, una mano a su rostro—. ¿Q-què me pasó...? No...
En la cara, Miguel tenía una fea marca en donde al parecer, había impactado un fuerte golpe. Y le dolía muchísimo. Incluso, había rastro de un poco de sangre seca, en una de sus fosas nasales.
—¿Q-què pasó? ¡Eva!
Miguel, perplejo por descubrir aquello, se volteò hacia su gata, buscando alguna explicación, pero nada le calmò.
—Ne-necesito record...
Y cuando dio un paso hacia la cama, su espalda dio un terrible tiròn. Miguel lanzó otro quejido, y se echò sobre la cama, rendido.
—M-mi espalda... —gimiò—, y... mi trasero, duele tanto...
Y de pronto, a Miguel se le vino un recuerdo a la cabeza.
Abriò los ojos, perplejo.
—Ma-Manuel...
Se llevò una mano a la frente, y observó hacia el suelo. Se quedó en silencio, y contrajo sus pupilas.
Varias imágenes le llegaron a la mente. Comenzaba a recordar.
''Mañana no debo ir a la clínica. Puedo quedarme esta noche aquí, contigo...''
Miguel lanzó un leve alarido. Sí, claro que lo recordaba...
La noche anterior tuvo una cita con Manuel. Las imágenes del bar, la pista de baile, la conversación en la mesa; sí, lo recordaba...
Pero desde ahí en adelante, entonces todo comenzaba a ser confuso.
—Se quedaría esta noche conmigo... —recordó Miguel—. Pero...
Se levantó despacio, entre quejidos de dolor, y observó la cama.
—¿D-dònde fue? —preguntó, dolido—. ¿Ma-Manuel...?
Eva le maullò, pero Miguel la ignorò, y a paso lentò, fue hacia el baño.
Seguro ahì estaba Manuel.
—¿Manu? —dijo, con la voz temblorosa—. ¿Estàs aquí?
Y cuando abrió la puerta, Miguel no hallò nada.
No estaba.
—¿Manuel? —su voz sonò un tanto rota—. Pero èl... èl dijo que...
Y de pronto, Miguel volvió a verse en el espejo de su baño.
Se mirò con làstima.
—E-estoy todo golpeado... —dijo, observándose la marca en el rostro, y volteándose, para verse la parte de la espalda y los glùteos.
También tenía marcas de haber recibido un golpe, u impacto. Le dolía mucho.
Abriò los ojos.
—¿A-ahì también? —dijo, quebrándose de a poco—. No puede ser...
Miguel se quedó varios minutos en esa posición, observándose en el espejo.
Sus ojos se cristalizaron.
—No entiendo... —dijo, bajando la mirada—. ¿Por què estoy tan lastimado...?
Eva le volvió a maullar, y Miguel salió de su trance.
—¿Manuel? —volvió a llamar, encaminándose hacia el living—. ¿Manuel? ¿Estás acà?
Pero nada; Manuel no estaba.
Manuel se había ido, sin dejar rastro alguno.
La historia volvía a repetirse...
—¿Manuel? —exclamò al aire, esperando obtener alguna respuesta, desde algún punto de su apartamento.
Pero no obtuvo respuesta. Estaba solo en el apartamento.
Miguel se quedó allí, parado en medio del lugar. Sintió que el labio inferior le temblò.
—Manu...
Se echò de rodillas al suelo, y se quedó estático, sintiéndose lo màs patètico del mundo.
Era obvio que así iba a suceder, pero se negó antes a aceptarlo.
Manuel también le había abandonado, asì como todos lo hacìan.
Todas las personas que habían sido importantes en la vida de Miguel, terminaron por abandonarlo. Porque èl era tan fácilmente reemplazable, que asì obviamente iba a suceder.
No era entrañable, ni importante en la vida de nadie. Al final del día, nadie agradecía su presencia, ni nadie se sentía afortunado de haberle conocido.
Así había sido siempre, ¿por qué se sorprendía ahora? ¿Por qué le dolía tanto en el alma?
Y Miguel se echò a llorar.
Lloraba, porque dolía. Dolía el haber depositado la confianza en Manuel, y el haber mostrado su parte vulnerable a alguien que, al fin de cuenta, le había abandonado también.
—S-soy... soy un imbécil... —sollozò, y las làgrimas le corrieron. Eva, su gata, comenzó a ronronearle a un costado, signo de empatìa—. Ma...Manu...
Y se quedó allí, llorando por varios minutos.
Y de pronto, otra imagen le cruzò por la mente.
''Sufrì una persecución''.
Miguel abrió los ojos, y lanzó un alarido sordo.
Una persecución...; sì, lo recordaba. Manuel, la noche anterior, estando en el bar, le confesó que había huido de Chile, porque sufriò una persecución en dicho país.
Miguel dejó de llorar, y se mostró perplejo. Se mordió los labios, y se alzó desde el suelo.
—U-un delito... —susurró—. ¿Y si èl cometió un delito...?
Miguel, de pronto, cayó en cuenta de un detalle importantísimo, y que no advirtió antes por causa de su somnolencia.
Estaba prácticamente desnudo. Solo tenía puesto un bóxer.
Cuando se percató de dicho detalle, Miguel se miró horrorizado.
Y quedó helado.
