Te quiero
Cuando Manuel se sintió capaz de volver a la pista de baile, Miguel yacía bailando solo por ahí, sosteniendo una botella de whisky en la mano, y echándose abundantes sorbos.
Manuel le detuvo.
—¡Miguel! —exclamò, tomando la botella, y forcejeando suavemente con Miguel—. ¿Cuànto has tomado?
Miguel le observó, sonrojado y con la mirada somnolienta. Lo abrazò, y le susurrò:
—Dè-d...déjame tomar, pues... estaba rico.
Manuel frunció las cejas. Miguel estaba notoriamente borracho.
—Pero toma más despacio, Miguel. No lo digo por amargado, pero, quiero que te cuides.
Miguel rodó los ojos.
—¡Me de-dejaste solo, pues! ¿Què querìas que hiciera? ¡Me dejaste aburr-rriads! Aburrido, digo. ¡Y aparte te pu-pusiste a bailar con unas perras! ¿Què te crees? ¡Tù viniste conmigo, no con... co-con ellas!
Manuel no pudo evitar reír enternecido.
Y de pronto, comenzó a sonar un vals peruano. Manuel lo agradeció internamente, pues no aguantaría otro baile candente de Miguel, aunque en ese estado, mucho no podía hacer.
—¿Quieres seguir bailando? —le preguntó a Miguel—. Es mejor que descanses un momento, estas muy...
—¡Ba-bailemos! —dijo Miguel, y tomó a Manuel—. Bai-bailemos vals...
Y Miguel, ya borracho, y desprovisto de cualquier pizca de pudor o vergüenza, a esas alturas, abrazó a Manuel muy fuerte por la cintura, y posó su rostro en el pecho de este; dibujò una sonrisita muy tierna en sus labios, y cerró los ojos.
Y comenzó a mecerse despacio, bailando un vals. Lo que sonaba, era ''Regresa'', de Eva Ayllón.
Manuel sonrió, y se sonrojó. Miguel era jodidamente adorable.
Cuando aquello ocurrió, eran las 1:30 am.
Y después de ello, bailaron por muchos minutos más. Manuel no volvió a beber más —pues, sintió la obligación de estar sobrio, para dar protección a Miguel—, en cambio, Miguel ya estaba muy borracho.
Y, a eso de las 3:00 am, el DJ anunció por el parlante:
—La pista de baile se cierra, amigos y amigas. Agradecemos a todos quienes participaron esta noche. ¡Mañana, sábado, los estaremos de nuevo esperando! Mañana es la noche con temática disco. ¡Buenas noches!
Y la gente, comenzó a retirarse. Muchos de ellos se encaminaron a la sección de karaoke, que, a esa hora, aún funcionaba.
Manuel y Miguel, entonces se encaminaron hacia la caja. Manuel sacó su tarjeta, y pagó el consumo de ambos. Luego, se retiraron del local, y comenzaron a caminar despacio.
En el exterior, había bastante gente reunida en grupitos. Muchos bebían, otros fumaban, y había un ambiente muy fresco y jovial.
Miguel se sentía feliz, y no por estar en dicho lugar pues, èl estaba algo acostumbrado a esos ambientes.
Lo que le hacía feliz, era estar junto a Manuel.
—Umh, Manu, tengo frìo... —dijo Miguel, deteniéndose y abrazando a Manuel, para obtener algo de calor.
—¿En serio? —respondió, y lo rodeò con ambos brazos—. Tranquilo, nos iremos ahora. Llegarás a dormir a tu camita, que esta calientita.
—¿Dormiràs conmigo? —susurrò Miguel, y volvió a abrazarle.
Manuel se sonrojó tanto, que no fue capaz de contestar de inmediato.
Y tampoco podría haber contestado pues, de pronto, Manuel sintió una intromisión grotesca en su trasero.
Quedò en shock por un instante.
Su expresión le delatò, por màs que quiso ocultarlo de Miguel.
—¿Q-què ocurre, Manu? —le dijo, preocupado—. Te... te ves as-asustado.
Manuel tragò saliva, y negó con la cabeza.
—N-no... no pasa nada, vamos...
Y Miguel, de reojo, pudo ver a un par de metros más allá, a dos mujeres riéndose, mientras observaban a Manuel.
Miguel, entonces lo comprendió.
—¿Es-esas huevonas te hicieron algo? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Què te hicieron?
—Nada, Miguel —quiso desviar el tema, pero su expresión era contrariada, como de llanto retenido—. Vamos, no hagamos un lío. Volvamos a casa.
Pero Miguel volvió a insistir.
—¡Oe' huevona de mierda! ¿Qué le hiciste a mi novio?
Y se acercó a ambas chicas. Manuel se volteó de inmediato, preocupado.
Y es que una de aquellas mujeres, tocó de forma descarada el trasero a Manuel, como prácticamente hurgándole por detrás, introduciendo un dedo por sobre su ropa.
Un caso descarado de acoso sexual. Manuel tenía todo el derecho de sentirse vulnerado.
—Què me hablas asì, cagòn de mierda —le contestò una de ellas, muy desafiante.
—Te hablo como se me da la gana, zorra conchatumadre.
Miguel fue tan grosero, que Manuel tuvo que intervenir, por la seguridad de èl. Tenía ganas de encarar a las chicas, pero prefirió ignorar aquello, aunque se sentía pasado a llevar.
—Miguel, vamos... —le dijo, tomando al menor, e intentando llevárselo.
—¡Pues le toqué el culo a tu novio! ¿Y qué? —gritó la chica, que estaba igual de borracha que Miguel, actuando impulsivamente—. ¿Acaso va a llorar el maricòn? ¿Va a llorar porque una mujer lo tocó? ¡Anda, llora, maricòn!
Esos últimos insultos fueron dirigidos a Manuel, y Miguel, no pudo soportarlo.
Nadie se metía con su Manuel.
—¡Ya vas a ver, zorra de mierda!
Y se lanzó a la chica, y le jaló el cabello. La chica gritó. Manuel intervino de inmediato.
—¡Miguel, ya! ¡Vamos, no importa!
—¡Acosadora reconchatumadre! ¡Crees que por ser mujer puedes acosar! ¡Vo-v-voy a matarte, perra!
Y se formó un alboroto tremendo, y peor fue, cuando entonces llegó un hombre de edad avanzada, un par de centímetros más alto incluso, que Manuel.
Llegó al lado de la chica que acosó a Manuel, y dijo:
—¿Qué está pasando?
—¡Ese huevòn de ahí me jaló el cabello! ¡Me pegó el huevòn!
El hombre se volteó, y miró a Miguel. Quedó entonces perplejo.
—¿T-tù...?
Miguel, por otro lado, miró también sorprendido.
Ambos se conocían de antes.
Hubo un silencio incómodo.
—¿Por qué le pegas a mi esposa, maricòn de mierda? —escupió el hombre—. ¿Quieres que te mate?
Miguel, iracundo, le gritó como respuesta:
—¡¿Ahora es tu esposa, baboso?! ¡Recuerda que me pagabas por salir contigo, viejo asqueroso!
La chica del fondo quedó shockeada. El hombre lo miró con ira contenida, por ser capaz de revelar dicho secreto que èl guardaba.
—Hijo de put...
—¡Me tienes rencor porque, cuando supe que tenías esposa, te mandé al carajo! ¡Puto viejo infiel, cochino! ¡Yo era sugar baby, pero no me iba a prestar para hacerle daño a esa huevona de ahì!
Manuel estaba casi igual de shockeado que la esposa del hombre. La situación era incómoda.
—Ya vamos, Mig...
—¡La huevona de tu esposa acosó a mi novio! —gritò Miguel—. ¡Tú eres un puto infiel, y ella una acosadora! ¡Son igual de asquerosos!
Manuel, decidido por irse del lugar, entonces tomó con más fuerza a Miguel, y lo arrastró.
Pero la voz del hombre, entonces le detuvo.
—¿Tú eres el novio del huevòn este?
Manuel se volteó, y no contestó. Le dedicó una mirada frívola al hombre.
—Mira, me parece raro que èl tenga novio. A este huevòn, medio Lima lo conoce. Es una prostituta barata. Se acuesta con los hombres por dinero. Es una mierda sin dignidad. Vete con cuidado, no te ves un mal chico tú...
Manuel sintió entonces que, desde ese punto, ya no podía controlar su temperamento.
Le comenzaron a temblar las manos por causa de la ira.
Nadie insultaba a Miguel.
—Cà-càllate... —susurrò Miguel, al borde del llanto; avergonzado por lo que acababa de decir el hombre—. ¡No le ha-hables esas cosas a Manuel! ¡N-no soy una prostituta barata! ¡Jamás me acosté contigo, ni con nadie por dinero!
El hombre rio con fuerza, y le dijo:
—Eres una perra sin dignidad, imbécil.
—¡Ti-tienes rabia porque jamás accedí a acostarme co-contigo! ¡Aparte la tienes asquerosa y chica! ¡Puto vi-viejo cerdo! ¡Por eso ni tu mujer se acuesta contigo! ¡Te tiene a-asco!