—¿Se-serà que...? —Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas, perplejo por la idea que pasaba por su cabeza—. N-no... no es posible que Manuel haya hecho eso, èl... èl no es ca-capaz... ¿o sì?
Una fuerte punzada le volvió a cruzar por la espalda. Miguel lanzó un fuerte quejido, y se irguió de pronto.
—Estoy herido... —recordó, y se tocó despacio los glúteos y la espalda—. Y mi rostro...
Miguel entonces, comenzó a conectar las distintas situaciones.
Sintió que un nudo se le aferró a la garganta.
No podía ser posible.
—Manuel me violó... —disparó en un susurro, en shock por descubrir dicha situación—. Por eso estoy semi desnudo, y...
Perplejo, caminó hacia su habitación. Abrió las fundas de la cama, y se encontró con un detalle terrorífico.
Las sábanas eran distintas.
—N-no... —musitó—. Las sábanas son distintas... ¿Acaso Manuel las cambió antes de irse? N-no puede ser, no...
Y entonces, otro recuerdo le cruzó la mente.
Miguel, se recordó bailando en la pista de baile. La botella de whisky la tomaba a grandes sorbos.
—Ayer estuve borracho... —le dijo a Eva, que ahora llegaba a su lado—. Ma-Manuel se aprovechó de eso, y...
Una lágrima le deslizó por el rostro.
—Se aprovechó de mí, y me violó... —comenzó a sollozar, de nuevo—. Seguramente ayer estuve tan torpe que... que Manuel pudo violarme sin problemas... ni siquiera pude defenderme...
De pronto, se llevó su mano al rostro, y se tocó la cicatriz.
—Incluso me golpeó... —se dijo—. Seguramente me resistí, y... y me go-golpeò, Manuel me golpeò...
A Miguel, aquello le dolió más que cualquier cosa. La imagen de Manuel, entonces comenzó a tornarse oscura.
Comenzó a crecerle un intenso rencor, acompañado de un dolor que quemaba.
—¡Hijo de puta! —gritó con rabia, y se tomó el cabello, tirándolo—. ¡Me violó! ¡Me violó y me golpeó! ¡Cambió las sábanas para borrar rastro de lo que hizo! ¡Seguramente las manchó con semen, y las cambió antes de que pudiera siquiera estar consciente!
Aquel no era el verdadero escenario, pero Miguel, que ahora lamentablemente tenía lagunas mentales, solo lograba recordar ciertas situaciones.
Situaciones que le lograban hacer llegar a dicha conclusión.
—¡Por eso huyó de Chile! —dijo, levantándose y echándose sobre la cama, sollozando—. ¡Huyó de Chile porque es un puto enfermo sexual! ¡Quizá a cuántas personas les hizo daño, las violó, y ahora está acá en Perú! ¡Me... me violó! ¡Me violó!
Miguel sollozó por varios minutos, y la idea de que Manuel le había violado la noche anterior, se le hizo definitiva.
—Po-por eso huyò... —dijo en un soplido—. Por eso... por eso me dejó acà, solo... èl...
Sintiò que el corazón se le destrozó, cuando un último recuerdo se le vino a la mente.
''Te quiero, Miguel''.
Abriò los ojos, y lanzó un alarido.
Otra làgrima le corrió por el rostro.
—Me chantajeó... —sollozó—. Dijo que me quería, solo para aprovecharse de mì... soy un imbécil...
Muy pronto, Miguel sintió asco de sí mismo. Y a paso lento, caminó hacia el baño. Abrió la llave de la ducha, y se posicionó por debajo.
Y allí se quedó sentado, mientras el agua le caía en el cuerpo.
Y ahí sollozó.
Se sintió sucio, vulnerado, asqueado, y sintió la necesidad de limpiarse, pues no se sentía más que un trozo de carne pútrido que, de nuevo, era utilizado para saciar deseos carnales.
¿Cómo pudo llegar a creer en Manuel? ¿Cómo pudo entregarse a èl, confiándole su parte más intima?
Manuel le había fallado. Era un delincuente. Un violador. Una rata asquerosa y cobarde que, al cometer su delito, huía del lugar y procuraba no dejar pruebas para inculparlo.
Manuel era una mierda, y había jugado con èl, incluso cuando Miguel le había confiado sus dolores más íntimos.
Lo odiaba.
—Maldito... —murmurò Miguel, dibujándose en sus ojos un aura densa. Las lágrimas le siguieron cayendo, y se mezclaron con el agua—. Te odio, Manuel...
Y aunque dentro de sí, crecía un denso sentimiento de rencor hacia Manuel, Miguel no podía dejar de sentir dolor.
Dolor, mucho dolor. Y el dolor se ceñía por haber admirado a Manuel, y por haber llegado a quererlo. Porque claro que lo quería; lo esperaba, lo pensaba, y Manuel había comenzado a llenarle de emociones lindas, por primera vez en su vida.
Pero llegó a eso... a abusar de su confianza y, en un cobarde acto carnal, violarlo cuando èl estaba indefenso.
Para el día siguiente, abandonarlo como basura.
Un profundo sollozo le salió desde lo màs profundo del alma, y desde ahì, Miguel no pudo parar. Eva, su gata, lo observó con aura melancólica, y no importándole su miedo al agua, dio un salto a los brazos de Miguel, que aùn yacìa sentado bajo la lluvia de la ducha.