Y eso fue lo último que Manuel oyó, estando de espalda, cuando pudo ver de reojo, como un gran brazo le propinaba un fuerte puñetazo en la cara a Miguel.
Miguel lanzó un fuerte alarido del dolor, y a Manuel se le soltó de las manos, por causa del impacto.
Miguel cayó al suelo, golpeándose fuertemente en la espalda, y los glúteos.
Y el límite de Manuel, fue peligrosamente propasado.
Lanzó un grito lleno de rabia, y sin pensarlo, se volteó y atacó al hombre.
Las mujeres comenzaron a gritar, espantadas.
Miguel, que yacía en el suelo, comenzó a temblar, despacio. Observó su mano, ensangrentada. Le comenzó a salir sangre de la nariz.
—¡¡Hijo de puta, maldito!! —gritó Manuel, fuera de sí—. ¡¡Nadie hace daño a Miguel, conchetumadre!!
Y el hombre no fue capaz de reaccionar, cuando Manuel lo tomó por el cuello, y lo azotó contra una pared. El hombre, que era más alto que Manuel, fue fácilmente elevado en el aire por el chileno.
Manuel estaba tan fuera de sí, que su fuerza física se elevó hasta tal punto.
—Pídele perdón, ahora —ordenó Manuel entre dientes, clavando su vista asesina, en la asustada expresión del otro hombre—. Pídele perdón a Miguel, ahora.
El hombre no podía respirar. Balbuceaba como un imbécil. Comenzó a temblar.
—¡¡PÌDELE PERDÒN, MIERDA!! —gritó Manuel, y la gente de alrededor miró asombrada—. ¡¡Miguel no es una perra, no es prostituta, ni es una mierda!!
El hombre comenzó a soltar saliva, pues el paso de la respiración se le hacia imposible.
—¡Miguel es fuerte, valiente y admirable! ¡Ha tenido que aguantar tanta mierda, de tanta gente, y a pesar de eso, sigue adelante! —A ese pasó, a Manuel se le hacia incluso visible una vena hinchada al costado de su sien; estaba furioso—. ¡¡No vuelvas a tocarlo, o te mato, hijo de puta!!
La mujer, esposa del hombre, lloraba por detrás. Miguel, observaba en shock.
Jamás había visto así a Manuel. Ni siquiera en el episodio con Rigoberto.
—¡Po-por favor! —dijo la mujer, yéndose hacia Miguel, suplicàndole—. ¡Dile a tu novio que suelte a mi esposo! ¡Lo siento, perdón por acosar a tu novio! ¡Pero por favor, que lo suelte! ¡Va a matarlo! ¡Tenemos una hija pequeña, por favor!
Miguel le observó descolocado. Negó con la cabeza. No supo si sería capaz de detener a Manuel.
—Es-està fuera de sì... yo, n-no pued-puedo...
Pero entonces, el hombre comenzó a toser, signo de sus últimos minutos de consciencia.
Manuel, aun mirándole con un aura asesina, lo mantuvo fuerte en el aire, y contra la pared.
Y el hombre, como último recurso para salvar su vida, a duras penas, entonces metió su mano en el bolsillo, y sacó un objeto.
Miguel, estando aún muy borracho, pudo apenas reconocerlo.
Sintió que el alma se le fue al suelo, y se alzó de golpe, tropezándose en el camino.
Lanzó un grito, cargado de terror.
El hombre, entonces posó una pistola en la cabeza de Manuel.
Y Manuel, le ignoró, sin importarle que le estuviera apuntando a la cabeza.
—¡¡Ba-basta, Manuel!! —gritó Miguel sin ser capaz de ponerse de pie, debido al alcohol en su cuerpo—. ¡¡Déjalo, va a ma-matarte!! ¡¡Ma-Manuel!!
Y Manuel sonrió.
Y sonó un disparo.
Miguel lanzó un grito, aterrorizado, y cayó inconsciente.
Se desmayó por causa del terror.
(...)
—Ma-Manu... Manu, no, no... —Miguel se removía, sollozando en medio del sueño—. N-no, se... se murió..., no...
Sudaba mucho por causa del alcohol, e incluso tenía algo de fiebre en esos momentos.
—¡Manuel! —gritò, estando semi consciente—. ¡No, no, no!
Y de pronto, Manuel llegó corriendo a la habitación.
—¡Miguel, tranquilo!
—¡Manuel! ¡Manuel! —Miguel abrió los ojos, horrorizado, y comenzó a sollozar de inmediato—. ¡Te moriste, no, no!
Manuel le miró con tristeza, y le abrazó de inmediato.
—Estoy vivo, Miguel. Calma, todo pasó...