Y allí se quedó, al lado de su amo, ronroneándole e intentado menguar el profundo dolor que Miguel experimentaba. Porque Eva, que a los ojos de extraños podría ser un gato común y corriente, para Miguel era su compañera y única amiga.
En los momentos en que Miguel se sentía desgraciado, Eva siempre estaba, y cumplía con su misión espiritual de protegerlo.
Y ahora era el momento.
—¿Por qué todos me abandonan, Eva? —dijo Miguel, aferrando a su gatita entre sus brazos, y sollozando—. E-esta vez intenté cambiar, lo intenté..., lo intenté por èl, por Manuel...
Eva le observó con aura triste.
—Quizá... quizá realmente nunca alguien llegue a quererme... —dijo, en un trance—. Quizá nací para eso... para relaciones solo vacías...
Eva le observó con un dejo de desesperación, al ver que, en el rostro de su amo, volvía a aparecer una expresión oscura.
—O quizá... quizá sería mejor si terminara con mi vida...
Eva le mordió la mano, y le lanzó un gruñido que le sacó de su trance. Miguel lanzó un fuerte alarido, y la observó, perplejo.
Eva le maulló, y Miguel entendió.
—Lo siento, Eva... —le dijo, sintiéndose culpable—. Lo siento...
El pensar que llegar a atentar contra su propia vida sería la solución, fue un acto límite que entonces, le hizo entender que el sentirse derrotado no le serviría.
Y salió de la ducha, decidido a encarar a Manuel.
En aquellos momentos sentía un odio absoluto hacia èl, y no se quedaría de brazos cruzados por ello.
No después de la burla y el desprecio que Manuel le mostraba.
—Esto no quedará asì...
Dijo entre dientes, y rebuscó entre sus cosas, hallando su celular.
Abrió WhatsApp de inmediato, y allí, se encontró con el perfil de Manuel.
Observó su fotografía por varios segundos, y sintió que quería matarlo.
—¿Por qué lo hiciste...? —susurró, sintiendo que de nuevo las lágrimas le brotaban—. Confié en ti...
Manuel...
Manuel, Manuel, Manuel..., el infortunio de haber ocasionado la ira de Miguel, pronto la iba a conocer. Lamentablemente, para Manuel, había algo en que Miguel era implacable cuando se sentía herido, y burlado.
Y era lo rencoroso y vengativo que podía llegar a ser.
—Ya sè lo que hiciste. Da la cara ahora, o voy a acusarte con las autoridades, cobarde.
Le escribió a Manuel, pero este no contestó.
Manuel seguramente estaba escondido por ahí.
—Maldita rata asquerosa...
Dijo Miguel, entre dientes, y le volvió a escribir:
—Ya sè que me violaste. ¿Cuànto tiempo vas a esconderte?
Pero nada. Manuel no contestaba. Los mensajes estaban allí, y ni siquiera eran leídos por Manuel.
Y con el paso de los minutos, Miguel comenzó a exasperarse.
La ira se le posó en el estómago, y sintió que los oídos le silbaron.
—¿Por qué lo hiciste, Manuel? Confiè en ti... de verdad, lo hice. Ayer dijiste que me querìas, ¿era eso cierto? Dijiste que estarías a mi lado, pero... me desperté, y no estabas. Despertè golpeado, adolorido, semi desnudo, y las sàbanas eran nuevas... ¿Las cambiaste? ¿Por què, Manuel? Realmente, jamás pensè que serìas esa clase de persona...
Cuando mandò el mensaje, Miguel esperó al menos la decencia de que Manuel dejara el visto.
Pero nada.
Y pasaron dos horas, y Manuel no hizo presencia.
Luego fueron tres, y cuatro.
Y nada.
Miguel sintió entonces, que un vacío terrible lo inundó.
¿Manuel, definitivamente se iría de su vida?
¿De verdad lo iba a abandonar asì, sin màs? ¿Sin darle la cara? ¿Sin una explicación? ¿Sin decirle adiòs?
—Manuel... ¿de verdad... de verdad, lo haràs de esta manera?
Miguel, en las siguientes horas, no sintió hambre. Una terrible angustia le atacaba la boca del estòmago, y sentía que todo ello era irreal.
Manuel no podía irse de esta forma de su vida.
Y Miguel, sintió que entonces debía actuar.
Las cosas no podían quedar así. Manuel tenía que responder. Manuel tenía que sentir su ira. Manuel, tendría que escucharlo.
Manuel, tendría que, a lo menos, experimentar un poco el dolor que Miguel estaba sintiendo en esos momentos.
Mucha gente, en su vida, había hecho daño a Miguel.
Su padre, sus compañeros de escuela y universidad, cuando lo insultaban por ser el ''maricòn de la clase'', profesores, personas desconocidas, hombres mayores...
La vida de Miguel se resumía en muchos episodios de desprecio y humillación, y esta vez, con Manuel, no era la excepción.
Miguel estaba cansado.
—Irè al Callao... —dijo de pronto, tomando su celular con fuerza, y observando que, tras muchas horas de insistencia con Manuel, este no contestó—. Debe estar escondido en su casa.
Miguel se levantó, se vistió con ropa más abrigada, y se puso el bolso al hombro.