Cuando Miguel, entonces apoyo su rostro en el regazó de Manuel, estalló en llanto.
Manuel estaba vivo.
Y ambos, estaban en la habitación del apartamento de Miguel.
Miguel, estaba recostado en su cama, con un paño frío en su frente. Manuel, yacía a su lado, sentado a la orilla de la cama.
Manuel estaba vivo. Estaba vivo...
—¡¡Tu-tuve tanto miedo, Manu!! —sollozó Miguel, aferrándose al pecho de Manuel—. ¡Pensé que te habías muerto, no, por favor, no te mueras!
Manuel, con evidente tristeza —y sentimiento de culpa, por preocupar a Miguel—, acarició el cabello al menor. Guardó silencio por muchos minutos.
—¡No te mueras, por favor! —le dijo—. ¡Si te mueres! ¿Qué hago yo? ¡No me abandones, por favor!
Manuel sintió que las lágrimas le cegaron la vista.
Había sido jodidamente imprudente, y se había dejado cegar por la ira, al ver que alguien dañaba a Miguel; pero ahora, èl había dañado a Miguel gravemente, y por su causa, ahora Miguel sufría una fuerte crisis de angustia.
Se sintió una mierda.
—N-no quiero que te mueras, Ma-Manu... —volvió a sollozar, como un niño pequeño—. No... no me dejes, no me dejes como lo hizo mi mamita...
Manuel sintió que el corazón se le rompió.
—Perdón, Miguel... perdón, perdón...
Le acarició el rostro a Miguel, y le dio un suave beso en la frente.
—Fui tan imprudente, de verdad, lo siento... —le dio una pequeña caricia en la mejilla, limpiando sus lágrimas—. No era un arma real. Conozco bien las armas. Era de mentira. Lo supe en cuánto la vi, pero, de todas maneras, no es una excusa para haberte preocupado de esa manera, lo siento.
Miguel siguió llorando por varios minutos.
—Èl está vivo. Lo solté en cuánto te desmayaste. Te tomé, y te traje hasta casa.
—N-no me interesa si está mu-muerto, me da igual —sollozó—. Me dio miedo que murieras, no... no quiero que te vayas...
Miguel, alzó una mano hacia el rostro de Manuel, y le propinó una suave caricia.
Ambos se miraron por un largo rato, sin decir palabra alguna.
—Eres importante para mí, Ma-Manu... —dijo Miguel, volviendo a romperse su voz—. E-eres el único que realmente se preocupa por mí... el único que no me ve como un trozo de carne, y e-èl único que piensa que soy valiente.
Se calló por un instante, y volvió a decir:
—No quiero que me dejes, por favor —y volvió a sollozar—. No quiero que te mueras como mi mamita, ni que me abandones como lo hizo mi papá.
Manuel dibujó una expresión sumamente triste. Aferró a Miguel en sus brazos, y este siguió llorando.
—Ya... ya sé que debes pensar que soy una perra, lo sé —dijo, y Manuel quiso negarlo, pero Miguel entonces dijo de inmediato—: No soy digno de ti, Manuel. Soy tan asqueroso, yo... yo no valgo nada, ¿pero tù...? Tú eres tan... tan noble y... y yo soy una mierda, pero aún así...
—Miguel, no. No digas esas cosas. Vales mucho, escucha...
—¡¡No quiero que te vayas, por favor!! ¡Sé que valgo tan poco, que soy reemplazable, que por esa razón mi madre se mató sin sentir nada de culpa! ¡No valí siquiera lo suficiente para mi madre, y por eso me abandonó sin más! ¡Pero tù no lo hagas, por favor! ¡No podría soportarlo, yo...!
Manuel no pudo contenerse por mucho más tiempo. Y, cuando Miguel comenzó a vociferar, entre tanto dolor y angustia, palabras de esa índole, Manuel hizo caso a su impulso.
Y besó a Miguel en los labios.
Miguel se calló de inmediato, y abrió sus ojos, sorprendido.
Se quedó estático en su sitio, shockeado por lo que Manuel acababa de hacer.
Y el tierno beso, duró apenas unos segundos.
Manuel se separó suavemente, y le observó con timidez.
Miguel, abrió sus labios apenas, sorprendido, y se sonrojó de inmediato.
Una lágrima, le cayó entonces por la mejilla.
No pudo creer lo que había pasado.
Manuel le había besado...
Manuel, estando igual de sonrojado que Miguel, bajó la mirada, y susurró:
—No digas eso, Miguel... —hubo un silencio absoluto, con Miguel aún incrédulo por lo que había pasado—. Me duelen tus palabras. Yo jamás te abandonaré, Miguel. Te lo juro. Te seré leal, solo confía en mí, por favor...