Revisó entre los papeles que tenía guardado en un compartimiento pequeño, y llamó al taxista que, en aquel entonces, le llevó desde la casa de Manuel, hasta su apartamento.
Este le contestò:
—Buenas.
—Hola —contestò Miguel, con voz seca—. Usted es Juan, ¿verdad? Requiero de su servicio.
—¿Usted es...?
—Miguel —contestò—. Soy... —se quedó pensativo un instante, y dijo—: soy amigo de Manuel. Usted me trajo el otro dìa a mi apartamento, acà en Miraflores.
—¡Ah! —exclamò Juan, el taxista, recordando—. Sì, lo recuerdo. ¿Còmo está, joven?
—Necesito que me lleve a casa de Manuel, por favor. —Miguel, evitò contestar a dicha pregunta, pues no se sentía bien en lo absoluto. De hecho, hacìa un gran esfuerzo por esconder su profundo dolor e ira—. ¿Recuerda mi dirección?
—Sì, claro que sì —contestò el taxista—. Estoy cerca, de hecho. Espèreme afuera. Llegarè en quince minutos.
—Gracias.
—Hasta lueg...
Y Miguel le cortò.
Se quedó un momento, estático en el living de su apartamento, y con la mirada perdida, observó el atardecer de Lima, desde su balcòn.
Se veìa tan bello...
El color rosàceo del cielo, y el frìo viento que cruzaba la capital, pronto comenzó a anunciar que una nueva, y larga noche, se avecinaba.
Miguel sintió que el corazón se le contrajo.
¿Por què se sentía tan vacío? Realmente el abandono de Manuel, le dolía jodidamente en el alma.
—Espero que, después de esto que haré, pueda sentirme mejor...
Dijo a Eva, que, desde una esquina, le observaba con algo de melancolía.
—Es tarde, debo partir. Espérame esta noche, Eva. Esto será rápido.
Y bajò a la calle.
Allí, entonces Juan, el taxista, le llevò hasta la casa de Manuel.
Todo el trayecto, fue absolutamente silencioso.
(...)
—¡Manuel!
Miguel, que ahora estaba parado fuera de la casa de Manuel, gritaba su nombre a viva voz. Golpeaba la puerta, con ambos puños, no teniendo ni un ápice de vergüenza por el escándalo que afuera de armaba.
—¡¡Manuel!! ¡¡Sal ahora mismo!! ¡¡Dame la cara!!
Pero nada. Manuel no respondía.
La casa, yacía con todas las luces apagadas, y todas las ventanas estaban selladas.
Los vecinos de alrededor, comenzaron a asomarse por el escándalo producido.
—Disculpe, joven... —Juan, el taxista, tenía el carro estacionado fuera de la casa de Manuel, estando aùn sentado en el interior—. Creo que el señor Manuel no está... está todo apagad...
—¡¡Manuel!! —volvió Miguel a gritar, golpeando severamente la puerta—. ¡¡Ábreme la puerta!! ¡¡Acà estoy!! ¡¡Dame una explicación!!
Pero no contestò. Juan, el taxista, miraba desde el auto, intimidado por la ira que Miguel mostraba en su accionar.
Se arrepintió de llevarlo hasta allí.
—¡¡Sal de una puta vez, Manuel!!
De pronto, una señora, de edad más o menos avanzada, se acercò a Miguel.
Miguel la observó de reojo.
—Disculpe, joven... —Miguel frunció el entrecejo; no tenía ganas de lidiar con nadie—. El señor Manuel no está en casa..., no lo hemos visto irse al trabajo, por la mañana.
Miguel dejó de golpear la puerta. Se quedó en silencio.
—Eso es cierto —dijo un niño, por detrás de la anciana—. El señor Manuel, parte muy temprano por la mañana, pero hoy no le hemos visto.
Miguel chasqueó la lengua.
—Quizá anoche no llegó a su casa.
Dijo Juan, desde el interior del vehículo. Miguel lanzó un bufido, exasperado.
Y ya rendido, Miguel apoyó su cabeza en la pared de la casa. Se quedó allí un rato, sintiéndose vacío.
¿Entonces dónde estaba? ¿Y si de verdad, Manuel lo había abandonado por completo? ¿Y si Manuel, había huido ahora a otro país? ¿Y si Manuel, después de haberlo violado, había huido para no ser inculpado?
Miguel sintió que de nuevo las lágrimas le aguaron los ojos, pero se resistió.
Manuel ya no merecía ninguna lágrima suya, y mucho menos que hiciera el ridículo, llorando frente a gente desconocida.
—¿Saben si Manuel tiene algún familiar viviendo en la ciudad? —preguntò Miguel, aùn con la cabeza aplastada contra la pared, y con la voz ligeramente temblorosa.
—No, el señor Manuel está solo en el paìs. O eso es lo que sabemos de èl.
Una tímida lágrima le cedió a Miguel, y se la limpió rápidamente. Con el aire más digno posible, entonces Miguel asintió, y agradeció.
No había otra posibilidad. Ese era el único lugar en donde Miguel, podría llegar a encontrar a Manuel.
—Señor... —musitó Miguel, volteándose hacia el taxista—. ¿Puede llevarme a la clínica, la luz?
El taxista se mostró con dudas.
—Por favor. Le pagaré ambos pasajes.
Juan, el taxista, lo pensó por unos instantes, y luego dijo:
—E-està bien..., sùbase.
Y nuevamente, emprendieron un viaje hacia Lima. Allí, al llegar a la clínica, Miguel extendió el dinero de ambos pasajes al taxista.
—Oh... no se preocupe, joven. Usted es amigo del señor Manuel. La deuda ya está pagad...
—No —interrumpió seco, Miguel—. Tómelo, señor.
Juan, el taxista, se mostró con dudas para recibir el dinero. Por el espejo retrovisor, mirò la seria expresión de Miguel.
—Yo y Manuel... —susurrò Miguel, dibujándose en su rostro una melancólica expresiòn—. Ya no somos amigos, señor...
Hubo un largo silencio, y el taxista dijo:
—Lo entiendo, joven —y recibió el dinero—. Gracias por pedir mi servicio.
Miguel asintió, sonrió con tristeza, y bajó del vehículo.
Y vio como el taxi se alejó, doblando por un recodo.
Miguel, con el frío viento de la noche sacudiéndole el cabello, observó la esplanada de la clínica.
Le trajo recuerdos.
Arriba, en lo alto, y contrastando con la oscura noche, se veía la luz blanquecina del nombre de la clínica, y varias habitaciones con la luz encendida.
Y de pronto, Miguel, comenzó a recordar ciertas situaciones.
Sonrió con pesar.
''Yo creo que eres valiente, Miguel''.
Un nudo se le aferró a la garganta. La imagen de Manuel, el día en que lloró en sus brazos, confiándole el doloroso secreto del abandono de su padre, se le hizo presente.
Y cada paso que Miguel daba, adentrándose en la clínica, le ahondaban cada vez, más y más hondo, el dolor en el pecho.
—Es triste saber, Manuel... —susurró Miguel, con la voz apagada—. Que nada de lo que me dijiste, en realidad lo pensaste...
Y cuando Miguel se acercó a la puerta automática de la clínica, esta se abrió sola.
—Todo entre nosotros, fue falso, Manuel. Tus sentimientos lo fueron. Tu amabilidad conmigo lo fue. Tu cariño...
Pronto, Miguel pudo ver a la señorita del mesón principal. La observó de reojo, sin darle mayor importancia, y pasó derecho al ascensor, ignorándola.
La señorita, le miró con extrañeza.
Miguel subió al ascensor.
''¡Miguel es una persona maravillosa! ¡Pídele perdón!''
Miguel sintió una punzada en el pecho.
Apretó el botón del ascensor, y se dirigió al piso tres.
Allí, se bajó de inmediato, y caminó derecho a la consulta de Manuel.
Allí, la sala de espera estaba completamente vacía. Incluso la televisión yacía apagada.
Y sin pensarlo por más tiempo, Miguel tomó la perilla de la puerta, y la giró, intentando abrir el acceso a la consulta.
Pero nada. La consulta estaba cerrada con llave. No podía abrirla.
Intentó forcejear de nuevo.
¿Y si Manuel se escondía allí dentro?
—¡Manuel! —exclamó Miguel, golpeando con fuerza la puerta—. ¡Sal de ahí, Manuel!
Pero nada.
Al estar el piso vacío, nadie le pidió silencio.
—¡Ábreme, Manuel! —volvió a gritar—. ¡¿Hasta cuando me vas a evitar, Manuel?! ¡Me duele mucho lo que estás haciendo! —y la voz le temblò.
Pero nada.
Miguel entonces, se volteó, y pegó su espalda a la pared.
Allí, con los ojos inundados en lágrimas, entonces se fue echando en el suelo.
Y se quedó allí, sentado, observando con una expresión sumamente melancólica, a través del cristal de la ventana.
Ya era de noche.
—Si realmente querías jugar, Manuel... —susurró Miguel, con la mirada perdida—. Tuviste que decírmelo...
Las luces del pasillo comenzaron a apagarse. Solamente un foco, cerca de la sala de espera, siguió encendida.
Al parecer, la clínica comenzaba a cerrar su atención ordinaria.
—No me habría negado a tener una aventura de una noche contigo, pero... ¿por qué me trataste de manera distinta, Manuel? Me diste alas, y... y ahora duele...
Miguel se sintió entonces, absolutamente poca cosa.
Y por primera vez, sintió el dolor del desamor.
—Due-duele...
Y llorò en silencio.
—Hola. —De pronto, Miguel oyò una voz a su costado. De forma lenta, y con total desgano, alzò su mirada hacia la persona que yacía parada a su lado—. Este... la clínica está por cerrar, pibe. Esta parte del edificio ya no va a funcionar, hasta mañana.
¿Quién rayos era ese?
Miguel le observó, perdido.
—¿Estás buscando a este médico? —dijo, sosteniendo una taza de café humeante con una mano, y dando pequeños golpecitos con su otra mano libre, a la placa en la puerta de la consulta de Manuel—. Hoy no atendió, che. Los sábados no trabaja, pero los domingos sí, hasta medio día.
Miguel le siguió observando, y no dijo nada.
Hubo un silencio incómodo.
La persona que le hablaba, era un hombre, más o menos de la misma estatura de Manuel. Llevaba una camisa azul, pantalones marrones, y llevaba el cabello rubio, y un tanto desordenado. Tenía un par de ojos azules, y en su mano izquierda, sostenía una taza de café humeante. En el costado derecho de su camisa, llevaba una placa, que indicaba su especialidad médica, pero por las lágrimas en sus ojos, Miguel, no distinguió bien que decía.