Miguel no supo qué decir. Aún mantenía su vista fija en Manuel, sorprendido por lo que había pasado.
—Yo... perdón —musitó Manuel, percatándose de que Miguel aún no reaccionaba—. No debí besarte, yo...
—Bésame de nuevo...
Susurró Miguel, aún en su trance, y con un brillo de ternura en sus ojos. Manuel, incrédulo, alzó su vista.
—¿Q-què...?
—Bésame... —Miguel, saliendo de su trance, tomó a Manuel por el rostro—. Solo hazlo...
Y esta vez, fue Miguel quien, en un movimiento suave, junto sus labios con los de Manuel.
Y fue el chileno, quien esta vez, abrió sus ojos, sorprendido.
Y con el paso de los segundos, cerró sus ojos, y ambos, se fundieron en un aura revestida de pasión contenida.
Porque ambos sabían que algo comenzaba a crecer. La llama de un amor que se ceñía entre ambos, a pesar de que insistieron en ignorarla.
Ya no era sostenible dicha situación. ¿Para qué seguir ignorando lo que era evidente? Se gustaban; claro que se gustaban. Lo hacìan tanto en el ámbito emocional, como también en el ámbito físico.
Ambos se pensaban, se admiraban, y los celos, como señal de atracción primaria, también les afectaba.
Manuel y Miguel se gustaban, y ya no podían ignorar aquella realidad. La razón podía, quizá, ignorar parcialmente ello, pero... en cuánto estaban juntos, y se veían, todo quedaba en evidencia.
Se podrá engañar a la razón, pero el alma, impregnada de lo emocional, no tenía la indecencia de ocultar lo que era claro. No tenían el corazón tan estrecho, como para ocultar dicha verdad.
Se querían, y de eso no había duda alguna.
Pero todo tiene un límite, y ellos lo rompieron. El orgullo no pudo sostenerse por más tiempo, ante la farsa de hacer que no había nada entre ambos.
—Manu... —susurró Miguel, cuando separó sus labios, a escasos centímetros, de los labios de Manuel—. Quédate conmigo hoy, por favor...
Manuel suspiró, y observó a los ojos de Miguel.
Se veía tan precioso...
Aquella noche, sus ojos revestían un dulce brillo que, jamás habían revestido los ojos azules del más pequeño. Era como si, por primera vez, Miguel dejara ver la belleza de su alma, sin absolutamente ninguna muralla de arrogancia de por medio.
Una fusión entre ternura, y seducción.
—¿Quieres que me quede? —susurró Manuel, acariciando la mejilla de Miguel, y dando un suave beso en sus labios; Miguel asintió, entre medio de un suspiro—. Mañana no debo ir a la clínica. Puedo quedarme esta noche aquí, contigo...
Miguel, estando aún muy borracho, acercó su cuerpo hacia el de Manuel, y rodeó su cuello con ambos brazos.
Juntó su nariz con la de Manuel, y susurró, con un tono seductor:
—¿Y si lo pa-pasamos bien? —suspiró, depositando un beso más atrevido en los labios de Manuel—. Te traigo ganas desde... desde que te vi...
Manuel entonces, quedó sorprendido por dicha confesión.
Miguel, estando bajo la influencia del alcohol, era jodidamente sincero, y no tenía filtros para decir lo que pensaba.
—Tengamos se-sexo, Manu... —susurró, depositando suaves besos en la zona del cuello a Manuel—. Te-tengo condones, en e-el cajón del velador...
Manuel cerró los ojos, y se quedó pensativo.
Fue difícil mantener su compostura en dicha situación; teniendo a Miguel sentado en sus piernas, con el cuerpo pegado al suyo, y recibiendo besos húmedos de este en su cuello.
Manuel comenzaba a excitarse rápidamente.
—Da-dale, por favor... —suplicó Miguel, con un tono de voz melosa—. Tómame, Manu...
No, por Dios, Miguel. Manuel sentía que, si Miguel le seguía seduciendo de esa forma, no podría contenerse más.
Manuel era un hombre. Y como buen hombre, Manuel amaba el sexo. Joder, como amaba el sexo. Y tener a Miguel, tan precioso allí, encima suyo, suplicando intimar con èl, estando ambos solos, en un ambiente tan sensual, simplemente le llevaba al límite, para debatirse si era o no correcto proceder, dando rienda suelta a su esencia dominante.
Y cuando creyò que las cosas no pudieron ponerse más difíciles, Manuel sintió como Miguel volvía a juntar sus labios con los suyos, y un beso de ello resultó.