—Che, pibe... —le volvió a decir—. No te quedes ahí sentado, arriba. —El hombre, tomó a Miguel por un brazo, e intentó reincorporarlo—. ¿Me captàs lo que te estoy diciendo? Te veo re perdido. —El hombre, le chispeó los dedos a Miguel, en el rostro.
—A-ah...
—Te estoy diciendo que, este lado de la clínica, va a cerrar —volvió a decirle—. Debes irte, pibe, si no vas a quedarte acá, solo. Yo ya voy camino a cerrar mi consulta, pero antes, vine a ver si estaba todo bien en la consulta de mi amigo.
Miguel, de pronto, comenzó a escuchar al hombre con mayor atención.
—¿S-su... su amigo?
—Sì, che; mi amigo —respondió—. Esta es su consulta. Vine a ver si estaba bien cerrada. Èl no puede hacerlo, porque está en urgencias. Anda re ocupado, el pobre.
Miguel ignoró el resto del mensaje, y solo se enfocó en lo importante:
''Es mi amigo''.
—¿Hablas de Manuel? —le dijo, sin ninguna cortesía.
—Sì, sì —respondió—. Manuel. ¿Eres su paciente? Èl no atiende hoy, pibe. Hasta mañana lo encontràs, ahora èl está...
—¡¿Dónde está?! —disparó Miguel, tomando al hombre por el cuello de la camisa, y azotándolo en la pared; a este se le dio vuelta el café.
—¡Cuidado, pelotudo! —le exclamó—. ¡Está re caliente!
—¡¿Dónde está Manuel?! —volvió a gritar, iracundo—. ¡Manuel González! ¡¿Dónde está?!
El hombre, entonces quedó perplejo.
—E-está en urgencias ahora... —dijo, nervioso.
—¡¿Dònde carajos está urgencias?!
—E-en el pri-primer piso, a la derecha...
Miguel contrajo las pupilas, perplejo.
—¡O-oye! ¡Pero no podès entrar, eh! ¡E-es solo para personal autorizado! ¡Ni se te ocurr...!
—Ma-Manuel...
Miguel soltó el cuello de la camisa al hombre, y retrocedió, ensimismado.
Dibujó una expresión llena de ira en el rostro, y de un movimiento fugaz, entonces corrió hacia al ascensor.
El hombre le siguió con la mirada, absolutamente extrañado.
Y Miguel, corrió hacia urgencias.
Lo peor, estaba por comenzar.
(...)
—Trasladen al último paciente a la sala de recuperación. Con esto, hoy terminamos los procedimientos quirúrgicos de urgencia. En el post operatorio, estará el doctor Gutiérrez. Llegará esta noche a Lima, y èl estará a cargo de la evaluación posterior de los pacientes. Muy buen trabajo a todos; los felicito. Es hora de que vayan a descansar, con sus familias. Se hará el cambio de turno. Dejen ahora todo en manos del equipo médico del doctor Gutiérrez.
—Sí, doctor.
Respondió el equipo médico, al unísono, después de extenuantes horas de intervenciones quirúrgicas de urgencia e ininterrumpidas. Manuel, que lideraba dicho equipo, se retiró de la sala, no sin antes retirarse las indumentarias médicas y desinfectarse apropiadamente; lanzó un profundo suspiro invadido de agotamiento.
Al caminar por el pasillo, hasta la sala de urgencias, se encontró con otro colega en el camino.
—Buen trabajo, colega —le dijo un hombre, posando en el hombro de Manuel una mano, en señal de apoyo.
—Ah, doctor Barraza... —musitó—. Muchas gracias. Igualmente, buen trabajo a usted.
—Hoy ha sido el día más agotador del año —respondió el doctor Barraza—. Mira que, un accidente vehicular múltiple, con diez víctimas fatales, y veinte en riesgo vital, no pasa todos los días...
Manuel, que tenía unas ojeras muy marcadas por debajo de los ojos, asintió despacio.
—Es terrible, doctor —le respondió Manuel—. Ha sido una bendición que, usted, justo haya cancelado su viaje al norte. ¿Se imagina que habría hecho yo, solo, con tantos pacientes? No habría podido...
Lanzó un profundo suspiro, y ambos, llegaron a la sala de urgencias. Allí, había una cafetera, enfermeras, y otros miembros del personal.
—¿Hace cuánto no duermes, Manuel? —preguntó el doctor Barraza, acercándose a la máquina de café, y sirviéndose una taza—. Te ves terrible; muy cansado, y la apariencia de tus ojos, me dicen que no has parado de cuidar enfermos quizá desde cuando...
Ambos rieron, pero Manuel con cierto desgano.
Porque joder, sí; que puto gran cansancio sentía.
La noche anterior, con Miguel, alcanzó a dormir apenas un poco más de dos horas, y ahora, con la tragedia del accidente múltiple vehicular, Manuel trabajó, de forma ininterrumpida, por más de quince horas, teniendo apenas tiempo para poder ir al baño.
De hecho, apenas había comido en el día. Recordó haber comido dos barras de cereal, y dos tazas de café.
El estómago le ardía de la fatiga. Los ojos le ardìan del sueño. La cabeza le reventaba, y los pies le ardìan de tanto estar de pie.
Y peor aùn, ni siquiera se sentía limpio. Dicha mañana, Manuel tuvo que salir tan rápido del apartamento de Miguel, por causa de la terrible tragedia, que no tuvo siquiera oportunidad de darse un cambio apropiado de ropa, o de darse una ducha.
Se sentía terrible.
Pero no le interesó en aquellos instantes, pues, a pesar de todo el ajetreo, y la tragedia diaria, Manuel tenía un solo pensamiento en la cabeza...
Miguel.
Miguel, Miguel, Miguel...
En cada minuto del día, Miguel estuvo en su cabeza. Sí, se sentía culpable por haberle dejado, y no haberse tomado el tiempo de explicarle. ¡Pero Miguel estaba durmiendo! No quería despertarlo..., pensó, quizá, en que pudo haberle dejado una nota, explicándole, pero el corto tiempo no le permitió.
Pero Manuel, sabia que Miguel lo entendería, apenas lo escuchase.
Confiaba en Miguel.
—Lo extraño tanto... —dijo para sí mismo, en un susurro, y caminó hacia su bolso, sacando su celular—. Voy a llamarlo..., le diré que fue lo que pasó, y que no pude dejar de pensarlo.
Sintió una cálida sensación en su pecho.
Se estaba enamorando tan jodidamente de Miguel que, incluso, cuando sentía que su cuerpo ya no daba más del cansancio, no podía dejar de pensar en èl.
Y sonrió, cansado.
De pronto, Manuel intentó prender su celular, y para su mala suerte, se percató de que estaba apagado.
Echó una maldición al aire.
—¿Què pasa? —preguntó el doctor Barraza, cuando vio a Manuel, molesto.
—Mi celular se descargó... —le dijo—. Quizá desde qué hora está apagado, y no me percaté... —Manuel, comenzó a buscar su cargador en el interior del bolso, y tampoco lo encontró.
Y recordó entonces, que el cargador de su celular, se había quedado enchufado detrás del velador de Miguel.
Echó un profundo suspiro.
—Tranquilo, puedo prestarte mi cargador —le dijo el doctor Barraza—. Cárgalo unos minutos, y luego haz la llamada.
—Gracias, colega —y Manuel sonrió.
Y el doctor Barraza, se percatò de la repentina felicidad que Manuel mostraba.
Le entró curiosidad.
—¿Llamarás a alguien en especial?
Manuel, tan inocente como en varias ocasiones, no pudo ocultar su reacción. Se sonrojó, y sonrió apenado.
—¡Ya veo! —exclamó el doctor Barraza, enternecido—. Así que hay una jovencita especial para ti, ¿no?
—S-sì... digamos que sí. —Manuel estaba tan sonrojado, que incluso, algunas enfermeras que estaban cerca, comenzaron a reírse divertidas, por la repentina timidez de Manuel.
—Me alegra, Manuel —le dijo, el doctor Barraza—. Ser médico es muy absorbente, y siempre, cuando podamos, debemos dedicar tiempo a nuestras personas amadas. Yo, cada vez que llego a casa, abrazo y beso a mi esposa. Muchas veces, en momentos como estos, en donde surgen urgencias, ella me comprende. La persona que esté contigo, debe comprender estas situaciones. Me alegra saber, que has encontrado a esa persona especial.
Manuel sonrió, y dijo:
—Es una persona especial para mí... —y se calló, por un instante—, sí que lo es...
De pronto, a lo lejos, y proveniente desde el pasillo que daba a urgencias, se logró oír un alboroto.
Y con el paso de los segundos, cada vez se hizo más cercano.
Manuel, entonces, alzó su vista, algo asustado.
¿Qué era ese alboroto?
—¡Joven, por favor, no está permitido el acceso a quiénes no sean del personal autorizado! —se oyó una voz de fondo—. ¡Regrese, usted no puede...!
Y de pronto, de golpe, se abrió la puerta en la sala de urgencias.
Manuel quedó perplejo.
Y sonrió.
¡Era Miguel! ¡Su Miguel! ¡Estaba ahí, caminando en dirección a èl!
Manuel sintió que su corazón se reconfortó por unos instantes.
Pero ello duró poco.
—¡Maldito!
Oyò provenir desde la boca de Miguel, y pronto, Manuel sintió que el rostro se le sacudió.
Miguel le propinó una brutal bofetada en el rostro. Del impacto, Manuel chocó contra la pared, botando al suelo unas indumentarias médicas.
Hubo un grito de exclamación sordo en la sala.
—¡¿Por qué me abandonaste de pronto así, Manuel?! —sollozó Miguel, con una expresión absolutamente rabiosa—. ¡¿Por qué abusaste así de mi confianza?!
El doctor Barraza, entonces tomó a Manuel, ayudándole a reincorporarse.
Manuel, que estaba absolutamente en shock, volteó el rostro de forma lenta, y observó a Miguel.
Su expresión le dolía. Le miraba con tanto odio que, Manuel, sintió que el alma se le desolló.
¿Qué estaba pasando?
—¡Por favor, joven, salga de la sala! —la señorita, que era la recepcionista en la entrada, intentaba calmar a Miguel, que estaba hecho una fiera—. ¡Venga, o tendré que llamar a seguridad!