Un beso lleno de lujuria contenida, pues sus lenguas se entrelazaron con un dejo de desesperación. Con el resoplido de suspiros excitados, y de manos desesperadas reteniendo sus cuerpos, en un acto de dominio, intentando decir: ''eres solo mío''.
—Mi-Miguel... —gimiò Manuel, perdiendo las riendas de sus actos, y peligrando su parte racional—. N-no sigas, no...
Y cuando Manuel pidió ello entre gemidos, Miguel intensificó la osadía de sus actos.
—Ssshh... —susurró, y bajó un dedo desde el pecho de Manuel, hasta la entrepierna de este; comenzó a pasar las yemas de sus dedos, por encima del pantalón, cuya tela estaba tensa por la erección—. Tienes duro acá... ¿quieres que me ocupe?
Manuel, con los ojos cerrados, intentando encontrar la valentía para restablecer su razón, no dijo nada.
Se mordió los labios.
—Mi-Miguel, no...
—Está grande... —dijo Miguel, y posó su mano con atrevimiento, por encima de la erección de Manuel—. Vo-voy a ocuparme...
Y con atrevimiento, deslizó su mano por debajo del pantalón de Manuel, y tocó su erección por sobre el bóxer.
Miguel se mordió los labios, absolutamente excitado.
—Tienes un pene grande... —le dijo, en un suspiro, lamiendo la oreja a Manuel—. Me encantaría darle una probadita...
Y cuando Miguel se dispuso a bajar el bóxer a Manuel, entonces fue el momento de rigor, para que Manuel actuase.
Era ahora o nunca. ¿Su deseo carnal, o sus principios morales? ¿Qué iba a prevalecer?
Y luchando contra su instinto carnal, y el deseo sexual que le embargaban en ese instante, Manuel entonces actuó.
Y de un movimiento brusco, tomó a Miguel por los hombros, y lo alejó de èl.
Bajó la mirada, y frunció las cejas, respirando agitado.
Miguel, sacado de onda, abrió los labios, no entendiendo la negativa de Manuel.
Se sintió humillado y rechazado.
—¡¿Po-por qué hiciste eso, Ma-Manuel?! —le dijo, sintiendo dicha acción como un terrible desaire—. ¡¿Cu-cuál es tu puto problema, Manuel?! ¡¿Qué es lo que te pasa?!
Manuel, aun lamentándose, por una parte, dicha acción, alzó la vista, aún con la respiración agitada, y dijo:
—No debo hacerlo, Miguel.
Miguel se sintió lleno de ira.
—¡¿Eres un verdadero hombre, Ma-Manuel?! —A Miguel se le llenaron los ojos de lágrimas—. ¡Nunca nadie se negó a tener sexo conmigo! —Y aquello era cierto. Miguel, caprichoso como siempre, siempre obtenía lo que quería, y el sexo no era la excepción.
Y hoy, más que nunca, Miguel quería tener sexo con Manuel, pues, Manuel era la persona que, en la vida, a Miguel más le había excitado.
—Lo siento, Miguel —dijo, soltándole, y subiéndose nuevamente el cierre del pantalón, ante la mirada descolocada de Miguel—. De verdad, lo siento. No sabes cuánto deseo hacerlo contigo, pero...
—¡¿Pero qué?! —le gritó, tornándose algo agresivo—. ¡Eres co-cobarde, Manuel! ¡¿No sabes coger, es eso?!
—Miguel, por favor...
—¡No tienes el pene chico, lo tienes muy grande! —le gritó—. ¡Me la pasaré bien contigo, ya no tengas vergüenza, vamos!
Y volvió a tomarle por el pantalón, y Manuel volvió a alejarle la mano.
—Dije que no.
Y Miguel le quiso dar un golpe en la cara, pero Manuel le detuvo en seco.
—No, Miguel. Esta vez no.
Miguel le observó con tanta decepción, que Manuel fue capaz de percibir ello en sus ojos.
Miguel se sintió tan jodidamente humillado.
—No te gusto, es eso... —le dijo Miguel, y sonrió con suma tristeza—. No te excito, eso es...
Manuel frunció los labios.
—No te gusto... —musitó, y sintió que las lágrimas le volvieron a aparecer en los ojos—. No te gusto, no te gusto... que idiota fui al pensar que sí...
Manuel dio un profundo suspiro. Miguel entonces comenzó a llorar en silencio.
Se sintió como un imbécil.
—Vete de mi casa —le dijo, sintiéndose despreciado—. ¡Vete, Manuel!
Hubo un largo silencio, y Manuel no se movió de su sitio.
—¡¿Si no te gusto, por qué hiciste todo esto, Manuel?! —le encaró, con sumo dolor en sus palabras—. ¡¿Por qué rayos me llevaste a una cita?! ¡¿Por qué mostraste falsa preocupación por mí?! ¡¿Por qué me besaste primero?! ¡¿Por qué me defendiste?! ¡¿Querías jugar conmigo, Manuel?!
Manuel observaba con cierta lástima a Miguel, al comprender entonces, que Miguel asimilaba que el sexo, era la máxima muestra de amor.
No lo culpaba. Miguel había llevado una vida de esa manera, y para èl, las relaciones humanas consumaban su estado más profundo en un acto carnal y vacío, y no en otras acciones llenas de afecto.
Miguel creía que, entonces, el sexo era fundamentalmente la más grande muestra de amor, y no otras acciones.
Si Miguel supiese que, en el mundo, mucha gente tenía sexo, pero no se amaba; y había mucha gente que se amaba, pero no tenían sexo, habría cambiado su visión de la decisión tomada por Manuel.
—¡¿Por qué intentas jugar conmigo?! —y Miguel entonces, volvió a llorar—. ¡¿Por qué?!
Manuel, con la mirada cabizbaja, entonces alzó su vista, y observó a los ojos de Miguel, que ahora estaban repletos de lágrimas.
Sonrió melancólico, y sintiendo que ahora era a èl a quien le brotaban las lágrimas, le dijo:
—Porque te quiero, idiota —y sonrió, entre lágrimas—, porque te quiero muchísimo, y me estoy enamorando de ti, tan jodidamente, que no puedo tomarte ahora.
Miguel, sin entender a lo que Manuel se refería, lanzó un chasquido.
—I-idioteces...
—Te quiero, Miguel. —Y tomó a Miguel por la cintura, y lo atrajo hacia sí mismo, de forma suave—. Te quiero muchísimo.
¿Te quiero?
Miguel, estático, entonces recordó haber recibido esa combinación de palabras cuando era niño. Días antes de que su madre muriera, pudo oírla de los labios de ella.
''Te quiero, Miguel''.
Y lanzó un suspiro, cargado de dolor. Contrajo sus pupilas, y una lágrima le deslizó.
—¿Te quiero? —susurró—. ¿Q-qué me quieres? ¿T-tú a mí...?
—Sí... —susurró Manuel—, y es por eso, que no puedo aceptar tener sexo contigo, Miguel.
Hubo un silencio, en el cual Miguel, aún no podía salir de su trance, por recibir dichas palabras.
''Te quiero...''
—Estás borracho, Miguel —le dijo—. Y no puedo aprovecharme de esto. Incluso se te enredan las palabras, y no estoy seguro de que recuerdes todo esto mañana... —al pensar en eso, a Manuel le dio una fuerte decepción—. Aprovecharme de tu estado, y tener sexo contigo, no sería nada más, ni nada menos, que abusar de ti. Yo estoy sobrio, Miguel; mañana recordaré esto, ¿pero tú? Tú no...
Miguel le observó contrariado.
—O quizá solo recuerdes algunas cosas; podrías tener lagunas mentales —dijo, algo esperanzado ante dicha posibilidad—. Pero no es justo, Miguel. No voy a abusar de tu estado. Si tú y yo vamos a tener sexo, será cuando estés sobrio, no borracho, de lo contrario, solo sería un aprovechamiento de mi parte.
Miguel bajó la mirada, y sintió de pronto, que el estómago se le revolvió.
''Te quiero''.
—Te equivocas al decir, que no me gustas... ¡Claro que me gustas! ¡¿Crees que es fácil para mí no sentir deseo sexual cuando te tengo cerca?! Amaría acostarme contigo, pero..., pero no será de esta forma, Miguel. Si llegamos a intimar, quiero que sea de una forma especial, no así.
Miguel desvió la mirada, avergonzado.
—Y es porque te quiero —sonrió Manuel—; porque te quiero mucho.
—Ya... y-ya no digas eso, se... se siente, raro... no sé cómo es...
Manuel sonrió enternecido, tomó a Miguel por la cara, y le volvió a susurrar:
—Te quiero —Miguel contrajo sus pupilas, se sonrojó, y sintió que las lágrimas le volvieron a brotar—. Te quiero; no lo olvides.
Oír, en ese momento, aquellas palabras de Manuel, le provocaron a Miguel una jodida conmoción tan grande, que no supo cómo reaccionar, ni tomarlo.
''Te quiero''.
Hace tantísimos años que no recibía dicha combinación de palabras. Y, dentro de toda dicha emoción, Miguel sintió que todo le dio vueltas.
Y de pronto, se sintió muy mal.
Se mareó, y una arcada terrible le vino.