—¡Ayer me violaste! —gritó Miguel entre lágrimas, y hubo una gran conmoción en la sala—. ¡Eres un violador asqueroso, Manuel! ¡Me violaste, y me golpeaste! ¡Me violaste!
¿Qué? ¿Estaba oyendo bien? ¿Miguel...?
¿Miguel lo estaba acusando de violación?
—¡Confié tanto en ti, Manuel! —a esas alturas, Miguel estaba ya hecho pedazos. En sus palabras, era palpables dos emociones simultáneas: el dolor profundo, y la ira absoluta—. ¡Por eso huiste de Chile! ¡¿Verdad?! ¡Porque eres un maldito criminal, un delincuente, Manuel! ¡Te crees perfecto, pero no lo eres! ¡Eres un maldito criminal, y mereces pasar en la cárcel todo lo que resta de tu miserable vida! ¡Te confié mis secretos más íntimos, te di mi confianza, y apenas pudiste, te aprovechaste de mí, me violaste, me golpeaste, y me abandonaste! ¡Por eso huiste de tu país!
Manuel no pudo creerlo.
El corazón entonces se le rompió.
Y las lágrimas comenzaron a brotarle sola de los ojos.
''Eres un maldito criminal, y mereces pasar en la cárcel todo lo que resta de tu miserable vida''.
Joder, como dolieron esas palabras.
Las volvía a recibir, después de seis años.
Después de tantísimo tiempo, volvía a recibir esas mismas palabras, que le dejaban en su estado más indefenso.
Y una ola de imágenes de antaño, le vinieron a la mente.
''Eres un criminal, Manuel. Vivirás por siempre con este peso de lo que has provocado. Todo fue tu culpa. Solo llegas a la vida de las personas para destruirlas y matarlas''.
Y Manuel comenzó a llorar, con Miguel gritándole en el rostro.
Basta, por favor.
Miguel, ya basta.
Dolía demasiado.
—Mi-Mig-Miguel, n-no...
Y Manuel, quiso tocar a Miguel; explicarle realmente como habían pasado las cosas.
Pero apenas tocó a Miguel, este le volvió a humillar frente a todos.
Y sin pensarlo, y empujado por lo más profundo de su ira, le escupió en la cara a Manuel.
Y todos guardaron silencio.
Manuel quedó en shock.
Se repetía la misma historia de hace seis años atrás.
De nuevo recibía la misma humillación.
—¡Te detesto!
Y aquello, fue lo último que Manuel pudo oír, antes de que llegara el personal de seguridad. Y, entre dos hombres, entonces retiraron a Miguel.
—¡Me cagaste la vida! —exclamó Miguel, mientras era retirado—. ¡¿Por qué me diste alas, si no ibas a ser sincero?! ¡¿Por qué me utilizaste de esta manera?!
Manuel ya no podía oír nada. Su estado de shock era tan profundo, que entonces solo mantuvo su vista fija hacia la pared.
Y Miguel fue retirado. A lo lejos, se oyeron sus gritos iracundos.
Y todo, volvió a quedar en silencio.
En un profundo silencio incómodo, y doloroso.
—Enfermera... —se oyó de pronto la voz del doctor Barraza—. Deme un pañuelo. Hay que limpiar el rostro al doctor Manuel. Èl, en su rostro...
Y las lágrimas le cayeron en silencio, hasta que entonces, Manuel se echó en una silla que estaba tras èl.
Y comenzó a sollozar, como lo haría un niño herido.
—Llamen a Martín, ahora —ordenó el doctor Barraza, tomando un pañuelo que le facilitaba una enfermera.
—¿A-a quién, doctor? —preguntó otra enfermera.
—A Martín, el psicólogo —les dijo, mientras que, con cuidado, limpiaba el rostro de Manuel, que sollozaba desesperado—. Atiende en el tercer piso, llámenlo. Èl aùn no abandona la clínica. ¡Vayan, rápido! Solo èl sabe como lidiar con Manuel en estos casos... ¡Vayan!
Y tras dicha instrucción, la enfermera corrió a dar aviso.
Al rato, entonces apareció Martìn.
Se acercó de inmediato a Manuel, que yacía sollozando con fuerza.
Le miró con expresión sumamente preocupada.
—Martìn... —le dijo el doctor Barraza, y no fueron necesarias más palabras.
Martìn asintió.
—Vamos, flaco... —le dijo, tomando a Manuel por los hombros, e intentando levantarlo de la silla—. Vamos, tranquilo, vamos a casa...
Manuel no paró de llorar.
En el hospital, aquella era la segunda vez, que a Manuel le daba una crisis de ese tipo, y el único que lograba siempre estabilizarlo, era justamente Martín, su mejor amigo.
La primera vez —en el hospital— que, a Manuel le dio una crisis similar, fue el día en que se le murió su primer y único paciente, en lo que respectaba a su carrera profesional médica.
Y, la primera vez en la vida, que a Manuel le dio una crisis de esa índole, fue justamente hace seis años atrás.
Cuando vivía en Chile.
Y aquel episodio con Miguel, le revivió todos los recuerdos, de aquella noche fatídica...
La noche fatídica del trece de abril.
N/A;
Un dibujito que hice para la ocasiòn :c
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