Manuel se exaltó.
—¡Miguel! —le dijo—. ¿Qué tienes? ¿Estás bien?
Miguel negó con la cabeza, cerró los ojos, y sintió que todo le subió por el esófago.
Y se vomitó.
Se sintió patético.
¿De verdad dos simples palabras como ''te quiero'', le habían provocado tanta conmoción que, se había vomitado?
¿Podía ser más patético?
—Q-qué asco... —dijo, con voz temblorosa, observándose con miedo—. N-no... no...
—Tranquilo, tranquilo... —le dijo Manuel, ayudándole de inmediato—. Sácate la ropa. No hay problema.
—E-es asqueroso, Ma-Manu... el vómito, hu-huele... n-no te... te me acerques, no...
Manuel sonrió con melancolía.
—Soy médico, tranquilo... —le dijo—, estoy acostumbrado a peores cosas, esto no es nada. Levanta tus manos, te sacaré la ropa. Está toda embarrada.
Miguel, avergonzado por el episodio, alzó las manos, y no reclamó más.
Manuel trajo entonces un trapo, y comenzó a limpiar el suelo, y las partes del cuerpo en que Miguel se manchó.
—Es hora de dormir, Miguel —le dijo, y volvió a ordenar el lugar de Miguel en la cama—. Estás borracho, y fatigado; necesitas descansar.
Miguel asintió, y observó a Manuel.
Desnudo, y tan solo con el bóxer puesto, se metió a duras penas a la cama, y desde ahí, observó a Manuel que yacía sentado a los pies de la cama.
—Quédate... —le dijo.
Manuel asintió, y le dio una pequeña caricia en el cabello.
—Me quedaré, te lo dije... —respondió—. No tendremos sexo, pero me quedaré para cuidarte. Esperaré a que te quedes dormido, adelante. Estaré aquí, cuidándote el sueño. Mañana no tengo trabajo en la clínica, así que puedo estar contigo.
—¿Ma-mañana des...desayunaremos juntos?
—Claro que sí. Desayunaremos juntos —respondió Manuel, y le dio una cándida sonrisa, acariciándole el rostro.
Miguel sonrió, tan feliz como nunca, y dio un bostezo.
''Te quiero''.
Pensó nuevamente en esa palabra, y esta vez, se sintió bonito.
Se sentía extraño, pero le hacía feliz.
Y de pronto, sintió la misma sensación anterior. Comenzó a soltar algo de saliva caliente.
—A-ah, Manu...
Dijo, asustado, y Manuel le observó preocupado.
Y Miguel, volvió a vomitar, pero esta vez, manchó sus sábanas.
Comenzó a sollozar de inmediato.
—Mierda, Miguel... —susurró Manuel, preocupado—. Tranquilo, no pasa nada...
—¡Qué asco! —sollozó—. S-soy... soy asqueroso...
Manuel ayudó a Miguel a bajar de la cama, y le dejó un momento a un costado. Sacó la sábana de la cama, y la dejó en una bolsa que había en la habitación.
—¿Dónde tienes más sábanas, Miguel? Te las cambiaré. No puedes dormir con esas.
—¿S-sábana? No... no sè que es una sà-sàbana... sàbana, sà-bandasd.
Manuel se rindió de inmediato. Miguel, ya estaba tan borracho y afectado por la situación, que comenzaba a hablar cosas sin sentido, y se le enredaba mucho la lengua.
No lo culpó. Miguel estaba borracho, se había desmayado, pasó un episodio de conmoción fuera del bar, y aparte, sufrió un ataque de angustia al llegar a casa; era obvio que su cuerpo comenzaba a colapsar por esa noche.
Así que, Manuel buscó por su cuenta, y al paso de uno pocos minutos, encontró una sábana al interior de unos cajones.
Volvió a tender la cama de Miguel, y le volvió a acostar.
—Ya está lista; descansa, ahora sí —le dijo, y Miguel volvió a recostarse en la cama—. Necesitar descansar. Lo que te está pasando no es nada más, ni nada menos, que una terrible fatiga corporal.
Miguel, que ahora sí sentía una terrible sensación de mareo y dolor, solo asintió despacio, y observó a Manuel, con la mirada somnolienta.
—Gra-gracias, Manu...
Susurró, y Manuel, que ahora yacía acostado a su lado —y por encima del cobertor—, sonrió de forma tierna.
—Te quiero, Migue... —susurró—. Buenas noches, descansa.
Y Miguel, cerró los ojos. Sintió lo brazos de Manuel rodearle, en señal de protección mientras dormía. No volvió a ver nada màs después de ello.
Al día siguiente, quizá que cosa les depararía...
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